Capítulo 68. Llabores doméstiques ya olvidades. Otros ritos y consideraciones. Parte II.











Capítulo 68.


Llabores doméstiques ya olvidades.

 Otros ritos y consideraciones. 

Parte II.




El aura de los mayores.



"¿ A que huele el pasado?.

La vida es un recuerdo

ahogada de olvidos.

La memoria es un paraje

habitado por miedos".

J.M.G.A.



En el año 1958, un director de cine japonés, Keisuke Kinoshita, rodará una película que levantará ampollas en la sociedad del momento. En ella describe con gran crudeza una práctica  desarrollada en el mundo rural de aquel país, durante cientos de años, el ubasute. Tradición que  consistía en eliminar a los miembros improductivos del clan familiar. Enfermos y ancianos eran sus víctimas, siendo abandonados en lugares lejanos e inhóspitos. El objetivo no era otro que el meramente crematístico,  el asegurarse que la escasa comida llegara a las bocas de quienes pudieran aportar para la supervivencia del grupo. Un ritual extendido en algunas culturas y épocas, que no debiera sorprendernos.


El geógrafo Estrabón, nacido hace más de dos mil años, testimonia este aberrante protocolo en sus obras: "En la pequeña isla de Cea, perteneciente al archipiélago de las Cicladas (Grecia), a los mayores de 70 años se los conminaba a tomar cicuta para despejar el paraje y dejar vía libre a los más jóvenes". Con toda seguridad podríamos hacer muchas más  referencias a estas formas de supervivencia selectiva a lo largo de la historia y que son argumento de un sinfín de teorías conspiranoicas que pululan por las redes sociales.


Aparcando esta bárbara introducción, que no hace otra cosa que recordarnos prácticas humanas despiadadas, viajaremos a través de otros recuerdos insobornables, acompañados de las ausencias que no tienen recambio. Son nuestros mayores los que exhalan un aire de otro tiempo, acompañantes de  recuerdos que evitan el esquinazo al que obliga el olvido. Testigos y almacén de todas las historias vividas, de un mundo que ya no existe, vencido por nuevos tiempos de modernidad disfrazados de  trajes de hilo fino y zapatos acharolaos.


Esta sensación de progreso que golpea insistentemente nuestra puerta, es sospechosa y manipuladora, alimentándose de tradiciones y costumbres. No hay mejor exposición que la emitida por  la sentencia de Maruja  Anxelín : " Fiyín, non te fies de la xente que lleva corbata y traxe. Son más de fiar los que tienen les manes llenes de callos y grietes, pues son los que llevaron todos los ostiazos de la vida y saben lo ye trabayar". Casi todos nuestros antepasados, son el reflejo de la dureza y exigencia cotidiana y, sus manos y caras el testimonio de ello. 


Tradicionalmente la familia rural, la enraizada en pueblos, aldeas y lugares ha sido troncal: compuesta por tres generaciones. Los abuelos, el matrimonio de generación intermedia (los padres) y los jóvenes. También se podía constatar la presencia de solteros de edad indefinida ligados a la casería, tal lo recuerda Amparo Julián: "En muches cases siempre hubo solteros, que trabayaben pa la casería. Si trabayaben pa afuera no vivíen en la casa".


Esta xente mayor fueron el faro, el referente familiar que tuvo tanta trascendencia que incluso fue recogido en las compilaciones del derecho consuetudinario astur. Estas normas socialmente admitidas por uso y costumbre,  nos describen explícitamente dentro del ámbito rural una percepción distinta a la actual. Así se recoge en esos textos legales, que en definitiva,  son el conjunto de comportamientos que aquellos que los ejecutan los conocen perfectamente por ser repetitivos a lo largo de la historia: "Los socios integrantes de la generación de más edad en la sociedad familiar asturiana son un matrimonio...y reciben el nombre de viejos o amos". Precisando, no obstante: " Pudiendo asignarse la condición de amo, aquellas personas mayores solteras o viudas". 


Detrás de esta condición que asigna el paso del tiempo, de los derechos y obligaciones que acarrea este título social, estaba por encima de todo el respeto. Una consideración enraizada en todas las familias. Las canas y la inmortalidad de sus actuaciones han dejado un sólido poso histórico, que en las últimas décadas se ha ido diluyendo, desapareciendo con ello, uno de los pilares básicos de la connivencia en las casas de las zonas rurales asturianas.


Recojamos los testimonios de nuestros habituales declarantes y comprobaremos una vez más  el tratado de desmemoria en el que nos hemos convertido. Así Alfonso Pinón hace uso de su memoria prodigiosa y recuerda uno de aquellos privilegios de las personas mayores de la casería y, el respeto y cumplimiento  de normas no escritas en torno a su figura: "Mi padre tenía sus herramientas y nadie las tocaba. Sólo cuando te daba permiso". Emilio Posada, detalla aquella disposición de utensilios y su utilización: " Los paisanos que estaban de segar todos los días, parecía que se esforzaban nada, que aquello podía hacerlo todo el mundo. Pero aquella gente tenía su propia gadaña, hecha a medida. Mi padre era uno de ellos. Él preparaba todo al detalle el día antes de segar la yerba. Aquel gadaño que tenía no se tocaba, por lo que pudiera pasar". Las preferencias se podían ampliar a otros elementos de laboreo: " También en la cuadra tenía su pala de dientes y pa la tierra su fesoria".


En el ámbito estrictamente doméstico se mantenía un principio de autoridad que se reflejaba en pequeños detalles, imperceptibles para el ojo ajeno, tal lo recuerda Alfonso Carma : "Antiguamente en les cases se comía cuando el jefe de la casa (paisano mayor) empezaba a comer". En esta rutina doméstica, actualmente abandonada, se mantenía las iniciativas y predilecciones de los más vieyos, como lo subraya Benigna Anxelín: "En casa y cuando estábamos a la mesa, mi padre José El Salao, siempre tenía su silla y sitio para él. Presidiendo la cabecera de la mesa, nadie se sentaba allí. Mi madre, Josefa Anxelín, estando en la cocina y cuando no se comía, se sentaba en una silla de mimbre baja. Allí leía y cuando llegó la televisión, desde ese sitio la veía. En cualquier sitio se podía sentar cualquiera, pero por respeto siempre se reservó esos asientos mientras estuvieron con nosotros".


Estos antepasados  ya desde jóvenes y por respeto a las tradiciones ancestrales, se convirtieron para siempre en viejos. Su aspecto así los delataba. El culto y veneración a los muertos, heredado de generación en generación les obligaba a cumplir con los roles sociales del luto. Atuendos compuestos de  ropas negras y grises era su condición perenne, cumpliendo con estos roles a rajatabla  y así evitar las críticas sociales. Los muertos familiares entonces, se respetaban por la apariencia: " Yo nunca conocí a mi pa y mi ma jóvenes, con cuarenta años ya siempre estuvieron vestidos de oscuro. Siempre llevando luto, que nunca quitaben, pues nunca faltaba un muerto en la familia".


Cuando el paso de los años hacían mella y las fuerzas abandonaban, estos veteranos solían dedicarse a labores de menos esfuerzo físico. Desarrollados casi siempre en la zona perimetral de la casa, era habitual el observar a estas gentes entradas en años sentadas en bancos, tayuelas o sillas haciendo labores manuales: escaxinando (sacando de sus vainas a las legumbres), esfoyando y desgranando el maíz, haciendo punto,...mientras se mantenían vigilantes del orden de la quintana o patio.

    


Fuente: Laudina Artime. De izquierda a derecha,
Amparo Julián y Lucía Les Moranes, posando en 
la quintana.


Fuente: Rafael Gutiérrez. Basilio El Tercero, escaxinando,
 a la puerta de casa.




Gente mayor siempre  dispuesta a contar sus vivencias, con todo lujo de detalles. Excepcionales clases magistrales y vitales, escuchadas con cierto desencanto y sopor por los más jóvenes, quienes a duras penas mantenían la compostura ante la exposición verbal. Una de nuestras habituales declarantes, aun y después de todos los años pasados siente el resquemor y la zozobra por no haber prestado la debida atención a su abuelo: "Cuanto me arrepiento por no haber escuchado a guelín, pero entonces yo era muy joven y no valoraba todo lo que contaba". Pecados de juventud que a los que el paso del tiempo dicta su penitencia. 


Han sido exquisitos contadores de leyendas, historias ejemplares, fábulas y cuentos, transmitidos oralmente a través de una larga cadena, cuyo último eslabón son ellos. Narraciones que para nuestra desgracia han quedado para siempre en el olvido. Benigna Anxelín da fe de una de estas fantásticas historias, narradas al calor de la lumbre : " Mi pa, José El Salao contaba que un pariente suyo, después de trabayar como un burrín en la tierra, estaba a la sombra de un árbol en La Granda y dijo: " Toy tan cansao que no me importaba dír encima de la Güestia pa que me llevase pa casa". Fue decir eso y aparecer un caballo blanco al lado de él. Sin pensarlo más, subió encima suyo y el animal empezó a crecer y crecer... Sólo cuando dijo: "¡ Dios mío, ayúdame!", el caballo menguó tanto hasta que desapareció".


Fuente: Emilio Rodríguez, El Lechugo. José El Salao
y Josefa Anxelín (1973).


Este impagable relato rescatado para siempre de las tinieblas del olvido, es muy habitual en los países del Arco Atlántico. Naciones todas ellas con raíces celtas, tal es el caso de Irlanda, donde el trasgu (1) está emparentado con los cuadrúpedos. Representándose en infinidad de ocasiones en la figura de un burro o caballo blanco, ensillado para poder montarlo.


Fueron  y siguen siendo nuestros mayores el escudo protector de nietos, buscando estos el amparo ante un inminente castigo de sus padres, como lo recuerda Mariluz Serrano: " Mi abuela Dolores siempre que trataba de pegarme mi madre por una trastada, se metía por el medio, para evitarlo".


Recordando a la película de Keisuke Kinoshita con la que iniciábamos este apartado, podemos corroborar que en nuestros hogares rurales nunca se dejó abandonada  a su suerte a las personas  mayores, desvalidas o enfermos. El principio de respeto por nuestros antepasados está grabado a fuego en nuestra idiosincrasia y forjado en este carácter animoso y familiar que exhibimos los habitantes de estas tierras. Ritos, emblemas, símbolos y algún que otro mito han sido parte del pegamento para la histórica supervivencia familiar, enraizada en usos y costumbres que han sobrevivido a catástrofes y cataclismos con los que la naturaleza ha tratado de hacer mella.


Poseedores de la sabiduría de lo sencillo y práctico. Trabajadores hasta su extenuación, son y han sido la frescura innata del recuerdo, del camino allanado hacia una juventud eterna. Desde estas líneas quisiéramos y es nuestra intención rendir un homenaje a su sacrificio perenne, reflejando el mismo en los emotivos versos del poeta José Luis Reina:


"Escribieron en la sombra

sus pasos,

amenazada estuvo la cal

de las paredes,

separaron del trigo

las manos del silencio,

dejaron consentida 

la tristeza de los cántaros,

atadas entregaron

las llaves del recuerdo".


Todos esos elementos y factores expuestos se han ido diluyendo poco a poco, con la cadencia acelerada que marcan los nuevos tiempos. Abriendo una brecha insalvable y dando paso a una sociedad muy diferente a la conocida por nuestros mayores. El respeto perpetuo por las arrugas, el pelo cano y la experiencia está en desuso. Finalmente,  la historia dictará sentencia.






(1). El trasgu es una figura mitológica asturiana. Su carácter travieso ha sido su divisa y la excusa perfecta para algunos miembros del clan familiar, para justificar sus propios desmanes. Para quienes quieran indagar más en este componente mitológico, aconsejamos la consulta del capítulo 8: "Mitos, leyendas y supersticiones".





D'ír a la fuente y el agua milagrosa.



"Nun tengo pena por esta raza

mía que camina a palpu...".

Pablo X. Suárez.



En pleno periodo álgido del desarrollismo económico dirigido por López Rodó (2), se va a producir un hecho en Antromero que va a ser considerado por algunas de las féminas nativas, como el mayor adelanto técnico, tal lo detalla Emilia Posada: " La llegada del agua a las casas de Antromero fue una bendición. Lo mejor que nos pudo pasar a todos, una verdadera lotería".


Esta innovación que  se desarrollará en los últimos años de la década de los sesenta (3), va facilitar el derecho universal de poder disfrutar del líquido elemento, pero ya en casa. Las nuevas generaciones a las que les resulta tan sencillo abrir el grifo y disponer de agua, no aprecian el valor de este gesto cotidiano.


Fuentes, abrevaderos, lavaderos, ríos, regatos, manantiales... son parte de la historia que ha sido construida con la rutina diaria, con el sacrificio de los nuestros. El buscar agua a la fuente una obligación de casi siempre los menores: " A la fuente y al molín, el más ruin". Conseguir agua para calmar la sed y para cocinar una actividad prioritaria, para todo lo demás el agua,  podía esperar.

 

La higiene personal y por ende la doméstica no formaba parte de la lista de urgencias e inmediateces familiares: " Se lavaba la ropa una vez por semana, si se podía. El problema era lavar, pero era mayor el secar, sobre todo en el invierno. Y los baños de la xente se hacían en un barreñón y cuando tocaba. Pa eso no había días. El carretar el agua desde la fuente, daba mucho trabayo".


El trajín del transporte, para aquellos que no disponían de pozo propio era diario. Buscar el agua todos los días del año, con calderos, latas y ferradas generaba un paisaje salpicado de esfuerzo. Un caldero en cada mano, e incluso las más avezadas llevaban otro en la cabeza, con la ayuda de un trapo enroscado, la "rodilla", para asentar bien el recipiente. Nuestra vecina Rosario Rosa, era una experta en aquellos exigentes equilibrios, tal lo recuerda Lucía Les Moranes: "Rosario iba a la fuente de Carín.   Llevaba un caldero en cada mano y otro en la cabeza y encima corriendo".



Fuente: Laudina Artime. De izquierda
a derecha: Carmina Les Moranes, Joaquín
y Gelia Cardina con el caldero en la cabeza
camín de la fuente (1948).


Aunque las prisas se ahogaban con las largas colas en los meses estivales, que era cuando el caño aflojaba y el consumo en las casas aumentaba. Para evitarlo, sólo había una solución, como lo recuerda Concha Menéndez: "Mi madre siempre madrugaba mucho pa ir a buscar el agua a la fuente". Aunque dependiendo del consumo y de la gente que hubiera en casa, los viajes había que repetirlos varias veces a lo largo del día.


El protocolo común para todo el mundo, tal lo recuerda Amparo Julián: "Díbamos a buscar el agua a donde lo hubiera, a Carín, Talusia y La Mata. Siempre con más de un caldero, pa aprovechar el viaje. Y el agua del mejor caldero era pa beber en casa, que lo sacabes con un canxilón". La precisión de la anterior declarante no es una cuestión baladí. Normalmente se asignaba los calderos de cerámica para cubrir la intendencia de las personas a la hora de saciar la sed. Aquellos otros, de cinc, mucho más resistentes, dejaban un sabor de cardenillo y metal en el paladar a sus usuarios. Molestia esta que se mitigaba si se frotaba su interior con un tomate, a ser posible maduro. Pero "¿Quién coño tenía entonces un tomate pa echar a un caldero?".


Hagamos una breve pausa en una de aquellas fuentes que marcaron el devenir cotidiano de las familias de este pueblo, la Fuente de Carín. Ubicada en la zona alta de La Frontera, fue lugar de espera y confidencias, de recogidas de aguas y lavadero de ropa. Su mantenimiento se hacía en sestaferia, trabajo comunal desarrollado por los vecinos para el arreglo, y mantenimiento de servicios comunales: una fuente, un lavadero o un camino, entre otras cosas. Etimológicamente, procede del galaicoportugués "sesta feira", esto es, viernes. Por lo que la lógica deducción nos indica que estes llabores destinadas a un servicio de uso público, solían convocarse en ese día de la semana, acabadas las tareas habituales y rutinarias de los varones.



Fuente: María González. María bebiendo  de la fuente
de Carín, año 1973, "cuando todavía de podía beber en ella".
 Preciosa foto, que nos recuerda tiempos diferentes.  


De esas actividades hace memoria, nuestra informante habitual Marina El Tuertu, quien recuerda como se desarrollaban los trabajos de limpieza del canal del Molín del Pielgo: "Juntábense los paisanos con fesories y pales pa limpiar el canal. Allí se trabayaba lo suyo, pero el vino que no faltase. Con les anguiles que cogíen preparaba Pacita una comida cojonuda. Después de trabayar el festejo que se facía era tremendo". La xente de Antromero, siempre se distinguió por su fidelidad con las obligaciones del trabayo, pero voluntarios para la fiesta, nunca faltaron.



Fuente: Loli García. De izquierda a derecha:
Josefina y Pacita El Tuertu.


Pese a todo el esfuerzo vecinal, siempre fue necesario la participación puntual del apoyo municipal. En lo referente a esta fuente, la de Carín, la primera intervención municipal que nos consta es del 22 de octubre de 1914, cuando el ayuntamiento de Gozón aprueba su arreglo. Tendrá que pasar dos décadas más, allá por los años treinta, para que se vuelvan a atender las reclamaciones vecinales. En este caso, se modificará la original posición del lavadero, reubicándolo en un lateral. Este nuevo acondicionamiento, cumple con las reivindicaciones de les muyeres, quienes protestaban por el diseño original, al considerar que en los días de notable caudal del chorro de agua, "chiscaba muncho". En el año 1958, los vecinos por propia iniciativa hacen una serie de mejoras, limpieza y cemento y un poco de pintura.



Fuente de Carín. Lugar de espera y confidencias.



Con independencia de su ubicación y la procedencia de su líquido elemento, las fuentes tienen vinculaciones míticas y mágicas. Forman parte de tiempos legendarios en los que sus aguas además de saciar la sed, tenían otro tipo de connotaciones de más dudosa eficacia: curan enfermedades, dan buena suerte, proporcionan fecundidad, belleza,... y un largo listado dependiendo del interés de su usuario.


Durante el solsticio de verano, fecha neurálgica de celebraciones en la cultura occidental, las fuentes y sus aguas han sido vinculadas a  la abundancia y la prosperidad. El origen de la secular tradición de enramar fuentes se pierde en la oscuridad de los tiempos y en ella se mezcla el homenaje y agradecimiento por el agua con otras razones menos tangibles, como el tributo a personajes de leyenda, como les xanes.



Fuente: Fumañeda Santolaya. Detalle del enrramado 
de la mítica fuente Fumañeda, por la Asociación 
Cultural que lleva su nombre.


Según las tradiciones enraizadas ente el pueblo, será durante  la amanecida de San Juan, cuando el agua multiplica todas sus propiedades. Es la fecha marcada en el calendario para la celebración de ritos, entre los que se destaca el recoger "la flor del agua". El insigne Menéndez Pidal, describe a esa flor como algo que no era físico, que no se podía tocar, pero que se representaba con los reflejos de las aguas de las fuentes, durante el amanecer de la mañana de aquella festividad.



Fuente: Fon S. P. Flor del agua tallada por el mismo autor de la imagen.
Pese a ser un objeto intangible, tiene su propia imagen y símbolo en Asturias.
Una flor hexapétala, que está vinculada al sol.


Una de esas  "virtudes " del agua de San Juan reconocida por la tradición,  era la de la fertilidad. El  etnógrafo Aurelio del Llano, detallaba hace más de cien años esa creencia pagana: " Las jóvenes (mujeres) deben de coger el agua después de las doce de la noche del 24 de junio y antes de que salga el sol. Es el momento en que está bendecida por el rocío de San Juan". Pero debían de cumplir con el compromiso de dejar una señal: " La primera joven que recogía el agua dejaba una señal, que bien pudiera ser una rama, al borde de la fuente". Así indicaba que ella había recibido la magia y que la otras debían de buscar otra fuente. El cumplimiento de este rito de fertilidad, garantizaba a su usuaria el matrimonio a lo largo del próximo año y tener descendencia.


Retomando el hilo inicial de la llegada del agua potable a las casas de Antromero: "En dos fases, que fueron de los años 1964/66 que fue cuando se adjudicó el presupuesto y, la segunda entre 1967 y 1969, que fue cuando se ejecutó la obra", tal lo recuerda Manuel Hevia, algunos de los vecinos fueron reacios a su consumo y seguían apostando por "d'ir a buscar el agua a la fuente". Recelaban de su sabor, con connotaciones evidentes de cloro y mantenían aquel recorrido ancestral, en ocasiones kilométrico, para saciar su sed. También se les atribuía propiedades curativas y salutíferas, tal fue el caso de Antón La Salada, quien mientras su cuerpo pudo, recorría la distancia entre La Viesca y la fuente Carín, para rellenar la lata de  cerámica de la leche con aquel preciado líquido. Convencido como estaba de sus atributos beneficiosos para la salud, no dejaba lugar a la duda, señalando el útil de transporte lleno utilizado en el trasvase: " Quiero más esto, que perres".



Fuente: Laudina Artime. Icónica foto ya reproducida con anterioridad,
con un curioso trasfondo. Antón La Salada, el tercero por la izquierda.
Principios de la década de los años 20, del pasado siglo.


En cualquier caso, no fue el único que disfrutó de los parabienes de aquellas aguas subterráneas. Hubo vecinos que se resistieron, prácticamente hasta el final de sus días a consumir agua que suministraba el servicio municipal, a través de la red, creyendo y seguramente con motivo, que aquel regalo que salía mágica y misteriosamente a través de la tierra, era una bendición divina.


Tampoco la fuente Carín fue la única referencia abastecedora de los últimos resistentes. En cada barrio, hubo preferencias en la selección acuífera. Baste recordar el manantial que había en la curva de la Xatera, subiendo Piñeres, dirección a Candás. Surtidor natural que se mantuvo hasta la ampliación y reforma del trazado de la actual carretera. Todos aquellos que disfrutaban de su agua, señalaban que tenía sabor, un rico sabor. Nada extraño, teniendo en cuenta las características geológicas de la zona, muy rica en sílices. Cuenta la leyenda y, ahora nos adentramos en una exposición sin el contraste necesario para poder oficializarlo, que un forastero que había alquilado una casa en el pueblo, se sorprendía como alguno de los vecinos subía aquella cuesta para la recogida del agua. No llegaba a comprender como teniendo la comodidad del grifo, preferían la penitencia de acarrear aquellos pesados lastres, evidenciados en garrafas y calderos llenos de agua. Vencido por la curiosidad, fue a probar aquel objeto de deseo vecinal y en su fino paladar castellano sintió un impacto con el primer sorbo. Recogió una muestra y la llevó a analizar. Los resultados fueron muy explícitos, pues había restos de materia orgánica en la composición de aquel agua. Nada que reseñar sino fuera porque encima del monte de Piñeres, está el cementerio de Candás. La síntesis de toda esta historia se puede resumir en el impagable refranero popular: " Lo que no mata, engorda".


Lo cierto es que vencidas las iniciales reticencias, todo el mundo usa el grifo, compra el agua en el supermercado o tienda y ya nadie se acuerda de aquellos viajes a las fuentes, de caminos intransitables durante el invierno y el calor asfixiante del verano, de tantes muyeres camín de la fuente, del esfuerzo impagable para saciar la sed familiar... El deplorable estado de nuestros manantiales, así lo certifica.

    




(2). Laureano López Rodó, fue ministro franquista de 1965 hasta 1973. Encargado de dirigir y aplicar los tres "Planes de Desarrollo Económico y Social", con los que se pretendió relanzar la economía española.

(3). Para aquellos interesados en más detalles respecto al agua y las labores generadas por su uso, aconsejamos la lectura del episodio núm. 5: " El agua. Llavar, facer la colada y algo más".





Escuchar la radio. 



"Pequeño artefacto que eres y fuiste alegría para muchos.

Acompañante de soledades. Voz en el fondo,

música para mis oídos. Te hicieron de todos los colores,

tamaños y formas, pero tú esencia es la misma".

 Andrés Gugliucci Sena.



La primera radio de la historia, fue la denominada "radio galena", inventada en el año 1910 por dos estadounidenses de apellidos impronunciables, Dunwoody y Greenleaf. Pesaba la friolera de diez kilos y hecha, sobre todo, con componentes de cristal de sulfuro de plomo (galena).


Este aparato tuvo un impacto social y económico en la vida humana, muy difícil de cuantificar. Ha cambiado hábitos radicalmente y fue uno de los factores que aceleró en forma exponencial el desarrollo de comunidades, países y continentes. Su inmediatez, la capacidad de llegar a millones de personas al mismo tiempo con informaciones que antes tardaban días, cuando no semanas, ha sido la perfecta tarjeta de presentación de su éxito.


La radio entra en este país como un elefante en una cacharrería en los felices años veinte. En Asturias surge la primera emisora, Radio Asturias E.A.J. - 19, en el año 1929 y cinco años después se fundará la segunda, radio Emisora Gijón E.A.J.- 34. La grandeza de esta forma de divulgación, pasaba por la transmisión de información a todo el mundo por igual. Ya no era necesario saber escribir y mucho menos leer, siendo muy agradecida esta innovación por los millones de analfabetos que asolaban España, deseosos de recibir noticias, ante la imposibilidad de descifrar los jeroglíficos que representaban las letras.


El precio de las primeras unidades puestas a la venta, cuadriplicaban el salario medio de un trabajador. Costes prohibitivos, sólo al alcance de las economías familiares más saneadas. En Antromero, las primeras radios aparecen en los inicios de la década de los años treinta. Según nuestra declarante Bernarda Mori, será la primera afortunada en disfrutar de aquel ejemplar Teresa La Mata: " Y de lo que me acuerdo, era como en casa de Teresa, iba la gente mayor a escuchar los partes de la guerra civil, con cara de susto". 



Emisora de radio, similar a la comprada por Antón de
La Salada y que años más tarde heredaría su sobrina,
Benigna Anxelín.


Tras aquella irrupción técnica, se sumarían más ejemplares del "cacharro" de moda, como lo recuerda Antonio Guardado: " Después tuvieron una radio en Casa Artime. Aquel aparato vino de Cuba, mandóyoslo un hermano que marchó p'alla unos años antes, y un poco más tarde también la compró Marcelo la Pielora". Los receptores empezaban a llegar a cuentagotas, lenta pero de forma continua y algunos de los afortunados poseedores lo fueron por motivos laborales, tal lo precisa Amparo Julián: " Antón La Salada, mi cuñao, compró uno de aquellos aparatos, antes de la guerra civil. Era de segunda mano y lo compró a un paisano de Gijón que trabayaba con él , en lo de "la luz" del Regueral. Y en mi casa lo compramos, ya después de casaos, en el año 1953. Era un aparato cojonudo, de marca Marconi. Al mi home, Marcelino, gustaba-i mucho la radio". Damos fe que esos gustos se han transmitido generacionalmente, siendo un claro exponente su hija Laudina Artime, quien se acompaña de este centenario invento para todos sus quehaceres diarios.


Emilia Posada, rescata una información de los pioneros en disponer la radio en El Monte: " La primera radio que hubo por aquí la tuvo Flora y la primera televisión Josefa Menéndez".


Nuestro vecino, Luis Servando Peláez, suma una curiosa información de la primera radio que hubo en el barrio luanquín de La Judea: " La tuvo Francisco Rodríguez Mori y le tocó en una rifa a finales de los años 40. Íbamos todos a escuchar los partidos, allí nos juntábamos viejos y jóvenes. Era la época de los Ramallets y de Puchades".


Algunos de aquellos caros aparatos sufrieron de la curiosidad innata de críos y no tan jóvenes, quienes destornillador o cuchillo  en mano no pudieron resistir el misterio de aquella pequeña caja, que debía de tener minúsculas personas dentro, hablando, cantando y declamando: " Cuando me quise dar cuenta, taba la radio desmontada en el suelo y el mi guaje con un cuchillo en la mano. Todavía me duel la mano de los ñalguetazos que le di".


Pepe Capacha, se explicita por los gustos  de los oyentes, cuales eran sus programas favoritos: " No me acuerdo quien tuvo la primera radio en Antromero. Pero lo que se escuchaba en elles eren los partes (información y noticias), música y cantares si no había luto en la casa y el rosario y la misa pa les muyeres". En esta precisión subrayaremos que en los domicilios donde se guardaba duelo, en algunos casos, eterno duelo, la radio se apagaba ipso facto, en el caso de emisión de música.


También fue una práctica habitual en aquellos escarceos con los oyentes la posibilidad de dedicar canciones, tal lo contempla Lucía Les Moranes: " Uno de los primeros radios estuvo en Casa Cardina y allí lo sentíes a todes hores funcionando, cuando pasabes por delante de aquella casa. Antes, cuando se casaba una moza, dedicábein muchos discos por la radio. Cuando se casó Concha Antón de Menéndez, aquello fue exagerao la cantidad de canciones que dedicaron". Gabriela Álvarez, fortalece la anterior exposición con un recordatorio materno: " Mi madre me decía que cuando ella se casó, muchas canciones le dedicaron por la radio".


Transcurren los años y la radio es un electrodoméstico habitual en los hogares, llegando su apogeo en la década de los sesenta. Fruto de ese éxito, este deseado equipamiento formó parte de las prioridades  de compra familiares. Ángeles Vega detalla una anécdota que combina la mala suerte con la inversión: " Cuando me casé y, con les perres que sobraron después de pagar los gastos de la boda, el mi home Evaristo y yo, quisimos comprar un radio. Mi padre, Tamón, nos convenció que mejor que gastalo en una radio, lo hiciéramos en un xato (ternero) y que después de un año lo vendiéramos, pa sacar más perres y poder comprar un mejor aparato y así lo hicimos. El xato morrió y les perres fueron con él. Así que tuvimos que comprar la radio a plazos a Genaro, el de "la luz", y no se cuanto tiempo estuvimos pagando el aparato".


Son esos años los de emisiones populares en forma de radionovelas  con Ama Rosa, Perico y Periquín, los partes informativos que cada hora emitía RNE, el Carrusel Deportivo y la música, con la aparición de estrellas emergentes como el Dúo Dinámico y su "Quisiera ser" o la pequeña Marisol. Años de necesidad contenida y que la radio mitigaba, especialmente pa les muyeres. Aquellas que se encargaban de toda la intendencia doméstica, zurcidoras, modistas, cocineras de guisos sin carne, lavanderas en aguas gélidas y llegado el caso sufridoras de aquellos dramas que el serial de turno emitía a través de las ondas hertzianas. Así corrobora esta exposición Rafael Gutiérrez: " Mi abuelo Basilio El Tercero era muy forofo del Real Oviedo y siempre estaba escuchando los partidos a todo tren por la radio. Pero cuando marcaba o ganaba el Oviedo, se enteraba toda la quintana". Nuestra vecina Gabriela Álvarez aporta su testimonio de otros tiempos, no tan lejanos: " Las tardes que me pegaba yo con mi tía, que era modista, escuchando aquellas novelas de Ama Rosa, Lucecita y por supuesto el consultorio de Elena Francis, vaya recuerdos". 


Sin lugar a dudas, este invento universalizado cambió formas y costumbres en aquella sociedad de entonces, tal lo recuerda María del Rosario Muñiz: " Los aparatos de radio nos trajeron un aire nuevo. Recuerdo ser niña y mi madre tenía que bailar conmigo dos anuncios que aun recuerdo: el de Okal y el de Colacao". Artilugio que formó y forma parte de su vida: " En el año 1962, mi madre compró el primer transistor portátil que podías llevar a la playa. Era de pilas y me quedaba dormida por la noche escuchándolo y hoy pese a tanta digitalización, móviles, televisores, etc. todavía ando con un transistor que cada día escucho". Es evidente que la radio ha hecho mella en un importante sector de la población y que mucha gente se puede sentir identificada con la exposición de nuestra declarante.


Durante la Dictadura, todas las emisoras debían de conectar con los partes informativos de Radio Nacional de España (RNE). Una única información para ¡una España, grande y libre!, tal y como reflejaba uno de los eslóganes más conocidos del franquismo. Esta imposición fue de obligado cumplimiento hasta el año 1977, dos años después de la muerte del dictador.


Aquellas emisoras, como unidades de producción, tenían su propia programación, atendiendo a un espectro de oyentes. En la posguerra fue muy habitual el rezo de Ángelus a las doce en punto de la mañana. Se trataba de una oración católica en la que el arcángel San Gabriel anuncia que la Virgen María iba a ser madre  de Jesús. Hasta el 3 de febrero de 1981, Radio Nacional de España emitió todos los días este programa. En este pueblo, como en tantos otros, hubo un gran seguimiento del mismo entre el sector femenino. Fue tal su fervor, que se cuenta que unas hermanas solteras y vecinas del barrio de La Flor, estaban trabajando en la llosa de casa y unos minutos antes de la hora del Ángelus les avisaron de su inicio. Azoradas, gritaron a su informante que esperasen un poco, que estaban trabayando la tierra. Cuando llegaron a la cita con el receptor de radio , ya se había acabado el rezo. La mayor de aquellas, ante su impuntualidad se preguntaba en voz alta si estarían en pecado mortal.


También hubo una época para el descubrimiento de talentos ocultos y  de concursos de todo tipo, a los que acudieron algunos miembros de nuestras familias, tal lo rememora Manolo Llaranes: " Mi tío Gonzalo, cantó en la radio, tenía muy buena voz. Era la época en la que triunfaba Antonio Molina y mi tío cantaba como él".



Fuente: Marisol Carro. Manolo Llaranes.


Hubo aparatos de radio que tenían unos receptores de onda envidiables para la época. Fueron estos muy buscados por los disidentes del franquismo, quienes arriesgaban su libertad y vida con la escucha de la emisora rebelde Radio España Independiente, aunque se reconociera popularmente por Radio Pirenaica.


Creada por el Partido Comunista en el exilio, su primera emisión data del 22 de julio de 1941, con la iniciativa de Dolores Ibárruri, " La Pasionaria" desde Moscú. Años después se haría desde Bucarest y el último programa emitido ya desde Madrid , el 14 de julio de 1977, con la retransmisión de la primera sesión de las cortes que aprobaría la Constitución de 1978. Durante todos estos años en algunas casas del pueblo, como en el resto del país, se escuchaba esta emisora y ante la ausencia de cascos, se hacía tapado con un grueso cobertor o manta, para impedir que el sonido se transmitiera.


Algunos de  nuestros vecinos duramente represaliados durante la dictadura como lo fue Ramón de  Benita, arriesgaron su integridad física con estas escuchas y para evitar sospechas guardaba su preciada radio, entre los truébanos de las abejas, en las colmenas. Gabriela Álvarez evoca una imagen de antaño, del furtivismo perseguido: "Me acuerdo perfectamente  de mi güelo escuchando Radio Pirenaica. Tardé mucho en entender aquella imagen. Las multas por no ir a misa los domingos, por estar segando. No había casualidades, aquel hombre respiraba anti-franquismo".



Fuente: María del Carmen Suárez. Ramón de Benita.



¡Como han cambiado los gustos y los tiempos!. En la actualidad, es casi imposible encontrar una emisora de radio al uso y todo se reduce a buscar las emisiones en ordenadores y telefonía móvil. En la posguerra, el poseedor de uno de aquellos aparatos, era una persona envidiada socialmente. Este tipo de equipaciones, muy vistosas, daba alas a la imaginación viajera y ensoñadora, pues la aguja del dial, recorría girando manualmente con  una rueda, capitales europeas  lejanas e idealizadas. Aquel paso de la aguja por Viena, Londres, París, Roma  con el que se llegaba a sentir el vértigo de unos viajes sin moverse de tú asiento. 


Actualmente viajamos  y en pocas horas nos podemos plantar en el otro extremo del planeta, pero pese a ello, nada comparable con la imaginación e ilusión de recorrer países con la pantalla cristalina de un aparato de radio.


La radio, entretenimiento, información y desinformación  de sus oyentes generó un mundo paralelo que proporcionó unas ilusiones desconocidas durante varias décadas, hasta la rompedora aparición de la televisión.

2 comentarios:

  1. Este capítulo debía de publicarse como el núm. 69, pero la aportación de fotografías por parte de nuestros amigos y colaboradores habituales, han hecho retardar el previsto para esta edición. En cualquier caso y en esta ocasión, creemos que el orden de los factores no va alterar el producto final. Mil disculpas.

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  2. Gracias por toda esta información!!

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Capítulo 85. Coses y casos de cases. Casa Norte. Parte III.

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