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Fuente: Emilio Rodríguez, El Lechugo (1969). |
Capítulo 58.
La riqueza natural de Antromero
y otras curiosidades.
La Playa de San Pedro (III).
Novena parte (IX).
Aquel astillero.
Todos vamos pasando y el tiempo con nosotros:
pasa el mar, se despide la rosa,
pasa la tierra por la sombra y por la luz,
y ustedes y nosotros pasamos, pasajeros".
Pablo Neruda.
Aunque pudiera interpretarse así, no vamos hablar de la obra magna de Juan Carlos Onetti, "El Astillero", no somos tan osados, ni tan siquiera este es el lugar para ello. Por el contrario, trataremos de exponer retazos de una parte específica de aquel pasado de nuestro pueblo, que va íntimamente ligado a la mar. Somos salitre, que el paso del tiempo ha ido endulzando. Lo que hace un buen puñado de años parecía imposible, se ha convertido en triste realidad. Abandonamos nuestras raíces y damos la espalda definitivamente a todo aquello que fue esencia, vida y supervivencia de Antromero.
Aquella crucial actividad marinera del pueblo es innegociable, vinculada a la bahía de San Pedro. Imposible de concretar fechas, sin saber donde comienza el esfuerzo casi inhumano de los que nos antecedieron en esta tierra, y si en cambio, podemos evaluar como se fue acabando.
Hay referencias históricas que son inamovibles. Durante la Alta Edad Media , se tiene constancia de una importante actividad pesquera en el pueblo, especialmente en el siglo XII. En las proximidades de la ensenada de San Pedro se constata la presencia de "pequeño astillero", donde presumiblemente se construía, reparaba las livianas embarcaciones, conjuntamente con los accesorios que devengaban aquellas duras labores marinas. Algo que no debiera sorprender a nadie, pues aquel trajín requería una mínima logística de mantenimiento, que pudiera garantizar su continuidad, ante las más que previsibles eventualidades.
Si analizamos nuestra orografía, la aplastante lógica nos hace pensar que debiera estar ubicado en cualquier de los dos accesos a la playa de San Pedro. El actual camino a la playa o en el entorno de la desembocadura y cauce del río Pielgo.
Valoremos la segunda opción, desarrollando un sencillo razonamiento, expuesto en anteriores capítulos, que pasa inevitablemente por el mismo arroyo. El exigente transporte de los pesados troncos que proporcionarían la materia prima, lo facilitaría el mismo canal del Pielgo, aprovechando la flotabilidad de aquellos. Con este método se ahorrarían ímprobos esfuerzos y minimizarían tiempos.
Probablemente habrá quien viendo el estado actual de este tránsito de agua dulce, desestime nuestra hipótesis, dado el escaso cauce. Estamos tratando, en cualquier caso, de contextualizar un paisaje fluvial distinto de hace más de 700 años, y se puede confirmar que nos encontraríamos entonces con un riachuelo con pretensiones. Al menos, en determinados periodos condicionados por la climatología.
Siglos después, los investigadores Bellmunt y Canella, editarán en el año 1900, su gran obra "Asturias", donde reflejarán conocimientos y vivencias de todos los concejos asturianos. En referencia a la parroquia de San Martín de Bocines, y específicamente a Antromero, detallan lo que sigue: "...en su territorio se halla la ensenada de San Pedro (Antromero), bajo su ermita, con humilde astillero". No nos cabe duda que durante el transcurso de tiempo de varios siglos, hubo una continuidad de esta carpintería marinera y que se mantuvo hasta entrado el siglo XX. Nuestro vecino Pepe Capacha (2), nacido un 11 de abril de 1921, no recuerda la existencia de aquellas instalaciones que 19 años antes habían reflejado los célebres autores. Aunque con la imprecisión propia del transcurso del tiempo aclara: " Creo oír hablar a xente mayor del pueblo el arreglar les lenches en la playa, antes de llevales a Luanco y al Dique".
Debemos de valorar en su justa medida, un dato ofrecido por Manolo Robés, que puede reforzar la existencia de aquella instalación, aunque sea por medio de terceras personas: " Mi padre (nacido en 1878), contaba de que cuando era guaje había media docena de lanchones en la playa de San Pedro". Al menos, la existencia de aquellas embarcaciones, garantizaban trabajo de reparación y mantenimiento.
Nuestro pasado ligado a la construcción de pequeñas embarcaciones, forma parte de antiguos y deslavazados retazos y testimonios históricos, aquellos que finalmente nos confirman sospechas y multiplican incertidumbres.
(1). El "calero", era un horno, fabricado con piedra, para transformar la piedra caliza, en cal.
(2). Ninguna de las decenas de personas entrevistadas durante estos años recuerda presencia alguna de astillero en la playa. Cierto es, que todas ellas han nacido en el siglo XX y que el dato documentado y editado en el año 1900, por Bellmunt y Canella probablemente corresponda al último cuarto del siglo XIX.
El puerto de la ribera de San Pedro.
"Habrá palabras nuevas para la nueva historia
y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde".
Ángel González.
La vinculación histórica del pueblo con la mar es un hecho demostrado, especialmente a través de dos puntos geográficos: El Aramar y la Playa de San Pedro. A los antecedentes prehistóricos, ya reseñados, se le suma el conocido documento de permuta de 1312, entre el obispo de Oviedo, Fernando Álvarez II y el entonces abad del monasterio de San Vicente, donde confirma una presunción: "...puerto de Entromero con sus talayas et entradas et salidas...".
Este fragmento no deja lugar a dudas, Antromero en la Edad Media tenía un puerto. Por supuesto, nada por lo que entendemos hoy como tal y construido con total seguridad al amparo del Pico de San Pedro o del refugio del pedreo de Taluxia. Únicos lugares con cierta disposición que pudieran invitar a ello.
Los puertos entonces eran popularmente llamados "cay" (3) y aunque pudiera sorprender estaban construidos por una combinación de piedras, troncos clavados en el fondo de las aguas y todo ello entretejido con ramascas, maderas y cualquier objeto que pudiera reforzar su estructura. Instalaciones que se arruinaban cada cierto tiempo.
Dada la caducidad natural de los elementos empleados, era necesario restituirlos periódicamente, dependiendo de marejadas y grandes temporales. Teniendo en cuenta estos datos, sospechamos que en cualquier caso que aquel "puerto" documentado, fuera el propio abrigo natural de nuestros picos o salientes, reforzados y ampliados probablemente con los componentes que la naturaleza les ofertaba (maderas, piedras,...). En definitiva, se trataba de lugar donde atracar temporalmente les lanches, mientras el estado de la mar así lo permitiera.
Durante años, nuestros vecinos Álvaro Artime y Cesar García, dieron buena cuenta de la protección que ofertaba el Pico de San Pedro, para fondear sus motoras. Demostrando en ello, el aprovechamiento de aquella "riqueza" natural que había en la playa.
(3). El término "cay", deriva probablemente de la palabra francesa " cayes", que significa cayo, arrecife o escollo. En este caso, generado por las manos humanas y en su propio interés.
Les lanches.
" Cuatro barcas en extinción,
previo a su total perdición
entre la arena, arrumbadas,
conversan desoladas".
Gonzalo Ramos Aranda.
No hay puerto sin embarcaciones y en Antromero la presencia de lanches estuvo garantizada, desde al menos, el registro de la pesca de la ballena, en la Edad Media. Frágiles chalupas que afrontaban aquel desigual desafío, con el coraje al que obliga la lucha por la supervivencia.
Si atendemos a los últimos ciento cincuenta años, y a falta de otras informaciones y registros, debemos recurrir a la memoria y explicaciones de nuestros vecinos. Así, Pepe Capacha, es quien proporciona una interesante información: " Cuando yo era un guaje, en Antromero había tres lanchonas grandes, pa d'ir pescar, sobre todo salíen todos los díes a la sardina". Añadiendo una ampliación al respecto: " La de mi padre se llamaba "Cinco Hermanos", y otra era "Dos Hermanos". Corrobora y amplía estas declaraciones, Manolo Robés : " Siempre escuché decir a mi padre (1878) que cuando era joven , en la playa de Antromero había media docena de lanchones que se dedicaban sobre todo a la sardina ".
Aunque ciertamente la época dorada de nuestra flota local, la podemos ubicar en la década de los años 60/70 del pasado siglo. Una sustancial mejora económica, propiciada por la aparición de industrias circundantes que proporciona empleo estable y el ocle, van hacer posible que se puedan llegar a contabilizar en el mismo lapso de tiempo, más de una treintena de botes y chalanas.
Entre ellas recordaremos nombres y figuras, que ya forman parte de la memoria colectiva:
"Chubasco" -Mino El Civil; " Jipia "– José Canario; " Richard" – Eduardo; "R. Gijón" – Fausto; "La Isla "– Pepe Capacha; " Heres" – Manolo Robés; " La Gaviera "– Paulino; "Navalón" - Ernesto y Carmen; "Josefina "- José El Roxu; "Venancio "- Venancio; "Dardo" – Álvaro Artime; " Angélica "– Cesar García; "Manolín " - José Adela; "Carmen y Ernesto "- Carmen y Ernesto; "Mariano" – Avelino El Civil; "La Mar Díaz "– Mino Salero; "Terrible"– Manolo Bernarda; "Cinco Hermanos "– Jesús Capacha; "Noco" – Aurelio Rionda; "Playa de San Pedro" – Cesar / Álvaro Artime / Ángel Choli ; "Punta de los Ángeles "– Joaquín Les Moranes; "Palmerina" - Manolo Capacho; "Joaquina" - Perfecto Muñiz.
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Fuente: Emilio Rodríguez, El Lechugo (1969). Embarcaciones varadas junto a la bajada de la playa. Al fondo, la Barraca, el chiringuito de nuestra playa. |
Y algunas otras más que fortalecen los intereses depositados en la mar de los nuestros, tales fueron las de: Arturo Piqueiras; Aurelio El Tuertu; Paco Medero; Ramón de Raimunda; Pepe Salero; Jenaro La Pielora; Falo Balsera...A las que había que sumar sus antecesoras en el tiempo como las de Manolo El Civil; Sergio La Flor; José Arenes; Falo d'Xabel; Saturno Flixuma; Falín de Esperanza; José El Salao (padre)... y muchas más que ya forman parte del abandono de la memoria.
Detrás de cada una de ellas, hay una historia de esfuerzo y lucha contra los elementos, en la búsqueda de la suerte que aleatoriamente repartía la mar. Primero, con la fuerza física de remos y la pericia del manejo de la vela, inquiriendo la sociedad de vientos favorables, y después con la aparición de los socorridos motores "fueraborda".
Aquellas labores del conjunto de nuestra flota de bajura eran siempre las mismas, como lo recuerda Manolo Robés: " Se dedicaban a pescar y marisquear, con o sin licencia. También a arrancar ocle con el garabato por el verano, y en el invierno cuando te dejaba la mar a sacar el ocle varao de los pedreos, como el Redondel o Gargantera".
El cuidado y mantenimiento de estas pequeñas embarcaciones era fundamental, dada su estructura de madera. En algunos casos, constituía una verdadera obra de arte el aspecto de alguno de aquellos botes. Podríamos recordar el mimo con el que Fausto, gestionaba el implacable aspecto de su lancha " Real Gijón". Pintado de blanco impoluto, con unos entonces, llamativos toletes (4) de acero, siempre protegido y techado, ofrecía un aspecto como recién salido del astillero. El nombre, pintado en la popa recortada, con llamativas letras rojas resaltaban intencionadamente sobre aquel fondo níveo. Los guajes de entonces, ahora sesenteros, en una intencionada travesura taparon con cinta blanca el nombre del equipo de los amores de su propietario , rotulando sobre aquel plástico el de su eterno rival, "Real Oviedo". Cuando el bueno de Fausto, vio aquella afrenta, cambió su característico carácter afable, por un enfado monumental, reflejado en un sinfín de aspavientos y jaculatorias, que se frenaron en seco cuando pudo comprobar la broma infantil.
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Fuente: Inma Artime. Victorma y Carlos en un bote, en la pleamar de nuestra bahía. |
Reseñar, una vez más, aquel el espíritu de colaboración y solidaridad de nuestras gentes, que se traducía en la cesión de sus propias lanchas, para que otros vecinos pudieran aprovechar y rentar el esfuerzo y trabajo condicionado por la mar. José El Roxu, siendo un chaval, dio aviso a su padre que le buscara un bote. Para costear las 800 pesetas de aquella vieja embarcación, "Josefina", localizada en la bahía de Perán, faenó con la lancha de Paulino García," La Naviera". El objetivo de aquel sacrificio, no era otro, que el generar el suficiente dinero para empezar los estudios de capitán en A Coruña.
También recuerda Ramón Ignacio Artime Piqueras, que estuvo nueve años yendo al ocle y que gozó de aquel préstamo vecinal: " Empecé al ocle con 15 años, cuando iba a tercero de bachiller. Al principio, fui con el bote de "La Isla", de Pepe Capacha y después con el de Ángel El Choli, "Playa de San Pedro". Y fue así, hasta que pude comprar mi propio bote".
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Fuente : Emilio Rodríguez, El Lechugo. Año 1969. Subidos al bote "Playa de Antromero". |
En los últimos años de aquella actividad febril, de tantas y tantas embarcaciones, hubo al menos tres personas que fueron perfectamente identificables, luciendo el orgullo con el que se distinguían los complementos vinculados a la marinería: ropas de mahón y la boina calada. Manolo El Capacho, José Adela y Joaquín Les Moranes, han sido satisfechos embajadores de una actividad única, reflejada en sus inconfundibles atuendos.
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Fuente: María González. Joaquín, al fondo. Su inconfundible atuendo lo identificaba, tanto en tierra, como en la mar. Enrriestrando panoyes, "Nadie le metía mano enrriestrando". |
Respecto al último, Joaquín, antromerín de adopción, haremos una breve reseña, para ilustrar con su figura la vida de aquellos hombres enamorados de una forma de vida casi extinta. Nacido en Luanco en 1920, conocido durante su soltería como Joaco La Cuesta, sería su compromiso con María del Carmen Artime, Carmina, quien cambiaría para siempre su apodo, por el de Joaquín Les Moranes. Enamorado de la mar, demostrando su conocimiento que otorgaba la experiencia y avalado con su titulación de patrón.
Figura reconocida y muy reconocible, siempre vinculado a aquel color azul de su vestimenta y la sempiterna boina, tal lo recuerda su hijo Tito: " Debajo de la boina, llevaba el tabaco y el mechero de mecha, para evitar que se mojara. En la lancha no podía faltar el tabaco negro y si era época, uvas". La embarcación a la que se refiere Tito, es la inconfundible y referente de aquella desaparecida flota de lanches, "Punta de los Ángeles", comprada tal y como recuerda su hija María: " A un paisano de Candás". Un bote que en sus primeros tiempos navegó, como tantas otros, con la fuerza que exigía el movimiento de los remos, y "más tarde con un motor fuera borda, y con su ayuda se faenó en lo que se pudo: arrancando ocle, pescando o al marisco".
"Delgado y fibroso, cariñoso y cercano, nervioso e inquieto, pura fuerza y nervio...se reconvertía con los sones de la gaita y el tambor, a los que no se podía resistir ". Trabajador incansable, que retaba a las vicisitudes de la vida, en tierra o en la mar: " No había nadie que enrriestrara el maíz como él". Virtudes vinculadas al trabajo y responsabilidad vital, que heredaron sus hijos : María Angélica, Joaquín, Mariluz, María del Carmen, Avelino, Carmen y Marian . Siempre con el timón y poso de su mujer, Carmina, demostrando que detrás de un buen paisano hay una mejor muyer.
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Fuente: María González. Parte de la familia de Les Moranes, en una celebración familiar. A la derecha, Joaquín y por debajo suyo su esposa Carmina. |
Joaco La Cuesta, y para nosotros, Joaquín Les Moranes, junto a su familia son un exponente de aquellas unidades familiares que poblaron nuestro pueblo. Ejemplo todos ellos del esfuerzo y sacrificio que representó, desde siempre nuestras vidas.
(4). El tolete, es un pequeño palo hecho habitualmente con la madera de un arbusto habitual en nuestros montes, la rebolla o árgoma (ulex europaeus). De comprobada eficacia y dureza para su empleo en artes marinas. Progresivamente fue sustituida por otros componentes, derivados de nuevos tiempos, como fueron el fierro y el acero. Su uso es para sujetar el remo, a través, de una pequeña cuerda circular, que recibe el nombre de estrobo.
Otras apreciaciones.
"Yera un barcu vieyu
fíu de la mar
coles veles rotes
y cansáu de remar".
María García Esperón.
Retomando el sendero de nuestres lanches, incorporamos un texto de nuestro colaborador, Raúl Sirgo, quien ofrece con un estilo delicioso y envidiable una visión diferente, de una aventura imprudente juvenil, vinculada a un día de pesca:
Un día cualquiera de verano.
Al amanecer, el camino de bajada a la playa no era el mismo. La luz temprana transmitía a "la caleya" otras perspectivas, otras sombras.
El día anterior habíamos quedado Venancio y yo para ir de pesca en bote. Tenía que llevar " la xorra" que había ido a sacar a los carreros de La Pregona y, como era escasa, cogimos, al bajar, pequeños caracoles, de esos de color blanco.
No recuerdo muy bien de quien era el bote que íbamos a "sacar" pero seguro, era prestado. Mi amigo conocía muy bien todas las maniobras que teníamos que realizar antes de hacernos a la mar, yo confiaba en él. La niebla nos invadía pero, insensatos, intuíamos que antes de medio día iba a desaparecer.
A la madrugada nos hicimos a la mar, al "sedán", como dicen en algunos pueblos marineros, con el espíritu y la alegría de una nueva aventura. ¡La mar, siempre la mar, tan cercana y tan desconocida!.
Habíamos hablado de localizar la "puesta" orientándonos, siempre, por el faro de Candás y algún punto cercano a Casa Norte, imperceptible en aquel momento. Al entrar en el agua los remos hacían un sonido monótono, único e irrepetible. La mar apacible como una balsa de aceite. Pasamos La Pica del Cuernu y nos dirigimos supuestamente hacía La Isla bordeando El Sombrao y El Castillo. Calma chicha, la soledad nos invadía. El curso había terminado, comenzaban las vacaciones, era el mes de Julio.
Detrás de La Isla echamos "la potera", no se veía nada. El universo en equilibrio, mientras la sirena de la niebla del faro marcaba el ritmo de nuestra aventura. Pescamos "panchos" y alguna "farragueta" gris. A media mañana, un "calderón" nos sorprendió con su aleteo, sinuoso y silencioso, hacia Peñas.
Nada, la mañana transcurrió en silencio, sólo la bocina del faro se escuchaba em medio del vacío. A medio día estábamos perdidos.
Venancio consideró que debíamos remar guiados por el sonido del faro para acercarnos a la costa.
Sobre las cinco de la tarde, con el alma en vilo, arribamos a la playa.
Nos esperaban el padre de Venancio y mi hermana Sarita. Su rostro, un poema, y su verborrea...lo dejo para otro día.
Raúl Sirgo.
(A mis nietos Noah y Alex).
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Raúl Sirgo. Autor del impagable texto que acompaña este capítulo. |
De aquellas aventuras, propias de actuaciones juveniles, podríamos rellenar cientos de páginas. Rescataremos una de tantas, que demuestra la insolencia del desconocimiento e inconsciente desparpajo frente a los rigores de la mar. En el año 1975, y en el horizonte un día de primavera apareció una extraña estructura , a varias millas de nuestra costa. La administración había autorizado la prospección, a través de una plataforma petrolífera, para la búsqueda de hidrocarburos, entiéndase petróleo y gas natural.
Aquella instalación, sujeta sobre unos visibles pilares, que atendía al nombre de "Medusa", no pasó desapercibida a los vecinos, especialmente a un grupo de preadolescentes del pueblo. Tomaron prestada una chalana de Cesar, y a cuatro remos decidieron conocer en primera línea aquel ingenio. Tras varias horas de esfuerzo y achique llegaron a su zona perimetral, asomándose gran parte de aquellos trabajadores, para ver como era posible que cinco "mocosos", pudieran llegar hasta allí. La vuelta fue más dura y el recuerdo de aquella aventura se repercutió durante varias semanas en sus maltrechas manos, fiel reflejo de tan gran esfuerzo.
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Fuente: El Comercio. La plataforma Medusa, frente a nuestras costas (1975). |
Tampoco debemos olvidar un aspecto más mundano, trivial y frívolo del uso de nuestras embarcaciones. Especialmente desarrollado por los hijos de los titulares y que no fue otro que cubrir el ocio. El placer de "dar una vuelta en lancha" , sin mayores pretensiones. Y, por supuesto, que el verano era la estación más propicia.
Exhibir el "conocimiento" y rutina del manejo de les lanches, no dejaba de ser un orgullo que se exhibía sin pudor, ante veraneantes y forasteros. Además, poder presumir de mostrar la espectacular fachada marítima del pueblo, desde la privilegiada visión que se ofrece desde alta mar.
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Fuente: Mari Artime. Álvaro Artime, tripulando su mítica motora, "Dardo". |
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