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Fuente: Tito Les Moranes. |
Capítulo 74.
Tabernas, tascas, bares y chigres.
Parte III y última.
Casa Urbano.
"Mis recuerdos son vuestros desde ahora..."
Aurelio González Ovies.
Siguiendo la inquietud familiar, con precedentes exitosos y envidiables, Urbano Fernández, de la casería de La Granda, va apostar por la apertura de un chigre en el segundo tercio del pasado siglo, en La Frontera. Negocio, cuyo nombre popular, cómo no podía ser de otro modo, fue el de Casa Urbano. Fue sin lugar a dudas, un reto lleno de riesgos. La postguerra limitaba proyectos, compensados con el esfuerzo rutinario de sacar adelante el comercio. Ricardo Fernández, Calo, su sobrino y a la postre continuador, aunque con un intervalo temporal de aquel negocio lo precisa: " Urbano sería quién abrió aquel negocio y lo tuvo durante muchos años, hasta mediados de los años 50. Después lo cogería Genaro Coruña y este casi quince años después nos lo traspasó a nosotros, allá por el año 1971".
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Fuente: Raquel Escotet. Ricardo Fernández, en el centro. A la izquierda, Marcelo Sampedrín y a la derecha, Mino Llaviana. |
Urbano, un hombre al que no le arrugaban los riesgos, tal y cómo se pudo comprobar en sus distintas iniciativas, ajenas al mundo de la hostelería. Apostó por un horno de cal, en la carretera de La Granda, tuvo un almacén de productos agrícolas, e incluso siguiendo los pasos de su hermano Florentino, tentará a la diosa fortuna del mundo subterráneo, con la solicitud de un permiso para investigar la explotación de barita (1). Así lo recogía el Boletín Oficial de la Provincia Nº. 150, con fecha de 4 de julio, de 1959 : " Urbano Fernández, vecino de Antromero, solicita permiso de investigación de mineral de Barita en el monte del Rellario, en una extensión de 27 hectáreas, zona que se llama " Recuerdo"".
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Fuente: Raquel Escotet. Urbano Fernández. |
La versatilidad de Urbano es recordada por Amparo Julián: "Alguna vez, al lado de Casa Urbano, se facíen bailes. Lo que no me acuerdo era si tenía pianola o era con la gaita". De aquel complemento, hace una mayor precisión, por el evidente conocimiento que facilita ser miembro de la familia, Ricardo: "En la terraza que tenemos en el bar, era todo tierra y en medio una planchada de cemento: Mi tío Urbano, traía en determinadas fechas una gramola, para poner música. El encargado de manejarla, era un chaval de Bañugues". La logística de venta se reducía a la mínima expresión, tal y cómo mandaban unos años cargados de estrecheces: " Para vender a los clientes, una caja de sardines salones, un pellejo de vino y alguna botella de coñac".
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Fuente: Raquel Escotet. Urbano, mirando a la cámara. |
Nuestro declarante, Arturo Artime, refresca historias orales transmitidas por su abuelo, Marcelo Lluisa, conocedor de otros tiempos, repetidos con toda seguridad en todos los bares del lugar: " Mi güelo pudo comprobar cómo una pareja de gües (bueyes), de aquellos animales de tiro, estaban delante de Casa Urbano, mientras su propietario refrescaba el gaznate en el interior. A la salida, este hombre se tiraba en el interior del carro a fumar y los animales conscientes que era la hora de marchar, iniciaban el viaje a casa, sin ningún tipo de guía".
Tras su experiencia hostelera, Urbano finalmente arrendará a Genaro Coruña y a su mujer el negocio, manteniendo la vieja usanza, como lo recuerda Ricardo: "Después de Urbano, estuvo bastantes años Genaro Coruña. En concreto, catorce años y medio".
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Fuente: Tito Les Moranes. En el centro, Casa Urbano, ya gestionado por Genaro Coruña y su mujer. Años 60. |
(1). La barita, es un mineral de la clase de los sulfatos. Su uso se extiende a un sinfín de sistemas productivos, entre ellos, la producción de agua oxigenada, en el mundo de las pinturas, la industria del caucho, la del vidrio, como recubrimiento de las salas de rayos X, para evitar las radiaciones... Actualmente, es considerado un importante mineral, dada su versatilidad.
Mesón 7 Villas. Casa Calo.
Pablo Neruda.
Los años avanzan de modo inexorable y la nueva sabia e ilusión aceleran el paso. Cambian los tiempos y ello conlleva otras exigencias. Ricardo Fernández y la ovetense Raquel Escotet, formalizan su enlace matrimonial el 8 de agosto de 1971. Casi un mes después, el 6 de septiembre, inauguran su negocio, en el que van a depositar todas sus ilusiones y apuestas futuras. Treinta ocho años de esfuerzo y trabajo, así lo certifican.
Los primeros momentos, previos al arranque están condicionados por dudas, tal lo recuerda Raquel: "Cuando vine por primer vez aquí, lo que vi me llenó de dudas. Un local viejo, con una barra de madera, una cocina muy pequeña y el suelo de cemento. Lo que era un bar-tienda de pueblo, sin haber hecho reforma alguna en años". Ante aquel panorama, y la inexperiencia es difícil conciliar el sueño: "Estaba en la cama y me preguntaba que a quien iba a vender".
Las obras se inician y su desarrollo se ejecuta en el estricto ámbito familiar: " Las obras las llevaron mi suegro y mi cuñado". El coste económico evidente se cubrió con el riesgo y la confianza en sus propias posibilidades, tal lo recuerda Ricardo: "Empezamos con nada, lo único que teníamos era ilusión. Era una aventura de una pareja joven, con 26 y 24 años y un crédito a un 16% de interés. Pagando también un traspaso al anterior titular, Genaro. Según íbamos teniendo, se iba amortizando, ampliando y mejorando". La continua inversión en el negocio, un santo y seña, según manifiesta Raquel: " Con todas las obras que hicimos en estos años, comprábamos varios pisos en Luanco. Pero apostamos por el futuro en este negocio".
Tras las obras integrales iniciales, el local adquiere un aspecto acogedor y atractivo: " Cuando abrimos la puerta por primera vez, todo había cambiado, ya era el mesón que queríamos, con una lampara de madera que presidía el local y que aun conservamos".
La inexperiencia de la pareja en este mundo hostelero, va a ser superada ampliamente con el tesón de los que buscan y encuentran lo que quieren:"Empezamos de cero. En la cocina yo sabía lo que me había aprendido mi madre, aunque contaba con la ventaja de que siempre me gustó cocinar. Al principio fueron tapas, para no complicarnos. Y en aquellos primeros días contamos con la suerte del asesoramiento de mis tíos Severino y Josefina (hermana de mi padre). Ellos habían tenido en Oviedo, "La Gran Taberna" y otro mesón en la Estación del Vasco".
Una de las apuestas seguras fue la venta de jamón. Ricardo, experto conocedor de este sector, pues había sido comercial de algunas de las marcas de referencia de entonces: " Se trabajó mucho el jamón y embutido". La promoción del negocio y su eslogan no daba lugar a dudas: " Mesón 7 Villas, el rey del buen jamón". Aquel surtido de patas curadas, era uno de los reclamos iniciales: " Mucho se vendió, en aquella época no era normal ver tantos jamones en un mesón o bar. También el vino más corriente se traía en barricas".
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Fuente: Raquel Escotet. La familia, posa tras la barra, junto con un surtido de embutidos y jamones. Años 70. |
Será la casualidad, quien cambie la dinámica del negocio, tal lo recuerda Raquel: " Algún tiempo después de la apertura. llegó uno de los repartidores del "Kas", Laudelino, y preguntó. " ¿Hay comida?". Y cómo no había menú, le dimos parte de la comida que estaba preparada para nosotros". Aquella minuta casual, abrió unas expectativas impensables al negocio, evidenciando las buenas dotes de cocinera de Raquel: " Tras Laudelino y el boca a boca, llegaron comerciales y viajantes de todo tipo: bebidas, cosméticos, alimentación, ropa. El del taller El Jarama y su socio, el cura Don Jorge, los obreros de la carretera, los veterinarios,... Fue una bola que enseguida creció". Ricardo, traduce el éxito en números que evidencia el buen quehacer de su cocina: " Llegamos a dar 64 menús, pero un día normal no se bajaba de los 40". Los numerosos coches y furgonetas aparcados a lo largo de la carretera de La Granda, su mejor publicidad.
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Fuente: Raquel Escotet. Recorte de prensa de LNE, donde se da buena y cumplida información del buen hacer de Raquel, con los fogones y las buenas viandas. |
Algunos clientes fueron ganados con la confianza de un buen servicio y una colaboración impagable: "Lo de los veterinarios fue curioso, comían todos aquí y era yo (Ricardo) quien les empezaba a recoger los avisos por teléfono fijo desde las ocho de la mañana". Precisando un dato curioso, que forma parte de las casualidades que se quedan grabadas para siempre en la memoria: " Laudelino, nuestro primer comensal, acabó siendo jefe de ventas de la Pepsi-Cola, y con los años creció una gran amistad entre nosotros. Sería también, el último cliente al que se sirvió comida en nuestra casa, sin saber que cerrábamos ese mismo día, allá por 2009".
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Fuente: Raquel Escotet. Ricardo, junto a alguno de sus empleados, ya con la reforma definitiva del local. |
La demanda de la clientela, hace replantear estrategias a los titulares del establecimiento, y algún sueño sin ejecutar, tal lo expone Ricardo: " Mi ilusión, siempre fue hacer un hospedaje con ocho o diez habitaciones, para explotar un nicho de mercado que no había en el pueblo". Aunque, lo que empezaba a ser una referencia gastronómica de la comarca, exigía una ampliación: " Hicimos muchos cambios en estos años: un comedor exterior; varios baños; se cambió la entrada que daba a la carretera por la actual y la construcción de un comedor en el interior". Esta última infraestructura se hará realidad con una potente inversión:"El comedor formó parte del taller de carpintería que tenía mi primo Luisín. Después, se convirtió en una tienda de comestibles que gestionó mi prima Rosa Mari, Oliva de María Ángela y finalmente Viri". La compra de ese local, va a generar nueva distribución de espacios: "Tiramos el bar, se hizo el comedor y una nueva cocina. Fue una importante inversión, pues la compra superó las ochocientas mil pesetas y la obra cuatro millones. Y seguir trabajando, no hay más secreto".
La jornada laboral, siempre condicionada por la clientela, tal lo detalla Raquel:"No abríamos temprano, porque el negocio estaba apoyado en las comida que se daban y se empezaba a darlas a la una de la tarde. A esa hora ya estaba la comida lista, las cosas de la casa hechas y mi hija, Raquel, preparada". Con la llegada de sus hijos, se tuvo la inestimable ayuda de algunos vecinos, quienes no dudaban en colaborar en su cuidado: " José, el hijo de Amor, venía todos los días a tomar un vino y yo le llamaba para que me acunara a la niña. También Ángeles la de Gelia y su marido Evaristo la llevaban de paseo y, Angelita (Casa Bolla), también me la cuidaba. Su padre Andrés, la entretenía para darle de comer, pues no era muy buena comedora".
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Fuente: Raquel Escotet. Raquel sujeta en sus brazos a su primogénita. Al fondo, José un colaborador necesario. |
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Fuente: Raquel Escotet. Ricardo, posando a la entrada del Mesón, con sus hijos. |
Uno de los caballos de batalla de estos establecimientos, durante algunos años fue el cumplimiento de cierre, regulado en las ordenanzas municipales: " Al principio, recibíamos la visita de un sargento de la Guardia Civil, en moto. Estaba obsesionado en que se cerrara el bar a las doce de la noche en punto. Hubo que tirar de contactos y llegar hasta el coronel de la Guardia Civil, Sáenz de Santamaría, a través de un amigo que había sido asistente suyo en la mili. Tras hablar con él, se acabaron los problemas. Al fin y al cabo si estaba abierto a esas horas era por una reunión de amigos, cómo Ramón de La Piedra, Badiola (padre), Pepe La Matiella, que después de cenar, echaban una partida a las cartas, sin molestar a nadie".
Además de esfuerzo, trabajo y fidelidad con la clientela, hubo momentos duros, provocados por los amigos de lo ajeno. Fueron duras experiencias, que se repitieron a lo largo de los años: " En 1976, nos robaron todos los jamones, el embutido y, las botellas de vino las sacaron al exterior, pero no les dio tiempo a llevarlas. Con la inauguración del comedor, nos robaron jamones de pata negra, la caja registradora y para colmo, tomaron unas cervezas, antes de marchar. Y otra vez, cuando estábamos de vacaciones en Benidorm". El punto de inflexión lo detalla Ricardo: " Cuando colocamos la alarma, se acabaron los robos".
Los hábitos de consumo van de la mano con modas, capacidad económica y otros factores sociales que se debieran tratar en un análisis más profundo. De estos cambios de costumbres y alguna deriva de los usos humanos son testigos los hosteleros, quienes desde su posición observante , dan fe de ello: "Antes se vendían muchas copas de coñac, sol y sombra, cubalibres. Con el paso de los años, se fue cambiando por sidra, cerveza o vino. Cada cosa tuvo un tiempo, así cuando abrió UNINSA, un amigo de Candás venía con los ingenieros alemanes que llevaban la obra, sobre todo los miércoles, si había partido. Aquella gente bebían un coñac selecto, que era "Carlos I", y cerveza selecta. El comercial cuando venía a reponer almacén , no daba crédito a aquel consumo". También se apostó por algún tipo de clientela especial, cuando aun no había una cultura de vino en este país: " Teníamos una buena bodega de vinos. Algún presidente de Asturias pasó por aquí y el presidente del Real Oviedo, Eugenio Prieto. El disponer de un buen material, siempre te añade un plus".
Después de casi cuarenta años al frente de un negocio local, luce con indisimulado orgullo la honestidad y honradez: " Nunca quedó una factura sin pagar. Después de cerrar cuentas se devolvió dinero a proveedores, pues habían cobrado de menos y también cuando era al revés. Lo que no es mio, no lo quiero".
Ricardo formó parte de la Junta Directiva de la Hostelería regional, conociendo de primera mano la realidad de un sector tan condicionado y voluble como este. Su experiencia, contactos y conocimiento, junto con la necesaria combinación de Raquel, fueron los baluartes perfectos para llevar con buena proa el Mesón 7 Villas.
Quedémonos con una frase que puede resumir una labor y trabajo duro y sacrificado: " Cuando cerramos el mesón en diciembre de 2009, ya no teníamos clientes, eran amigos".
Fuente: Raquel Escotet. Evolución de la fachada del Mesón 7 Villas,
a lo largo de los años.
Expresiones de chigres y otres curiosidades.
"Ser curioso. Leer ampliamente.
Probar nuevas cosas. Lo que la gente
llama inteligencia, simplemente se reduce
a curiosidad".
Aaron Swartz.
Los chigres, tal y cómo nos apuntaba uno de los informantes, son lugares de formación popular, una universidad de la vida. En ellos se han forjado expresiones, aplicadas con el desparpajo de un ambiente desinhibido provocado por la inventiva de sus usuarios, aderezada con les pintes de vino y efluvios de otros tipos de alcohol. Expresiones típicas de los bares, forman parte de un lenguaje propio, que algunos autores asturianos han recogido en texto, con la singularidad y los matices del lugar geográfico donde se desarrollan.
No debiéramos jamás olvidar, de donde venimos y a donde vamos. Somos nietos y bisnietos de iletrados, gente que vivió otras épocas y circunstancias vitales diferentes a las nuestras. Personas que tenían bastante con bregar el día a día, pero no por ello menos ingeniosas y doctas en el manejo de los problemas cotidianos.
En los chigres, todos se igualaban inevitablemente. Más y menos ilustrados, exponían con desigual acierto pareceres y opiniones, con resultados dispares. En aquellos lugares de ocio, se dispensaban expresiones y sentencias que han trascendido al paso del tiempo. En cada pueblo, lugar o villa tiene las suyas, propias e inequívocas. Todas ellas forman parte de ese acerbo popular que nos identifica con el pasado, un pasado lejano, pero nuestro.
Dichos y declaraciones formuladas entre discusiones estériles, media y media de vino y, que ya forman parte de la cultura popular. Rescatemos alguna de ellas, como ejemplo de épocas de una mayor relación vecinal:
-"Ta como una maniega, no le faigas mucho caso cuando te hable". Duda del estado mental.
-"Será por perres". Donde hay dinero, no hay problema, para seguir con la fiesta.
-"Tien perres cómo cucho". Lo cierto, es que no hubo nunca mucha abundancia de cucho (estiércol).
-"Fartuqueme como un gochín". Cuando el comer, se transforma en gula.
-"Prestome este vino por la vida". Hay placeres que no se pagan con dinero.
- "Tas chiscándome". Cuando se escanciaba la sidra al lado.
- "Naa, no hay con quien hablar, yes fato". Argumento para acabar una conversación, que comienza a ser molesta. Poner en duda la capacidad mental del otro interlocutor, una solución.
-"No apetez d'ir pa casa, fai un frio que escarabaya el pelleyo". Un buen razonamiento, para seguir en el bar.
-"Acútame el sitio". Cuando hay mucha gente y, poco sitio.
-"¡Calla ho!". Expresión de sorpresa por alguna información.
- "Mira p'ahí". Algo para ver, que despierta asombro. Muy habitual en los chigres, con la aparición de la televisión.
-"Vete a dar una vuelta alrededor de les riberes". La molestia ocasionada, se trata de evitar, enviando a su autor a una excursión disfrutando de la brisa marina.
-"Vestise así pa d'ir al chigre. Parez la xatina de la rifa". El exceso de adorno y parafernalia, criticable.
-"¿Cómo ye, ho?". Cuando no se acaba de entender al interlocutor. Habitual, cuando las horas pasan y las medias de vino y las sidras, hacen su efecto.
-"¿Vienes ho?". Pregunta que casi es un imperativo. ¿Vienes, o que?.
-"¿A mi me lo vas a decir?". Con esta interrogación, se zanja una discusión.
-"¡Vete a rascar los coyones a La Pregona!". Sobran las explicaciones.
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Fuente: Fidalgo. La zapica. Dependiendo de su tamaño, podían ser zapiquina (litro), la estándar de dos litros y la zapicona, de mayor capacidad. |
Hasta bien entrado el siglo XX, sería este objeto el destinado al trasiego de la sidra. Preguntada al respecto Amparo Julián, no ofrece su respuesta duda alguna al respecto: " En casa había una xarra de madera, pero era para medir la leche, no pa la sidra". El consumo de la sidra se hacía sin escanciado, directamente del tonel a la xarra. La aparición de la botella, allá por el año 1884, cambiará los hábitos en el consumo de esta zumo.
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Fuente: Muséu del Pueblo d'Asturies. Bebiendo sidra en las jarras de barro. Principios del siglo pasado. |
La fábrica gijonesa de vidrio "La Industrial", inventora en aquel formato, diseñará un primitivo vaso de sidra de cristal, llamado popularmente "el francés", por ser ingenieros de esa nacionalidad, quienes dirigían aquella instalación fabril. Este tándem (sidra y vidrio), quedará vinculado para siempre al consumo de la bebida asturiana. Como curiosidad, el primer diseño de vaso, pesaba la friolera de un Kg. y con un valor prohibitivo para la mayoría de los bolsillos de entonces.
Retomando el hilo de la bebida autóctona y en lo que respecta a su producción, en Antromero, nunca hubo excedente de manzana y, por tanto, eso limitó la elaboración familiar. Amparo Julián, con una exposición que no deja lugar a dudas, despeja cualquier incógnita: "Pa facer sidra, había que tener manzana y aquí en Antromero el que pisaba manzana era pa él. En Condrés, la cosa cambiaba, facía sidra y la vendíen en Casa Álvaro y en Casa Benita también la facien".
Durante la primera mitad del siglo XVIII en los registros del Marques de la Ensenada , no hay constancia da actividad sidrera en la parroquia, aunque si plantaciones de manzanales. El primer documento en el que se tiene constancia de la actividad llagarera en la parroquia es a través de Antonio Álvarez Fernández, de Valparaiso, en el año 1886.
Unos años después, en 1893, este fabricante de sidra, en declaración jurada correspondiente al cumplimiento del Reglamento de la contribución industrial, precisa una producción anual de 10.000 litros de esa bebida. En el texto, que se adjunta, se detalla que Valparaiso, pertenece a la parroquia de Bocines, confirmando la exposición hecha por Marcelo Lluisa, en capítulos precedentes.
Por si hubiera que despejar alguna duda al respecto, sobre la antigua disposición geográfica de la parroquia de Bocines, remitámonos a la espectacular obra, que consta de 25 volúmenes, del "Diccionario Hispanoamericano de Literatura, Ciencia y Artes", editado entre los años 1887 y 1899, donde detalla: " San Martín de Bocines: "Parroquia del Ayuntamiento de Gozón, partido judicial de Avilés, provincia de Oviedo. Comprende los lugares de Antromero y Salinas, las aldeas de Aramar, Condres, Quintana de los Morales, Rebuñón, Regueral, Valparaiso y Villanueva. Tiene 717 habitantes".
La deducción es evidente, tanto Valparaiso cómo Aramar, formaban parte del conjunto de pequeñas aldeas y lugares que configuraban nuestra parroquia. Y en esta disquisición hubo un vecino, Antonio Álvarez Fernández, que se dedicó en aquellos años a la producción y venta de sidra, en cantidades ciertamente significativas.
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Fuente: Patricia Puente. Certificado de Antonio Álvarez, elaborado a "puño y letra", declarando la producción de 10.000 litros de sidra, durante el año 1893. |
Años más tarde, en 1893, aparece en los registros José Manuel de Prendes (Condres), declarando la fabricación de 9.000 litros, para el siguiente ejercicio económico no declarar nada. Mientras, Antonio lo hace en la cantidad de 10.100 litros y ya en 1894 sube su producción a la friolera de 44.649 litros. Para contextualizar estos datos, decir que el mayor productor de sidra de Luanco se quedaba a menos de la mitad en ese mismo año, con 20.261 litros.
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Fuente: Patricia Puente. La producción de sidra de nuestros vecinos, durante los años 1893/94 y 1894/95. |
Para la venta y antes de la lenta y progresiva aparición de las botellas, allá por 1844, se usaba los toneles de varios tamaños en su transporte. La llegada del vidrio, modificó el trasiego y era habitual ver el paso de carreteros con las cargas de botellas acamadas y forradas de hierba seca. Ya en la segunda mitad del siglo XIX, se fueron introduciendo las populares cajas de sidra, en formato de varilla de metal o madera.
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