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Alfonso Pinón. "La vida de la teyera era muy dura". |
Capítulo 21.
Les Teyeres.
"Frescas mañanas de Abril, alegrinas y risueñas
cuando los malvises cantan y cuando el alba clarea,
van llastiendo los teyeros, caminín de la teyera.
Todos los años lo mismo, al llegar la primavera..."
Pedro el del Conceyu.
El
primitivo habitante del espacio geográfico que hoy demarcamos como Asturias,
encontró en el ambiente que lo rodeaba, aquello que la naturaleza le ofrecía
para poder sobrevivir en el duro día a día.
Así
la combinación de dos de los elementos que más abundan por estos lares, el agua y la tierra, generó un componente determinante
para su futuro. El humilde y a la vez poderoso barro.
En
Asturias, cuando hablamos de las actividades que se derivan del uso de la
arcilla, siempre tendemos a la
generalización y lo englobamos dentro del concepto del barro. Aunque no
se trate de palabras sinónimas, que signifiquen lo mismo. Siempre tendemos
irremediablemente a extender este común error en la cotidianidad de nuestro
pensamiento.
Así
podemos distinguir varias acepciones populares que acompañan al término barro. El que atopamos por les caleyes y
praos, y que si lo pisamos, perdemos
el equilibrio, enfocicando . Aquel que involuntariamente se pega a les
madreñes, alparagates y bajos de los pantalones, esto es, el jodío barro. Por último, la que da sentido a este capítulo, el de la fabricación de teyes, ladrillos y
cacharros.
Vinculado a esta
sufrida tierra, uno de los oficios tradicionales más antiguos, preindustrial, el de los teyeros. Un
gremio y su historia que ha ido unido a la evolución humana y que paradojas de
la vida ha sido esta quien lo ha finalmente eliminado, con la irrupción de la
maquinaria.
La
crónica del manipulado de la arcilla es el fiel reflejo del desarrollo y
transformación de las sociedades y culturas humanas.
Algunes anotaciones históriques de ladrillos y teyes.
“Las edificaciones en todos los lugares
del mundo están adaptadas a las
condiciones naturales de aquellos ...”
Julio Caro Baroja.
Retrocediendo en el espacio, jugando con la maquina
inexistente del tiempo, podemos decir , como ocurre con otras tantas cosas
sencillas que el barro y la arcilla han
tenido una importancia básica en el desarrollo del ser humano. Ha sido un
perfecto aliado, en primitivas culturas y desarrolladas civilizaciones.
Conocidas
sus propiedades y dominado su manejo en todos los continentes y latitudes, el
hombre ha sacado un gran provecho del mismo. Dotando y creando objetos para
cubrir sus perentorias necesidades físicas y espirituales.
Los hombres primitivos, lucían sus dotes artísticas en el barro. Con dibujos hechos sobre láminas arcillosas de elementales figuras o con la elaboración de pequeñas vasijas. Su transformación en elementos de construcción y arquitectónicos modificó paisajes y vidas.
Los ladrillos.
Las secuencias históricas de estos usos se pierden y difuminan, como ocurre casi siempre en las oscuridades de los siglos. No obstante, podemos confirmar que hace más de 10.000 años era común la utilización de ladrillos en la construcción de rústicas y elementales viviendas.
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Imagen de los primeros ladrillos. Localizados en Mesopotamia. |
Los
sumerios y babilónicos aprovechaban los beneficios de los rayos solares para
secar las pequeñas pastillas de barro y dependiendo de la dureza de estas, las
destinaban a diferentes usos. Así, si las tenían que usar para amurallar y
construir edificaciones consistentes los cocían en primitivos hornos. Garantizando con ello una mayor resistencia a los distintos embates de sus enemigos.
Los caldeos crearon una curiosa logística, dotando a los ladrillos de diferentes colores (para su posterior uso) dependiendo del tipo de construcción para los que iban destinados. Y con el Imperio Romano, se tiene constancia fehaciente de un uso de tejas o similares para cubrir los techos de determinados edificios.
De la importancia de esta actividad en este periodo histórico, queda patente en que el emperador Augusto, obligaba a todos los trabajadores del barro que sellasen y estampasen todas sus piezas elaboradas. Así se disponía de un máximo control en un sector considerado determinante para el desarrollo social y económico. El incumplimiento de esta obligación, representaba para su infractor importantes sanciones económicas, penas de cárcel o incluso la muerte.
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Fuente: Juanjo Arrojo. Marcando los ladrillos. |
Resaltar
como curiosidad, que aquellos romanos antes de cocer los ladrillos, le pasaban
una cuerda por varios sitios para facilitar su rotura no traumática, según la
necesidad del maestro que dirigía la obra.
El entonces ilustre arquitecto Marco Vitrubio Polión (siglo I a. de C.), auténtico
referente de esta disciplina en la antigüedad, se explicitaba del modo que sigue: “Los romanos
usaban dos tipos de ladrillos, el de adobe sin cocer y el cocido, dependiendo
de los climas a los que van destinados.” Transcurrido tanto tiempo desde
entonces, se puede observar que estas pautas de construcción se han mantenido
hasta prácticamente nuestros días. Observemos que en Castilla era hasta no hace
muchos años predominante el uso de adobes. En cambio, en Asturias se hacia un
uso generalizado de ladrillos cocidos. Siempre que no hubiera las socorridas de piedras, para levantar muros y paredes.
De aquella actividad desarrollada por los invasores romanos en nuestras tierras, quedan importantes restos, trozos de mosaicos, losetas, tejas, ladrillos,...etc.
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Fuente: La Voz de Asturias. Yacimiento arqueológico de la villa romana de La Estaca, en Las Regueras. En la imagen se puede apreciar gran cantidad de material de obra. |
Les teyes.
Etimológicamente el origen de la palabra teja proviene del latín, "tegere". Esto es, cubrir o techar. Comparado con el ladrillo, las tejas son un elemento de construcción relativamente moderno. Los primeros restos arqueológicos de las mismas proceden del templo griego de Hera, en Olimpia. Su antigüedad está datada de hace unos 640 a. de. C. Para su elaboración se usaba arcilla cocida, llamando poderosamente la atención el gran tamaño y grosor de les teyes. Es este el lugar donde inicia el recorrido la llama de los Juegos Olímpicos, con el encendido de la antorcha.
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Fuente : Rafael Marín. Tejas y lamas del Partenón griego. Se puede observar su gran grosor. |
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Tejas de madera. |
No obstante, en casi todos los climas norteños, se elegía la teja de pizarra. Además, a su facilidad de manejo se le unía la gran cantidad existente en determinadas zonas. Respecto a ello, solo tenemos que fijarnos en las coberturas de los tejados tan dispares que en Asturias tenemos.
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Tejas de pizarra. |
Retomando el origen de su creación, podemos decir que su invención se atribuye a los antiguos griegos,
quienes usaban una especie de láminas para cubrir techos. En cambio, serán los
romanos quienes las van a introducir en la Península. Posteriormente y tras un
largo periodo de tiempo sin usarse, los árabes tras su dominio de siete
siglos, definitivamente generalizarán su uso. Dotándolas de aquella
curva tan característica y vistosa.
Para su máxima eficacia, debería reunir una condición indispensable: su impermeabilidad. Para garantizar la misma, se hacía recocha. Esto es, doblemente cocida y con la elección de una arcilla carente de cal.
Con la Reconquista, iniciada en territorio astur y en numerosas ermitas y construcciones, las tejas se marcaban con conjuros y signos a fin de evitar males a los edificios y sus moradores. Buscando con ello la complicidad de santos y espíritus. La explicación radicaba que las tejas cubrían la parte más alta de los edificios y por ende más visible y cercana al cielo.
Aclarando que las edificaciones beneficiarias de este elemento de construcción, como no podía ser de otro modo, siempre fueron los inmuebles nobles y de importancia, tales como iglesias y palacios. Las moradas humildes no llegaban a la disposición de tejas.
En la Edad Media fue considerada ya un elemento constructivo de bien público. En numerosas poblaciones los teyeros, tenían la obligación de censar su oficio y marcar o sellar el fruto de su trabajo.
Los teyeros.
"No cometáis injusticia en los pesos,
ni en las medidas de longitud, de peso
o capacidad: tened balanza justa, peso justo..."
Levítico, 19 35-36.
De la actividad de los teyeros en Llanes, referentes en nuestra región, ya se tiene constancia documentálmente en el siglo X (año 926). Desde entonces ( o incluso antes) se han encargado de mantener y desarrollar a lo largo de los siglos. En el siglo XVII, ya se organizaban en cuadrillas. Su progresiva desaparición se producirá a mediados en la década de los 50 de la pasada centuria. La emigración a otros países y la aparición de tejeras industriales van a poner un punto y final a una actividad trashumante de más de 300 años.
Si atendemos al aspecto legal, en el antiguo Derecho Romano, base de nuestra actual legislación, las tejas han sido también símbolo de propiedad (lo que está bajo teja tiene dueño). Siguiendo en esta tónica podemos añadir que en lo que respecta a reglamentos y normas que afectan a terrenos comunales ( habituales de zonas rurales), se prohíbe taxatívamente el uso de las tejas para cubrir casetas o chabolas. Evitando que esa protección, pudiera repercutir y derivar en problemas de usufructos y titularidades.
Asimismo, permitirnos el apuntar la excepcionalidad que se da en este sector , donde les muyeres no han tenido una incidencia directa en la producción, como en otros gremios. Si bien es cierto que su labor fue cubrir la ausencia de los teyeros, en las labores domésticas y agrícolas. Fueron las encargadas de atender las demandas familiares y productivas.
Para adentrarnos en esta actividad primaria e imprescindible, recordemos la atinada
sentencia del ilustre Jovellanos, allá por el año 1782, respecto a el
aprovechamiento de los recursos naturales de nuestros ascendentes: “Nada de
cuanto es necesario para el uso de la vida sencilla deja de labrarse y
construirse por estos naturales.” Esta es la perfecta definición de aquel inexcusable espíritu, que labraron con su esfuerzo
los teyeros.
El
oficiu de teyeru.
Doña María Morata Doña María Pulga
Y Don Pedro Zorrilán Y Don Pedro Piojo
Se mayaron l'araguia Se comieron la carne
Na garliza´l pectoral. En la camisa del tejero.
Popular (Xíriga.)
Los tejeros, o tamargos, era un oficio que llevaba aparejado la miseria y necesidad. Siempre se desarrollaba entre los meses de menos lluvias. Aquellos que iban desde mayo hasta septiembre y que en pura lógica su climatología facilitaba el trabajo a desarrollar. Tal lo recuerda la siguiente sentencia popular: “ Los teyeros trabayen desde San Miguel de mayo a San Miguel de setiembre”.
Normalmente en las contrataciones de estos trabayadores trashumantes, iban sujetas a acuerdos que llevaban parejo la adquisición por parte de los vecinos de una determinada cantidad (casi siempre era el total de la producción) de tejas y ladrillos. Materiales todos ellos fundamentales para la edificación, reparación y rehabilitación de viviendas. Los contratos se hacían en forma verbal y apretón de manos. El cumplimiento del mismo era vital para los teyeros, garantizando con el mismo su futuro laboral.
Cuando la contratación se hacía a través de corporaciones municipales o instituciones oficiales, se establecían unos parámetros. En ellos se ajustaba cantidades, precios y medidas. En algunos lugares existían dimensiones especificas que había que observar. Vigilado el cumplimiento por "medidores de oficio" a cargo de aquellos.
En el supuesto caso de tardanza y de
retraso injustificado, aparecen las suspicacias por la parte contratante:
“ya viene el mes de
setiembre
y lus teyeros nun
vienen,
o yos cayó el fornu
encima
o malditu el cuartu
tienen”.
La procedencia de estas gentes que visitaban otros concejos era normalmente del occidente de Asturias. En algunas ocasiones de modo excepcional, también se acercaban de otras provincias españolas próximas. Era tal la influencia e importancia de este oficio que en algunos concejos, tal fue el caso de Amieva, se estimaba que a principios del siglo XX, se llegó a contabilizar en más de un 80% el total de la población activa que se dedicaba a esta actividad.
Fundamentalmente
y tal como dicta el sentido común, se trataba de gente arraigada a la tierra,
de llabradores con experiencia. Conocedores de la exigencia y dedicación
que requiere ese duro trabajo. El oficio era transmitido de padres a hijos,
conocimientos heredados a lo largo de los siglos. El factor determinante será el escaso rendimiento de
los frutos del campo, que obligaba a aplicar su sapiencia lejos de sus familias, de sol a sol, en
las duras teyeras.
El sacrificio de la vida, se manifiesta en este caso
como en otros tantos, de manera superlativa. Como bien lo recuerda el vecino de
Castañeda (Avilés), Tomás Arduengo: “Me tocó trabajar de chaval en la teyera
de matu (tejera temporal) en Oseja de Sajambre. Era un trabajo duro,
con una jornada de trabajo de 16 horas”. Aclarando que la jornada de
descanso se ceñía: “A la tarde del domingo pa lavarse un poco”.
El objetivo era aprovechar todas las horas solares posibles para sacar adelante lo más rápido posible la producción: “Trabajábamos de sol a sol, en unas condiciones penosas, descalzos y mal alimentados". El tiempo, marcaba las pautas laborales: " Nos levantábamos con el sol, al rayar el alba, parando solo para hacer las comidas.”
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Tomás Arduengo. La experiencia de un teyero. |
Respecto a los sueldos se ajustaban mes a mes y en los años 40 y
50, oscilaban entre las 1000 y 2000 pesetas, dependiendo de la tarea
desarrollada. Si nos retrotraemos a principios del siglo XX, los salarios eran más miserables. La remuneración de un pinche (entre 8 y 12 años) era lo equivalente a la compra de un traje, un par de zapatos y 25 pesetas a lo largo de toda la campaña. Siempre y cuando se cumplieran los objetivos productivos.
Los "oficiales", esto es, maseristas, tendedores o cocedores tenían reconocida una mensualidad de 60 pts./mes. Las jornadas solían superar las dieciséis horas y en algunas ocasiones podían llegar a las veinte. Dependiendo de los retrasos y necesidades para cumplir con los contratos.
Los precios de venta se fijaban previamente. Así en el año 1676, el millar de tejas regulares se pagaba a 40 reales de plata, subiendo a 60 reales en 1710. La alta demanda disparará su precio fijado hasta los 500 reales el millar en el año 1759. En menos de un siglo, su precio se multiplica por más de 10. La especulación, tal y como pueden observar, es algo inherente a la sociedad española.
En cambio, si de ladrillos hablamos, las cosas cambian. Su precio es bastante inferior respecto a las tejas. Ya que podía ser sustituido en muchos lugares por otros elementos alternativos (especialmente piedras). En 1710, ascendía a 50 reales el millar.
Pese a su descrédito social, este oficio, el del teyero, tuvo una gran importancia a lo largo de la historia en nuestro país. La evidencia se manifiesta en que el desarrollo de las poblaciones dependían en gran modo de su trabajo. El escritor y sociólogo Julio Caro Baroja, detalla: “La disponibilidad de tejas y ladrillos representó una gran preocupación para pueblos y municipios, pues la demanda de vecinos obligó en muchas ocasiones a la puesta en marcha de hornos por parte de Ayuntamientos, quienes previamente habían concertado con tejeros la explotación de los mismos.”
También fue notable su actividad en periodos concretos de nuestra reciente historia. Tal lo recuerda nuestro dicente Tomás Arduengo, descendiente de teyeros:”En la posguerra hubo una gran demanda de ladrillos y tejas”. Como se expuso anteriormente, hubo circunstancias favorables muy concretas, tal lo fue la creación de la gran empresa de la comarca, la fabricona, ENSIDESA. Con ella, se demandó unas importancias partidas de este material de construcción, para la creación de los barrios periféricos de Avilés. Lugares donde se tratará de instalar a la gran cantidad de gente, que de procedencia dispar arribaron a esta zona. Atraídos por la demanda de mano de obra.
Fue tal el valor de estos materiales que en los duros años de la autarquía, posteriores a la guerra, el ladrillo fue usado como moneda de cambio, de trueque y aval de cualquier intercambio. Así lo recuerda Alfonso Pinón:”En casa se hacía con ladrillo de la teyera
como pago de servicios . Nadie te decía que no, si pagabes con ladrillos. Es que valíen pa
cambiar por cualquier cosa, pues estaban muy valoraos”. Precisando uno de aquellos trueques con la teyera: " La leche que nos cogíen la pagaben con teyes y ladrillos. En el año 42 o 43 no había ladrillos en ningún sitio pa vender y pidionos Alfredo Rionda pa facer un tendejón. Aquel emprestao se fizo con la condición de que lo devolviera otra vez. Y así fue".
El trabayo de teyeru, era como otros
tantos muy duro, desarrollado en épocas difíciles y con unas condiciones
laborales penosas. El sueldo era escaso, pero fundamental para ayudar a pasar el duro invierno. Pese a todo, siempre con la
esperanza de regresar a la teyera en la próxima campaña.
Organización jerárquica.
"Allá de los montes
naide nun va estrañate,
dexa tamién el nome atrás,
la memoria, los afectos".
Pedro Antón Marín Estrada.
En
este trabajo tan duro, tan físico, de tanto esfuerzo y como en todos los
gremios, nada quedaba a libre albedrío. Había una estricta jerarquización que
en la cuadrilla de trabajo se respetaba.
Alfonso Pinón, puntualiza del modo que sigue: “En les Teyeres, se trabajó hasta finales de los años 50 y antes de la guerra trabajaban entre 20 o 25 personas”. Reseñando : “ Conocí varios encargados (man), como Ramón , Avelino, Perán o Fidel”.
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Alfonso Pinón y su mujer Avelina. Entre la juventud, distinguimos a Victorma, Carlos, María del Mar e Inma. |
La distribución de las labores en aquel duro trabayo, las detalla Alfonso Pinón del modo
que sigue:
-Encargado
(man) : "Era el que organizaba a la cuadrilla".
-Cavadores: "Sacaban el barro de la barrera, desmontaban la tierra con pales, picos o
fesories (azadas), para buscar el barro bueno”. En
nuestra teyera, el barro se sacaba del mismo monte: "En el caso de
aparición de grandes terrones, se desfacíen pegando con la fesoria o
con la pala, desterronandoles". Así se hacía una primera selección de la
materia prima.
-Pileros: “Eran los que amasaben y amontonaban el barro”. Añadiendo que había unos pozos llamados llagar :“que tenía agua y allí echaban el barro por lo menos 12 horas”. Teniendo en cuenta que en caso de perdida de agua de aquel, debían de reparar con la fesoria las grietas. La inicial tarea continuaba con el pisado de la arcilla: “Después lo pisaban descalzos, y lo sacaban del llagar a brazaos”.
Finalmente lo
tenían que seleccionar, tal lo expone: " Después lo sobaban, que era amontonar y escoger el barro para llevarlo en carretilla
para la masera”. Eso siempre que no estuviera muy lejos el barro, porque
sino se facilitaba el transporte del modo que sigue:“ Si teníen que andar
mucho con la carretilla, preparaben las vertederas, que son unas maderas en
forma de teja que ayudadas por el agua y la caída del terreno lo acercaban
hasta la masera”.
También eran los encargados del proceso de barrear : " Los pileros también teníen que con una barra de hierro , meterla en el barro y moverla para delate y p'atras" . El objetivo de esta operativa la justifica Enrique: " Se hacía así para saber si estaba buena la mezcla. Que tuviera bien unido". Ya posteriormente, se usaban las propias manos para corroborar la
idoneidad de aquella argamasa. Cubriéndola con sacos o elementos
vegetales previamente humedecidos con agua para evitar su secado.
-Maseristas. Los operarios que daban el toque final al barro, previo a su cocción a través de una masera. Alfonso detalla como era aquel útil: “Era una mesa grande de tres patas, una atrás y dos delante, donde trabajaban el barro”.
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Fuente: Juanjo Arrojo. A la izquierda la masera, junto a una carretilla. |
-Tendedores. Era quienes una vez hechas las tejas y
ladrillos, los llevaban a la era, al exterior
y al sol. Con ello se trataba de eliminar todo el agua posible. En el supuesto caso de lluvia se debían de tapar con otras tejas ya cocidas previamente. Alfonso puntualiza: “ Que
para hacer el ladrillo y cortar las formas usaban unas varillas de paraguas”. Recordad
que los antiguos romanos los cortaban con hilos, para facilitar su rotura ya en
obra.
-Cocedores. Los encargados de la cocción definitiva. “En les Teyeres había dos
fornos, en los que se atizaba con carbón y madera. También se cocía cal”. Aclarando su construcción: “El horno se hacía con rejales, que era una capa de ladrillos viejos y a
las paredes se colocaban también ladrillos crudos”. Sumando a sus
declaraciones, la sospecha: “Era el trabayo más duro, el peor de todos con mucha diferencia. Aquella gente pasaban varios días cociendo sin parar y en el caso de que no estuviese
suficiente curado, se curaba con menos calor”.
-Pinches, su trabajo era el más desagradable, era el criao
de todos. Tenían que hacer todos los recaos y cubrir la intendencia
de la comida, del escaso y poco apetecido rancho. Normalmente era desempeñado
por el más joven de la cuadrilla, sin apenas experiencia laboral, y con una
edad que difícilmente superaba los 14 años.
Una de las labores del pinche en nuestra teyera, la describe Alfonso: "Tenía que ir a buscar vino a Cañeo, a Casa Marcela Juanillo. Siempre había que tener vino y agua, pero sobre todo vino". Añadiendo una inequívoca sentencia: "Probe del pinche si no había vino en la Teyera".
Desde
estas líneas, recomendamos el magistral trabajo de Fe Santoveña, “Balada triste
de los teyeros de Llanes”. En el detalla minuciosamente la fame, miserias y abusos de
todo tipo que llevó aparejado este trabajo.
No
obstante, para tener la continuidad y presencia de estas cuadrillas, tal fue el
caso de nuestro pueblo, era necesario una elemental condición, tener arcilla, barro,
con calidad y en grandes cantidades. Tal y como lo recuerda en esencia,
estos versos de Andrés González:
"Dond' hay bon barru
facen la teyera
Que y'un fornu de
piedres lladrillau,
Con árgomes y lleña
preparau
P'encendelu per
baxu na campera.
Desque moldien la
masa, p la vera
ponse a secar al
sol en mita'l prau
y en teniendu el
fornu ya fumiau
hasta que quede
roxo dientro espera".
Como se facien les teyes.
“...Ya se saquen les teyes arroxaes
pa poneles en ringleres encamaes
pos llibren a les cases d'aguaceros...”
Andrés González Blanco.
En nuestra comarca, el tipo de teja utilizada para la cubierta de los tejados, era la denominada árabe o curva. Aquella que el experto Tomás Arduenga explicita del modo que sigue, evitando confusas comparaciones: “Ye la mejor y cuanto más vieya, más dura. Esa está garantizada, por ella no cala agua”.
Una teja no era buena hasta que no se hubiera probado su función. Las vieyas y de segundo tejado, eran muy apreciadas, pues ya habían garantizado su cometido. Estes teyes se compactan con las sales que deja el agua de la lluvia cuando se evapora. Cerrando con ellas cualquier poro que pudiera tener.
La evidencia de su eficacia supera ampliamente cualquier otra exposición. Las tejas son económicas, tienen una manifiesta dureza, que se multiplica con el paso del tiempo. Tal lo recuerda el popular dicho, “los refranes y les teyes, son cosa de vieyes.”
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Teyes vieyes. Cuando se demuestra la eficacia. |
Si nos remitimos al Archivo del Monasterio de San
Pelayo (Fondo del monasterio de San Vicente de Oviedo, doc. núm. 1248), señala
con fecha de 1331 y específicamente en
Antromero y Condres, la existencia de : “Habiendo unas pocas cabannas e dos horrios,...todo techado de palla”. Obviamente, deducimos del
escueto texto, la ausencia en aquella fecha de tejas en los tejados de las
entonces modestas edificaciones existentes.
En la magnifica obra “Arquitectura popular en Gozón “ (2001) del Club Juvenil Apolo, detalla otras alternativas en aquellas techumbres: “...la suposición de que pudiese haber sido frecuente la cubierta e incluso de lajas de pizarra en alguna construcción en zonas cercanas a Peñes”.
La fabricación de las tejas, era el más delicado de todos los trabayos de la teyera. Se dividía en cuatro partes: preparación del barro, moldeo, desecación y la cocción.
Aquella se iniciaba con la extracción de la arcilla en la barrera. Con ese desmonte, se hacía una previa selección dependiendo de las características de aquel barro. Este trabayu, se hacía como no podía ser de otro modo a pico , fesoria y pala y que algunos teyeros manifestaban como el más duro de todos.
Así, tal y como se expuso anteriormente si la arcilla extraída era tosca y con impurezas era destinada para la fabricación de ladrillos. En cambio, si era fina y de color parduzco característico se orientaba a un producto más exigente y delicado, esto es, para las tejas.
Posteriormente tocaba "sobarlo", tal lo expone Alfonso Pinón: "Echábase en una balsa de agua (llagar) toda la noche. Así se trabajaba mejor para sobarlo. Se suavizaba a mano, quitando toda la basura que tuviera el barro". Tras este proceso, aquel montón de arcilla ya preparada se iniciaba el trabajo de los "maseristas". Encargados de hacer les teyes.
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Fuente: Juanjo Arrojo. Sobando el barro. |
Para su elaboración tenían un molde en forma convexa para darle la forma característica. Y antes de llenarlo con la arcilla, se aplicaba una fina capa de ceniza procedente de los hornos, para que no se pegasen les teyes. Después se dejaban secar al aire libre durante una serie de días que dependiendo del sol y el aire pudiera llegar hasta una semana. En caso de que lloviese, se debían de cubrir rápidamente con otras tejas ya cocidas para evitar males mayores.
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Fuente: Juanjo Arrojo. Desmoldando la teja. |
Una vez que estaban secas se llevaban al horno y se colocaban en su interior de píe, con la elemental precaución de dejar huecos para el paso del aire caliente que facilitaba su cocción.
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Fuente: Grupo Uralita. Colocación de pie de las tejas. |
Serán las manos y el conocimiento experto de quienes manejaban el fornu quienes harán el resto. Ya que es necesario ir calentando lentamente su interior ( fase definitiva de desecación ) hasta alcanzar una elevada temperatura, próxima a los 1000º C. Esta se mantendrá durante al menos un día y para finalmente iniciar el progresivo descenso de aquel poder calórico. Si este método se hace correctamente, garantiza prácticamente el total de su producción.
Una de las pruebas definitivas de la calidad de las tejas , estaba en la presencia de "restallos". Recurrimos a la voz experta de Tomás Arduengo: "Los restallos de las tejas son por culpa de piedras pequeñas que hay en la arcilla. Cuando van al horno revientan y se ve como un bulto abierto en la teja". Si en el lote final productivo, los "restallos" son pocos, son el perfecto testimonio del buenhacer y maestría del equipo de teyeros.
Finalmente quedará la operativa, de almacenar les teyes, previa a su definitiva venta, fruto final de aquel trabayo. Tal lo recoge en estos versos Andrés González Blanco:
"...Reteyándoles
bien los albañiles
y vendiéndose por
cientos y por miles,
que así ganen la
vida los teyeros".
Los hornos de cal.
"¿Quien te fizo calero?
El poco dinero."
Popular.
El humanista Antonio de Nebrija, definió durante el siglo XVI, como " calera", al lugar o ingenio: "Do se faze cal".
Estos hornos fueron muy populares a lo largo y ancho de la geografía de nuestra comunidad, Asturias. Para su construcción era necesario la participación de dos componentes básicos, la piedra caliza y la leña. En casi todas las parroquias formaron parte de su paisaje pre-industrial, durante los últimos tres siglos.
En la antigua Roma, Plinio el Viejo en el siglo I de nuestra era, notificaba en sus escritos que en lo referente a las normas edificatorias, solo se podía emplear aquella cal que hubiera reposado al menos tres años. Con esta medida se trataba de dar mayor consistencia a las obras y su construcción.
Sirvan como ejemplo de los casos históricos de su uso, a los que podríamos recurrir en nuestra comunidad, el de las ruinas romanas de Gijón o en la construcción de la iglesia de Santa María del Naranco, allá por el siglo IX.
También como curiosidad y para corroborar su beneficioso uso desinfectante, reseñamos que el entonces alcalde de Oviedo, allá por el año 1866, ordenó para evitar problemas de higiene y propagación de infecciones (tan comunes en nuestra historia) el blanqueo de todas las casas y cuadras del municipio. Tanto en su interior, como en el exterior. Esa fue la verdadera importancia que la cal tuvo en determinadas épocas históricas.
Uno de los graves problemas de la cal estaba en su calidad. Para ello en Oviedo se dictan unas Ordenanzas en el año 1576. Con ellas se trata de poner control en el desorden que había en la venta de cal. Registrando en muchas ocasiones, "lo poco que bale, quebrada y maltratada". Advirtiendo que en lo sucesivo: "Lo vendan bien cozido e no delgada, y que sea buena". Y en caso de incumplimiento acarrearían penas de cárcel y sanciones económicas.
Respecto a su uso agrícola, destacamos una vez más al insigne Jovellanos entre otros ilustres autores (Dr. Casal, D. Juan de Vilanova, el inglés Townsend,...) quien recoge en sus escritos las bondades de este producto. Aun estimando la escasez de medios que disponía el labrador: " Introducía el abono de cal como uno de los más comunes y generalmente más usados en Asturias, beneficiándose las tierras de ello".
En lo referente al ámbito geográfico estrictamente local, además del localizado en les Teyeres, Benigna Anxelín corrobora la presencia de un pequeño horno de cal, en el Caliero de Cardina, en la Ería. Tratándose de una instalación sin grandes ambiciones, construido como complemento de venta y uso privado a la explotación de la piedra caliza. Tal lo refrenda: "Mi padre José el Salao, trabajó como cantero en el Caliero de Cardina. Allí había un horno , no muy grande pa quemar la piedra y hacer cal. Estaba hecho de piedras y barro. Y se alimentaba de leña, que los carreteros traían, cuando iban a cargar a la cantera".
Nuestro vecino José Antonio Uría, en ejercicio de memoria muy agradecido, recuerda otro horno de cal: "Urbano La Granda, en el principio de la carretera de La Granda, explotó un horno de cal, aunque no lo hizo durante mucho tiempo. La piedra, la caliza la traía de afuera del pueblo".
Los verdaderos problemas estaban en una mala cocción. Si se cuece mal, aparecerían los denominados "huesos, bizcochos o pollos". Estas tres definiciones eran producto de piedras calizas mal tratadas en el horno, por descuido o por mala fe. Aquella cal resultante era inservible para la construcción.
El catedrático Fuertes Acevedo advertía en el año1880, de la gran calidad de la cal producida en los hornos del concejo de Gozón. Dadas las características geológicas de la caliza (terreno jurásico), el resultado final era apropiado para obras de cierta envergadura (cal hidráulica).
La descripción de un horno tipo, la describe del siguiente modo la investigadora Fe Santoveña: "Estos se entortaban (con barro) previamente para evitar dejar huecos por donde escapara el calor. Se templaba con serrín y follaje diverso. Se cerraba con "tapinos" y se echaba carbón o leña dándole fuego durante tres o cuatro días. Finalmente se dejaba enfriar".
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Horno tradicional de cal. Dependiendo de su producción se aprovechaba las condiciones orográficas y materiales de la zona. En la imagen, se utiliza el talud del monte. |
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Luis Servando. Una enciclopedia viviente. |
Para alimentar aquellas instalaciones referidas por nuestro anterior dicente, se recurría a la piedra caliza de Los Laureles. Por si hubiera alguna duda al respecto, Luis Servando clarifica esta exposición: "Se sacaba la piedra de la actual Urbanización de Los Laureles. Antes este lugar se llamaba "la Casería de los Hornos de Cal". Esta precisión toponímica despeja cualquier incertidumbre.
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Fuente: Luis Servando. Escritura correspondiente a una de las parcelas de la actual Urbanización de Los Laureles. En ella se puede apreciar la denominación de la zona, precisada por Luis Servando. |
En los puertos este trajín exportador supuso algún problema para otras actividades productivas. Tal lo refleja el ilustre Marino Busto, en su obra "Historia del Concejo de Carreño en la general de Asturias" (1984): ...los individuos del Ayuntamiento, juntados en la Rebollada el 8 de junio de 1698, acordaron "nomine discrepante" que mediante en el Muelle de la villa de Candás se cargan todos los años cantidad de cal para el reino de Galicia y otras partes de que los vecinos pertenecientes al Gremio de mar reciben daños en sus aparejos y que mediante a que la república se halla sin medios para reparar algunas quiebras que suelen suceder en los muelles, el que cada barco que entre en la villa y cargue cal pague de cada carga quince reales de vellón que le cobrará Martín Martínez de Lauz, escribano de la diezma de la mar". Tal y como testimonia Marino, con esos gravámenes se conservaba el puerto y ejecutaba algunos arreglos más perentorios. Además de compensar a pescadores por los daños en sus artes de pesca.
Estos hornos pueden ser de varias formas, pero con el denominador común de tener un hueco interno donde se va a proceder a la calcinación de la roca caliza. Además de aprovechar el corte natural de un talud para que sirviera como abrigo. Facilitando la carga, descarga y economizando el esfuerzo físico que representaba el levantar y trasladar aquelles peñes a la boca e interior del horno.
También recordar que los hornos construidos por nuestros antepasados, difieren muy poco de los utilizados por los antiguos romanos hace 2000 años. Tratándose ambos, de fornos planta redonda y con un zócalo y base de piedra. El tamaño se conjugaría en función de la capacidad productiva. Siendo el producto resultante siempre la cal. Aquella que se obtenía desprendiendo de la piedra el óxido de calcio, por el efecto calorífico.
La cal, según exponía el profesor Martín- Ayuso, era un elemento clave en los cultivos desarrollados en nuestra zona por, “absorber la humedad, elimina la acidez del terreno, acelera la descomposición de la materia orgánica y da soltura a los suelos compactos”. Esto es, cuando la tierra ta pa trabayala, suelta y esponjosa".
El periodo álgido y más importante de esta actividad en nuestra zona a la que se refiere nuestro vecino Alfonso, corresponde al periodo posterior a la guerra civil. La autarquía impuesta por el bloqueo económico a la dictadura franquista obligó a su aquella explotación. Orientada casi siempre a la construcción, pues la demanda de cemento superaba ampliamente a la oferta existente.
En nuestra área de influencia gran parte del uso de cal, fue destinado como fertilizante de las tierras de cultivo. Además de atender los requerimientos de la misma de las fábricas remolacheras, tal fue el caso de la de Veriña. Fue tal aquel consumo, que estaba previsto en 1925 la construcción de un gran horno de cal en el concejo de Carreño.
La aparición de la siderurgia en la década de los 50 de la pasada centuria, va a revolucionar el proceso productivo de este óxido de calcio. Aparecen grandes hornos industriales que atenderán su considerable demanda.
Nada mejor para valorar cualquier actividad humana , que la afección de esta a la toponimia local. Nombres como La Casería de los Hornos de Cal (actual urbanización de Los Laureles) o el Caliero de Cardina (la Eria), denotan su importancia.
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Fuente: Google. Actual imagen del Caliero de Cardina. |
Los
ladrillos y su fabricación.
“No recuerdo más que lo que olvide”
Aurelio González Ovies.
El
proceso productivo del ladrillo, se inicia como no podía ser de otra manera con
la búsqueda y extracción del barro, de la arcilla, esto es, de la materia prima.
Esta operativa se desarrollaba con los útiles propios de la época, de las
palas, picos y fesories, en la denominada barrera.
Si está demasiada sucia, o demasiada compacta para su manipulación, para el amasado se mezcla con agua. Una vez tenga la textura necesaria se llevaría a los moldes (gradilla) dispuestos para dar las formas necesarias. Posteriormente y una vez superada la fase anterior se inicia el desecado que es donde se colocan los ladrillos en una zona aireada, pero protegidos de los rayos solares y del agua que pudieran deteriorar este proceso natural de la perdida del agua que tuvo durante el amasado. El objetivo es que no tenga un secado natural demasiado brusco y la aparición de una serie de defectos tales como grietas y deformaciones.
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Fuente: Juanjo Arrojo. Moldeando con la gradilla los ladrillos. |
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Fuente: Juanjo Arrojo. Desmoldando ladrillos. |
Después, es la cocción en los hornos. Aquí se usaban unos hornos característicos. Tal lo refrenda Alfonso Pinón: " Los hornos de Les Teyeres, los llamaben de formiguero. Y era porque aprovechábense los ladrillos que se facíen allí mismo para hacerlos y también para repararlos". Aquellos fornos, cuyos restos fueron visibles durante años al borde de la carretera. Siendo esta y su posterior reforma, quien los condenó a su destrucción definitiva, a finales de la década de los 70, del siglo pasado.
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Boca de horno. Similar estructura a los desaparecidos de nuestres teyeres. |
Es en este momento cuando se refuerza la necesaria simbiosis de monte y teyera. La necesidad de leña, de madera para alimentar aquella cocción, tal lo recuerda Tomás Arduengo, miembro de una de aquellas cuadrillas que recorrían determinadas áreas de nuestra comunidad: “En les teyeres de puertu o de matu, (tejeras temporales), se alimentaban de árgoma (rebolla) y de madera, en el caso de que no hubiera carbón “.
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Partes de la estructura de un horno de teyera. |
Aunque nuestro testigo de primer orden en esta Teyera,
Alfonso Pinón, certifica el uso del combustible fósil: “ En los
dos fornos que había se alimentaban con carbón, y se podía echar madera,
dependiendo de lo que se quería atizar”. Matizando preferencias: "Pero siempre se trataba de echar carbón". Aquelles muyeres que usan y han
usado les cocines de carbón, saben de lo que está hablando el bueno de
Alfonso.
Los ladrillos, macizos, se hacían directamente sobre el tendedero. Allí, el cortador (que era normalmente el encargado) colocaba el molde (pieza cuadrangular ), depositaba la arcilla en los huecos, presionando, y luego pasaba el rasero. También se cortaban con la aguja para separarlos del molde y después éste se quitaba. Como lo normal era que las esquinas superiores del ladrillo se levantaran al sacar el molde, se pasaba luego, cuando aún estaban frescos, la palmeadora. Una tablilla de madera del tamaño del ladrillo o algo superior y con un mango, también de madera, transversal para manejarlo.
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Fuente: Alberto López. Molde para ladrillos. |
Tras los cinco días mínimos, requeridos para que el horno se enfriara, se extraían las piezas que eran almacenadas hasta su comercialización. Estas piezas mostraban un color rojizo si estaban adecuadamente cocidas.
Las piezas se extraían del horno, al igual que se metieron, a través de la boca de encañar y en brazaos. Desechándose las deterioradas por derretido, las torcidas, las pandeadas (con el lomo cóncavo en vez de recto), las rajadas o las que tenían verrujo o restallos (orificio que se forma cuando estalla una piedra en su interior por el efecto del calor.)
Los ladrillos se clasificaban dependiendo de la calidad que acarrea el tiempo y condiciones de su cocción. Así, se podían distinguir :
– Porteros, son los que tienen peor demanda y
menos valorados. Se deshacen con suma facilidad, al estar poco cocidos.
– Pardos y pintones, mejor calidad que el
anterior, pero aun sin llegar a una dureza que garantice una buena vejez.
– Recochos, son los más solicitados, representan
una cocción adecuada idónea.
– Escalfados o santos, de gran dureza, ideales para un permanente contacto con el agua,(alcantarillado, arquetas,..etc).
La Xíriga.
"...Tan solo éramos (juntos y extraños)
la memoria que ahora tenemos
o estas palabras".
Antón García.
La xíriga, fue un argot o jerga, hoy prácticamente en desuso, que nació por el temor y la desconfianza que aquellos teyeros tenían respecto a su jefe o patrón. Así generaron un lenguaje encriptado para poder entenderse entre ellos, sin ser entendidos. Este jable de los tamargos, fue usado durante más de 250 años .
En ningún caso se trata de una creación excepcional. Era habitual este ejercicio de defensa ante los abusos patronales en otros gremios y oficios. Tal fueron los lenguajes de los canteros de Ribadesella, los trabajadores de la madera o cunqueiros de Degaña . Siendo el más significativo y próximo de los caldereros de Miranda en Avilés (el bron). Respecto a este último, ha hecho un magistral estudio, el párroco de la citada parroquia, José Manuel Feito Álvarez.
Para comprender ese estadio en plenitud, vamos a recurrir a la autora María Josefa Canellada y a su libro “Leyendas, cuentos y tradiciones “. Quien describe portentosamente los antecedentes que existieron para la creación de la xíriga : “... el número de horas de trabajo, lo agotador de la tarea, el mínimo descanso que tenían, la baja calidad de los alimentos, trajeron consigo, a la larga, que se crease un clima de enemistad entre los trabajadores (tamargos) y el man (amo), que, por lo general se mostraba duro y exigente hasta el límite de lo inhumano con ellos. La hostilidad hacía el amo y la tensión a que se veían sometidos, fueron quizá uno de los determinantes de la creación de la xíriga...
La xíriga, no tenía gramática definida y su conocimiento se transmitía oralmente, de boca a oído. Y con ello, los riesgos que este tipo de traspasos representaba entre personas sin ningún tipo de estudios. En muchas ocasiones, las palabras se creaban con una alteración de las sílabas, invirtiendo las mismas. Tal es el caso de la palabra padre que la traducían como drape. Esto es, tal y como diría el ingenioso Dionisio Viña, hablar del vesre ( del revés.)
Fruto de ese ingenio se podían tomar determinadas licencias en el trabajo. Cantando o declamando a grito pelao, delante de jefes o encargados, versos como los que siguen, mientras trataban de aliviar su mal humor, fruto de aquel trabajo agotador:
"Gachu man ¿ez
llastirás
al zosquin de la
guxara,
los maíneles
embricíados
y la morúa
abrecada?".
Lo que traducido: “Mal amo, ¿no irás al cementerio, los dientes levantados y la cabeza partida?.
No perdían la ocasión de reflejar las duras condiciones de vida. De aquella dureza cotidiana:
"-De
mañana maya mingo
y
de michigún, uzquía;
y
de brota los plumosos
y de racha la golía".
O lo que es lo mismo: “Por la mañana acosa el frío, a mediodía el calor, por la tarde los mosquitos y por la noche el sueño”.
Como curiosidad resaltaremos que el humor mordaz y ácido de los inventores de la xíriga, trasciende el ámbito del trabajo. Siendo especialmente crítica en oficios e instituciones socialmente muy reputadas e intocables. Así a los curas los llaman con un nombre que resulta en su sonido grotesco, ñurrio. Al Dios todopoderoso Xode y al diablo, para compensar como charrán o tarráu.
Tampoco los teyeros se libran y se adjudican el de pete. Curiosamente a los médicos el de apulapetes (mata-teyeros) y los veterinarios apulairias (mata-vacas). Y aun más curioso resulta el caso de algunos organismos públicos, como la escuela, chero los pallides (casa de los burros) o el Ayuntamiento, cheru la estigación (casa de la jodienda).
Así, nuestro vecino Alfonso Pinón, reitera por llamativo, el abuso indiscriminado de la jota (j), en su forma de hablar: “ Hablaban mucho con la jota, por ejemplo al horno, lo llamaban jornu y a la fuente juente.”
Según los investigadores, esta jerga, nació a principios del siglo XVIII. Aunque como ocurre en estos casos y ante la ausencia de documentación que avale las tesis, surgen controversias que inciden en diferentes argumentos, pues hay otros que la sitúan en el siglo XIII. Una de las teorías más extendidas se apoya en su procedencia vasco-germánica.
Lo
que es inapelable y no admite discusión alguna, es que el uso la xíriga es pobre en vocablos e irá va
desapareciendo con la misma velocidad en que se va agotando la profesión de teyero.
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Fuente: La piedriquina. Teya de Villayo. Casa Celesta. En ella hay un párrafo en xiriga. No muy habitual, por su extensión. |
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Reproducción de la teja descrita por Benigna Anxelín. La X. debajo del icono, puede ser la abreviatura de Dios, en xiriga. Esto es, Xode. |
Nuestra teyera.
"¿Sabes tú cuanto miden los recuerdos?
Siempre cambia el tamaño de las cosas
que guarda la memoria..."
Antón García.
En nuestro concejo, les
teyeres más importantes que han
existido, se ubicaban en Nembro y en la bajada hacia Luanco (la nuestra). Tal y como lo
recuerda Alfonso , se ubicaba:“ En los terrenos de Nicolás de Carcerán y
que estaba alquilado por Perán”.
Aprovechamos su
prodigiosa memoria para que detalle y puntualice aconteceres vinculados a aquel
trabayo. En lo referente a la logística, para mal dormir y descansar: “En un
camarote que hacían y preparaban al empezar la temporada”. Respecto al vital agua :“Había un pozo con mucha agua
que se llenaba por el invierno (con las lluvias) y era de hormigón”. En el supuesto caso que no hubiera bastante: "Se llamaba a un carretero para traerla”.
Respecto al transporte de todo el trabayo: “La producción se llevaba en carretes”. Aclarando por si hubiese alguna duda : “El carretero oficial era Fausto el de Cañeo". Si la necesidad o premura obligaba: "Aunque si no daba abasto llamaben a otros, pero eso pasaba muy poques veces”.
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Alfonso Pinón. Nuestro valioso informante. |
Tal y como se expuso con anterioridad, se trataba de un gremio constituido en cuadrillas cerradas. Ello no significaba que en caso de apuro provocado por retrasos en la producción, se contratase a mano de obra de la zona. Así lo apostilla Alfonso: “Después de la guerra porque tenían más trabajo, contrataron a gente de aquí como Soponte (Genaro) y antes de la guerra a Falín de Pacha, Marcelo de Bocines,..”.
Para sacar la producción se hacían paquetes específicos. Explicitando la forma que tenían de hacer los fardos de ladrillos: “Cargaban de 5 en 5 los lotes. Y los contaban por
unidades, uno, dos, tres, cuatro,..., once, doce y ¡¡¡UNO!!!”, catorce,
quince,...esquivaban el número trece”. Nuevamente las supersticiones tan
arraigadas hacen mella en el oficio. Tomás Arduera, respecto al empaquetado y posterior venta, apostilla
lo que sigue: “Los ladrillos se empaquetaban por millar y en el caso de la
cal era por metros cúbicos”.
Respecto a los hornos de cocción, recurrimos al conocimiento de Alfonso, para su descripción: "Había dos hornos. En ellos se cocía de todo, la cal, ladrillos y las tejas". Detallando la importancia del conocimiento: "Después de cocer el material durante una semana, había que enfriar poco a poco el horno. Alimentándolo cada vez menos. Era la manera que no se estropeara todo lo que estaba cociendo".
Incidiendo nuestro declarante en la necesidad de ese enfriamiento: " Se solía esperar unos cuatro o cinco días para sacar les tejes y los ladrillos del horno. Estaben todos los teyeros pendientes de que todo fuera bien". Aunque detalla un encargo a un taller próximo: "Mandaron a Pedro el de los Carros , que hiciera unes tijeres de fierro para poder sacar primero del horno todo aquello y así no quemarse". Aquel objetivo de ganar tiempo no siempre fue eficaz: "Con les tijeres, sacaben primero les tejes y los ladrillos, pero alguna vez rompíen y agrietaben muchos. Supongo que era porque enfriaben muy rápido."
Nuestro vecino Luis Servando, hace un añadido a la exposición anterior: " Uno de los últimos que explotaron Les Teyeres en los años 50, o el último fue el Sr. Corrales. Este hombre venía de afuera y se instaló definitivamente aquí. Tuvo dos hijas, viviendo una en Antromero y otra en Condres". Fue tal su raigambre a estos lares, que se convirtió en un experto pesquín de pedreo: "Era un artista en el pedreo. Iba a las bajamares con un paraguas. Lo abría y lo colocaba al lado de un pozo. Y pescaba a mano barbadas, escamarones, andariques. En vez de cogerlas, las lanzaba dentro del paraguas".
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Fuente: Sonia Corrales. José Ramón Corrales Blanco. El último propietario de la explotación de Les Teyeres. |
La informante Carmen Poquito, detalla del modo que sigue, su contacto infantil con aquella teyera:" Los dueños eran María y su marido, Corrales. Tenían dos hijas y un hijo. Una de ellas se llamaba Ramonina , la otra Ángeles y el hijo Manolo (muerto a los 27 años). Y recuerdo que había una caseta que hacía de vivienda". Añadiendo el motivo de aquel conocimiento del entorno: "Yo iba muchas veces a ver como trabajaban el barro. Para nosotras todo aquel mundo era nuevo y nos llamaba la atención aquella forma de trabajar".
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Carmen Poquito y su marido. |
Una de aquellas hijas a las que hace referencia Carmen, María de los Ángeles Corrales precisa de primera mano alguna de sus vivencias en nuestra teyera: " Mi padre José Ramón Corrales Blanco, nació en El Carmen, concejo de Ribadesella, fue el propietario de la teyera. Aunque antes fue de la que había en Cabornio, que era más pequeña". Detallando la gente que operaba en ella: " Allí trabajaba gente de la zona, como Floro Bernabé, Ramonín o José el de Quevedo..."
Abandona la actividad de Bocines , para centrarse en Les Teyeres, pues las expectativas de crecimiento son evidentes: "Empezó sobre el año 1950 y estuvo hasta principios de los 60. Aunque en el año 1952, fue a trabajar en la teyera del Conde de Villabona". Puntualizando uno de los motivos del cese de aquel trabajo tan duro y exigente: "Lo dejó y los últimos años que trabayó, ya lo hizo en ENSIDESA".
En unas valiosas aportaciones describe algunas de aquellas actividades desarrolladas en aquellas faenas: "El barro se sacaba por la parte de arriba de el monte, junto casa Alfonso Pinón. Y se bajaba con la ayuda de un carro del país de Fausto el Reixidorio. Aquel carro no tenia ruedes, tenía una piezas para deslizarse. Les ruedes con aquella pendiente eren muy peligroses".
La contratación de personal experto y con garantías había que hacerlo en los concejos de Oriente. Tal lo expone María de los Ángeles: " Mi padre todos los días de San José iba en dirección de Llanes, Amieva, Nueva, ... para contratar a los teyeros. Empezaben en mayo y acababen en setiembre". Para cumplimentar el mantenimiento de útiles y accesorios: "Íbamos a reparar y afilar les fesories (azadas) al taller de Pedro el de los Carros". Si hablamos de otros consumibles más mundanos, también había recursos próximos: "El tabaco lo comprábamos en Casa Flora los Paxaros. El agua para beber lo cogíamos de la fuente que había por debajo de esa casa".
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Fuente: Sonia Corrales. María de los Ángeles Corrales. La voz de la experiencia. |
La intendencia y logística se cumplimentaba del modo que sigue: " Los teyeros teníen una caseta para vivir. Mi padre tenía otra, para la familia". El necesario combustible para calentar los hornos había que negociarlo en otros concejos: "Antón de Marcos y Guillermo iben en camión a La Arena a buscar y comprar cisgo de carbón (polvo). Iben por les cases negociando con les muyeres. No se compraba al peso, se compraba por cestos".
Como curiosidad añade una de las miles de anécdotas vinculadas al proceso productivo: "Trabajaba con nosotros el Mudo Borial (era sordomudo) y manejaba una maquina para amasar el barro. Cuando había que avisarlo que la parara, había que tirarle una piedruca (guijarro), para que dejara de dar manivela y soltara el rabil".
El resumen de todo aquel trabajo lo expone con rotundidad: "Aquello era muy mal trabajo, muy duro. Se de lo que hablo, nací y me crie entre ladrillos. Trabaje como un paisano más, siendo una cría. Hice casi todos los trabayos de la tejera: cargar y descargar el horno, levantar y tapar, manejar el barro....".
Finalmente recuerda que aun pasó no hace tanto tiempo por allí y vio el agujero por donde se atizaba el horno. Hay cosas que jamás se olvidan, para bien o para mal.
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Emplazamiento donde se encontraban Les Teyeres. |
Útiles de nuestra teyera.
Algunos de los
utensilios comunes usados por los teyeros, no descritos con anterioridad
según descripción de Alfonso, son los que siguen:
-Badillo: “Era un a especie de pisón que se pasaba para matar los salientes del ladrillo y normalmente era un trabajo del pinche, que lo hacía cuando estaba casi verde el material”.
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Badillo. |
-Palmadoria: “Para rematar el pisao, por si fallaba el badillo”.
-Tijeras: “Son para sacar los ladrillos del horno cuando estaban muy calientes lo hacían con unas tijeras que le encargaron a a Pedro de los Carros.” Aclarando su forma:" Eran grandes y con dos topes planos en la punta".
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Tijeras para sacar ladrillos del horno. |
-Cadavau, “era para darle la curva a la teja. Era de madera. También lo llamaben galápago". El protocolo de su uso se reducía a echar encima la plancha de arcilla humedecida, para que se amoldara a su forma. Después solo era tirar de este cadavau, por el mango para su separación.
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Cadaveu o galápago. |
-Hojas de ocalito (eucalipto): “Para que
no enfriara bruscamente la producción, se colocaban las hojas reposando, y así
se templaba.”
-Marcos: “ Son los moldes para hacer las tejas”.
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Fuente: Juanjo Arrojo. Usando el molde para hacer la teja. |
-Rasero: “Parecíase a una llana de albañil. Era una pieza de madera dura, para rasar los ladrillos y las tejas”.
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Rasero. |
-Cocín: Era una especie de balde o recipiente. "Donde se echaba agua para lavar las tejas.”
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Laudina Artime. |
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Fuente: Google. Vista aérea de la Charca de Condres. |
Última reflexión.
El sacrificio de la vida se refleja una vez más en los esfuerzos sobrehumanos. Estos que son impensables en el actual mundo en el que vivimos, pero que no hace tanto tiempo sufrieron nuestros antepasados. En este capítulo hemos recorrido de puntillas una actividad tan apegada al ser humano como su propia vida. Un oficio duro, tan duro como tantos otros, pero grabado en nuestra historia.
Fueron les teyeres, la primera gran empresa del pueblo. Allí donde trabajaban temporalmente varias decenas de paisanos. Curtidos por el frío de la noche y el alba, derretidos por el sol y el calor de los fornos. Sin descanso, mal alimentados y con la única objetivo de llevar un puñado de perres al final de la temporada, a los suyos. Agotando sus vidas en el sacrificio.
Estas líneas son una medicina para
el recuerdo, para ese recuerdo tan frágil que a menudo nos abandona.
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