Capítulo 61.
La riqueza natural de Antromero
y otras curiosidades.
La Playa de San Pedro (VI).
Duodécima parte (XII) y última.
"Too pasa y ha de pasar;
y el que parándose piense
ser un poquín a quedar
no que seguro y-paez,
fuxa de la inxenuidá.
pos tolo que yá se tien..."
Manuel Asur.
La Playa de San Pedro, tal y como hemos reiterado, ha sido un referente vital para Antromero y sus habitantes. Lugar para el desarrollo de infinidad de trabayos, sujetos a los caprichos de la misma naturaleza. La vida de los nuestros, de los antepasados, siempre vulnerable y condicionada a una inseguridad manifiesta. Aquellos tiempos de cuando eras viejo a los treinta años y el milagro pasaba por sobrevivir a los cuarenta.
El inevitable paso del reloj, condiciona desarrollos y ajusta evoluciones. La vida, sigue siendo una carrera en favor de la supervivencia, pero los medios son otros. La capacidad humana de adaptación a las nuevas exigencias es imparable y el conocimiento su mejor aliado para afrontar estos retos.
Si tuviéramos que elegir un lugar específico del pueblo para reflejar en un estudio sociológico la evolución y adaptación al medio del ser humano, en favor de su existencia, elegiríamos sin lugar a dudas la playa. Nuestros antepasados, son el claro ejemplo de la lucha desigual, desarrollada en infinidad de ocasiones desde aquel arenal, y hoy transcurridos tantos siglos, evidencian un cambio obligado. Los actuales usuarios de San Pedro lucen sus mejores galas y atuendos que impone la dictadura de la moda, para disfrutar del ocio y merecido disfrute. Desconocedores y ajenos de las historias y dramas humanos que aquella concha acantilada ha visto durante tanto y tanto tiempo. Vivir por encima de todas las cosas, era el objetivo.
A vueltas con el ocle.
"La felicidad era real
cuando el mundo conocido,
era el que sólo te alcanzaba la vista.
Han tenido que pasar tantas cosas,
para perder la inocencia
y brotar la desilusión".
J.M.G.A.
En el pasado capítulo 15, hemos repasado uno de los elementos que más ha modificado al pueblo, el ocle. Nada en el obligado peaje que impone la vida es gratis, todo tiene su precio. El ocle fue durante al menos tres décadas, la riqueza accesible y popular, devengada con el esfuerzo y trabayo titánico de los nuestros. Meses, semanas exigiendo al cuerpo vigilias interminables, sacrificios iniciados en las aguas salinas y prolongados en tierra firme.
A finales del mes de agosto y durante el mes de septiembre, la mar ya anuncia la presencia de una nueva temporada de ocle varao. En este periodo de tiempo, aparecen en pedreos y la playa, los primeros síntomas, fruto de la madurez de las algas. Pequeños arribazones de "morgazo", de plumín, ocle inservible comercialmente, advierten a los ocleros que en próximas marejadas, su objeto de deseo estará varado, para consternación de bañistas quienes ven una incomodidad aquella secuencia biológica.
La compensación económica justifica la faena, a la entrega de las algas, ya secas. Aunque excepcionalmente, aquella cadena productiva se interrumpía intencionadamente, tal lo refrenda Marina El Tuertu: " Un año, metiose una invernada tremenda, y cogimos ocle en la ribera de San Pedro. Carretámoslo Paulo, Fausto, Mercedines y yo, con el carrín y el burro, hasta el Cañaveral (carretera general). Tuvimos que vendelo en verde (sin secar), porque llovía como Dios traía el agua. Taba el tiempo endemoniao y no se podía secar. Vinieron a buscalo, por mediación de Marcelo (almacenista), con un camión".
Lo cierto que nuestra playa en lo referente al ocle varao, aquel que llegaba a la orilla, tras las temidas tempestades invernales cantábricas, era un lugar preferente, respecto a otros lugares. La facilidad de acceso y el suelo arenoso facilitaba trabajos. Esta dinámica histórica se vería bruscamente interrumpida por la llegada de los coreanos (1). Aquellos gitanos, oriundos de Portugal, van a cambiar para siempre los hábitos laborales de los nuestros. Lucía Les Moranes, así se explicita: " Aquellos demonios no teníen miedo a nada. Metíense de cabeza a por él, sin dejar que varase. En San Pedro, quien quería ocle tenía que metese con ellos al agua". En aquella lucha contra los elementos, no había distinción de sexos: " Al agua metíense muyeres y paisanos. Aquelles portugueses (mujeres), iben con aquellos faldones largos y negros, sin problemas".
Acompañados de unos llamativos y destartalados vehículos, bajaban al arenal y cargaban temerariamente los mismos. La rampa que inicia la subida del camín de la playa, una verdadera prueba de fuego, para las ambiciones de los portugueses. En más de una ocasión tuvieron que recurrir a la buena voluntad y ayuda de los vecinos, para salvar sus camiones y camionetas de la voracidad de la mar. La playa, era su lugar preferido para recolectar el ocle, evitando los pedreos, dada la mayor complejidad y tiempo que exigía esa otra opción.
![]() |
Fuente: Tuero - Arias. Gitanos portugueses recogiendo ocle, en la Playa de San Lorenzo (1984). |
En estos años 80, aquella salvaje competencia, hace dar un paso adelante a los ocleros autóctonos. Aparecen los neoprenos y los trajes de aguas con botas altas de peto, sustituyendo cualquier ropaje anterior. Además surgen nuevos utensilios más desarrollados, para captar el ocle dentro del agua, tal fue la tarrafa de arrastre. Basada en la de mano, aquella que se manejaba con una lanza o mástil, esta lleva sujeta a su estructura más amplia, dos brazos de tiro. En aquel paisaje teñido de esfuerzo, llamaba poderosamente la atención el tamaño de la empleada por Paco Medero, pues potencia para emplear en su arrastre marino, sobraba.
![]() |
Fuente: Revista Asturies. Autor: Astur Paredes. Tino Rionda, en la postura de uso de la tarrafa de mano para el ocle. |
![]() |
Tarrafa. Dibujo: Alberto Álvarez Peña. El desarrollo de este útil está basado en la tarrafa de mano. |
En el verano, los usos se modifican. El ocle es de arranque, esto es, se aprovechan las buenas bajamares para sacar rendimiento a aquella recolección. En la playa, no hubo esta actividad, propiamente dicha, pero si se desarrollaron quehaceres vinculados a ella. Tal fue el sitio para guarecer alguno de los complementos, que durante años se usaron, como el caso del garabato (2). En mareas muertas, de poco coeficiente, se dejaban en la arena seca, así lo recuerda Perfecto Muñiz: " En la playa se dejaban los garabatos en la arena seca. Nunca faltó ninguno y todo el mundo conocía el suyo". Concluyendo en un veredicto común y popular: " Antes nadie jugaba con les coses de comer, había un respeto. Si dejes ahora un garabato en la playa, cuando vas a buscalo tienes el sitio".
![]() |
Fuente: Emilio Rodríguez el Lechugo (1969). A la derecha, los garabatos "guardados", mientras la xente xoven juegan a su lado. |
También este lugar era un punto logístico para la descarga de las lanchas que venían con el preciado vegetal marino, como recuerda con cierta añoranza Perfecto: " Cuantos botes me tocaron descargar en San Pedro. Y como yo, todos los que teníen lancha. Era el mejor sitio: agua tranquila, arena y espacio pa sacar el ocle".
![]() | ||
Fuente; Mari Artime. Álvaro Artime, la motora Dardo y una chalana llena de ocle. En la playa de San Pedro.
|
Podemos presumir, que durante muchos años estas costas fueron referentes de les costeres de ocle. La Playa de San Pedro, fue uno de tantos engranajes de aquella cadena económica, que cimentó las economías familiares. Sin olvidar, en ningún momento, que lo fue por el sacrificio y pundonor de los nuestros. Gente que son un ejemplo de honestidad y compromiso con la vida y los suyos.
(1). Los coreanos fue un término despectivo utilizado para designar a las personas procedentes de los distintos territorios del país. Atraídos por el empleo generado por la empresona ENSIDESA, y coincidiendo con la guerra de Corea, la sangrienta ironía local, no tardó en adjudicarles este apelativo. En Antromero, fue usado para definir a los gitanos asentados en el poblado chabolista de Tremañes, procedentes de Portugal.
(2). El garabato, ya visto en el capítulo 15, dedicado exclusivamente al ocle. era un peine de hierro, sujeto a unas varas de eucalipto, de varios metros. El objetivo era arrancar esta alga desde la embarcación, sin necesidad de bucear. Los destrozos que generaba este método de arranque, era notable. Al no ser selectivo, desraizaba y destruía toda la vida, por donde pasaba.
La rucha.
"La memoria juega con los recuerdos,
nos da la posibilidad de escoger
y seleccionar episodios en función
de nuestros intereses".
Juan Carlos Onetti.
La rucha, según el "Diccionariu Asturianu-Castellanu", de Xuan Xosé Sánchez Vicente (quien fue vecino del pueblo durante la década de los ochenta), es :" Cosa o conjunto de cosas que se encuentran en la orilla al bajar la marea". Nosotros, estimamos que son esos objetos que aparecen en les riberes, con independencia del estado de la marea. De esta manera lo recuerda el experto conocimiento de Manolo Robés: " D'ír a la rucha era pañar les coses que deja la mar: madera, redes, aparejos, boyes, cordeles, tabaco, cocos...". Aunque sus palabras no dejan lugar a dudas: " Ahora, y desde haz años lo que más vara ye plásticos, galipote y mucho morgazo".
Hay una ley no escrita, que forma parte del conocimiento y respeto popular, que Manolo explicita: " Si pañes madera en la ribera, la amontones y pones una señal, como una piedra, un palo con un trapo o cualquier cosa, eso se respeta y nadie lo toca porque tien dueño, hasta que lo mueva la mar". Si en cambio se trata de un objeto que aun no varó, o hay dificultades para rescatarlo de las aguas: " Basta con amarrarlo con un cordel y fijarlo a una peña o algún punto fijo de tierra, y ya tiene dueño. El caso ye que esté sujeto por alguna cosa a tierra firme".
Por la disposición natural de nuestra ribera de referencia, es muy receptiva a la llegada de todo tipo de objetos con los vientos favorables del norte, especialmente del nordeste. Y ese conocimiento no ha pasado desapercibido a los buscadores de tesoros, de la rucha.
![]() |
Fuente: Asturnatura. La disposición de la Playa de San Pedro, muy favorable a la llegada de todo tipo de objetos, algunos de los cuales no muy apetecibles. |
Una de las recogidas más apreciadas y aprovechables, fue la de la leña. Maderas, restos de árboles, ramascas,.. formaron parte de uno de los objetos más deseados de la rucha, tal lo recuerda Maruja Anxelín: "En San Pedro mucha leña se pañó, pa les cocines de carbón y de leña". Amparo Julián (1916), recuerda con la precisión que proporciona su prodigiosa memoria, algún curioso episodio: " Cuando yo era pequeña, me acuerdo de que la gente d'iba pañar sacaos de cacahuetes en la ribera de San Pedro. Igual taben moyaos o mahurientos, pero todos se aprovecharon. Poniénse encima de la chapa de la cocina y a comer". en Aclarando el contraste con los tiempos actuales: " Y los que los comieron ninguno morrió por ello. Ahora tan todo el día mirando cuando caduquen les coses antes de comeles. Hay mucho refalfiao".
Aunque de las desgracias ajenas, también se sacaba beneficio. La pérdida de carga de barcos se hizo notar en esta costa, como lo recuerda Félix Hevia: " Cuando éramos chavales, vararon un montón de cervezas. Las guardamos por la riba (acantilado) y nunca hubo tanta chavalería en la playa como aquellos días. De aquella no había ni fecha de caducidad, ni nada, todo valía". En otras ocasiones la aparición de objetos extraños, aceleró comportamientos imprudentes: " Otra vez, aparecieron bengales y faltó tiempo pa explotales. Una de elles, abrió abajo y menudo susto nos dio".
La aparición de tablones, y maderas ya manufacturadas, representó una gran ayuda para la cubrición de suelos de salas y elaboración de horros. Aunque siempre dejando claro la obligación de notificar a las autoridades marinas locales, cualquier aparición de objeto que tuviera valor. Transcurridos treinta días de su publicación en el Boletín Oficial de la Provincia y sin que nadie reclame y pueda demostrar su propiedad, "será entregado a su hallador". En nuestro caso, era de obligado cumplimiento hacerlo en la Ayudantía de Marina de Luanco, aunque el sentimiento popular era inequívoco: "¿Quién iba a declarar a Luanco nada?. El que encontraba algo , se lo quedaba y pa casa con ello, salvo que fuera un muerto".
A propósito de esta información, recabamos las declaraciones de Lucía Les Moranes, quien detalla un periodo de tiempo en el que varó un tipo de madera específica: " Cuando era rapacina aparecieron muches chapes de madera. Eren tremendes de grandes y la gente colocábales por les ribes (acantilados). Una vez puesta donde no llegaba la mar, ya tenía dueño. No facía falta poner nombre, ni llevales pa casa. Todo el mundo lo respetaba".
Así, recordando apariciones no deseadas, rescatamos de otro capítulo las declaraciones de José Sirgo, Canales, quien atestigua en primera persona una de aquellas: "Tendría sobre 15 años, y veníamos en grupo andando desde Candás, desde la escuela de Pepe El Moreno. Siempre nos dejábamos caer para Antromero por el cementerio de Candás y La Piedra. Cuando llegamos a la playa de San Pedro, encontramos en la arena y a mitad de playa, el cuerpo de un paisano, o lo que quedaba de él. Sólo quedaba el tronco". El desafortunado era un pescador de caña, que había desparecido unos días atrás.
En algunas circunstancias, la rucha se programaba y era más previsible, tal lo detalla José Sirgo: " En la playa de San Pedro y en la Peña Larga, la Guardia Civil de Luanco, acostumbraba hacer prácticas de tiro". Detallando un protocolo que diferenciaba rangos: " Los números disparaban con fusil y los oficiales con pistola". La actuación posterior de la chavalería, estaba sujeta al rastreo: "Finalizadas las maniobras, buscábamos el plomo de las balas estrelladas, y así hacer plomadas para los aparejos de pescar".
![]() |
José Sirgo, Canales. |
![]() |
"...y en la Peña Larga, la Guardia Civil de Luanco...." |
Esta actividad humana muy apegada a las costumbres ancestrales de nuestro pueblo, era una garantía de éxito, tal lo sentencia Jovita González: "Cuando ibas a la rucha, nunca venías de vacío. Siempre había algo que aprovechar. En la playa de San Pedro, la mar siempre traía algo".
Y llegó el deporte.
"No debía de ser tan fácil en aquel tiempo.
Los años mentirosos que después vienen
vienen a decir lo contrario:
no los creas.
O créelos."
Xuan Bello.
Cuando las carencias y las precariedades evidencian limitaciones, se recurre inevitablemente a optimizar los escasos recursos. Antromero, desde siempre se ha distinguido por la afición deportiva vinculada a los hombres, pues la participación de las féminas siguiendo las rancias normas sociales, se circunscribía exclusivamente a los juegos.
Ante la evidente ausencia de instalaciones que pudieran atender la demanda popular, se recurría para cualquier práctica deportiva a la playa. Condicionada aquella por las imposiciones de las fases lunares, traducidas en las mareas. Inevitablemente, se buscaba las baxamares para ello, con la salvedad de los juegos náuticos, tal pudieran ser el remo o el disfrute de la natación.
Aquellas restricciones impuestas por la naturaleza, se equilibraban con la búsqueda de un prao lo suficientemente llano que pudiera cubrir las exigencias de los participantes. Evidentemente, el furtivismo y la ausencia del permiso de su propietario formaba parte del encanto de aquellos hábitos, para consternación de sus propietarios. El inevitable paso de los años y de las generaciones han corroborado aquellas prácticas y no hay varón, al menos hasta los nacidos en los años ochenta, que no haya sentido la adrenalina y el aumento de la frecuencia cardiaca por huir de la presencia del furibundo dueño de la heredad, pisoteada y mancillada por los poseedores de aquellas hormonas juveniles alteradas.
Uno de aquellos episodios es recordado por José Manuel González Artime, quien precisa un motivo material por el que se disputaba aquellos encuentros, además del efímero honor de la victoria, durante la década de los 70 : " Cuantas veces se jugaba en el prado que estaba al lado de Casa Oliva. Se repartían los chavales en dos equipos y se apostaba una gaseosa de color, que costaría unas tres pesetas. El equipo que perdía era el que la pagaba". Aunque detallando que el espíritu olímpico del Barón Pierre de Coubertin (3), se mantenía entre los disputantes: " De ella bebían todos".
El triunfo del llamado deporte rey, el fútbol, es inexcusable y muy visible en la playa. Este deporte en su visión moderna, se contextualizó en Gran Bretaña durante la segunda mitad del siglo XIX. Su extensión por casi todo el mundo fue imparable y en lo referente a nuestro pueblo, tenemos constancia gráfica de su desarrollo en los años veinte del pasado siglo con una imagen que no ofrece dudas al respecto. Pese a su pésima calidad, se aprecia la formación uniformada de los jóvenes con entrenador incluido. El corto plano de la misma nos impide dilucidar donde se formalizó la misma, aunque algunos vecinos recuerdan con meridiana precisión los lugares de aquellas prácticas con el balón. Así José Antonio García Uría, nacido en 1928, precisa: " Siempre me acuerdo de jugar a la pelota en San Pedro (playa), y cuando no se podía porque la mar estaba alta, cualquier prao valía, o en la misma carretera". Esta declaración ha trascencido al paso del tiempo y cualquier escolín que haya vivido la concentración escolar de Luanco, hasta los años ochenta, podrá recordar con precisión meridiana, como se jugaba al balón delante de las paradas escolares, mientras se esperaba la llegada del autobús. Los libros, libretas o prenda de abrigo hacían las veces de porterías. Para abatimiento de madres y desesperación de los conductores de los escasos coches que entonces transitaban por tan estrecha vía.
También algún ministro de la Iglesia, uso su condición de representante religioso en varias parroquias, para conformar e intermediar en estos retos deportivos, tal lo recuerda Emilia Posada: " El cura D. Vicente traía a los chavales de Cardo a jugar al balón a Antromero y al revés. Jugaben casi siempre en la playa de San Pedro, aunque alguna vez jugaron en praos".
![]() |
Fuente: Benigna Anxelín. En la parte posterior de la imagen está registrado el siguiente texto: "Antromero 1928". |
Otros declarantes como Benigna Anxelín (1929), recuerdan como algunos de los partidos de rivalidad local entre los equipos representantes de Candás y Luanco, se disputaban en campo neutral: " Después de la guerra civil, se jugaron algunos partidos entre el Canijo (4) y el Marino de Luanco, en La Granda. En el año 1942, fue a verlos Herrerita (5) y hubo una revolución en el pueblo".
![]() |
Fuente: Benigna Anxelín. Foto sin datar de uno de los muchos equipos que disputaron en el pueblo. |
Aquellos jóvenes que acudían a los retos y pugnas deportivas de nuestros vecinos, habían desarrollado una estudiada y variable estrategia, en función de los resultados del match: " Si perdían los del Canijo, los esperábamos en la curva de La Xatera (subida a Candás) y allí nos reíamos de ellos, y cuando perdían los de Luanco, hacíamos lo mismo en el Naranxal". En algunas ocasiones, la estudiada estrategia se alteraba: " Muches veces tocaba correr, porque veníen enfadaos a por nosotros".
Aunque la rutina y hábito de esta práctica deportiva pasaba por un único escenario e irremplazable, dada la carencia de instalaciones en el pueblo, y no era otra que la playa de San Pedro. En ella, se emplazaba los desiguales partidos entre casados y solteros, de obligado cumplimiento durante la celebración de las fiestas patronales; los retos contra otros pueblos del contorno y las "pachangas" habituales entre la chavalería del pueblo.
Antes de la llegada del consumismo desaforado que nos acosa, este juego en la playa se desarrollaba en un principio de igualdad inapelable. Todo el mundo jugaba descalzo, evitando en ello el desequilibrio al que abocaría las diferentes calidades del calzado. También afloraban las quejas por las artes maliciosas de alguno de los participantes, quienes aprovechaban el desarrollo y fortaleza de las uñas de sus pies para intimidar al contrario.
![]() |
Fuente: Mariluz Serrano. Uno de los equipos de futbol - playa de Antromero que disputaron las tertulias candasinas. Se puede observar la ausencia de calzado. Años 80. De Izquierda a derecha, arriba: Emilio El Lechugo, Falo El Roxu, Pepe Salero, Falo, Carlinos. Abajo: Ángel Sampedrín, Manolo Sampedrín, Canario, Manolo Robés y Vicente. |
A la sombra de esta ribera, nacieron diferentes equipos a lo largo de los años. Las inquietudes deportivas de los jóvenes se traducía en la orientación hacia un casi exclusivo deporte, el fútbol. Recordamos a uno de aquellos conjuntos deportivos de la década de los sesenta cuyos participantes vendieron lotería para acceder a la compra de una envidiable equipación (incluso botas, algo inaudito entonces). El recuento de beneficios queda corto y será determinante la colaboración económica de Jesús González Capacha, mentor y a la postre entrenador de aquel grupo juvenil.
![]() |
Fuente: Carmen González. De izquierda a derecha, en la línea de arriba. Félix Hevia, Falo Balsera, Matías El Chato, Richard, Jesús González, Toño de Antón de Menéndez, Martín. Abajo: Tomás, ¿?, José Rodríguez, Juan de Casa Bolla y Ramonín de Lisa. Se puede comprobar la perfecta equipación, con escudo incluido. Finales de los años 60. Al fondo, La Barraca de Argenta y Pepe, otro de los iconos de la playa. |
![]() |
Fuente: Benigna Anxelín. Equipación original de la posterior "La Funeraria", posando en San Pedro. Años 70. |
![]() |
Formación de un equipo local, en las tertulias de invierno de Candás. De izquierda a derecha. Arriba: José Antonio, Roberto, Josenín, Jose. Abajo: Vicente, Humberto, Alfredo, Javi y Juanjo. |
![]() |
Fuente: Mariluz Serrano. Imagen rehabilitada por Nino Rodríguez. De Izquierda a derecha: Perfecto, Paco Medero, Marcelino, Moncho La Piedra y Toño. Entrenando , en el vetusto bote Punta de los Ángeles, propiedad de Joaquín Les Moranes. |
![]() |
Cartel anunciador de una de las actividades deportivas organizadas en nuestro arenal. En este caso, campeonato de "cuadrín". |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
los comentarios son libres y todos serán públicos