Capítulo 86. Coses y casos de cases. Casa Miguel . Parte IV.

 



Fuente: Gabriela Álvarez.


Capítulo 86.


Coses y casos de cases.

Parte IV.


Casa Miguel (Condres).



Una historia de antes.



"Mis padres me engendraron para el juego

arriesgado y hermoso de la vida,

para la tierra, el agua, el aire, el fuego.

Los defraudé. No fui feliz".

Jorge Luis Borges.



La vida te ofrece un mundo de posibilidades, caminos que invitan a ciertos destinos, con billete de ida y una vuelta incierta. Experiencias únicas, complejas, aderezadas con la sal y pimienta de lo vivido y porque no, también de lo sufrido.


La historia, sea doméstica o universal, forma parte de un engranaje vital, necesario para poder analizar y comprender determinados  hechos que llegan a conformar el desarrollo humano.


Todas las experiencias vividas, esas que se han convertido en parte del pasado, son piezas del maravilloso puzle, que constituye nuestro particular universo. En ellas, se han deslizado episodios de antepasados que han llegado a nuestros días. La transmisión oral de los mayores, ha fortalecido nuestras ganas de conocimiento de un mundo desaparecido o en vías de hacerlo. 


Nos han acostumbrado a valorar y cuantificar los hechos históricos en razón de los éxitos de los poderosos. Pero, ¿Habéis reflexionado, en algún momento, que sería de esa historia expuesta al amparo  de colegios, institutos, o incluso de las universidades, sin la existencia de la gente común?. ¿Os podéis imaginar una batalla sin más participantes que dos reyes frente a frente, sin ninguna persona más?. La historia oficial, es la historia del vencedor, de los poderosos, escrita a su gusto y antojo por plumas a su servicio. Aunque, sin el resto del pueblo, de la gente común, jamás  formarían parte de esas gloriosas crónicas.  Podéis estar seguros.


Conscientes, como somos del fraude, engaño y manipulación de algunos relatos históricos, aprendidos en muchos casos desde la tierna infancia, hemos tratado de revelarnos manifestando nuestra reivindicación a través  de todos los capítulos,  subrayando la memoria y vida de nuestros antepasados, por encima de cualquier versión oficial.  Al fin y al cabo, siempre han sido los pudientes, quienes escriben y reescriben la historia a su gusto. El aparato propagandístico de los poderosos es ambicioso, cruel e insaciable.


Trasladada esta reflexión a la vida de los pueblos, de todas las comunidades, es evidente que está y estuvo formada por un necesario engranaje social, que en muchas ocasiones funcionó ajeno a las directrices marcadas por el poder.  En aquel organigrama, todo el  mundo tenía su papel y desarrollo. En el ambiente agrario, por motivos obvios, siempre se ensalzó y subrayó a las familias que disponían de mayor poder económico. Aquelles grandes caseríes, que las personas de mayor edad enumeran y que formaron parte de su cosmogonía idealizada.  Aunque, en muchas ocasiones, dependieran de la ayuda de la colaboración vecinal para su éxito. Esta simbiosis necesaria, formaba parte de una estructura económica autosuficiente. Esa, que los grandes expertos denominan, con una expresión esdrújula, "economía autárquica".


¿Fueron importantes en los últimos siglos aquellas denominadas "caseries cojonudes", aquellas que tenían seis, siete u ocho vacas?  Evidentemente, así lo fueron, pues en los tiempos de estrecheces vividas por  nuestros antepasados, aun sobresalían más, tal lo atestiguaban en sus declaraciones. Pero, tanto o más lo fueron las medianas y pequeñas caserías, aquellas que fueron capaces de sobrevivir, con un gran sacrificio y esfuerzo a todas las zancadillas con las que el destino trataba de sorprenderles.


Por ello, es nuestra obligación, el reconocimiento y rendir un homenaje a ellos. Casas y caserías formadas por personas sacrificadas y trabajadoras, sin mayor aspiración que vivir , esquivando a les estrecheces y a la fame. Gentes que fueron olvidadas y ninguneadas por esa historia oficial, que ciertamente, no  la reconocemos como nuestra, aun asumiendo el despecho que pudiéramos provocar en voces y conocimientos más autorizados. Es el riesgo de la impostura, a la que os invitamos a vivir.




Una vieja historia, Casa Miguel.




"...prolongan el pasado, sobre el muro,

los antiguos espejos familiares".

Rafael Maya.


Intentar recuperar el pasado, es como apretar la arena con nuestra mano, esa que siempre se escapará, por mucho ahínco y ganas empeñadas en retenerla. Aunque, siempre quedarán restos entre nuestros dedos que evidencian la frustración del esfuerzo y el fracaso de no haber podido conservar una cantidad mayor. Son esos restos arenosos, el perfecto ejemplo de nuestra historia doméstica, plagada de recuerdos que embisten contra el muro invisible que construye el paso del tiempo y cuya argamasa es el olvido.


Casa Miguel, en Condres, es un ejemplo más a añadir de una sociedad rural matriarcal. Una sociedad marcada por la presencia del varón, pero organizada inter-muros, por las mujeres. Muyeres abnegadas, solidarias, sacrificadas y, por encima de todo, muy trabajadoras. Féminas, que sin atender a edad o estado, ejercían de faro en tiempos de oscuridades y nieblas, en las que primaba el bienestar del grupo por encima de ellas. Así, Gabriela Álvarez, penúltima generación de Casa Miguel, recuerda a una de sus referencias: " Mi abuela Concha, fue la mujer más buena y trabajadora que jamás conocí. Ella sacrificó su vida en beneficio de la familia". Esta manifestación clara y rotunda, es el mejor resumen de la vida de muches muyeres, cuyas vidas han sido la permanente abnegación y generosidad sin par.


Antes de adentrarnos es pequeños detalles que hacen grandes a las historias, vamos a exponer el árbol genealógico de la familia de Casa Miguel desde la último cuarto del siglo XIX, hasta el siglo XX. Personas que forman parte de la interminable lista y el largo camino que nos acerca  a la raíz y origen de la humanidad. Personas inmortales, que han tejido historias que han formado los caminos que nos han conducido hasta aquí, y que en muchas ocasiones se desvanecen para siempre en nuestra memoria.


Nuestra partida, se iniciará con el matrimonio formado por José Vega Fernández, nacido en El Posadoiro, en Cardo, en el año 1870 y Antonia García Paredes, nacida cuatro años más tarde, en 1874, en Condres. De aquella unión  nacen once hijos: Ramona (1893), Manuel (1895), María Dolores (1898), José A. (1900), Alfredo (1902), Florentino (1903), María (1905), Leónides (1906), Florentino (1907) , María Concepción, Concha (1910) y Ramón (1911). El cuarto de los hijos, José A., nacido un 16 de enero de 1900, fallecería apenas ocho meses después, el 29 de septiembre de ese mismo año. Esa misma suerte de una muerte prematura, la sufrirían otros tres hermanos: María, nacida un 25 de abril de 1905 y fallecida tres años después, en 1908; Leónides quien vería la luz el 5 de julio de 1906, y abandonaría este mundo casi cuatro años después, el 4 de junio de 1910; finalmente Florentino, nacido  el 21 de agosto de 1903 y fallecido un 3 de marzo de 1905, con menos de dos años. Son, tal y como hemos visto en anteriores capítulos,  unos años duros que muestran toda su crueldad donde más duele, en la alta mortalidad infantil. Arturo Artime, reseña un dato escuchado a su abuelo (Marcelo Lluisa, vecino de Casa Miguel) , en el que citaba haber visto " salir de aquella casa diez entierros".


Es curiosa una apreciación, que no nos ha pasado desapercibida, la de que en muchas familias la herencia y asignación al recién nacido el nombre de alguno de sus hermanos fallecidos, y en esta ocasión se repite, una vez más, en Casa Miguel. Una práctica recurrente para honrar a aquellos pequeños, y que su recuerdo nominal atemperara las penas de quienes pasaron con más pena que gloria por un mundo duro y exigente.


Tras esta reflexión, hagamos un breve recorrido por la evolución de los hijos vivos del matrimonio, sin más pretensiones que citar cónyuges e hijos, atendiendo a un documento impagable prestado por nuestra colaboradora, Gabriela:


La primogénita, Ramona Vega García (1893) se casará con Ángel  González Menéndez y de esa unión nacerán ocho vástagos: Antonio, Marina, Piedad, Sara, Ludivina, José María, María Dolores y Consuelo.


Manuel Vega (1895) contraerá nupcias con Dionisia Álvarez Muñiz y emigrará a los EEUU.



Fuente: Gabriela Álvarez. Imagen de los cuatro varones  vivos,
nacidos del matrimonio José Vega y Antonia García. De izquierda a 
derecha: Florentino, Alfredo, Manuel y Ramón.


María Dolores Vega (1898), se esposará con José García Heres, y tendrán dos hijos: José y Marcelino, fallecidos trágicamente el primero de octubre de 1939, por la detonación accidental de una bomba, acabada ya la guerra y que marcará, inevitablemente, el devenir de la casa. Dolores fallecerá en el último de los partos.


Fuente: Gabriela Álvarez. María Dolores
y José García Heres.


María Concepción (1910) se casará con su cuñado (viudo de Dolores), en una acción que demostrará su impagable bonhomía y coraje (tal y como expondremos posteriormente). De este matrimonio, nacerán cinco hijos: Margarita, Carmen, Manolo, Toño y Ramón.


Alfredo Vega (1902), contraerá en primera instancia nupcias con Engracia Rubín Gutierrez. En esta unión nacerán siete hijos: Los gemelos Rafael y José Antonio Vega Rubín (este último fallecerá al poco de nacer), José Antonio (nuevamente se emplea el nombre de un hermano fallecido), Yolanda, María Teresa, Alfredo y Santiago.  Una vez enviudado, se casará con Evarista Rodríguez y tendrán una hija: Enma Vega Rodríguez.


Florentino (1907), se casará con Catalina Álvarez Muñiz, y contarán con cuatro vástagos: Isolina, Sara, Manuel y Florentina Vega Álvarez. Tratará de buscar fortuna en los EEUU, tal y como hizo su hermano Manuel.


Ramón (1911), el benjamín, casado con Luisa García Fernández, tendrán tres hijos: José Luis, Sabino e Isabel Vega García.



Fuente: Gabriela Álvarez. Ramón y su 
esposa, Luisa.


La sangre y el linaje de esta familia se extiende, en una época de numerosos nacimientos y también de muertes infantiles, que impide un crecimiento demográfico exponencial. Avanzamos en el tiempo, pero debemos hacer una obligada parada, respecto a un referente vecinal, con el que iniciamos este recorrido: José Miguel Vega Fernández, hombre allegado de otra parroquia, quien hizo patria en la nuestra.



Fuente: Gabriela Álvarez. Árbol genealógico del
matrimonio José Vega y Antonia García.




Una referencia vecinal. 



"Pensar nunca tiene buen fin...

Mi tristeza consiste 

en no saber bastante de mi...".

Fernando Pessoa.





José Miguel Vega, el patriarca, procede de El Posadoiro, en la próxima parroquia de San Martín de Cardo. Sin lugar a dudas, un hombre que no pasa desapercibido a sus vecinos. Aquel hombretón, no dejará indiferente a nadie de su entorno. Un liderazgo personal y una  personalidad arrolladora le va a facilitar el liderar cualquier actividad vecinal, tal lo detalla nuestra declarante: "Mi bisabuelo era muy buena gente, ayudando y colaborando en todo y con todos. Honestidad y trabajo fue su lema. Siempre trabajando en casa, donde había una limpieza extrema y una pobreza que le iba a la par".



Fuente: Gabriela Álvarez. José Miguel, acompañado
de su esposa, Antonia García y uno de sus pequeños
retoños.


Entre otras cosas, era el encargado de ir a buscar los ataúdes a Luanco, cuando algún vecino se iba para el otro mundo. Entonces, no había más medios que la buena voluntad y el esfuerzo para cumplir con aquella encomienda. Los caminos durante los largos inviernos, eran una superficie de agua y barro impracticable y el mejor exponente en la comarca fue "La Caleyona", cuesta empinadísima e inhumana que unía Salines con Condres. José, indirectamente, forma parte de una superstición antiquísima, el güercu/o (1), durante el cumplimiento de uno aquellos encargos vecinales.


Aquel episodio, que transcurre en el siglo XIX, lo transmite su hija, Concha:  "José Miguel, era mi padre, nacido en Posadorio. Era muy alto y fuerte. En aquellos años, era el encargado de ir a buscar les cajes de los muertos a Luanco. Las llevaba al hombro. Una vez tuvo que buscar una y de la que volvía empezó a granizar. En La Caleyona, se metió dentro de la caja para no mojarse. Cuando los vecinos de Bocines iban a Condres al velatorio, mi padre sintió las voces y salió de la caja. Salieron todos corriendo, llegaron a la casa del difunto diciendo que José Miguel iba a morir porque les salió de una caja de muerto". Aquel aparente güercu/o que nunca existió, supuso en cambio, un buen susto  para aquella gente, al comprobar como tras ellos,  llegaba el "muerto", completamente vivo.



 


(1). Este mito, está basado en  un aviso de la muerte. En nuestro ámbito se trata  de una persona que se le presenta a otra, poco antes de morir, normalmente en el campo. Estas visiones no tenían la facultad de hablar ni tan siquiera de hacer gesto alguno. Al llegar a casa al visionario le comunican que aquella persona que vio acaba de morir y en un lugar distante a donde lo había visto.




Historia marcada por una desgracia.


"Que injusta, que maldita.

que cabrona la muerte

que no nos mata a nosotros 

sino a los que amamos".

Carlos Fuentes.




Hace más de dos mil años, en la civilización griega, los autores más reconocidos y exitosos representaban sus grandes tragedias en personajes heroicos. Todas estas obras finalizaban con muerte física y emocional de sus protagonistas. Dolor y muerte sin solución alguna.


Sin desmerecer a cualquier tragedia decimonónica, estamos obligados a relatar esta desventura cruel, teñida de un inmenso dolor, con la que el destinó golpeó a esta familia. La hija de José y Antonia, María Dolores (1898), se esposará con un vecino de La Cerezal (Cardo), José María García Heres, en uno de aquellos matrimonios que se hacían " pa casa". José, era un conocido carretero, quien con su duro y sacrificado trabajo, ayudó al desarrollo de obras civiles y privadas. Sobre la felicidad inicial de aquella unión se va a cernir la desazón que irradia la tragedia. Un drama, cuyo guion cruel se desarrollará en varias fases: " La hermana de mi güela, Lola, tuvo dos hijos y en el segundo parto, murió". 


La tristeza envuelve a la familia y la hermana menor de la difunta, Concha Miguel, se convertirá en la figura familiar que representa el sacrificio y gallardía, tomando una decisión para evitar la partida  de los dos pequeños hacia Cardo, con su padre: "Mi güela, Concha, tras la muerte de su hermana, se hizo cargo de los dos pequeños. El mayor tendría poco más de un año. Entonces, vivía con sus padres y una tía, Rosa, que fumaba como un carretero. El padre de los pequeños, al cabo de un año volvió a buscarlos". El apego de Concha a la sangre de su sangre, a sus sobrinos, le hace tomar una decisión que le va a trastocar todos sus planes. Una vez más, esta mujer, antepone el bienestar de los que la rodean  al suyo propio: " Ella estaba cortejando con un chaval de Santolaya. Renuncia a aquel amor y se casa con el que hasta entonces había sido su cuñado". El objetivo: no separarse de sus sobrinos que estaba criando.



Fuente: Gabriela Álvarez. Concha, posando
con un vestido enviado desde EEUU, por uno 
de sus hermanos. " El collar, los pendientes y la 
pulsera se los dejó el fotógrafo".



La boda se celebra a una hora temprana, para evitar una costumbre muy arraigada en el mundo rural, la pandorgada (2): "La boda se celebra a la siete de la mañana y los intentos para que no hicieran la pandorgada fueron en vano, tal y como recordaba el vecino Marcelo Lluisa". Aquella demostración cruel e innecesaria fue incluso muy criticada por los vecinos: " Algunos del entorno siempre decían la falta de vergüenza de hacer todo aquello, con dos chiquillos tan pequeños en casa".


La tragedia sigilosa, se va a manifestar con  forma despiadada  y no tardará en cercar a esta familia. Pocos meses después de acabada oficialmente la guerra "incivil", un vecino encuentra una bomba sin explosionar y la lleva para casa. El primero de octubre de 1939, aquella irresponsable acción cobra sus víctimas más vulnerables: " Sus hijos la golpean con un martillo. Mueren los cuatro niños de aquella casa y los dos de la nuestra. El drama fue indescriptible. La bomba destroza los pequeños cuerpos". Marcelino y José García Vega, aquellos niños amados y queridos por Concha, como si fueran suyos, son brutalmente inmolados.


Los efectos de aquella despiadada matanza, son inmediatos en la familia: " Mi abuelo, José, se refugia en el alcohol, que no abandonaría hasta casi treinta años más tarde, después una visita al médico al estar al borde se la muerte". Tras esta renuncia definitiva, tal y como lo recuerda Gabriela, las circunstancias familiares cambian de modo fulminante: "Tras dejar de beber, recuerdo perfectamente las palabras de mi madre: " Ahora recuperé a mi padre". Aunque siempre cumplió con sus deberes laborales:  "Nunca dejó de trabajar con sus vacas como carretero. Era muy apreciado por su trabajo en la comarca. Pese a que, tras la jornada laboral, ahogaba su dolor en los chigres". La fortaleza de su mujer, Concha, no tiene parangón, constituyendo el pegamento familiar: "Mi abuela, trabajaba en casa, nunca se vino abajo, pese a aquella dependencia de su marido. Ella era el claro ejemplo del sacrificio y el esfuerzo permanente. Trabajó en la madera, con mi abuelo. Un trabajo de hombres, que no arrugaba a Concha. Embarazada, con dolores de parto y cargando piezas de madera con mi abuelo, en el monte". Eran mujeres curtidas por la dureza de la vida, infatigables ante el desaliento y, sobre todo, deberían de ser un modelo sobre el que debiéramos reflexionar: " Llegar a casa, preparar la cena o lo que estuviera pendiente, meterse en la cama y mandar recado a la partera de turno y,...en esas circunstancias parir".


Aquel matrimonio tendrá 5 hijos: Margarita, Manolo, Ramón, Mari Carmen y José Antonio, Toño. Son tiempos duros, de posguerra y eso se manifiesta en el día a día: " Mi madre siempre me contó que cuando eran críos, llegaron a pasar hambre. Para Reyes, si se les ponía de regalo una mandarina, era para ellos el mayor tesoro y lujo posible".


El sacrificio, tal y como ocurría en prácticamente todas las familias, era para todos los miembros: " A la escuela iban poco. Había que quedar llindando les vaques. La comida era escasa, y no se hacía ascos a nada".


Será a través del trabajo, del esfuerzo y el ahorro, cuando se empieza a dar el esquinazo a los tiempos difíciles: " Se empezó a levantar la cabeza con el paso de los años. Los varones empiezan a ir a la madera, tal y como hizo su padre y madre y las mujeres cosiendo. Aunque, probablemente el mayor beneficiado sería el benjamín, Toño. Tal y como ocurre en todas las casas, al ser el más pequeño y haber una diferencia de edad importante entre él y sus hermanos, fue un poco el niño mimado".


En el año 60, se da un salto cualitativo en la familia, fruto del esfuerzo colectivo: " Es en el año 1960, cuando se hace la casa nueva, la casa actual". Siguiendo una pauta habitual y en muchos casos muy agradecida, la intendencia nocturna se manifiesta a través de una división de los espacios existentes: " Los hermanos de mi madre, dormían en la panera. Aquella panera que se construiría de modo excepcional en el terreno de alquiler de Los Gordillo. Y años después, pudieron comprarlo, facilitando aquella construcción".




Fuente: Gabriela Álvarez. Recreación pictórica de Margarita,
de la antigua casa "Casa Miguel" y de su panera.



Fuente: Gabriela Álvarez. Las dos hermanas, Mari Carmen
y Margarita frente a la antigua casa.










(2). La pandorgada, según una de sus acepciones  del Diccionario Histórico de la Lengua Española (1936-39): " Reunión popular caracterizada por el estruendo que se hace con distintos instrumentos musicales o con utensilios para gastar una broma o para burlarse de alguna persona". Este tipo de broma pesada era muy habitual en las celebraciones de bodas, cuando se cumplían una serie de parámetros: Que alguno de los contrayentes fuera viudo, o gente de edad madura.





Un mundo de olores.



"El recuerdo es el único paraíso

del que jamás podremos ser expulsado".

Proverbio italiano.



Recordar, adiestrar la memoria, es un ejercicio aconsejable y con toda probabilidad muy necesario para el bienestar mental. Hay muchas formas de hacerlo, y casi siempre con eficiencia contrastada. Un gesto doméstico tan común, como el  mojar una magdalena en el té, se ha convertido por derecho propio en todo un símbolo literario para recordar sentimientos, fielmente reflejado por Marcel Proust, en su obra "En busca del tiempo perdido". En esta monumental narración, Proust a través de la figura de su protagonista ( su alter-ego) , mientras sumerge una magdalena en una taza de té, rescata episodios de su infancia, vinculados a olores, sabores y texturas. ¿Quién no ha experimentado alguna vez esas sensaciones de recordar, de viajar al pasado cuando un aroma aparece sin avisar, cuando comemos algo que nos acerca a viejos tiempos, acompañados de seres muy queridos?. Ese recuerdo proustiano o memoria olfativa es una experiencia única, para revivir un episodio del pasado a través de un estímulo sensorial, tal pudiera ser el olor o el sabor. 


Gabriela Álvarez, hace uso de esta conexión para desencadenar una respuesta emocional y unos recuerdos  de aquellas mujeres vinculadas a los primeros años de su vida: "Nací en el barrio del Crucero (Luanco) pero mi vida también se fraguó en Condres y esa doble raíz me marcó profundamente. Luanco era barrio, vecindad, asfalto y Condres era calma, olor a hierba, a manzana en la panera, a leña y a pota a fuego lento. Cada lugar me enseñó algo distinto, la rapidez del barrio y el lugar a donde aprendía a mirar despacio, a escuchar más allá de las palabras y sobre todo a saborear dentro de mi los olores que me llenaban y que escribían los renglones de mi vida...".



Fuente: Gabriela Álvarez. Las hermanas 
Margarita y Carmen, en el Crucero, esta
última embarazada de Gabriela.


Serán las rutinas cotidianas, los objetos comunes, quienes nos invitan al tránsito de otros tiempos y a la felicidad compartida con las personas más allegadas: "Tengo recuerdos que no necesitan palabras porque ahora que ya no están me basta un olor, un cocido, una colonia, ropa limpia tendida al sol para volver a sentirlas, volver a la cocina de mi güela, a las manos de mi madre o a las historias de mis tías".


Recuerdos que nos obligan a visionar otros años, otras épocas, vinculado al permanente trabajo que nunca faltó en cualquier casa y mucho más subrayado en los ámbitos rurales. Los olores, vinculados a la figura materna,  Mari Carmen, proa y timón de aquella unidad familiar: "Me basta recordar el olor del Kanfor blanco para ver como mi madre pintaba mis sandalias, el olor al jabón Chimbo para sentir sus manos después de lavar la ropa en la Fuente Fabián, la Nivea en el verano para sentir como me embadurnaba la piel, el olor a la cera en ele suelo del piso que cada sábado volvía a poner con rutina espartana, para a continuación pulir con sus pies en aquellas bayetas en forma de gato que reponía constantemente. Ese olor a suelo limpio también me hace recordarla o la laca que se ponía y que compraba en la tienda de Pepe el Bañuguero, en aquel pulverizador de plástico".



Fuente: Gabriela Álvarez. De izquierda a derecha: Mari Carmen, Gabriela
y Margarita.

Pero también la tengo presente en olores que no daban tregua o descanso, sino trabajo, no lo veía entonces porque me preguntaba como no podía sentarse más conmigo a jugar, desde mis ojos de niña siempre la veía con algo entre las manos y los años me hicieron ver que su vida fue sostenernos, su manera de cuidarnos estaba llena de manos mojadas, de olor a cocina y de silencios cansados.


Mi madre era todo eso y parecía que llevaba escrita en su piel su manera de estar en el mundo, era todo frescura y entrega, estos olores me siguen pareciendo el olor del consuelo. Me bastan, pero me duelen. Ahora cuando revivo estos olores, por sorpresa no solo me acuerdo de esa frescura que me daba calma, me huele a renuncias para darnos aquel presente limpio, sereno y seguro".


Son los tiempos pasados y las personas que nos acompañaron, aunque en ocasiones brevemente, los pilares de un presente y  referencias inolvidables. Concha, de Casa Miguel, forma parte de ese listado de personas que si no hubieran existido, habría que inventarlas. Así, Gabriela mantiene vivos en su memoria retazos de un hogar dominado por viejos olores, vinculados a aquella recordada mujer: "Era la casa donde todos nos refugiábamos, el sosiego, la templanza en la tormenta y la apertura a la modernidad sin ataduras. Siempre olía a a "Maderas de Oriente" y a esfuerzo, a frixuelos de calabazón con anís, a roscón que no tenía receta porque como bien me decía ella hacía a" a bulto", y ese "a bulto "que medía con precisión y que fui incapaz de igualar, a bolla con sardines o a manteca que preparaba con forma precisa y que antes de conseguir ese final tan maravillosamente artístico, me deleitaba en mis meriendas con los prolegómenos de las natas con azúcar". Una fortaleza presente que forjó un pasado que aseguró el futuro: "Mi güela, era el aroma de lo antiguo , de lo firme, de lo que nunca se cae, de la ventana de la cocina que se abre y te llama para que entres a comer. Con el tiempo entendí que su olor no solo era ternura, era entrega, era la cara de una generación que cuidaba, que quería sin descanso, pero sin espacio para descansar y que olía a amor callado que lo sostenía todo".


Otra de las mujeres que desarrolló parte de su vida en aquella casa, fue Margarita, hermana de Mari Carmen y a quien Gabriela, una vez más, vincula  recuerdo  a  aromas ya desaparecidos y no por ello menos cercanos y potentes: " A mi tía, le costaba aceptar la modernidad de los tiempos, "el mundo estaba perdido", pero ya llegaban mi madre y mi abuela para ponerla en la realidad. Nunca vi dos hermanas tan diferentes y que se adorasen tanto. Olía a "Bella Aurora", porque decía que disimulaba sus pecas, algo que yo no entendía porque me parecía que le daban un aspecto de lo más entrañable y simpático; las manos siempre embadurnadas de "Atrix" porque, como buena modista, la suavidad, decía ella, era la oración de cabecera y a esmalte de uñas " Cutex", porque pocas veces la recuerdo con las suyas sin pintar. Sin duda era la coqueta de la familia y cuando me tocaba y abrazaba me envolvía con su perfume limpio y dulzón como si el  mundo entero se parase por un segundo.

Tía traía consigo el olor de las normas que no siempre me gustaban, yo traía preguntas nuevas y ella me ofrecía respuestas viejas. Era su forma de protegerme. Quizás traía consigo el olor de la constancia,  aunque la alejase de los tiempos que a mi me atarían".


Y como de una novela de Proust se tratara, nuestra colaboradora desata sentimientos, acompañados de unos recuerdos que marcarán una vida, en una lucha de evocación permanente. Esta resistencia al olvido, que todos hemos vivido en alguna ocasión: "Y así, con los años el olor es algo que me acompaña siempre, como si fuese el hilo invisible que me une  a cada una de ellas, sin esperarlo, un perfume, un desodorante, una crema , un jabón, la leña, un bizcocho, la cocina encendida... y ahí están de nuevo mi madre, mi güelina y mis tías. Me trasladan a momentos concretos, a gestos, a miradas. Me recuerdan que la vida con ellas fue refugio, ternura y aprendizaje constante. Porque al final, mi vida con ellas huele, y huele a todo lo que soy, aunque las flores hayan dejado de gustarme en las floristerías desde que no están , porque huelen demasiado a pérdida.

A veces me descubro buscando productos que aún conserven hoy esos olores de antes, como si eso me trajese un trozo de ellas, me las traen de vuelta, aunque sea por un instante, a los día que ellas llenaban todo. Añoro su olor, porque en él está guardado una parte de mi historia, de lo que soy". 




Les muyeres de la casa.



"El hombre propone,

la mujer dispone".

Popular.


En la sociedad rural, prevalece el matriarcado, duela a quien duela. En más de una ocasión oculto tras un aparente dominio masculino. Tal y como siempre hemos expuesto, la muyer calla, pero al final se acaba haciendo lo que ella quiere. La sabiduría popular, transforma saberes en fiables adagios: "Muyer buena, la casa vacía faila llena".


Serán ellas las encargadas de todos los imposibles domésticos. Lavar sin jabón; dar de comer a una recua de gente sin casi comida; cuidar de los más viejos y pequeños; atender la demanda doméstica; cuidar de la cuadra; segar; aprovechar todo lo aprovechable, por insignificante que sea...


Así, en el recuerdo, como mejor homenaje a unas mujeres siempre sacrificadas, recuerda Gabriela a las suyas, a les muyeres de Casa Miguel: " Los años me han hecho ver que mi vida la cosieron también mis mujeres, no con hilos ni con agujas, aunque pasé mi vida entre talleres, maquinas de coser y programas de Elena Francis; sino con paciencia con coraje y con una manera de estar en el mundo que me marcó y dejó huella. Recordarlas  me hace ver que su historia es mu raíz, su forma de cuidar, guiar y sobre todo cómo mirar al  mundo con los ojos abiertos y el corazón atento".


"Mujeres fuertes y silenciosas (unas más que otras, porque mi tía Margarita era un torbellino que te envolvía cuando llegaba), pero inmensas en todo lo que hacían....Nuestra casa no era una casa de silencios, era una casa llena de palabras dichas con verdad, cocinadas a fuego lento y envueltas en amor a rebosar".




Concha Miguel.



"...Donde la mirada era pura y sencilla".

Xuan Bello.


Si tuviéramos que resumir en una sola palabra la vida de esta mujer , probablemente nos decantaríamos por "buena", aunque nadie mejor que su nieta para una necesaria evocación: " Güelita vivió una vida de dureza, de entrega, de sacrificio por los suyos y de aparcar sus ilusiones y amores por un amor más profundo que era su familia, aunque la vida luego le arrancase la razón de su sacrificio".


Todos los obstáculos y zancadillas con los que la vida pudieron vencer su resistencia y forma de ser, fueron aplacados: "Nada perturbó en ella la dulzura , la fortaleza, la entrega y la capacidad de amor por encima de todo, pero en su casa también se respiraba olor a sacrificio que parecía no tener fin. Se movía de un lado a otro sin pedir y ofreciendo siempre".



Fuente: Gabriela Álvarez. De izquierda a derecha:
Margarita, Gabriela y Concha. Tres generaciones
de Casa Miguel, van de la mano.


Concha, mujer de profunda convicción religiosa, pero respetuosa y muy comprensiva: " Mi güela era muy religiosa, pero muy tolerante. Era crítica con determinados aspectos de la iglesia y en ocasiones lo demostraba con comentarios: "¡ Fía, yo creo en Dios, pero lo de algunos curas...!". Sabia y pragmática en sus comportamientos: " Era una mujer muy práctica, ayudaba a los necesitados, muy caritativa y buena. En este sentido, nadie puede decir nada malo de ella".


Una de las actividades rutinarias a la anochecida, en prácticamente todas las casas era el rezo del rosario. Y en Casa Miguel, no era la excepción, con Concha dirigiendo las oraciones: " Mi güela, demostraba si carácter envidiable a la hora del rezo del rosario. Momento en que mi güelo no perdía un minuto en mantener un hilo conductor de blasfemias en segundo plano. Pese a ello, jamás Concha perdió las formas ni la paciencia". La coincidencia con la emisión de las noticias de la radio clandestina Radio Pirenaica, con el rezo del rosario, también formaba parte de aquella controversia: ¡Callar, que quiero escuchar Radio Pirenaica!, era el grito de guerra de mi güelo en alguna ocasión, cuando coincidía con el rosario". Aunque y pese a su descreimiento religioso, José mantenía excelentes relaciones con algún ministro de la iglesia: " En cambio, siempre se llevó muy bien con el entonces cura de la parroquia, Jorge. Este se lo ganó, poco a poco, pues lo iba a visitar a casa, organizaba excursiones y José se apuntaba. Lo quería mucho".


Pese a sus diferencias en torno a la religión, formaba un perfecto equipo con su yerno, Benito Álvarez: " Mi padre, estaba siempre que podía ayudándole en la huerta. Creo que pese a ser dos personas que entendían la dinámica del mundo desde dos perspectivas diferente, eran polos atrayentes". De aquella relación tan especial, hace memoria Gabriela: " Todos los viernes mi güela preparaba un menú para respetar la vigilia, que imponía la Iglesia y mi padre, cortaba el chorizo delante de ella para comerlo. No había tirantez, todo lo contrario, pues pese a sus diferencias con la religión, se llevaban muy bien y siempre respondía a la provocación del yerno con un expresivo: " ¡Ay fiyín, yes de lo que hay!".


El amor manifestado entre ambos, se evidencia ante la enfermedad de Benito: " Mi padre trabajó mucho por aquella casa, fue un pilar allí, y Concha lo sabía. Mi güela lo quería muchísimo y cuando a él le detectaron el tumor, ella empezó con la trombosis". El destino, en ocasiones, reparte la mala suerte en cantidades abundantes y desiguales: " Se disgustó muchísimo al verlo enfermo y el remate fue cuando, al poco tiempo se le fue mi madre también. Para ella, aquello fue horrible".


De aquella colaboración en la huerta, Concha sacaba unos modestos réditos con la venta de unos productos de garantía. Bajaba a comerciar con ellos a Luanco, aunque en muchas ocasiones no era ni tan siquiera necesario: " Güelita bajaba con el carro cargado de cosas de la huerta a Luanco, a la plaza. Había días, que antes de llegar lo había vendido todo por el camino. Era muy buena gente, no engañaba y por eso, le sobraban clientes".


Conocimientos heredados, nunca bien vistos por la Iglesia, a la que ella profesaba un gran respeto, son empleados por Concha, a la hora de ayudar a los demás. Así, para erradicar ciertos males, como el llamado popularmente mal del filo,  no necesariamente vinculado a la salud física, emplea un sistema curioso: "Iba a La Caleyona (camino de acceso de Salines a Condres) para atar y hacer una serie de nudos en un hilo. Por cada mal estimado, un nudo. Después se purificaban aquellas dolencias prendiendo fuego a aquella hilacha. Según iban consumiendo y restallando se erradicaban los males". Método este aplicable a animales o personas, sin distinción.


Son tiempos en los que los problemas cotidianos se tratan de vincular a envidias y malos quereres. La figura de la agüeyadora (3) (casi siempre mujer) es omnipresente y no hay lugar en este territorio astur que no disponga de una persona que trate de evitar o curar estos maleficios. En Condres, Concha para evitar las malas artes de las agüeyadoras, aconsejaba el siguiente ritual : "Al pasar a su lado hay que cerrar el puño, sacando el dedo gordo...colocándolo en la espalda, junto al culo y decir: el tú ojo en mi culo, agüeyate a ti y no me agüeyes a mi". No es casualidad que el gesto descrito anteriormente es el mismo que se refleja en la conocida cigüa de azabache.


Su proverbial buen humor y aquella sonrisa permanente, no pasaba desapercibido entre vecinos y conocidos, tal lo recuerda Arturo Artime: " Me acuerdo a Concha y su hija Mari, juntas trabajando en la tierra. Tenían entonces una perrina que se llamaba Laika y que a mi como crío que era entonces, me llamaba mucho la atención. Concha, conocedora de mis gustos, no tardó en tomarme el pelo, diciendo que si la quería , que me la vendía. Inocente de mi, le dije que dijera mi padre que no se podía gastar dinero en casa , porque en aquellos días había comprado la nave , donde Casa Amable. ¡Mira que se rieron Concha y Mari de aquella ocurrencia mía!".


Resumir la vida de una persona tan vital, respetada, trabajadora y sacrificada por el bien común, anteponiendo el suyo propio, es a todas luces una osadía injusta. Una persona buena, en perfecta conexión con los suyos, manifestando una actitud humilde, sincera y muy comprometida con el destino de su vida, esa es la figura de Concha.




(3). El mal de ojo, fue durante mucho tiempo, la justificación de todo tipo de males, tanto en personas, como animales. Y la historia reitera, una y otra vez, a una mujer como autora de tal desaguisado. Fueron socialmente reconocidas, las personas que aliviaban estos conjuros, con el denominado "paso del agua". Para mayor información ver los capítulos 8 y 9 de este blog.



Margarita.


Margarita, fue una mujer que llamaba la atención por su elegancia natural y belleza: " Era muy lista, muy especial, siempre tuvo un objetivo en la cabeza: salir de la pobreza". Su infancia y adolescencia no fue nada fácil, desarrollando unas aptitudes envidiables: "Era la más artística de todas, todas vestíamos lo que ella creaba con una precisión milimétrica, todas y en eso incluyo hasta las muñecas, el "Burda" era su figurín de cabecera, pero si querías algo diferente y se lo podías enseñar, podías estar segura que era inigualable. Era inteligente, de carácter, segura de si misma, emprendedora, muy luchadora y una gran contadora de historias".


Fuente: Érika Fumañeda.
Margarita, a la derecha.


Contraerá nupcias con una persona adinerada e hijo único: " Mi tía, se casará con un hombre rico, pero sus malas decisiones financieras finiquitaron aquella riqueza". Así lo recordaba: " Podía haber comprado un gran edificio entero de pisos, pero el dinero fueron para acciones".



Fuente: Gabriela Álvarez. Margarita,
junto a su esposo, Luis.


Será la propia Margarita, quien dará un paso adelante para salir de aquella situación económica tan crítica: "Montará un taller de costura que tuvo un éxito tremendo en Candás. Confeccionaba vestidos de novia y cualquier modelo que le pidieras. Tan solo tenías que exponer la idea inicial y te lo mejoraba". Su perseverancia era proverbial: " Sacó gracias a su tesón el carnet de conducir a los 48 años. Algo muy poco habitual, y especialmente en mujeres en aquellos años".


De aquel matrimonio, sobresalía la figura femenina por su trabajo, constancia. Luis era todo lo contrario, apático en las actividades laborales, aunque con una gran cultura y una capacidad de relaciones públicas envidiables.


Pese a su pragmatismo, era una mujer muy vinculada a viejas creencias primitivas. Leyendas y mitos heredados de generación en generación y a los que Margarita profesaba respeto e interpretación. Así, podemos reseñar por lo exclusivo de su apreciación, a los huevos puestos por las gallinas durante el día de difuntos. Ella, manifestaba con la convicción de los que saben lo que dicen, que si rompías uno de aquellos huevos a la luz solar, se podía observar en su albúmina un barco. Además, creía a pies juntillas en la güestia, en la interpretación de los sueños y en la cultura arcaica de las plantas sanadoras: " Recuerdo perfectamente, su gran conocimiento sobre el poder curativo de determinadas plantas. Comentaba el valor de ciertas hierbas en la curación de determinadas enfermedades o males". La evidencia de estos conocimientos nos conduce a su madre, Concha: " Mi güela, tenía conocimientos sobre determinadas plantas. Recuerdo perfectamente el empleo de alguna de ellas, con algunos animales. Así usaba las malvas, para algunos problemas de las vacas".



Mari Carmen.


Hay personas que pasan por la vida con el objetivo de hacer feliz a quienes la rodean. No hay casualidades que justifiquen comportamientos, ni los imprevistos garantizan la continuidad de conductas y procederes. Uno nace y desarrolla sus talentos, con toda probabilidad condicionado por el entorno. Mari Carmen, asumirá un papel familiar determinante, como continuidad de lo visto a su madre, Concha: " "Ella era el pegamento de todos junto con mi güela, paciente y demasiado entregada a los demás: Era la persona más desinteresada que conozco. Tenía un amor por la familia que la hacía ser la pieza que guiaba toda la casa, siempre tuve la sensación que cargaba demasiado peso sobre sus espaldas. Estaba claro que todos dependíamos de ella".



Fuente: Gabriela Álvarez. Mari Carmen,
de Primera Comunión.


Algunos achaques de salud, y las consecuencias derivadas de la misma se reflejaban en la cotidianidad y rutina familiar: " Los cólicos de riñón le acechaban cada año y entonces como decía mi padre: " Éramos un barco a  la deriva". Se casa muy joven con Benito Álvarez de Casa Inclán, en Santolaya: " Se casó con 20 años y mi padre tenía 27. Él entonces trabajaba en El Musel. Se conocieron en los bailes de Valparaiso y ya no se separaron más".



Fuente: Gabriela Álvarez. Mari Carmen 
y Benito, el día de su boda, posando
en las escaleras de acceso a la iglesia 
de Bocines.

El resumen de aquella unión, lo hace con indisimulado orgullo, su hija: " Nunca conocí a ninguna pareja que se quisieran más. Ideológicamente muy afectos, aunque mi padre lo exteriorizaba, ella no".


Criada en un ambiente en el que primaba la religión, eso no mermó tener su personal visión al respecto: " Era religiosa, pero sobre todo muy práctica. Margarita, su hermana, y ella eran muy diferentes. Ella admitía la evolución de las cosas, las modernidades que venían , igual que su madre, Concha. En cambio, Margarita, no las aceptaba".


En cuestiones más mundanas, demostraba su caridad: "Era muy desinteresada con las cosas materiales, con el dinero. Ayudaba a todo el mundo que podía. Su carácter afable y muy suave, le hacía vencer cualquier reticencia ante un desconocido".


La política, en la que participó muy activamente su marido, Benito, fue una prueba de fuego para Mari Carmen: " Siempre admiré profundamente a mi padre, para mi era un referente. Su curiosidad, su honestidad, la forma de defender sus convicciones, su alegría, el refugio que siempre te calmaba y mostraba el camino a seguir y su forma de entender el mundo...". Son tiempos duros para el germen de la democracia que se avecina y Mari Carmen, tiene un temor contenido: " Empecé a ir al local del partido con 14 años (1977), acompañando a mi padre. Mi madre sufrió mucho por el miedo a que nos pasara algo. Ella tardaría 4 años más en ir al local, por primera vez".



Fuente: Gabriela Álvarez. Mari Carmen, 
Benito y Gabriela.


Las elecciones municipales de 1979, son la excusa perfecta para que algunas personas saquen sus demonios interiores y vomiten exabruptos intimidatorios: " Mi padre figuraba en lista electoral del partido. Había un cartel pequeño, anunciando la candidatura con las fotos de los candidatos. Ella subió a casa con un tremendo disgusto, tras las palabras de un vecino, quien dijo : " Sois una vergüenza, con la familia tan religiosa que tenéis y hacer Benito eso". Mi respuesta no se hizo esperar:" No hay porque disgustarse, Me siento muy orgullosa de mi padre".


Aquella semilla, tuvo sus frutos: " Con 18 años formé por primera vez parte de la lista del partido, ya con mi padre.  Ese fue el momento que mi madre se acercó a nuestro local político". La tragedia, en forma de enfermedad, acecha silenciosa y eficaz: " Cuando detectaron una terrible enfermedad a mi padre, él reunió a su familia y les expuso que iba a lucha con todas sus fuerzas contra aquella maldita enfermedad". De ideas claras y firmes, dejó claro como debería ser su exhumación: " Quiso evitar el acto religioso. Aquellos tiempos eran muy diferentes a los actuales y las dificultades se pudieron solventar con la ayuda de su hermano mayor. Versos de Miguel Hernández y la bandera republicana asistieron a su último adiós".


La vida golpea, en ocasiones, con una fuerza desconocida. Imperiosa y arrebatadora dicta sentencias inexplicables: " A la semana siguiente de su muerte, perdí a la hija que llevaba en mis entrañas. Mi madre moriría un año después". Concha, testigo de una nueva tragedia familiar, resistió estoicamente y con una entereza envidiable,  una zancadilla más del destino.




Los hermanos varones.


"Pero un día despertar del sueño

tendrá sabor a nada".

Xuan Bello.


Son tres los hijos varones del matrimonio de Concha y José. Por las formas y mayor sociabilidad, se distingue Manolo: " Era muy aperturista, muy espabilado. A su manera, era "el guía de la casa". Se casó mayor, ya con 48 años. Había estado trabajando en la compañía de montajes "Nervión", y en un despido colectivo se tuvo que venir para casa. Durante un tiempo estuvo a la madera, siguiendo los pasos de su padre y será un compañero quien le ofrece la posibilidad de trabajar como guarda en la Ciudad Residencial de Perlora. Su adaptación, no fue fácil, aunque con el paso del tiempo se integró perfectamente en su nuevo cometido. Allí, conocería a la gobernanta de aquella instalación y contrajo matrimonio a los dos años".


Con esa nueva situación personal, Manolo cambia de aires, aunque no muy lejos de Condres: " Vivieron en Candás, al principio y nunca faltó un día para acercarse hasta casa, para atender a su hermano. Murió en 2021".



Fuente: Gabriela Álvarez. De izquierda
a derecha: Mari Carmen, Manolo y 
Margarita, en el día de la Primera Comunión
de aquel.


Ramón y Toño, son los hermanos menores del grupo familiar. Ambos solteros, conformistas y muy buena gente.


De aquellos vecinos varones, hace Arturo Artime un resumen, que definen comportamientos y formas sociales: " Todos eran muy buenos, muy buena gente. Manolo era muy inteligente y lo demostraba. Ramón, le gustaban mucho los animales y recuerdo como me enseñaba donde paríen les gates, entre la yerba, y Toño con el fútbol, su Barcelona del alma y sobre todo, siempre con sus vaques".



Fuente: Gabriela Álvarez. Toño, vestido 
para la Primera Comunión.


Fuente: Gabriela Álvarez. Ramón, de
Primera Comunión.





Conclusiones.


Hablar de Casa Miguel, es hablar de trabajo, esfuerzo y sacrificio. Es un ejemplo más de como el ser humano progresa y se obliga a progresar, pese a todas las zancadillas que dicta la vida. Somos lo que somos, no porque nadie nos lo haya regalado, sino por nuestro empecinamiento acompañado de batalla diaria y permanente.


Esta familia, sufrió como nadie, la tragedia. Su historia es una historia real, aderezada de momentos dictados por el destino, salpicados de una crueldad innecesaria. Es también, y sobre todo, la historia de mujeres, capaces de sobreponerse a cualquier obstáculo, con un estoicismo envidiable, sin perder su bonhomía y sonrisa permanente. La matriarca, Concha Miguel, es probablemente, el mejor ejemplo de la integridad moral del ser humano.


Gracias a la impagable colaboración del penúltimo eslabón familiar, Gabriela Álvarez, hemos podido rescatar historias vinculadas a sus gentes. Sus recuerdos dictados con palabras llenas de sentimiento y emotividad nos han hecho regresar a unos años no tan lejanos, pero que ya empezábamos a socavar en el sótano del olvido. Sus recuerdos, olores, nos han hecho viajar, y regresar  a unos tiempos, que se medían sin las prisas que hoy nos acosan.


Son sus hijas, Claudia y Virginia, por ahora, la última rama de este árbol genealógico. Curiosamente, dos mujeres, quienes tienen en su destino el futuro y continuidad de Casa Miguel. Ellas, poseedoras de unos dones musicales y  virtuosismo  envidiable, son con toda seguridad orgullo de su abuela y bisabuela, allá donde se encuentren.



Fuente: Gabriela Álvarez. Claudia, entre otras cosas,
catedrática interina del Conservatorio de Salamanca.



Fuente: Gabriela Álvarez. Virginia, de su gran 
currículum, sobresale "profesora de violonchelo".






4 comentarios:

  1. Con todo lo leído amiga Gabriela,es para hacer un largometraje del género drama,se de tu valor humano y puedes estar orgullosa de todos los tuyos.un abrazo.

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  2. Estas historias son interesantes porque permiten saber cómo se vivía y se moría en esos tiempos pasados. Juntándolas se podría hacer lo que Juan Gómez Bárcena con "Lo demás es aire", en vez de un pueblo cántabro, Antromero. La familia es quien guarda el testimonio de los suyos, pero también ese testimonio es efímero. Como le decía el poeta Perfecto González a su hermano Aquilino en la carta escrita la noche que lo iban a fusilar en Gijón, solo nos recordaran los nuestros en dos o tres generaciones, luego nada. Juan Gómez acaba los capítulos con un "murió, fue enterrado" y Perfecto dice que solo quedará el recuerdo y nuestro cuerpo pasará al "horno, siempre encendido, de la materia".

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  3. Que acierto en tus palabras Ricardo. El olvido se fragua en muy poco tiempo. Recordar a veces se convierte en un ejercicio imposible...por ello, es fundamental que las familias, que sus miembros plasmen las vivencias de sus antepasados, que no se las apodere el abandono...Olvidar, es tan fácil. Gracias Ricardo, una vez más, por tus palabras.

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Capítulo 86. Coses y casos de cases. Casa Miguel . Parte IV.

  Fuente: Gabriela Álvarez. Capítulo 86. Coses y casos de cases. Parte IV. Casa Miguel (Condres).