Capítulo 48. Les muyeres en les fábriques de conserva.








Capítulo 48.




Les muyeres en les fábriques de conserva.



"La igualdad llegará cuando una mujer tonta

pueda llegar tan lejos como hoy llega un hombre tonto".

Estella Ramey.



  "Nacimos pa trabayar y morimos trabayando". Hace años escuchamos esta síntesis de la vida en boca de Maruja Anxelín, mujer luchadora como casi todas las de este pueblo. No le falta razón, les muyeres en cualquier lugar del mundo desempeñan todo tipo de labores, sin excepción y con el sacrificio personal como penitencia.

    La mujer a lo largo y ancho de la historia ha tenido un papel preponderante, pocas veces reconocido, en el desarrollo de pueblos y naciones. Sus grandes luchas y sacrificios han sido la permanente tónica de la evolución del género humano.

   Desde su nacimiento, estigmatizadas por el duro trabayo, formando parte de un escalafón socio-laboral subyugado al de los varones. Mano de obra barata y eficaz para afrontar los retos del día a día, ayudando con la frágil economía doméstica y ofreciéndose para ser contratadas por cuenta ajena, llegado el  caso. Si hubiera cargas familiares, toda la ayuda era poca y su rol de madre - esposa aun se reforzaba más, ofreciendo una inequívoca seguridad al hogar y a su clan.




Breve introducción de la conservación de los alimentos.



"Es una limitación

pensar qué son las cosas,

razonar por qué unas engendran a otras".

Roberto González-Quevedo.



    Atender la demanda de la alimentación ha sido la mayor preocupación del ser humano desde sus orígenes. El problema más inminente era la conservación de aquellos productos que eran su sustento. En la Prehistoria la forma de mantener apto para el consumo los escasos excedentes de la recolección, caza y pesca pasaba inevitablemente por un secado al aire libre. Los riesgos de putrefacción, inevitables.

  Durante la Edad Antigua, los egipcios y griegos se aventuran con el salazón, el ahumado, la deshidratación y el secado con notable éxito. Hay constancia en este periodo del uso del vinagre como conservante, método que ha llegado hasta nuestros días.

   Los romanos, que adoraban el consumo de fruta, van emplear la miel para evitar su deterioro. Ya en la Edad Media los árabes introducirán con sus conquistas el azúcar en Europa y con ello una dulce revolución gastronómica. Aparece  de la mano de aquellos conquistadores un nuevo mundo de expectativas para la preservación de  hasta entonces algunos efímeros alimentos. Desde entonces, las frutas se pueden  conservar y manufacturar en almíbar, mermeladas y confituras.

    Para hablar específicamente de un tipo de conservación más industrial y de uso masivo, tendríamos que recurrir al ingenio del  mal tildado "pequeño corso", Napoleón Bonaparte. Este megalómano dictador, recurre a un concurso público con importante dotación económica, para aquel que inventara el modo de conservar alimentos, durante un periodo largo de tiempo. El objetivo era poder abastecer con alimentos perecederos al poderoso ejército francés en sus campañas de conquistas europeas.

    El ganador sería un ingenioso cocinero gabacho, que atendía al nombre de Nicolas Appert. Su método consistía en el envase de los alimentos en botellas de vidrio, tapadas con corchos sujetos con alambres y sellados con cera. Después los colocaría al agua hirviendo durante un tiempo, en lo que podríamos llamar "baño maría". Este hombre y su ingenio sentará las bases de la futura industria de los botes de conserva, en aquel año de 1809.

   De aquella inventiva, otro francés y de profesión ingeniero, Philippe de Girand, sustituye el vidrio por envases de hojalata. Ya en 1811, se inaugurará la primera fábrica de latas de conserva en Inglaterra. En 1862, el científico Louis Pasteur, desarrollará un tratamiento térmico vital para el futuro desarrollo en esta industria, eliminando los patógenos y que se identificará para siempre con su apellido, la pasteurización.



Philippe de Girand. (1775-1845). Ingeniero e inventor francés, al que
debemos el origen de conservar los alimentos en hojalata.



    Tras notables avances durante el siglo XIX, será ya en 1920, cuando se da un paso definitivo en el mundo de las conservas. El investigador Bigelow propuso una nueva formula para erradicar la eliminación de potenciales microorganismos nocivos, consiguiéndose un  proceso de esterilización óptimo.

    Ya en la segunda mitad del pasado siglo aparecerán conservantes de todo tipo, para mantener los productos alimenticios con mayores garantías y plazos, en sus envases. Definitivamente, estos nuevos tiempos y la evolución manifiesta han arrinconado los orígenes de las conservas.







La industria conservera en la comarca.



"Montón de historias que en una vida forma.

Tantos sentimientos que en mi mente almacena".

Facundo Cabral.



    La historia reciente de Asturias y de nuestra mancomunidad pasa inevitablemente por la mar. Los casi 50 km. de costa ofertan unas tentadoras ofertas irrechazables. Aquellas formas de pesca rústicas y primitivas de nuestros antepasados, descritas por los cronistas romanos hace más de 2.000 años, van ir desarrollándose con técnicas más ambiciosas con el inevitable paso del tiempo. 
    
    La pesca de los peces más próximos al litoral darán paso en las posteriores centurias a otros objetivos más ambiciosos y por ende  más sustanciosas capturas. Tales fueron durante los siglos XVII y XVIII las especies de besugos, congrios, sardinas. Para  finalmente fijar como objetivo prioritario los deliciosos y estimados  bonitos, ya en época estival.
    
  Históricamente los métodos para conservar durante algún tiempo aquellos botines arrancados a la mar,  han sido a través del salazón, el escabechado y finalmente el enlatado. La primera técnica se pierde en la historia de la humanidad, usando la sal para deshidratar los pexes; la segunda es meter aquel alimento en vinagre, y la tercera fue fruto de la Revolución Industrial surgida en el siglo XIX. La tecnología a servicio de los intereses humanos.

  En estas generalidades hay un punto de inflexión para analizar el origen de este tipo de industria conservera. En dos reglamentos de pesca decretados en los años 1885 y 1905 se abre la puerta a nuevas artes y técnicas extractivas, arrinconando definitivamente a la pesca tradicional. Todo ello favorecerá la pesca industrial, también las expectativas de crecimiento exponencial de fábricas conserveras y la apuesta de capital ajeno a estas tierras.  Familias de origen foráneo, como fueron los Massó, Alfageme, Herrero Hermanos o Albo, no van a desaprovechar la posibilidad de generar importantes réditos . Y en ningún caso  sin desmerecer  a algunos empresarios locales, tal fue la familia Alvargonzález. 

    La historia de la industria conservera en estas tierras es fruto de la iniciativa de clanes familiares, quienes con su esfuerzo y riesgo han hecho posible la instalación, desarrollo, éxito, fracaso y el ocaso de aquellas empresas. Es una evolución vinculada a la propia vida
 
    Durante décadas se convirtieron en un sector productivo y vivero de empleo femenino en la comarca. Vitales para el desarrollo económico doméstico, con la aportación de ingresos impensables pocos años atrás. Por ello, estimamos como importante el tener de un conocimiento mayor de aquella historia que representó con sus luces y sombras una importante inyección económica para los intereses crematísticos de nuestros antepasados .
    
    Los antecedentes históricos de estas actividades en Carreño y Gozón, están recogidas en el Catastro del Marqués de la Ensenada, elaborado en el inicio de la segunda mitad del siglo XVIII. Así en Luanco se reseña la presencia de once compañías o pequeñas empresas dedicadas al escabeche y tres toneleros (1). Mientras tanto en Candás los números no difieren en exceso de sus vecinos, contando con 15 escabecheras y 4 maestros toneleros. 

    La sal, necesaria sal, pasará a manos del rey, convirtiéndose a partir de 1631 en monopolio del Reino. En muchas más ocasiones de las deseadas, este control se convertirá en un despropósito manifiesto con unas subidas de precios inasumibles por los ciudadanos. Esto favorecerá la apuesta en los puertos asturianos de la conservación de las capturas por el escabeche. 

    Se trataría de pequeñas instalaciones provistas de un pequeño horno o varios y cuyo trabajo, como no podía ser de otro modo, recaería en las manos de les muyeres. Aquel proceso se iniciaba con el lavado, desescamado y picado en trozos de los peces. Posteriormente se freía y se introducía en aquellos toneles de madera en los que previamente se les había añadido vinagre y unas hojas de laurel. Las especies marinas habituales en esta conservación fueron besugos, congrios y sardinas, ya en el siglo XVIII se incorporaría el bonito.

   Durante las grandes capturas de chicharrones en la primera mitad del siglo pasado, fueron objeto de aquel escabechado, tal lo refrenda Carmina Sirgo: " Al poco de empezar a trabajar en la fábrica de La Polar, en Luanco (primeros años de la década de los 50) se trabajó mucho los chicharros grandes. Se hacían en escabeche  y se metían en barriles de madera de unos 25 kg. de peso más o menos". En la vecina Candás no se quedaban a la zaga, como lo recuerda Josefina Menéndez: " En la fábrica de Ojeda, se trabajó mucho el chicharrón, al poco de empezar yo. Después de tener tanto pescao desapareció  y ya fue solo el bonito y la anchoa".  El destino preferente de estos productos eran las tierras castellanas, como grandes demandadores de este delicioso pez.  



Antigua barrica de madera para conservar 
pescado manufacturado.


    Estas ocupaciones laborales estaban vinculadas a  los propios dueños de las embarcaciones, tal lo recuerda Lucía Fandos en su excelsa obra "Historia de Gozón (a través de sus mujeres)": " Estas compañías estaban constituidas, en general, por pequeños inversores entre los que solían figurar los armadores de las lanchas". Siendo el motivo de aquel patrocinio evidente: "Con las que pescaban la materia prima".
    
    Extrapolando esta información  a nivel regional, diremos que en Asturias será el gijonés Francisco Antonio Alvargonzález y Zarracina (1754- 1835), quien va a fundar la primera fábrica de conservas en este país. Para ello utilizará las barricas de madera y botellas de cristal para exportar pescados. Su hijo Mateo (1781-1847), se convertirá en el primer conservero nacional que va usar por primera vez y con éxito la hojalata. Y con ello la posibilidad de ampliar mercado con ciertas garantías, inclinándose especialmente por la isla de Cuba.  En 1844 abrirá una fabrica de salazones en Candás, aprovechando la coyuntura de una materia prima y demanda.





  Aunque recordando la historia deberíamos reseñar que la primera sociedad anónima que se constituyó en Asturias en el ámbito conservero fue en Luanco. Tal y como lo detalla Lucía Fandos: " Se fraguó a iniciativa del entonces cura párroco y presidente también del gremio de pescadores, José González-Pola". Aquella idea de generar una sociedad mercantil, se fragua auspiciada por el éxito de Candás, que en aquella época contaba con una importante actividad conservera, reflejada en diez fábricas dedicadas a estos menesteres y salazones.

    Para constituir esta sociedad mercantil convencerá a personas acaudaladas para así conseguir el capital necesario. El 14 de junio de 1898 se da marcha a esta aspiración, adquiriendo una finca denominada la Ería de Zapardel, con una extensión de 10.000 metros cuadrados. Esta iniciativa mejorará ostensible las condiciones de la flota pesquera local, que hasta entonces tenía que desplazarse a otros puertos para la venta de sus pexes.

  En nuestro vecino concejo de Carreño la primera factoría con pretensiones industriales  fue "La Flor", fundada en el año 1889. Ya en las primeras décadas del siglo XX, se irán sumando a esta iniciativa  otras fábricas: Herrero, Mardomingo (que posteriormente atendería como Pedro Campo y Portanet), Albo, Ortiz, Perán, Orejas, Pettro, Carlo América, Alfageme (después Ojeda) y Parodi.



Antigua publicidad de la fabrica Alfageme, que 
años más tarde se reconvertiría en la fábrica de 
conservas Ojeda. Siendo esta una de las principales
referencias laborales de les muyeres de Antromero.



   Luanco sumará durante el pasado siglo a la iniciativa del párroco José González-Pola, convertida en la fábrica Cabo de Peñas (1898-1984), las siguientes empresas manufactureras del pescado:

   - Faro de Peñas (1901-1914) y que después pasaría por las siguientes denominaciones: La Luanquina (1914-1935); Conservas SIRO (1940-1942); Conservas Norte S.L. (1942-1960) y FERPA (1962-1968).

   - La Estrella Polar (1902-1935), se reconvertiría con el paso de los años en La Polar (1940-1954), para finalmente acabar como Conservas La Polar (1955- 1969).

  -Pesquerías Asturianas S.A. (1921-1971), prorrogándose un año más su actividad con la denominación de Fabricantes Asturianos de Conservas S.A. (FACSA). (2).



Fuente: Eduardo Bosquets. Sala de preparación del pescado en 
la fábrica de Pesquerías. (1922).



    A mitad del siglo pasado, más en concreto en el  año 1948, Asturias cuenta con 105 fábricas de conserva, escabeche y salazón. Un cuarto de siglo después, en 1963, aquellas instalaciones fabriles se reducen a la mitad, estando al frente de la estadística por número Candás, con 8 y Luanco con 3.

    Corren nuevos tiempos y la crisis del sector es un hecho consumado. En nuestra comarca será determinante la instalación de ENSIDESA para un manifiesto cambio del modus vivendi de los vecinos. Las expectativas económicas tornarán en favor del sector siderometalúrgico en detrimento de la mar. Hay un progresivo abandono del sector primario de la pesca y empieza a escasear las capturas de pescado. Las fábricas ya no disponen de suficiente materia prima y se ven obligados a comprarlo en otros puertos. La consecuencia inmediata fue una importante subida de los costes de producción, que obligará a muchos de aquellos empresarios a una deslocalización en favor de otras comunidades autonómicas, como la gallega. La muerte del sector en esta mancomunidad era un hecho consumado.





 

(1). Los maestros toneleros, fueron una pieza clave en el desempeño de las actividades conserveras. Eran los encargados de elaborar aquellos barriles de madera, en los que se metía el pescado escabechado. Normalmente usaban para su construcción madera de haya, siendo los aros de contención de avellano o castaño.

(2). Todos los datos concernientes a las factorías conserveras de Luanco, han sido recabados en el excelente trabajo de Lucía Fandos., "Historia de Gozón (a través de sus mujeres)".








Les muyeres de la fábrica.




"Todo lo rítmico.

produce esclavos..."

Mayte Gómez.




    Les muyeres han sido son y con toda seguridad serán el pilar elemental y necesario del desarrollo familiar. Nada, ni nadie puede sustituir su tesón, esfuerzo y capacidad . Sombra alargada, poco reconocida y permanente, será el oráculo definitivo en la toma de decisiones vinculantes a un futuro más prometedor. No nos cansaremos de recordar su importante y meritoria figura, tal se conformó en anteriores capítulos. Serán protagonistas de la última revolución pendiente.

    Pero ciñéndonos  a estas labores que abordaremos, del trabajo en las fabricas conserveras, podríamos confirmar una manifiesta división de roles, parcelándose estos en función del género. Mientras los hombres faenaban en la mar o en otros trabajos, serán las mujeres quienes afrontaran la transformación de aquellas costeras, en producto de alto valor añadido. 

  Dentro de la fábrica los escasos hombres tienen asignados unas labores específicas : capataces, administrativos, descabezadores de bonitos o encargados de las máquinas de cierre de las latas. Sobre les muyeres recaía el duro trabajo de la manipulación y transformación del pescado. La etiqueta estaba asignada popularmente para la denominación de su categoría laboral: les muyeres de la fábrica.

   En este sector, la mano de obra es esencialmente femenina. Empiezan a temprana edad y su carácter de continuidad dependía de la pesca capturada a lo largo de las diferentes costeras que de desarrollaban a lo largo y ancho de los puertos. Así lo reseña Carmina Sirgo (1936): " Empecé a trabajar en la fábrica La Polar de Luanco, cuando tenía 16 años. Y lo dejé cuando cerró en el año 1969". Nuestra dicente Benigna Anxelín (1929), confirma las anteriores manifestaciones: " Con 14 años empecé a trabajar en la fábrica de Ojeda de Candás. Estuve solo cuatro años, porque enfermé del pulmón y tuve que tar  22 meses de reposo. Fui pa casa con una mano delante y otra detrás, pagando mis padres les consultes a un médico muy bueno que había en Avilés, que se llamaba Antonio Artime". Añadiendo quien era su compañera de fábrica, con la que iba y venía andando todos los días laborales hasta Candás: " Iba con Generosa de María de Ángela. Una semana de invierno no pudo ir, porque tenía la gripe, así que tuve que madrugar más para ir con mi padre. Aprovechando que él trabajaba en la cantera de Perlora. A las siete de la mañana ya estaba esperando en la puerta de la fábrica, esperando a que abrieran (a las nueve). Muertina de frío y miedo". No difiere mucho las declaraciones de nuestra vecina Josefina Menéndez (1936): " Tenía 17 años cuando fui a la fábrica de Ojeda. Trabajé en dos veces y la primera fui un poco y enseguida deje-lo. Al poco volví y ya estuve unos cuantos años". 

   Nuestra anterior declarante hace un inciso de sus primeros contactos indirectos con aquellas labores: "Me tocó alguna vez ir antes, de rapacina , a llevar la comida a les mis hermanes Pacita y Oliva, a donde el prao y la casa del Mosquito. A la entrada de Candás". Esta coyuntura de colaboración es corroborada por Rosa Mari: "Me acuerdo de llevar con mi prima Mari Anxelín, la comida a las mis tías Joaquina y Maruja, al prao del Mosquito". 

   El llevar la comida a aquelles trabayadores , especialmente de les fábriques de Candás fue tónica habitual en los duros años de postguerra. Esta colaboración familiar quedó perfectamente plasmada en una icónica fotografía, que acompañamos a continuación,  donde se retrata aquel ambiente ideado para sobreponer fuerzas.



Fuente: Laudina Artime. El placer de comer coralmente, tras una dura
mañana de trabajo.  (1) Oliva Bolla; (2)Marina El Tuertu; 
(3)Falina Sampedrín; (4)Josefina Sampedrín; (5)Carmen Sampedrín;
(6)Argentina La Santandera; (7)Adelina El Tuertu;  (8)Filomena Sampedrín;
(9) Josefina Menéndez; (10)Pacita Salero; (11) Maruja La Santandera;
(12) Ramona Salero; (13)Maruja Anxelín; (14) Joaquina Anxelín;
(15) Benigna Anxelín; (16) Paulino de María de Ángela y 
(17) Antón de Balsera. En esta imagen la número 15, 7  y la 9, estaban en calidad
"acercadoras" de la comida a sus familiares.



   De aquella colaboración vecinal y confraternidad, nos da conformidad Mercedes Menéndez, respecto a su abuela Fausta: "  Una vez casada fue a vivir a una casina que había al lado del cementerio de Candás. De su carácter bueno y hospitalario se demuestra que cuando la gente iba a las fábricas De conservas y llovía, todos hacían parada en su casa y los invitaba a comer un pote berces. Plato que según ella comentaba, le salía muy bien". Carmina Sirgo, remueve recuerdos de su portentosa memoria y despeja dudas respecto a aquella concentración de vecinos en el prao del Mosquito, en los abundantes días desapacibles: " Cuando llovía y hacía malo, la gente de Antromero se metía a comer en una casetuca que había allí".

    Respecto a nuestras vecinas trabajadoras en las fábricas de Luanco y  para reponer fuerzas, afrontando la jornada vespertina, nos ofrece una información la anterior informante: " Un día cualquiera trabajando en la fábrica era de 9 de la mañana hasta las 6 de la tarde, con una hora pa comer. Casi todes llevábamos la comida en una potina. Allí teníamos una casina, que era el nuestro comedor. Y una vez que terminábamos, a  mi me mandaban leer en voz alta el periódico". Razonando aquella amistosa exigencia: " Mi madre siempre quiso que estudiara pa maestra. Me mandó a muches clases y sabía leer muy bien". Aquella inusual capacidad, no paso desapercibida entre sus compañeras: " Sobre todo era la gente más vieya la que me mandaba leer".



Carmina Sirgo y su marido Enrique: "...me mandaban leer en voz alta
el periódico".


    Otras en cambio iban a comer a casa, tal lo rememora Rosa Mari Mori, respecto a su madre: " Mi madre, Marina Anxelín (1918), trabajó en las fábricas de Pesquerías y en la de FERPA ( en esta solo cuando había que reforzar). Le daban una hora para comer y siempre llegaba a casa (entonces ya vivía en Luanco) a la carrera, comía y marchaba con un trozo de pan duro en la boca". Este ritual se repetía todos los días laborables, con el placer final de disfrutar de aquel mendrugo endurecido: " No había mejor postre que aquel para ella ".



Fuente: Rosa Mari Mori. Marina Anxelín y su marido Marcelino Mori.
Disfrutando como romeros de la romería de San Pedro.






El trabayo.




"Las mujeres nacían
 
civilmente muertas".

Clara Campoamor.




 Centrándonos en el trabajo de estas sacrificadas féminas, en unos tiempos muy duros, sus posibilidades laborales eran muy reducidas, tal lo testimonia Carmina Sirgo, con una sentencia inequívoca: " Después de la guerra, les que queríen trabayar fuera de casa era ir a la fábrica de conserva o a coser. No había otra cosa".

  En circunstancias normales, su trabajo manufacturero comenzaba en la adolescencia. La necesidad de ingresos en el ámbito familiar, así obligaba y dependía de la demanda del mercado, las capturas en las campañas de las diferentes especies con las que se trabajaba. Así en gran parte del siglo XX, aquella industria conservera orientó sus producción a dos picos temporales: los meses de la primavera para el bocarte y los del verano para el bonito.

  Para cubrir la intendencia de toda la logística productiva, se recurría a las manos hábiles e incansables de les muyeres. Mano de obra barata y en muchas ocasiones estacional o temporal, acompañada aquella coyuntura en malas artes empresariales, tal lo detalla Carmina: "Algún disgusto se llevó, cuando llegaba la hora de retirarse (jubilarse) y te decían que no habían cotizado por ti todos los años que trabajaste. O que lo hicieron por menos y fueron muchos casos ". 

  Estos malos quereres se manifestaban dentro de unos límites sociales, exteriorizándose como no podía ser de otro modo a través del demoledor ingenio. Cuentan que cuando murió uno de aquellos denostados jefes, llovió tanto que en el cementerio parroquial de Santa Ana (Luanco), se inundó su sepultura. A la hora de meter el ataúd, este chapoteó entre tanto líquido. Ocasión aprovechada por uno de los allí presentes para elevar al cielo su inventiva, en forma de irreverente jaculatoria:  "¡Cab..., ya que no fuiste  a la mar de vivo, vas ahora de muerto!".

   En algunas fábricas la plantilla era fija, sin casi contrataciones temporales, tal lo detalla Carmina: "Cuando yo trabajaba en La Polar, éramos unas 50 personas. Había siempre personal fijo y mientras había trabajo allí estábamos. Conchita la de los Páxaros y yo, como andábamos en el taller, trabajábamos más días que otras". Josefa Menéndez, se explaya con unas interesantes informaciones al respecto de la estructura de la plantilla en la fábrica de Ojeda, durante la década de los 50: "Había gente fija, que siempre era la misma. Después pa la achoa o p'al bonito, siempre se llamaba de afuera. Allí llamábense los que estaben fijos, los de dentro y les que veníen solo por algunos meses eren les que se llamaben, les de fuera".  Aclarando números e inconvenientes de aquellas eventualidades: " Los que que éramos los de dentro, seríamos como 60 persones. Después pa la primavera y el verano iben cogiendo, según se necesitaba. El problema era que había muches fábriques en Luanco y Candás y cogíen a cualquiera cuando el apurón. Allí había xente que cuando aprendíen el oficio, ya teníen que marchar". Confirmando las fases de la temporalidad laboral: " Cuando había pexes se trabayaba y cuando no pa casa". Todo ello sujeto a una decisión salomónica, para equilibrar desajustes entre el personal: " Se iba para casa por turnos, pa que le tocara a todo el mundo".



Fuente: Celestino Hevia. Josefina Hevia y su
marido, Manuel Hevia. Al fondo, la ensenada de
San Pedro.



  Ante los raquíticos sueldos y la cotidiana incertidumbre, se agradecía las primas generadas por producción, tal lo recuerda Rosa Mari: " Mi madre tenía una prima de producción, que llamaban "la tirita". Con ese dinero iba una vez a la semana al cine y compraba un helado". Nuestra declarante suma una información, respecto a una modalidad laboral conocida por todos: "Empezó a trabajar en la fábrica de Pesquerías cuando se casó, en 1945, trabajando de continuo hasta su cierre, en el año 1972. Estaba fija de empresa, iba todo el año a trabajar. Pero cuando la llamaban de la fábrica de FERPA, que estaba al lado de donde vivíamos, iba  a echar horas, una vez que salía de Pesquerías".

  De aquellos incentivos productivos, da cuenta nuestro vecino Moncho Rodríguez treinta años después, corroborando los mismos en la fabrica de Albo donde desarrolló su trayectoria laboral: " Les muyeres por pelar (limpiar) bonito, teníen una gama y la que más pelaba, más ganaba".

   Siempre el trasfondo era el puramente económico, aquella  necesidad apremiante de generar dinero para aliviar los menguados recursos económicos familiares, tal lo expresa sin ningún tipo de duda Carmina Sirgo: "Consolábamos todes por tener trabajo y hacer horas, pa poder cobrarlo". 

 Recurrimos al valioso testimonio de  Moncho Rodríguez, quien vivió aquella experiencia laboral desde la perspectiva de otros tiempos: " Empecé a trabajar en Albo en 1975, con la idea de estar un poco tiempo. Al final fueron 37 años, en los que viví y vi muchas cosas, formando parte del comité de empresa. En el año en el que empecé éramos de plantilla 320 personas y cuando cerró en el año 2009, ya no llegábamos a 80". Aquella proporción de contratación  por sexos, la detalla el bueno de Moncho: " Por cada paisano había 9 muyeres". Precisando las condiciones laborales:  "Había fijos y fijos discontinuos. Aunque habiendo buena pesquería se trabajaba de continuo todo el año. Con el paso del tiempo el personal nuevo  se contrataba  a través de empresas ITT, como Adecco. Y solo cuando se necesitaba".

   A los problemas cotidianos, se les sumaba en ocasiones algunos de tipo logístico, derivados de carencias estructurales. El agua, necesario y fundamental, generó más que un rompedero de cabeza a trabajadores y encargados de las fábricas. Tal lo confirma Carmina: " Alguna vez nos tocó ir a Fumayor, en Bocines, con el camión a cargar agua, para poder seguir trabajando". El aprovechamiento de todos los escasos recursos disponibles se conjuntaban con la aplicación de destrezas personales: " Mi madre tenía mucha mano para coser y yo aprendí con ella. Cuando se enteraron les compañeres , me mandaron hacer mandiles, uno para cada una. Ya que sabía hacerlo, pues se aprovechaba".

  La naturaleza humana es previsible y conocida por los astutos propietarios, quienes recurrían a estudiadas estrategias, para aprovechar el brío de aquellas gentes: " En Candás había un empresario que cuando había fiestas locales , traía más bonito para trabajar, sabedor que la gente se apuraba, para marchar primero".

   El trabajo no finalizaba con el pitido de la última sirena de la tarde: " Después de echar la jornada, había que limpiar, baldear y también el mandil, les madreñes o les botes. Había que dejarlo todo limpio pa el día siguiente".

  Tras grandes luchas y con la llegada de los felices años 20, hace ahora un siglo, se implanta la jornada laboral de ocho horas diarias y cuarenta y ocho semanales. Acuerdo que pocas veces se cumplimentaba en la vida real. El salario femenino, muy por debajo del de los hombres, pese a realizar similares trabajos, irá experimentando una leve mejoría con el paso de los años. Casi todo ello imperceptible. 








La organización de la faena.




"Nadie entiende el porqué

de la fuerza de los hechos

que dormitan al resguardo

y en un instante...".

Lluis Fano.



    Si hay un concluyente denominador común entre todas las fábricas de conservas es el desigual porcentaje por género entre sus empleados. En la mayoría de los casos, la mano de obra femenina superaba el 80% del empleo y en otros  ese porcentaje era ampliamente superado. Nada mejor que el testimonio prestado de nuestros trabajadores, conocedoras de estas duras faenas, tal lo detalla Carmina Sirgo: " En La Polar, entre tantes muyeres, sobre 50,  solo había tres paisanos trabajando y todos ellos eran de Luanco". En la misma dirección apuntan las palabras de Josefina Menéndez: "Estando trabayando en Ojeda, como mucho había tres o cuatro paisanos, aparte del encargao, Emilio".

    El organigrama y distribución era básico y funcional. Todo el mundo conocía su tarea a realizar y no había lugar a duda alguna. Había un encargado general, casi siempre hombre, quien era el que vigilaba el buen desarrollo de todas las faenas del proceso productivo. Normalmente respetado y temido, sus decisiones eran innegociables y el recuerdo de su figura está normalmente salpicado de curiosos recuerdos y anécdotas. Rescataremos un par de ellas, prestadas a la envidiable memoria de nuestras declarantes, así Josefina recuerda al poco de empezar aquel periplo laboral: "Estábamos Choni la del Tamborín y yo preparando les lates pa que les empacadores metiesen el bonito y había otres que estaben con el serrín pa quitar el aceite de les lates ya cerrades. Así que dieron-nos que les llevaramos un poco de bonito pa comelo, porque elles no podíen cogelo. Choni, pañó un cacho tremendo de ventresca , con tan mala suerte que la pilló Emilio, el encargao. Tuvo paseándola por toda la fábrica gritándole: "¡Mecagonlaleche, esto no se fae!", mientras ella decía : Pero Milio, si yo no fixe un crimen". En cambio, Benigna Anxelín recuerda, como cuando se envasaba productos de alto valor añadido como la ventresca de bonito, el encargado se paseaba entre las mesas de las empacadoras, animándolas a cantar. El objetivo no era otro que mientras se cantaba, la boca no podía atender a tentaciones gastronómicas. 




Fuente: José Antonio González. De derecha a izquierda: Manolo el de Nora.
Falina Salero, Josefina y Oliva Bolla y Choni la del Tamborín. Dos protagonistas
de la anécdota descrita con anterioridad.



    Lo cierto es que en estas factorías se desarrollaron envidiables coros femeninos, quienes amenizaban aquellas horas de duro e intenso trabajo. Carmina, recuerda con cierta nostalgia, como a nuestra vecina Manuela La Maestra le gustaba cantar mientras laboraba en la fábrica: " A María le gustaba mucho cantar, sobre todo cuando se estaba limpiando les anchoes. Ahí cantábamos todes".



Fuente: Laudina Artime. De izquierda
a derecha, MArina Anxelín y Manuela
La Maestra.


Fuente: Museo del Pueblo de Asturias. Muyeres conserveres (años 30)
en Hermanos Herrero (Candás)
. Se aprecia el contraste manifiesto
 entre la participación en estos trabajos hombre-mujer.


 En términos generales había un encargado/a, quien distribuía y organizaba el personal eventual, además de vigilar la buena marcha de aquella cadena productiva. El proceso se iniciaba con la descarga del pescado y el descabezamiento (del bonito). Labor esta que casi siempre recaía en el hombre, tal lo recuerda Josefina: " Los bonitos llegaben en camiones, frescos, de los que llegaben todos los días en barco. Era un paisano el que quitaba la cabeza. Les muyeres poníenlo encima la mesa y allí lo cortaben". Matizando una información: "Aunque a veces también lo cortaba Oliva Blanco, de Candás, que era muy buena trabajadora, aparte de mejor persona. Aquella muyer, no había paisano que la igualara trabayando". Carmina reafirma esta exposición: " Los paisanos eran los que descabezaban los bonitos, después casi todo el trabajo quedaba pa les mujeres". Josefina recuerda algunos nombres de nuestros vecinos encargados en aquellas tareas: " Álvaro el Civil, el abuelo de Alvarín; Marcelo Sierra (Albo); Kiko Medero (Albo); Alfonso el de Belarmina (Albo); Ramón de Sampedrín (primero Portanet y después Albo); Manolo de Belarmina (Remo); Ramón de Benita (Albo), Alvarín el del Monte; Ramón El Sevillano (Ojeda) y José el del Monte".



Fuente : Rubén Rodríguez. Ramón Rodríguez Sampedrín y su esposa Josefa Morán.
"Ramón era una persona muy querida y cuando murió, vino a su entierro el dueño de 
todes les fabriques de Albo, que era extranjero".


    Para recordar la figura de uno de nuestros vecinos, recurrimos a las palabras de una de sus dos hijas, Ana Vega García: " Mi padre José Vega García , nació en Bañugues en 1930 y después de casarse con mi madre Mercedes y que todo el mundo conocía como Inos, también de Bañugues, vinieron a vivir a El Monte. Mi padre trabajaba en Albo e iba y venía todos los días en moto, que todavía conservo". Moncho Rodríguez matiza labores, dada su condición de compañero en la factoría: " José fue el que sustituyó a Ramón Sampedrín, aunque ya trabajaban juntos. Normalmente lo que se hacía era descabezar todos los bonitos que entraban  y otras cosas de almacén".



Fuente: Ana Vega. José Vega y su esposa Mercedes, Inos.



    Seguimos las pautas de la cadena productiva, dictadas por Moncho Rodríguez: "Estando yo en Albo los camiones traían los bonitos congelados. Una vez que se descongelaban se les cortaba la cabeza y eran las mujeres las encargadas de  de prepararlo. En el almacén , en la parte de abajo estaban en lo que se llamaba "el pelao", arreglándolo, siempre trabajando en parejas". Superado aquel proceso de limpieza: " Se llevaba a una parrillas y a un salazón y pasado un tiempo a cocerlo. Aquí los cocedores eran tres y siempre paisanos: Mariano, Falo y Fermín. Una vez cocido se llevaba a la zona de salazón pa que enfriara y luego a las neveras".



Trabajadores de la fábrica de Albo. En primera línea Alfonso de 
Belarmina (con sus características pinzas protectoras para el pantalón)
, tras él Marcelo Sierra y Ramón de Sampedrín. 


    El proceso continuaba con un control visual y manual: " Había 4 muyeres que estaban echando el bonito a una cinta, mirando que todo estaba bien. Luego quedaba enlatar. Teníamos una máquina que se llamaba "La Millonaria" que enlataba botes de medio kilo".

    Este desarrollo productivo descrito por nuestro declarante, mantiene la base del elaborado en décadas pasadas, con los matices propios de la evolución tecnológica. Así en aquellos años del último tercio del pasado siglo, se contaba con una máquina que facilitaba trabajos: " Había una máquina que se llamaba "La Sardinadora". Era donde se echaban las latas para su limpieza y siempre había una mujer pendiente de ella, para que todo fuera bien".



Fuente: LNE.  Moncho Rodríguez, junto a una compañera, en los últimos días 
de actividad de la fábrica de Albo (2009).


  Las fases posteriores al descabezado, recaían en manos femeninas. Serán las mujeres las encargadas de eviscerar, limpiar y manejar aquellos frutos marinos. Las cebadoras serán las encargadas de rellenar las latas con aceite o el escabeche, tal lo recuerda Josefina: " Choni, la mi compañera y yo estábamos sobre todo para preparar les lates pa les muyeres que estaban empaquetando. Echando el aceite o el vinagre o lo que necesitaran".

  Uno de los puestos mejor valorados por la dirección era la de empaquetadora, por ser vital para la presentación del producto final, destinado al mercado. Además de buena maña, destreza y habilidad de la operaria, estaba la buena presentación en la lata. La informante  Rosa Mari Mori, hace una precisión respecto a su progenitora: " Mi madre era muy buena empaquetadora, por eso la llamaban muchas veces para reforzar en la fábrica FERPA, una vez que salía de Pesquerías". 

    Aquel proceso productivo acababa con el enlatado y almacenamiento de las conservas, previo a su expedición. Carmina Sirgo, rememora su trabajo vinculado a esta fase final: " Trabajaba mayormente haciendo lates. Normalmente estábamos Esther de Santa Ana y yo dando forma con una máquina a les lates". Los sustos acechaban tras la tecnología: " Una vez aquel aparato cogiome por el pelo y si no ye porqué paren la máquina, ahí la tengo".  A la hora de cerrarlas dependía de la fábrica quien lo hacía:  "En La Polar, eren los paisanos los que cerraben les lates". En cambio Josefina Menéndez, detalla: "Les muyeres también se encargaben de les máquines", aclarando una decisión personal: "Aunque yo nunca quise enlatar, porqué poníame muy nerviosa. Una de les que enlataba estando yo allí era Josefina Martín, de Antromero".

    Para la presentación final del producto se usaba un singular sistema de limpieza, para eliminar grasas, tal lo rememora Carmina: " Se limpiaben les lates con serrín, para quitar la grasa despues de salir del baño maría. Después se le pasaba un trapo y se le pegaba las etiquetas". Señalando la importancia de desarrollar unos u otros trabajos: " Cuando las que estábamos en el taller preparando las latas y se acababa, tocaba poner etiquetas. Había una mesa con todos los preparativos, con el pegamento y las etiquetas". Precisando: " Esa era una buena vida, pues no estabas en contacto con el pescao".
 
 
 
Muyeres en el almacén, preparando para envasar. Fábrica en Luanco.





Fuente: Web conservas Ortiz. Tipos de envases para comercializar.
 Principios del siglo XX.


 
    Tras este breve repaso podemos confirmar que el desarrollo de la actividad en las fabricas de conserva, fue fermentada en esencia femenina. No se puede plantear aquel organigrama fabril, sin la presencia de les muyeres, tal lo sentencia Josefina: " Que iba ser de les fábriques si solo trabayasen los homes".






Les muyeres de Antromero ( y algunos paisanos).



"En tres tiempos se divide la vida.

Presente pasado y futuro. De estos, 

el presente es brevísimo; el futuro, dudoso;

el pasado, cierto".

Séneca.

 

 

    La situación geográfica de Antromero, permitió a nuestras mujeres la posibilidad de escoger entre dos opciones, Candás o Luanco, a la hora de trabajar en las fábricas de conservas. Probablemente la decisión era tomada por la proximidad al domicilio, dada la inexistencia de logística de transporte, tal lo confirma Carmina: " En Antromero se iba a un lado o al otro dependiendo donde se vivía. Les muyeres del Monte y La Viesca pa Luanco y les otres pa Candás". Aunque hace una curiosa distinción entre las féminas del ambos concejos, ajena  la misma a formas productivas y si estéticas: " En Candás les muyeres antes de ir a la fábrica iban a la peluquería. Madrugaban pa ir, iban de punta en blanco y con collares, cadenas y de todo".



Candasinas, trabajando en la fábrica de Albo.


    Aprovechando el conocimiento y experiencia de nuestras declarantes, elaboraremos una relación de aquellas sufridas mujeres, que complementaban sus tareas domésticas con las de la fábrica: " Después de trabayar como burrines, cuentes veces llegar a casa y bajar al río con el caldero y la ropa puerca pa facer la colada. Porque llavar , nadie te lo facía".

    La memoria de Carmina juega en nuestro favor a la hora de enumerar la relación de personas que trabajaron en las factorías de Luanco: "Benigna El Monte, Marina Anxelín, Jesusa la de Carretilla, María La Maestra, Regina El Tuertu, Mari Gloria, Conchita Los Páxaros y yo".

    En cambio, la presencia de nuestras mujeres en las instalaciones fabriles de Candás, fue más numerosa, tal lo detalla Josefa Menéndez: " Les mis hermanes Oliva (Remo y Ojeda) y Pacita (Ojeda) que al casase dejolo; Benina Anxelín (Ojeda); Generosa de María Ángela (Ojeda y Ortiz); Josefa Martín (Ojeda); Caridad (Ojeda); Carmina La Roxa (Remo y Ojeda); Raquel La Santandera (Ojeda); Luzdivina  (Albo); Maruja y Joaquina Anxelín (Ojeda); Carmina Sampedrín ( Ojeda); Marina El Tuertu (Ojeda); Maruja y Argentina La Santandera (Ojeda y Ortiz) y Rosario Rosa (Albo) y yo". Lucía Les Moranes, fue una de aquelles muyeres, quien tuvo que dejar aquel trabajo, por motivos de salud: " Fui de joven a la fabrica de Candás, pero no me santaba bien toda aquella humedad".

    Reseñaremos la figura de Rosario Rosa sin desmerecer a nadie, quien era la que tenía las llave de los vestuarios de la fábrica Albo, y subía la carretera en dirección a Candás a una velocidad vertiginosa, para evitar cualquier demora en la apertura de aquellas puertas. Así lo sentencia su sobrina Inma Menéndez: "Rosario no sabía caminar despacio".  

    A partir de la década de los setenta del siglo pasado, amplia esta relación Moncho: " En Albo trabajó Joaquina la de La Viesca, muy trabajadora y lista; Piedad la de Bolla, muy trabajadora y encargada de que "la sardinadora" marchase correctamente, además de hacer una hora todos los días de más para limpiar" .

    Añadimos a esta enumeración aportada por nuestros habituales declarantes  a Falina y Josefina Sampedrín; Filomena; Falina y Ramona Salero. Marco Antonio Jiménez, añade que además de su tía Joaquina, también trabajaron eventualmente su madre, Dolores, Loli y su tía Herminia, en aquellos duros trabajos. Una última remesa de nuestres muyeres en los talleres de conserva.


Fuente: Marco Antonio Jiménez Fernández. De izquierda a derecha:
Herminia, Dolores y Joaquina Fernández Arango.

    Para no desvirtuar la información listaremos a  aquellos paisanos, que acompañaron en estas fatigosas faenas a estas admiradas mujeres. Pese a haber reflejado con anterioridad un importante número de los mismos, enumeramos estos:  Alfonso de Belarmina; Ramón de Sampedrín; Ramón de Benita; José el del Monte; Marcelo Sierra; Moncho Rodríguez; Manolo El Civil; Manolo de Belarmina; Kiko Medero; Ramón El Sevillano; José Arenes.

 

 


 

 Les anchoes.



 "...también será suficiente recordar en el lecho de muerte

el perfume de una rosa o el sabor de una anchoa,

para que toda una vida tenga sentido".

Manuel Vicent.



  Aparte del sabroso bonito, estas conserveras trabajaban las capturas del bocarte, para su posterior transformación de las deliciosas anchoas. Para ello se utilizaba el almacenaje de la temporada pasada, que previamente había sido salado y prensado.

 La condición imprescindible  era un mínimo conocimiento  y aprendizaje  proporcionado por las más veteranas. Se trataba en cualquier caso de una campaña productiva menos aparatosa que la del bonito, tal lo recuerda Josefina Menéndez: " En Ojeda, pa preparar la anchoa, se hacía con la "gente de dentro", no facía contratar a nadie. Trabajábase sobre pedido, no se hacía ni de más, ni de menos".

    Respecto al trabajo físico que generaba este tipo de conserva, pasaba especialmente en el prensado del bocarte, donde era necesario poner importantes pesos encima de aquellos, para facilitar la pérdida de  fluidos que pudieran echar a perder esa materia prima. Labor típica de hombres, pero no siempre, tal lo señala nuestra anterior informante: " Les muyeres en la fábrica estábamos pa todo lo que ficiese falta. Pero había una que era una maravilla, Oliva Blanco, de Candás. Movía les piedres pa poner peso sobre los bocartes mejor que un paisano". Precisando su afinidad con nuestro pueblo:  "Estaba casada con Braulio del Monte".

    Afortunadamente contamos con la experiencia y el saber de estas mujeres, quienes nos prestan sus testimonios en estas actividades. Carmina Sirgo precisa aquella labor: "Se seleccionaba siempre el bocarte, antes de la campaña: el más grande preparábase en lates grandes de unos 4 o 5 kg., pa vender así, empacados. Los más ruinos o más pequeños eran con lo que se hacía los filetes de anchoa".

    El inicio se conformaba con aquellos prensados de la primavera pasada : " Había que lavarlo en unas tinas de salmoria. Quedaben le manes congelades, sin sentido. Después había que secarlo". Posteriormente había que "sobarlo", proceso este que describe Conchita: "Se pasaba sobre el bocarte un saco (3), para quitarle la piel y todo lo de fuera". Tras este primer paso se procedía a una transformación más radical: "Luego se cortaba con les tijeres la cola y se abría para hacer los filetes. Y se secaba, colocándolos sobre trapos limpios, envolviéndolos  y retorciéndolos como si fuera ropa. Una vez que quedaban bien secos, solo había que quitar todes les espines y ya para la lata". Labor esta última destinada a" les más curioses".



Empacando anchoes en la fábrica de Portanet. "...les más curioses".


    En este ciclo productivo y según se iba avanzando en él, se recurría a la experiencia y hacer de las más veteranas. tal lo rememora Josefina: " Dependiendo del apuro, alguna vez me mandaben abrilo. Pero sobre todo lo que me tocaba era sobalo, lavalo y secalo. Cuando la anchoa, me tocaba con Generosa, Josefina Martín y Tina de Capacha, que era de Candás".

    En cambio, Moncho detalla poca actividad de anchoa durante su periplo laboral: " La anchoa se trabajó poco en aquella época . Solo unos cinco años, más o menos. Cuando se retiraron les muyeres vieyes que lo sabían trabajar bien , como Marcela La Xuana, La Camuña. Con elles se acabó la anchoa. La dirección decidió hacerla en Vigo y aquí solo atún y bonito".



Fuente: Museo del Pueblo. Fábrica de conservas de Candás, 
preparando el bocarte.


    La historia de la anchoa descrita por el bueno de Mocho, es el antecedente marcado para el devenir del futuro de todas la industria conservera de la comarca.


 


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Visto por Ana Vega Garcia a las martes 23:27
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Visto por Ana Vega Garcia a las martes 23:27
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(3). El saco al que se refiere nuestra declarante, era de los llamados de yute. Aquellos con los que habitualmente se cargaban las patatas, para su venta en almacenes.



Conclusiones.



  En este capítulo hemos tratado de rendir un sentido homenaje a todas las mujeres que trabajaron en las fábricas de conservas, como casi único recurso para el apoyo económico familiar. Trabajos ya desaparecidos, donde abuelas, madres y hermanas dejaron los mejores años de sus vidas, para que sus familias pudieran vivir mejor.

   Aquellas tareas abnegadas y poco reconocidas, escasamente remuneradas son la perfecta excusa para ensalzar sus figuras, a través de este capítulo. Resarciendo el menosprecio social que en ocasiones han arrastrado, incluso dentro de su propio ámbito familiar.

   Agradecemos su generosidad y nos sentimos más que nunca orgullosos de todo su esfuerzo, de todo su sacrificio. Mujeres de acero en un mundo diseñado para y por los hombres. 



2 comentarios:

  1. Imprescindible este capítulo. Ilustra la realidad de la industria conservará con rigor frente a las alabanzas que se escuchan sobre esa etapa. Las maravillosas manos de esas sufridas mujeres tenían un valor para los empresarios y un coste muy diferente para ellas.Gracias por recordar.

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  2. Muchas gracias Será, por esa apreciación. Estes muyeres merecen todo nuestro reconocimiento y todas las loas y alabanzas se quedan cortas frente a su sacrificio. Gracias

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Capítulo 85. Coses y casos de cases. Casa Norte. Parte III.

Casa Norte, actualmente.  Capítulo 85. Coses y casos  de cases. Parte III. Casa Norte.