Capítulo 49. Aquella xente inolvidable (III).

 



Fuente: Daniel Pérez Artime.




Capítulo 49.



Aquella xente inolvidable (III).



"No somos nada,

lo que buscamos lo es todo".

Hölderlin.





    Aquellos que buscan suelen casi siempre encontrar. La memoria es caprichosa, impredecible y deformante. Forma parte de ese cosmos privado que es nuestra propia realidad. Un espejismo que la  vida se encarga de presentarnos de tanto en cuanto, recordándonos con cierto tono cruel todo lo que pudimos vivir y que finalmente no fue posible.

  Nuestras vidas se alimentan de un mundo pasado, del que apenas queda recuerdo. Despiertan nostalgias envueltas por una neblina densa, que son el oxidado hilo conductor que a duras penas trata de unir aquellos mundos imposibles de alcanzar. 

  Sueños e ilusiones transmitidos en blanco y negro que se resisten a formar parte del olvido. Una nostalgia que despierta sentimientos encontrados, que  se encarga de recordarnos que nuestro pasado, nunca fue del todo nuestro.

    Este juez que dicta sentencia, la vida, nos recuerda su fugacidad y nuestro  papel de acompañante en un viaje breve, sin parada. Somos prisioneros  de un pequeño universo construido por vivencias propias y heredadas, recuerdos salpicados con sueños imposibles que dibujan una sonrisa en nuestro corazón.

   Iniciemos este camino elaborado con aquellos retazos de pasado. Disfrutemos del  momento de recordar de aquellos que ya forman parte de la eternidad.




Don Plácido.


 

 "Tenía una figura reconocible en cualquier parte del mundo. Era alto, demasiado alto para lo acostumbrado en aquellos años, delgado, muy delgado. Aquel sereno aspecto recordaba a alguno de los apóstoles pintados por El Greco. Tan estilizado y espiritual que no parecía terrenal.

  Nació en la granadina calle de Real de Cartuja, en el Bajo Albaicín y aquel orgullo lo exteriorizaba por doquier.  Recibió una notable formación y cultura, impropia en aquellos tiempos,  en los que tan solo se cubrían las necesidades primarias. Extremadamente correcto en formas, su compostura no pasaba desapercibida. Con la perspectiva de mejorar su futuro y el de los suyos se embarcó hacía Avilés, por los años cincuenta al amparo de una empresa que prometía un gran futuro, ENSIDESA.

   A su llegada, la imagen le impactó: viviendas infrahumanas pululaban por doquier, bajo el sombrío manto de una macroempresa en ebullición y crecimiento. En su búsqueda de alojamiento, la diosa fortuna le llevó hacía Antromero. Allí disfrutaría de los mejores momentos de su vida. Tiempos intensos salpicados de un sinfín de anécdotas, tal y como se encargaba de transmitir en aquellos poses y ademanes que acompañaban a sus pausadas y detalladas explicaciones.

    Por motivos estrictamente laborales, conocí a Don Plácido en  una pequeña fiesta organizada por la competencia, y entre todo aquel tumulto y algarabía destacaba su silueta, acompañado de sus   dos elementos casi inseparables,  como  pude comprobar durante bastantes años. En una mano su copa de vino rosado, tal  como le gustaba puntualizar, rosado, que no clarete y en la otra el cigarrillo de celtas emboquillado.

     Bastó la presentación y que el anfitrión me llamara Antromero en vez de mí nombre de pila, para sellar nuestra amistad  en confidencias y recuerdos de aquellos tiempos pasados por él y su familia.

    Siempre se dirigió a mi por Antromero, sospecho que realmente nunca llegara a conocer mi nombre. Había un  sorprendente entusiasmo al hablar de nuestro pueblo y no lo podía disimular ya que empezáramos nuestra conversación en cualquier tema y siempre lo acabábamos en el mismo punto, ANTROMERO.  Durante todo este tiempo, me recordaba una y otra vez, como era aquella época vivida y sus amistades imperecederas; los primeros pinitos por el pedreo; el primer y por el susto, único pulpo que capturó; las tertulias en La Flor; en Casa Marcelo Sierra; el escapar de fiesta a Luanco o a Candás; la inamovible tranquilidad; el penetrante olor a salitre; el ocle; el trabajo de nuestras gentes el campo; la fiesta de San Pedro; el fútbol en la playa,...

    Eran tantas y tantas las cosas que golpeaban en su memoria, esperando el  momento para airearlas a los cuatro vientos, que anunciaba con sus gestos una ansiedad inusual para proceder a aquella liberación.  Al poco tiempo de su estancia en nuestro pueblo, tomó la decisión por motivos logísticos de reubicarse en Perdones, dada la proximidad geográfica con su trabajo. No quiso despedirse de nadie ni nada, empacando sus pertenencias, se fue un día lluvioso y gris.



Fuente: Mario Ladrón de Guevara Matute. Don Plácido.


   Pese a la escasa distancia de su nueva residencia se impuso el no  regresar jamás. Me confesó entre volutas de humo y más de una copa de rioja rosado, que él no se había marchado, que había errado en una decisión y ahora huía  de un pasado que aun lo perseguía.  No conoció mayor felicidad que la vivida en aquellos años, idealizando en sus evocaciones vivencias y anécdotas.

     El único recuerdo físico que tenía de aquella vida me lo regaló, como tratando de deshacerse de una culpa que llevaba pegada consigo por la precipitación de su marcha, por no  haber sido capaz de despedirse tal y como lo hubiera hecho  hoy. Abrió una bolsa y con ella parte de su corazón. Envuelto en papel de periódico apareció  un libro, "El Holandés Errante 1951" de Moore Ward, publicado en la Editorial Argentina. Sentí como temblaban sus manos al contactar con aquel pasado, como era incapaz de hablar, embargado por una emoción que se anudaba en su garganta.

  Balbuceó un casi inaudible: "Avelino" .  Mis sospechas se confirmaron al ver la dedicatoria, un regalo entregado entonces en secreto sumarísimo por el vecino y amigo. Aquel libro que había estado prohibido en aquella época, como tantos otros, representaba un canto a la libertad, a la rebeldía, a la amistad. Curiosamente alguno de aquellos valores  que había vivido D. Plácido en nuestro pueblo y que él llevaba en su ánimo.

   La última vez que pude disfrutar de su presencia fue en una calle del Pozón, después de años sin vernos. Estrechamos nuestras manos, para posteriormente fundirnos en un abrazo, embargados ambos  por la emoción.  Fue incapaz de exteriorizar aquel verbo fácil que le caracterizaba y mirándome con unos ojos vidriosos quise reconocer que algo en su interior me decía, como en tantas ocasiones: ANTROMERO".


J.M.G.A.




Rosario Rosa.



     "Rosario Menéndez Fernández, más popularmente conocida como Rosario Rosa fue la octava de diez hermanos: Estrella, Benigno, Fermín, Braulio, Concha, Paulino, Pacita, José, María y la propia Rosario. Sus padres fueron Manuel, de Casa Menéndez y Rosa (Rosa La Granda).

    Su cuerpo menudo contrastaba con una energía interminable. Nunca se casó y laboralmente siempre estuvo vinculada al mundo de las conservas. Trabajó en la fábrica de Albo, donde se retiraría. Limpiaba y cocía bonito, soldaba latas que en aquella época era una faena de paisano. Estuvo también encargada de la apertura de la fábrica, para los vestuarios.



Fuente: Inma Menéndez. Rosario Rosa en la grupa de un caballo, de joven.


    Era multifaena, porqué se le daba bien las cosas manuales y aprendía muy rápido. Igual que en casa, si había que hacer una cuadra, una caseta, cualquier cosa, allí estaba ella. Aunque tanta actividad le pasaba factura, pues siempre se estaba quejando de las costillas, pues al ser tan pequeña siempre se le caían las planchas con las que trabajaba en Albo.

    Aunque si por algo era reconocida, era por su vigor y una fuerza descomunal, que era muy visible cuando iba de un sitio para otro. Siempre corriendo, ella no sabía caminar. Salía de casa y en unos pocos minutos estaba en Candás. Nadie le podía seguir aquel paso, era todo fuerza y voluntad.

    De aquella energía y destreza pueden dar fe las piedras de la fuente de Carín, cuando iba a buscar el agua con dos calderos en cada mano y otro en la cabeza. Y como no podía ser de otro  modo, iba y venía corriendo.

    A su manera rompió  moldes, hacía cosas que entonces eran exclusiva de hombres. Si tenía que echar la partida a las cartas en el chigre, manejar el hacha. No había nada ni nadie al que tuviera miedo.

    Su carácter festivo era inconfundible. Allí donde estaba la juerga, allí estaba Rosario. En las carrozas de las fiestas de San Pedro, a principios de los años 80, era una habitual, junto con Sara Artime, Joaquín Les Moranes, Maruja Anxelín,  Falina, Emilia Posada y Carlinos. Se apuntaba a todas las fiestas, excursiones de las que disfrutaba hasta límites insospechados.



Fuente: Inma Menéndez. De pie, Rosario Rosa, en celebración familiar.


    Su amistad con mucha gente del pueblo, era tal que formaba parte de la familia: en Casa El Roxu, Belarmina o Anxelín. Ayudaba en todo lo que podía y más.



Fuente: Fran Posada. Carroza se San pedro, año 1983. De pie 
y primera por la derecha, Rosario.


    Tenía un carácter muy fuerte que con el paso de los años se acentuó más. Aquel temperamento que a veces sacaba, era para echarse a temblar. En este sentido fue todo lo contrario  que sus hermanas, pues eran muy tranquilas, nada que ver con la fuerza de la naturaleza que llevaba dentro Rosario.

   Espíritu y ánimo competitivo, no le gustaba perder a nada. Si jugaba a las cartas, al parchís o lo que fuera, el objetivo era ganar, por encima de todas las cosas. Ese ánimo se traducía en como hacía todas las cosas, era una polvorilla.



Fuente: Fran Posada. Carroza Fiestas de San Pedro, año1984.
Rosario, a la gaita.


    Nunca se casó y forma parte de esa larga lista de mujeres que tanto y tanto trabajaron en este pueblo de Antromero".


Inma Menéndez.


        



Marcelino La Salada y Amparo Julián.



  "Mi padre y mi madre, nacieron en Antromero. Marcelino Artime, "La Salada", nació en Les Moranes, en la casa en la que vivimos. Aquí nacieron todos los hermanos vivos que hubo en el matrimonio de José "El Salao" y María "La Granda", de los que mi padre fue el más pequeño de todos, naciendo en el año de 1910.

 En cambio, mi madre, nació en la casa familiar de Casa Julián en La Flor. Sus padres fueron Manuel de Miterio y Ramona Julián, siendo parienta de Casa Sampedrín. Amparo fue la primera de cinco  hermanos, cuatro muyeres y un paisano: Amparo, Concha, Donata; Maruja y Manolo. Fue como muchos guajes de su edad de Antromero a aprender les primeres letres al cabildo de la capilla, donde ponía clases Perfecta (Perfeuta) y después a la escuela nacional que había en Condres.



Fuente: Laudina Artime. De izquierda a derecha: Manuel Julián,
Mari Pili, Marcelino, Laudina, Amparo Julián y abajo Fernando.


  Siendo chavalina fue a aprender a coser a Candás, a Casa Les Jabelines. Aunque nunca hizo de eso una profesión, pues nunca vendía nada de lo que hacía. Todo era p'al uso de la casa, hermanes y familia. Aunque siempre con todos sus hermanos ayudaban en los trabayos de la tierra y con el ganao. Era lo que había antes, aunque les cueste trabajo entenderlo ahora a los más jóvenes.

   Se casaron en el año 1939 y tuvieron tres hijos: Elena, Laudina y Fernando. Antes de venir a vivir a Les Moranes, estuvieron años viviendo en La Flor.  Marcelino La Salada empezó a trabajar en los trenes, en el Carreño, en el año 1925, con tan solo 15 años, hasta que se retiró por edad.  Entonces el tren  solo llegaba hasta el Regueral, para atender a la mina y en aquella central eléctrica trabajaba su hermano Antón. Tendrían que pasar unos años más para que el tren llegara hasta Avilés.



Fuente: Marcelino La Salada y Amparo 
Julián.


  Además de él, también trabajó en el Carreño, su hermana Pilar La Salada, de guardesa. Su puesto lo tenía en La Matiella, levantando y bajando el paso a nivel, cuando llegaba el Carreño. Mi padre fue jefe de equipo de mantenimiento y  alguna vez trajo los cables de la luz de aquellos talleres, para iluminar la romería de San Pedro.

    Con el paso de los años su experiencia fue reconocida por la empresa. Así fue a comprobar unas locomotoras que se iban a comprar en Sevilla. En otra ocasión le tocó ir a La Coruña a revisar unos vagones belgas que llamaban "Los Fabiolas" ( en honor a la entonces reina belga, de origen español, Fabiola). Y volvió a bordo, con ellos, de un barco que se llamaba "Fleta", con destino a Gijón. Aquel barco en su botadura volcó y mi madre le decía: " Salvaste que al llegar al Cabo Peñes, no volcásteis".  También le tocó ir a Arijas, a la Cristalería, a inspeccionar más trenes.



Fuente: José Antonio González Cuervo. "Los Fabiolas
llegando a el Musel (Gijón)".


    En casa siempre hubo ganao, normalmente tres vaques, alguna oveya, pites, conejos y burro. Marcelino era muy curioso p'al ganao. Llamábenlo los vecinos, sobre todo cuando el parto de la vaca venía complicao. Para atender los animales, se levantaba pronto y dejar preparada la cuadra, antes de ir a trabajar y a las cinco de la tarde cuando volvía de la faena, iba a a segar.

    No era de chigres, y lo que no gastaba en vino lo gastaba en libros. En aquellos años pocos tenían libros en casa y uno de ellos era mi padre. También le gustaba estar al día de todo, leía siempre que podía el periódico.

    Durante su juventud tocaba el acordeón y aprendió solo. Lo que no se es cuando lo compró, pero aquello fue para todo el pueblo un buen aprovechamiento. Donde había una fiesta, allí estaba Marcelino y aquel aparato. Iba a les romeríes y si no llevaba él, lo llevaban sus amigos, pero aquel acordeón era lo más popular de la contorna.



Fuente: Laudina Artime. A la gaita, Antón  d'Xabel
y Marcelino La Salada. dos de los referentes musicales
de Antromero.


    Desconfiaba de la medicina, de todo lo químico, nunca fue amigo de los médicos, a lo mejor fue porque siempre lo acompañó una muy buena salud. Tenía las ideas muy claras y antes de hablar solía estar informado de lo que decía, por eso solo hablaba lo justo, con la gente que no tenía confianza".


Laudina Artime.



    



Constantino Artime García, Constante Artime.



    "Constante Artime nació en 1905 en Casa Artime, en Antromero. Sus padres eran Antonio y Serafina y tuvieron siete hijos que sobrevivieron: Jesús, José, Silvino, Álvaro, María, Sara y el propio Constantino. 

    Se casó con la luanquina Carmen García Menéndez, nacida cinco años después, en 1910. Su padre, D. José García Menéndez  fue el primer director del centro educativo Santísimo  Cristo del Socorro, fundado por Mariano Suárez Pola. De aquel matrimonio, nacieron tres hijos: José Oliver, Tomás y Eloína.  Vivieron en Antromero, comprando una casa antigua que fue reconstruida por Sergio La Flor.



Fuente: Jaime Artime. Carmen y Constante.


    Constante trabajó en Portuarios , en el Musel, hasta su retiro y en su lugar de trabajo atendía al nombre de Antromero, pues todo el mundo lo llamaba así. Tuvo que lidiar con las tareas del trabajo y de la casa, pues  su mujer no gozaba de buena salud. Aquello condicionó un poco su carácter, aunque no podía disimular aquella raíz de los Artime.

    La vida de mi padre, fue la misma de casi todo el mundo en aquella época. Todo se reducía a trabajar, trabajar y trabajar. Había que sacar la familia hacía adelante y ese era el gran objetivo. Tras salir del trabajo en Portuarios, atendía el ganado que había en casa: vacas, conejos, gallinas. El excedente de la leche, aquel que no se consumía en casa, se vendía en principio a la fábrica La Granja y después ya a la Central Lechera. Había que sacar rédito a todo.



Fuente: Jaime Artime. Constante con una palada de estro.


    De aquella familia numerosa que tuvo en su infancia, reseñaré a su hermano Jesús. Marchó para Cuba, con tan solo 14 años, en búsqueda de una mejor vida, aprovechando que contaba con familiares en la isla. Se empleó de botones en un hotel y un ascensor le arrancó una pierna. Aquella limitación física le hizo sacar su instinto financiero, invirtiendo ahorros en acciones de empresas como la Crusellas de La Habana, Palmolive...

  El éxito económico le llegó y con ello la posesión de viviendas y propiedades de un valor incalculable. Todo cambiaría con la llegada de Fidel Castro en el año 1959, expropiándole aquellos jóvenes barbudos todo lo que tenía. En compensación le cedieron para su disfrute de un terreno, llamado Quinta (1). 

    Pese que tuvo la oportunidad de regresar a Asturias, no quiso renunciar a estar en contacto con todo aquello que fue suyo. Allí permaneció hasta el final de sus días. Su cuerpo fue enterrado en uno de los cementerios más hermosos del mundo, el de Cristóbal Colón en La Habana. Ahora descansa en paz en el panteón de la Unión Gozoniega, mirando al Mar Caribe y  construido en el año 1949, por otro Suarez-Pola, en este caso Andrés.



Fuente: Bruno Javier Machado. Panteón de la Unión Gozoniega,
en La Habana (1949).


   Mi padre Constante encontraría en el año 1971 un objeto que fue entregado a la Guardia Civil. Este hallazgo fue recogido por los periódicos de la época, sin precisar nada más que tenía un valor arqueológico y hoy se encuentra en Madrid. En casa nunca contó nada y seguramente él fue consciente de la importancia que tenía cuando lo entregó.



Fuente: Constante Artime, descubridor de una
pieza arqueológica.


   Como gran parte de la gente de este pueblo, fue un hombre trabajador y sacrificado, que incluso cuando venía reventado de trabajar, me echaba una mano con el ocle que yo iba a buscar. Eran otra gente, en otros tiempos".


José Oliver Artime.



  


(1). La "quinta" a la que se refiere nuestro colaborador es la quinta parte de la producción de una finca, que el arrendatario o llevador (también llamado quintero), entregaba como pago al dueño de aquella o terreno que producía esa cantidad. Posteriormente se aplicó este término a una finca, casi siempre calificada como rústica. Resulta imposible detallar dimensiones de la misma, por la imprecisa y general definición.




Venancio Artime.


    "Venancio nació en el año 1926, fruto del matrimonio compuesto por Antón de La Salada y Benigna Menéndez. De aquella unión nacieron otros dos hijos más: Eloína y otro que murió muy joven.

    Heredó desde la tierna infancia el amor ancestral por la mar y por el pedreo de su padre y su tía Carmina. La proximidad de su casa a la mar facilitó el desarrollo de aquellas innatas aptitudes. Su fama de pescador trascendió fronteras locales y no había llastra, cueva que no estaba bajo su control desde El Aramar hasta El Bigaral. Para escenificar aquel dominio, una vez que bajó tarde al pedreo de Gargantera en una marea en la  que nadie había pescado nada, pidió a un paisano que estaba sentado encima de una piedra que se apartara y sacó un pulpo debajo de él.

    Se casó con la luanquina Manuela González,  Manolita, y vivieron en el piso inferior de la casa de sus padres, en La Viesca. Tuvieron cuatro hijos: Venancio, Meli, Marián y uno que falleció siendo muy joven. Su vida profesional transcurrió en los talleres del Carreño y la FEVE, de mantenimiento mecánico. Iba y venía al trabajo en una bicicleta, que años después sustituiría por una moto.



Fuente. Mely Artime. Venancio Artime y su clan familiar, el día de la
boda de su hijo Venancio, en Luanco.


  Derivado de aquella actividad, era un hombre muy hábil con sus manos, siempre estaba reutilizando cosas aparentemente inservibles en su banco de trabajo. De la nada y chatarra creaba una nueva vida.



Fuente: Daniel Pérez. Venancio y Manolita en su zona de confort - taller
laboral, comiendo llámpares.


  En la postguerra compartió pasión por la mar y chalana con Joaquín Les Moranes. Juntos iban a pescar y repartían el botín que representaba aquella pesca, como complemento a la economía de la casa. Cultivaba la tierra al lado de su casa, iba al ocle y siempre estaba faenando, acompañado de una fuerza y resistencia inagotable, propia de la familia de La Salada.

    Perfeccionista hasta límites insospechados, todo lo hacía con el cálculo mental de los que crean las cosas para la eternidad. Cuando cultivaba la tierra, se guiaba por los conocimientos ancestrales de las fases lunares y el apoyo del Calendario Zaragozano.



Fuente: Daniel Pérez. El matrimonio en su 
huerto, con la plantación de fabes. Reflejo de 
la meticulosidad y el buen hacer.


    De pocas palabras con los desconocidos, daba paso a una expresividad insospechada una vez ganada su confianza. Su trato personal era extremadamente correcto, evitando cualquier crítica personal, temas políticos, de la guerra civil y sus consecuencias.

    Su espíritu inquieto se manifestaba en la curiosidad que tenía por conocer los secretos de profesiones, especialmente las vinculadas a la mecánica y a la construcción. Una vez retirado, iba y venía en su inseparable moto, hasta la casería familiar de  La Llonguera en La Ren, ayudando en todo lo que podía y sobre todo arreglando cualquier desperfecto. Aprovechando sus conocimientos adquiridos y desarrollados durante tantos años. Sin haber tenido ganado mayor en propiedad, disfrutaba y era feliz con el contacto con los animales, convirtiéndose en un auténtico curioso. Heredando su nieto Mateo, aquellas aptitudes.



Fuente: Daniel Pérez. Carnet de Venancio del
ferrocarril del Carreño.


   El amor a los animales se tradujo en la posesión de gallinas, conejos y cerdos y el acompañamiento que tenía de algún perro. Su último ejemplar fue el Winston, un enorme can mezcla de pastor y mastín que pese a su bravura, se empequeñecía ante las decisiones de Venancio. 



Fuente: Daniel Pérez. Winston en primer plano. El amor a los animales
una evidencia manifiesta.


    Disfrutaba con  la lectura del periódico, de estar informado y de la retransmisión por la radio de los partidos de fútbol los domingos. Evitando polémicas y haciendo gala de su personalidad, no manifestaba públicamente su simpatía por el Sporting y el Real Madrid. 

    De su evidente capacidad física pueden dar fe los caminos del pueblo que recorría todos los días incansable, cuando ya tenía más de 90 años. Fue un hombre fiel a sus principios, respetuoso con la gente y el medio ambiente e infatigable trabajador".


Mely Artime.

Daniel Pérez Artime.





Marcelo Heres Fernández, Marcelo Puño.




 " Esta es la historia de un hombre atípico y diferente, propia de un guion de película. Mi güelo Marcelo Gutiérrez  Heres, Marcelo Lluisa, fue sobrino y ahijado de nuestro protagonista, Marcelo Heres Fernández, más conocido en Antromero como Marcelo Puño. De su genética heredaría mi descendiente el amor y conocimiento por la naturaleza de los animales.


Fuente: Arturo Artime. Marcelo Lluisa, sobrino de 
Marcelo Heres, Puño.



  No puedo precisar la fecha de su nacimiento, aunque se puede deducir que vino al mundo en la penúltima década del siglo XIX, esto es, entre 1880 y 1890. Y lo hizo en la entonces llamada Casa Gonzale, en Condres, (la actual Casa Güelín), siendo el único varón de seis hermanos.

    Siguiendo costumbres ancestrales enraizadas en la sociedad rural asturiana, al ser el heredero hombre y para no dividir la casería sería el continuador de la misma. A Marcelo si bien le gustaban los animales, no así el trabajo derivado de aquella explotación.

    Al cumplir la edad de prestar el servicio militar obligatorio, que entonces duraba varios años, y para evitar el ir a la guerra del Rif (2), en Marruecos, se marcha a la isla de Cuba. En aquella estancia caribeña, "lo casan" por poderes con una mujer de la parroquia y de cuyo matrimonio nacería un hijo.

    Al regreso de su aventura transoceánica se encontró con todas sus hermanas ya casadas  y la casería gestionada por sus padres ya muy mayores. A finales de la década de los 20 del siglo pasado, su madre muere y el padre ira a vivir con una de sus hermanas a Luanco. Con aquella vuelta no pudo esquivar la justicia militar, teniendo que cumplir con aquella "mili", que pretendió eludir con su viaje.



Fuente: Arturo Artime Gutiérrez. La única foto
que se conserva de Marcelo Puño. Vestido de 
militar y teniendo que cumplir con la "mili", tras un 
primer intento fallido. La foto es de finales de la 
primera década  del siglo pasado.



  Marcelo romperá moldes sociales, separándose de su mujer y traspasa la casería a la familia de Güelín, que ya estaban de renta, por la cantidad de once mil pesetas. Aquel dinero le dio la oportunidad de hacer una casa al lado de la misma casería. que años después pasaría a manos de Isabel de Fumayor.

    Con el resto del dinero sobrante hizo una romería para todos los vecinos que quisieran disfrutar de la misma. Ese gesto, que pudiera entenderse como manirroto, demostró su desprendimiento material. Aquella fiesta popular fue conocida como "la de la Llorda", siendo esta  una coletilla habitual de Marcelo: " ¡Que llorda, caballeros!".

   Con su nuevo estatus social, empieza a cortejar a una hermana de Ramón de Benita, Belarmina. Con aquel punto de inflexión recibirá multitud de críticas, incluso dentro de su propia familia, incapaces de comprender su nueva situación.

    Liberado del trabajo que representaba la casería, se dedica en cuerpo y alma a lo que más le gusta: cuidar de los animales. Se convierte en una referencia en la comarca y aunque vive de esta actividad, no reclama pago alguno, sino la voluntad. 

    Con el estallido de la guerra, afloran viejas rencillas familiares, venganzas desatadas. Su entonces pareja y él van a ser victimas de las mismas. A Belarmina la detienen y es prisionera en la cárcel del Coto, donde la ajustician. Marcelo lo van a buscar siendo en varias ocasiones detenido y en tantas otras  liberado. Finalmente en uno de aquellos viajes, no hay regreso.

    Como ocurre en todas las historias que empiezan mal,  escapó en un barco desde Gijón. Este navío es atrapado por los "nacionales" y con ello se pone punto y final a la vida de Marcelo Puño. Nunca se supo del paradero final de su cuerpo.

    Esta es una historia propia de un guion de película, donde se resalta la personalidad de un hombre solidario y desprendido, que fue víctima de las mezquindades y miserias humanas".


Arturo Artime Gutiérrez.




    (2). La Guerra del Rif (1911-1927), fue llamada popularmente la Guerra de Marruecos o del África. Desencadenada por la sublevación de las tribus que vivían en aquella región montañosa marroquí, contra la ocupación colonial de España y Francia.








Ángel y Carmina. Casa Sampedrín.




    "Ángel Rodríguez y Carmina Artime se casan en la primera década del siglo XX y van a llenar de hijos la tierra de Antromero. Sus dieciocho vástagos así lo avalan, en una época en la que las familias numerosas era lo más común. Forman el típico matrimonio que se dedican para el mantenimiento de la economía familiar a las actividades propias del campo. El cultivar las tierras y la cría del ganado son sus prioridades, que complementan con la recogida de ocle. Inicialmente como potente fertilizante y años después para su venta.


Fuente: Marcelino Rodríguez. Ángel y Carmina. 



    Mi abuelo Ángel, durante algún tiempo ejerció como alcalde pedáneo, siendo este un cargo sin remuneración alguna y de plena confianza del alcalde del concejo. 

    Carmina, mi abuela,  heredó de su madre Ramona unas capacidades entonces muy apreciadas por los pueblos y aldeas, dada la ausencia de servicio sanitario alguno. Ella era muy "curiosa" para los partos, ejerciendo de comadrona, allá donde se la requería. Ponía inyecciones y eliminaba enfermedades generadas por el mal de ojo y las envidias. Fue una de las pocas mujeres que en aquellos años "pasaban el agua" en Antromero.

    Pero  sobre todo se le apreciaba especialmente por sus conocimientos para recomponer males derivados casi siempre por los esfuerzos físicos, tan obligados en unos duros tiempos. Era cuando se decía que se estaba "abierto". Aquellos afectados venían a casa y el protocolo a seguir siempre era el  mismo: Se le medía a lo largo y ancho, buscando la gravedad del desajuste, y sin ungüentos ni nada que se le pareciera, con sus manos trataba de recomponer aquel cuerpo descompensado. Finalmente se le fijaba con varias vueltas de tela, para mantener en su sitio el buen hacer de Carmina.

    De todos sus hijos, nadie heredó aquellos dones, probablemente por el desinterés provocado por la celeridad de unos nuevos tiempos que ya requerían otro tipo de procedimientos. En cambio, si heredaron el amor por la tierra y los animales. A todos les gustaba el "ganao", siendo el ejemplo más notable y visible, su hijo Alfonso, quien desempeñó con prestigio las labores de "ferrador" en este pueblo, durante muchos años. Aquel lugar de trabajo lo desarrollaría durante años en la casería familiar, calzando con maestría y profesionalidad todo tipo de animales. Su hermano Marcelino continuaría durante algún tiempo esa faena, de manera altruista entre familiares y amigos.



Fuente: Marcelino Rodríguez. Casa Sampedrín.



    Los miembros de la familia Sampedrín fueron de naturaleza emprendedora, una tías de mi abuela, Ramona, Carmina y Josefa  fueron pescaderas durante la segunda mitad del siglo XIX. Iban hasta Oviedo andando a aquella venta y para evitar disgustos, asaltos y cualquier tipo de problema en estos largos viajes, se agrupaban con otras vendedoras en el Santuario de la Virgen de los Remedios, en Guimarán. Las faenas por naturaleza eran dudas y sacrificadas.

    Para completar ventas compraban avellanas en Gijón y luego las tostaban en el "forno" de la casería, para venderlas después por todas las romerías del contorno. Fueron seguramente uno de los elementos fijos en aquellas fiestas populares a finales del siglo XIX y principios del XX, en nuestra comarca.

    En aquella casa originaria, quedó Marcelino Rodríguez Artime, donde formaría familia con Carmen García Artime, natural de Oviedo y con familia en el Alto el Monte. Ella abandonaría su puesto de secretaria y se dedicará en cuerpo y alma a cuidar a sus cuatro hijos y el ganado.



Fuente: Marcelino Rodríguez. Marcelino y Carmen con su prole.



    Marcelino trabajará en Astilleros Juliana Constructora Gijonesa y por la tarde continuaría la faena con las seis o siete cabezas de ganado que habitualmente había en la cuadra. Actualmente disfrutan de nueve nietos y un bisnieto".




Marcelino Rodríguez García.





Marcelo Gutiérrez Heres, Marcelo Lluisa.



    "Marcelo Gutiérrez Heres, más conocido como Marcelo Lluisa, nace en Condres un 13 de febrero de 1922. Presumiendo por haberlo hecho en un día especialmente señalado, pues era martes y 13, además de ser la festividad de martes de carnaval.

    Fue el último de ocho hermanos. Su padre , Fructuoso Lluisa, se casó en primeras nupcias con una mujer de la vecina parroquia de San Martín de Cardo, de Casa Regalao. De aquel matrimonio nacerán cinco hijos y con el último vástago, su esposa toma la fatal decisión de suicidarse.

    Años más tarde contraerá nuevas nupcias con su vecina Irene Gonzale y hermana de Marcelo Gonzale. Mi güelo siempre insistía en que su madre se había casado con su progenitor por pena, por las circunstancias tan penosas de ver a un paisano solo con cinco hijos tan pequeños.

    Fructuoso en este segundo matrimonio va a concebir a tres hijos más, entre los que figuraba mi abuelo Marcelo Lluisa. 

    La naturaleza actúa en ocasiones con un envidiable equilibrio. El carácter rudo, seco y poco cariñoso de su padre, es compensado con creces con la dulzura y amor desprendido se su madre, Irene. En aquella familia numerosa no había distinción entre hijos e hijastros, todos son protegidos y amparados por el espíritu cordial y bonachón de su progenitora.

    En cambio, Fructuoso se va  a mostrar inflexible y duro en sus decisiones y tras el breve paso de sus hijos por la escuela, decide que solo un hijo quedará con él en la casería para que lo ayude. El resto deberá abandonar la misma y buscarse el pan como buenamente puedan.

    Son tiempos difíciles y muy duros, donde el trabajo fuera del hogar se limitaba al riesgo de la mar y en tierra a la ingrata labor de ser "criao" de otras caserías más pudientes. En esta última opción sobraba el trabajo agotador y faltaba la remuneración. Casi siempre saldada por el techo y la comida.

    Marcelo, mi güelo, se inicia en estas penosas tareas siendo un crio, en Casa La Torre, en el Regueral y posteriormente en Casa El Maestro, en Bocines. En este último lugar el trabajo de todo un año se salda con la comida, la cama (dormir en la tenada), 2 pantalones y una vara de yerba para su padre, Fructuoso.



Fuente: Arturo Artime. Marcelo Lluisa con una de sus 
grandes pasiones, las vacas.



    El paso de los años y la vida deja cicatrices invisibles, que van contigo hasta tus últimos días. A Marcelo una de aquellas que lo marcó toda su existencia fue el estallido de la guerra civil. Sus cinco hermanos varones mayores y otro cumpliendo el servicio militar, sufrieron toda aquella barbarie. Todos ellos arriesgan  sus vidas al servicio de los intereses de las armas.

    Otro de los acontecimientos que rasgó sus sentimientos fue cuando en 1939, una bomba segó la vida de unos niños en Condres accidentalmente, cuando jugaban inocentemente con aquel artefacto. Él estaba muy próximo, y aquel estruendo y sus consecuencias  le quedaría grabado de por vida.

    En aquel  inicio del conflicto en el año  1936, cuenta con 14 años y tiene que ayudar en casa a su padre, ante la ausencia de casi todos sus hermanos por motivos bélicos. En este periodo de tiempo otro de ellos también muy joven, estaba en una casería en El Regueral y Marcelo se divide en ayudar a ambos, cumpliendo con aquella innata solidaridad que le acompañó el resto de su vida. 

    El destino marca vidas y te lleva por curiosos derroteros. Una hermana de mi güelo estaba casada en Santolaya, en Casa Llorienzo y en una de sus visitas a aquella casa, conocerá a el amor de su vida, Joaquina, nacida un 7 de marzo de 1917.  Esta chica era hermana de su cuñado e iniciaran su noviazgo a principios de los años 40 del pasado siglo.

    Joaquina era madre soltera, había tenido un hijo con una victima de aquella sanguinaria guerra, sin haber podido formalizar el sacramento del matrimonio. Esta relación marcará el futuro de la pareja. La familia no perdona que salga con aquella mujer y Fructuoso prácticamente lo repudia, negándole el pan y la sal. Aquel hijo que genera este conflicto familiar es considerado como suyo por el bueno de Marcelo, aplicando la bonhomía de su propia madre, Irene.

    Una vez cumplido  el servicio militar y ante la presión a la que es sometido, decide no volver a la casa paterna. Se busca la vida como bien puede en la denostada y ya conocida labor de "criao" por las caserías de Casa Llantada y Casa Papes, en Santolaya.

   En el año 1948, formalizan su relación ante la sociedad casándose, cuando el hijo de mi abuela cuenta con 12 años ( aunque bien pudiéramos decir de ambos). Toman la decisión de ir a vivir a la casa materna de ella  en Casa Llorienzo . Serán los permanentes encontronazos y roces  con una de sus hermanas, lo que les  hace reconsiderar aquella situación, convirtiéndose en un alojamiento muy breve y temporal.



Fuente: Arturo Artime. Boda de Marcelo Lluisa y Joaquina (1948).



    Recogen sus escasas pertenencias y ante la ausencia de ingreso económico y ausencia de algún tipo de apoyo, negocian la explotación de una pequeña casería en La Uz. Se instalan en Casa Pin, con el compromiso entre las dueñas (mujeres muy mayores) y ellos, de explotar aquella modesta instalación. Acordándose  un reparto al 50 % de los beneficios entre las dos partes. Una de ellas expone la propiedad, mientras mis abuelos participan con el exigente esfuerzo  de las tareas agrícolas y ganaderas.

  Después de estar durante todo el año de 1950 trabajando sin descanso y ante los escasos rendimientos después de tamaño esfuerzo, toman la decisión de abandonar aquel intento por mejorar su vida. En ese mismo año, traen al mundo una pequeña criatura, mi madre. Marisa nacerá en plena seronda, un 22 de noviembre de 1950.



Fuente: Arturo Artime. Marcelo, Joaquina y 
su hija, Marisa.



    Los nulos recursos les obligan a tomar una decisión, propia de los actuales "okupas". Aprovechando que la vivienda de la escuela de Condres, destinada a los maestros estaba desocupada, se instalan en ella. Mi abuela empieza a trabajar en la todavía pujante industria conservera de Luanco, con Rendueles y Marcelo toma la decisión de trabajar "a jornada" por las casas que lo requieran, pagándole por día trabajado. En esas condiciones negociadas, es habitual su presencia en la Casa de José Manuel de Condres, Casa Cuixo, La Llonguera, ...

    La tranquilidad en aquellos tiempos es un bien escaso y a los pocos meses una maestra reclama la vivienda para su uso. Con el poco dinero ahorrado, deciden construir una casa en una parcela de su propiedad, la Casa de Marcelo Lluisa, orgullo de un hombre que valora y respeta el sacrificio.

    Un día trabajando en aquel sistema ideado, el paisano de la casería en la que trabajaba en Cuixo, le insta a que solicite trabajo en la Diputación, pues es consciente que va a quedar una plaza vacante. Marcelo se desplaza un jueves hasta Avilés para formalizar la petición y cuatro días después le notifican que empieza a trabajar en el  mantenimiento de carreteras. Le adjudican para su satisfacción,  el tramo que va desde Casa Amable  hasta la capilla de La Ren. Fueron unos diez o doce años pletóricos y llenos de felicidad. Trabajar en donde vives y naciste, es el sueño de todos los que aman sus raíces.




Fuente: Arturo Artime. Marcelo, a la izquierda,
junto con otros compañeros, trabajando para
la Diputación.



    Al inicio de este nuevo trabajo el sueldo era escaso ( 600 pts. al mes) y aunque se complementaba con su gran pasión del ganado, contando con dos vacas, es  un paisano de Bocines quien  le informa que en la sala de fiestas de Valparaiso, se buscaba gente para trabajar de portero los domingos.

    Así comienza una nueva etapa de su larga vida laboral, y con aquel sobresueldo cubría ciertos gastos domésticos,  comprando el pan para toda la semana. Al poco tiempo la propiedad dado el éxito de aquel formato, decide construir una nueva sala de fiestas cubierta y para todo el año. Así se hizo el Valpa-club en La Canal, en Luanco.

    Su inauguración fue un éxito de gente y el caos organizativo también.  Aquella multitud dejaba sus chaquetas y abrigos en el ropero que gestionaba Fala Pacha (de Bocines también) , dando a sus propietarios un número para identificar sus prendas en la posterior recogida. Cuando se acaba el baile, los números no coincidían con la ropa guardada. Mi güelo y Lolo El Civil de Antromero, eran los porteros y ante aquel revuelo tomaron la decisión de poner todas las prendas de abrigo encima del mostrador y que cada cual cogiera la suya. Una decisión salomónica dado el cariz que iba tomando el asunto.

    La dicha se contabiliza con cuentagotas y con el paso de los años, aquel servicio prestado en el mantenimiento y conservación de carreteras por mi güelo, se va a centralizar en Avilés. Los trastornos por aquella decisión se van a multiplicar. La imposibilidad de tener una buena cobertura que cubra aquellos desplazamientos fue una complejidad casi insalvable.

    Serán con los primeros años de la década de los 70 lo que lo obliga a comprar un piso en Luanco, alejado del contacto diario con su querido y amado Condres. La  sensación de estar encerrado entre paredes y pasillos le impulsa a escapar cuando puede al pueblo: un par de días por semana y todos los sábados y domingos. Es tan poca la estancia, pero tan grande el alivio. Esta dinámica la mantendrá hasta su jubilación. 

  Con el merecido retiro laboral, se amplían sus estancias en Bocines y ya solo iba a dormir por el invierno a Luanco. La dicha acompaña y reconforta a Marcelo.

   Fue una persona extremadamente sociable, nunca tenía una mala palabra para nadie y le sobraban saludos para todo el mundo. Ayudaba en todo lo que podía e incluso más : a parir una vaca, matar un gocho, ir a la yerba, arreglar un camino. Allí donde se le requería no hacía falta un segundo aviso,  estaba mi abuelo en primera fila.

    Sin ser de salud quebradiza, en muchas ocasiones se le afloraba algún dolor de cabeza, molestias en el estómago...y pese a todo nunca le faltaba una sonrisa y un gesto amable para todo el mundo. Aunque muy puntualmente aparecía su genio y se iba sin dejar rastro alguno, sin rencor.

    En una vida intensa como la suya, recordaba anécdotas que denotaba su sentido del humor. detallaba con una sonrisa en la boca como cuando se casó fue de viaje de novios a Avilés, para comprar una guadaña  con la que ir a segar en Biforco, donde estaba trabajando uno de sus hermanos de "criao" y que necesitaban gente para la época de la siega.

    Ya siendo mayor y vinculado como estaba a aquella tierra que lo vio nacer y vivir, insistía en la idea de que le gustaría también morir allí, en su casa de Condres. El destino caprichoso y voluble, en algunas ocasiones cede ante deseos humanos y en su ultimo verano le entró una enfermedad galopante , falleciendo en su casa, en su terruño amado.

    Marcelo Lluisa pasó por este mundo sin dejar enemigos, querido por todo el mundo y extendiendo sus lazos de amistad a vinculaciones familiares. Siempre decía que su vecina Maruja Corujedo, era como una hermana pequeña. Hombre autodidacta, sin formación académica, aplicaba sus conocimientos a la práctica diaria. Sabía medir perfectamente superficies y volúmenes, versado e informado sobre temas trascendentes como la subida de las pensiones, o el alza del IPC, no se perdía ningún debate sobre el Estado de la Nación.

  El carácter se forjó con el contraste exhibido de sus padres. Fructuoso enarbolaba un comportamiento rudo, poco cariñoso, mientras su madre Irene, era la perfecta compensación, siendo cariñosa, amable y muy familiar. Conocedor de ambos y el resultado final, no dudó en apostar por el último, aunque manteniendo un necesario rigor en su compostura y comportamiento. Marcelo Lluisa demostró en su existencia compromiso vital con los suyos, y una afabilidad, bondad y honradez que se reflejaba en todos los amigos que tenía. Hay personas que dejan huella y siempre serán un ejemplo. Mi abuelo, Marcelo Lluisa no me cabe ninguna duda fue uno de ellos".

    

Arturo Artime Gutiérrez.






José Vega y Mercedes García.




    "José y Mercedes eran de Bañugues, a mi madre todo el mundo la conocía como Inos. Tras el consabido noviazgo deciden casarse en el año 1962 y fruto de aquella unión nacerán dos hijas. Mary lo hará en el inicio del año 1964 y Ana un tiempo después, en 1975.




Fuente: Ana Vega. José y Mercedes el día de su boda (1962).



    En el año en que nace la primogénita, toman la decisión de mudarse a Antromero. En aquel tiempo, José trabajaba en la construcción, formando parte del equipo que construyeron Los Laureles.

    Los nacimientos de sus hijas marcan un punto de inflexión en la vida del matrimonio  y no solo por la llegada de las mismas. Coincidiendo con mi nacimiento, esto es, en el año 1975, mi padre comienza a trabajar en la fábrica de conserva Albo, de Candás. En ese periodo de tiempo coincidirá con otras gentes del pueblo, como fueron Moncho Rodríguez o Ramón de Sampedrín. Esta nueva alternancia laboral, será la definitiva, jubilándose con la edad reglamentaria de 65 años.

   El desplazamiento a su trabajo lo hace en una moto. Aquel vehículo y después de tantos años lo conservo como parte de aquel pasado inmediato, como valor sentimental arraigado de unos tiempos no tan lejanos y que la memoria me dicta como felices.

    Mi madre, Inos, se convertirá en ama de casa con todos los componentes añadidos de ese trabajo en una zona rural. A las actividades propias domésticas se le sumarán otras como la cría y cuidado de conejos, gallinas y un cerdo. Además de llevar un prado en la Eria, con lo que se complementaba finalmente el alimento de aquellos animales.

    La proximidad de la mar y su riqueza es una tentación difícil de eludir, pese a la exigencia física que representa. Va al ocle, a las llámpares y bígaros, algo muy común entre todos los vecinos de Antromero.

    Ambos forman el perfecto equilibrio, con unas personalidades diferentes y complementarias. Mi padre era serio y reservado, cuando se enfadaba enseguida volvía a su orden natural. Tras su aspecto sobrio, se escondía una persona buena y sensible. Mi madre en cambio, era de un carácter extrovertido, sonriente y dicharachera. Siempre tenía palabras con todo el mundo.


 
Fuente: Ana Vega. José e Inos, en una celebración familiar.



    Si debiera de hablar de una particularidad notable en la forma de actuar de José, sería su tozudez o cabezonería. Recuerdo que siendo muy pequeña, cayó una tremenda nevada que convirtió en un manto blanco todo el pueblo. A la alegría infantil de aquella exclusiva novedad, se le sumó la de como mi padre tenía que desplazarse al trabajo, en Candás. Pese a la insistencia de todos los miembros de la familia para que no cogiera la moto, por su evidente peligrosidad, fuimos incapaces  de convencerle. Se subió a su inseparable vehículo y fue capaz de llegar hasta Casa Salero, sin mayores percances, donde continuaría viaje con su compañero Moncho. Esta último tramo ya en coche.

    La genética va a repartirse entre sus hijas de forma dispar. Mary hereda la naturaleza de mi madre, con esa disposición de interrelacionar característica y yo el comportamiento más adusto de mi padre, que con el paso de los años he ido corrigiendo hacia un talante más social.

    En el año 1988, se toma la decisión de ir a vivir a Luanco. Mary comienza a dar clases particulares, dada su formación , se casa y va a vivir a Avilés. Tras algún trabajo previo, llevo 15 años trabajando en un conocido supermercado de Luanco, donde con el contacto de los clientes nunca he perdido el contacto con mi pueblo, Antromero".


Ana Vega García.
    



    



    Somos memoria y recuerdos, sin ellos no seríamos nada más que un penoso tránsito terrenal. Un vegetal marchito, que se desgrana en el ingrato purgatorio del olvido.


   " Saber quizás, saber

por qué crez tanto la memoria

de to lo que perdimos, onde yá

nun tamos, onde siempre y tantes veces

volvemos sin apenes danos cuenta".


Miguel Allende.


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Capítulo 85. Coses y casos de cases. Casa Norte. Parte III.

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