Capítulo 35. Aquella xente inolvidable (I).

 



Fuente: Mariluz Serrano.




Capítulo 35.



Aquella xente inolvidable (I).



"¿Pero qué queda 

en las palabras

de aquello que se vivió?".

Nuno Júdice.



        Somos niebla que se espesa con el paso del tiempo. Es ese momento que secciona nuestro pasado, que nos hace olvidar historias, detalles y vidas de los nuestros. Vivimos en un mundo nuevo y diferente, como todos aquellos  que nos oferta la llegada de un inédito día.  Nada ni nadie es igual que ayer,  eso nos hace adelgazar el hilo que  une  los vínculos familiares que han conformado lo que hoy somos. 

        Al fin y al cabo vivimos narcotizados  en los brazos del éxodo y el olvido. Soñamos con volver al idílico lugar sellado en nuestra memoria, envuelta por un inmemorial mundo que se va ajando poco a poco. Convirtiéndose en mísera ceniza de los escasos rescoldos de una memoria desvencijada. La vida, como siempre, nos ofrece un camino enrevesado, ajeno a nuestros intereses.

      Aparquemos las dificultades rutinarias. Es el momento de recordar, de no olvidar nuestras raíces. En las siguientes líneas, trataremos de elaborar un pequeño homenaje a quienes han plantado cara a los reveses del destino. Su familia y amigos trazarán  recuerdos y palabras. Esas que brotan con la fuerza del cariño, dictadas por el corazón.  

       Sintámonos orgullosos, una vez más,  de  aquella vieja raza de héroes.  Gente que nunca aparecerá en libro de historia alguno, pero que están instalados para siempre en nuestro tratado vital.

        Disfrutemos pues,  del placer innegociable del recuerdo.



Fausta Cardina y Mercedines.



        "A mi güela Faustina Muñiz Menéndez, nacida en 1891, llamábenla de Cardina, porque su padre, mi bisabuelo, era de un barrio de la lado de Bocines que tenía ese nombre. Su madre era hermana de Alfredo Rionda. 



Fuente: Mercedes Menéndez. Faustina Muñiz.


      En la época en que vivió, no lo pasaron muy mal pues el padre trabajaba de capataz de carretera y tenían casería con criaos.  De hecho, Gelia que era hermana de mi güela, conoció al que fue su marido , Tamón, cuando este trabajaba de criao allí. En la que se llamaba Casería del Xardín.

        Cuando tocó la hora del reparto, los hijos heredaron una parte muy pequeña, excepto aquel que se casaba para casa. Eran las costumbres que había antes, para que las caserías no desaparecieran. A Fausta, mi güelina le tocó poco más que el solar donde teníamos la casa.

        Ella se casó con Donato el de Posada, que tenía varios hermanos. Aquel apellido de Posada, parece ser que era compuesto, González- Posada. Hoy hay familiares que están investigando sobre su origen.

        Una vez casados fueron a vivir a una casina que había al lado del cementerio. De su carácter bueno y hospitalario se demuestra que cuando la gente iba a la fábrica y llovía todos hacían parada en su casa y los invitaba a comer un pote berces. Plato que según ella comentaba, le salía muy bien.


        Tuvo seis hijos y uno de ellos murió muy joven de meningitis galopante. Ya cuando vinieron a vivir a Antromero, mi madre tenía  once años. Una vez aquí, empezaron a hacer la casa con poco dinero. Para poder acabarla pidieron un préstamo a la casería de D. Álvaro de Condrés, que era el banco de la época.

        Mi madre, Mercedes González Muñiz, nacida el 12 de julio de 1929,  como era la menor de todos los hermanos cuando llegaba fechas señaladas como el día de Reyes, aquellos que iban a trabajar a la fábrica siempre le regalaban algún juguete, una muñeca... Y ella se sorprendía al ver al resto de las crías de Antromero con muñecos que eran un palo cruzado con una patata por cabeza y dos más pequeñas a los lados que hacían de manos.

        En aquella época, siendo pequeña, no lo pasó mal, porque mi güelo, Donato, era marinero e iba a la mar. Él no vendía la parte (como hacían casi todos), la cesta de pescao, la traía para casa para alimentar a la familia. Eso garantizaba el no pasar fame.  Hambre no pasaron, no así  mi padre que si pasó bastante. Tal y como decía mi madre: " Hambre no se pasó, pero necesidades, si". 

        Para cuchar las tierras iban a buscar el ocle a las riberas, como casi todo Antromero. Al no haber casi cucho, se iba a buscarlo a la mar.

        Mi madre siempre decía a la suya: "¿Cuando me vas a comprar una chaqueta de colgar?". Mi güela le contestaba: "¡Ay fía!...cuando acabemos de pagar la casa". Cuando me lo contaba, yo le preguntaba: "Pero, ¿Qué era una chaqueta de colgar?". Ella me contestaba: " Una para el domingo , para un día de fiesta, pues solo teníamos lo puesto, de lavar y poner. no había nunca ropa para colgar".



Fuente: Mercedes Menéndez. Faustina Muñiz, asomada al corredor.


     Fue mi madre muy afortunada, pues nunca trabajó. Aunque después de casarse le cogió el gusto al dinero y tal como le gustaba decir: "Menos a la fábrica y  a servir, fui a todo, a los caracoles, al laurel, a vender todo lo que mi padre Donato pescaba...y como no, al ocle". En mi casa hubo más de un disgusto por culpa del ocle. Mi padre, Fausto, no quería que  fuera y ella no le hacía caso. Cuando él marchaba a trabajar al turno de mañana y nada más sentir que arrancaba la moto, mi madre iba con la pala para el pedreo.



Fuente: Mercedes Menéndez. Mercedes González, su marido Fausto
y sus nietas.


        Después a la vuelta del trabajo y una vez que preparaba la vaca e ir a segar, tenía que buscar el ocle por les riberes, con el tractor o la lancha. Así que todas las riñas que hubo en mi casa, fueron por el ocle".

Mercedes Menéndez (Mercedines).




José Sirgo Granda 1913 - 1989.



        "Son las 8,15 de la mañana de un domingo del mes de agosto del año 2023. Al abrir la puerta de la "casa grande" como dicen mis nietos, se percibe olor a humedad y orbayu. Después de estos tórridos días  pasados, van surgiendo otros de mucha humedad y bochorno.

        Me piden desde Antromero, Antromero que haga una breve semblanza de la vida de mi padre y su relación con la tierra. Como quiera que era un hombre muy polivalente e incansable tendré que referirme a una multiplicidad de actividades que desarrollaba con paciencia y buen ánimo y que siempre, siempre yo admiraba. Era, mi padre, un hombre de tierra y de mar, del Carreño y de familia. Cantaba muy suave pero muy bien y adoraba a su prole: sus hijos, sus nietos, sus sobrinos, sus referencias, sus ansias...iban siempre dirigidas a los suyos con todo derroche.



José Sirgo Granda (1936).


        Nace en el seno de una familia que procede de Santolaya, Hijo de José A. Sirgo Heres y de Cándida Granda, de las casas de Anika y Canales respectivamente. Su padre , mi abuelo, fallece muy joven del llamado "mal de moda" y esto va a marcar su vida. Eran cinco hermanos, tres hombres y dos mujeres y siempre, entiendo, compartieron su vida con lo más inmediato que la realidad les ofrecía. Mi padre trabajó en la mina de Llumeres, fue rapaz de barco en Candás, trabajó en el ferrocarril de Carreño muchos años hasta que se jubiló y siempre compatibilizó todo esto con lo más cercano que tenía que era la familia, el trabajo en la tierra y a veces en la mar, al ocle; la inmediatez de la vida en aquellos años le llevaba a múltiples tareas. Tenía una pequeña ganadería en casa: una vaca, criaban un cerdo, algunos xatos y muchos amigos. Recuerdo a Pepe  Salero, Antón de Balsera, Marcelino la Salada, los de Sampedrín... Se llevaba bien con todo el mundo. Sembraba para todo el año y teníamos cosechas de patatas, fabas y maíz que cundían "abondo" y almacenaba en el desván de la cas para enfrentar el año. En la tierra de la Ería plantábamos patatas "de reñón" rojas y de sabor mantecoso, en la de la Granda se sembraban las patatas de "daraca", les fabes , y en la tierra de la Viesca el maíz. Todo ello requería de su presencia en los turnos de trabajo que realizaba y marcaban el ritmo de la vida en mi casa. mi madre coordinaba y trabajó intensamente hasta que enfermó y eso convirtió su vida, en un ir y venir de enfermedades, médicos y cirugías hasta que enfermó y eso fallecer tempranamente. 

        En la tierra de la Ería se hacían plantaciones simultáneas y múltiples: empezábamos con los ajos y cebollas y terminábamos con las patatas, arbeyos, berzas y lombardas. Todo era armónico y ayudaba a la economía familiar. En la Granda se sembraban muy buenas patatas y lombardas. La faba larga que allí se cultivaba no era trepadora, si no de racimos de fabes largues. no muy grandes, de piel fina y mantecosa. ¡Qué sabores!, nunca volvieron a ser los mismos. en cierta ocasión me explicó cómo llegó a España el escarabajo de la patata: "dicen que los alemanes tenían un stock de insecticidas para combatirlo y decidieron soltar desde los aviones multitud de escarabajos sobre los sembrados para así darle salida a ese excedente".

     Mi padre, cuando tenía tiempo libre, ayudaba en el Rebuñón. Sus sobrinos habían quedado huérfanos de padre y allí acudía a trabajar, armonizar y orientar la vida de aquella otra familia tan cercana.

      En el mundo de mi infancia, su recuerdo me lleva a situaciones de gran ternura conmigo; detalles como que siempre me traía del trabajo un " cartucho" de cacahuetes que yo degustaba encantado sentado en sus rodillas y apoyado sobre la mesa de la cocina...

    Otras sensaciones y recuerdos muy agradables, casi festivos a pesar de aquellos años 60-70 en una España rural y aun empobrecida bailan en mi cabeza: " Sacamos patatas en La Granda y vinieron casi todos los nietos, Con las ramas secas de las patatas hicimos una "foguera" y, finalmente, metimos patatas en "la borra"; ¡sabían a gloria!. Al volver y subir por Les Moranes tuvimos que empujar el carro del burro, El ruido de las ruedas de hierro sobre las piedras del camino sigue sonando en mi cabeza. Como era temprano, al llegar a casa mi padre "púsose a clavuñar la guadaña y mi madre preparó la "llavaza" en la lata del gocho (reciclaje de postguerra)...llegó la hora de "catar" y al olor de la leche  unos cuantos la probamos, caliente e intensa ¡era un manjar!...Ya en verano, íbamos a hacer "la vara de hierba" a la vera del río La Viesca y mientras tanto algunos también pescábamos alguna que otra "anguila" en el río.

   José Sirgo era ni más ni menos que un "Hombre Bueno", reflexivo y observador, tolerante, generoso hasta la saciedad, bregó y mantuvo la vida e infancia de cuatro sobrinos que vivían en cas desde una actitud siempre positiva y anónima. Todos recordamos sus consejos de concordia. Cuando mi hermana fallece a los 47 años de forma repentina él comienza de alguna manera " a tirar la toalla" y se va rindiendo poco a poco. Vivió la guerra y la mili durante cuatro años; siempre dormía del mismo lado, hasta que un día descubrí, siendo él ya mayor y ayudándole en la ducha, una buena cantidad de metralla incrustada en el otro costado de la que nunca nos había querido hablar. con el paso del tiempo, y a través de mi hermano supe que había sido condecorado con una medalla en el frente en la Batalla del Ebro (una de las más duras de toda la guerra, batalla en la que más combatientes participaron, la más larga y que constituyó el enfrentamiento más sangriento de toda la contienda donde se decidió el final de la "maldita guerra civil") medalla que "irónicamente" se vio forzado a vender para costearse el viaje de regreso a casa.

       Fallece en el hospital de Avilés, fumándose un "ducados" a la edad de 75 años, dejando una enorme huella entre los suyos de la cual siempre daré testimonio. Fuimos cinco hermanos como cinco fueron ellos, los suyos. La vida nos fue alejando del pueblo pero, como en el mito del eterno retorno, volvemos a casa en esos torbellinos a los que la mente nos somete en ocasiones. Y en este mito de mis cien años de soledad particular, se que " aquellos que amamos y hemos perdido ya no están donde estaban; pero están donde estamos nosotros".

Raúl Sirgo.

        




Vicente García Fernández y Rosario Rodríguez Artime.



         "Vicente y Rosario se conocieron en la Romería de  Santa Ana (Luanco), y enseguida empezaron a cortejar, enamorándose y casándose al poco tiempo. Eligieron Antromero para construir una casina donde criar a las hijos que estaban por venir: Betsabet "la Cuca" y Vicente García Rodríguez.



Fuente: Rubén Rodríguez. Rosario y Vicente.


         Dedicándose Rosario a las labores de la casa y a la cría de los chiquillos, Vicente era el encargado de traer el pan  a casa. Empezó a trabajar como guardagujas en la Junta del Puerto de Gijón, en Aboño. Allí llegaba, primero en bicicleta y con el paso de los años en un pequeño scooter, lo que le facilitaba el transporte de la bolsina de carbón que le daban en la empresa cada día. Pero ahí no se acababa su jornada laboral, ya que tuvo que compaginar este trabajo con "el de casa".

        Una desgracia familiar muestra sus verdaderos colores y ayuda a sacar adelante la casería familiar. Ocupación que no dejó ni un solo día, hasta que la enfermedad se lo llevó por delante.

        Eso sí, el Domingo era día de fiesta en casa y lo normal era ir al partido del Marino de Luanco. Primero simplemente como forofo incondicional y posteriormente, como orgulloso padre de una de las mejores zurdas en la historia del equipo luanquín , Vicentín... y después del partido, a merendar a Casa Campanal, para acabar comiendo pasteles en la confitería "Las Delicias" antes de volver a Antromero, dando un paseo para bajar los dulces.

        Esta felicidad les duró bien poco, pues la enfermedad se cebó con Rosario. con tal solo 39 años se le diagnosticó un agresivo cáncer de mama , contra el que se batalló como se pudo durante los diez años que duró el proceso. Finalmente, perdió la vida el día 18 de junio de 1971.



Fuente: Rubén Rodríguez. Foto familiar de Vicente.  De izquierda 
a derecha  y arriba:  Alfonso (su padre), Genaro Rexidorio, María
Carma (su madre), Vicente.
Abajo: María , Piedad y Esperanza.


        Vicente se aferró a sus hijos y demás familia para tratar de seguir adelante y con ayuda de todos lo consiguió. Siguió viendo a su Marino de Luanco, vio casarse a sus hijos y conoció a todos sus nietos antes de irse también. En esta ocasión de colón. una operación traumática que merma por completo la moral a Vicente, quien, al volver del hospital después de la operación, y con tan solo 61 años, va cada vez a peor hasta que se mete en la cama para no levantarse jamás."

Betsabet García, "La Cuca".




Ramón Rodríguez Artime y Josefa Morán Fernández.




    "Ramón nació en la víspera del día de Reyes del año 1924 y Josefa el día de San José de 1924. Su historia en común empieza el día 10 de marzo de 1947, cuando contraen matrimonio en la Iglesia de Santa María de Luanco y se trasladan a Antromero dispuestos a empezar una vida en común.

        No tardan en llegar los hijos. En total tuvieron doce, de los cuales tres murieron antes de cumplir los dos años: Ramón, Ángel, Mari, Amaro, Martín, José Ana, Marcelo y Belén.



Fuente : Rubén Rodríguez. Josefa y Ramón.


      Para criar  a semejante prole, ambos tuvieron que emplearse a fondo y trabajar sin descanso. Ramón compaginó el trabajo en la casería familiar (se había quedado huérfano de padre muy joven y en casa necesitaban su ayuda), con trabajos primero en la antigua mina de hierro de Llumeres, para pasar después a la fábrica de conservas Portanet, acabando su vida profesional en Conservas Albo , en Candás. Siempre montando una bicicleta de hierro que pesaba, y mucho, pero no tanto como su voluntad.

        La capacidad de organización y trabajo de Josefa no se quedaba a la zaga, ya que consiguió, sin ninguna ayuda, lo que hoy en día sería impensable: sacar adelante a una familia numerosa, llevar una casa y por si esto fuera poco, trabajar en los veranos para ayudar a la economía familiar

        Se empleó como cocinera en el antiguo hospicio de Antromero (actual Proyecto Hombre) y trabajó como operaria en varias fábricas conserveras de la localidad de Luanco. Ambos, junto con algunos de sus hijos, se dedicaron a la recogida de ocle durante algunas temporadas para poder sacar un extra y ayudar en la construcción de la casa familiar que aún hoy se conserva.

        Después de semejante aventura, ambos disfrutaron, aunque por poco tiempo, del merecido descanso y tranquilidad del que sabe que ha hecho su tarea satisfactoriamente

Ángel Rodríguez.


        


        Llauriano García Braña y María d'Ángela.



        "Se llamaba Lauriano, aunque para mi, siempre será Llauriano, tal y como lo llamaba mi güila. Llauriano era el prototipo del agricultor de Antromero. De pocas palabras y muy discreto. Su vida como la de tantos otros giró en torno al trabayo.



Fuente: Paulino García. De derecha a izquierda. Arriba: Llauriano
Miterio, el Canario (hijo). Abajo: Laurita y Covi.

        Nació en Casa Miterio, en el Rebuñón. Casose con María  d'Ángela, que era también del Rebuñón, donde Casa Pilo.  Tras contraer matrimonio vinieron a vivir a La Frontera en la casa que aun es hoy de la familia y tuvieron cinco fios: Oliva, Paulino (mi padre), Generosa, Concha y Amor.



Fuente: Paulino García. Al fondo, María d'Ángela, Laurita. En el 
frente de izquierda a derecha: Covi y Marisa Rionda.

 

      La anécdota que tengo grabada de por vida, fue siendo yo pequeñín. Creo que pudiera ser un domingo, pues estaba en casa por la mañana y los sábados por aquel entonces había escuela. Tendría 5 o 6 años y seguramente es una de las primeras cosas que recuerdo en la vida. 

        Estaba jugando a cualquier cosa y siento que por la carretera p'arriba venía mi güilo llorando:

       - ¡Ay, ay, ay, ay...!. 

        Mi pa que taba por allí salió corriendo a su encuentro:

        - ¡ Pa, ¿Qué te pasa ?!.

        Llauriano contestoi: 

        - ¡Cayome una vaca a la riba (acantilado) de Rebolleres!.

        Mi güilo iba a llindar les vaques allí. Tenía tres o cuatro vaques. Las tenía alrededor de los praos que taben debajo del cementerio de Candás. Por donde los acantilaos de Rebolleres y el Redondel. Por alli pastaben les vaques a la orilla de aquelles ribes. Y la altura de elles es muy grande. Seguramente cuarenta o cincuenta metros de altura.

        Le cayó una al vacío y vino el  hombre con un disgusto de cojones, con las otras dos o tres vaques que tenía. Andando detrás de ellas, llorando el probe. Aquella vaca perdió el equilibrio y matose. Quedar así sin ella era una pérdida muy importante, en aquellas economías. Estamos hablando de unos años todavía muy duros: el 58, 59 o 60, no más.

        Allí mismo se movilizó la familia para minimizar daños. Llamaron a un carnicero de Candás , seguramente sería Amando, que era el que más trabayaba y bajaron a aquel pedreo, al Redondel.

        En aquel tiempo había caminos para bajar, porque se sacaba de allí mucho ocle. Descuartizaron la vaca en aquel lugar y aprovecharon todo lo que pudieron. Trajeron pa casa en barreñones y en lo que pudieron todo aquello que valiera. 

        Es una historia que jamás se me olvidará, pues mi güilo, Llauriano Miterio vivía de aquello, de la tierra y les vaques, y fue un golpe muy duro".

Paulino García.




Sergio García Alonso.




       " Sergio García Alonso, más conocido por todos en Antromero como Sergio La Flor. Nació en la casa que todavía lleva su nombre un 7 de septiembre de 1912. Fue el último de los hijos vivos de José Manuel y Teresa la Mata, quienes inauguraron el bar-tienda que les sobrevivió durante tres generaciones y fue uno de los núcleos sociales de Antromero.



Fuente: José Antonio García. Sergio La Flor y su hijo José Manuel,
tras la barra del bar.


            Antes de regentar La Flor, Sergio trabajó como albañil y contratista, construyendo algunas de las casas de pueblo que aun siguen en pie y colaborando también con la construcción de la actual iglesia que sustituyó a la antigua capilla.

        Sacar en procesión a  San Pedro era, precisamente, una de las citas obligadas para Sergio La Flor, que nunca dejó de tirar voladores para celebrar la fiesta grande de Antromero.



Fuente: José Antonio García. Sergio La Flor,
escanciando un culín.


        Afable y con sentido del humor, disfrutaba de las pequeñas cosas, como salir a pescar o estar con sus hijos y nietos".

José Antonio Serrano.




Dolores Artime García.



       "Dolores  nació un 28 de enero de 1904, muriendo en el año 1986. Se casó con Bernardino Serrano Serrano natural de Candás.

        Quedó viuda muy joven (28 años) , con tres hijos pequeños: Avelino, Bernardino y Antón. Vivía en Candas, pero al morir su marido tuvo que venir a la casa de sus padres en el Molino (del Pielgo- Antromero). Donde ya vivían hermanos y hermanastros, así algunos tenían que dormir en el hórreo.

     Su vida fue de mucho trabajo: a la fábrica, alquiló el bar de La Flor donde paraba la gente del pueblo a tomar las pintas y jugar la partida. Yo viví allí hasta los siete años y me acuerdo perfectamente de algunas de aquellas personas: de Tamón, , el Romero, Manolo Civil, etc.




Dolores Artime.


    También fue a la plaza de Candás a vender harina con una goxa que llevaba en la cabeza. No sabía leer, ni escribir pero llevaba una libreta donde marcaba rayas para saber lo que le debían y no se equivocaba nunca.

    Era un poco tacaña (creo que debido a lo mucho que tuvo que pasar) y cada vez que nos daba a los nietos una peseta, decía: "Neñina sacásteme un diente" (por cierto, tenía dentadura postiza y no fue por nuestra culpa de lo que nos dio).

    Sin embargo, lo que nos regaló fue mucho cariño, que era lo importante. Para mi fue mi segunda madre, sin haber conocido más abuelos que ella. Alguna vez le tocó algún castañazo de los que me daba mi madre, por meterse por el medio para protegerme.

    Ahora que tanto se habla de la mujer coraje, para mi fue una gran mujer coraje. ¡Gracias por todo lo que me diste, güelita!".

Mariluz Serrano Mori.

    



Alfonso Pinón.



        "Era una persona a la que le encantaba hablar, siempre encontraba un hueco para echar una parrafada. Contar alguna historia de su larga vida (1921-2021).



Fuente: Enrique Pinón. Alfonso Pinón y su mujer, Avelina.


          Siempre nos enseñó que lo importante en la vida es comportarse como  a uno le gustaría que se comporten con él, siempre dispuesto a echar una mano.

          Consideraba que una de las cosas más importantes era tomarse la vida con humor y disfrutar de esta. En todo momento se sentía orgulloso del mote de la familia.


Fuente: Enrique  Pinón. De izquierda a derecha: Alfonso , el entonces 
cura de Bañugues Ángel y el hermano del primero, Tino.


            Pero destacar, que siempre decía que lo más importante para él era estar en casa con su mujer e hijos"

Enrique Pinón.





Aurelio Sirgo Granda y Enrique Fernández Rodríguez.



       "Mi abuelo nació en el año 1912 y se casó con Carmen Piqueras Artime y fruto de aquel matrimonio tuvieron una hija, Carmen Sirgo Piqueras. Era de Casa Anica de Santolaya y cuando su madre quedó viuda muy joven vinieron a vivir a Antromero, al barrio de La Frontera.



Fuente: Aurelio Fernández. Aurelio Sirgo y Carmen Piqueras. 

        Durante su niñez pasó todo tipo de penurias, buscándose la vida como buenamente pudo. Ya en su juventud trabajó en la mina de hierro de Llumeres y durante los tristes años de la guerra civil, estuvo en la mítica batalla del Ebro. Aunque no en el frente, sino en intendencia, pues entonces sus habilidades manuales eran bien apreciadas.

        Acabado aquel despropósito irracional fue a la mar, en este caso en calidad de fogonero. Duro trabajo, como lo pueden atestiguar quienes lo sufrieron. Anduvo con los de Capacho y Patico, siempre en barcos de Avilés y a la pareja.

           En ese tiempo enrolado solo venía a casa los fines de semana. Durante el resto de los días dormía en el barco e iba a comer a la Parra de Avilés, con la cesta de pescado para hacer el trueque.

        Pero aquellos días en casa le servían para seguir trabajando. Iba al pedreo de La Fedionda a cavar arena para fregar, y poder venderla. Primero bajaba mi abuelo y después era mi padre el que acercaba el burro con las alforjas para cargarlas.

        Tras esta etapa, cambió el trabajo de la mar por el de tierra. Era los años de la construcción de la factoría siderúrgica UNINSA, en Veriña. Formó parte de los equipos que metieron cable en aquellas instalaciones.

        Los años pasaban y antes de acabar aquel trabajo , se jubiló. Aunque aquella gente de antes no se jubilaban del todo: Se dedicó a cultivar la tierra y al cuidado de 4 o 5 vacas, su gran pasión.

        Tenía un carácter bonachón y afable y aunque pocas veces lo vi enfadado, en aquellos contados momentos, podía llegar a ser temible.

        Hombre práctico en todas sus facetas lo demostraba en el día a día. En las labores cotidianas del cultivo en la tierra, siempre escogía la mejor fesoria para trabajar y cuando se le recriminaba aquella elección, siempre contestaba lo mismo: " La mejor herramienta ye la que gana la guerra".

       Mi padre, Enrique Fernández Rodríguez nació en el año que empezó la guerra, en 1936, en Antromero. Fueron siete hermanos, quedando huérfano muy joven . Él se fue a vivir a Bañugues, a Casa Richón, donde estaba casada su hermana Isolina, que era la mayor de todos. Actuando finalmente como madre adoptiva.

        En aquellos duros años para todo, Enrique fue a la mar, al bonito, con tan solo 14 años. Después de este periplo en el agua salada, empezó a trabajar en la construcción, de peón con el del Cañuilo, marido de Mari, una de sus hermanas.

        Se casa con Carmen Sirgo, Carmina y fruto de aquella unión nace su hijo Aurelio. Estamos en el inicio de un tiempo, donde los matrimonios ya empiezan a no generar familias numerosas.



Fuente: Aurelio Fernández. Enrique y Conchita. 


      Algún tiempo después comenzaría el que fue su trabajo definitivo, en la cantera de Perlora, progresando año a año, hasta alcanzar la categoría laboral con la que se retiraría. Su jubilación fue anticipada, al acogerse al beneficio del coeficiente reductor que marcaba la ley para aquel tipo de trabajos en cantera. Nadie regala nada y la penosidad laboral había que compensarla.

    Se trasladaba en una pesada bicicleta, hasta que pudo comprar una moto, con lo que los desplazamientos eran menos costosos físicamente. 

        Aunque antes de ir a trabajar, tenía que atender a una vaca. Al no disponer de espacio físico al lado de la casa, había que ir a buscar yerba y demás cosas al Llanón, cerca de Casa Pinón. Todo esto, le hacía levantarse todos los días bastante primero. 

        Fue una persona muy bromista, cercana y optimista, pese al trabajo. Mi padre, como tantos otros, siempre serán un ejemplo de como afrontar las dificultades de la vida, sin abrumarse y buscando soluciones".

Aurelio Fernández Sirgo.

        




José Artime Muñiz y Rafaela Rodríguez Artime.



         "Mi padre, José Artime nació en 1909 en Candás y mi madre Rafaela Rodríguez era de Antromero. Se casaron y tuvieron tres fíos: Matías, Rafaela y Ramón. Fueron mis abuelos y un hermano de mi güelo que estaba soltero, los  que compraron esta casería de La Granda.



Fuente: Matías Artime. Rafaela Rodríguez y José Artime.


      Una vez que la compraron hicieron unas reformas y mejoras que ya pedía la vivienda y las edificaciones de alrededor. Entre otras cosas cambiaron la panera y la hicieron más pequeña, que es como está ahora. La antigua era mucho más grande, con más pegollos. El porqué de esa reducción nunca me explicaron.

          Mi padre siempre se dedicó  a la casería, durante toda su vida. Trabajando la tierra, cultivando de todo lo que se podía cultivar y después con el ganao. Les vaques que tuvo siempre fueron de carne y su mayor número que explotó fueron nueve. 

        Él hizo una maniobra para dar más fuerza a la casería: vendió dos fincas que estaban fuera del entorno y con aquel dinero compró más animales y cosas. Tuvo carro de vaques, de caballo y dos tipos de xarre, una más grande que otra.

        En casa siempre hubo criaos, entre ellos, Robustiano, Antonio el hospiciano...Era gente muy pobre, trabajaban el día a día sin más compromiso. Por la comida y poco más.

     La vida en la casería era muy dura. Mis padres como casi todo el mundo en aquellos años trabajaron como burrinos. Todo el trabajo del mundo, manual y sin máquinas. Y después había que llevar a vender a Candás todo lo que se sacaba de la tierra y la leche de les vaques.

        El carácter del Chato de La Granda, mi padre, era muy bueno, muy buena gente. Muy trabajador, pero a la hora de darse un respiro sabía hacerlo. Para él los momentos de juerga eran sagrados y de las pocas alegrías que daba la vida. No desaprovechaba el momento después de trabayar lo suyo, en disfrutar a su manera. Acabadas las faenas iba a La Frontera o a La Flor a jugar a les cartes , dar la parpayuela con media de vino.

        Mi madre era lo contrario. Tenía muy mala ostia y era la compensación perfecta para José. Siempre la conocí con el píe descalzo, porque todo lo arreglaba con los fíos con la alpargata. Siempre con la alpargata en la mano.

        Cuando cumplí cuarenta años, apareció el dilema de seguir o no con la casería. En aquel momento teníamos 17 cabeces de ganao, les vaques todes de leche. Para continuar había que hipotecar todo, para comprar maquinaria y hacer una nave, para ir con los nuevos tiempos. Mi madre tomó la decisión de poner punto y final. Buscó trabajo a sus hijos varones y con ello murió tantos años de sacrificio y faena".

Matías Artime.

        

         


Manuel García Menéndez, Manolo Robés.



     "Mi padre, Manuel García Menéndez nació un 28 de noviembre de 1878. Se casó con Adela Menéndez, de Casa Menéndez,  también de Antromero. De aquel matrimonio nacieron tres hijos : Manolo, Cristino y Maruja. Adela era viuda y sumó otros dos más: José y Ludivina.  Siempre fuimos una piña, no había diferencias de hermanastros y hermanos. Éramos todos uno pa lo bueno y pa lo malo. 

      Mi padre estuvo toda la vida a la mar. Casi siempre a la sardina, en lanches de Candás. También hizo alguna costera diferente, en lanches de Luanco, pero pocas.



Fuente: Manolo Robés. Manolo Robés, padre.


      Fueron tiempos muy malos, de trabayo duro y jodido. Pero el nunca perdía los nervios, siempre tranquilo y hablando muy despacio. Nunca le sentí levantar la voz. Era muy buena gente y apreciada en todos los sitios por donde pasaba. Aunque tuviera poco, repartía lo que tenía entre la gente más necesitada que él.

        La vida le jugó una mala pasada, la peor de todas. El asesinato a sangre fría de su hijo Cristino. Fue el mismo día de la proclama de la boda con Amelia Inclán, el 24 de septiembre de 1950. Aquello supuso un golpe muy duro para la vejez de mi padre.



Fuente: Erika Fumañeda. Cristino Robés.


       Hasta entonces fue una atracción por donde pasaba. Las cosas que contaba y la forma de facelo. Los velatorios de los muertos, acababen en risas. Sus ocurrencias no tenían fin y la gente lo agradecía. Conocía cientos de historias de cosas que le habían pasado a él y los suyos.

       Después de retirado de la mar, bajaba a pescar a los pedreos con una enorme cañavera y cogía para encarnar los anzuelos, los cangrejos negros, les sapes. Llegó un momento en que empezó a perder agilidad y le costaba ya pañalos y decía: ¡Vaya rápido corren estos cangrejos, tan eléctricos!.

       Unos días a la semana venía un vecino a afeitarlo a navaja a casa. Entre que el vecino no era muy hábil y la navaja seguramente no estaría en les mejores condiciones, aquello pa él era un sacrificio, una tortura. Un día cuando lo estaba afeitando, empezó a aullar un perro, y aquel hombre le preguntó: 

        - Coño Robes, ¿Cómo aullará tanto ese perro?

        - Seguramente será porque tarán afeitándolo.

      Robés, genio y figura".

Manolo Robés.







Casa Posada.




       " Quiero aprovechar la oportunidad que me ofrece este blog, para homenajear a los seres queridos que ya no están con nosotros. Personas implicadas en el pueblo que siempre colaboraban con lo que fuese necesario,

       Empezaré por mi abuelo, Pepe Leandro, nacido en San Jorge y vecino de Antromero desde su matrimonio, conocido en el pueblo como Pepe Posada. Murió cuando yo tenía 12 años, en 1987. Recuerdo que pasábamos mucho tiempo juntos: en las labores del campo, la siega diaria, la "yerba". Cada vez que había una fiesta, nos llevaba a ver el concurso de ganado (muy habituales en la época) de San Jorge, El Regueral y el concurso estrella, San Agustín (Avilés). Ese día nos llevaba a mi hermano y a mí a la feria y después a comer. Era un día para el abuelo y los nietos. Era un día maravillosos.

        Mi abuela, Raimunda Posada, natural de Antromero y muy orgullosa de serlo, tuvo una infancia difícil ya que hubo que reponerse a la pérdida temprana del padre y de la madre, sacando una casería y a sus hijos con todo lo que ello conllevaba ( no me imagino lo que tuvo que trabajar).


Fuente: Emilio Posada. Familia Posada al completo. De izquierda 
a derecha: Raimunda, Pepe, Generosa, Emilia.
Abajo:Pepina y  Emilio.


    
        Encargada de las labores de la tierra, siempre con la "fesoria" en la mano no perdía andecha  en las tierras propias y en las de los vecinos. No había día sin labor y la colaboración vecinal era lo normal: hoy en una tierra, mañana en otra, la matanza del gocho y tantas y tantas labores. Nos encantaba dar de mamar a los "xatinos", cosa en la que ella tenían un arte especial, por muy malos que fuesen, todos sucumbían.

        Mi tía abuela Emilia, vivía con nosotros y siempre la consideré como una tercera abuela ( nos daba todos los caprichos). Gran costurera y cocinera, viajaba mucho y siempre nos traía algo. Todos los años nos llevaba a la Feria de Muestras de Asturias, ¡Vaya día!. Muy implicada en las fiestas del, pueblo, hacía los disfraces y preparábamos una gran carroza.

        Y que decir de mi padre, Emilio Posada. Todos conocían sus bondades y buen carácter, así como su generosidad. Lucho por mantener la casería familiar, ya que le ganado y la tierra eran su gran afición. Por una enfermedad cardiaca se vio obligado a abandonar el ganado, pero nunca se lamentaba. Incluso en los momentos más complicados transmitía optimismo y tranquilidad.

        Siempre que alguien lo necesitaba, allí acudía  con su tractor rojo, a preparar una tierra, a segar, al ocle, a reparar un camino,...lo que hiciera falta.

        Como miembro de la Comisión de Festejos de Antromero, todos lo recordaréis detrás de la barraca de la fiesta o llevando la carroza, pues participar en las fiestas era su gran pasión.

        Me quedo con una frase que siempre repetía: "Manos que no dais, que esperáis" y debió de dar mucho, pues, aunque ya hace 7 años que nos dejó, aun seguimos recibiendo las muestras de cariño que todos nos dispensáis . Gracias".

Fran Posada. 







José Ramón Viña García y Amelia García Busto.




       " Mi padre, José Ramón  nació en la casería de La Piedra y mi madre, Amelia en Coyanca (Perlora) y de aquel matrimonio, nacieron tres hermanos.  De mi padre puedo decir que era una persona que tenía buen carácter, trabajador y servicial. Durante muchos años fue concejal en el Ayuntamiento de Carreño y tenía algo especial, para tratar con la gente. Era capaz de relacionarse con cualquiera, igual que fuera probe, que fuera rico. Hablaba con todo el mundo, sin distinguir a nadie. 




Fuente: Moncho La Piedra. José Ramón y Amelia



        También fue durante años Presidente de la Cooperativa Agrícola de Carreño, pero el trabayo de él siempre estuvo en la casa, en la casería. En aquellos años el mayor número de cabezas de ganao que tuvo fueron 50, que fue cuando se hizo la nave de al lado de casa. Era un hombre con mucha iniciativa y muy recto en las decisiones, decía una cosa y no tenía falta de repetirla. Con la primera ya bastaba.
        
      Aunque hay una cosa clara, pa trabayar en la casería, en cualquier casería, y por mucho remango que tengas, ye fundamental la gente. Mi padre era la perfección pa los animales y la cuadra. Había casas que no quedaban tan bien preparadas como la cuadra que tenía. Él siempre pensó que para prosperar en la vida hay que tener les coses bien heches.
    
        Siempre laborando, a las seis de la mañana en pie y dejar todo lo de casa fecho, pa d'ir a pañar dos carros de panoyes y meteles pa la bodega. Comer y d'ir pa la tierra, porque eso de echar la siesta ye un invento de ahora, nuevo. Cuando nací yo, la casería era de los amos y fue mi padre y mi madre quienes la fueron comprando poco a poco a los sobrinos de D. Manuel Nieto De la Fuente. Después de heredar todo aquel patrimonio de aquel gran paisano, se deshicieron de ello en nada. 

       Pero esa compra fue hecha a base de sacrificio, ahorro y muchísimo trabayo. Mi madre vino a La Piedra en el año 1945 e  iba todos los días del año a Candás a vender. Primero con la paxa llena en la cabeza y colgando una o dos cestes de la mano, después ya se compró una xarré .

      Esto que cuento la gente joven no lo entienden. El mundo cambió, si dices que tan los centollos varaos en la Playa de San Pedro y mandes a la juventud d'ir buscalos,  pregúntente que si ya tan cocidos y abiertos pa comelos. 

      Los sacrificios de aquella gente fue tremendo. En esta, como en casi todes les caseríes, fízose perres a base de trabayar y de no gastar. Trabayar y trabayar, desde las 7 de la mañana, hasta las 11 de la noche, todos los días. 

        Pero que no se nos olvide a nadie, tuvieron muches menos coses que nosotros, pero fueron mucho más felices".

Moncho Viña, La Piedra.







Concha Miguel.





    Mi güela tuvo una vida dura, se tuvo que casar con el que había sido el marido de su hermana . Por los dos niños pequeños que habían quedado a su cargo, tras la muerte de aquella. La vida no le fue fácil. Ella combinó la agricultura, con el trabajar en casa y atender las vacas.

    Mi güelo, entre otras cosas, iba a cortar madera a los montes y era ella quien lo acompañaba y ayudaba. Recuerdo de haberme contado, que tras estar cogiendo rollas de madera, llegar a casa y ponerse de parto. Acostarse en la cama y mandar que viniera a asistirla con el parto la curiosa del pueblo.



Fuente: Gabriela Álvarez. De izquierda a 
derecha: margarita, Gabriela y Concha.



    Una vida dura y dedicada a la agricultura, siempre la recuerdo plantando en la tierra. Un día o dos a la semana bajaba con la goxa en la cabeza a Luanco, cruzando el monte de Ángel, para vender. Con los beneficios, tocaba traer lo que se necesitaba en casa para el día a día. Tiempo más tarde, ya le tocó ir con el carro de la plaza. 

    Era una grandísima vendedora, antes de llegar a la plaza ya lo tenía todo vendido. Iba por la calle cantando todo lo que llevaba en el carro. Conocía a todo el mundo y la gente a ella, pues era extremadamente amable y agradable, Garantizaba con ello la venta.

    Tengo un gran recuerdo de ella, cuando iba a Luanco, siempre me traía un pastel. Una bomba de nata. Esos recuerdos están llenos de un cariño especial, siempre trabajando. Hasta el final fue una apasionada de plantar todo lo que se podía: fabes, patatas, tomate, arbeyos, fresas...Alguna vez mi padre se incorporaba a aquella labor y plantaban juntos.

     Pese a lo que pudiera parecer, disfrutaba con aquel trabajo, de aquella vida dura. Ya cuando crecieron sus hijos, fue todo más llevadero. Aunque la vida no le regalo nada, llenándola de condicionantes, cuidando de la gente que tuvo alrededor: sus padres y una tía que estaba un poco ida de la cabeza, los hijos del primer matrimonio de mi abuelo y los cinco  hijos propios. 

    Concha, mi abuela, fue la persona más dulce y cariñosa que recuerdo. Grabada para siempre en mi memoria".


Gabriela Álvarez.






Maruja Artime Fernández, Anxelín.




     " Maruja Anxelín nació en Antromero en 1923. Fue la cuarta de siete hermanas: Marina, Paulina, Joaquina, Consuelo, Maruja, Covadonga y Benigna, aunque al final serían ocho, con la llegada de su prima Ángeles, criada como una más. Sus padres fueron José Artime el Salao y Josefa Fernández, Anxelín. De pequeña tuvo muchos problemas para arrancar a andar, arrastrándose por el suelo para poder moverse. Su padre la llevaba alguna vez a segar y cuando afilaba la gadaña con la piedra, ella movía el cuerpo bailando al compás de aquella música. Tal y como decía ella: "Aunque una vez que empecé a caminar ya no me paró ni Dios".



Fuente: Laudina Artime. Maruja, a la derecha.


      Se casó con José María y fueron a vivir a Albandi (Carreño), aunque por poco tiempo. Su marido enfermó del pulmón y tuvieron que vivir en Antromero, quedando viuda muy joven. Fue una trabajadora incansable: iba andando hasta Aboño a buscar carbón, a la fábrica de Ojeda en Candás, al ocle y trabajó en la fábrica de transformar el ocle que abrió su cuñado, Emilio El Lechugo, en Antromero.

    Muy trabajadora y apreciada. De la época en que trabajó en las conserveras, le tocó alguna vez ir con su hermana Joaquina hasta Galicia a preparar el bacalao y aparte del sueldo, les correspondía uno o dos bacalaos por cabeza como paga extra. Después de cerrar aquella fábrica, se dedicó al ocle y a la tierra.

     Como comercial no tenía precio, era capaz de vender de todo y a todo el mundo. Conocedores de aquella habilidad los dueños de la gijonesa fábrica de ropa "Tritón", la contrataron para vender sus productos a plazos. Ella vendía cupones que la gente cambiaba por ropa en aquellos almacenes.

    Siempre estaba ahí cuando se la necesitaba, ayudando a los que menos tenían, haciendo muchas obras de caridad. Dejando dinero que ella casi no tenía, ropa... había que hacerle un monumento por todo lo que ayudó a la gente.

   Nunca perdía  el buen humor, aunque cuando se enfadaba podía meter miedo. Todo el mundo la conocía por Marujina, grandes, pequeños, jóvenes y vieyos.... Donde estaba ella, estaba la alegría. Durante muchos años colaboró con las asociaciones de Antromero, vendiendo lotería y rifas, ayudando en espichas y fiestas y todo lo que hiciera falta.

    Cuando nos dejó, llevó con ella la alegría, ya nada fue igual".


Ángeles García.

        


    
José Artime, el Salao y Josefa Fernández, Anxelín.




     José el Salao, vino a este mundo en 1894, siendo el primero de ocho hermanos nacidos del matrimonio formado por María La Granda y José El Salao. Su madre fue una mujer de carácter muy fuerte, endurecido más aun por las duras condiciones de vida en aquella época, compensándolo su marido, más amable y familiar que ella.

       Aprendió a leer y también a dibujar su firma, con aquella formación uno ya estaba preparado para todo lo que se le pusiera por delante. Vivió en primera persona la Guerra del Rif con Marruecos, en los casi cuatro años que duró su servicio militar. Aquella experiencia le marcó, pues detallaba a quien le quisiera escuchar sus vivencias y contactos con los moros.

       Se casa con Josefa Fernández de Casa Anxelín y tienen siete hijas, junto algún percance en forma de aborto. Años después se incorpora a la unidad familiar su sobrina Ángeles García, criada como la octava hija, tal y como le gustaba recordar.

       La frustración por no tener un hijo varón se ve recompensada con creces con el comportamiento y devoción de aquellas ocho mujercitas, quienes respetan y veneran a José. Hombre con gran capacidad de trabajo, dominó como otros muchos las habilidades manuales, haciendo de carpintero, zapatero, albañil y cualquier otro oficio, sin problema alguno.

    Hombre de carácter, en ocasiones de comportamiento rudo, ganaba en las distancias cortas. Trabajaba en la cantera de Perlora, e iba y venía todos los días andando con la barra de picar la piedra al hombro. Cuando llegaba continuaba paleando la tierra hasta el oscurecer, pero después de tomar la media botella de vino en el chigre. Fue también a la mar pero siempre a la costera del bonito por el verano, así entraban y salían en el día.

     Nunca aprendió a nadar y en una ocasión salieron a pescar en el bote, su hermano Antón, su padre José y él. Ya estando en faena, la lancha se fue a pique, se cogieron todos a una madera que quedó flotando a la espera del milagro de que los fueran a buscar. Con el paso del tiempo tanto su padre como Antón iban perdiendo fuerza y se soltaban de la tabla, él con una mano los recuperaba mientras se sujetaba con la otra, pues si se soltaba se ahogaba. Cuando llegó una lancha a socorrerles, pidió que subieran a los dos antes que a él mismo, y cuando lo hicieron lo subieron con la tabla y todo incapaces de separarlo de ella. Pese a ser bajo de estatura, tenía una fuerza increíble.



José el Salao y Josefa Anxelín.


        Su vida laboral acaba en la factoría de UNINSA, aunque nunca dejó de trabajar en casa, hasta que las fuerzas se lo permitieron. Era también muy aficionado a la pesca en el pedreo. Bajaba con la cañavera y una cesta de mimbre que él mismo hacía, y las alpargatas de esparto, a las que antes les había preparado una suela de caucho para no estropearlas, al Sombrao y el Cuerno. Traía una cantidad hoy impensable de mandiatas.

        En su madurez, para su satisfacción, se celebraba por todo lo alto su santo, con invitados de todo tipo y algunos domingos eran sus nietos quienes lo acompañaban en la comida. Aquel menú se basaba en sopa de fideos y garbanzos, todo un clásico en las casas del pueblo. Ante la queja de que la sopa estaba caliente, era el encargado de enfriarla echando un pequeño chorro de vino tinto y visto los efectos que provocaba entre ellos, siempre pedían que siguiera enfriándola. Los garbanzos casi no se tocaban, por aquellas caras de ojos vidriosos, sonrisas bobaliconas y mejillas sonrosadas. 

        Su lema, aunque nunca lo dijera, y como tantos de nuestros vecinos era "la familia y los suyos por encima de todas las cosas".

        Josefa Anxelín nació del matrimonio formado por Joaquina y José Manuel, en el año 1895, junto con otros cinco hermanos: José Manuel, Rafael el Roxo, Secunda, Silvestre y Álvaro. Su  adolescencia estuvo marcada por el grave accidente que tuvo su madre, cuando yendo a buscar arena de fregar al pedreo de Gargantera, le cayó una piedra encima, dejándola invalida y postrada en la cama hasta el día de su muerte. Mujer de extrema bondad, incapaz de hacer daño a nadie. Era un referente para la familia, por su forma de ser y estar. 

    Trabajadora y luchadora, junto a su marido José hicieron una unidad familiar envidiable. Protectora de todos aquellos que le pedían consejo y cobijo. Fue una de las pioneras en poner inyecciones por todo el pueblo. Así fue que en una pandemia del pulmón que asoló de muertos a muchísimas familias no dudo en ningún momento en presentarse voluntaria para poner aquellas inyecciones a quienes lo necesitaban, a riesgo de caer infectada y con ella toda su familia. Su sentido de ayuda social sería impensable hoy en día.

       Aprendió a leer de mayor, aunque nunca supo escribir, firmando con su huella dactilar. Y cuando la televisión era la dueña de las casas y marcaba las tertulias familiares, ella sentada en la cocina, leía y releía todo lo que caía en sus manos, ajena a la caja tonta.

    En el trabajo que hacía en la cuadra atendiendo a las gallinas, conejos,..etc. así como en las labores de la tierra buscaba la perfección. Aunque si pudiera definirla con una sola palabra, diría que era ante todo, una mujer respetada y buena por encima de todas las cosas.

Mari Artime, Anxelín.






Jesús González Braña, de Capacha y Ángeles García Heres.




   " Jesús González Braña, nació un 19 de diciembre de 1923, fruto del matrimonio de Rafael González y Donata Braña. Se casó con Ángeles García Heres, con fecha de 16 de agosto de 1952 y cuyos padres fueron Manuel García y Socorro Heres. De aquella unión nacieron sus tres hijas: Amparo, Ángeles y Carmen.

      El recuerdo más profundo que nos dejó mi padre fue el de una persona muy cariñosa. Le gustaba mucho viajar y sobre todo era muy hábil  en múltiples actividades. La mecánica era su pasión, arreglando motos y coches.

      Aquellos conocimientos no pasaban desapercibidos para vecinos y amigos, quienes frecuentemente recurrían a él para reparar y consultar dudas vinculadas al mundo del motor.

      Fruto de su inquietud, siendo sus hijas pequeñas, marchó a Madrid a formarse de instalador de calentadores de gas. En aquella promoción consiguió el número dos a nivel nacional, para sorpresa de sus compañeros, de formación académica universitaria.

    Sacó el carnet por libre, siendo uno de los primeros del pueblo que lo tuvo. Para ello, hizo una plataforma con una palanca de cambio y pedales, para practicar los cambios de las marchas. En agosto de 1960, viajó hasta París con su primo Manolo Balsera, en una furgoneta DKV, recorriendo los dos matrimonios durante un mes el norte de España y Francia. Esta peripecia denota la personalidad de ellos, en una época donde salir de la provincia era una aventura, se emplazaron a conocer mundo a través de un medio, que aunque hoy muy popular, entonces era un privilegio que muy pocos podían disfrutar.



Fuente: Carmen González. La furgoneta DKV, vital para aquella
aventura viajera.



Fuente: Carmen González. París a sus pies. De derecha a izquierda: Jesús 
González, Ángeles Garcia, María Teresa Conde y Manuel Quirós.





    Su vida laboral comienza en la fábrica de harinas de La Fedionda. Después ya fue para ENSIDESA, donde desempeñó labores propias de su cualificación. En alguna de las nuevas instalaciones de la siderurgia los ingenieros responsables de la misma recurrían a su apoyo y conocimiento en el gas y electricidad. Mi padre traía los enormes planos de aquella obra, todos en inglés. Para solventar la dificultad del idioma  recurría a la traducción que le daba nuestro vecino José Sirgo, profesor de la Escuela Náutica de Gijón y así recabar la información necesaria.

     Hombre de gran iniciativa y empuje, no se achicaba por nada ni nadie. Su cabeza estaba llena de proyectos vanguardistas, avanzados a los tiempos en los que le tocó vivir. El viajar, conocer mundo, abre la mente y las expectativas vitales de cualquier ser humano. Por fortuna para ellos, mis padres fueron viajeros empedernidos.

    Su capacidad y habilidad le hizo dominar prácticamente todos los ámbitos laborales. En casa nunca entró nadie a reparar nada, para eso estaba mi padre, Jesús de Capacha".

Carmen González.







Concha Antón de Menéndez.




    "Concepción Menéndez Artime, Concha Antón de Menéndez, hija de José Antón de Menéndez y Manuela Sampedrín nace el 24 de mayo de 1924. Se casa en la iglesia de Bocines con Luis y tienen cuatro hijos: Lita, Toña, Manel Y José. Muchas veces reconoce haber tenido mucha suerte porque siempre fue muy feliz.




Fuente: Conchi. Concha y Luis, el día de su boda.




    Si algo la distingue es su carácter extrovertido, sus muchas ganas de hablar, le encanta contar historias de su pueblo, sus vecinos y su familia.

     Ella dirá de si misma que es muy mala comedora, recordando cómo cuando iba a comer a casa de las primas se avisaban: ¡Viene Concha!, ¡A ver que le damos!. Nada que el arroz con leche o una marañuela no pudieran arreglar.

    También recordará dormir mal desde siempre; y como ella y su tía Feliciana hablaban durante la noche hasta que su otra tía, Ramona, las invitaba a dormir en la tenada o callarse.

    En más de una ocasión dijo: "calla corazón qué tiempos mejores vendrán...", siempre hacia delante como la persona positiva, decidida y práctica que demuestra ser".

Conchi.






Los yernos de Casa Bolla.



   " De los ocho hijos que tuvieron Generosa y Celesto Bolla, cinco fueron mujeres, María, Pacita, Oliva, Ángela y Josefina. Los varones fueron Marcelo, Avelino y Celestino.

    La familia Bolla creció en Antromero, ya que Avelino, Pacita, Oliva. Ángela y Josefina se casaron y vivieron en Antromero. Los yernos de Casa Bolla, fueron Andrés, Moisés, Tino y Manolo. En la fotografía que ilustra estas líneas, aparecen "los cuatro yernos", tal parecen sacados de la película "El Padrino".



Fuente: Celesto Hevia. Los yernos de Casa Bolla.




    Andrés fue el marido de Pacita, vino de Candás, hijo de Ángela la Madrileña, de la familia "El Tercero" y era un curiosu. Aunque le  costaba utilizar el metro y la escuadra, en casa hacía de todo y tuvo una etapa donde su pasatiempo era hacer maquetas de hórreos y paneras, por lo que la familia más cercana le pusieron el mote de "Panera". De chiquillo alguna vez fue de pinche con Sergio La Flor, y ya casado pretendió empezar la vida laboral en la mar,..., fue un día y pasó tanto miedo que no volvió, recuerda Pacita. Luego estuvo en La Fedionda y posteriormente en ENSIDESA, aunque no puede decirse que hiciera gran carrera en la siderurgia.

     El de Oliva era Moises, gallego de La Estrada, Pontevedra. Era picapedrero, o cantero, aunque probablemente le defina mejor la expresión "artista de la piedra", un profesional de gran prestigio. Eso si, como artista, no siempre le venía la inspiración, por lo que al final el rendimiento de la obra no era siempre óptimo. Persona discreta, tranquila y educada, era un buen contrapunto en casa Bolla. Fue el único de los cuatro yernos que sacó el carnet de conducir y tuvo coche, todo ello con más de 50 años.

    Tino procedía de Candás, de los del Carbayu y se casó con la belleza de la familia, Ángela. Como Ángela ya vivía con Aurelio y María la Pialora que no tenían hijos, Tino y Ángela vivieron con Aurelio y María en el barrio de La Peruyal, en casa La Pialora. Pero este fue un matrimonio sin suerte, ya que Ángela murió muy joven. Pero la bondad y generosidad de Tino no lo permitió volver con su familia a Candás y dejar aquellos viejos solos, así que se quedó y murió en Antromero. Aquí siempre tuvo dos tres vaques que atendía junto al trabajo de FEVE. La visita al Cañaveral después de catar era obligada y aprovechaba la bajada  para llevar la lata de la leche a María Artime y Doña Ana. En el Cañaveral coincidía con Tamón y alguna vez volver a la Peruyal se les volvía complicao.

    La más joven de las hermanas, Josefina, trajo para Antromero a Manolo, natural de Albandi. Los comienzos de este matrimonio no fueron fáciles, como muchos de la época. Primero tuvieron que ir de prestao a Casa de Oliva y Moisés. Cuando ya tuvieron casa, no tenían mesa, así que había que planchar en el suelo. Y el colchón y la cubierta,..., gracias a les 500 pesetes en que se lo dejó  "una muyerina" de Candás, viendo el estado de necesidad del comprador. A la "muyerina" no le faltan flores de Antromero el día de los difuntos. Manolo era electricista, trabajó toda la vida en Hidroeléctrica, ayudaba en Casa Bolla y en Casa La Pialora y segó el último maraño a los ochenta y nueve años, la vida entera trabajando, lo mismo  que los de ahora. Por si eso fuera poco, no se le ocurrió otra cosa que aceptar ser alcalde pedáneo. Probablemente fuera Kiko el Catalán quién empezó a llamarle "alcalde" y no se recuerda que volviera a llamarle Manolo".

Celesto Hevia.







Maruja Uría Rodríguez (Maruja Corujedo). 1926-2020.





      "Nació en la Casa de Corujedo de Condres, hija única, algo muy extraño para aquella época. Dedicó toda su vida al campo, desde muy pequeña ayudaba en todas las tareas que la tierra y el ganado requerían, hecho que le hizo ir poco al colegio, pero no por ello dejó de aprender a escribir y leer, cosa que le gustaba mucho. 

       Se casó con apenas 23 años y fruto de ese matrimonio surgieron sus cuatro hijos, María Dolores y María Isabel (gemelas), Covadonga y por último José Ramón (Monchu), el único que siguió con la tradición familiar de la ganadería.

     Pronto quedó viuda, con tan solo 52 años, suceso repentino que marcaría el resto de su vida, pero que no hizo que se le quitase esa sonrisa que siempre tenía en la cara. Mama, como era conocida por sus nietos y bisnietos, siempre tuvo, mientras vivió las puertas de la Casa Corujedo abiertas para todo aquel que lo necesitó, nunca discutió  ni tenía una mala palabra con nadie. Siempre dispuesta a ayudar a todo el mundo.


Fuente: José Ramón Heres. Maruja Corujedo.


    Era muy creyente, rezaba todos los días el rosario y acudía a misa siempre que la había. También entierros, cabos de año no faltaba a ninguno siempre que alguien de casa pudiera llevarla, ya que Maruja no tenía carnet. Algo de lo que siempre estuvo arrepentida, el no haber sacado el carnet de conducir para no depender de nadie.

     Le encantaban las reuniones familiares, siempre estaba pendiente de todos sin esperar nada a cambio. Murió en familia, en pleno confinamiento por la pandemia, hecho este, que impidió que tuviera la despedida que Maruja se merecía. Aún sigue muy presente en el corazón de toda la familia. 

    Una mujer que lo fue todo en esta vida, mujer, madre, abuela, trabajadora incansable y que fue el pilar de toda la familia Corujedo".


José Ramón Heres.


        




Manuel García Gutiérrez y Ramona Artime.




   " Mi güelo Manuel  era de Casa Miterio, fue hijo único del primer matrimonio de su padre. Quedó huérfano de madre muy joven, casándose después su padre con la hermana de la mujer. De este último matrimonio nacieron tres hijos, Olvido, Laureano y uno que murió. Así que de estar solo , le llegaron tres hermanastros.

    Se casó con Ramona, que era de la familia de Casa Balsera. Desde el primer momento vivieron en La Flor de Antromero. Tuvieron cinco hijos, Amparo, Concha, Donata, Maruja y Manolo.



Fuente: Laudina Artime. Manuel Miterio, Ramona 
Julián y su primogénita, Amparo.




    La vida de aquella gente, de todos en general fue muy difícil y dura. Manuel, mi güelo, anduvo navegando muchos años, en barcos que hacían la ruta a Bilbao, Barcelona...y siempre de fogonero, el peor trabayo de a bordo. Después de  uno de aquellos viajes apareció en casa con una barrica de vino, cuando la necesitaron y la fueron a buscar, Manuel ya había dado buena cuenta de ella.

    Al llegar la guerra él desembarcó, por el peligro que tenía estar a bordo, trabajando en la Sierra de Fermín de Candás. Por quien sabe que, lo detuvieron y tuvo un juicio, estando apunto de ser condenado a muerte. En la postguerra estuvo encarcelado en el Coto (Gijón), Burgos y Santander. De aquella experiencia trajo una talla hecha en hueso de una especie de avión hecho por un jesuita y que aun conservo.
    
    Tras salir de la cárcel, pudo empezar a trabajar en la sierra de Carlos, el Juez. Allí se retiró y ya vino a dar voces a casa. La vida de un jubilado de entonces, no es como la de ahora. Había que seguir trabayando con el ganao y la tierra. En casa había tres vaques, un gocho pa matar, gallines, conejos y había que atenderlo. 

    En casa, mi güela Ramona y la su fía Concha cogíen el tren hasta El Musel, en Gijón  y allí compraben, pa despues venderlo. Andaben estraperlando y un día que estaben en plena función levantose un temporal tremendo, soltando amarres uno de aquellos barcos que estaban en el puerto, subiendolo a la carretera. Vinieron pa casa asustadísimas.
    
    Manuel tenía un carácter muy tranquilo, pero a veces no lo parecía porque la forma de hablar de él era dando voces, y la gente que no lo conocía pensaben que estaba riñendo. Ramona era muy suave y calmada, pero cuando sacaba el genio, lo mejor que te podía pasar era no estar cerca de ella.

    Aquella gente pueden hablar de lo que era el trabayar duro y pasar necesidades. Era gente de la que tenemos que aprender mucho y nunca olvidar por lo que pasaron".

Laudina Artime.







José Vega Rodríguez, Tamón y Evangelina Muñiz Menéndez, Gelia.




    "Mi padre; José Vega Rodríguez era natural de Tamón (Carreño), por ese motivo le conocía todo el mundo como Tamón. Vino a trabajar de criao a Casa Xardín y allí conoció a mi madre Evangelina Muñíz, o Gelia, que era como la llamaban.  Se casaron en el año1932 y de aquel matrimonio nací yo, Ángeles Vega Muñiz. 

    Mi güelo  de Casa Xardín, era capataz de carreteras y tenía mucho trabajo por los sitios donde había obra y como no podía atender la casería hubo que contratar a alguien que lo hiciera por él. Así apareció mi padre por Antromero.



Fuente: Ángeles Vega. De izquierda a derecha: Tamón, Gelia, 
Ángeles y Evaristo.



    Años más tarde fue a la mar, a la costera del bocarte, al manxío, con lanchas de Candás, pero no por mucho tiempo. Cuando dejó esto, ya empezaría a trabajar, como mucha gente del pueblo en la Sierra de Fermín, en Candás. Allí estuvo hasta que se retiró y aunque era de profesión carpintero, le tocó hacer de todo un poco, porque era muy curioso.

    En casa atendía el ganao, una vaquina, un gochín , un xato pa vender...y también lo que se plantaba en la tierra, que era de todo un poco. También hacía cestes de blima, que regalaba a la gente que se les pedía. Todavía después de tanto tiempo conservo alguna de las que hizo.

    Cuando me casé, y con les perres que sobraron de la boda, mi marido Evaristo y yo, decidimos comprar un radio. Mi padre nos convenció que mejor invirtiéramos en un xato eses perres y que al año lo vendiéramos y así lo hicimos. El xato morrió y les perres fueron con él. Tuvimos que comprar la radio a plazos a Genaro, el de la luz, y no se cuantos meses estuvimos pagando el aparato.

    Mi padre tenía muy buen carácter, era muy buena gente y todo el mundo lo apreciaba. Muy bueno, nunca se enfadaba, pero sobre todo tenía muchísimo sentido del humor, era muy simpático. Mi madre, Gelia, era también muy buena gente. Iba a sallar a la llosa de La Piedra y Rosario (de La Piedra), siempre quería que fuera ella, pues después del trabajo, mi madre cantaba y bailaba el charlestón , que en aquellos años estaba de moda. Ella cantaba mucho, era muy alegre.

    Doy gracias a Dios, por todo lo que hicieron por mi, nunca me faltó de nada".

Ángeles Vega.






Marcelo Muñiz García, Sierra y Sara Artime García.




        
     " Hablar de mi padre, Marcelo Sierra, es hablar de una persona que tenía todo el día la cabeza en funcionamiento. Un hombre de muchas ideas y muy hábil para soluciones prácticas. Se casó con Sara Artime García y tuvieron cuatro hijos: Perfecto, Socorro, Jesús y Belarmino. Mi hermano Belarmino lo mató un  rayo cuando tenía solo 12 años. Aquello fue una tremenda desgracia para mis padres.



Fuente: Milagros Fernández. A la derecha Marcelo Muñiz, Sierra
y a su lado Sara Artime. En la boda de su hijo, Perfecto.



    Siempre le gustaron mucho los negocios, pero no cualquier negocio. Los dos tuvieron durante muchos años chigre- tienda en el Cañaveral y una bolera en su parte de atrás. Estaba entre la casa de Falón de Santa y de mi padre. Era una bolera asturiana, allí vino mucha gente a jugar, sobre todo los fines de semana, donde mi padre organizaba torneos y competiciones.



Fuente: Amapola Sirgo. Bolera de Marcelo Sierra.



       De aquella iniciativa que siempre tuvo, organizaba algún año en los praos de  al lado del Hotel San Pedro, las fiestas de San Pedro, cuando fallaba la comisión o porque aquellos días llovía mucho. Y hacía el tiro al gallo, que tenía mucho éxito. Metía un gallo en una caja de cartón, asomando solo la cabeza  y la ponían a unos metros de distancia y con una escopeta le disparaban. El que acertaba quedaba con el animal. Si el tirador tenía o creía que le había dado iban hasta la caja y miraban. Un año uno de aquellos paisanos reclamó que había matado al gallo y cuando fueron mirar la caja, salió volando tan rápido que no lo pudieron garrar.

    Trabajó durante un tiempo en Aboño, en el carbón. Abrió un arenero en lo de Miterio, al lado de la carretera general para extraer y vender arena para la construcción. Después de unos años empezó a fallar la arena y tuvo que dejarlo. Al principio daba mucho pero desapareció la arena y era casi todo tierra.

    Con el bar abierto, empezó a trabajar en la fábrica de Albo, en Candás, allí estuvo hasta que se jubiló. Pero la cabeza nunca la tuvo jubilada. Puso un chiringuito en la playa de San Pedro, según entras en ella a mano izquierda y lo tuvo hasta mitad de los años 60, que ya lo cogió Maruja Rionda y después su hermana Argenta y El Cubano.



Fuente: Amapola Sirgo. Chigre de Marcelo Sierra. Una de las
celebraciones de San Pedro. Años 50.



    Nunca tuvieron ganao, pero siempre plantaron de todo un poco detrás de casa. Llegó a plantar hasta trigo, y me acuerdo que cuando estaba ya crecido y para espantar los gorriones, me mandaba de guaje poner la cabecera de un caballo que tenía con cascabeles: "Pon la collera y echa a correr  pa espantar los pájaros del trigo".

   Tuvo también barracas para montar por las romerías , donde vendía comida y bebida, las puso en Antromero, Bocines, Perlora, San Jorge...

     Crió caracoles y también cultivó setas en el sótano, llegando a semar también lo que nunca se vio por aquí, cacahuetes. El le gustaba mucho experimentar, buscar cosas nuevas... pero a la hora de trabayar ya buscaba también que lo hiciera otro.
   
    Aquella mente siempre estuvo funcionando. Una vez en la cocina de casa había tanta gente que casi no se cogía y al día siguiente sacó la mesa que había e hizo una plegable con bisagras sujeta a la pared. Ese era mi padre, todo el día pensando.

    Mi madre era el perfecto complemento para él. Muy buena gente, aunque le gustaba mucho la pandorrada, no perdía fiesta. No había nadie con más animo que ella. Nunca me puso la mano encima.

    Marcelo era más recto, no perdonaba una, alguna que otra vez me cayó alguna morrada de él, pero eso si, siempre merecida.

    Si viviera en estos años, mi padre estoy seguro, tendría un programa de televisión propio. Nunca conocí a nadie con aquel arranque para pensar y pensar".

Perfecto Muñiz.







Adela Esther Fernández Fernández.




    "Resulta muy difícil escribir sobre una persona con la que he vivido la mayor parte de mi vida e intentar ser objetiva. En Antromero hubo y hay muchas mujeres que han trabajado y colaborado con la economía familiar, tanto como los hombres, pero que apenas se conoce su historia. Infinidad de mujeres sobre las que debemos y podemos escribir, que han sido luchadoras y han sacado adelante familias numerosas, trabajando sin descanso en la casa, en la tierra, en el ocle, en las fábricas de la comarca...

    Fui una hija muy deseada y muy querida por mis padres, quienes daban su vida por mi. Incluso ahora en mi soledad y aunque han pasado 18 años del fallecimiento de mi madre, cada segundo de mi vida la recuerdo. Necesito su compañía  y cuando me encuentro triste y deprimida clamo por mi madre, porque los hijos somos muy egoístas y nos damos cuenta de ello cuando ya somos padres.

    Mi madre nació el 7 de noviembre de 1925, siendo la primera hija de un matrimonio joven, de 24 años que llegaron a formar una familia de cuatro hijos, dos chicas y dos chicos, en tan solo ocho años. Le pusieron de nombre Adela Esther Fernández Fernández, hija de Ramona Llaranes, que en realidad era natural de Truyés, concejo de Corvera de Asturias y de Manuel El Tercero. Fue bautizada en la iglesia de la parroquia de San Martín de Bocines, que en aquellos tiempos todas las personas recibían todos los sacramentos religiosos.



Fuente: María del Rosario Muñiz.
Manuel el Tercero.



Fuente: María del Rosario Muñiz.
Ramona Llaranes (1918).




    Sus padres en un principio vivieron con una hermana por parte de Manuel ( Carmen Fernández), durante un tiempo y que ya estaba casada con una prole de cinco hijos. Allí estuvieron hasta que pudieron alquilar la casa que mi madre decía que era la del palomar y cuya propietaria era Teresa La Mata. Tiempo después ya tomaron en alquiler la de José Antón de Menéndez, en ese intervalo tuvieron tres hijos. A finales de la década de los 20 lograron comprar la casa de Donato el Tuertu, que es la casa actual, lugar donde nacería el último de los hermanos.

    Lo primero que sus padres hicieron cuando tuvieron posibilidades de juntar un poco de dinero fue comprar un terreno en La Ería. Con ello se garantizaban poder cosechar, sacar adelante sus hijos y esquivar el hambre. Todo ello lo hicieron como gran parte de los vecinos de este pueblo con gran esfuerzo y sacrificio.

    Su padre, Manuel, era muy cariñoso y niñero con los hijos. Su madre, al menos con ella, era muy fría, distante y poco afectiva. Esther al ser la mayor, cargaba con todo el trabajo desde bien niña, cuidando también de sus hermanos. Un día su madre fue a lavar al río, dejándola con seis años, al cuidado de dos hermanos que tenían sarampión. Su madre le avisó que no podía dejar que se mojaran, que era muy malo. Ella no pudo con los dos y se metieron en un caldero con agua y se frotaron con azulete. Cuando su madre volvió , la paliza que le dio le dejó tonta para mucho tiempo.

    Tendría algo más de siete años cuando iba a nacer su último hermano y entonces ya sabía tejer a dos agujas y hacer ganchillo, así que su padre le trajo lo que ella quería : unas agujas de coser y un ovillo de lana para hacerle una chaqueta para el recién nacido. Pero ella acababa la lana en el día y como no tenía más dinero para comprar más, la pobre como Penélope, tejía y destejía cada día la misma chaqueta.

     Fue a la escuela que estaba en la propiedad de Teresa La Mata. Iba poco, solo hasta saber el catecismo para hacer la primera comunión. Llego a saber las cuatro reglas y hacer algún problema, pero me contaba que memorizar lo leído, para ella resultaba imposible. Tuvo de compañera de pupitre a Consuelo Artime, de Casa Anxelín, que según ella era tan inteligente que todo lo que leía era capaz de repetirlo porque memorizaba muy bien, era muy lista.

    Siempre fue muy voluntariosa y bien mandada para trabajar tanto en casa como en la tierra. Sus padre habían comprado unos terrenos, dos vacas, un burro, un cerdo, gallinas, etc. lo que bien se pudiera juntar en aquellos tiempos una familia muy, muy trabajadora.

    Entonces las tierras por falta de abono, daban poca cosecha. Esto suponía que desde muy pequeña le tocaba estar todo el día trabajando en la tierra propia o por andechas. También algún invierno, siendo aun muy niña  fue a coser, pasando noches enteras zurciendo o remendando. Aquellos pantalones de todos los de la casa tenían unos remiendos espectaculares. Todo hecho a mano, aunque suspirara por una maquina de coser.

     Siempre fue de comer mucho y de todo, además de gran cantidad. En casa nos reíamos cuando lo contaba , pues la leche no la probaba, ni tan siquiera cuando fue mayor. Aunque el arroz con leche no lo perdonaba. Comía por dos, pero trabajaba por tres. Un día siendo adolescente, su madre hizo arroz con leche por la noche, poniéndose a comer con muchas ganas. Cuando parecía estar llena le preguntó a a su madre que si lo que sobró lo podía comer al día siguiente. Su madre con buen criterio le dijo que igual sus hermanos podían querer también y ante tal tesitura comió la fuente entera, sin dejar ni un grano.




Fuente: María del Rosario Muñiz. 
Collage de Esther.


    Eran niños, pero no tenían Reyes , ni regalos. Aunque Esther tuvo suerte de tener una muñeca, solo una, que se la había traído su madrina de Avilés. La recibió con tanta alegría y tanto gusto que se le ocurrió bañarla. Y se le quedó entre los dedos, pues la muñeca era de cartón y se le deshizo en el agua.

    Como para todas las mujeres de su época el luto era casi para siempre. En el año 49, falleció la única hermana que tenía, muriéndose en quince días de una meningitis con tan solo 16 años. En junio de ese mismo año se casó con mi padre y mi abuela prohibió la celebración festiva de la boda. Mis padres hicieron la foto en Gijón y luego fueron un día a Covadonga. Con el dinero que les sobró compraron unas alpargatas para mi padre para ir a la costera del bonito.


Fuente: María del Rosario Muñiz.
Marujina Llaranes, hermana fallecida de Esther.



    Era una mujer muy trabajadora y con iniciativa. Yo nací el 4 de mayo de 1950 y ese mismo día ella había estado por la mañana en el río El Pielgo lavando, dejando la ropa en lejía . El resto del día estuvo en la tierra y al llegar al anochecer fue a sacar la ropa de la mañana, cuando llegó a  casa se puso de parto y tal y como se hacía se fue a Candás a buscar la comadrona, señora que se llamada Angelina.

    Entre los años 1966 y 1968, las casas que estaban próximas a la carretera disponían de agua, pero en la parte de La Flor hacia arriba no había agua, ni alcantarillado. Los vecinos decidieron hacer una zanja entre todos para tratar de meter la conducción de aquel. Los hombres serían los encargados de hacer aquel trabajo, pero Esther tenía a su marido en el mar. Entonces ella no quería que nadie le reprochara nada, cogió un pico y como un varón más se puso a picar.

    Se puede decir que vivía para trabajar y lo hizo hasta los 72 años mas o menos. Los domingos era su momento más feliz al estar en el huerto alrededor de casa o viendo las plantas crecer. Se volvía loca por las hortensias y se pasaba la vida metiéndoles clavos de hierro y nunca se volvieron azules, siempre eran rosas.

      De ella puedo decir que era muy trabajadora, respetuosa, buena persona, callada, nunca entraba en críticas, ni en muchas conversaciones. Prefería callar, antes de replicar. Desde luego, adoraba  a la familia, por la que siempre luchó para sacarla adelante. Siempre procuró hacer el bien.

    Ellos han luchado por darme todo lo que no pudieron tener. Les agradezco por quererme como lo hicieron y creo que me siguen queriendo si es que hay algo más allá. Yo los querré siempre y estaré agradeciéndoles todo mientras viva. Lucharon sin descanso para darme preparación, la mejor educación, inculcando en mi muchos valores. Descansen en paz.

    Esther fallece a las 8 de la mañana de un jueves 12 de enero de 2005. Manuel Menéndez, mi padre lo hizo un 9 de marzo de 2018".

María del Rosario Muñiz.






 Alfredo Menéndez Medina, Rionda.





       "Alfredo Menéndez Medina, más popularmente conocido como Alfredo Rionda, nació un doce de marzo de 1894, del matrimonio formado por Ramón y María. Se casó con Balbina García y de esa unión se gestaron 18 embarazos, de los que sobrevivieron tan solo siete: Manuel, Aurelio, Florentino, María, Argentina, Ramona y Ludivina.

     Su iniciativa le lleva a abrir una taberna en la década de los años 20 del siglo pasado. Fue popularmente conocida como "El Chinito". Junto a ella y bajo techo hizo una bolera tradicional asturiana, aquella novedad de poder jugar sin preocuparse de las inclemencias del tiempo le supuso un notable incremento de clientes y aficionados.



Fuente: Marijose Menéndez. Alfredo Menéndez, Rionda.



    Los periódicos de tirada regional recogen un accidente de tráfico ocurrido delante de su chigre: "El día 18 de abril de 1926,  a las seis de la tarde del pasado domingo el automóvil con número de matricula 3494 al pasar por Antromero atropelló al salir del establecimiento de bebidas de D. Alfredo Rionda, al vecino de Candás, Ramón García Artime, casado y con dos hijos, no dándose cuenta de la presencia del auto. El desgraciado se encontraba en completo estado de embriaguez".

    Tras este periodo en el mundo hostelero, empezó a trabajar en la mina de Llumeres, donde finalmente se retiraría. Siempre cultivó en la tierra y llevaba a vender sus cosas en el carro del burro. Desplazándose hasta incluso a Gijón, donde eran habituales sus transacciones comerciales. El incremento de vehículos en las carreteras y la aparición de los semáforos, junto el desconocimiento e interpretación de los mismos fue motivo más que sobrado para evitar aquellos viajes a  tierras gijonesas.

    Su incansable espíritu comercial le llevó a vender los productos de la huerta, especialmente lechugas, con su carro a lugares más próximos, como fue la playa de San Pedro. Aprovechando el gran tirón de gente que en los años sesenta tenía nuestro arenal.

    Una expresión típica que solía usar y que fortalecía su gracejo con la gente era la de "chico". Así empezaba o remataba cualquier frase con aquella palabra, evitando llamar a  su interlocutor por el nombre.

    En su vejez, solía forzar su postura en posición de reposo, cruzando sus piernas y encogiendo el cuerpo. Algo muy característico de mucha gente de nuestro pueblo.

    Aquel útil de trabajo, el carro del burro, solía ser un objetivo muy habitual de las trastadas de la noche de San Juan, por parte de la chavalería. Junto a él, también portillas, tiestos, y las prendas olvidadas de los tendales, quienes solían aparecer a varios centenares de metros de su origen. Fartuco de que aquello se repitiera y formara parte de la costumbre, un año retó en el chigre en voz alta a que aquel año el carro no lo iban a mover. Alfredo esa noche durmió en la cuadra, dentro del carro y al día siguiente amanecieron juntos él y su vehículo en el río Pielgo. 

     En el entorno familiar fue una persona que no solía reflejar los sentimientos, que le costaba mucho transmitir muestras de cariño. Falleció en el año 1982, a la edad de 88 años, llenos de trabajo, sudor y lágrimas como gran parte de sus convecinos".

María José Menéndez.



      


"Las  personas solo mueren cuando se les olvida".



















    

        








        


2 comentarios:

  1. Alucinante, antromero, antromero no conozco ni la mitad madre mía 🤦👍

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  2. Me sorprende que no se haga ninguna mención directa a “MARIA ANTROMERO”, propietaria de un popularísimo comercio de ultramarinos en el casco antiguo de Aviles.

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Capítulo 85. Coses y casos de cases. Casa Norte. Parte III.

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