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Fuente: José Antonio Serrano. El bar de La Flor (1968). |
Capítulo 72.
Tabernas, bares, tascas y chigres.
Parte I.
Pero, ¿Qué ye un chigre?.
"La historia ¿habrá acabado?
¿será el fin de su paso vagabundo?
Mario Benedetti.
Parece inútil esta pregunta y probablemente así sea. La sociedad siempre ha sido condescendiente con el consumo, incluso desmedido, del alcohol y de los locales que lo dispensaban. Una de las mayores sorpresas para el visitante extranjero, es comprobar el gran número de bares y chigres instalados, en proporción con la población existente. No preguntes a un joven menor de treinta años por lo que es una "mullida", un "cornal" o "un tresmallo", que salvo honrosas excepciones, tendrás el silencio como respuesta, en cambio, inquiere por un bar o un chigre y te trasladarán un dictamen equiparable con el mejor informe pericial posible.
Centrémonos en el origen de la palabra "chigre". ¿Por qué ese nombre?. Detengámonos en el oráculo de la sabiduría, dispuesta en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, que da como única acepción, la siguiente: " Tienda donde se vende sidra u otras bebidas al por menor". Estimamos que si no errónea, si queda corta la definición. Más genérica es la opinión del novelista Luciano Castañón, quien entendía que se trataba de un americanismo, introducido en el siglo XIX, con el que se asignaba a cualquier lugar donde se vendiera sidra.
El erudito tinetense, Jesús Evaristo Casariego, hurga en sus posibles orígenes en la villa marinera de Gijón y, concretamente en sus muelles. En la actividad estibadora se usaban una poleas llamadas "chigres" y uno de aquellos marineros tuvo, según Casariego, la genial idea de usarlo para descorchar una botella del zumo de manzana fermentado. En cambio, el filólogo y reconocido gastrónomo Eduardo Méndez Riestra , en su espectacular obra "Diccionario de Cocina y Gastronomía de Asturias", amplía con tino, el concepto de "chigre": "Es el local y también el artefacto o palanca, antes de bronce y ahora de hierro fundido o acero, que existe tradicionalmente en las sidrerías para descorchar los cascos".
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Fuente: Sidra Peñón. Sacacorchos o chigre. |
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El benedictino Padre Feijoo, defensor de erradicar la venta de vinos y alcoholes de manera más drástica, eliminado las viñas. |
(1). La pipa es una medida de capacidad para líquidos. Esta medida varía según la zona geográfica entre los 400 y 500 litros.
El interior de los chigres.
"El bar es para mí un lugar de meditación y recogimiento,
sin el cual la vida es inconcebible".
Luis Buñuel.
Los chigres, han sido el punto neurálgico de la convivencia social en cualquier pueblo, lugar o aldea de Asturias. Sanctasanctórum, lugar sagrado del aldeano y sus cuitas, para dilucidar cualquier actividad local, municipal y llegado el caso nacional. Mentidero habitual para todo tipo de actuaciones vecinales, criticables o no (eso es lo de menos) y lugar especial para dar voces, cantar, jugar a la brisca, al tute, al dominó y lo que se pusiera por delante. Sobre todo, y por encima de cualquier circunstancia, establecimiento para beber, vino y sidra. No hacía falta más bebida con esta dupla, al chigrero se le podía perdonar la ausencia de cualquier otro tipo de caldo o brebaje. Aunque en gustos y colores no hay discusión posible: "Yo soy más de galipote (vino), que de sidra. La sidra descomponme el cuerpo".
Para mantener la bebida fresca, que no fría, ante la ausencia de neveras, se recurría a la "bodega". Almacén estratégicamente situado en la planta baja del local, donde se conseguía una temperatura adecuada que pudiera satisfacer el poco exigente paladar del cliente.
Un único retrete, sin distinción de sexos y normalmente y con la llegada del agua a los domicilios, a finales de los sesenta, un lavabo en el exterior del mismo. Esta era toda la intendencia "sanitaria" que lucían estos lugares.
El suelo de hormigón o cemento, fue sustituido por baldosa o cerámica con dibujos geométricos que duraba toda la vida. Con independencia de aquel, siempre la presencia de serrín "sembrado", que facilitaba en sumo grado la posterior limpieza, especialmente en el caso de que se dispensase sidra y su inevitable escanciado.
El mobiliario funcional y práctico. Una barra, normalmente de obra, revestida al gusto del propietario, resaltaba respecto al resto de los enseres y, tras ella, estanterías donde ordenar alguna que otra botella de mayor graduación alcohólica y más valiosa, preferentemente anís y coñac: " Sólo había anís, coñá y cómo mucho una botella o dos de ginebra. Entonces, ¿Quién tenía whisky o ron?, ¿Pa quién?". Los domingos y festivos por la tarde, eran la excusa perfecta para disfrutar de una copa de "sol y sombra" (mezcla a gusto del usuario de anís y coñac) y una faria. El objetivo era adormecer la rutina, insuflar alegría artificiosa, donde prevalecían hábitos cotidianos y domésticos.
Las mesas y sillas de madera, sin ninguna concesión a un extremo acomodo y llegado el caso, unos bancos corridos pegados a la pared. Los años irán sustituyendo aquel amueblamiento por otro de fornica, mucho más fácil de limpiar, pero de dudoso gusto estético. Las banquetas y tayuelas (2), reemplazadas finalmente por sillas con respaldo, cómo culmen a una comodidad hasta entonces añorada y no existente.
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El mobiliario del bar Casa Montoto, en Oviedo, mantiene el mismo aspecto de aquellos chigres de antaño. |
No debemos olvidar que hay una exigencia inexcusable, para que un chigre, sea realmente un chigre con independencia del edificio, local y su contenido, y no es otra que el dueño tenga carisma. La personalidad del titular va a marcar el éxito y el futuro del establecimiento de bebidas. Nadie le va a exigir comportamientos exquisitos, tan sólo el sentirse cómodo en su local: " Cuando dibes p'al chigre, si tabes agusto, costábate d'ir p'casa". El chigrero no es ningún nigromante hipnotizador, pero cuenta con un factor que siempre va a decantar la balanza a su favor: el conocimiento y gustos de su clientela. Un psicólogo en toda regla, pero sin título que avalara su actuación.
(2). La tayuela es un asiento diseñado para una sola persona, confeccionada con tres patas y normalmente con un agujero en el medio para facilitar su movilidad, metiendo un dedo por el mismo. Suelen ser pequeñas y bajas, muy adecuadas para la ayuda en determinados trabajos, tal fue el del ordeño.
Los chigres de antes.
"Le dijo el mosquito a la rana:
más vale morir en el vino
que vivir en el agua".
Popular.
Estamos instalados en una sociedad muy diferente a la de los antepasados. Nuestras costumbres se modifican sin darles tiempo a envejecer, pues lo que ayer fue referencia, hoy esta anquilosado, oxidado por la premura con la que abandonamos las cosas, sin darles ninguna importancia. La realidad social actual, exigente y aniquiladora, reclama en forma continua cambios y adaptaciones. Surge pues la inevitable comparación con la vida de nuestros padres y abuelos. ¿Somos más felices por ello?, ¿Compensan las comodidades, frente a estas nuevas formas de dictadura social y económica?.
Nuestros antecesores vivieron, sufrieron, disfrutaron y experimentaron con pausa sus vidas. Nada que ver con lo de hoy. Fueron generaciones que evolucionaron sometidos a demasiados poderes, siglos y siglos de vidas dominadas y sumisión, sin más expectativas que sobrevivir al día a día, pero siempre con la calma campesina, para lo bueno y lo malo. No había futuro, ni tan siquiera se le esperaba. Los tiempos han cambiado y las formas también, estamos dominados por procedimientos sagaces y hábiles, pero no por menos visibles, más eficaces.
Los bares en toda su extensión fueron el lugar de culto masculino, refugio obligado de paisanos y muy poques muyeres. Salvo honrosas excepciones, tal fue el caso de Josefa Llantada, pudieron acceder a los templos del dios Baco, y sus indulgencias pagadas en forma líquida, entiéndase vino peleón o sidra. La alternativa a otras bebidas, cervezas y refrescos fueron lentamente incorporándose, rompiendo el binomio monopolizador.
Los hábitos de consumo se modifican cómo lo hace la misma vida y, lo que hoy resulta absolutamente normal, hace sesenta o setenta años podría convertirse en un pequeño escándalo y habladuría de todo el pueblo: ¿Os podéis imaginar en aquel tiempo, a un parroquiano pedir al chigrero una botella de agua?. La sorpresa y respuesta recibida, sería de las que no se olvidan en mucho tiempo.
En esos momentos de asueto, nunca faltaron discusiones irracionales provocadas por la euforia etílica; partidas de cartas interminables plenas de voces y reproches al compañero de juego, rodeados los jugadores de testigos alrededor de la mesa de juego, quienes no dudaban en criticar la actuación de algunos de aquellos tahúres, pero con la ventaja de saber las cartas de todos; el inconfundible ruido de mezclar las fichas de dominó y, su posterior golpeteo sobre el tablero de la mesa cómo condición inevitable del juego; las actualizaciones de la vida social del pueblo y todo tipo de críticas comedidas o no, dependiendo del estatus social de la víctima.
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Fuente: Juan Tallón. Echando la partida en un bar, años 50. Los jugadores rodeados de "mirones", jueces y críticos. |
El chigre era la quintaesencia del ocio, del pasatiempo que inevitablemente se condicionó con la presencia de un nuevo "santo", en el altar dispuesto para ello. En una tarima elevada, se instalará la televisión (3), quien fue silenciando algunas de aquellas actividades y tertulias, salvo la obligada partida. La programación de determinados eventos televisivos, convertía aquel maremágnum generado por los tertulianos en una atención sin precedentes a la caja tonta. Partidos de fútbol, el "parte", corridas de toros y sobre todo las películas de acción, casi siempre ambientadas en disputas de indios y vaqueros, hipnotizaban a los ruidosos parroquianos presentes. En cambio, lo que siempre se mantuvo fueron los comentarios, acertados o no, de las imágenes emitidas, pues ese comportamiento forma parte ineludible de aquel ambiente masculino y masculinizante.
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Fuente: José Antonio Serrano. El bar de La Flor (1968). La televisión en su altar. Lugar visible desde cualquier lugar del local. |
Estos establecimientos eran, en definitiva, un parlamento de la época y cuyos oradores podían ser un potencial peligroso, conducida su lengua por el descontrol propio de la ingesta de la bebida espirituosa. Un lugar donde todo el mundo se conocía por el nombre y la presencia de un desconocido alertaba los sentidos de los tertulianos habituales. La llegada de un forastero, agudizaba la atención de los presentes, que no se sofocaba hasta conocer la filiación de aquella nueva incorporación al local.
El nombre del chigre, no era especialmente importante, al fin y al cabo y dada la familiaridad existente era normalmente sustituido por el nombre de su titular y precedido de la palabra "casa": Casa Sierra, Casa Gloria, Casa Urbano, Casa Calo, Casa Maruja Rionda, Casa Richar...
Estos locales han sido guardianes durante un tiempo imposible de definir, de una cultura popular, sujeta a costumbres y comportamientos. En ellos, se han organizado un sinfín de actividades vinculadas al desarrollo social: sestaferias, ayudas a vecinos caídos en desgracia, juegos y competiciones (tal comprobaremos más adelante).
Nadie puede poner en duda, que durante muchos años fue el recurso práctico perfecto de los varones para evadirse de los problemas cotidianos, de una realidad que apesadumbraba o de un hogar poco acogedor. En todos los chigres había un denominador común: "el echar la partida". Naipes o dominó, eran las alternativas habituales de estos sucedáneos de tahúres. Tal y como expusimos, acompañado el juego de una masa sinfónica traducida en voces, discusiones y el análisis de las jugadas de los mirones. Tal era era el paisaje habitual y cotidiano.
En otros locales se sumaba el atractivo reclamo del baile. Los domingos por la tarde, se habilitaba la zona destinada para la verbena, con el inevitable acompañamiento del organillo, gramola y/o en su ausencia, la inestimable gaita y tambor.
El paso de las horas y los efectos derivados del consumo alcohólico no se hacían esperar, generando el canto espontaneo, iniciado a una sola voz y sumándose varias para finalmente formalizar una masa coral, animadas estás gargantas por el ambiente desatado. También se ocasionaban momentos incómodos, provocadas por el descontrol de alguna lengua: " En el chigre, teníamos algún problema con un vecín que cuando chumaba más de la cuenta, no tenía más afición que gritar: " ¡Viva la República!", sin venir a cuento. Así que tábamos todos pendientes de él, pa tapa-i la boca. El caso ye que cuando taba normal, nunca hablaba de política, ni nada de eso".
La presencia de la pareja de la Guardia Civil, era una constante en aquellos chigres de entonces. Acompañados de sus pesadas capas de lana, tricornio y mosquetones mauser. Santos y señas inconfundibles de aquel binomio que representaba el orden, cumplimiento de la ley y las ordenanzas municipales. El respeto a la hora de cierre, uno de los caballos de batalla, para los titulares del negocio.
Otro de las propuestas de estos locales, pasaba por la lectura del periódico. Durante mucho tiempo, limitada esta costumbre a las personas mas doctas en el manejo de las letras y sus combinaciones, dado el alto grado de analfabetismo potencial que asolaba a la población. Era habitual la lectura en voz alta del más ducho en esa materia para informar a la concurrencia, siendo uno de los más prolijos en esta actividad, Heliodoro El Maestro Viejo. Hombre que no sólo leía el texto informativo, sino que aclaraba y detallaba cualquier duda que pudiera acontecer de su recitación.
¡Y el olor!, aquellos locales tenían un olor especial mezcla de tabaco, bebida fermentada y serrín humedecido, junto con el aroma característico que desprendía el retrete, antes de la llegada del agua corriente a estos locales y domicilios. Olores que impregnaban no solo el ambiente y la ropa, también el espíritu.
Estos establecimientos, para bien y para mal, han formado parte de nuestra intrahistoria y rutina diaria, donde lo realmente importante era el contacto vecinal, tomar una pinta de vino, cantar las veinte o las cuarenta encima de la mesa (tute), jugar a la brisca, discutir de todo lo discutible y cuando el cuerpo lo pedía, entonar canciones emulando sin rubor alguno al Presi o a Juanín de Mieres.
(3). Las primeras televisiones instaladas en Antromero fue en domicilios particulares, tal lo recuerda José Antonio García Uría (1928): " La primera televisión que hubo en el pueblo fue la de casa mi güela, después ya llegaron poco a poco más. Sería a mediados de los años sesenta, sobre 1965 o 66 y se veía muy mal la pantalla, llena de rayes y con mucho granizo".
Chigre-tienda. Bar-tienda.
" Cuando la pena cae sobre mí,
el mundo deja ya de existir
miro hacia atrás
y busco entre mis recuerdos".
Luz Casal.
La dinámica del comercio rural estaba condicionada por la presencia de los bares-tienda. Aunque tal vez debiéramos utilizar la denominación chigres-tienda. por la tardía introducción del término "bar" en nuestro vocabulario.
La condición necesaria y racional, para su instalación, pasaba por la ubicación en un lugar con suficiente población o sitios de tránsito, que compensara aquella inversión.
El bar, palabra que parece ser que nos lleva acompañando desde siempre, procede de la voz latina "barra", usada desde el siglo XIII en países cómo Italia para definir una barrera que separaba a la gente durante los juicios. En Francia se pronunciaba "barre" y, finalmente los normandos en Inglaterra la evolucionaron a la definitiva forma de "bar".
A nosotros llegaría, con el retardo acostumbrado de las cosas importantes, a finales del siglo XIX, sustituyendo paulatinamente a otros términos cómo taberna o chigre. Citaremos como curiosidad que una de las entidades que mayor llama la atención a los visitantes extranjeros, especialmente nórdicos, es la gran presencia de bares en todos los núcleos de población. La estadística al respecto desplegada en el año 2018, no deja lugar a dudas, uno por cada 136 habitantes.
Datos, que en cualquier caso no debiera sorprender a los antromerinos, pues en la época álgida de estos establecimientos, entiéndase finales de los años ochenta del pasado siglo, había siete de estos locales funcionando (algunos vinculados a la temporalidad del verano). Representando entonces, el empleo de casi un 10% de la población activa.
Las tiendas mixtas vivieron su esplendor desde el inicio del siglo, hasta los años sesenta y siempre que trataban de adaptar, dentro de lo posible, a las demandas vecinales. Se podía adquirir productos alimenticios, zapatillas, lencería, pequeños útiles domésticos, golosinas, sardines salones y una larga lista de productos inimaginables. Lugares de encuentro, donde las féminas y varones departían novedades y chismorreos. Sede de anuncios oficiales, avisos y notificaciones de todo tipo y local de múltiples usos, tal fue la recogida y entrega de cartas o finalmente la presencia de teléfono público, con sus llamadas emitidas, en tarifa regulada por la contabilidad de los "pasos" (4).
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Fuente: Yerbatu. Un chigre-tienda, con su clientela a principios del siglo pasado. |
Fueron en tiempos muy duros, lugares donde se desplegó una sociabilidad e identidad comunitaria, difícilmente adaptable a las formas y vida actual. Marcaron una época que la aparición, en una relativa proximidad, de pequeños supermercados fue matando poco poco. Actualmente, los existentes forman parte de los últimos rescoldos de una historia abandonada. Los supervivientes, son reliquia y casi una obligada visita turística.
(4). Las tarifas de las llamadas telefónicas se hacía a través de una pequeña máquina llamada Teletax. Se avisaba al dueño del bar que pusiera aquel contador de pasos a cero y dependiendo del horario había dos tarifas. En las llamadas provinciales, de 8,00 a 20,00 horas se aplicaba la tarifa normal que equivalía a tres minutos cada paso, y a partir de esa hora había tarifa reducida, cuatro minutos cada paso.
La libreta de fiao.
"La base de una relación es la confianza.
Si rompes la confianza, te queda la fianza".
Farid Dieck.
La base de la relación comercial en las tiendas de pueblo estaba apoyada en en la confianza. La prueba más palpable de la misma, era la llamada "libreta de fiao". Se convirtió en el antecedente de la actual "tarjeta de crédito", pero en este caso registrada sobre papel. Una libreta guardada por el tendero/a para anotar todos los productos que se fiaban al cliente. Se detallaba el producto, precio, fecha y el total de la mercancía a pagar.
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Fuente: Internet. Libreta de fiao, de principios de siglo, en la región de Córdoba (Argentina). Este formato de crédito, traspasó fronteras. |
El comprador cumplía con su trato en el momento de cobro de su salario, liquidando y cancelando la deuda contraída en la tienda. Esta forma de pago, hoy está prácticamente desaparecida, por evidente riesgo de impago: " Antes la gente era más formal. Se fiaba y se cumplía pagando. Había de todo y, también ye verdá que algún pufo hubo fiando a la gente. Aunque no me puedo quejar".
La libreta de fiao fue una ayuda fundamental para muchas familias en tiempos de estrecheces y necesidad. La buena voluntad de las partes, especialmente del que exponía más riesgo (tendero), fue la que mantuvo en vigor esta relación comercial, impensable en la actualidad.
Aquelles monedes de antes.
"Cómo era yo de niño, niña.
¡Aquella mi mente inquieta,
llena de imaginación,
de fantasías repleta.
encharcada de ilusión,
soñando con la peseta!".
Donaciano Bueno.
Una vez perdida la capacidad de permuta e intercambio entre las relaciones comerciales, primaron las monedas. Esos objetos de deseo, que nos hacía sentir más seguros, sintiendo su pequeño peso en nuestros bolsos y bolsillos. Absolutamente necesarias para el desempeño que cómo cliente se hacía en aquellos chigres-tiendas.
Entre todas aquellas monedas, en el siglo pasado dominaron las pesetas, objeto de culto y actuales añoranzas ante el todo poderoso euro. Y con esta referencia monetaria, sobrevivieron otras dispares y curiosas, algunas de las cuales con un valor inferior a aquella "rubia". Piezas todas ellas, que forman parte de nuestra historia reciente y deseo de coleccionistas.
Podemos rescatar de la memoria, por su uso a alguna de ellas, que por mérito propio son y han sido las monedas de una infancia y de la juventud ya abandonada:
-La perrona: su valor diez céntimos y estaba fabricada de aluminio. En una de sus caras el escudo nacional y en la otra el símbolo de hombría y raza, representado en un jinete portando una lanza. Ante la inalcanzable peseta, era el acompañante en los bolsillos de los más chicos y jóvenes, durante una economía apoyada en la miseria y el subdesarrollo. Pequeñas compras, pagadas con una moneda que dada la nula dureza del material con la que estaba construida, enseguida se desgastaba.
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Fuente: Internet. La perrona. |
- La perrina : su valor se reducía a cinco céntimos de peseta, manteniendo las mismas características que la anterior, pero con la diferencia del tamaño y el grabado de su valor facial.
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Fuente: Internet. La perrina. |
La historia de estas monedas se inicia en el año 1869, con la huida a Francia de la reina Isabel II, tatarabuela del actual rey, Felipe VI. El nuevo gobierno toma la decisión de acuñar nuevas monedas, ya sin la imagen de la exiliada y encargando para las de 5 y 10 céntimos un diseño rompedor, en la que en una de sus caras se representaba un león, sosteniendo con una de sus patas el escudo de España. El resultado, no fue el esperado y aquel animal más se parecía a un perro doméstico que la fiera salvaje y temida del rey de la selva. La ironía popular no se hizo esperar y, en Asturias se les asignó un nombre que llegó hasta nuestros días, "perrina" a la de menos valor y "perrona" a la de 10 céntimos.
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Fuente: Internet. Monedas que dieron origen a las expresiones perrona y perrina. Las primeras se acuñaron en 1869. |
Expresiones vinculadas a las mismas, aun forman parte de nuestras conversaciones: "No tengo una perra".
- La peseta. Fue la moneda que estuvo en curso legal en España y sus colonias desde el 19 de octubre de 1868, hasta el 18 de febrero de 2002. Moneda icónica, que sufrió varias transformaciones en su aspecto, e incluso tuvo su versión de papel. Aunque en nuestra memoria siempre la vincularemos a "la rubia", nombre asignado por el color derivado de la aleación de latón con la que estaba confeccionada, tras la guerra civil (4).
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"La rubia" franquista. |
Para contextualizar en su justa medida el valor de esta moneda en el mercado, expondremos algunos datos reveladores. La Comisaría General de Abastecimientos de Madrid, en el año 1940, fijó los precios para los productos de consumo, así un kg. de lentejas costaba 1,40 pesetas, un kg. de arroz 1,80 o ese peso en patatas se traducía en dos reales (0.50 pts.). Claro está, si tenías la suerte de encontrar algún alimento en el mercado y sin recurrir al estraperlo.
Traducido a los valores de los más pequeños de las casas, una barra de regaliz costaba una "perrina" (5 céntimos) y con tres "perronas" comprabas una bolsa de caramelos, de avellanas o de "galletines". Luis Servando, traslada el valor de las mismas, con alguna adquisición: " ¡Cuánto se compraba con una perrona!. Dos capullos y dos anzuelos para pescar panchos, julies y sarrianos".
Para enjuiciar en su medida exacta el dinero de entonces en el mundo rural, no hay mejor comparativa que detallar el precio de la reina de la cuadra: una buena vaca de producción de leche rondaba la horquilla de 125 a 250 pesetas. Los expertos en analizar equivalencias y diferencias que marcan los años, coinciden que una moneda de peseta tendría actualmente un valor adquisitivo de un euro, más o menos.
Aquellas monedas escasas, sueltas, fueron el primer contacto de los más jóvenes, de los guajes con el mercantilismo y la ilusión engañosa de incorporarse al mundo adulto. Con ellas, se adquirían artículos para acceder a hábitos adultos envidiados, cómo el fumar. La compra de tabaco suelto, cigarrillos baratos y prohibidos a los menores, escondían bajo su envoltorio hebras infumables, "estacas" que generaban pequeñas explosiones para regocijo de aquellos que en aquel momento no tenían el cigarrillo en su boca. Tabaco que pasaba de mano en mano, apurando hasta el último resto y que era comprado con la colaboración necesaria de los mayores, quienes no tenían mayor dificultad en su adquisición: " Empecé a fumar con ocho años. Primero comprábamos pitos sueltos, pero cuando juntábamos pa una cajetilla, esa iba entera. Cómo no nos la vendía Marcelo, ni Sara (Casa Sierra- Cañaveral), estábamos dando vueltes alrededor del bar, hasta que venía alguien de confianza y mayor, pa que nos la comprase. Si sobraba, escondíamosla por algún bardial, envuelta con hojes pa que no se viera y no se mojase si llovía. Algún ostiazo lleve en casa por el olor del tabaco, pero no me valió pa nada, porque sigo fumando". Fundamental la disposición de pesetas para seleccionar la marca a consumir: " Casi siempre comprábamos Celtas sin emboquillar, que costaba la cajetilla 2,50 pesetes. La que venía con boquilla ya andaba cerca de les 7 pesetes. Rascaba que metía miedo, cuando pasaba el fumo por la garganta empezabes a toser cómo si te estuvieres muriendo. Si juntábamos más perres, comprábamos "Fortuna", que era rubio y más suave".
La evidencia del poder dinero, se manifiesta en la adquisición y compra de lo bueno y de lo malo: "Si me diesen todes les perres que quemé con el puto tabaco, compraba la mitad de Antromero".
(4). La peseta hasta 1937 fue acuñada en plata. A partir de esta fecha se acuñan con metales no preciosos.
Nuestros chigres.
"El llugar onde nacimos,
el llugar onde crecimos,
yo no puedo olvidar
la su xente va conmigo",
Spanta la Xente.
Cuando hablamos de lo nuestro, de "nuestros chigres", no lo hacemos con ánimo monopolizante. Nada más lejos de estas intenciones, es tan sólo una forma de expresión, para subrayar, llegado el caso la importancia que han tenido determinadas cosas en el desarrollo y convivencia de en la sociedad rural y el sentimiento despertado por este tipo de negocios en la población.
Los recuerdos son imprecisos, van y vienen sin control alguno, pero la importancia de los mismos, pese a no contar con la fiabilidad arropada por elevados espíritus, es innegable. Han sido estos testimonios, salpicados de valiosas anécdotas, la brújula que nos guía y seguirá guiando. Por ello, recurrimos una vez más, a las declaraciones de los moradores de estas tierras para abrirnos el tránsito en este nuevo recordatorio, los chigres.
Emilia Posada, reseña las trazas de sus recuerdos infantiles: "Los chigres que había en Antromero cuando era rapacina eran los de Casa Rionda, que lo llevaba la familia Rionda, después quedó en manos de Alfredo y no me acuerdo del nombre, porque todo el mundo lo conocía como Casa Rionda. En La Frontera, donde está ahora el Mesón Siete Villas, estaba Casa Urbano, que era también tienda. En el Cañaveral, estaba Casa El Roxu, que también se conocía como Casa Casimira y tenía tienda y baile. En La Flor estaba "Casa Morrongo", donde había baile sólo los domingos y días de fiesta. Más tarde ya abrieron otros, siempre pegados a la carretera general: Marcelo Sierra, Sergio La Flor, Maruja Rionda y Socorro y su marido, Ángel".
Esta información es corroborada por el resto de los vecinos consultados, aunque con los matices y ampliaciones que proporcionan el afloramiento de viejas vivencias. Así Manolo Robés, subraya la iniciativa de Urbano: "Era de Casa Catalán y abrió un chigre en donde está el Mesón (Siete Villas) ahora. Aquel paisano era un hombre con iniciativa, de empuje, le salieran bien o no les coses. El que no arriesga, nunca gana. Hay que reconocer que tenía ideas, en la carretera de La Granda, hizo un calero (horno de fabricar cal, con el calentamiento de la piedra caliza), pero funcionó poco tiempo. Tuvo más suerte su hermano Florentino". Amparo Julián, facilita un detalle que amplía expectativas de aquel establecimiento multi-venta: "En Casa Urbano, alguna vez ficieron baile y acuerdome de alguna romería de San Pedro que no se fizo por lo que llovía que los mozos y les moces acabaron allí bailando".
Recurrimos, una vez más, a la memoria de Laudina Artime (1940), quien rescata detalles de viejos tiempos: " Cuando yo era joven en La Flor había un chigre, tienda y hacían bailes con organillo, lo del bailes era muy importante en aquellos años, pues iba mucha gente los domingos, También alguna boda que se comía en las casas, después de comer iban a bailar allí". Era lo que había...que no era poco". Desplazando sus recuerdos a otro punto geográfico del pueblo: "En La Frontera estaba Casa Urbano que tuvo bar y después tienda. Años más tarde fue Gerardo Coruña y la muyer los que la llevaron, hasta que lo reformó todo el sobrín de Urbano, Ricardo y la su muyer Raquel. En lo referente a tiendas en aquella zona, entendidas como comercio minorista, hace gala su memoria de un importante detalle: "Pegado al bar hubo también una tienda de comestibles y una de les persones que la llevó fue Oliva de María de Ángela".
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Fuente: Cristina Fernández. De izquierda a derecha: José, José Canario, Oliva y Amor. Arriba: Marina y Kiko (1971). |
Nuevamente, Laudina, concreta más detalles en la relación de aquellos establecimientos "quitapenes": "En lo que ye ahora Casa El Roxu y en Casa Belarmina hubo bar, tienda y baile, aunque a mi no me tocó conocelos abiertos".
En aquellos años en los que la automoción mecánica estaba en su fase inicial, en los que predominaba el transporte de tiro animal, todos estos establecimientos tenían un denominador común fijado a su fachada, tal lo recuerda Benigna Anxelín (1929): " Ya siendo rapacina, siempre me llamó mucho la atención aquellos anillos de fierro que estaben en la entrada de los bares. En La Flor, había por lo menso dos. Allí eren donde se amarraben los animales, mientras los dueños tomaben dentro". Contando una curiosa anécdota, salpicada de instinto animal útil aplicado a la adversidad provocada: "Paraba mucho un paisano en La Flor que no era del pueblo y pillaba unes borracheres tremendes, que perdía el sentido. Metíenlo en el carro de les vaques que tenía afuera y eren elles les que lo llevaben a casa".
Esta presentación- introducción, facilitada por la memoria y vivencias de vecinos nos abre la puerta para iniciar un viaje al pasado, breve y confiemos fructífero traslado a unos tiempos diferentes y, no por ello ni mejores, ni peores, tan sólo distintos.
El Edén - Casa El Roxu.
"El vino es todo, es el mar
Las botas de veinte leguas
La alfombra mágica, el sol
El loro de siete lenguas".
Nicanor Parra.
Ubicado en el barrio del Cañaveral, El Edén, ha sido pionero en Antromero del sector de hospedería y como chigre-tienda desde principios del siglo XX. Negocio creado por Rafael Fernández García, Falo El Roxu, hombre reflexivo y con una amplia visión que es exclusiva de los hombres de negocios. Aventurarse hace más de un siglo en la instalación de una posada, taberna y tienda, era una aventura al alcance de muy pocos y no sólo por el coste económico.
Recurrimos a su nieto, José Sirgo, quien confirma nuestra deducción respecto a la figura de su abuelo: " Mi güelo fue Falo el Roxu, fue una persona muy calculadora y previsora, un hombre que ejecutaba sus iniciativas con la seguridad y precisión de que no iba a fallar". Respecto al negoció que regentó, detalla : "Tuvo chigre con baile, aunque él era de profesión ferroviario, igual que años más tarde lo sería mi padre. Con ellos dos se acabó la vinculación con los trenes de los miembros familiares. Unos buscamos el futuro en la mar y otros en la tierra, pero alejados de las vías. De aquel negocio, conocí la barra, como era y donde estaba, sólo eso. Era un chiquillo y el recuerdo que tengo es ese y que la hubo que tirar para dar la forma definitiva a lo que fue y es la vivienda familiar. Aunque el salón de baile estuvo en lo que es ahora la Casa de Belarmina".
José, se adentra en la neblina de la memoria, para hacer una nueva concesión y aporte: " Me tocó desmantelar el bar". Si tenemos en cuenta que nuestro declarante nació en el año 1948, todo apunta que la desaparición física del negocio pudo haber sido a finales de la década de los cincuenta.
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Fuente: Casa El Roxu. Edificios que albergaron a "El Edén". A la izquierda, chigre y posada, a la derecha "Casa Belarmina", la tienda. |
Nuestro declarante y colaborador habitual, Raúl Sirgo, reflexiona sobre aquel negocio familiar: "Nuestra casa y también la de mi tía fueron el solar y edificio de lo que yo creo el primer bar y posada del pueblo. Se llamaba "El Edén" y en mi memoria de niño guardo recuerdos de comentarios de mi madre..."carreteros venían a hacer noche en su tránsito a la construcción del muelle de Luanco". El enigma de la argolla de hierro en la pared al lado de la puerta de la casa siempre fue testimonio de ello. Yo pienso que la casa y su anexo datan de principios de siglo XX. Tempos fugit".
La deducción de Raúl, es acertada y estamos convencidos que "El Edén" estaba entonces en pleno funcionamiento en 1903, año del comienzo de la construcción del Gayo (espigón de protección de Luanco), tal lo precisa Lucia Fandos: " Las obras del Gayo se iniciaron en 1903. El proyecto fue elaborado por el ingeniero Alejandro Olano, quedando como responsable de la construcción Manuel Sánchez Dindurra, quien delegó por subcontrata los trabajos de fundación y cimentación al buzo Gonzalo Palicio, quedando los de superficie a cargo de Miguel Cellino". Esta impagable explicación clarifica la actividad generada en torno a esta obra y, el importante movimiento de piedra y materiales a cargo de los carreteros y sus sacrificados animales, tal y cómo recordaba Raúl.
En aquellos trabajos de duro transporte entre las canteras perimetrales en torno a la villa de Gijón y su posterior traslado a Luanco, participaron algunos de nuestros vecinos como Rafael Menéndez (Casa Menéndez), Celesto Menéndez (Casa Bolla) o José María García (Casa Miguel). Carreteros que con toda seguridad no pernoctaron en la posada dispuesta a ello por Falo El Roxu en "El Edén", pero si de los encantos de sus bebidas en forma de vino y aguardiente.
Laudina Artime, una vez más, nos guía y asesora en estos viajes al pasado con sus recuerdos y memoria prodigiosa: " En lo que ye ahora la Casa El Roxu y Casa Belarmina hubo bar, tienda y baile. En Casa Belarmina cuando era rapacina (nació en 1940), siempre me llamaba la atención los caramelos y chuches que tenía pa vender. Había una barra de caramelo grande cómo un demonio que costaba una peseta y duraba toda la vida. Aburríeste de comer por ella, nunca se acababa". En cambio, Amparo Julián, madre de la anterior declarante precisa algún detalle en torno a este negocio familiar: " El baile tenía gente de sobra, era la única manera de pasalo bien. Sólo estaba "El Morrongo" (La Flor) y Casa El Roxu pa'char un baile, no había nada más".
La carencia de datos, respeto a la apertura del bar-posada, es compensada con el registro en el censo de actividades municipales de la apertura de la acebería (tienda), a nombre de Rafael Fernández García, Falo El Roxu, en el año 1911, con un abono de 28,48 pesetas. Se trata de la primera constatación "oficial" de aquel negocio, aunque pudiera ser que esta actividad se hubiera iniciado años atrás.
Respecto al aspecto más lúdico de este negocio, entiéndase el baile, disponemos de información fidedigna, aportada nuevamente por Raúl Sirgo, quien detalla la existencia del alma mater de aquellas fiestas organizadas: " En mi casa hubo un gramófono". Aparato procedente de El Edén. Además de la capacidad para reproducir música autóctona el patriarca-propietario y su esposa, Casimira, La Granda:" Mi güelo era gaitero y mi güela, cuando estaba bien, tocaba la pandereta. La gaita la conocí cuando era joven, recogida en el desván". Sospechamos que en las primeras décadas del pasado siglo, el bailar al son de la gaita, todo un lujo, cuando el gaitero era de casa.
Con la imprecisión que abrasa por el desconocimiento, sólo nos queda hacer conjeturas. Todo apunta que esta hospedería abrió sus puertas con los primeros años del pasado siglo y pudo cerrar sus instalaciones algo más de treinta años después. Con Falo El Roxu, comienza y finaliza una aventura empresarial destinada a dar servicio al cliente, sin solución de continuidad entre su familia.
Casa Sierra-El Cañaveral.
"El pobre toma su trago
Para compensar las deudas
Que no se pueden pagar
Con lágrimas ni con huelgas".
Nicanor Parra.
El Cañaveral, cuyo origen etimológico presumiblemente pueda estar derivado por una plantación de cañas de bambú, hoy desplazadas a el último reducto de bosque autóctono que queda en el pueblo, El Bardascal, ha sido uno de los referentes del "plus ultra" de Antromero. Las puertas que ponían fin al pueblo hacia La Eria, hasta que Félix en el año 1955 hizo su casa, dando pie al desarrollo inmobiliario que se puede apreciar en estos momentos. Hasta entonces y en esa zona, El Cañaveral era la última zona habitada.
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Fuente: Carmen González. Vista parcial de La Ería, década de los setenta. del pasado siglo. Se aprecia, las escasas viviendas construidas, tras la espita abierta por Félix Hevia, veinte años atrás. |
Marcelo Sierra, propietario de una de aquellas viviendas, a principios de la década de los cincuenta va abrir un chigre, a la antigua usanza. Uno de esos lugares de culto y participación colectiva, necesario y reclamado por los devotos del ocio.
El desarrollado ingenio de Marcelo, no pasó desapercibido en su aventura de chigrero. A los juegos habituales sujetos al interior del local, se les sumó otros que revolucionaron a los habituales parroquianos. El juego de la llave, de la rana, se le suma la construcción de una bolera sin techumbre, en el el lateral del chigre.
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Fuente: Charo Muñiz. Sara Artime y Marcelo Sierra, en celebración de una boda. |
Aprovechamos la suerte que nos es concedida con los recuerdos de su hijo, Perfecto Muñiz, quien precisa alguna de aquellas innovaciones que Marcelo formalizó en el exterior de su chigre: "Mi padre, Marcelo y mi madre, Sara, tuvieron durante bastantes años un chigre -tienda en El Cañaveral. Al poco tiempo abrió una bolera, en la parte de atrás. Estaba entre la casa de Falón de Santa y la de mi padre. Era una bolera asturiana, sin techo. Allí venía mucha gente a jugar, sobre todo los fines de semana, que era cuando mi padre organizaba torneos y competiciones".
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Fuente: Amapola Sirgo. Bolera de Marcelo Sierra."...estaba entre la casa de Falón de Santa y la de mi padre (Marcelo)". |
La inercia creativa no se ceñía a juegos conocidos, también a otros novedosos y que en la actualidad serían imposibles de ejecutar: "También hacía el tiro al gallo, que tenía mucho éxito y atraía a mucha gente". La dinámica de esta atracción no tenía grandes secretos: " Metía un gallo dentro de una caja y le hacía un agujero para que sacara la cabeza. A unos cuantos metros de distancia le disparaban con una escopeta. El que acertaba, quedaba con el gallo". Anécdotas vinculadas al juego había muchas: "Si el tirador tenía dudas de que la había dado, se acercaban al la caja y miraban. Un año uno de aquellos paisanos reclamó que había matado al gallo y cuando fueron a mirar la caja, salió el gallo volando y no lo vieron más". En otras ocasiones, la picaresca hizo cambiar las normas del juego: " Uno de los vecinos, aprovechando su profesión, trajo cartuchos de posta y con el primer disparo desapareció el gallo y la caja".
En las desgracias del colectivo, buscaba su oportunidad: " Alguna vez que no se hizo la romería de San Pedro, porque no hubo comisión de fiestes o porque llovía mucho la organizaba alrededor del bar. Y siempre con mucha gente". Su afición por reinventar el negocio y empuje le hizo abrir un chiringuito en la playa de San Pedro: " Se llamaba "Las Olas" y fue el primero que lo puso. Lo abrió a principios de los sesenta y lo tuvo unos cinco años y después lo cogió Maruja Rionda y más tarde Argenta y El Cubano". Su experiencia en la hostelería le hizo dar un paso adelante cogiendo otros negocios, marcados por la temporalidad que marcan las fechas de las fiestas de los pueblos:" Tuvo barracas en romerías, cómo la de Perlora, San Jorge, Bocines,....y también en Antromero. Allí vendía comida y bebida".
Casa Gloria-El Cañaveral.
" El vino tiene un poder
Que admira y que desconcierta
Transmuta la nieve en fuego
Y al fuego lo vuelve piedra".
Nicanor Parra.
Gestionado por el matrimonio constituido por nuestro vecino, Manuel González Fernández y Gloria Artime, natural esta última de San Jorge de Heres. Explotado desde el año 1963, hasta el año 1976. Durante este periodo de tiempo, mantuvieron el difícil equilibrio del negocio chigre-tienda, tal lo recuerda su hijo José Manuel: "Mi padre trabajaba en la Junta de Obras y ayudaba a mi madre con el negocio. Allí se vendía de todo. Productos imposibles hoy en día: cosas a granel y al peso, sardines salones, tabacos, galletas de coco, café, zapatillas, legumbres, ...". Aclarando un detalle común en todos los negocios de este tipo y, apoyado en una base de solidaridad y confianza: "Funcionaba la libreta de fiado, y se pagaba o procuraba pagar a final de mes, cuando la gente cobraba".
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Fuente: Amapola Sirgo. Familia apoyada en un coche tipo "tiburón". Al fondo, el chigre "Cañaveral", ya con un tejadillo en su zona perimetral tan característico. |
Aunque se trataba de un comercio orientado hacia los varones adultos los menores también indirectamente participaban del mismo: " Jugábamos al fútbol y apostábamos una Casera de color y los que perdían la pagaban. La Casera costaba tres pesetas".
Entonces, la ausencia de logística y tecnología se solventaba con la inteligencia natural y experiencia: " Al no haber neveras, la bebida se ponía a enfriar en el sótano. Era un hueco de unos tres metros cuadrados y aquello era genial para mantener las botellas frías".
La reunión de aquellos fieles parroquianos, en torno a unes pintes de vino o una botella de sidra, se convirtió en una escenificación difícilmente repetible en la actualidad: " El chigre era una universidad de paisanos. Allí todo el mundo tenía su propio punto de vista de la vida y sus problemas. Nunca faltaban las discusiones y pocas veces llegaba la sangre al río".
El buen talante de sus titulares, formaba parte del encanto del lugar. Y entre los jóvenes, había un bautizo de fuego en forma de broma para los más pequeños, que pasaba por poner a prueba la paciencia del matrimonio. El líder del grupo preadolescente, entregaba al incauto infantil una peseta, con la misión de ir a buscar a Casa Gloria, caramelos para todos. El encargo no dejaba lugar a dudas y el nombre de los dulces tampoco: "Vas y pides una peseta de caramelos "melaenrosques". Repítelo para que no se te olvide". Apretando con firmeza la moneda en la mano, se recorría con azaroso paso la distancia entre el patio de la escuela al bar, repitiendo aquel extraño nombre de continuo en la cabeza: " Melaenrosques, melaenrosques, melaenrosques...". Al entrar en el chigre, te hacías hueco y gritabas: "Una peseta de caramelos "melaenrosques", mientras apoyabas la moneda encima de la barra. El bueno de Manolo, curtido en mil batallas, recogía la peseta, te la ponía otra vez en la mano y mientras te acariciaba la cabeza, decía: " Dile a quien te lo encargó que venga él a buscarlo. Que ya se lo sirvo yo". Lecciones de psicología aplicada, eran administradas diariamente por aquellos hombres y mujeres, que oficiaban su trabajo detrás de una barra.
Eran tiempos estos, en las que las puertas del chigre, que no tienda, se empezaba a abrir a usuarias femeninas. Espacio acotado para los hombres, sólo el cadente paso de los años permitió un acceso normalizado a les muyeres, quienes hasta entonces y en esporádicas ocasiones podían acudir en calidad de clientas del bar.
Nuevos tiempos derivados de un desarrollismo social, de apariciones de nuevas bebidas, refrescos y cervezas, respetando y manteniendo el referente de cualquier chigre: el formato de tres cuartos de litro de vino. La consecución de algunas preciadas chapas de aquellas botellas se convirtió en un objetivo prioritario para los adolescentes, ávidos para elaborar con la ayuda de un cromo, foto y un pequeño cristal recortado, las chapas pa jugar (5). Durante décadas fue este juego un referente y las competiciones no se dejaban esperar. La colaboración necesaria de Manolo y Gloria, quienes apartaban aquellos cierres metálicos de las botellas, evitaban el rebusco entre la basura y la selección de las mejores chapas, para orgullo y satisfacción del propietario. Pues en esto, cómo en tantas otras cosas de la vida, había verdaderos expertos: "Les chapes de les Mirindes (6), son les mejores, sujétense mejor porque tienen mas fierro".
Tras más de una década al frente del negocio toman la decisión de dejarlo. Son años de grandes cambios sociales y económicos y los chigres- tiendas empiezan a sufrir un declive imparable.
(5). Las chapas, fueron durante muchos años un juego para varones. Se seleccionaba una de aquellas tapas metálicas que cerraban las botellas de refrescos o cervezas y se preparaban para el juego. La imagen de un ciclista recortada al tamaño apropiado y un cristal para ajustarlo al interior de la chapa, sujeto con un poco de masilla. Había autenticas obras de orfebrería plasmadas en aquellos básicos juguetes, para orgullo de su poseedor. El resto pasaba por un circuito marcado en un suelo liso, con salida y meta. La pericia para evitar salir del eslalon y volver a la salida, procurando llegar el primero, respetando la tanda de tiradas, el objetivo del juego.
(6). La Mirinda, fue un refresco que se empezó a comercializar en España en el año 1957, por la compañía PepsiCo. En el año 1992, se retira del mercado, al apostar el capital americano por la marca KAS.
Jesús y Rafa. "El nuevo Cañaveral".
"El ciego con una copa
Ve centellas en el cielo
Y el cojo de nacimiento
Se pone a bailar la cueca".
Nicanor Parra.
Tras el cese de Manolo y Gloria, se va a ejecutar una transformación integral del local. Se abandona la idea de tienda , convirtiéndose en bar, tan sólo bar. Las obras no se hacen esperar y se da un giro total al establecimiento, dotándolo de una funcionalidad muy llamativa, predominando los colores y tonos marrones y terrosos, tanto en su continente cómo contenido.
Aquella evolución se manifiesta en la nueva estética, con la majestuosa presencia de una barra de acero inoxidable, con mampuestos cerámicos muy al gusto de la época. Nuevos suelos, iluminación, ventanas, baños, paredes alicatadas, mobiliario y puertas dotan una imagen novedosa al nuevo Cañaveral.
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Fuente: Charo Rodríguez. En primer plano Sara Artime y Marcelo Sierra. Al fondo, Jesús Muñiz. Dos generaciones, frente al mismo establecimiento, El Cañaveral. |
En esta nueva etapa, la gestión del local recae en manos de Jesús Muñiz y su cuñado Rafa. El primero, hijo de Marcelo Sierra y Sara Artime, fundadores del bar. Tras unos años de explotación del nuevo negocio, cierra para siempre el icónico local de Antromero, El Cañaveral, en el año 1980.
Bar Choli.
"Por todo lo cual levanto
Mi copa al sol de la noche
Y bebo el vino sagrado
Que hermana los corazones".
Nicanor Parra.
La consanguinidad es irrevocable y no engaña. Tras aquel cierre definitivo del bar El Cañaveral, con el arranque de los pasados años ochenta, la zona que históricamente había mantenido una dinámica comercial, queda huérfana, aunque será por poco tiempo. La hija de Marcelo y Sara, Socorro Muñiz Fernández y su marido Ángel Rodríguez, El Choli, inician unas obras durante el año 1981, en el antiguo almacén de ocle, que durante dieciocho años ellos mismos regentaron. El ancho de la carretera separará al viejo Cañaveral, del nuevo local de hostelería.
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Fuente: Charo Rodríguez. Socorro y Fortu, sosteniendo un buen ejemplar de llocantaro, junto con Jovino, en el exterior del bar. |
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Fuente: Charo Rodríguez. De izquierda a derecha: Mino. Ángel Choli y Jovino, durante una de aquellas agradecidas comidas. |
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