Capítulo 5. El agua. Llavar, facer la colada y algo más.


 

Capítulo 5

 

 

 

 El agua.



Aldeana con ferrada.






Este es un capítulo  dedicado a todas aquellas mujeres de Antromero que fueron y son la razón de la existencia de este, como otros tantos pueblos.  Muyeres de manos desgastadas y ásperas, artríticas de tanto trabajar y arrastrar la ropa al río, a los lavaderos y acarretar agua, en una labor interminable...




 Ir a buscar el agua.



"cuanto dura´l tiempu

que nun yes a atrapar

en cachinos de memoria..."

Berto García.


          

El agua históricamente en la Asturias tradicional ha sido la vida. Fundamento básico para el desarrollo comunitario. Siempre han tratado de controlarla, pues representa poder y así lo han interpretado durante siglos los monasterios y casas nobles.

              

La cultura del agua forma parte del patrimonio intangible de los pueblos. Todas las aguas están sujetas a un aurea de veneración , magia y leyendas. No es casual la presencia de nuestras xanas en torno a este básico elemento.

            

Podéis preguntar a los más jóvenes por la palabra agua y que os enumeren otras vinculantes a ella. Seguramente dirán: baño, ducha, playa, vacaciones, botella, piscina... todas  unidas al consumo, a comprar y vender. En cambio, para aquellas personas de más edad, tiene un significado mucho más elemental y misterioso. Para ellas es el principio de toda la vida.

           

Pero esa palabra no representa lo mismo para mujeres y hombres. Porque, para las mujeres, además de ese significado, el agua siempre representó el trabajo físico y cotidiano. Es el cansancio real, la conjugación del verbo acarrear. El transportar a lo largo de una interminable cadena de días y noches que se pierden en la oscuridad de los tiempos, de meses, años y siglos cargando  el agua en un sinfín de cacharros atendiendo la demanda de los suyos.

          

Hubo que esperar muchos años, para disponer de agua en  las casas. Mientras tanto se iba a buscar a las fuentes, a los ríos. Cualquier cacharro servía para tal menester: latas, canjilones, ferradas, cántaros... y finalmente los calderos. Aquellos blancos de hierro esmaltados. Esos casi siempre eran destinados para beber, porque eran más agradecidos, solo  fregarlos con  un poco de agua y arena . Benditas aquellas que tuvieran jabón pues quedaban nuevos. Había que tener especial cuidado con los golpes, porque entonces aparecían los escachones y después el óxido .Para el resto de  cosas, los de cinc, que eran más baratos y sí bebías de ellos te daba un sabor amargo del cardenillo (que se quitaba frotándolos con tomate, pero  ¿ quien tenia tomate, para frotar un caldero,?.)


El socorrido caldero de cinc.



Muyeres con una ferrada en la fuente.


           

Las colas, las interminables colas en las fuentes. Estas siempre eran más grandes durante el verano, ya que la necesidad de agua en casa era mayor y la escasez en el caño de la fuente, también. Mientras, las tareas domésticas debían de esperar. 

            

Así la malicia popular salía a relucir y se aplicaban canciones que tan solo con cambiar el nombre del pueblo, servían cualquier otro lugar:

                                                                 Al entrar en Antromero

lo primero que se ve,

les muyeres col calderu

y les cames sin facer.

             

Dentro de la casa, el agua de beber y cocinar tenia que estar alta para que no le cayera porquería y para que no metiera en ella algún animal el focicu. Para tantas cosas el agua, menos para el retrete, porque retrete no había (menos mal). Ni para lavar, porque se iba al río o al lavadero. Ni para fregar el suelo, porque casi siempre era de tierra.


Letrina en el exterior de la vivienda.

            

çA la hora de ir a buscar el líquido elemento empezó a aplicarse ese refrán tan asturiano, "el más ruin a la fuente y al molín". En cada casa casi siempre había una encargada, mujer, de ir a buscar el agua a la fuente.  Sí no querías demorarte mucho, ir pronto a buscarla cuando no hubiera tanta cola. Así lo transmite Concha Menéndez, "Mi madre siempre madrugaba mucho pa ir a buscar el agua a la fuente".  Además si hubiera mucha gente en casa los viajes había que repetirlos varias veces al cabo del día. 


Fuente de Carín. Lugar de espera y confidencias.
En los años 30 del siglo pasado se reforma colocando
 el lavadero en un lateral. Hasta entonces estaba
 frente al mismo caño. El nuevo acondicionamiento
 se realiza a petición de les muyeres, quienes entendían
 que en el diseño original la salida de agua "chiscaba" en exceso.
Aunque la notificación oficial de su primera reparación que nos consta
es del 22 de octubre de 1914, cuando el Ayuntamiento de Gozón aprueba su
arreglo.

            

No siempre era mal asunto las colas de espera en las fuentes. Fue la manera perfecta de despistar otros trabajos con la demora, a la vez que dar a la parpayuela. Seguramente ganándose más de un disgusto a la vuelta a casa por todo ello.


Fuente de la Flor. Inaugurada en 1964. Su agua era de la red municipal .
Desde hace algunos años está fuera de servicio.

            

Un caldero en la cabeza y otro en la mano. Siempre la otra libre para acompasar el movimiento y no derramar el preciado líquido.   Aun así había algunas más avezadas que llevaban uno en cada mano, y corriendo como Rosario Rosa. Tener la precaución de poner un trapos enrollados en la cabeza, la rodilla, para que asentara bien el culo del caldero, y rezar para no resbalar con el barro. Porque esa era otra, lloviera o no, el jodio barro estaba en todos los lados.

                

Transcribimos la declaración de Lucía les Moranes, quien aclara aquella dinámica:  "Díbamos a buscar el agua  la fuente Carín. Cuando se necesitaba más a Talusia o la Mata. Con un caldero en la cabeza con rodillo, pa que no resbalase . En cada mano una lata y procurando que no cayese ni una gota". Reseñando el esfuerzo: "Porque costaba mucho trabayo d'ir buscalo". Amparo Julián refuerza en su exposición las palabras de la anterior dicente :"Díbamos siempre a buscar el agua a Carín, Talusia y la Mata. Dos o tres calderos y uno siempre en la cabeza, con el rodillo pa que no cayera. El agua del mejor caldero era pa beber en casa, que lo sacabes con un canxilón."


Mujer llevando caldero de cinc en la cabeza.
Foto de Kruger. Tineo (1924).


            

A la maestría de llevar el caldero, la acompañaba la picardía de echar dentro una rama de laurel, helecho o un palo para que no te bailara el agua en la cabeza y así evitar llegar pingando a casa, por el bazcuyón.  También tener la previsión de colocar las latas debajo de los canalones y tejados para recoger todo lo que llovía, que toda agua era poca.   

            

çDe esta exposición son testigos mudos las piedras de Carín, Aramar, Talusia, Fontán, la Mata...y de tantos manantiales a los que se recurrieron durante años, demasiados años.

            

Benditas mujeres que con sus esfuerzos durante tantos siglos, calmaron la sed del pueblo de Antromero.   

   

Maruja Anxelín con el caldero en la cabeza
camín de la fuente Carín. 1948

 

           


Breve introducción.

 

 

...todos los díes iguales,

a repasar la ropa, escuchar el parte,

sacar les pites, poner la pota a cocer,

lavar, tender. 

Aurelio González Ovies.

 

                

Desde que el hombre inició el largo camino que separó irremediablemente su destino y el de sus antepasados, los monos, bajó de los arboles, empezó a perder el pelo que cubría su cuerpo y con el paso de miles de años consiguió caminar erguido, diferenciándose de sus ancestros. Tras esto, seguramente una de sus mayores preocupaciones fue cubrir  su desnudez, aquella que le diferenciaba aun más del resto de los animales.

             

Al principio fue un trabajo de los varones, ya que estaba aparejado a la caza, a las piezas capturadas y sus pieles.

             

Con el inexorable paso del tiempo será labor propia de las mujeres, tanto su confección, conservación y mantenimiento. Estrabón, en el siglo I,   hacía mención en sus escritos del conocimiento de las hechuras de tejido que nuestras gentes, las del norte tenían.

                

Desde siempre, desde los orígenes de la humanidad, la mujer, les muyeres han estado detrás de todas aquellas actividades que han sido ninguneadas y despreciadas sistemáticamente por el sexo dominante, por los varones y la sociedad. Con su sacrificio, con su trabajo inacabable han desarrollado gran parte de las  penosas tareas que han garantizado el mantenimiento de la familia, de la unidad familiar. El facer la comida, el cuidado de los niños y ancianos; llevar a vender o mercadear los excedentes productivos del ganao y la tierra;  la limpieza de la casa y de sus miembros forman parte de ese abnegado trabayo que sin ningún reconocimiento han desarrollado a lo largo de toda la historia.

            

Ese suma y sigue, en esa llabor, infatigable y poco reconocida que las féminas de todas las épocas han protagonizado, para mayor gloria de las sociedades y culturas encabezadas por los hombres.

 

 

 

 Los orígenes de jabones y similares.

 

 

Lavaba la ropa fría

y cuanto  más la lavaba

más negra se le ponía. 

Popular.

 

            

Es innecesario recordar que el verdadero problema en el facer esta tarea estaba, como ocurría en casi todos los casos en la escasez de medios e infraestructura para ejecutarla. Si la ropa era escasa en casi todas las casas, era aun más pronunciado ese déficit en los jabones y similares para poder hacerla.

            

Abusando una vez más de vuestra paciencia. Vamos a iniciar un breve recorrido por la historia de todos estos productos que han facilitado el trabayo a les muyeres, en perjuicio del hoy maltrecho medioambiente.

            

Realmente nadie sabe quien o cuando se hizo el primer jabón. Hay una leyenda romana que dice que fue por casualidad: el agua de la lluvia arrastró de las laderas del sagrado monte Sapo las grasas de los numerosos sacrificios y ofrendas de animales que se hacían en honor de los dioses.  Al mezclarse con las cenizas procedentes de las piras de los fuegos del ceremonial, se convirtió en una masa grasienta que los esclavos usaban para su aseo personal, descubriendo su gran poder de limpieza.

            

Nada sorprendente si atendemos a las declaraciones de Manolo Llaranes, quien precisa los componentes para la elaboración de aquel producto limpiador: "Para hacer el jabón se cogía grasa y sebo de animales con serrín de pino con algo de resina". El poder exfoliante, al menos estaba garantizado.

            

Lo cierto es que si atendemos a diferentes historiadores podemos añadir que el origen de los jabones se remonta hace más de 2600 años con los fenicios, auténticos maestros del comercio. Usaban grasa de origen animal (la de cabra era la predilecta) mezclándola con ceniza de aspecto blanquecino.

           

Siempre existieron leyendas y mitos en nuestro entorno vinculado directamente a las grasas animales. Es el caso del home del untu, personaje que secuestraba a los  guajes, para sacarles las grasas con fines poco edificantes. En esta dirección vamos recurrir a la anécdota que nos presta Raúl Sirgo, en una envidiable descripción, "Creo que fue el difunto Antonón el que tenía un gran perro mastín, yo me acuerdo, neblinoso, de su figura en la carretera con madreñas acompasadas al sonido de los clavos y un perro grande al lado. En cierta ocasión el perro desapareció y siempre se dijo que "alguien" lo había matado para hacer jabón".

            

En la Venecia del siglo XI, esta actividad y el posterior comercio de los productos fruto de la misma generó un gran prestigio social y a la par unos importantes réditos económicos. Las autoridades, como siempre atentas, no dejaron pasar la oportunidad de aplicar importantes impuestos a las personas vinculadas a la ocupación del jabón. Para evitar esta nueva situación administrativa, gran parte de los fabricantes  recurrieron a la clandestinidad.

            

La imposición de tasas y tributos no solo por la fabricación, sino también por su consumo ha sido un modus operandi de las distintas administraciones  a lo largo de la historia. Así lo recuerda Marino Busto en su excelsa obra “Historia del Concejo de Carreño en la general de Asturias” (1984): “El Estado impone un impuesto especial de tres maravedís por libra de jabón. Los vecinos de Carreño se niegan a pagar ese arbitrio y el entonces Juez, Alcalde don Manuel González Reguera envía un informe al Jefe de Rentas Provincial (acta de 24-11-1834) en el que le comunica:” Que en este concejo ni en su capital, no hacen consumo alguno de jabón y que solo se vale del arbitrio antiquísimo de refrescar las ropas interiores y más usuales de hacer coladas con ceniza y que no usan lujo alguno como se verifica en los distintos pueblos”. Tal y como cabe suponer pese a la arriesgada y estudiada estrategia de la máxima autoridad local, el impuesto siguió adelante.

            

Es en 1774 cuando un químico que atendía al nombre de Claude-Louis Berthollet descubre para su asombro que el cloro disuelto en agua, se convierte en un poderoso agente blanqueador. Así se explica el nacimiento de la actual lejía, tal y como la conocemos hoy. Años más tarde mejorará el producto final, con una mezcla de cal viva y potasa.

            

En los albores del siglo XIX (1801) el inglés Tennant, transformará el anterior invento en polvos. Es la lejía en este formato (de bolas ) que se han comercializado hasta no hace tantos años y que se añadían sobre todo a la colada. Este producto repercutirá de manera muy positiva en otros sectores no vinculados a la higiene y limpieza. Así el papel de escribir que originariamente siempre tuvo un color pardo amarillento, hasta que la aplicación de aquel hipoclorito de Tennant (lejía) lo transformó en el color blanco puro que hoy tiene.

            

Ya a finales del siglo XIX, en 1890 un químico alemán, A. Krafft va  a descubrir casi por casualidad  y de modo accidental el primer detergente del mundo. En  aquellos momentos su invento no va a interesar a nadie, quedando relegado al ostracismo hasta bien entrado el siglo XX. Será  reclamado con  el inicio de la Primera Guerra Mundial, coincidiendo con la escasez en Alemania de grasas animales, que va impedir la fabricación de jabones que atienda  la demanda existente en el país. Este será el punto de inflexión que va a marcar el consumo de detergente en detrimento de los hasta entonces populares jabones.

           


 

Lavar, llavar.


 

lavando,
restregando
la ropa,
trabajando
en el frío,
en la dureza,
lavando en el silencio nocturno del invierno,
lava y lava,
la pobre lavandera.


    Pablo Neruda “Oda a la lavandera nocturna”

 

            

Vamos a iniciar este recorrido de la dura tarea femenina a partir del siglo XX. Aunque se hagan referencias históricas anteriores a la fecha señalada, estimamos innecesario, (dadas las puntuales características sociales y geográficas de nuestro pueblo)  adentrarnos más en las oscuridades del pasado.

         

Es evidente que las estrecheces y la escasez abundó por más tiempo de lo deseado nuestros hogares en tiempos pasados y hasta no hace mucho fueron compañeros inseparables del peaje que manda el destino.

            

La falta de la logística necesaria en las casas, esto es, la ausencia de agua potable , obligó a les muyeres a acarrear, transportar la colada hasta el río, lavadero o fontán, durante siglos. Solo algunas afortunadas que disponían de pozo propio y un pequeño aljibe que hacia las labores de lavadero, evitaron en puntuales ocasiones el dir camín del río. Siempre con la ropa encima de la cabeza o el barreñón apoyau en la cadera, como lo recuerda Jovita Gonzalez, “se llevaba la ropa en un barcal en la cabeza, o con calderos,... el caso era poder llevar lo más posible para no tener que dar más de un viaje”.

            

Teniendo en cuenta que lo peor quedaba pendiente, pues después de llavar durante horas y sin descanso, había que volver con la misma carga y mojada subiendo “ les jodies cuestes del Molín, del Aramar o de la Viesca”.

            

Así, podemos citar algunas casas que disfrutaron del no va a más de entonces, de un pozo de agua y el verdadero lujo de disponer (gracias al primero) de un pequeño lavadero. Evitando dentro de lo posible el visitar a menudo el río: Teresa la Mata, Ramona Llaranes, María la Granda,  Medero, María el Tercero, casa Artime, casa Norte, casa Posada, casa Miterio, casa Sardín, la Granda, casa Marcelino "la Salada"...

Bomba del pozo de casa Marcelino la Salada.

            

Pero pese a disponer de ese lujo al lao de casa, en determinadas ocasiones había que ir inexcusablemente al río. Como el río pa lavar no lo había, sobre todo cuando lo que tocaba eran prendas grandes, tal lo recuerda Jovita González, “íbamos a lavar la ropa de Teresa “la Mata” al  Molín (Pielgo) y tenía unes colches de punto muy grandes que teníamos que meternos en medio del río para poder lavarles”.

            

No sin olvidar que hasta no hace demasiado tiempo, había que respetar el descanso dominical y no se podía trabayar los domingos, porque era punible. Así lo recuerda Amparo Julián, “los domingos no se podía trabayar en nada, porque estaba prohibido. Si te veía el cura denunciabate y jodiate porque teníes que pagar una multa.” Con Franco, los domingos eran una fiesta de guardar  y de trabayar na de na, porque ya “ taben los curines pendientes de ello pa ponete un recibu de 20 pesetes". 

           

 

 


 El río.

 


"….en torno a ti, la vida va tejiendo    

    una red invisible de recuerdos,    

un ovillo que enreda la nostalgia."

Antón García.

 

            

Los ríos han sido fuente de riqueza, de inspiraciones poéticas, motivos de guerras entre pueblos, naciones.... y en este caso de trabajo, de duro trabajo, de sabañones, de dolores de manos, piernas y espalda. Sacrificio interminable de muchas horas, días, semanas, meses y años, de vidas desgastadas de trabayar como burrines.

            

En nuestro pueblo los ríos, arroyos o regatos que les muyeres frecuentaban para cumplimentar la limpieza de la ropa fueron principalmente tres: el Aramar, el Pielgo, la  Viesca, además de la fuente de  Carín. Aunque debemos de recordar que en puntuales ocasiones y dependiendo de factores varios (principalmente meteorológicos ) se podía acudir a otros lugares como el Fontán o detrás de casa Sardín, en Les Moranes. Lugares donde afloraban aguas subterráneas,  que valíen, ¡¡¡Vaya si valíen!!! pa salir del pasu”.


Manantial del Fontán.

           

El auténtico enemigo que había que lidiar al lavar en estos parajes era sin lugar a dudas el agua turbia. Este se ocasionaba principalmente por dos circunstancias: los excesos de lluvia  que provocaban un aumento de caudal del río, generando mayor fuerza en el mismo  y como  consecuencia la aparición de lodos a lo largo de su cauce. El segundo factor, menos previsible que el anterior: les vaques, aquellas que se llevaban a saciar su sed en les pozes, ensuciando el liquido elemento y con ello el disgusto y  mal humor de las que estaban faenando con el jabón algunos metros mas abajo.

            

Algunos años después el objeto de la ira de aquelles sufrides muyeres serían los tractores, quienes quebraban la tranquilidad de las aguas con su tránsito mecanizado.

                

Entonces se recurría a la estrategia de usar más de un punto para lavar. Así lo recuerda Marina el Tuertu, “en el Pielgo se lavaba en el Molín (en el entorno había varios sitios posibles), en el puente de La Frontera...., también en La Mata”. En el caso del río de La Viesca refresca nuestra memoria Amapola Sirgo, “se podía lavar en La Viesca, en el Puentín y en el Puentón” . Todo ello entre el Alixo y el puente que da nombre al río.

              

Un problema añadido se sumó en el Aramar, para aquellas personas que lavaban en los últimos tramos del río, tras la construcción del matadero. Pues en los días de matanza las aguas anunciaban con su color rojizo los restos de los sacrificios de los animales.

              

Lo cierto en épocas de muncha seca, de pertinaz sequía, se recurría casi siempre a los sitios del Aramar y de la Mata, donde había suficiente cauce para garantizar el lavado de las prendas.

         

Era habitual para acondicionar el lugar seleccionado era el trabajo colectivo, en sextaferia. Paisanos  y muyeres, armados de los instrumentos necesarios, tales como pales y fesories, hacen una balsa de agua, estabilizada en un previsto nivel a través de un pequeño aliviadero. El resto está en buscar unes piedres lises, unes llastres. Ubicándolas a los bordes para poder frotar las prendas sobre ellas, haciendo las labores de la tabla de lavar. En el Pielgo, se usaba “una de las muelas del molín desgastada,...era tan grande que en caso de apuro la podían usar dos personas”, como lo refrenda Benigna Anxelín. Estas piedras eran usadas indistintamente por cualquiera en ausencia de la propietaria.

            

El resto ya sabéis, mojar, enjabonar refregando con el jabón y contra la piedra. Siempre contra la piedra, el clareo y el escurrirla retorciendo  la pieza. Las manos hinchadas y brazos arrangaos  después de tanto esfuerzo. 

            

El frío, el terrible frío que entumecía, que dejaba sin sentío les manes y que aliviaba en el Molín el agua caliente que daba gentilmente Delfa. Ese padecimiento real, lo pueden testimoniar las desgastadas y pulidas piedras sobre las que se desarrollaba aquel penoso trabayo.

            

Así sin descanso durante horas, aprovechando siempre el horario matinal para sacar más y mejor rendimiento a la faena. Porque después había que tenderla en bardiales, praos (al verde para blanquearla más) o en tendales.

            

También era aconsejable el hacerse con un cajón, hecho de madera para aislar las rodillas de las humedades y del barro del entorno de aquellos primarios lavaderos, ya que era la postura que exigía  aquella labor.  Se trataba de dos tablas unidas formando un ángulo recto y que en su interior se echaba un brazao de yerba seca para acolchar las articulaciones. Posteriormente las más afortunadas la sustituyeron por esponjas o similares.


Fuente: Emilio el Lechugo (1968)
Lavando en el río La Viesca. En primer plano
Covadonga , al fondo Benigna Anxelín.
Se aprecia la mejora del cajón para apoyo de las rodillas.


Tabla de lavar. Elemento básico para enjabonar
y frotar la ropa.

           

Tal y como expusimos con anterioridad, el mantenimiento y limpieza de aquellas elementales instalaciones seguía el guion de la sextaferia. Un uso social arraigado en el que los miembros de una comunidad participan con su esfuerzo en un bien social. Tal y como lo recuerda Marina el Tuertu, “ cuando se limpiaba el canal del molín y el río se facía todos juntos.., iba mucha gente, muchos paisanos, Alfonso y Avelino el Civil, Fausto, los de la Piedra, los del Molín, Paulo,...”y se poníen de acuerdo una vez al año, porque sino lo tomaba todo la vegetación”. Recuperando en su memoria la rapidez del  procedimiento y la “recompensa” posterior, “ se limpiaba desde el puente hasta el molín..., y  en una mañana, después se comíen les anguiles que cogíen, que les preparaba Pacita,...facíen un festejo tremendo.” No sin puntualizar que “a media mañana se les daba un pincho, pa coger fuerzes..., y eso si que el vino no faltase”. Podemos dar fe que en este pueblo se trabaya como en ningún otro, pero que cuando se festeja no nos quedamos atrás.

            

Son estas costumbres las que forman parte del paisaje, memoria vital e historias de los pueblos y de sus habitantes.

 

 

 


El único lavadero.




"Yo quiero abandoname sobre el agua

que nun tenga memoria,..."

M. Teresa González.



            
En el Boletín Oficial de la Provincia n. 245 de fecha 28/Octubre/1957 se aprueban los pliegos de condiciones que han de regir en la subasta de las obras de construcción de fuente, lavadero y abrevadero en Antromero.

           

Así en el año 1958, el Ayuntamiento de Gozón va construir en el Molín del Pielgo, un lavadero, hoy en estado de total abandono. Esta obra va a representar una importante mejora cualitativa. El lavar de píe, ¡¡con techo y todo!!, pudiendo ir a lavar incluso cuando llovía.



El lavadero del Molín del Pielgo,
otrora objeto deseado por les muyeres del pueblo, hoy abandonado
.

            

 


Los jabones, lejías, blanqueadores y detergentes habituales.




 "El tiempo devora mis manos

y los dedos ocultan los recuerdos."

Antonio Rodríguez

 


            

Aun teniendo en cuenta que jabones como Lagarto o Chimbo (Asturias era uno de los tres lugares del país en donde se fabricaba), que los nuevos etiquetadores de usos y costumbres llaman jabón de marsella o marsellés ya se comercializaban hace más de 150 años, no debemos olvidar en ningún caso el esfuerzo que representaba la compra de los mismos. Un pequeño tesoro y riqueza para su poseedora, ya que como bien sabéis la disposición económica de entonces no era la más propicia para adquirirlo.

                

Su publicidad, en el año 1908, no dejaba lugar a dudas: " El mejor, más higiénico y más económico para el lavado de toda clase de ropa. Se vende exclusivamente en trozos de medio Kilo. Antigua Jabonera Tapia y Sobrino- Bilbao".



 Publicidad de los dos jabones de referencia en aquellos años.



             
Se trata (esto para los lectores más jóvenes) de unas pastillas rectangulares con un color semi-dorado que durante décadas invadieron casas y lavaderos. Tuvieron su máximo esplendor en los años 50 y 60, hasta la aparición de las primeras lavadoras , que exigían el uso de detergentes, que no jabones.
             
En los años 40, va empezar a comercializarse, en las penurias de la posguerra, un jabón en escamas denominado Saquito. Su casa matriz,  Persán, se encargó de popularizarlo entre sus consumidoras a través del gran vehículo informativo de entonces, la radio. El mensaje transmitido a través de las ondas era claro y contundente, una mejor calidad de vida para las sufridas mujeres: “María del alma mía la ropa no está lavada, María del alma mía que no te veo hacer nada. María está tranquila y se sonríe un poquito pues la ropa está lavada gracias a Escamas Saquito”. Todo ello acompañado de un estribillo que exhibía las bonanzas de aquel maravilloso producto: “ Saquito hasta tu nombre es bonito; Saquito lava por mí un ratito,.. Saquito lava y tu no haces nada..., todas las amas de casa muestran su satisfacción pues las Escamas Saquito han sido la solución, sin trabajo y sin esfuerzo con descansar un ratito queda la ropa lavada gracias a Escamas Saquito.” 
  
               
Podemos comprobar que lo de los actuales anuncios de detergentes no es casualidad y que sus antecedentes publicitarios se remontan décadas atrás. Y la cruda realidad se expone sin los sones musicales con las que las ondas hercianas comunicaban la propaganda,  desbaratando aquella dolosa publicidad, “la ropa había que llevarla al río, con o sin Escamas Saquito.”

            

Años más tarde llegaría la extensa colonización comercial  americana iniciada con el Omo (“lava blanco, blanquísimo”). Y con ello ya aparecieron en la década de los 70 las primeras  lavadoras con turbina y los detergentes como Ese o Elena (que ya estaban en el mercado años atrás en formato de lavar a mano).  Persán, los del jabón Saquito,  trató de contrarrestar sacando a la venta Flota, pero sin el gran éxito de su antecesor.

            

Lo que nunca faltaba era la lejía, casi siempre en polvo o en su defecto en formato de bolas. Muy necesaria para la ropa con grasa. En determinadas ocasiones se ampliaba su uso higiénico en el lavado de cabelleras y cueros cabelludos, provocando una desinfección sin par en aquellos pelos con visitantes no deseados, entiéndase piojos y liendres.

            

A principios del siglo XX se introdujo el azulete, pigmento de polvo de añil, con su característica coloración, que se utilizaba para blanquear la ropa. Inicialmente se comercializó en formato de pastillas redondas o en polvo, para años más tarde presentarse en liquido.

            

Y ya más recientemente, lo que todo el mundo recuerda, la presencia de  lavadoras, secadoras y un universo de productos y marcas que se escapan a cualquier control mental. Una verdadera  locura, similar al ritmo de vida que exige esta  acelerada sociedad.

           

Para no añadir mas vana letra a esta exposición, aprovechamos la sabia reflexión de Emilia Posada, quien pone los puntos sobre las íes: “ Ahora se gasta más jabón, lejía y detergente en dos semanas en una casa de Antromero, que antiguamente en  el pueblo en todo el año”. Estimamos que dada la indefinición de la fecha en esta apreciación, se ajustará a los años de juventud de la declarante.

            

Si atendemos a la conclusión de un aristócrata alemán que vivió en el siglo XIX, el barón Justos Von Liebig, quien estimaba “el desarrollo y la cultura de un país y de los pueblos se mide por la cantidad de jabón que consume”, y consideramos las anteriores declaraciones de Emilia, podríamos asegurar que Antromero en relativamente poco tiempo ha pasado de un estadio de poco a otro de gran desarrollo. Por supuesto, no debemos de cometer este error ya que hoy no se pueden tomar estas referencias como el parámetro para medir ningún tipo de  crecimiento, pues este  consumo (tanto de agua como jabones y sus derivados) no favorece para nada la evolución humana.

 

 


  

Facer la colada

 

 

“Colada y casamientu, quieren escalientu” 

Popular

 

            

           

La Real Academia de la Lengua Española, hace en una de sus acepciones la siguiente definición del término colar, “blanquear la ropa después de lavarla, metiéndola en lejía caliente”. Es nuestra humilde intención intentar en las siguientes líneas el ampliar y puntualizar la anterior interpretación, siguiendo las líneas marcadas por las manifestaciones de nuestros vecinos.

            

Tratar de situar en los recovecos de la historia esta variedad de lavar la ropa es harto difícil, por no decir imposible. Como ocurre en estos casos en los que las angostas esquinas del tiempo y de la imprecisión se mezclan con leyendas resulta un esfuerzo inútil, a la par que agotador.

            

Si atendemos las conclusiones a las que han llegado algunos estudiosos e historiadores de la materia.  Exponen que allá por el siglo XVI, se inició en España una forma curiosa de blanquear la colada, que era con la mezcla de agua y  ceniza. Aunque hay otras voces  que ya la sitúan hace más de 2000 años en la colonización que hizo por estas tierras el antiguo imperio romano. En cambio, otros se remiten  al antiguo Egipto, hace más de 5000 años. Cuando aquellos sumergían sus prendas de lino en lejías muy alcalinas para conseguir una gran blancura, a pesar que en muchas ocasiones lo único que conseguían era una descomposición de los tejidos sometidos a ese duro proceso.

            

El procedimiento tiene alguna que otra variedad, sometido al ámbito geográfico en el que se desarrolla, pues los utensilios usados son variados y dependiendo  de las dificultades para conseguirlos son empleados unos u otros, tal y como veremos a continuación.

            

El objetivo que perseguía el facer la colada, no era otro que el buscar una mayor limpieza y desinfección de determinadas piezas u prendas que por sus características no podían lavarse a menudo, tal fue la lencería de  cama.

            

Es necesario precisar que los hábitos de higiene de cualquier periodo pasado son muy diferentes a  los actuales. Tomad como ejemplo, el puntual caso de  los esplendores y oropeles de los épocas palaciegas. Tal ocurría en el Palacio de Versalles francés, declarado Patrimonio de la Humanidad,  donde los  reyes y aristócratas que entonces pululaban por los aposentos hacían sus aguas menores y mayores en cualquier sala, esquina del mismo sin ningún tipo de pudor. ¿Qué no ocurriría entonces en las modestas moradas de los más humildes?.

            

Si nos remitimos a la Edad Media, la iglesia prohibió algunos usos higiénicos . Fue el caso de las abluciones diarias, argumentando para ello que el contacto   del agua  sobre la piel provocaba enfermedades. Así la reina Isabel de Castilla presumía de no haberse lavado más de dos veces en su vida. Una de ellas, el día previo a su boda.

                

Era tal la falta de higiene personal y de la ropa, que había una verdadera plaga de piojos y pulgas. Cuando los aristócratas y gentes pudientes compraban una de sus llamativas pelucas , debían de seguir el consejo facilitado por el vendedor de colocar pequeños trozos de tocino en ella para que aquellos parásitos quedaran pegados a su grasa. Aliviando así aquella peste de origen animal. 

            

En algunas tascas y posadas de la época estaba terminantemente prohibido el descubrir la cabeza . El quitar el sombrero o gorro suponía la expulsión inmediata de aquellos locales. La razón era el evitar que aquellos insectos fueran de mesa en mesa y de plato en plato.

            

A partir del siglo XIX, los usos higiénicos se reconducen de forma lenta y pausada hasta nuestros días.

            

Retomando el mundo textil recordamos que hasta la década del los 50 y 60 del siglo XX, no aparecieron  las prendas las fibras sintéticas. Hasta entonces todo estaba elaborado con   tejidos naturales (algodón , lino,...)  que el paso del tiempo y por supuesto su uso, se traducía en un continuo amarillear y pésima vejez de estos.

            

Por todo lo expuesto, se hacía necesario cada cierto tiempo una limpieza en profundidad de estas prendas que oficialmente eran blancas, pero que en ocasiones lucían un color indefinido. Así faciendo la colada, se procedía a la eliminación de todos los parásitos, piojos, liendres y pulgas , a la vez que se pretendía la búsqueda  del color blanco perdido.

 

 

 

¿Como se facía la colada?.



 "Mirar p´atrás 

entender que fuimos..."

Ana Rosa Fernández.

 

 

            

En algunas zonas, era costumbre hacer la primera colada en las proximidades de la festividad de San Juan, vinculada esa decisión a la celebración del solsticio de verano y en ello influidos por ritos pre-cristianos, ligados a los poderosos ciclos de la naturaleza. Son esas extrañas conexiones de las que pasado tanto tiempo, estamos un poco ajenos.

            

Tal y como se dijo con anterioridad, la colada mantenía su denominador común en todos los lugares donde se elaboraba.  Había matices a considerar, tales como los utensilios usados para ello, que podían ser de lo más variopinto: una tina, el tronco hueco de un árbol, bidones, toneles,.. Deberían estar lo suficientemente levantados del suelo, bien con unas pequeñas  patas o soportes y con un agujero que va hacer la función de aliviadero. Siempre regulado con una espita de madera forrada en  trapo.


Útil para la colada. Foto de Kruger. 
Primera década del siglo pasado en algún lugar
 sin precisar del occidente asturiano.

      

      

Detalla y precisa esta observación,  Benigna Anxelín “en casa teníamos un tonelín de madera con pates, donde se hacia la colada de la ropa blanca”.



           

Y el segundo elemento más importante, eran las cenizas. Las más apreciadas eran las de tonos blancos, que dejaban menos rastros.

            

Pa facela, se colocaba la ropa a colar en el interior del barril, bien doblada, mojada y enjabonada, llenando su contenido. A continuación se remataba con un trozo de tela tosca y lo suficiente tupida, que se llamaba cenicero o cenizeiro, donde se echaban las cenizas previamente seleccionadas. Estas se buscaban y recogían para cuando fuese menester usarlas, tal lo recuerda Benigna Anxelín:” La ceniza que se metía en el trapo era blanca, siempre se buscaba las blancas, ya que no podían dejar marcas y manchas en la ropa”. Señalando algunos de los sitios donde se podían recoger aquellas pavesas: “...por los fornos, en los llares,...y aunque no se fuese  a colar se guardaban igual”. Así de la importancia que se daba a  este primordial  elemento, lo recuerda el popular dicho: “La bona ceniza fai colada y non la moza arremangada”.

           

Respecto a la posición del cenicero, en algunas ocasiones se situaba en la parte inferior  en vez de la parte de arriba. La explicación a esta variación estará suponemos en  la suciedad de las prendas a colar.

           

Comprobando que no está abierta la salida de agua, se empieza a echar la misma cada vez más caliente por la boca del recipiente, sobre la bolsa de ceniza (cenicero) que está  en la parte superior. Recordamos un dicho que explica este procedimiento, el número de jarras o calderos, como y de que manera hay que aplicarlos y cuyo origen  sitúan por estas tierras gozoniegas:

 

 

Tres calentinos,

tres calentando,

 tres espumientos,

tres trebolgando.

 

 

            

No es necesario recordar que se trataba de un trabayo colectivo y femenino. Teniendo en cuenta la peligrosidad de vaciar el agua cada vez más burbujeante , siempre era necesario la presencia de mujer adulta en todo aquel proceso, para evitar dentro de lo posible los riesgos previsibles.

            

En algunos sitios se añadían cascaras de huevo, porque se creía en el poder suavizante de los mismos y así atemperar aquellos toscos lienzos que hacían las labores de ropa de cama, que raspaba y resquemaba las partes más delicadas del cuerpo.

            

La colada duraba varias horas y si normalmente se hacía al caer el día, se dejaba la ropa durante toda la noche. El final de la colada lo marcaba el vaciado del recipiente, al que se la había aflojado horas antes la espita de madera que hacía de tapón, para que saliese aquella solución lechosa.

            

-El agua que salía, se volvía a recoger dado su poder de limpieza, aprovechándose para fregar los suelos, cacharros,...Así lo recuerda nuevamente Benigna:“ Aquel agua se volvía a recoger para fregar y lo llamábamos lexiga”. Por afinidad, al menos lingüística, recordaremos que los antiguos romanos llamaban al agua colada de cenizas, lixiva o lixivia.

            

La explicación técnica de este proceso se basaba en   la mezcla de agua con cenizas  y donde el agua caliente disuelve los carbonatos de sodio y potasio de aquellas, generando un liquido con  un alto poder desinfectante y de limpieza. Y que se reforzaba más el mismo, con el añadido que se hacía en la colada de la lejía en bolas, dotando de mayor eficacia aquellos usos.

            

Se  sacaban las prendas del receptáculo y a bajarlas al río, siempre al río, para iniciar el aclarado definitivo previo a su secado.

           

En cambio, si se quería ampliar o recuperar  más la blancura, se tendía al verde, se volvía a enjabonar. Para posteriormente extender las piezas sobre los praos (casi siempre próximos al río), para de vez en cuando chiscala con agua y por último volver a aclararla y secarla. Allí se pasaban horas y horas pendiente de la ropa  y de sus resultados.

            

Finalmente, una vez secado el fruto de todo aquella interminable labor y en el caso de que no se usasen inmediatamente, se solían recoger en un armario o  arcón .  Introduciendo unas manzanas se complementaría el trabajo final para proporcionar un olor que para si quisieran los actuales y refinados suavizantes.    

 


  

 

Tender o secar  la ropa.

 

 

  

“En semana de Ramos, llavarás los tos paños,

que en semana de Pasión, secarán o non.”

Popular.

 

 

            

Una vez lavados los trapos, había que secarlos a la mayor brevedad posible, por una evidente falta de provisión. En los duros años de pre y post-guerra, se tendía sobre todo en los bardiales (matorrales). Con las piezas grandes, dadas sus dimensiones se añadía más  dificultad a la hora de recogerla de los mismos, tal lo recuerda Amapola Sirgo: “En más de una ocasión cuando se iba  a recoger la ropa, alguna prenda se quedaba enganchada entre las espinas de los bardiales, haciendo una rotura...”. Las consecuencias previsibles: “Después bronca en casa”.

            

Entonces, la logística se reducía a todos los setos, matorrales y superficies vegetales con unas garantías mínimas para poder ser usados como tendales. Así lo confiesa Lucía Les Moranes: “ Todos los bardiales que había alrededor de les cases estaben llenos de ropa tendida, no había otro sitio”. Aunque más explícita y con tono de humor negro, resulta la apreciación de Benigna (recordamos que eran diez personas en casa), “cada vez que tendíamos la ropa en casa, Manolo el Civil siempre decía lo mismo, ¡coño, ya llegaron los hospicianos!,..”. Aclarándonos para dar mayor sentido aquellas palabras “porque llenábamos los bardiales de debajo de casa hasta el prao de María Artime de ropa”.

           

Hay una historia que relata que hace un buen puñado de años, uno de aquellos mendigos que pululaban sin orden ni concierto por los caminos y caleyes del mundo, hizo una parada, que podríamos denominar técnica, en el río de la Viesca. Así repuso fuerzas e inició un lavado de su raquítico y ralo equipaje. Colgó sus harapos por los matojos y matorrales de alrededor, siguiendo las pautas de entonces y cuando se secaron, dispuso su marcha. Tiempo después, el grupo de muyeres que diben p'al río, tuvieron que marchar asediadas por las innumerables pulgas que aquel probe dejó allí olvidadas.

            

Con el paso de los años se mejora y no hay casa que no disponga a su alrededor o en fachadas de los socorridos tendales, en una evolución natural y muy agradecida por les sufrides muyeres.

 

 


 

La ropa.

                      

 

“El tejido en sí es un símbolo de civilización.

Una de las diferencias más evidentes entre los

seres humanos y los animales....”

Dolores Mirón.

 


            

Los ropajes, la ropa siempre han tenido una finalidad que es la de proteger y abrigar a sus usuarios. Aunque no debemos olvidar que con el paso del tiempo, se ha convertido en un elemento cultural que representa unos roles bien definidos como estatus, poder, jerarquía, edad,...Actualmente significa  una  triste máxima, “tanto tienes, tanto vales.”

           

Es nuestro objetivo el recoger en estos próximos párrafos unas breves referencias del ropaje de nuestros antepasados en el siglo pasado, de sus escasas y casi siempre míseras propiedades textiles.

           

La materia prima más usada en la confección de los ajuares era la de lana y el lino, si bien es cierto que en excepcionales ocasiones  y según fueron pasando los años se uso el algodón. 

            

Aunque no debiera de sorprendernos, las autoridades, entiéndase la Junta General del Principado de Asturias en 1782, va a regular por ley que tipo de telas se debían de usar en función del estatus social. Así estaba sancionado con importantes multas “a aquellos que no son nobles el gastar telas de oro o plata; a los artesanos, oficiales y llabradores el uso de la seda,...a los llabradores sin hacienda propia el gasto de paños meyores que la estemeña o Herrera....”. Este duro control político-administrativo  era un sinsentido y estaba en la mayor parte de los casos fuera de lugar.

            

La vestimenta en nuestro pueblo, como en tantos otros, estuvo siempre condicionada por una serie de factores socio-económicos  tales como la moralidad, la economía, el rol social y sobre todo por el factor climatológico. La falta de perres, la moralina de pre-guerra civil, la férrea moralidad franquista y los duros y húmedos inviernos, hicieron una singular configuración estética.

           

En el caso de les muyeres vamos a distinguir tres piezas fundamentales en su forma de vestir, que pudiéramos sumar muchas más atendiendo a la indumentaria arrastrada en el paso del tiempo: la saya y el refaxu, esta combinación representa la pieza principal de la indumentaria femenina . Siendo la primera una falda con vuelo y que como no podía ser de otro modo, larga hasta los tobillos. Debajo estaba el citado refaxu, para dar mayor seguridad y confianza a su usuaria  a la vez que generar más vuelo al conjunto de las dos piezas. Y la pañoleta, aquel pañuelo que cubría la cabeza de las féminas de mayor edad y cuyo objetivo era el tapar el pelo. Su verdadero trasfondo estaba en el rol social , que no era otro que la respetabilidad que representaba su uso.

            

En los paisanos la cosa se reduce elementalmente a calzón o pantalón ,camisa y en el mejor de los casos chaleco. Pero sobre todo resaltar una pieza necesaria y fundamental en el mundo rural y muy vinculada al trabajo como fue la faja, la faxa. Aquella que tras varias vueltas alrededor de la cintura protegía a los riñones de los habituales esfuerzos físicos.


Josefa el Monte, Emilia Posada y Manolo Llaviana ,
 representan la vestimenta de no hace tantos años
.
 

            

En las ropas se aprovechaba todo lo aprovechable, pa facer remiendos, cosiendo y repasando roteros sobre roteros . Y en algún sitio a buen resguardo una ropa curiosa que se usaba para días señalados en el calendario o eventualidades (fiestas, bodas, cabos d'añu, entierros...), y que en algunas ocasiones, siguiendo ancestrales costumbres acompañaba a la última morada a su propietario.

            

Pero si había una prenda que jamás aparecía en las coladas,  que era la destinada a la limpieza de aquello  que se expone en el siguiente acertijo:

 

"¿Que cosa cosadiella ye

una cosa

que los ricos recogen

y que los probes tiren?".

 

 

             

La solución al enigma, tal y como ya habréis adivinado, son los mocos. Y por supuesto que era absolutamente prescindible el uso del pañuelo o moquero. Solo aquellas familias más pudientes se dejaban arrastrar por su frívolo empleo. Porque los probes, que era prácticamente todo el mundo ya se hacían cargo de aquelles veles, con la inestimable ayuda de las mangas. Que una vez tiesas de tanto uso, no hacían otra cosa que repartir las perennes secreciones a lo largo y ancho de toda la cara.

 

 

 

El teñir la ropa.



 El tiempu, esi gran arquitectu.

va poner cada piedra en su sitiu.

  Xaviero Cayarga.



            

Esta actividad, la de teñir la ropa es una de las máximas expresiones de austeridad y aprovechamiento de los escasos recursos textiles de la población. En determinadas ocasiones, se trataba de un gesto de coquetería, pues cuando se es joven se marcaba como objetivo el vestir (dentro de los límites que imponen la escasez de medios) colores vivos y alegres.  Será el inevitable paso del tiempo y los papeles a cumplimentar socialmente se encargarán de corregir.

            

Así una vez se cumplía con el sacramento del matrimonio, los ropajes tienden a perder aquellos luminosas coloraciones, oscureciéndose como sinónimo de seriedad. Esas obligaciones  pasaban por teñir de negro las vestimentas cuando los roles sociales así lo exigían. Así era el caso de las muertes de familiares directos, que enlutaban de por vida hasta los más jóvenes.

            

Fruto de esta tesitura se refleja en una característica expresión que en más de una vez hemos escuchado, refiriéndose a alguno de sus ascendientes, como padres, madres o abuelos/as, “nunca la conocimos joven, siempre vestida de negro o enlutada”.

            

Antiguamente se teñía en la primavera, aprovechando los ciclos naturales para la recolección de aquellas especies vegetales usadas para tal menester. En este listado figuran la cáscara de la cebolla, moras, nueces, les barbes del maizu, la cola de caballo, etc. Estos tintes naturales daban unos tonos oscuros, muy apreciados entonces.

             

Dependiendo de la intensidad que se quería dar al tinte, la prenda se metía en cocción con alguno de las variedades anteriormente expuestas. Si se apostaba por un resultado con mayor intensidad, se dejaba a remojo y macerando durante días en el liquido que tintaba. También se recurría  para que resaltasen  y fijasen los colores a un preparado con orines de guaje o bien una mezcla de sal y vinagre.

            

Será a partir de 1922, cuando el empresario Antonio Marca  empieza a comercializar un producto que va a revolucionar el reducido mundo de los tintes textiles para uso doméstico, simplificando procedimiento y generando una mayor eficiencia, con Tintes Iberia.

            

No siempre los resultados eran óptimos, tal y como se recogen en los siguientes testimonios:  Benigna Anxelín confiesa “una vez fuimos de excursión en los años 40 con la fabrica de Ojeda de Candás”,tal y como era costumbre “íbamos en un camión descubierto, y a la vuelta empezó a llover a cántaros". Después lo previsible “la ropa comenzó a desteñir y acabamos como un cristo”. Ángeles Vega nos describe una anécdota de su marido Evaristo, “acababa de teñir un jersey y fue con él en moto a Gijón, cuando venía para casa empezó a llover  y tiñó toda la camisa”. Lucía les Moranes, nos lo expone, “teñimos les zapatilles pa ir p'al Cristo de Candás y llovía si dios traía agua, cuando nos dimos cuenta taben les medies teñides por encima de los tobillos”.

                

La imaginación  y el ingenio siempre suplieron las carencias. Amparo Julián describe con una gracia innata la siguiente anécdota: " Ibamos al baile a Candás con madreñes (zuecos) de clavos que facíen un ruido que metíen miedo. En el baile dejábamosles  debajo de un banco y como les zapatilles siempre estaben rozades por les madreñes, con el cisgo (ceniza) de la cocina de carbón teñíamosles." Aclarando el resultado final de aquella solución casera, "siempre se abrasaben les medies y si llovía quedaben casi pa tirar."

            

Es evidente la incompatibilidad manifiesta entre las prendas teñidas y el líquido elemento.

 

 


 

El arreglo de la ropa.

           

 

 

….en torno a ti, la vida va tejiendo     

                                                                                                         una red invisible de recuerdos,

                                                                                                             un ovillo que enreda la nostalgia.  

Antón García.

 

 

 

 

            


Hoy las modas imponen unas estéticas amorales, dadas las estrecheces , carencias, miserias y ausencias que no haca tanto tiempo se sufrieron por tantos lugares. No nos deja de sorprender, que en la actualidad se compren prendas carísimas rotas y desgastadas que harían revolver en sus cenizas a nuestros antepasados. ¿Nos estaremos volviendo locos?.

           

Obligada la muyer por las miserias, se convirtieron en modistas, zurcidoras. Daban vuelta a los trajes , teñían y hacían todo lo posible para esquivar los golpes de la necesidad.

       

Ante la falta de medios y como no, de perres, se recurre a los talleres de confección (muy apreciados por  la sección femenina del franquismo) y a aquelles curioses que manejaban como nadie las tijeras, las agujas y el hilo.

           

En Antromero, podemos distinguir sobre todo a dos, Oliva de María Ángela y Segundina, quienes aprendieron a manejarse entre retales, patrones, tizas,... a un importante número de féminas de nuestro pueblo.


Asistentas al Curso de corte y confección subvencionada
 por la Cámara Agraria en 1968 en el taller de Segundina.

            

Oliva inicia esta actividad en los años 50, y ante la imposibilidad de copiar modelos y modelitos por evidente falta de recursos técnicos, seguía una eficaz estrategia, tal lo expone Amapola Sirgo, “siempre nos decía vais tú y Carmen María a Gijón y sentaros en el muro,... miráis a la gente que pasa y fijaros en la ropa que os gusta”. Puntualizando lo que ya sospechamos “después ella nos ayudaba para hacer el modelo”.  Nos añade a la anterior información,  "que sobre el año 1957 coincidiendo con la llegada del tergal, vimos en Gijón unos trajes que nos gustaron, y los hicimos en colores verde y rosa salmón”. Todo ello guiado por el buen hacer y sentido de la proporción de la que han hecho gala los artistas a lo largo de la historia.

            

Los paños, ropas, botones y labores de mercería se compraban en Candás, Luanco o en el histórico comercio gijonés de “El Jazmín" . Abierto hace más de 70 años por el capital ganado en Cuba por el emprendedor Ceferino Alvárez.


Fachada del histórico comercio "El Jazmín" de Gijón.

            

Algunas décadas atrás, dentro del escaso comercio ambulante existente, dada la manifiesta debilidad del sistema comercial , aparecen  unos personajes con unos burros y albardas, los lenceros. Sobre aquellos animales y cubiertos de lonetas viajaban los paños y telas objeto de sus ventas. Y junto a la figura humana, la sempiterna vara de medir. Producto del paso de los años y la tecnología que la acompaña, sustituyeron la tracción animal por la mecánica, con la aparición de las desvencijadas furgonetas. Su  presencia acompañó a nuestro paisaje hasta los años 70 del pasado siglo.

 

  

 

 

El río junta, el río separa.

           

 

 

            “lo visible está sembrado de pliegues,

donde se esconde lo que no tiene nombre”

Eva Lootz.

 

 

 

            

El trabajo vinculado al río, tal y como expusimos anteriormente, era reconocible como un modelo típicamente femenino, pieza clave para el desarrollo de una sociedad matriarcal, como fue la rural, la nuestra.

            

En las largas horas de faena en torno  a los lavaderos se aprovechaba para en muchas ocasiones reforzar unos vínculos sociales y de amistad. Aunque en otras extremó enemistades de por vida.

            

Era muy habitual el escuchar canciones, voces, barullo y discusiones de todo tipo, por triviales que fuesen. El río fue un elemento socializador de primer orden, donde se ventilaban los chismorreos, confidencias, criticas de unas y otras.

            

Se obviaban en todo ello temas tabús, especialmente de carácter sexual y llegado el caso siempre se referenciaba con eufemismos, evitando cualquier palabra explícita al respecto.

 

 

  

 

Por fin, el agua en casa.

 

 

            “ A veces, la vida te hace caso comportándose

de manera extraña, atendiendo a tus expectativas

y proyectos...”

 

 

            




El milagro del agua en les cases y con ello el gran invento que algunas mujeres consideraron como la mejor innovación hecha en el pueblo en el siglo pasado, comienza a forjarse entre los años 1964 y 1966.

Así queda confirmado en el Boletín Oficial de la Provincia n.51 de 3/3/66 donde se aprueba el proyecto y presupuesto de las obras de abastecimiento de agua a Antromero por 100.670,68 pesetas. Los pliegos de condiciones se publican en el Boletín n.93 con fecha de 23/4/66 . Siendo la subasta pública de contratación de 11/mayo/1966.


Fuente: Mariluz Serrano. Los tubos destinados a la traída de agua
eran muy apropiados para los juegos. Chiquillería apostada en ellos.
La Flor. Año 1967.

       

Esta instalación será compleja, dadas las características orográficas de Antromero. Se toma la decisión de planificarlo en varias fases, en función de la disposición de los barrios. Aprovechando para ello el trazado de la primitiva carretera.

          

El punto y final del proyecto y con él un sueño hecho realidad se da en 1969, siendo Alcalde de Gozón ( uno de los hombres que más empeño puso en ello), D. Salvador Mori.



Fuente: María José Menéndez. Aurelio y su hermana Argenta, con las obras 
de conexión de agua de la general a la casa de la última (1969).

        

En un barrio próximo al pueblo, las dificultades se multiplicaron en la ejecución de la acometida de agua, tal lo recuerda Carmen Poquito: " En Casa Poquito no hubo agua hasta 1970, pues no permitían cruzar la carretera, ya que la tubería pasaba por la acera de enfrente". Será una casualidad próxima, la que acelerará aquel proceso, hasta entonces insalvable: " Cuando empezaron a edificar la urbanización de Los Laureles, cruzaron la tubería del agua a la altura de Casa Amable. Entonces, ya nos la subieron y pudimos conectar el agua en casa",

        

El agua va a ser  el punto de inflexión que va a cambiar afortunadamente usos y costumbres a nuestres sufrides muyeres.

        

La valiosa información referente a estas líneas la aporta Manuel Hevia, en una manifiesta evidencia de su prodigiosa memoria.

 

 

 

Conclusiones.

 

           

            

En este capítulo, hemos tratado de refrescar unos tiempos distintos, hundiéndonos en una nostalgia plagada de trabajo, de esfuerzo, de dolor de manos hinchadas y el cuerpo arriñonao.

                

Y de aquel viejo paisaje fluvial, de mujeres acarretando en la cabeza o apoyado en sus caderas todo el fruto de su trabajo.

            

Actualmente, la tecnología ha liberado a nuestras féminas de aquellas infernales faenas, a cambio del  inevitable pago que representa la esclavitud de sus maquinas.

 

       


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Capítulo 85. Coses y casos de cases. Casa Norte. Parte III.

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