Capítulo 8. Mitos, leyendas y supersticiones. Parte primera

 





Capítulo 8



Mitos, leyendas y supersticiones. (Parte primera).

 

 

“Los mitos y leyendas siempre estarán vivos,

 viven en los pueblos y sus gentes”

                                                                                                                      Julio Caro Baroja.

 



Este capítulo está dedicado a aquellas personas, que generación tras generación, han sufrido la angustia de  los ruidos y la  noche, aliados necesarios de todo tipo de seres y fenómenos. Estos que siguen formando parte de la oscuridad. El reino en el  que se generan las pesadillas y los miedos. Dedicado a todos nosotros.


Todas las historias del mundo pasado, de todos los mundos que han sido, se irán perdiendo. La desmemoria campará a sus anchas  una vez más, haciendo mella en lo que alguna vez fue nuestro. Miles de cosas inmateriales se perderán para siempre. 


Luchemos contra ese destino impuesto. Estamos obligados todos a aprovechar el almacén de recuerdos que va con nosotros.  Aprovechemos el beneficio  de la suerte de haber vivido en un lugar tan pequeño que hasta las piedras tienen nombre. Cerremos la puerta al silencio y empecemos sin más demora el viaje a las fantasías y sueños acuñados en nuestras tradiciones.        


Los mitos y leyendas son historias que recogen elementos sobrenaturales  que tienen una difícil explicación desde el punto de vista racional. En cambio, cuando se relatan y transmiten oralmente de generación en generación, se entienden como posibles e incluso reales por los oyentes. Estos a su vez los relataran con el entusiasmo transmitido en una larga cadena que no debiera tener fin.


Encuentran entre el pueblo llano un terreno abonado, dada su escasa formación y conocimiento  científico en temas relacionados con  la naturaleza y sus fenómenos. Hay siempre una especial predilección a tratar  historias de contenido misterioso, que alimentan una curiosidad inevitable hacía lo desconocido.


La Iglesia, siempre trató con su mensaje doctrinario, explicar lo inexplicable. Vincular  las supuestas cosas sobrenaturales con Dios. Pero ciertamente, el temor al mundo desconocido, a la fuerza de estos fenómenos, no hacía otra cosa que alimentar la ambigüedad del comportamiento del asturiano, "una vela para Dios y otra para el diablo...por si acaso".


Desde que el hombre es hombre se ha ido acompañando de supersticiones, mitos y leyendas.    Narraciones  de fantasía  e imaginación,  transmitidas  de padres a hijos durante siglos.  Nacidas en lo más profundo del origen de nuestra cultura, que perseveraron de igual modo  en sociedades de escaso desarrollo, como en otras de gran creatividad cultural y artística. Véase el caso de la Grecia clásica. 


Por lo que los mitos, las leyendas y como no las supersticiones son unos fenómenos absolutamente universales, que han trascendido a pueblos, culturas y civilizaciones.


Los mitos son necesarios, en la medida que tratan de dar un razonamiento donde la ciencia no llega, complementándose con una explicación fantasiosa en hechos supuestamente sobrenaturales. Se fundamentan  necesariamente en la fe, esa que se apoya  en la credibilidad de cualquier hecho real o figurado. Y que fue precisamente el caldo de cultivo necesario para que tuviera  desarrollo en la sociedad, especialmente,  en la rural.


El folclore de Antromero como el resto de los pueblos está formado, entre otras cosas, por sus mitos, fábulas y leyendas. Estos matices nos pueden dar una idea más profunda para conocer las formas de vida y el pensamiento de nuestros antepasados. Forjándose en ello nuestra identidad cultural consuetudinaria que ha llegado hasta nuestros días.


 Algunos intelectuales, como Anatole France, estiman que “los pueblos viven de la mitología, de las leyendas sacan todo lo necesario para seguir viviendo y creyendo en su futuro”. Y a nuestro modesto entender así lo creemos. Todos esos temores y respetos enquistados en esas creencias, han sido determinantes en el comportamiento y desarrollo de nuestras sociedades.


Subrayamos  también la postura de Carlos Rubiera Tuya, quien postula que “los mitos de nuestra cultura (asturiana) son poco agresivos”, salvando la excepción de la Güestia, que es el miedo a la noche,  a la oscuridad y  al más allá. Todas estas leyendas nos presentan y exhiben un mundo acogedor, casi nunca peligroso para sus moradores. Desgraciadamente en nuestro caso, empezarán a desaparecer de modo fulminante con la llegada de la televisión . Las  inmediatas consecuencias de su aparición: el silenciar la tertulia de la sobremesa, la desaparición de la familia agrupada en torno al llar. La eliminación  del vecindario reunido en la quintana y con ello la perdida paulatina de nuestro patrimonio cultural oral.


La influencia de los mismos es variada, y aunque su procedencia es casi siempre discutida por los grandes estudiosos de estas materias. Actualmente se puede confirmar, en un elevado porcentaje,  su raíz : en la pluriculturalidad  de los diferentes pueblos: los  nórdicos (incluyendo la cultura céltica), centro-europeos y árabes. Estos que no han hecho mas que enriquecer nuestro mundo.


Pese a que seguramente han existido referencias de bastantes mitos en Antromero, tan solo hemos podido observar la presencia  de manera expresa en la recogida de testimonios en estos años de un puñado de ellos . Estamos convencidos que hubo otros. Pero ante la ausencia testimonial en muchos casos y en otros las referencias residuales de los mismos en las respuestas de nuestros vecinos, hemos decidido obviarlos, en este breve recorrido por nuestra fantasía histórica.


A medida que nuestra sociedad ha ido evolucionando, ( las prisas se han hecho dueñas de nuestro presente  y futuro) todas estas creencias que nos acompañaron durante tantos siglos, se han ido desvaneciendo, disolviendo, engullidas en el olvido.  Por la evidente  ausencia de transmisión oral y por supuesto, escrita.


 

 

La Güestia.



"las llamas nos queman

por nuestros pecados,

denlos el descanso

hermanos amados."

Joaquín García.

         



Parece algo probado a fecha de hoy que la procedencia de este mito  es de la cultura celta. En cambio, para  el insigne Menéndez Pidal, procedería de la expresión de la Biblia Hostis Antiquus, esto es, enemigo antiguo, referida el diablo. Si podemos confirmar que  su significado popular es el de procesión de almas en pena, condenadas. Esta es la explicación más antigua de todas las que circulan en torno a este mito.


La güestia suele estar formada por un grupo de ocho ánimas que caminan en grupos de a dos, con un líder que la encabeza y que siempre sale de los cementerios en busca de mortales que sumar a  su grupo.  


En otras ocasiones, hemos de reconocer que se nos presenta, aunque las menos, como ánimas del Purgatorio que deambulan por huertos y prados, portando el motivo de sus pecados finxos (jalones), arboles, portillas.... Y así tratar de reponer todo aquello que han robado.


La güestia era considerada un mal augurio y que presagiaba la muerte de alguien del pueblo. Según las leyendas esta procesión se repetirá siete noches alrededor de la casa de un moribundo, hasta que al final de las mismas se produce la muerte de dicha persona. También se considera en la tradición la variante de que rodea tres veces  tan solo la casa del enfermo, y al acabar la última, este fallece.


Una variable, es la figura del güerco. Este mito, es un aviso de la muerte. En nuestro ámbito se trata  de una persona que se le presenta a otra, poco antes de morir, normalmente en el campo. Estas visiones no tenían la facultad de hablar ni tan siquiera de hacer gesto alguno. Al llegar a casa al visionario le comunican que aquella persona que vio acaba de morir y en un lugar distante a donde lo había visto. Alonso Pinón, lo recuerda del modo que sigue: "Cuando era guaje, siempre oí a mi padre, que a mi güelo se le apareció un conocido de Candás por la caleya que ni lo saludó, de la que venía de trabayar. Pero le dijeron que era imposible que aquel paisano taba muerto, que morriera por la mañana, antes de que él lo viera."


Relatamos un fallido supuesto de güerco que transcurre en el siglo XIX, en Condres. La dicente, Concha de casa Miguel, así lo transmite: "José Miguel, era mi padre, nacido en Posadorio. Era muy alto y fuerte. En aquellos años, era el encargado de ir a buscar les cajes de los muertos a Luanco. Las llevaba al hombro. Una vez tuvo que buscar una y de la que volvía empezó a granizar. En la Caleyona se metió dentro de la caja para no mojarse. Cuando los vecinos de Bocines iban a Condres al velatorio, mi padre sintió las voces y salió de la caja. Salieron todos corriendo, llegaron a la casa del difunto diciendo que José Miguel iba a morir porque les salió de una caja de muerto." Sospechamos la tensión vivida por aquella buena gente y la sorpresa cuando vieron llegar al "muerto", completamente vivo.


Foto familiar. Jose Miguel y familia.



El güerco, también da señales y avisos previos a su visita. Cuando un perro ladra u aúlla por la noche sin motivo aparente o la curuxa (lechuza) canta durante varios días en el entorno de una casa es la señal inequívoca del anuncio de una muerte. A fecha de hoy, estas creencia están muy arraigadas en el mundo rural.


Retomando nuevamente a la güestia, podemos añadir que no siempre se presentaba en formas humanas, envueltos en sudarios y portando cirios encendidos. Hay algunos relatos de transmisión popular que los vinculan a animales. El poeta del siglo XVII, Antón de Marirregera, lo trasluce en estos versos:


                                                      "¿Serás acaso un estornín tornado

                                                               l'alma de un ahorcado

o la güestia que vien del otru mundo 

y sal de los llamales del profundo?.  
      


En Antromero, hay una ampliación muy significativa del contenido de la güestia, y es la denominada caldereta. En ella, algunas personas eran capaces de ver a la procesión de ánimas esgrimiendo o  entregando una  vela. Una vez en la mano esta,  se transformaba en un hueso que estaba encendido como un cirio. Así siguiendo esta leyenda, Álvaro el Civil, preguntaba en velatorios y entierros si no habían visto pasar la caldereta entregando sus restos óseos, en forma de candela encendida.


Según las tradiciones al respecto, solo las personas que habían sido bautizadas en Jueves Santo, día de la muerte de Jesucristo, o bien  por el error del sacerdote de haberlos bautizado con los oleos de ungir los muertos, eran los privilegiados de poder ver a esa procesión sin ningún tipo de riesgo. En otras ocasiones podían presagiar las muertes antes de que ocurrieran. Eran los llamados vedorios.  Aquí podríamos destacar la figura de Falina Muñoz, quien exponía sin recato su capacidad para ver la güestia y otros fenómenos similares, evidentemente sin sufrir daño alguno.


En nuestro pueblo, nuestros antepasados veían los entierros, en el caminar de la güestia por el Rellario, camino del cementerio de Bocines,  cumpliéndose al poco tiempo esa fatal premonición. Así nos lo recordaba Jovita González, para añadir a continuación que: “eran cosas de antiguos”.


Manolo Robes, nos ofrece una declaración insólita y estimamos muy importante no solo por lo novedoso de su información, sino por no estar  recogida por ninguno de los grandes estudiosos e investigadores de nuestras costumbres. Es el tiempo de güestia. Una variante de déjà-vu (término francés que nos indica la sensación de haber vivido con anterioridad lo que estas haciendo en el presente) y que se daba sobre todo en velatorios y entierros, para añadir mayor morbo,  tensión y asombro al momento. Así en alguno de estos acontecimientos, nos comentaba el dicente, Manolo : “Era la facultad que tenía una persona  en un entierro o velatorio de adivinar lo que iba a pasar. Decía  que esto ya lo vi yo, y  luego explicaba que dentro de un poco tiempo vendrá fulano y se va apoyar en la puerta de iglesia, antes de entrar en ella. Y llegaba el fulano y se apoyaba, tal y como lo había dicho. Eso ponía  los pelos de punta. Esto era lo que se llamaba tiempo de güestia. Y alguno de nuestros vecinos  tenia esa facultad.”


Esa procesión de ánimas en pena que lleva huesos encendidos en vez de cirios, fue la más temida y solo, en caso de ser sorprendido por ella, te podía salvar de la muerte segura en ese mismo año, el hacer un circulo en la tierra, dibujando una cruz en él y metiéndose dentro. También había una serie de rituales para protegerse de ella. Enumeramos una relación de estos, que varían dependiendo del factor geográfico: Alejarse del camino y no mirarla nunca; comer algo y masticar; rezar y tapar los oídos para no escuchar el tañido de la campana; tirarse al suelo, boca abajo, sin moverse, aunque la güestia pase por encima; no coger la vela que nos ofrezcan. Y si esto no funcionaba recurrir a la práctica, echar a correr lo más rápido posible, sin mirar hacia atrás.


Incluso el racionalista ilustrado Padre Feijoo, testimonia estas apariciones en sus "Cartas Eruditas", Tomo 4, Carta XX, núm. 3 y 4. "La persona que habla con un alma en pena, o aparecido, fallece al cumplirse un año de esa conversación."


Deambulaban por doquier, canturreando lúgubremente y pronunciando  a su paso  en la noche, distintas fórmulas, como la que sigue:

 

"Cuando yeramos vivos

andábamos a estos figos.

Ahora que somos muertos

andamos por estos güertos.

Andar, andar hasta'l tueru la figar".

 


En el supuesto caso que tuvieras la desgracia de  tropezarte con ella, te daban un golpe cada una de los integrantes  del grupo. Al mismo tiempo que te decían eso de: “andai de día que la noche ye mia”.


La noche de difuntos era la más propicia para coincidir con ella, pues según nuestras ancestrales tradiciones, es cuando las ánimas salen por la calle.


En todos estos miedos y temores, hay quien saca provecho, como es  el caso de la Iglesia, que aumentó sus ingresos, al ampliar sus oficios. Así los que abonaban los mismos, creían que en esas procesiones de almas errantes pudiera estar algún familiar suyo, necesitado de misas para aliviar su eterno dolor.


Era tal el temor a este mito, que finalmente vamos ilustrar nuestras últimas palabras en torno a él, con un relato que se repite en infinidad de pueblos de Asturias y que nos lo desarrolla, con su proverbial sentido del  humor, Manolo Robes: “ Iba un paisano por la noche por una caleya, cuando sintió que alguien lo cogía por detrás, por la gorra. Sin dar la vuelta por el miedo que tenía, empezó a decir que lo soltaran, temiéndose lo peor (la güestia). Así fueron pasando les hores y él repitiendo la misma cantinela de que lo soltasen. Cuando empezó a amanecer  y agotáo por todo el tiempo que tuvo con esa tensión, dio la vuelta para ver que lo que lo tuvo toda la noche enganchao por la gorra era un arto (zarza ) de un bardial (matorral). Y a lo que envalentonao, le dijo: tienes suerte que yes un arto, que si fueses un paisano dábate una  buena mano de hosties. 


Margarita , de casa Miguel, detalla una vivencia vinculada a su oficio de modista; " Siempre entregaba los pedidos de noche, después de trabajar. Un día sentí un ruido detrás mía, como el sonido de una campanilla. Miré y no vi nada. Según iba andando el ruido continuaba y si paraba el ruido también. Pensando que era la güestia que iba a por mi. Hasta que me di cuenta que en el bolso llevaba un dedal de coser y dentro iba un grano de maíz. Era lo que hacía el ruido". Los miedos ancestrales se hacen fuertes durante las sombras nocturnas.



Los relatos de este tipo eran casi siempre narrados al calor de la lumbre del llar, en una larga y oscura noche de invierno, desarrollando la memoria colectiva, alimentando la imaginación y con ella la posibilidad de visiones mas o menos probadas.


La Güestia.




Les xanes.


 “...y en Antromero las Xanas tienden la colada al resplandor de la luna.”

“Del folklore asturiano: mitos, supersticiones, costumbres” 

Aurelio de Llano (1922)

 

 


Seguramente que estamos ante el mito más importante de la mitología de Antromero, por ser el personaje menos conflictivo, el más  querido y arraigado en nuestra  cultura popular. Representa la bondad de la naturaleza.


Si en  Asturias, estos seres de gran belleza viven al lado del agua dulce tal y como nos lo aporta  Roberto González en su obra “Antropología social y cultural de Asturias”: “ este pequeño ser que es la xana habita siempre en la cercanía de las aguas dulces, o sea al lado de fuentes, estanques o ríos...”, en Antromero habitan al lado de la mar como un caso excepcional.


Están vinculadas directamente con el pedreo de Gargantera y sus fornones (agujeros), tal y como nos lo recordaba Josefa Llantada:”cuando les muyeres diben al pedreu a buscar agua pal fermientu, munches de elles veien una pita con pitinos como si fuesen de oro. Diben a cogelos y nunca podíen dar con ellos porque se metíen entre les peñes o escondíense en los fornones”.

Los fornones de Gargantera. Piedra angular de nuestros mitos y leyendas.



En este testimonio, se recoge una de las características más importantes de las xanas, y es que poseen grandes riquezas ( en el caso de nuestro pueblo pitinos de oro) y que reparten parte de las mismas a aquellos humanos que en algún momento les preste ayuda. Aunque no conozcamos a nadie que tuviera esa suerte.


También Josefa Llantada, reseñaba que se veían pañales y ropa tendida por encima de las piedras, pero cuando la gente se acercaban allí aparecía la figura de una mujer vieja que lo recogía todo. Después desaparecía entre los fornones, donde se oía la gaita y el tambor ( observación esta última importante, confirmando lo que ocurre en el resto de nuestra región en  que las xanas bailan y cantan una vez han lavado y tendido su ropa).


Y así, ampliando esta última información, añadiremos que según la tradición antromerina, los guajes iban a jugar al peñón de Gargantera y cantaban lo que sigue:

 

Sal xana, sal.

Sí sal el gigante

que no se espante,

sí sal la xanina

la mi amiguina.

 


El insigne estudioso de nuestra cultura asturiana, Aurelio de Llano Roza de Ampudia, en su obra “Del Folklore asturiano: mitos, supersticiones y leyendas” del año 1922, nos deleita con esta cita: “...y en Antromero, concejo de Gozón, las xanas tienden la colada al resplandor de la luna” para añadir más adelante:”...y estando en el pedreu, a la orilla del mar, oyen piar en las cuevas del cantil los pitinos de las xanas que viven allí.” Podemos observar que la vida de les xanes se desarrolla con la normalidad de cualquier otra mujer (lavan y tienden la ropa, cantan y bailan, cuidan de sus pitinos) pero todo ello pasado por el tamiz de la magia y el mundo maravilloso de los tesoros. No podría ser de otro modo.


Ponemos nuevamente en boca de Manolo Robés, una historia relacionada con este mundo de les xanes, que se repite con ligeros matices en otros puntos de nuestra región: “una paisana (xana) que vivía en los fornones cambió su fíu por el de una muyer que estaba sallando y que lo tenía durmiendo a la sombra de un pino en el Tesoro. Como la muyer no daba de mamar al fíu (xanín) que ya estaba llorando, dixo la paisana (xana) : ¡Pero , cuida a ese guaje! . Y la muyer seguía a lo suyo, cantando y sallando. Y otra vez: ¡Muyer dai de mamar a esi guaje!. Y contestoi a la xana:¡Que lo dei la madre que lo parió!.


Las xanas de Gargantera, son de las que vigilan un tesoro o poseen una importante riqueza, en este caso, encarnado en la gallina con los pitinos de oro. La única posibilidad de conseguirlos era arrancando un remiendo de la saya cuando los tuvieras a la vista y decir aquello de:

           

xana, xaneta,

dame tu riqueza

y toma mi pobreza.

 


No tenemos constancia de que nadie de nuestro pueblo arrancase remiendo de saya alguna.


Es evidente que las historias  de nuestras xanas son sin ningún tipo de dudas las más atractivas del conjunto de leyendas y mitos que tiene Antromero . 


Les xanes, vinculades al agua.

 


El trasgu o el gorretín colorau.



 "Todo lo que tiene nombre, existe".

Popular.

 


Son unos personajes mitológicos que tienen un origen céltico-romano, proceden de los gnomos, silfos, kobolds, y que surgieron como antiguas mitologías en las tierras del Norte de Europa cuando las viejas divinidades célticas acabaron arrinconadas por el cristianismo.


Se trata de un personaje en el fondo simpático, travieso y revoltoso,  haciendo travesuras propias de cualquier adolescente. Es pequeño y si algo hay que lo distingue es que cubre la cabeza con un característico gorro rojo.


A veces entran en las casas, cuadras, hórreos, paneras, tenadas, para hacer sus labores: esconden las cosas a les muyeres en casa,  sueltan la ropa de los tendales, abren la puerta al ganao de la cuadra, alborota, juega a los bolos en el desván y grita en la noche para la desesperación de los moradores de la vivienda que ha tomado por asalto. Manolo Robes, nos lo precisa más : “el gorretín hace la vida imposible a todos los cristianos”. Hay un dato doméstico significativo, a los trasgus les encantan les llambionades (dulces). La desaparición de parte o totalidad  de un postre en las cocinas o llares, era como no podía ser de otro modo atribuida a la labor de este mito.  

Por si hubiera alguna duda al respecto no hace muchos años en este pueblo, algunos mayores para recriminar el comportamiento de los más pequeños utilizaban la siguiente expresión: “ yes más malu que un gorretín”.  


Cuenta uno de los innumerables relatos que pululan en torno a este personaje, que una familia harta de no poder dormir por los ruidos que hacía el trasgu en la casa, decidieron irse a otro lugar. Uno de los hijos se acordó que se les había olvidado una riestra de panoyes (mazorcas) . Cual sería su sorpresa cuando regresó a buscarla, tropezándose en el camino con el trasgu y la riestra al llombru.  Diciéndole: “tranquilu, que esta ya la llevo yo”. Confirmando la dificultad de deshacerse de este personaje, que aun cambiando de casa, el va ir contigo.


Una de nuestros relatos más celebrado en torno a este mito, nos lo  aporta nuevamente, el bueno de Manolo Robés,  "cuando les muyeres iban pa la plaza a vender con la goxa en la cabeza (evidentemente, antes de que hubieran los carros de mano que tan popular hicieron a las mujeres de este pueblo) tenían la sensación de que no iben soles. Hasta que veían como el gorretín les tiraba de la cabeza la paxa y desaparecíen corriendo".


En Irlanda es muy habitual  que el trasgu esté directamente emparentado con los cuadrúpedos, pudiendo presentarse como un burro o caballo blanco perfectamente ensillado y listo para montar.  En nuestro pueblo también se recogen narraciones con esta raíz. Así  José el Salao, recordaba que en una ocasión un pariente suyo, después de una jornada de trabajo agotadora, estaba en La Granda tratando de recuperar fuerzas y dijo: “ toy tan cansau que no me importaba subir encima de la güestia pa que me llevase pa casa”.  En pocos instantes, apareció un caballo a su lado, sin pensarlo dos veces se montó en él y a partir de este momento el animal empezó a crecer y crecer para su sorpresa y desesperación. Solo cuando imploró a Dios, el caballo se esfumó.


Respecto  a estos caballos fantasmas tienen un hilo conductor común y geográfico. Alberto Álvarez Peña así lo atestigua,  "estos cuadrúpedos se encuentran  en leyendas de otros países del arco atlántico. Kelpie en Escocia, el Cheval Mallet en Francia y Vatnahesturn en Islandia."

 

Fue socialmente tan arraigada su creencia, que ilustres representantes de la Iglesia durante los siglos XVI y XVII, estaban convencidos de su existencia. Existen numerosas actas de la Santa Inquisición en las que definen como neutralizar la actividad de los trasgus, a través de exorcismos varios. El ilustre Antonio de Torquemada los definía como "demonios más familiares y domésticos que los otros". Describiendo alguna de sus molestas actividades, "...se dan en sentir en algunas casas con regocijos, muchas burlas...con tañer de guitarras y cascabeles, y que muchas veces responden a los que los llaman." Hasta finales del siglo XVIII, la iglesia no abandonaría la idea de su existencia.


Lo que no deja lugar a dudas es que durante años nuestros antepasados tuvieron en este duende familiar, la perfecta coartada para cubrir sus torpezas y desmanes domésticos.


Figura del trasgu.

 

 

Mitos infantiles.



 "Olvidemos también que un día fuimos neños, 

que perdimos la mocedá n'empeños baldíos..."

Ánxel Álvarez.




Los mitos infantiles que han aterrorizado a cientos de generaciones en nuestro pueblo, fueron sobre todo dos l'home del sacu y l'home del untu. Ambos  fueron utilizados con el  objetivo de que los niños obedecieran a la madre o para inducir al sueño a los más pequeños. Se basan en la mitología romana en las que las nodrizas hablaban de la lamia. Un monstruo que arrebataba a los niños de sus familias, para sacarles su sangre o la grasa del cuerpo para su alimento.        


L'home de sacu era quien robaba a los tiernos infantes, con fines poco edificantes y se escondía al borde de los montes, en los sembrados del maíz. 


L'home del untu, se dedicaba a abrir a los niños para sacarles los untos (también se le llamaba sacamantecas) .Y un mito menor en este apartado era el chupasangres, personaje que sorbía, a través de un canuto o jeringa de madera la sangre de los niños. Estos eran utilizados para atemorizar a los guajes (pre-adolescentes) a fin de que no llegaran a casa a deshora.


El home del sacu. Ilustración alemana.
Los mitos trascienden a fronteras.




                                                                        El cuélebre.



"Mirándolo ahora
vienen al recuerdo
las noches de entonces
llenas de misterio,
cuando  contaban las historias
al calor del fuego..."

Nené Losada.



El cuélebre, es una culebra gigante (macho) que tiene la condición de morir de viejo. Con el tiempo le crecen unas alas y viaja para cuidar tesoros, xanes y fuentes de agua. Es una leyenda muy común en toda la vieja Europa medieval. Todo indica que su procedencia original es de la cultura celta.


Las culebras en la tradición oral rural, son consideradas como pequeños monstruos. No hay chaval o guaje, que no les tenga miedo reverencial. Todas las leyendas en torno al reptil no son gratuitas. Así  la Iglesia las identifica, como no puede ser de otro modo, con el demonio. El paraíso terrenal, la manzana, Eva y la culebra/serpiente son el ejemplo más vistoso.


Siguiendo esta línea, en Cabornio (Gozón)  hubo una creencia popular por la que la culebra antes del pecado original tenia alas y que después de la afrenta de Adán y Eva, Dios se las quitó condenándola a arrastrarse por el suelo por toda la eternidad.


Respecto al cuélebre  podemos aseverar, según testimonio del estudioso Alberto Álvarez Peña, que la primera versión del mismo se da en la Biblia, "...cuando se dice que el profeta Daniel mató a un dragón venerado por los babilónicas, en tiempos del rey Ciro, dándole de comer una bola de pez, sebo y pelos que le hizo reventar." 


En nuestro pueblo las referencias al cuélebre, pasan siempre por culebras gigantes. Reptiles que ya no tienen alas ni más poder que su gran tamaño. Manolo Robés recuerda que había gente que tenía miedo ir a la mar. Los relatos transmitidos generaban  el temor ancestral de ser devorados por una culebra que vivía en los fondos marinos.


Cuélebre. Dibujo de Alberto Álvarez Peña.

 


                                                                      El Basilisco.
                                                    


"Ye preciso nun traicionar los nomes
y los mitos..."
Ana Rosa Fernández.




Hay también una superstición, ya casi perdida en nuestra memoria popular,  que gira en torno al gallo. Esta narra que cuando aquel cumple siete años, pone un huevo pequeño de color, del que sale una culebra monstruosa, que mata con solo mirar. Igual esta es la fácil explicación por la que pocos o casi ningún gallo logra sobrevivir más de esos años.


Manolo Robes aporta una interesante declaración, que no hace otra cosa que confirmar lo expuesto: "Cuando era guaje ya escuchaba lo del Basilisco, que nacía de un huevo negro que ponía un gallo vieyo.". Describiendo sucintamente el aspecto de aquel engendro: "Decíen los paisanos que era un gallo grande que tenía la mitad del cuerpo de una culebra." No obstante recuerda que era cobarde, "aunque escapaba si escuchaba a algún gallo cantar".


Plinio el Mayor ya lo referencia hace dos mil años, como "Basiliscu". Según su descripción, nace de un huevo puesto por un gallo viejo que ha sido incubado por una serpiente venenosa. Según se va desarrollando su cuerpo se va cubriendo de escamas duras  y en su cabeza tiene una cresta en forma de corona. Su mirada provocaba la muerte instantánea.


En cualquier caso, la solución pasa por colocarle un espejo para que se refleje en él. Ese es el fin del Basilisco. 







                                                         Influencias de astros y la luna.



 "Otra vez presiéntovos equí

mancándome´l  sentíu..."

Xaviel Villareyo.



El cuarto menguante de la luna es aconsejable para iniciar la incubación de los huevos, también para hacer el sanmartín , para cortar la madera (siendo más dura a la acción de la polilla) y para segar la hierba. Nuestro último carpintero de ribera, Cesar García Artime así lo testimonia, "pa facer les lanches, siempre había que cortar la madera en menguante. Si no se hace de ese modo, la madera trisca (rompe)."


En las casas, la matriarca marcaba el día de la recogida de las cosechas de patatas en ese periodo. La razón era porque en su almacenamiento había menos riesgo de putrefacción. También si se quería producir una patata sana y sin desperdicio. Los  capadores de animales se suman a este argumento de la "luna buena"(cuarto menguante), para que las bestias sufran menos.


Cierto es que también se aprovecha la luna en creciente en determinadas actividades. Para embotellar la sidra se estima que es en esta fase lunar cuando la sidra tiene el brío suficiente y "fai fumu". También se hacen los injertos vegetales, garantizando con ello que prendan mejor. Siempre advirtiendo que el tiempo para hacerlo marca el éxito de los resultados. Si se tarda un día, un año; si se hace en dos, dos años para que den su fruto.


Siempre había que tener en cuenta para determinadas actividades domésticas el cambio de estado de la luna. Lucía les Moranes se explicita del modo que sigue, "En algunes cases teníen mucho cuidao con dejar ropa tendida por la noche, cuando no había luna. Porque se pensaba que la gente que la ponía después poníase mala.".



           

 Supersticiones en la mar.


"Vivimos para sentir

la nostalgia de lo vivido."

Miguel Rojo.



En un ambiente de alto riesgo vital, como fue el marino, siempre ha estado condicionado por innumerables supersticiones. Enumerar todas y cada una de ellas es un trabajo arduo  a la vez que baldío. Dependiendo de la zona de influencia había unas mas reseñables que otras. Como siempre, recurrimos al conocimiento de los nuestros, para fortalecer nuestras palabras.


Si había un día marcado en el calendario para evitar salir a la mar, era el de difuntos, el primero de noviembre. Había una creencia muy sólida que si ibas a pescar en esa fecha, las redes salían llenas de huesos de los ahogados. Es con toda seguridad una traslación del fenómeno de la güestia al ámbito marino.


Nos relata Menéndez el Roxín, que en su dilatada vida laboral en la mar nunca vio los tan temidos fuegos fatuos (1) . En cambio alguno de sus compañeros de profesión si los vieron en los palos mayores de la embarcación, con el terror atenazando sus cuerpos, a la espera de una catástrofe.


Respecto a este fenómeno, aprovechamos el increíble trabajo de campo de Alberto Álvarez Peña, quien en su libro "Lliendes de la Mariña", recoge el testimonio del marinero candasín José Luís Gutiérrez : fuegos fatuos que llamaben lluces de San Telmo, aparecíense nel palu mayor cuando diba a facer tormentes. Yeren un mal agüero."


Con respecto a supersticiones "de a bordo", tenemos varias que reseñar. Los curas en alta mar, jamás se podían nombrar. Se trata de un código secreto, que todos sujetos a  este ambiente marino conocen. Para eludir el citarlo, se referían a él como, "ya me entiendes", o el más expresivo e inequívoco "....aquel cabrón, ya me entiendes."        


En cambio, si la visión de un religioso, en especial de un sacerdote, fraile o monja con sus hábitos, se hacía antes de embarcar había que buscar un antídoto para la mala suerte que se avecinaba. Tal lo recuerda Avelino el Civil: " Si veíes un cura o una monja antes de subir al barco, teníes que tocar rápidamente  un cacho de fierro, pa quitar la mala suerte".


A esta lista se sumaba también el coincidir con una persona de pies planos antes del embarque o el lanzar piedras al agua sin motivo aparente. Eran los preludios del infortunio que se avecinaba.


Otra de las palabras prohibidas a bordo era "culebra". Para remitirse a ella, se solía citar como "la bicha". Estas costumbres señaladas con anterioridad no son un caso aislado en nuestra zona. Alberto Álvarez Peña recuerda que son comunes en otras latitudes, tal es el caso de las costas normandas (Francia) o en la isla de Fifé (Escocia).


En lo que se refiere a los objetos, también hay un sinfín de supersticiones. El paraguas era considerado un elemento que atraía a las tempestades. Fiel reflejo de esta creencia, queda reflejada en esta despectiva sentencia popular:  "marineru con paragues, boticariu". Las flores estaban prohibidas a bordo, eran el anuncio de un funeral. 


Respecto a  las maldiciones populares que giran en torno a los naufragios, hay cientos de ellas. Tantas como pueblos marineros. Recuperamos una que nos afecta directamente por el ámbito geográfico en el que se desarrolla. Celestina Vallina Alonso, en su obra "Léxico marinero y Folklore de Luanco" (1983), señala que desde Antromero a Perlora de vez en cuando se sentían voces y gritos, junto con la  aparición de alguna que otra luz por "les ribes" (acantilados). La xente vinculada a la mar, las relaciona con  los fallecidos y sus ánimas de los naufragios que asolaron estas costas. En especial por la catástrofe del 14 de enero de 1876, en la costera del besugo. En dicha fecha, les lanches de Luanco arribaron a puerto. En cambio, las de Candás se hundieron con toda su tripulación. La leyenda recuerda que el Cristo de Candás no estaba satisfecho con determinados comportamientos de sus fieles, abandonándolos a su suerte.

Incluso las conductas banales, podían despertar los temores atávicos. Menéndez el Roxín, declara: "Recién embarcao y estando preparando la carnada p'al palangre, llegó el patrón y me dijo que dejara de silbar, porque el silbido atrae al temporal". Es evidente que este tipo de sonoridad no estaba bien visto a bordo. Esta creencia la comparten marineros escandinavos.


La mujer, en los ambientes marineros  su actividad se ceñía a las labores  en tierra. En cambio, la presencia en la lancha de las féminas estaba restringida, al considerar que iba a afectar a la pesca. La injusta sentencia social aflora, pues todas las mujeres de estas tierras llevan en su piel el luto de todos los muertos, de todas las victimas que la mar se ha cobrado. Aunque para compensar, hay un dicho entre la xente marinera que dice, "la muyer siempre calla, pero faise lo que ella quiere." 


Cuando te mueves en estos ambiente laborales de alto riesgo vital, cualquier detalle por insignificante que parezca, puede desencadenar temores reverenciales. Algunos de estos agüerios o presagios, condicionaban comportamientos y acciones futuras. Para ilustrar esta reflexión , transcribimos el testimonio recogido por Alberto Álvarez Peña al marinero Luís Miranda de Candás, en su magnífica obra, "Lliendes de la Mariña": "El día de Pascua sacábase la Virxen de la cofradía de Pescadores en procesión hasta onde ta'l Santisimu. Allí axuntábense. El velu de la Virxen había que quitalu desde abaxu con un forcáu....Si el velu se quitaba mal, quedaba engancháu o cualquier otra cosa, entós esa era una señal de mala costera pal bocarte o cualquier otra cosa.".


Imaginamos que la atención era desmedida en aquellos pormenores y circunstancias cotidianas que pudieran marcar los destinos de estos sacrificados trabajadores. Los detalles resultaban concluyentes y nadie ni nada se escapaba de ello. Solo aquellos que han vivido y viven la experiencia de enfrentarse a la mar, entienden en su plenitud todo lo expuesto. Cualquier prejuicio que se pueda sentenciar, es tan injusto como innecesario.

        



(1)-Un fuego fatuo, es el fenómeno consistente en la inflamación de ciertas materias que se elevan de las sustancias animales o vegetales en putrefacción, y forman pequeñas llamas que se ven arder en el aire


                                         

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