Capítulo 28. El milagro de la tierra. Sexta parte. Almacenes y preseos (aperos).

 


Horro de Toño La Capilla (Condres). Apoyado
en un pegollo un preseo para destarronar.




Capítulo 28.



El milagro de la tierra. Sexta parte.



Almacenes y preseos (aperos). 

 


 Los almacenes de abastecimiento.



"Esmemoriar nun ye fácil

siempre queden los solombres

de les mancadures:

Constatación del pasau,

fumosa partición

de nosotros mesmos".

Ricardo Candás.


                   Tratar de explicar a las nuevas generaciones, las estrecheces, carencias y falta de logística en la vida cotidiana de no hace tanto tiempo, es una labor que se nos antoja casi imposible. Ellos que son capaces de poner cualquier capricho a sus pies en cuestión de horas, tan solo con pulsar unas teclas del teléfono, hace que sea baladí cualquier intento de instrucción al respecto.

            En nuestro pueblo Antromero, solo nos consta la presencia de un almacén de productos agrícolas hasta la segunda década del pasado siglo XX. Es cierto, que para cosas muy básicas se podía recurrir a alguna de las tiendas de ultramarinos y varios  que hubo en esta zona.



Almacén de Manuela García, la Ruxa.



"La vida llena de humo.

Un tiempo engordado

por las densas nieblas

del pasado".

Carmen García Fernández.



                 Respecto al primer almacén de productos agro-ganaderos del que tenemos constancia en Antromero, fue regentado por el matrimonio de Manuel Muñiz y Manuela García La Ruxa. Tal lo recuerda nuestra vecina María del Rosario Muñiz: "Mis bisabuelos Manuel Muñiz y su esposa Manuela García tenían un almacén en el Alto del Monte, al inicio de la bajada del Aramar, donde vendían y almacenaban productos para la tierra". Ya habiendo quedado viuda la titular de aquel, sería un dramático suceso el que pondría  punto y final a aquel productivo negocio: "A mi bisabuela la asesinaron en el año 1913, cuando ni tan siquiera había nacido mi padre (1922)". Describiendo  el ocaso de aquel despacho: "A su muerte alguno de sus herederos recibió como parte el importante libro de fiado o deudas, pero los deudores siempre lo negaron". 




Casa Poquito. Negocio centenario.



"...nada del pasado está

irremediablemente perdido:

todo se almacena en él  

irrevocablemente". 

Viktor Frankl.



             Situado en el vecino barrio de Valparaiso fue  durante muchas décadas el almacén de referencia de esta parroquia. Su apertura se formaliza de la mano del emprendedor candasín Manuel Rodríguez, coincidiendo prácticamente con la desaparición del que existía en el Alto del Monte. Tal lo testimonia una de la partes activas del negocio, Carmen Poquito: "El almacén lo abrió mi güelo Manuel Rodríguez Prendes, que era natural de Candás. Y lo hizo en 1915 y en el negocio trabajamos casi toda la familia hasta su cierre".

            Su operatividad se basa como nos lo expuso nuestra declarante  en la familia, sin prácticamente contratación ajena a la misma: "Había temporadas como para la época del abono que se contrataba a algún obrero". El patriarca  Manuel y sus hijos José Ramón y Álvaro Rodríguez Fernández gestionarán aquel negocio. La prueba del pragmatismo aplicado y funcionalidad se manifiesta en la distribución del edificio: en el bajo estaba el comercio y el resto para la vivienda de la familia. Así lo recuerda Carmen: "Vivíamos todos en la misma casa. Mi tío Pepe se quedó viudo, sin hijos y vivió con nosotros. La casa tenía una buena distribución, pues había dos cocinas, una para cada matrimonio". 

            Reseñamos la figura de José Ramón, quien era el que dirigía la logística y estrategia de aquel almacén familiar: "Mi tío Pepe era quien llevaba el mando del negocio".



Fuente: Carmen Poquito. Pepe Poquito
y Carmen, en la boda de esta. Año 1966.

            

        Nuevamente recurrimos a nuestra declarante, quien  describe su experiencia y la variada gama de productos a la venta: "Hasta el año 1966, despaché en  el almacén, dejándolo con 19 años, cuando me casé. Teníamos un cuarto que llamábamos la oficina, donde había una mesa, con los libros de contabilidad, facturas y el cajón del dinero. Allí se vendía de todo un poco: fesorias, palas de dientes, palotes, palas llanas, madreñes, zapicos, focetes, piedras de afilar, guadañas, cestos, paxos... un montón de cosas"

            Algunos de sus proveedores, se gestionaban en ferias y eventos: "Iban mi tío y mi padre a la feria de San Miguel  y a la de San Antonio. Allí compraban al por mayor". Reseña la declarante la importante venta de piensos de todo tipo y la exclusividad de algunos productos: "Teníamos la exclusiva para la zona de la venta de patatas y maíz seleccionado. También teníamos la venta del jabón Chimbo. Vendíamos hasta conservas y el chocolate Kike". Respecto a un producto elemental y básico para el ganado de todo tipo, el pienso, detalla: "Había mucha variedad: salvao, tercerilla, maíz para las gallinas, para el arranque de los pollos. Cuando se compró un molino eléctrico, aumentó la oferta". 



Fuente: Carmen Poquito. De izquierda a derecha: Maruja Batimarañes,
Carmen, Manolo, Alvarín y Álvaro Poquito. La unidad familiar, base
y desarrollo del almacén.




             En aquellos tiempos, no había la extensa diversidad de productos y marcas actuales, se reducía normalmente a la mínima expresión. Por si hubiera alguna duda al respecto, recurrimos nuevamente a la voz de la experiencia de Carmen:" Ahora hay una gran variedad de  patatas para sembrar. Antes todo se reducía a dos: las del bilto (brote) roxo y las del bilto azul". Aclarando que en su proceso de compra :" Solo se podía comprar por sacos, nunca por kilos".

         Entre las ventas más significativas, durante su periodo en el negocio, estaban los potenciadores de las cosechas: "Se vendía mucho abono químico compuesto o normal y amoniaco". El amoniaco (NH3) es un importante aporte de nitrógeno para las plantas, mejorando notablemente su crecimiento y producción. Puede ser aplicado directamente al suelo o como complemento de otros fertilizantes. Para su uso, es necesario tener mucha precaución.

            Las facturas emitidas por todas las ventas son una evidencia de agradecimiento y respeto a la historia de la familia y sus ancestros: "Todas las facturas y recibos emitidos llevaban el membrete de Hijos de Manuel Rodríguez Prendes, mi güelo". La gratitud es el recuerdo que se guarda en el corazón.

           El despacho de productos al detalle o en pequeñas cantidades, se solía hacer en el mismo almacén. Cuando se trataba de mayor cuantía se repartía a domicilio: "Antes de que se repartiera en el camión, tuvimos dos furgonetas. Una la llamábamos La Guagua y la otra La Chufa". El motivo de este último apodo nos lo explica Carmen: "Lo de La Chufa se lo pusieron los guajes, porque cuando arrancaba hacía un ruido como chuf-chuf".

            Nuestro vecino Luis Servando rememora el uso de un transporte más popular y accesible: "Recuerdo ver a Álvaro padre y Pepe bajar mercancía con una carretilla al pueblo. A la vuelta ver a Álvaro con su enorme estatura y paciencia animar a sus hijos para que no se entretuvieran . Decía Carminina no te pares, Álvaro , Manolín no correr tanto. Era impresionante aquel hombre". Detallando que su relación con el almacén era para comprar sal gruesa para salar el pescado.


CAMINA CARMININA no Te Pares Alvarin Manolín no corras tanto al menos a mí me impresionaba . Ja ja ja
Visto por Luis Servando Pelaez Gutierrez a las 16:09
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Fuente: Carmen Poquito. Año 1966. Boda de Carmen y con ella
se pone punto y final a su actividad en el almacén. La continuidad 
estaba garantizada por el resto del clan familiar. De izquierda a derecha:
Manolo, Álvaro (padre), Carmen, Alfonso Galupo, Maruja Batimarañes y 
Alvarín Poquito.

            
            Tal y como vimos en su antecesor negocio de almacén en Antromero, el de Manuela García La Ruxa, funcionó la libreta de fiao. Aquella donde se apuntaban los débitos de los clientes y cuyo cobro se hacía sin interés añadido alguno. Así lo recuerda Carmen: "Desde que abrió mi abuelo hubo libreta de fiao. Hasta hace poco la tenía mi hermano y las deudas eran millonarias". Señalando una situación ya vivida por los herederos de La Ruxa: "Aquellas deudas nunca se cobraron".

            Tras casi un siglo, en el año 2011, con la retirada de Manolo Poquito, se pondrá punto y final a un negocio familiar vital para el desarrollo de las actividades agro-ganaderas de nuestro pueblo y comarca.

        




Los aperos pa trabayar.

 


 

¿Alcordaivos del progresu?

Llegó como siempre llega l'intrusu,

de llevita y puñu acharolao.

Chechu García.

 

 

  

            El hombre bajó de los arboles, orientó su futuro sobre el suelo y la combinación de la necesidad y supervivencia  fueron los factores determinantes   para iniciarse en un control básico y rudimentario de la agricultura. Distanciándose con ello  de aquellos otros animales que hasta no hacía tanto tiempo lo acompañaban en sus avatares diarios.

            Aunque esta teoría puede quedar en entredicho con las teorías divulgadas recientemente por la afamada revista Science. Quien publica un estudio de paleontólogos ingleses, quienes teorizan sobre  los antecesores del actual hombre moderno, estimando que convivieron durante mucho tiempo con otros primates  en los árboles.  Aunque ya eran bípedos y conocían los rudimentos de la agricultura.

            Sea como fuera, nos mantenemos en la presunción inicial de que uno de los elementos de desarrollo que distanció definitivamente al homínido de otras especies, compañeras de viaje en la traza histórica, fue la agricultura.



El poder andar sobre dos piernas, facilitó la posibilidad de crear herramientas.
Y con ello el desarrollo de nuevas técnicas de cultivo.



            En el Neolítico, hace ya más de 10.000 años, el  hombre usó sus manos y la creatividad innata para aprovechar  las posibilidades que la naturaleza le ofrecía. Recurrió inicialmente a las maderas y otros simples objetos para abrir la corteza del suelo que pisaba: leños,  piedras afiladas de sílex, huesos y arados muy primitivos hechos con ramas de arboles. Serían  los primeros rudimentos de la agricultura que hoy conocemos.

             Posteriormente la aparición de los metales mejoró ostensiblemente los rendimientos que aquel  trabayu exigía.  Iniciándose una pequeña revolución agrícola, previa a la definitiva que tendrá lugar mucho tiempo después, ya en el siglo XIX, con la progresiva mecanización de los exigentes trabajos físicos.

             En muchas ocasiones la introducción de novedades y mejoras con  sus novedosos métodos y medios de trabajo no eran demasiado bien recibidas. El apego a tradiciones y desconfianza manifiesta a innovaciones van hacer el resto, tal y como veremos en futuros capítulos con  determinadas especies vegetales hoy plenamente integradas en el calendario de las cosechas. Fue costumbre y muy habitual entre nuestros antepasados expresiones tales como: “Así se fizo siempre”, o la consabida :“Así lo facía mi pa y mí güelu”. Sentencias todas ellas que  corroboran el inmovilismo característico de aquellos tiempos.

            Aunque no debemos olvidar que el verdadero hándicap de la introducción de la tecnología y mecanizaciones en nuestros campos fue  su alto coste económico . El elevado precio y los escasos rendimientos de los abundantes minifundios, no  hizo más que lastrar y demorar las adquisiciones de los nuevos artefactos. Así nos lo recuerda con  esta secuencia Alfonso Pinón: “Trabajar en la casería era muy duro, porque había que trabajarlo todo a mano, no como ahora que está todo mecanizado. Perres poques y todo lo que se compraba siempre con mucho esfuerzo". 

            También la matización de las nuevas épocas  que precisa   Emilio Posada: En los tiempos de ahora el trabajo es menos físico, se trabaja de otra manera, porque aunque les maquines cuesten un capital, son fundamentales para llevar bien una casería. Mi padre, Pepe, compró alguna vez maquines con Casa Sampedrín. Así compartíen gastos y aparatos". 

            Este tipo de asociacionismo no era lo más habitual entre nuestras caserías, aunque alguna vez se realizaba con resultados satisfactorios. Nos remitimos a la experiencia de nuestro vecino Pepe el de Corujedo, para dar forma a este tipo de alianza corporativa: "Recuerdo cuando era crio, 7 u 8 años, la maquinaria era muy escasa, el tamaño de las explotaciones tampoco requería de ella. Pero ya empezaba a notarse el crecimiento de las mismas y la necesidad de incorporar avances tecnológicos". Precisando como se constituyó algunas de aquellas necesarias uniones: "En Condres había una cooperativa entre las caserías de la zona: Casa Lluisa, Casa Miguel, Casa Alberto, Casa Muñiz, entre otras. Se compartía una pequeña cuba para los purines. Ya empezaban las primeras parrillas para almacenar el purín y no las típicas canaletas de cucho". Añadiendo y precisando algunas de aquellas máquinas que cambiaron definitivamente la vida y forma de trabajar del esforzado campesino: "Había un esparcidor, una empacadora que rápidamente se sustituyó por una rotoempacadora. Recuerdo ir con mi tío a todas esas casas junto al resto de los cooperativistas a ayudarse unos a otros en las llamadas andechas. Después se merendaba allí todos juntos y cada uno para su casa". Añadiendo Pepe en estas declaraciones una sentencia de carácter sentimental: "Son buenos recuerdos, hoy en día ya no se colabora nadie con nadie. Cada uno tiene todo lo necesario y si no, existen empresas externas a las que se recurre habitualmente".

            Nuestro confidente Pepe, marca el punto de inflexión, el punto y final a una relación socio-laboral que sucumbió con la llegada de la tecnología. El fin de les andeches.


 

 


Aperos y maquinas que esclavicen y lliberen.

 

 

“En San Juan se inicia el renacer de la madre tierra,

es el principio de la vida que genera los suelos”.

J.M.G

 

 

 

            Si tenemos que valorar  en toda su extensión la capacidad productiva de una casería o de una casa campesina es fundamental el analizar todos los recursos físicos y logística de los que se dispone.  La combinación de personas en disposición de trabajar, de maquinas manuales o mecánicas y de los animales de tiro necesarios para mover estas últimas, serán el punto de inflexión para el rendimiento de esta unidad de producción. Así los primogénitos, ya fueran hombres y mujeres serán sobre los que va a recaer el mayor peso de estas tareas y con ello la organización de las mismas, ante la ausencia del patriarca/matriarca.

            Cuando nos referimos al trabayo de las caserías, tenemos que reparar en una necesaria observación y no es otra que la labor agro-ganadera requiere una variada intensidad de trabajo. Todo ello dependiendo de la época del año, con una serie de notables altibajos. Pero  a lo largo de las 24 horas del día se tiene que atender todos los aspectos de la producción . Así lo defiende Lucia les Moranes: “ Les vaques y los animales no entienden cuando cae San Pedro o el Cristo de Candás. Hay que atendelos todos los díes. Aquí el que te malu, tien que aguantase. Primero ye lo primero”. Dejando bien claro que en este tipo de explotación no hay calendario ni horario, porque todos los días son iguales y las obligaciones priman en muchas ocasiones por encima de la propia salud.

            Detrás de estas inacabables tareas se encontraban los aperos o preseos, las maquinas de tiro o manuales que acompañaron y acompañan el incansable trajín de los corajudos trabajadores de la tierra.

            Vamos a recordar (tratando en ello de no aburrir en exceso al sufrido lector) algunos de los instrumentos y utensilios que durante décadas fueron usados por nuestros antepasados de manera rutinaria. Buscando aquella  simbiosis necesaria con la tierra, tratando en ello de sacar el máximo fruto a su impagable tarea.




Los preseos o aperos de brazo.

 

 

 

Muchos días solo se hacía palear, comer, palear,...

dar una vuelta, cenar y al otro día lo mismo.”

Pepe Capacha.

 


            Seguramente no será necesario hacer introducción alguna para conciliar nuestra memoria y aquellos instrumentos que nos acompañaron durante siglos, sin prácticamente evolución y desarrollo desde sus orígenes hasta nuestros días. Pero nos sentimos obligados a definir a estos preseos y con ellos sus características físicas para los más jóvenes y generaciones venideras que si nadie lo redime serán incapaces de distinguirlos y mucho menos aun de manejarlos sin poner en riesgo su integridad , aun viviendo en área rural. ¡Tanto ha cambiado la vida!.

            Pensad que el origen de los mismos se remiten al uso de las  piedras, palos, huesos.  Posteriormente con el descubrimiento del fierro que nuestros antepasados  aplicaron en pos de abrir toscamente los primeros surcos y agujeros en la tierra con el fin de  arrancar raíces y tubérculos y con ello la siembra de las primeras semillas. Serán estos, tal y como se expuso, los primitivos utensilios del inicio de la revolución agrícola y de todo lo que hoy conocemos.

            No es nuestra intención ya que por otra parte sería absolutamente descabellada, el enumerar  la larga lista de aperos y útiles. Pero si en cambio reflejar al menos los más significativos y de mayor uso en la dura vida del campesino. Aquellos que en definitiva aliviaron fatigues y penoso trabayo de nuestros sufridos antepasados.  Y así lo recuerda Pepe Capacha con su atinada reflexión:” En la época de trabayar la tierra, se pasaba t'ol día  camín de ella, cuchandola, paleando, semando, sallando, ...no se paraba.”

            Muchos de ellos han ido desapareciendo de cuadres, horros, sótanos y paneres o arrinconados en el mejor de los casos. Sumidos en el total abandono por la aparición de la tecnología que va a  dotar de una mayor eficacia y rapidez en la realización de las tareas.

            En este apartado trataremos de señalar, sin excesivas pretensiones, aquellos que son los denominados de brazo, esto es, para que pudieran ser utilizados era necesario el concurso del ser humano y de su esfuerzo.


            La gadaña/o (guadaña). Es sin lugar a dudas el utensilio más reconocible de todos, el referente agrícola por autonomasia. Su uso es exclusivo para segar, para cortar la yerba y la pación. Requiere una necesaria técnica conformada en   habilidad y fortaleza. Siempre hubo auténticos maestros malabares de la misma, capaces de segar en condiciones límites. De la dureza de esta faena  lo testimonia  Emilio Posada: “El segar con el gadaño era una de las faenas más duras en la casería, aunque a mi ya no me tocó, porque la primera segadora que tuvimos fue a principios de los 70, antes de que tuviéramos tractor”. Añadiendo el agravante del momento del año: “Y cuando se segaba para la yerba, era peor porque había que segar desde que amanecía hasta al oscurecer, porque había que preparar todos los praos lo mas rápido posible para que curase bien lo segao” . 


Fuente: Ricardo Rico. Cargando lo segao.


        No es menos cierto que nuestro vecino Alfonso Pinón   advierte  en la rutina de la actividad la necesidad de alimentarse bien antes, durante y después ( si se pudiera...): “Los mis hermanos antes de ir a segar siempre merendaben (trabajaban fuera de casa) y despues trabayar con la gadaña”.

            Entre las  partes de este útil se pueden distinguir:

            - la hoja  de acero. Es la pieza que corta la yerba.

            - el estiles el mástil o brazo que soporta a la hoja.

            - la cuña y las argollas, con ellas se sujeta la hoja al mástil.

      - les manilles, son dos empuñaduras que tiene el mástil. Una en la parte superior y otra aproximadamente a la mitad del mismo. Es para poder manejar el gadaño.



Partes de la guadaña.

            Una de las exigencias del buen segador es mantener en perfecto estado la hoja y por supuesto bien afilada, con buen corte. Y esto se hace con la piedra de afilar que se guarda en el zapico  que se cuelga a la cintura  y siempre con agua y un poco de pación, para mantener así en el mejor estado al útil de afilado. Los zapicos pueden estar confeccionados de madera,  de cinc  o bien se usaba el cuerno  vacío de una vaca . Algunos curiosos también acompañaban al agua y la yerba del zapico un chorro de vino para mantener limpia la piedra, aunque otros ese mismo chorro lo echaban para ellos para calentar un poco el cuerpo.


Fuente: Homenaxe al campo asturiano. Distintos zapicos. 

            Pero es necesario también cabruñarla, templar y afilar el filo. Para ello se usa un pequeño yunque  en el que se apoya la hoja de la guadaña y con un martillo se le dan pequeños y acompasados golpes para conseguir el objetivo final, que no es otro que este preseo tenga el corte idóneo.



Fuente: Hernán Barredo. Cabruñando Carlos Barredo, en Llames
de Parres. La Negrina.

            Hasta no hace demasiados años era muy habitual el ver al paso de caserías, casas y quintanas de nuestro pueblo a paisanos afanados en el cabruño, que anunciaban cientos de metros antes por ese sonido característico  del incesante golpeo del martillo. Musicalidad que inevitablemente ofertaba una nueva época de siega.

            También se puede diferenciar una guadaña , denominada de roza o rozón, que es de hoja más corta y ancha que la común. Se usa preferentemente para segar maleza o arbustos. En muchas ocasiones se recurría también para este menester a alguna guadaña en peor estado o ya lo suficientemente gastada y desechada para segar.

            El inevitable paso del tiempo precipita acontecimientos y facilita la llegada de la tecnología como lo recuerda Emilio Posada: “La primera segadora mecánica que tuve fue una para les vaques. Era como un carro que tenia una cuchilla lateral y unos piñones se revolucionaban con la marcha de los animales acelerando  la cuchilla. Les primeres teníen ruedes de hierro pero al poco tiempo ya vinieron de goma. Las ruedas eran las que movían los piñones y ellos a toda la segadora”.  Alfonso Pinón también declara: “En casa siempre se segó a gadañu. Hasta que se compró una segadora de vaques”. Confirmando lo sabidoEra uno de los trabajos más duros de la casa”.


Fuente: JASP. segadora de tracción animal.

            La foz. Se trata de un preseo tan elemental y básico como antiguo. Básicamente  es un largo mango de madera y en uno de los extremos una hoja (antiguamente de hierro) de acero ligeramente curvada, similar  los picos de ave de cetrería. Muy útil para el corte de ramas, tallos gruesos y limpiar bardiales (matorrales). Pepe Capacha, así lo detalla: " Pa limpiar montes y bardiales, no había nada mejor que la foz. Nosotros teníamos dos: una con mango más grande que otra".

            Hay de varios tipos y tamaños dependiendo del uso a las que van destinado. Dentro de ellos destacaremos a su hermana pequeña, la foceta/e, de mango corto y hoja más larga y curvada  (representada en los símbolos comunistas junto al martillo). Dentro de sus últimos usos más comunes estaba el de cortar el maíz y otros cereales. El afilado es muy similar al de la guadaña.

            Esta ferramienta era usada normalmente para segar en los lugares, en los que el espacio físico impedía el uso de la gadaña. En otras ocasiones, la utilidad era derivada al medio marino, como lo recuerda Benigna Anxelín: "Mi padre, bajaba al pedreo del Cuerno o del Bigaral con la foceta a segar ramalotes y rabos de raposo (algas de un buen tamaño) en la bajamar. Cargaba el paxo (cesta) y lo subía pa les tierres como cucho". Luis Servando refresca un episodio que confirma la adaptación de la foceta a las aguas saladas: "Tengo visto a los de Casa Soponte de Bocines y  a los de Casa el Caminero de la Judea, bajar al pedreo a buscar oricios con un focete".


Fuente: Homenaxe al campo asturiano. Foces y foceta. Esta última
en la parte superior de la imagen.


            La fesoria o azada. Instrumento característico de la agricultura. Absolutamente elemental y necesario en los cultivos, tal lo recuerda Amparo Julián: “ Por muches maquines que haya en les caseríes, siempre habrá una fesoria”. Su composición es tan básica como eficaz, a un largo mango se le añade en uno de sus extremos una hoja de fierro en ángulo de 90º .Estaba destinada a tareas tales como sallar, semar, arrendar y limpiar todo tipo de superficies.

               Dicha hoja, bien pudiera tener varias formas dependiendo del uso. La forma más conocida, es la llamada fesoria. Hay otra que tiene dos pequeños picos, normalmente usada para plantar y arrimar la tierra a las plantas, conocida como piqueta. Finalmente, se distingue otro modelo menos usado, denominado pico de cavar, utilizado para labores de mayor exigencia física, como pudiera ser para cavar el barro o empleado para tierras de extrema dureza.


Fuente: Homenaxe al campo asturiano, Diversos modelos.
De izquierda a derecha: Piqueta, pico de cavar y fesoria.



            Con respecto a este instrumento, siempre hubo una serie de expresiones inequívocas. Recordamos una  muy típica de nuestra vecina Rosario Rosa, quien zanjaba cualquier conato de discusión o desacuerdo con la locución: " Como no te quites p'alla, voy date un fesoriazo n'cabeza, que vas quedar nuevo". Formó parte también de los juicios a los neófitos que se sometían a los duros trabajos de la tierra: "Como se nota que no tas de coyer la fesoria". Ante la ausencia de durezas o callos en las manos.

            La pradera. Es el cepillo de los praos. Instrumento de madera (ahora de plástico o aluminio) para amontonar la yerba, vianda y en los últimos años también para el ocle. Es similar a un rastrillo pero más largo y con más dientes. Cuando rompía alguno de ellos, se debía sustituir  para la no perdida de la eficacia   y de ello se encargaba el manitas de la casería. Benigna Anxelín, detalla aquella operatividad: "En casa había en un cajón siempre varios dientes pa les praderes. Rompíen muy fácil, sobre todo cuando la época del ocle. Era mi padre el encargado de reparar. Los hacía con una cuchilla muy afilada que tenía".



Fuente: Fumañeda Santolaya. Dos guajes pradiando con praderes.


            En la época de la yerba, las encargadas de recoger con la pradera los restos de la misma eran las mujeres, quienes manejaban como nadie el artefacto. Es el arduo y "ameno" arte de pradear. Tal lo manifiesta Lucía les Moranes: “En algunos praos valía más morise que pradiar, acababes matada de les manos y de la espalda”.

            Cuando empezaba a perder consistencia y fortaleza el peine, se reforzaba con dos fijaciones de madera al propio mango.


            El palote. Útil similar a la paleta del panadero, y cuya hoja es ligeramente curva y afilada para facilitar su acción de cavar y horadar el suelo. Muy apreciado en lugares reducidos, para mover la tierra. Nuestros antepasados en llosas y pequeños huertos dieron buena cuenta del rendimiento de ellos. Pepe Capacha, así lo transmite: "Mucho trabayamos con el palote, días enteros. Solo se paraba pa comer y cuando oscurecía". Nuestro declarante Alfonso Pinón hace una sentencia definitiva: " El palote era el silabario del que trabayaba la tierra".



El palote, otro potro de tortura
física para nuestros descendientes.


Otro modelo de palote. Se trata de una horca con dientes gruesos.




            Nuestra vecina María del Rosario Muñiz recuerda aquellos episodios con la emotividad que certifica el paso de los años: " Pasaban los días paliando con el palote. Decían que la tierra quedaba mejor trabajada que con el arado. Es que aquellas generaciones miraban a la tierra como esa Madre Tierra fuera un ser humano, pues cada año les alimentaba con sus cosechas. No querían ni pisarla, para no aplastarla. Era una veneración, un sentimiento que tenían por la Tierra".


Fuente: Mercedines Menéndez. Fausto Menéndez 
paleando.

 

            El garabato. Tiene 4 o 5 dientes largos y curvos, formando prácticamente un ángulo recto. Su uso es fundamental a la hora de descargar el cucho de los carros, distribuyéndolo en montones a lo largo de les tierres para después esparcelo. Recuerda Luis Servando el uso de este artefacto en la mar: "El garabato se usaba par coger centollos con el espejo o también llamado anteojo de calafate".




Garabato con 4 dientes.

 

            El pico. No se trata específicamente de un útil que se pudiera vincular con las actividades agrarias, pero nada más lejos de la realidad. Se usa para romper duros objetos terrosos y arrancar piedras de praos y tierras de nueva factura. Es un útil fecho  con un mango de madera de tamaño mediano y cuya pieza de fierro tiene dos extremos diferenciados, uno en pico y el otro cortante. 



Pico. Normalmente vinculado a otras 
faenas, pero importante en el trabajo 
de la tierra.

 


            El manal. Objeto curioso cuya finalidad estaba orientada para la extracción del grano (mayar) de les fabes, chichos, erga y  de todo tipo de alubias.  Hasta no hace muchos años en Antromero  también para la escanda. Consta de dos palos desiguales que se llaman pértigo y moca. Unidos por un estrobo de badana, de cuero.  Y para su uso se requiere práctica y una especial precaución de no golpearse o golpear a los circundantes. Para ello, se coge el palo más largo y girando el pequeño por encima de la cabeza, impactando en el montón de alubias en su vaina previamente depositadas en el suelo.



Fuente: Homenaxe al campo asturiano. Manal. Se aprecian todos 
sus componentes: Dos palos desiguales, unidos por una badana de cuero.


            Se suele escoger un día con viento moderado, para después hacer volar al resultado del golpeo del manal. Se recoge todo ello en un recipiente y se vacía lentamente por encima de la cabeza con el objetivo de que el viento seleccione el grano de los restos de las vainas, quienes son desplazadas por la acción del dios Eolo.

               Su uso era normalmente por parejas y en perfecta coordinación en sus movimientos para evitar percances de golpeo.



Fuente : Emilia Posada. Mayando fabes en la 
quintana de Casa Posada.


            Después, casi siempre a la luz del llar y por la noche se procedía a la selección  a escoyer les fabes. Se despejaba la mesa y se hacían varios montones: a un lado les manchades, a otro les ruines  y en medio de la mesa para que no cayesen el montón de les buenes.  Blancas y grandes, aquellas que pudieran  ser destinadas a la venta. Esas se meterían en una saca de tela tupida y seca con una cinta para asegurar su cierre y  en su interior  unas hojas de laurel para ahuyentar papones y bichos que pudieran afectar a la integridad de las alubias.

 

            La barra. Apero de hierro alargado de forma cilíndrica o hexagonal con el objetivo de hacer agujeros y pozos. Especialmente usado para cierres y clavado de estacas.



Diferentes cabezas de barras.

 

            El esmesón. Ferramienta con forma de arpón y que se utiliza para sacar de les vares la yerba. Antiguamente eran de madera, que con el paso del tiempo fue sustituida por el menos exigente fierro.



Esmesón . Este con mástil de madera y cabeza de fierro.

 

Fuente: La Asturias rural y profunda. Esmesando en la vara de yerba.


            Las  angarías.  Útil, tan antiguo como la caza y la pesca, imposible de datar sus orígenes. Es tan básico como eficaz, estando formado primitivamente por dos palos largos y paralelos que están atravesados por unas tablas en su parte central. Allí será donde se depositará el material destinado a su transporte. Posteriormente y dependiendo de la fortaleza de los paisanos y peso acarreado se fue adaptando con redes y cajones.



Angaría o angarilla.


            Es fundamental que tanto la parte delantera como trasera del ingenio estén  lo suficientemente libres para evitar los tropiezos de las dos personas encargadas del manejo del mismo. Si bien es cierto que originariamente su empleo fue exclusivamente en el ámbito agrario, en nuestro pueblo fue muy estimado su uso en otras labores ajenas a aquel. El boom del ocle en el siglo pasado, reverdeció viejos laureles de les angaries. Tal lo recuerda nuestro vecino Manolo Robes: “En algunos pedreos era habitual el usarles para mover el ocle, ya que no se podíen meter animales, ni tractores.”

    

            El destarronador o porro. Mazo fecho de madera, para romper los tarrones de tierra compacta. Solían hacerse de componentes de liviano peso, como el fresno, dado que sus usuarios era normalmente la gente menuda, los guajes. En algunas zonas de la geografía asturiana eran los sucedáneos de los mazos, usándose especialmente para clavar estacas.



Fuente: Toño La Capilla. Destarronador apoyado
en el pegoyo del horro.


            La pala de dientes. Es seguramente uno de  los instrumentos más reconocibles en  les caseríes. Perfectamente identificable en su aspecto físico, donde dominan tres, cuatro o cinco dientes de fierro afilados en sus puntas y unidos a un largo mango de mader, a elección de su usuario. Era típico que cada miembro de la casería tuviera su pala propia. Imprescindible para carga y descarga, para cuchar, amontonar y un largo etc.



Muyer cargando yerba con la pala de dientes.


            Los inventos, maquinas de todo tipo y condición tienen como objetivo el eliminar y reducir la carga de trabajo de los paisanos. Esto sin dudarlo en ningún momento es el mayor desarrollo de la humanidad, el imposible sueño del ser humano. 

             Llama poderosamente la atención el uso compartido de gran parte de estos aperos en las faenas tierra-mar. Esta simbiosis  demuestra la afinidad de estos ámbitos laborales y el pragmatismo de los habitantes de esta tierra. Es una flexibilidad que ha inculcado la necesidad de supervivencia. Aquella  que los obtusos serían incapaces de entender.

        En casi todas las ocasiones se repite una y otra vez la misma historia: la necesidad de seguir mirando hacía delante y la obligación de volver a reinventarse. De ello pueden dar fe nuestros antepasados quienes a lo largo de la historia han tenido que sufrir y sobreponerse a las innumerables pruebas a los que ha sometido el destino. Porque la historia del ser humano es la historia del hambre y de su intención de vencerla con todos los medios.

   



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Capítulo 85. Coses y casos de cases. Casa Norte. Parte III.

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