Capítulo 30. El milagro de la tierra. Octava parte. La yerba.



Fuente: Jovita González. Vacas xuncidas con carga de yerba.


 Capítulo 30.




El milagro de la tierra. Octava parte.



La yerba.


                Para la interpretación y lectura correcta de estos textos, aconsejamos la consulta del capítulo 28, dedicado a los útiles de mano. Siempre y cuando hubiera dificultad para identificar aquellos que citamos. 


Los praos.



"... y el campo, ¡el campo verde!,

en que jadean los bueyes

y los hombres sudorosos".

Pablo Neruda.



               Si en anteriores capítulos hablábamos de la importancia de las tierras en el sistema productivo de la casería, no lo van a ser menos los praos. Principal recurso del alimento de los rumiantes y hervíboros existentes en les cuadres.

                La siega de la pación (1) fue un trabajo casi siempre diario de los trabayadores de la tierra y ganaderos. Ciertamente lo idóneo sería la proximidad de los praos a la cuadra, evitando el trajín y esfuerzo añadido que representaba su transporte. En pocas ocasiones se cumplía esta idealización, dada la distribución de los minifundios y su dispersión.



Precioso cuadro de Luis Gutiérrez Tudela. Carga de yerba en el 
Alto el Monte.


                Se intentaba al menos que alguna de aquellas praderías próximas a casa estuvieran orientadas para segar pál verde o pa la pación. Especialmente era destinado para llevar al comedero (pesebre) de las vacas destinadas a la producción de leche, quienes requerían de este alimento para optimizar sus rendimientos.

               El paso del tiempo marcará tendencias productivas. En el caso que  la casería se oriente a la explotación de ganao, su objetivo más inmediato será reconsiderar el uso y servicio de parte de la llosa (terreno cercano a la casa) como parcela para segar. Representará esta decisión una tranquilidad añadida para los posibles imprevistos: el tener cerca el recurso de segar "verde".

        Todos los praos, sin excepción, tienen nombre propio y este va parejo a una serie de características, normalmente vinculadas al entorno físico y geográfico. En este sentido podemos citar una serie de ellos, que denotan aquella imprecisión: La Batandera, el Alixo, la Bayuerga, el Pico, el Cuerno, la Granda, el Campo, la Ería, la Playa, , el Pielgo, la Teyera ... etc. En otras ocasiones su denominación se vincula a otros factores. Tales como el tamaño, singularidad de su suelo, proximidad de algún tipo de construcción... Y siempre teniendo en cuenta de ciertas precisiones  para evitar el error en el caso de tener más de una finca en esa área: El Pradón, el Pradín, el Humedal, la Imera, el Peñeo, el Riego, la Resalada, el Puentín, el Pinal, el Puentón, el Naranxal,...etc. 

        Sin más ánimos que citar y sin  pretender atacar  y analizar esta toponimia menor tan extensa. Tratándose en cualquier caso de una empresa que supera ampliamente nuestras expectativas iniciales. En cualquier caso, para aquellos que estén más interesados en esta materia, les remitimos a la obra de Dionisio Fernández Rodríguez: "Toponimia menor de Bocines". 

            Aunque gran parte de los terrenos que generaban aquel verde, se destinaban para la yerba. Actividad esta ligada a la ganadería. Base y sustento de los rumiantes durante el largo invierno.

            Los terrenos y heredades genéricamente en este y casi todos los pueblos durante muchos años se delimitaban con sebes (2) o bardiales. Era una forma económica de garantizar la conservación del área de la finca. Evitando con ello otro tipo de cierre artificial, económicamente mucho más caro. Ciertamente para que este seto fuera funcional, era imprescindible la ausencia de buraques o agujeros en el mismo. Alfonso Pinón lo detalla: "Cuando había buracos en los bardiales que cerraben una finca, había que sellarlos con palos y ramasca entrecruzada. Así no quedaba nada abierto".

            Nuestro vecino Luis Servando aporta una anécdota de otros tiempos:" Recuerdo que días antes de la foguera de San Juan íbamos por los praos aledaños a la Judea a coger los cierres de las buracas. Normalmente artos secos, rebolles, ramascos de laurel. Les buraques quedaben abiertes del todo". Precisando el motivo de aquella selección y en ocasiones el efecto de aquellas decisiones: " Los cierres de les buraques eran el producto ideal para les fogueres, y en el entorno de el Dique, había diez praos , que todos teníen su buraca. Alguna vez tuvimos que salir corriendo por la inesperada aparición del dueño de los cierres".

           El gran inconveniente de este cercado es que obliga a un mantenimiento continuo. Recurrimos a las sabias palabras de Roberto González - Quevedo, quien en su obra "La cultura asturiana", así justifica esta exigencia: "La sebe ye fundamental pa que´l prau tea en buenes condiciones, pa que nun entre ganao de otres cases nin salga´l de la familia propietaria y pa que nun quede abierto a la xente". Otro  trabayo de mantenimiento de este tipo de cierre no era otro que el evitar que las males yerbes procedentes de ese cierre invadan el pasto.


Detalle de un cierre vegetal de un prao abandonado.
En estos casos, genera un importante problema, al invadirlo
aquel y perdiendo parte de su capacidad para generar vianda
.



            Una vez garantizada la sebe, se solía poner una portilla o portiella para que el cercado sea definitivo y tenga un punto concreto de acceso y salida. El paso de los años, la desconfianza y alguna que otra mala relación vecinal sumó el uso de cerradura o candado. Con ello, se suscitó alguna que otra polémica entre los praos con paso de servidumbre a otras propiedades, para atender las necesidades de las cosechas temporales.


Detalle de una portiella o portilla. A la derecha se aprecia parte de 
la sebe o cierre vegetal.

               Recuperamos una anécdota que ilustra otros tiempos y donde resalta la sagacidad e ingenio. Este relato, de transmisión oral,  fue contado por uno de nuestros vecinos con la condición inexcusable de no revelar su nombre, ni el de los protagonistas. Algo que cumplimos a píes juntillas:

            "En los tiempos de la fame (cuando nuestros mayores  citan en este espacio temporal, es siempre la postguerra), un vecín negose a dar paso por la su finca a otros dos para que pudieran ir a sus tierres. Aunque el tenía la obligación de facelo, puso una portilla con cierre y no dio ninguna llave. Aquellos paisanos como no llegaben a ningún acuerdo, fueron al cuartel de la Guardia Civil y denunciáronlo. Pasó el tiempo y llegoi  a casa el papel  del Juzgao. 

               Cogió el Carreño (tren) en Candás y fue a consultar con el mejor abogao que había en la villa (Avilés), el Sr. Solís. Después de escucharlo, le dijo: "No tienes nada que facer. Yo en tu lugar daba una llave a cada vecín y asunto resuelto". Nuestro vecín dijo que nada, que no daba les llaves.

            Cuando estaba a punto de salir del despacho le pregunto:" ¿Y si regalamos un jamón bueno al juez?". El abogao contesto, que no se le ocurriera, que aparte de perder el juicio, iba a buscarse una ruina.


            Fueron a juicio y cuando salió la sentencia el Sr. Solís llamó a su cliente para decirle que después de muchos años no vio nunca una cosa así. Un caso que estaba perdido, lo ganaron. Nuestro vecín, pagó al abogao y lo invitó a comer a la Tataguya. Cuando estaben con la copa de sol y sombra, le dijo al de la corbata: "¿Acuérdeste de lo que te dije del jamón?". Solís casi cae de la silla: "¿No jodas que diste el jamón al juez?". Encendiendo una faria y sacando pecho dijo: "Pues si. Pero a nombre de los otros dos".

            Este relato, demuestra una vez más el carácter pragmático de los nuestros. La solución ante las adversidades ha sido una constante en actitudes que han sido forjadas en los mas diversos percances, con los que el paso del tiempo ha sazonado la historia de Antromero.

            Lo cierto es que cuando el mundo conocido acababa en la línea del horizonte, la felicidad era controlada y doméstica. Las dificultades siempre amenazantes, se trataban de solventar con los medios disponibles y el rigor de mantener la tradición heredada.



            


(1). Es la hierba que se da verde al ganado. También el pasto que tiene un prado desde que se siega hasta que se vuelve a segar. Usado este término en expresiones familiares, para señalar a aquellas personas que pretenden aparentar más de lo que son: "Nun llegar la pación a la barriga".

(2). Seto vivo formado por zarzamoras, espinos y otro tipo de plantas asociadas a estas.





La yerba.

 

 

“Todo lo que tenemos es olvido”.

Fernando Pessoa.


 

         Detrás de  la expresión "dir a la yerba" hay unas connotaciones socio-laborales inmensas. Relaciones de vecindad, colaboración familiar y una serie de actividades y trabayos parejos a ellos. Todo empieza, como no puede ser de otro modo, con el prao. Aquel que proporciona la pación (pasto verde) durante todo el año y que al llegar la primavera se deja crecer hasta madurar. Siendo este el momento de iniciar el proceso de "dir a la yerba", con el inicio de la siega.

            En cualquier caso recordar que el objetivo de esta actividad no era otro que el almacenamiento de la alimentación para los animales herbívoros, para todo el invierno. Un buen año de yerba, garantizaba parte de aquel sustento vital en el desarrollo económico de la casería. De aquel puñado de vaques que había en estas unidades de producción.

            Por lo general, la siega de la yerba,  comienza a partir de la segunda quincena de junio, aunque la fecha de referencia se sitúa en el 24 de dicho mes, San Juan. Hasta no hace muchos años, era habitual ver en nuestro paisaje estival las figuras de los paisanos, acompañados de guadañas y zapicos que la inevitable mecanización ha ido sustituyendo por poderosas segadoras, volteadoras y tractores.

        Cuando los praos  eran grandes, se recurría a cuadrillas de paisanos para hacerlo a la mayor brevedad y siempre aprovechando el tiempo propicio. No era otro que días secos, calor y ausencia de lluvias.

      El médico y escritor Eladio García Jove, allá por el año 1897, describe de modo sencillo y abrumador uno de estos episodios de siega: “Asisten a los prados robustos y hábiles segadores, armados de cortantes guadañas, llevando a la cintura el zapicu o vasija de madera donde va la piedra de afilar (en ocasiones se sustituye por un cuerno de vaca ), teniendo también a mano los instrumentos de cabruñar, ligero yunque y martillo, para adelgazar en frío y a golpes el filo de aquel instrumento con el que  a compás y en fila van tumbando en tierra las floridas hierbas".

         Para la siega de grandes extensiones, era aconsejable la presencia de varios segadores para agilizar la dura faena y aprovechar aquel  tiempo.  El doctor Eladio García   no desaprovecha su relato para puntualizar el requerimiento del trabajo colectivo: “ ...las mujeres y los niños les auxilian en levantar manojos de hierba, maraños, extendiéndolos por el campo para que el sol les seque, a cuyo efecto los voltean, recogen con garabatos y agrupan en balagares (balaos)”. Añade en su texto, la recogida de aquella faena: “A la caída de la tarde amontonan el heno sobre carros, colocan los alegres rapaces sobre la abultada carga, y ésta la almacenan en la tenada de casa o en el henal de la casería".

            Sumamos a la anterior descripción, que en el caso de imposibilidad de acceder a las anteriores opciones expuestas o bien por estrategia se agrupaba en vares de yerba. Totalmente desaparecidas de nuestro actual paisaje y  referentes en otros tiempos de bucólicos y decadentes imágenes que identificaban inexcusablemente el mundo rural.


Vista de Antromero, desde  Candás. Años 60. Se aprecia un sinfín
de vares de yerba en el paisaje: Fueron componente básico de la 
conservación de aquel alimento de los rumiantes.





El segar.




"Sentite falar con señaldá

de la tierra que nun tienes, 

de la niñez perdía."

Vanessa Gutiérrez.



            La labor de segar la yerba, como cualquier otra tarea agrícola, estaba sujeta a un calendario fijado, que pudiera alterarse en función de diversas contingencias. Siendo las más preocupantes, las meteorológicas. En cualquier caso, la sabiduría popular en forma de refranes, dichos y saberes van a marcar los inicios de esta actividad: "Cuando florez léspadañal, garra la gadaña y ponte a segar".

                La espadaña (Typha latifolia), en nuestro hemisferio norte, florece durante el mes de junio, aunque dependiendo de factores biológicos lo puede hacer durante el mes de julio. Era muy habitual verla en la desembocadura del río Pielgo, pues aunque prefiere el agua dulce, aguanta cierto nivel de salubridad. Suele hacer en su crecimiento y madurez unos entornos vegetales complejos para el acceso del hombre. Siendo esto utilizado por muchas especies como reducto de su modus vivendi. Nuestro río fue un vivero de infinidad de aves acuáticas, ranas, insectos e incluso tortugas .


Fuente: Vive la naturaleza. Espadañas florecidas. Tradicionalmente
marcan el inicio del periodo de siega


            Lo que resulta una evidencia es que la ubicación de los terrenos va a ser determinante para el inicio de la siega. Dependiendo de su orientación, altitud y proximidad a ríos. En cualquier caso y respetando la tradición la época de siega se iniciaba en la semana de San Juan o como muy tarde para San Pedro, esto es, entre el 24 y 29 de junio.  Aunque si el tiempo acompañaba se podía empezar antes. Tal lo refrenda con sus palabras Alfonso Pinón: "Dependías sobre todo de que si llovía , de como taba el tiempo. En casa siempre empezábamos a segar por San Pedro, unos años antes y otros después. Siempre a finales de junio". Aunque aclara alguna de aquellas excepciones por causas inexcusables: "Un año llovió tanto, que pasó casi el mes de julio y taba todo sin segar". Esbozando una sonrisa que difícilmente oculta la  satisfacción de sus palabras: " Ese año curamos y recogimos bien toda la yerba. Aunque alguno de mis hermanos no pensaben que lo podíamos facer".



Alfonso Pinón, su esposa Avelina. Entre los jóvenes, están Carlos, Victorma,
Inma y María del Mar. En labores de la yerba.


        Un segador para cumplir con garantías mínimas este trabayo, se acompaña de una serie de elementos básicos y fundamentales: gadaña;  mango o estil;  zapico (hecho de cuerno de vaca o de madera); piedra de afilar y si la tarea se prolongaba en el tiempo se sumaban  los aparatos necesarios para recuperar el filo del preciado objeto cortante. Esto es, los útiles para cabruñar, el martillo y el yunque.



Fuente: María González. Tito Les Moranes, cabruñando .



Cabruñando. Recuperando el filo perdido de la gadaña.


            El segador experto comenzaba haciendo el maraño/a. Tratándose este de la zona segada que era tan ancha como la longitud de sus brazo. Iniciando esta llabor durante el alba o amanecida del día, aprovechando la fresca y continuando sin descanso hasta que llegaban las viandas para recuperar fuerza. Será la muyer o en su defecto algún guaje los encargados de cubrir esta intendencia.

            Aprovechamos las declaraciones de nuestra vecina Gabriela Álvarez, para ilustrar este trabajo, desarrollado por los más pequeños de la casa: "Tantas veces fui a la Bayuerga a llevar la comida y la bebida. Esta última tenía que meterla entre el agua del depósito (almacenamiento municipal de agua) para que estuviera fresca. Después ir a llevársela cuando me la pidieran. No lo soportaba, me daba una verdadera fobia, que todavía mantengo". Detallando que su labor de logística se ampliaba: "Comía en el prao con ellos y mi madre. Ayudándolos a pradiar. La aparición del  esculibierto (3) de turno me ponía enferma, que mi tío partía  a la mitad sin dudar ". En sus manifestaciones expone una situación absolutamente inverosímil en los tiempos actuales: "Me acuerdo de verlos a todos con la piel como cangrejos, porque como buenos rubios que eran, tenían la piel blanca como la leche. Y por supuesto que no había protector solar alguno". Esta entrañable exposición, nos retrotrae a tiempos de esfuerzo, de trabajo colectivo y detalles vividos por muchos de nosotros.
        
           El trabajo  de la siega quedaba  casi siempre en manos de varones, con honrosas excepciones . En Antromero hubo mujeres que no quedaban a la zaga, que tenían brazo y maña suficiente para no desmerecer al mejor segador. Recordemos entro otras a Delfa el Molín o Raimunda. El resto de los trabajos parejos a esta actividad ya se repartían entre los miembros familiares, en función de factores varios. 


Paisanos segando yerba. Obsérvese la  distribución para cubrir 
cada uno una zona , formando una perfecta escalera.



          En aquel refrigerio lo que nunca debía de faltar era el vino fresco. Así lo recuerda la sabiduría popular en forma de refrán: "La gadaña quier fuerza, maña y vino que la taña". Recurrimos en cualquier caso a la sapiencia pragmática que otorga la experiencia, con las palabras de Marina el Tuertu: "En Antromero trabayábase mucho, pero el vino que nunca faltase".



Fuente: Asturias en fotos antiguas. Pausa de la comida para la
la familia. Muyeres, segadores y guajes se alimentan en un merecido
descanso. Cabranes (1934). 




          Cierto es que estaba institucionalizado socialmente aquella bebida como el combustible necesario para los trabajos duros y pesados. Emilio Posada reflexiona sobre el motivo de aquella elección: " Me acuerdo de guaje de llevar la bota de vino y comida a los que estaben a la yerba. El vino, siempre fresco. Era la bebida que se tomaba, porque otras como la sidra enfría el cuerpo y descompone". Añadiendo un juicio indiscutible: "Antes no conocí a ningún paisano que no bebiera trabayando otra cosa que no fuera vino. El agua fresca pocas veces. Aunque en los últimos años la cosa cambió mucho. Ya se lleva de todo".

    La malicia popular, recriminaba en determinadas ocasiones la voracidad de aquellos esforzados trabayadores del campo, con sentencias que han sobrevivido al paso del tiempo: "Llonganiza tostada no hay quien la coma, pa los segadores no hay como la andoya"(1) o esta más demoledora: "El segador de la paya come más que trabaya".

        Retomando el hilo de la siega, había paisanos que tenían fama bien ganada de segar bien. Un buen segador debía de reunir unas especificas condiciones: Tener brazo (rapidez), incansable y sobre todo facer los maraños rectos. Como buen profesional tenía la guadaña hecha y adaptada a sus condiciones morfológicas, esto es, personalizada. Debiendo de existir una perfecta conjunción de esfuerzo rítmico. En esta tesitura, Emilio Posada nos aporta una precisión que refuerza lo expuesto: "Los paisanos que estaban de segar todos los días, parecía que no se esforzaban nada, que aquello era muy fácil. Pero todos teníen su propia gadaña. Mi padre preparaba todo al detalle el día antes de segar la yerba. Aquel gadaño de él, no se tocaba".
           


Segador en plena faena. El maraño a su izquierda.


                Tras cierto tiempo que estimaba el propio segador y ante la perdida de filo de aquel utensilio de corte, tocaba hacer una parada. Recuperando con el paso de la piedra de afilar  la zona de corte . Esta estaba en la cintura del paisano, dispuesta en el zapico con un poco de agua y yerba para evitar el impacto y su previsible rotura. Esta pausa, era en muchas ocasiones una forma de recuperar el resuello de aquella agotadora faena. Respecto a esta exposición confiesa Emilio los pecados de mocedad : "Cuando eras joven sobrábate  fuerza y faltábate maña. Empezabas a segar con mucho ánimo, pero según pasaba el tiempo pasabes más tiempo afilando la gadaña que segando. Así disimulabas cuando ibas quedando sin fuerza". 

                La sabiduría popular en forma de verso, nos recuerda la necesidad de aquellas pausas: 


"Segador que tas segando
debaxo de la neblina,
si la gadaña no corta,
saca la piedra y afila".



Fuente: Fran Posada. Emilio Posada, adolescente. Segundo por 
la izquierda.



Fuente: Asturias rural y profunda. Afilando con la piedra de afilar.



                Una vez segada la yerba, tocaba desmarañar o esparcer  los maraños, esto es, abrirlos para que el sol los seque adecuadamente. Para ello se usaba la pala de dientes o incluso había gente que prefería la pradera. Así se dejaba durante unas horas. Por la tarde se volvía a dar la vuelta, aprovechando esta operativa para hacer hileras, a ser posible un poco ahuecadas respecto al suelo. Curiosamente hay una distinción de útiles en función del sexo. La mujer casi siempre prefería la pradera y los paisanos la pala.



Prao recién segao y con los maraños esparcidos. "Abrirlos para que 
el sol los seque adecuadamente".



 "Por la tarde se volvía a dar la vuelta, aprovechando esta operativa
 para hacer hileras, a ser posible un poco ahuecadas respecto al suelo".


            El proceso de secado podía durar varios días, para una óptima cura que garantizaría la buena conservación de la yerba para todo el invierno. En el caso de amenazar lluvia o se amontonaba, volviéndose a abrir cuando las condiciones así lo permitieran. 

              Finalmente, y cuando se estimaba que la cura era la adecuada, se empezaba a recoger. Siempre con los mismos útiles: la pradera y pala de dientes. Se agrupaba en  montones de tamaño intermedio, que se llamaban balaos o balagos, siempre que no hubiera disposición inmediata para recogerlo bajo techo. Entiéndase la tená o tenada, desván, sótano.

            Cuando los praos estaban inclinados, se aprovechaba aquella pendiente para empujar la yerba, para botarla y agruparla con menor esfuerzo físico.  Para ello se usaban los útiles habituales : pala y pradera.



Fuente: Homenaxe al campo asturiano.
Metiendo la yerba para la tenada.



Miembros de Casa Farruco, faciendo balaos. Años 60.

                   

             Como parte final y para poner el ramu (2), había que volver a cepillar el prado, pradiándolo. Maruja Anxelín, con un sentido del humor infranqueable confiesa: "Después de tanto trabayo había que pradiar todo otra vez. Yo a veces quería más que me embistiera el Carreño (tren), que seguir pradiando".


Miembros de una casería posando junto a un balao tras finalizar
 todo el proceso vinculado a la yerba. El prao, perfectamente
pradiao. "Yo a veces quería más que me embistiera el Carreño..."


          Pese a todo y para que este forraje llegara en perfectas condiciones para atender las necesidades vitales de algunos animales de la casería, era necesario un esfuerzo conjunto, coral. Todas las manos eran pocas y cada cual tenía asignado una labor, para que aquel engranaje familiar no fallara.







      (1). La andoya es un chorizo que antaño se elaboraba con los productos menos apreciados del cerdo. Aunque mantenía igualmente un alto valor proteico. Con este término también se designaba a aquellas personas de gran apetito y de aspecto muy descuidado.
     (2)Poner el ramu. Se trataba de una expresión vinculada a la construcción. Cuando se remataba un edificio, se solía colocar un ramo sobre él, generalmente en el tejado o chimenea. Solía ser de laurel. Con el transcurso del tiempo, se amplió su uso a otros sectores productivos.
     (3). El esculibierto ( Anguis frágilis) es un reptil que puede crecer hasta unos cuarenta centímetros de longitud. De color marrón grisáceo y con cuerpo fácilmente quebradizo es inofensivo para el ser humano. Muy abundante en los periodos de siega en los campos asturianos.




El transporte y otros adelantos. 




"Porque, desde luego, era esencial,

que siguieran deseando ir al campo,

aunque lo odiaran".

Aldoux Huxley. "Un mundo feliz".
                                                     








                Aquella recogida de la yerba, estaba condicionada por unos factores ineludibles, que hacían mucho más duro aquel trabajo: el calor, las dificultades del terreno, las rudimentarias técnicas empleadas tanto para la siega, el acopio y transporte.
                
                Respecto al traslado de la yerba  antes de la mecanización, se hacía con carros de gües, vaques o burros. Para dotar de mayor capacidad a estos vehículos, se les colocaban en los laterales unos palos verticales, llamados estadoños. Ante un más que posible vuelco de la carreta, la operación de carga era dirigida por el hombre más experimentado, normalmente el más viejo en la faena. Este era quien marcaría los límites de aquel trasvase, para aprovechar al máximo el transporte. 



Carro de vaques con estadoños, colocados por encima 
de los cierres laterales o lladrales.




Fuente: Jovita González. Vacas xuncidas con carga de yerba: Delante 
de La Flor. Presumiblemente orientada para meterla en la tenada.


               La aparición de un pequeño tractor de licencia italiana, el pascuali, a principios de los años 70 del pasado siglo, va a representar un alivio en aquel permanente esfuerzo. Emilio Posada recuerda el inicio de la llegada de aquella tecnología: " El primer tractor que tuve fue en el año 1974. Con él se aparcó para siempre la pareja de vaques . Pilo compró el primer tractor en Antromero y fue el modelo pascuali, después lo compró Barroso de Bocines y el mío me llegó por les fiestes del Socorro". Dictando firme sentencia que otorga el paso del tiempo: " Aquello fue un gran adelanto. Costaba un montón de dinero, pero era una buenísima inversión".



Fuente: Mercedines Menéndez. Fausto y Mercedes a bordo del 
popular modelo de tractor que invadió Antromero, a partir del la década
de los 70. Los carros de vaques y burros tan necesarios durante siglos,
serán arrinconados paulatínamente con la llegada de la tecnología
en forma de ruidoso motor.


            Otra de las grandes innovaciones, aunque sin motor mecánico fue la aparición en la década de los 60 de la segadora de vaques (capítulo 29). Representó un alivio en el esfuerzo físico y reducción del tiempo empleado. Su inconveniente estaba en la limitación de su uso en terrenos demasiado empinados. 
            
                Básicamente se trataba de in ingenio hecho de hierro, con dos ruedas y una cuchilla para cortar la yerba. Su funcionamiento era a través de unos engranajes que se activaban con el movimiento de las ruedas. Eran arrastradas por vaques o gües. En Asturias se empezaron a comercializar a principios  del pasado siglo. En Antromero, tardarían en aparecer por nuestros prados unos años más, concretamente en los años 60. Condicionado por la orografía de estas tierras, tal lo expone Alfonso Pinón: "Hubo varias segadoras de vaques en Antromero, y fue por los sesenta. Aparte de que eren muy cares, no funcionaben bien cuando se empinaba el terreno, además de peligroses".


Publicidad de la segadora de vaques Massey. Comercializada por la
empresa vasca Ajuria S.A.



            La aparición de las segadoras de motor puso el punto y final a aquel método de segar. Esta faena cambió mucho con estas innovaciones. Las grandes y largas  jornadas de d'ir a la yerba van menguando en la proporción que aparecen nuevos mecanismos motorizados. El cambio definitivo se precipita con la llegada de la técnica de facer bolos de yerba. Una variedad mejorada de ensilar, ofreciendo al animal un producto más nutritivo que la  tradicional.

         Ciertamente, con esta novedad, la yerba dejo de ser la yerba que conocieron nuestros antepasados. Estos bolos se hacen nada más segar, sin esperar a ningún secado y pueden quedar todo el tiempo que se quiera en el prao. Con ellos, se pone un punto y final a la cultura de la yerba.



En los años 90 del pasado siglo, aparecen los bolos
de yerba. 


            La síntesis de aquel paso de la tracción animal a la mecanizada queda perfectamente expuesta en las palabras de Pepe Capacha y que puede estar refrendada por cualquiera de nuestros mayores: " Ahora quejénse del trabayo, ahora que tienen de todo. Antes trabayábamos como pollinos, sin parar. Más que los animales que tiraben por los carros".
           
           




La vara yerba.



"Cuando el mundo conocido

finalizaba en la línea del horizonte,

la felicidad era más controlada

y doméstica".

María García.


             En Asturias, cuando se refiere en singular a este ingenio, eliminamos la proposición que se exige en las buenas formas y usos de la lengua. Esto es, en vez de vara de yerba, se dice vara yerba, sin más. Eso denota la sencillez y sentido práctico de los paisanos que pisan esta tierra.

              Sin lugar a dudas, formaba parte de una arquitectura popular provisional en el tiempo. El construir aquel artificio requería dosis de maña, habilidad y destreza. No resulta tan fácil como pudiera parecer. En todos los trabayos, este no iba ser excepción, requiere de manos expertas para conseguir los objetivos marcados y en este caso es la perfecta impermeabilización que evite la pudrición de aquella reserva alimenticia del ganao.

                Si el año había sido bueno para la yerba y la cantidad de la misma era muy superior a la capacidad de almacenaje bajo techo, quien lo tuviera, se decía popularmente: "Tener más yerba que tenada". Entonces era el momento para facer vares de yerba.

        Tal y como se expuso, lo de facer la vara yerba, exigía ante todo pericia y sobre todo conocimiento para su laboriosa fabricación. Primero la selección del suelo y base de la misma. 

            Se trata este almacenamiento de una construcción en forma de pera, cónica. Se clavaba un poste, normalmente de castaño, al menos un metro en el suelo, quedando hacía el exterior unos 5 o 6 metros. Alrededor del mismo se van disponiendo un enrejillado de madera, compuesto de ramas y tablas. Así se evita el contacto de la yerba con la tierra húmeda.



Fuente: Emilio Rodríguez, el Lechugo. 
Covadonga Artime, cerrando una vara yerba
.


       Una vez instalada la logística es necesaria  la coordinación entre las dos partes implicadas en la maniobra: los que apurren la yerba desde el suelo  y el que va formando y configurando la futura  vara ( el de mayores dotes creativas, en definitiva, el curioso). Para ello hacen uso de la pala de dientes, instrumento vital en esta tesitura.

        La forma definitiva quedará en la inspiración y creatividad  del artista. La importancia para dotarla de su adecuada estabilidad y solidez  estaba en pisar hacía el interior, calcando. Se asistía la yerba con pequeñas paladas, colocadas según dictaba la persona que la construía. En los últimos metros se recurría a una pala de mango largo, destinada para estas ocasiones.



Faciendo una vara yerba. El apurridor con la pala de dientes 
acerca al "arquitecto" la yerba.

         Una vez que se va cerrando , solo queda colocar en la parte superior el rodiellouna maroma hecha con la misma yerba  y cuya finalidad no es otra que el evitar el calado y paso del agua de la lluvia entre el heno y el palo o vara. Este rodiello será elaborado por uno de los apurridores, quien lo acercará en la última palada. 

             Con ello se tratará de  erradicar el grave problema de la putrefacción de esta despensa de alimento ganadero. En los últimos años se ha ido sustituyendo este sistema por la colocación de una capa de plástico. Y después, como no podía ser de otro modo queda la satisfacción del trabajo bien hecho, el orgullo del artista por ver el fruto de su trabajo expuesto temporalmente.

            Aunque Alfonso Pinón, requiere en sus palabras un condicionante para su eficacia: "Lo más importante ye que la vara tuviese recta. Podía tener mejor o peor forma, pero siempre recta".

            Tampoco debemos de olvidar la gran capacidad para conservar fruta de la vara yerba, tal lo recuerda Vicente Salero:  “Cuando asaltábamos les huertes, les manzanes que sobraben les metíamos dentro de alguna vara de yerba". Después ocurría lo previsible: “Y si algún día te apretaba la fame sabíes que allí estaba la despensa”. Reseñando en sus declaraciones  el gran poder de preservación de esta efímera construcción.

             Con ello  y en ocasiones  la sorpresa que  deparaba la ausencia del deseado objeto del deseo:“ A veces ibes a echar mano de les manzanes y encontrabes el sitio. Porque alguien te vio guardales o el dueño de la vara  al esmesar (sacar) la yerba pinchó o sacó alguna fruta descubriendo el ñeru".



Esmesando una vara yerba.

               El traslado de la yerba hasta la cuadra desde la vara, se hacía con el vehículo apropiado en función de la cantidad que se necesitaba. Si la cantidad era poca, el mismo paisano preparaba la carga para llevarla al llombro.


Paisano llevando una carga de yerba al llombro.


            Estos deliciosos recuerdos nos hacen recordar una cita del ilustre escritor norteamericano  John Irving: “Nosotros somos quien somos y somos así por ese pasado que no deja nunca de perseguirnos.”.

            Conservemos aquel pasado que nos acompaña, porque junto a él formamos parte de la historia, aquella que es la de todos. No sin olvidar que  el territorio, el terreno ya sea tierra de labranza o campos para segar, forma parte del archivo de los pueblos y sus habitantes. Aquel que determina y marca con el duro trabajo las señas identitarias . Condicionando y forjando el carácter de los nuestros.














           






















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Capítulo 85. Coses y casos de cases. Casa Norte. Parte III.

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