Capítulo 73. Tabernas, bares, tascas y chigres. Parte II.




Fuente: Jovino García. A la derecha, Marcelo Robés y Antón El Civil, 
a la puerta de La Flor. Años sesenta del pasado siglo.




 Capítulo 73.

Tabernas, bares, tascas y chigres. 

Parte II.



La Flor.



" Por todo lo cual  levanto

Mi copa al sol de la noche

Y bebo el vino sagrado

Que hermana los corazones". 

Nicanor Parra.



Estamos ante el negocio que tuvo más continuidad a lo largo de la historia, en Antromero. Su evolución histórica está sujeta al estricto ámbito familiar. Los 117 años ininterrumpidos de actividad así lo avalan, formando parte inequívoca de la evolución de una saga, vinculada en la combinación de dos apellidos: Mori y García. Los registros documentales, así lo testimonian (1). 


El inicio de la aventura empresarial irá pareja a una denominación específica, Mori. Probablemente y con toda seguridad, los pioneros han formado parte del linaje del matrimonio compuesto  por Jesús Mori Menéndez y María González Artime. Jesús, de profesión contratista, vivía en la que sería casa de Constante Artime (vivienda adquirida por el emigrante Jesús Artime),  para posteriormente construir la que hoy es Casa Bolla. Ambas en el barrio de La Frontera. De aquella unión nacerían seis hijos: Manolo, Luz, María, Cristina, Bernarda y Suso.



Fuente: Mariluz Serrano. Jesús Mori, posando
en la recién edificada Casa Bolla.


Fuente: Mariluz Serrano. Fiesta de inauguración de 
Casa Bolla. Un auténtico lujo, en una época dominada
por todo tipo de estrecheces.


El comercio de La Flor, cuyo nombre original desconocemos, se inicia en 1902, cómo taberna. Para detallar sus orígenes os invitamos a viajar  a aquellos primeros años del pasado siglo y, así  tratar de despejar una incógnita, oscurecida y fijada en la  neblina generada por el transcurrir de los tiempos. En marzo de ese año, se da de alta en la Contribución Industrial y de Comercio de Gozón, Doña Virginia Mori y Viña, para el desarrollo  de una actividad descrita como "taberna fuera del casco", en Bocines-Antromero. Estimamos que el  concepto registrado cómo  "...fuera del casco", se debe al no desarrollarse en el ámbito  urbano  de Luanco. La inscripción se plasma con el número de orden 7, tarifa 1ª, Clase 13, y con el abono en la tesorería municipal de 14 pesetas y 76 céntimos.  Correspondiente el mismo  por los 9 meses restantes, desde el inicio de la solicitud de la actividad hasta el 31 de diciembre.



Fuente: Patricia Puente. En la imagen se resalta el asiento del alta
de Doña Virginia Mori y Viña, para poder desarrollar la actividad
de taberna.



Se da la coincidencia que en ese mismo año, se formaliza la compra de  los terrenos y viviendas de La Flor, por parte del matrimonio compuesto por  José Manuel García Barrosa y González  y Teresa Alonso Fernández (Teresa "La Mata") a Fermín de Argüelles, de Candás (Fermín el de "La Sierra"). Esta precisión, que pudiera parecer innecesaria, podría proporcionarnos alguna información de la explotación inicial de la taberna, por parte de Virginia y su posterior evolución en los futuros cambios de titularidades.

 
En el año 1911, otro Mori, en este caso Manuel Mori García, figura inscrito en  el registro del Padrón de Contribución Industrial y Comercio de Gozón, por  su actividad para "taberna fuera del casco", con una tasa de 22 pesetas y cuarentainueve céntimos. Curiosamente en ese mismo año, Virginia Mori Viña, (la anterior titular del negocio) abona un pago en concepto de contribución por la actividad de abacería (2), por importe de 28 pesetas y cuarenta y ocho céntimos. La vinculación del apellido Mori, sobrevuela toda la historia y nos hace pensar en un estrecho nexo de unión entre Jesús (contratista), Virginia (la pionera) y Antonio, que con toda probabilidad serían familia y un sujetos a un alquiler por el uso de aquellas propiedades, al matrimonio de José y Teresa La Mata.

Evitando cualquier elucubración y, con los datos expuestos, podemos  sacar una lógica deducción, y no es otra  que Virginia solicita la apertura de una taberna en el año 1902, nueve años después será Manuel quien la sustituye al frente de la misma.  Mientras ella, en ese mismo año (1911),  se hace cargo de la licencia y explotación  de una tienda de comestible o abacería. Todo ello, dentro del mismo local y presumiblemente, conformando el primer chigre-tienda de Antromero, al menos oficialmente. Negocio que se mantendrá en esa tónica hasta el año 1969, cuando Sergio y Jovita, titulares del negocio, pongan punto y final a la actividad del chigre, manteniendo el comercio de la abacería. 


Fuente: Patricia Puente. Registro del abono realizado por Virginia
Mori y Viña, por la actividad de abacería, en el año 1911.


Fuente: Patricia Puente. Pago registrado en el Padrón de actividades
del Ayuntamiento de Gozón , de Antonio Mori García, por la actividad
de taberna, en el año 1911.




En el año 1918, aun se tiene constancia de la actividad desarrollada por Manuel Mori, como "taberna fuera del casco",  tal se detalla en documento de alta  de la contribución industrial del Ayuntamiento de Gozón, facilitado por Patricia Puente. La misma, se prolongará al menos, hasta el año 1921.



Fuente: Patricia Puente. Copia de alta por actividad,
a nombre de Manuel Mori, con fecha de 1918.


Tras esta primera etapa, tomarán el relevo del negocio, el matrimonio compuesto por José Manuel García Barrosa y González y Teresa Alonso (La Mata), en la década de los veinte, tras el cese de Manuel Mori. Durante aquellos años, el negocio experimentará una ebullición sin precedentes. Al uso de chigre y tienda, se le sumará la actividad de salón de baile, que repercutirá en nuevos clientes.


Si en el anterior capítulo, nuestra declarante habitual Laudina Artime, recordaba con precisión envidiable, los caramelos a la venta en otra de las tiendas de entonces,  El Edén: "Había una barra de caramelo grande cómo un demonio que costaba una peseta y duraba toda la vida. Aburríeste de comer por ella, nunca se acababa". No se queda a la zaga con su memoria, Lucía Les Moranes, quien detalla viejos sabores de aquellos dulces infantiles: " En La Flor, había unos caramelos de barra, retorcidos, que parecíen hechos de azúcar requemao. Algunos teníen cómo sabor a canela. Taben tremendos. Comprábamolos cuando alguna fiesta. ¿Dónde taben les perres?".


Aquellas tiendas, eran lo más parecido a cualquier bazar actual. En ellas había de todo un poco, cosas que cubrían con cierta solvencia las necesidades más elementales de la gente: " Allí se vendía de todo un poco, algo de ropa, zapatilles, coses pa les muyeres, pero sobre todo comida. Al principio, mucho en granel y al peso. Después ya cambiaron las cosas y venían en formatos preparados y envasados en origen".

    

Fuente: Jovita González. De izquierda a derecha:
José Manuel, Teresa La Mata y su hijo Sergio 
García, quienes posan delante de La Flor. 
Fachada inconfundible, por la vistosidad de sus 
azulejos. (Años 40).


Si hay algo que ha trascendido al paso del tiempo y a los cambios de titularidad en este negocio, ha sido sin lugar a dudas su fachada. La vistosidad y características del recubrimiento de los azulejos vitrificados, junto con su singular cenefa, han sobrevivido hasta la última reciente remodelación integral del edificio.


Tal y cómo habíamos recordado, en el anterior capítulo, había una condición sine qua non en las entonces fachadas de este tipo de establecimiento. Esa exigencia, no era otra que las argollas fijadas para la sujeción de los animales de tracción a la misma, mientras sus dueños despachaban en su interior una proporción de bebida, acorde con su secaño.


Fuente: Mercedes Menéndez. Marina, posando delante de la fachada
de La Flor. Se aprecia la anilla de sujeción para los animales, mientras 
sus dueños aclaraban la garganta en el interior.




Fuente: Jovita González. Una pareja xuncida, con carga, delante de La Flor. 
Era un denominador común, la presencia de animales sujetos a la fachada de
aquellos bares.



Fuente: Mariluz Serrano. Bernarda, a la 
izquierda y Maruja Anxelín, junto con otras
personas, posan delante de La Flor.



Fuente: Mariluz Serrano. Marina El Tuertu (a la izquierda) y 
Bernarda Mori, posan en una de las ventanas superiores de
La Flor, destinadas a vivienda. (años 50).


Detrás de estos negocios, había gente sacrificada y muy trabajadora, conscientes de la necesidad de sacar adelante la transacción comercial con su esfuerzo. Ese perfil, tan común entre nuestros antepasados lo precisa José Manuel García, reflejado en las figuras de sus abuelos: "Mi güela era Teresa La Mata, de Candás, una gran trabajadora, aunque yo no la conocí, pues murió en el año 1953. Mi güelo, José Manuel, murió con 100 años, en 1961. Fueron ellos los que llevaron aquel negocio durante muchos años". La vida, ya de por si complicada, te suele guardar alguna sorpresa para sopesar la resistencia, ante el infortunio:   "Mis güelos vivían encima del bar y él  quedó impedido. A las doce de la noche, cuando su mujer, Teresa estaba atendiendo toda afanada en el bar a los clientes, él empezaba a pegar con el bastón en el suelo, que era de madera,  para protestar: " ¡Cierra ya el bar, échalos fuera ya!".


Jovino, convivió en su infancia con su abuelo, ya viudo, recordando con ternura y gracia alguno de los episodios cotidianos vividos: "Por la mañana bien temprano, tenía hambre y me llamaba desde su cama, pues no se podía mover, preguntando: "Jovinín, ¿desayunaste, no tienes fame?. Yo contestaba: No, güelo no desayune, a lo que me respondía: Y yo tampoco". El pragmatismo de José, envidiable.


os atrás, en pleno vigor físico del matrimonio, y aprovechando la sabia nueva que aportan sus cuatro vástagos varones: Benigno, José, Rafael y Sergio, retaran a la suerte, con un órdago ganador: un salón de baile.

    


El baile de "Tadeo".


Los salones de baile fueron durante mucho tiempo una referencia festiva, para la xente de antes. Lugar concurrido por aquellos quienes querían novedosas alternativas, frente a los exclusivos chigres y bares. Será en la década de los años veinte del pasado siglo, cuando José y Teresa La Mata se aventuran en la creación de un baile como un nuevo nicho de mercado, que complementaba definitivamente al resto de instalaciones familiares.   Esa nueva ampliación la detalla Jovino García: "El baile estaba donde vive ahora Leticia, la fía de Mariluz y Emilio y había que bajar unas escaleras para entrar en el salón. Era todo el edificio de casa, hasta que se vendió esa parte, años más tarde a Dolores".



Edificios que albergaron el complejo comercial de La Flor. Durante
algún tiempo funcionaron al unísono tienda, bar y baile. Este último,
se ubicaba en el edificio azul.


La música, la proporcionará un organillo y en alguna que otra ocasión será la presencia del gaitero y tamborilero, quienes amenicen el ambiente festivo. Estos sones clásicos, en aquellos tiempos, formaban una apuesta segura. Así lo certifica Amparo Julián: " Alguna vez tocaba en le baile Antonón (Antón d'Xabel). El llevaba la gaita y la xente a bailar".



Fuente: Laudina Artime. Antón d'Xabel toca
la gaita, junto a otro referente musical del 
pueblo, Marcelino La Salada.

La logística propia de aquella nueva instalación era cubierta por los miembros familiares, tal lo detalla José Manuel: " El organillo para poner música lo tocaba José,  el hijo de mis abuelos (José y Teresa) y padre de José Antonio Uría, dando la manivela. Era también el encargado de controlar el baile, de quien podía entrar y no". Manolo Llaranes certifica la anterior exposición: "José Teresa era el encargado de la pianola. Era el que daba la manivela, además era quien podía pasar o no al baile. La gente joven, siempre andaba discutiendo con él".


Aquella faceta de control en el acceso, le generaba cierta animadversión entre la gente más joven, verdaderos damnificados por la criba de la edad: " Lo llamaba la chavalería "Tadeo", sólo por fastidiarlo y le cantaban una canción muy popular de la época, que decía así: "Tadeo cuando va de viaje no necesita maleta, porque lleva el equipaje en una servilleta...". Después, él salía corriendo detrás de los guajes".



Fuente: Laudina Artime. José García, a la izquierda
portando San Pedrín, en una procesión. Años sesenta.


Una de aquellas personas que increpaba a José, era Amparo Julían (1916), quien no dudaba en abroncarle, junto con más jóvenes, cómo fruto de su frustración por impedir su acceso al baile. Así, su hija Laudina Artime, detalla aquellos momentos: "Mi madre, era ahijada de José, pero ni así la dejaba entrar porque no tenía edad , así que le cantaba la canción de Tadeo. Y José, le decía ya verás cuando vengas a buscar el ramo". 


Tiempos diferentes, sujetos a gustos impuestos por la escasez de alternativas para cubrir el ocio. Con la llegada de nuevas épocas y diferentes gustos, se pone punto y final al salón de baile, sin poder precisar fecha alguna. Aunque todos los indicios apuntan que se mantuvo abierto hasta la década de los cincuenta.

    


Dolores Artime.


El relevo generacional, recaerá en manos de Dolores Artime, mujer trabajadora e infatigable donde las haya. Su desconocimiento de los rudimentos de la aritmética, era compensada por un sentido innato infalible: " No sabía nada de números, pero todo lo tenía controlado. Ni engañaba, ni la engañaban, tenía un sistema de palitos para apuntar lo que se debía y aquello era más de fiar que cualquier cuenta matemática".


De instintos naturales muy desarrollados, no dudaba  el  aplicarlos con acierto, en los momentos cotidianos. En su haber resolutivo, hay múltiples anécdotas de la que rescataremos una muy significativa, vinculada al negocio que regentaba. La visita de los comerciales era una de las rutinas, ofreciendo las bondades de sus productos. Uno de aquellos "viajantes" de aspecto pulcro y aseado, que  ofertaban su mercancía  por todo tipo de mostradores, ganando la confianza de sus titulares, pasó a visitar a Dolores, ofreciendo un excelente café. En aquellos días, había unos gitanos acampados junto la ribera del río Pielgo, siendo el patriarca cliente de La Flor. A la vuelta del comercial, Dolores le invitó a que recogiera  su producto y, sorprendido le preguntó el motivo. La respuesta, no se hizo esperar: "No ye tan bueno como me dijiste. Lo llevaron los gitanos y me dijeron que estaba flojo. Y de otra cosa no, pero de perros, burros y  café, son los que más entienden".


Nuestro vecino, José Manuel García en los rescoldos de su memoria infantil, rescata la imagen de aquella mujer incansable: " Me acuerdo de ver a Dolores trabajando en el bar, pero era yo un chiquillo y  eran los últimos años que estuvo allí".


En un tiempo cómo el que se vivió en este país, con unos valores fijados a fuego en la educación recibida, nadie asumía más riesgos de la cuenta, salvo en el caso para tratar de tratar de sacar adelante a la familia, y eso fue lo que hizo nuestra vecina Dolores. Objetivo cumplido.


Fuente: Mariluz Serrano. Dolores, acompañada de António
Guardado (Salero) y Moncho La Piedra, en la
celebración de una boda.




La Flor de Sergio.



Tras dejar Dolores el bar, se adquiere el contenido por parte de Sergio García, tal y como lo precisa José Manuel: " Se le cogió el traspaso del negocio a Dolores, por el año 1962, más o menos. Mi padre hizo reforma y obra en el local. Tendría yo unos 12 o 13 años y abrió una nueva entrada y una barra que llamaba la atención. Años más tarde, preparó un hueco para colocar los premios que gané remando en piragüismo".



Fuente: José Antonio Serrano. Bar de La Flor. Tras la barra, Sergio y
su hijo, José Manuel. Como clientes, Fausto y Tino La Pielora.
"...preparó un hueco para colocar los premios..."



La dupla perfecta que constituía el matrimonio  de Sergio García y Jovita González, se traducía en clientela numerosa, reflejada en los fines de semana y época estival. Así, la organización  de aquellos domingos festivos tras la barra, exigía unos detalles con la clientela: "Íbamos todos los domingos a Candás en bicicleta, a buscar un saco de mejillones para el vermú". Declaración que amplía Jovino:  "A mi también me tocó, años más tarde, ir a Candás, a Casa Panín, a buscar mejillones y pescao. Mi madre, Jovita, cocinaba muy bien".



Fuente: Mariluz Serrano. Sergio y Jovita, en primer plano. A la derecha,
Maruja Jesús, Susi y Antón El Civil.



Las sesiones dominicales de vermú, han sido un referente respetado y cumplido a rajatabla por numerosos vecinos del pueblo, a lo largo de las últimas décadas. Los quehaceres diarios se posponían durante unas horas para disfrutar de los amigos, de la tertulia con un vaso en la mano. Un ejemplo de tantos que pudiéramos exponer, a través de estas líneas nos lo ofrece el testimonio de Mar Martino:  "Mis abuelos, Víctor El Civil y Pacita, fueron trabajadores inagotables, todo el día trabajando. Aunque  el vermú de los domingos se respetaba. Nada ni nadie, podía impedir que disfrutaran de él".



Fuente: José Antonio Serrano. Sergio García, 
escanciando un "culín".


Pese a todas las mejoras a las que se someten las remozadas instalaciones de este negocio mixto, hay ciertas gestiones sujetas al esfuerzo y trabayo eterno de los antepasados. En la actualidad, abrir el grifo de casa y que salga agua nos parece algo normal, sin importancia alguna. Hasta no hace mucho tiempo, ese gesto era impensable. La intendencia en domicilios y especialmente en los chigres, para cubrir la ausencia del líquido elemento, pasaba por el sacrificio físico y el empeño, tal lo recuerda José Manuel: " Había que ir con el carro y el burro a buscar el agua al río Pielgo, porque no había agua. En casa debió llegar a finales de los años 60. Se iba con un bidón y había que echarle por encima hojas de felecho, para que en el trayecto no bailara el agua y llegaras con la mitad del recipiente lleno".


El lugar seleccionado, para evitar subir la dura pendiente de la caleya del Molín:" Se iba a buscar al río, pero a La Frontera, ¿Quién tenía ganas de subir aquella cuesta, cargado de agua?". En otras ocasiones, ante la ausencia de animal de carga, se empleaba la tracción humana: "Algunas veces íbamos a buscar el agua con una vara colocada sobre los hombros, y un caldero lleno de agua a cada lado". Descripción esta, que nos recuerda a las típicas imágenes de los porteadores del sudeste asiático.


Fuente: Internet. "...con una vara colocada sobre 
los hombros..."


Jovino avanza la llegada de nuevos tiempos, rompiendo estereotipos sociales: " En la época del bar que yo conocí, coincidió con la llegada de los primeros turistas. Turistas de Gijón y Oviedo, sobre todo". De aquel movimiento de gente, que empezaba a despuntar en el pueblo, algunos se convirtieron en clientes habituales, casi fijos: " Lorenzo, el dueño del "Tritón" (3), en Gijón, y su mujer, María Luisa fueron algunos de nuestros clientes habituales". Reseñando su modus operandi habitual: " Iban siempre al Sombrao (pedreo), pero antes paraban en casa y encargaban la comida. A la hora ajustada, había que llevarles en una cesta la vianda". Precisando un cambio de hábitos, impuestos por el paso del tiempo: " Eso era al principio, después en los últimos años que vinieron ya se quedaban en casa. Comían en el bar y, tenían una especial predilección por los huevos de casa, con "puntilla", que les hacía mi madre, Jovita".


Fuente: El Comercio. María Luisa, mujer
de Lorenzo (Tritón), una de aquellas pioneras del
turismo interior de Antromero.


La proximidad de los vecinos de Candás, se hacía notar. Es cierto que la gente de la capital carreñense tienen un especial apego por este pueblo, demostrándolo en el día a día: " Los de Candás paraban mucho en el campo de San Pedro e iban a echar la partida a casa. Eran tiempos en los que se vendía la de dios: comida y sobre todo mucha bebida".


Fuente: Jovino García. A la derecha, Marcelo Robés y Antón El Civil, 
a la puerta de La Flor. Años sesenta del pasado siglo.


Fuente: Jovino García. Susi Serrano, posando
a la entrada de La Flor. La bebida americana por excelencia,
ya lucía su publicidad, haciéndose lugar entre los brebajes
autóctonos.


En todos los negocios, sin excepción, hay fechas señaladas en rojo en el calendario, días en los que está garantizada una buena presencia de gente.  El día del patrón del pueblo, San Pedro, era uno de ellos: " Había tanta gente en San Pedro por todos los lados, que se reforzaba con una cocinera que venía de Candás, María. ¡Cuántos bocadillos de carne asada se vendían ese día!".


José Manuel, recuerda uno de aquellos días, con el poso que da el tiempo pasado y la evocación de la imprudencia juvenil: " Veníamos de remar por las fiestas  de San Pedro, de una regata con Los Gorilas de Candás. A la vuelta, paramos en Cudillero, que también era fiesta, con la condición que marchábamos a una hora concreta. El caso, es que un compañero y yo, empezamos a bailar y a pasarlo bien y cuando nos quisimos dar cuenta, ya habían marchado. Así que al día siguiente, cuando llegué a casa a primera hora, estaba mi padre de un humor de perros. Aquel día, sin dormir, tuve que atender el bar, con una cantidad de gente tremenda. No se me olvidará nunca".



Fuente: Jovino García. El chigre o sacacorchos que 
estuvo instalado en  La Flor, junto con un saca-chapas.
 Años al servicio del cliente.


También, rescata de su memoria, algún episodio vinculado al bar y que llenó de satisfacción a su padre, Sergio: " Cuando estaba haciendo la mili en El Ferrol, con la Marina, tuvimos que ir a la que se llamaba Semana Naval, en Santander. En el regreso, veníamos en autobús, por las carreteras de la costa y pedí al comandante pasar por Antromero. Aparcamos delante de La Flor, todos vestidos de militares, para sorpresa de todo el mundo. Cuando mi padre vio en el bar aquel paisano , vestido de uniforme y con tantos galones, no daba crédito. Estaba cómo si le hubiera tocado la lotería, de contento que se puso. Finalizando con una sentencia inequívoca: " A él le prestó mucho y, a mi, más".



Fuente: Jovita González. Antigua foto, donde se aprecia 
los tres ciclistas subidos a una bicicleta y gente en el exterior
de La Flor. Probablemente, un día festivo, en la década de los
cuarenta.


El bar, a falta de otras alternativas era un perfecto complemento para cubrir el ocio, especialmente de la gente más joven, Jovino recuerda algunos de los juegos que hicieron las delicias de los clientes: " Se jugaba a la llave, que estaba delante del bar. Aquella llave la llevaría años más tarde Álvaro Artime para el camping". Bernarda Mori (1929), precisa esta información: " En La Flor, en el Naranxal, siempre se jugó a la llave. Venía mucha gente a jugar de Antromero y de afuera". Otro de los juegos habituales de los tertulianos, que hoy duerme el sueño de los justos, era "la rana" (4), tal lo precisa Jovino: " Se jugaba a la rana. Jugaba Pepe Medero, Falo Basilio,...yo era un rapacín y ellos tendrían 18 o 20 años. Sería a principios de los sesenta".



Fuente: Jovita González. Escanciando sidra, en el exterior de 
La Flor. La bebida autóctona versus las bebidas foriatas. Tras
los escanciadores, fijadas a la fachada, la publicidad de la Coca
Cola y el Kas. Contraste de gustos y estética.


Y sobre todo,  muchas partidas de cartas, donde los tertulianos habituales en días laborales eran los paisanos del pueblo: " Nunca faltaban las partidas y los vasos de vino. Eso era la rutina diaria".



La tienda.


La aventura hostelera de la familia, finalizará de forma programada entre 1969 y 1970. En cambio, la tienda de ultramarinos, continuará su actividad en las manos de Jovita González, hasta el año 1979. En ese año, el matrimonio constituido por su hijo, Jovino y María del Mar Lucio López, tomarán el relevo en la gestión de la misma, junto con el estanco.


Fuente: Comisión de Festejos de Antromero. Entrega del Turullo
de Bronce, 2019, a la familia García -Lucio. Jovino y Mari, posan en 
el centro de la imagen, junto a sus hijas Cristina y Marta y sus nietos.



Los nuevos gustos y exigencias de la clientela, van forzando la desaparición de aquellos populares chigres-tiendas, sin excepción. La evolución social y económica, hacen tomar decisiones sin vuelta atrás. Durante todos  estos años, se seguirán manteniendo las pautas sobre las que se formalizó este negocio centenario. 


Pautas vinculadas a la confianza y buenas relaciones entre tendero y cliente. La libreta de fiar, fue con toda seguridad, su manifestación más visible: " Se mantuvo la libreta de fiar, y algún pufo quedó sin pagar. Son los riesgos de los negocios. Pero, es cierto, que muy poca gente falló".


La competencia desleal y desequilibrada de las medianas y grandes superficies comerciales, van cercando poco a poco al futuro de las tiendas de pueblo. La evolución y la tiranía de unos nuevos tiempos disfrazados de progreso, van a iniciar un proceso de demolición imparable. El futuro, cobrará nuevas víctimas.

    


El estanco.


A finales de los años sesenta, con un negocio consolidado y una clientela fiel, casi toda residente en el pueblo, la figura de uno de aquellos comerciales que visitaba el establecimiento, aportará un plus al mismo. Así recuerda Jovino aquel momento: "El estanco que nos concedieron fue por mediación de un buen hombre, Argimiro. Un paisano que vendía embutido. Y cómo a mi madre y a mi padre, gestionó alguno más por Gozón". Algunas concesiones administrativas estaban sujetas a condiciones exclusivas y en otras ocasiones se adjudicaban por los contactos en altas esferas: " Aquel hombre, que era de Gijón, demostró que conocía a gente importante. Era el año 1968".



La tienda de Charo y José Antonio.


Tras veintiocho años de lucha tras el mostrador y, en el año 2007, Mari y Jovino entregan el relevo de la tienda a sus familiares, María del Rosario Menéndez Prendes y José Antonio Serrano García. Estos, mantienen la pauta centenaria heredada, traducida en un servicio personal y muy familiar. Son tiempos duros, salpicados por una crisis financiera global. Los negocios y, especialmente los pequeños, tienen un objetivo: sobrevivir al desasosiego económico.


Si hubiera que subrayar un denominador común, en todas las diferentes etapas de la tienda de La Flor, fue con toda seguridad el de las tertulias. Reuniones, casi siempre marcadas por el sesgo del genero femenino, donde se hablaba de toda la actualidad local y comarcal. Unos minutos de tertulia, donde se aparcaban brevemente los contratiempos cotidianos.


En diciembre de 2018, se pone punto y final a una aventura familiar de más de un siglo. Los tiempos cambian y muchos negocios cierran. Los sentimientos no tienen cabida, cuando prevalece el dinero.



Los últimos y genuinos representantes de La Flor. De izquierda
a derecha: José Manuel García, Jovino García y José Antonio 
Serrano García.



El último icono.


El último cartel que anunciaba este negocio y, que hoy custodia Jovino,  fue obra de Avelino Acuña, quien sobre una plancha pétrea  demostró sus dotes de artista. Plasmando  su habilidad en un recuerdo para la memoria colectiva.


El último cartel de "La Flor". Obra de Avelino Acuña.

    





(1). Todos  los datos correspondientes a las contribuciones y registros municipales manejados en este capítulo, correspondientes a las actividades de hostelería y vinculadas a ella han sido proporcionadas por Patricia Puente. Agradecemos desde estas líneas toda su colaboración y altruismo, para precisar los orígenes de nuestra hostelería más reciente.

(2). La abacería es un puesto venta al por menor de productos alimenticios. Lo que se podría denominar tienda de ultramarinos. 

(3). Lorenzo Díaz, fue fundador de la  gijonesa tienda de telas "Tritón", ubicada en la calle Menéndez Valdés,7. Inaugurada por Lorenzo (padre), se mantuvo abierta durante tres generaciones familiares. Fueron fieles a sus clientes desde 1940, hasta 2018. Tanto el padre, cómo su mujer y sus hijos, formaron parte de aquellos primeros turistas que visitaron y disfrutaron de los encantos de Antromero.  Siempre consideraron este lugar como su segunda tierra.

(4). Tanto "la llave", cómo "la rana", fueron juegos de precisión y puntería. En el primero, consistía en acertar desde una distancia acordada una ficha de hierro sobre unas aletas horizontales, sujetas a un eje de hierro. El que más acierta, gana. "La rana", era una reproducción metálica de este animal, con su boca abierta. El objetivo del juego era el introducir una ficha de hierro en aquel orificio.





    El Hórreo. 



"¿Hay algo, pregunto yo

más noble que una botella 

de vino conversado 

entre dos almas gemelas?.

Nicanor Parra.


Hablar de la familia Rionda, es hablar de iniciativas y negocios, muchos de ellos vinculados a la hostelería. Estamos recordando una vieja historia que supera ampliamente el siglo. Son estas crónicas las que apuntalan la vida y desarrollo de familias, lugares y   pueblos. 


Faustina Medina y herederos.


Los primeros registros oficiales de la actividad desarrollada por esta familia, se remiten a finales del siglo XIX. Será, entonces una mujer, Faustina Medina, quien iniciará la actividad, que con algún parón temporal, llegará hasta nuestros días. Según datos facilitados por Patricia Puente, en el padrón de actividades industriales desarrolladas en el concejo de Gozón, en el año 1891, se detalla el registro por parte de Faustina Medina y herederos. Tributa la cantidad de 15,16 pesetas al Tesoro y otras 2,43 al Ayuntamiento de Gozón, por "Taberna fuera del pueblo".



Fuente: Patricia Puente. Registro en el padrón de actividades del
concejo de Gozón, donde figura Faustina Medina, año 1891
.



Se mantendrá con rigurosa continuidad la presencia registral de Faustina, hasta al menos el año 1905, en los controles de actividad municipales. Respecto a el periodo 1905 hasta 1911, se ha  perdido su documentación , por lo que nos resulta imposible confirmar la actividad desarrollada por la vecina, en ese lapso de tiempo.


Fuente: Patricia Puente. Con el orden de registro n.50, figura la actividad
desarrollada por Faustina Medina y herederos, por actividad de "taberna
fuera del casco", en el año 1905.


En ese año, que corresponde a 1905, Faustina abona a las arcas municipales, por el desarrollo de su actividad chigrera, la cantidad de 22,17 pesetas. Once años atrás, había pagado la cantidad de 17, 59 pesetas, sufriendo un incremento en las tasas de 4,58 pesetas. ¡Que tiempos!.



Alfredo Menéndez, Rionda.


Todo apunta que uno de los hijos de Faustina Medina, va a continuar con la dinámica hostelera de su madre, Alfredo Menéndez Medina (1894). Es más que probable, que tomara el relevo allá por los años veinte, del siglo pasado.


Hombre por naturaleza inquieto, de quien detalla picos de su personalidad la hija,  María, Maruja Rionda"Me llamo María Menéndez, aunque todo el mundo me conoce por Maruja Rionda. Mi padre, Alfredo tenía un bar que hizo cerca de donde tenemos el restaurante. Aquel hombre trabajaba en la mina del Regueral, era de trabayar mucho, donde veía la forma de ganar perres, allí estaba él. En la mina había economato, que estaba en Llumeres y yo iba a buscar el suministro en carro y burro. Yo presumía de aquello, todo el mundo caminando y yo en burro, el no va a más". Aunque su inquietud no tenía frenos: " Iba con el carro y el burro hasta El Musel para comprar y después vender carbón. Vendió lechugues y todo lo de la huerta en la playa, en Candás y en Gijón, siempre con el carro y el burro". Gracias a su dinámica y de mi madre, Balbina se esquivaron las amenazas de tiempos muy duros: " En casa nunca hubo fame, sólo necesidad de coses". 



Fuente: Héctor. Balbina y Alfredo, de celebración en Luanco.


Su personalidad no pasaba desapercibida entre amigos y conocidos. Un día de los que bajaba andando del trabajo de la mina de El Regueral, enganchando y desenganchando los "calderinos", que transportaban aquel fruto arrancado a la tierra, pasó por delante de la casería de un amigo. Entró en la cuadra y llevó unos conejos. Los engordó y cuando gozaban del tamaño adecuado, los sacrificó para preparar un buen potaje con ellos. No sin antes invitar a su legítimo dueño, quién desconocedor de la procedencia de los roedores, expuso en voz alta: "Cómo estos tenía yo unos, pero robárenmelos de la cuadra, pero gracias a ti por lo menos puedo comer conejo". Genio y figura.


Alfredo Rionda, hizo el bar en terrenos familiares y junto a él, un reclamo para atraer clientes: una bolera. No faltaba gente para apagar la sed en su negocio, ni ganas por su parte de atender sus demandas. Aquel local, en vigor durante la segunda década del pasado siglo y  popularmente conocido como "Casa Rionda" o "El Chinito", no tenía cartel, ni rótulo que identificara el mismo. El marketing, no existía  y ni tan siquiera se le esperaba.



Fuente: María José Menéndez. DNI de Alfredo Menéndez, Rionda (1962).



El 20 de abril de 1926, el periódico Región,  hace una publicidad indirecta de su negocio, describiendo un accidente, con trágico desenlace: " A las seis de la tarde del pasado domingo (18 de abril), el automóvil número 3494, al pasar por Antromero, atropelló al salir del establecimiento de bebidad de Don Alfredo Rionda, al vecino de Candás, Ramón García Artime, casado y con dos hijos, no dándose cuenta de la presencia del auto, fue a cruzar la carretera con tan mala fortuna que este lo alcanzó, sin que pudiera evitar la desgracia". Los detalles no dejan lugar a dudas de que la desafortunada víctima estaba en el local de bebidas: " El desgraciado se encontraba en completo estado de embriaguez ...salió del establecimiento con los brazos abiertos y en dirección al automóvil". Los primeros auxilios se los dio el médico de Luanco de entonces, propietario del vehículo. 


Lugar donde estaba el establecimiento de bebidas y la bolera de 
Alfredo Menéndez; Rionda.


Aunque para llegar a esta situación histórica, de titularidades de terrenos y su posterior evolución al mundo de los chigres, debemos de reubicarnos en otros tiempos, en la mitad del siglo XIX, allá por el entorno de 1850, tal lo expone Maruja Rionda: "Siempre pensé que Rionda era un mote de la familia, pero no es así. Mi bisabuelo era Rionda, y era lo que ahora sería un ingeniero de puertos y canales que nació en Gijón, en la Pedrera. Trabajó en las obras de los puertos de Candás y Luanco y cuando iba y venía pa Luanco, pasaba por Antromero y allí conoció mi bisabuela y enamorose. Luego compró la casería y los terrenos donde vivimos y mi padre puso el bar y la bolera, años después".



Fuente: Esteban. La prole de los Rionda, con el patriarca Alfredo.
En la esquina superior derecha, los vecinos Ángeles y Jesús.



Llama cuando menos la atención el registro de la actividad desarrollada por la madre de Alfredo, "Faustina y herederos". Esta situación jurídica, se solventará cuando aquel contraiga matrimonio con Balbina, procedente esta de Piedeloro: " Balbina era hija única y vino con buena dote. Alfredo con aquel dinero liquidó a los herederos y puso todo a su nombre, con la excepción de un terreno en La Ería, que quedó para su mujer". El pragmatismo, una vez más, se exhibe con drásticas y efectivas decisiones, aunque puedan ser censuradas socialmente.


Las cotas temporales, determinan y precisan eras, épocas y tiempos. Las precisiones, siempre bienvenidas, no son imprescindibles aunque si aconsejables. ¿Hasta cuando duró aquel negocio de Alfredo?. Recurrimos ante la ausencia de datos fiables, a las declaraciones de Emilia Posada, quien precisaba en la relación de chigres del pueblo, en su juventud, a "Casa Rionda": " Alfredo, era quien llevaba el bar y tenía mucha gente. No se cuando cerraría, pero creo que fue cuando la guerra o unos años antes. Acuérdome de ver algún fio por allí, que eren unos rapacinos pequeños". Quedémonos con este testimonio, para al menos, acotar el fin de este negocio, precursor de otros.

Si el origen de la hostelería en la familia Rionda fue cosa de una mujer, Faustina Medina, su hijo Alfredo, no le quedará a la zaga. Será quien tome el relevo de aquella carrera de fondo, iniciada en el siglo XIX. Los esfuerzos de ambos, no serán baldíos y nuevamente, una mujer, nieta de la pionera, retomará setenta años después  el testigo.



El Hórreo. Casa María Menéndez, Maruja Rionda.


Aquella iniciativa no caería en saco roto, su hija María Menéndez (1930), más conocida como Maruja Rionda, continuaría con éxito la espicha abierta por su padre años después: "Sobre el año 1962, abrí el bar El Hórreo. Había una inquilina en aquel bajo y cuando marchó, aprovechamos pa hacer el bar. Tiramos tabiques y aproveché la cocina que había". Subrayando aquel inicio, lleno de dudas y dificultades económicas: " Se hizo lo que se pudo y con lo que teníamos, que era nada".


Fuente: María José Menéndez. De 
izquierda a derecha: Maruja y Argenta,
acompañadas de sus hijos.


Todos los comienzos son duros, llenos de sacrificios: " Íbamos al ocle y Eduardo, el mi home, a la mar, y sin perres había que sacar adelante el bar". En el año 1974, se produce un punto de inflexión, que marcará el devenir del bar, pese al disgusto inicial: " Hice obra en ese año (1974) y un camión enganchose con el horro de mi padre y tirolo. Menos mal que mi madre acababa de marchar de aquel sitio en ese momento. Perdimos todo el embutido que estaba dentro y más coses". Las cosas de palacio van despacio y las trabas administrativas son un claro ejemplo de ello: " Más de tres meses después, pudimos retirar los escombros del horro y ya fice el aparcamiento".


La vocación de Eduardo se va a ajustar, como anillo al dedo, al negocio : " A Eduardo sólo le gustaba la mar, compramos una lancha y fue el mismo quien fizo trueles, terrafines y nases. El primer día que les estrenó, vino cargao de quisquilles, centollos y andariques. Una cantidad tremenda. De mano, no sabíamos que facer con todo aquello". Lo que no es apreciado por unos, es deseado por otros: " Un día vino un tío mío, Silvino,  de Casa Lin, en Avilés y vio todo aquello y quedó asustao. Dizme que ¿Cómo tienes toda esta quisquilla ahí tirada?. Y me la compró".


Tras esa ayuda inicial, se abre unas nuevas expectativas: " Llevábamos el marisco  hasta la estación del Carreño, en Candás. Ya en Avilés, Casa Lin , estaba pegao ". Aunque, siempre ajustada aquella transacción comercial a unas condiciones leoninas: " Sólo queríen el marisco seleccionao, el tamaño grande".



Fuente: Esteban. Eduardo, Maruja y su
primogénito.

Siendo este un punto de inflexión, en la posterior evolución de lo que sería finalmente el Restaurante El Hórreo: " Entonces empecé a preparar comida con lo que traía Eduardo de la mar. Facía unas patatines con pulpo, que teníen un éxito tremendo entre la gente. Aquel plato tenía pulpo, centollo, andariques, de todo... menos patates".


El sacrificio y el trabajo era el camino y ruta a seguir: " Eduardo a la mar, traía pescao y oricios de Oviñana. Yo vendía todo lo que podía: chorizos, huevos, todo lo del gocho,...y más tarde ya empecé a poner mejillones y chipirones...No había perres y se vendía lo que teníamos". Aunque siempre se tenía en cuenta el factor crematístico y económico a la hora de elaborar los pucheros: " Yo quería más preparar lo que se pescaba, que no comprarlo. Con lo que traía preparaba calderetes y pudiendo ser coses de casa".



Fuente: Héctor. María Menéndez, Maruja Rionda.


No hay mejor publicidad que la que hace un cliente agradecido: " Los jugadores del Candás, después de entrenar bajaben por el camín del Sevillano a comer un choricín. Por aquí empezaba a pasar mucha gente de Candás y Luanco, pero sobre todo de Candás. Empecé a preparar meriendas, bautizos, comides...que se yo,...había gente obrera y gente con muches perres. Y la gente de Luanco cuando cerraba la discoteca Tano's, dejábense caer por aquí. Algunes parejes cortejaron más en mi casa , que en discoteca".


El instinto natural, para atraer al nuevo cliente más exigente, provoca nuevas inversiones: " Con el paso del tiempo compré una cafetera express, que no había en el pueblo. La pagué a plazos y cómo pude les treinta mil pesetes que costó. También un tocadiscos pa la juventud y una guitarra. Con aquello cantó medio pueblo".



Fuente: Fran Posada. Carroza para las fiestas de San Pedro, principios
de los años 80. Aparcada delante de la entrada del Hórreo. Se puede
apreciar, con meridiana claridad, el mítico cartel anunciador del local.
En este caso, de la cerveza "El Águila Negra".


Uno de los éxitos en aquella captación de clientela estaba en la familiaridad de la titular del negocio: "Yo no era de hacer muches cuentes, así que muches veces eren los clientes les que les hacíen: "Marujina, debémoste tantes perres". Cuantos cantares y cuanta fiesta hubo en esta casa, Fabian el de Condres, Matías El Chato, José El Canario...¡Qué se yo!. ¿Cuál fue el secreto?, el estar mejor que en casa y... el trabayo, mucho trabayo".


Sin olvidar en ningún caso que el cliente es la piedra angular de este negocio: " Tengo mucho que agradecer a los que me ayudaron pa sacar esto p'delante, cuando más lo necesitaba, cuando no había un duro. Y sobre todo a la gente de Candás, gente que nunca me dio la espalda". Aunque siente un especial reconocimiento y  agradecimiento por un hombre fiel, desde el inicio del negocio, hasta la actualidad: " Siempre estaré eternamente agradecida a Muñiz, un paisano que sigue parando por casa. Organizó muchas comidas, de gente con muches perres y sin tanto dinero. Él fue el que siempre nos ayudó".


El apoyo al deporte local, fue uno de los santos y seña de este emblemático local: " Al mi home y los fios, siempre les gustó el fútbol. Y cuando les coses empezaben a estar mejor, se hizo un equipo de fútbol. Comprose les camisetes y toda la ropa y traíenles a casa, pa que yo lo lavara y secara". El patrocinio, en lo que respecta a los equipos de futbol-playa de Antromero, fue algo común y de lo que podemos dar fe, en estas líneas.



Patrocinio del Restaurante El Horreo, en el campeonato
de fútbol playa de invierno de Candás. (Años 80).


La estirpe familiar  inducida por  ese veneno invisible,  que se introduce silenciosamente en las venas generado por el olor a sidra, a comida recién preparada, continúa con el legado iniciado por Maruja y Eduardo.



El Hórreo. Casa Richard.


El negocio, con la ampliación de sus instalaciones del año 1974, comienza un crecimiento exponencial. El complemento de la nueva savia, en manos del hijo de  Maruja, Richard y la experiencia y buen hacer de aquella, obran el milagro del éxito.


Son los años ochenta, duros y reivindicativos. Época de reconversiones industriales, sociales y personales. No es el mejor escaparate para iniciar apuestas arriesgadas: "Los cobardes son los que quedan en casa". El negocio familiar, apuesta abiertamente por los productos derivados de la mar. Pexes y mariscos su enseña.  Para disfrutar del placer de sus fogones, ya es necesario la reserva. Tiempos de crisis para unos y éxito para otros. Richard y Milita (su mujer), aportan frescura  y nuevos riesgos y, el cliente agradecido, repite.



Fuente: Conchita Serrano. Richard, tras la barra, conversa con nuestro 
vecino José El Canario. El local, aun sin formalizar su ultima reforma.


La genética familiar, trasluce y una tía del titular, Argenta, aprovechará la llegada de tanta gente, para vender productos gastronómicos de su buen hacer, les marañueles. Frente a la entrada, colocará su pequeño stand, donde ofertará las docenas de sus deliciosos postres, con un éxito garantizado. El espíritu comercial de los Rionda, una vez más, sale a relucir.



Fuente: Esteban. Argenta, sostiene en sus manos, a Lucía. Vendiendo
marañuelas, en su puesto, frente a la entrada del Restaurante El Hórreo.

De aquella etapa, nos recuerda su nieto Esteban, sus vivencias: "Les marañueles de mi güela, Argenta eran únicas. Tengo la imagen de verla amasar en la cocina de afuera de cas, y luego darles las formas encima de las latas de aceite de oliva , abiertas en forma de bandeja, de Carbonell. Luego era mi güelo,  "El Cubano", el encargado del transporte de las latas hasta el Horno de Luanco, donde José, desde bien temprano cocía y cocía cientos de ellas. Daba gusto subirse en aquel Ford Orión, con todas aquellas marañuelas recién cocidas".


Los años pasan, el negocio sufre trasformaciones físicas muy visibles y los pequeños crecen. Su hijo, Héctor, da continuidad a la saga. Forjado este, en los conocimientos heredados y con el inestimable apoyo de su madre, sigue bregando en el  difícil y  duro mundo de la hostelería, multiplicado aun más si cabe, por la ausencia de Richard.



Richard. Genio y figura.





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Capítulo 85. Coses y casos de cases. Casa Norte. Parte III.

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