Capítulo 5
El agua.
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Aldeana con ferrada. |
Este es un capítulo dedicado a todas aquellas mujeres de Antromero que fueron y son la razón de la existencia de este, como otros tantos pueblos. Muyeres de manos desgastadas y ásperas, artríticas de tanto trabajar y arrastrar la ropa al río, a los lavaderos y acarretar agua, en una labor interminable...
Ir a buscar el agua.
"cuanto dura´l tiempu
que nun yes a atrapar
en cachinos de memoria..."
Berto García.
Podéis preguntar a los más jóvenes
por la palabra agua y que os enumeren otras vinculantes a ella. Seguramente dirán: baño, ducha, playa, vacaciones, botella, piscina... todas unidas al consumo, a comprar
y vender. En cambio, para aquellas personas de más edad, tiene un significado
mucho más elemental y misterioso. Para ellas es el
principio de toda la vida.
Pero esa palabra no representa lo
mismo para mujeres y hombres. Porque, para las mujeres, además de ese
significado, el agua siempre representó el trabajo físico y cotidiano. Es el cansancio real, la conjugación del verbo acarrear. El transportar a lo largo de una interminable
cadena de días y noches que se pierden en la oscuridad de los tiempos, de
meses, años y siglos cargando el agua en un sinfín de cacharros atendiendo la demanda de los suyos.
Hubo que esperar muchos años, para disponer de agua en las casas. Mientras tanto se iba a buscar a las fuentes, a los ríos. Cualquier cacharro servía para tal menester: latas, canjilones, ferradas, cántaros... y finalmente los calderos. Aquellos blancos de hierro esmaltados. Esos casi siempre eran destinados para beber, porque eran más agradecidos, solo fregarlos con un poco de agua y arena . Benditas aquellas que tuvieran jabón pues quedaban nuevos. Había que tener especial cuidado con los golpes, porque entonces aparecían los escachones y después el óxido .Para el resto de cosas, los de cinc, que eran más baratos y sí bebías de ellos te daba un sabor amargo del cardenillo (que se quitaba frotándolos con tomate, pero ¿ quien tenia tomate, para frotar un caldero,?.)
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El socorrido caldero de cinc. |
Las colas, las interminables colas
en las fuentes. Estas siempre eran más grandes durante el verano, ya que la
necesidad de agua en casa era mayor y la escasez en el caño de la fuente,
también. Mientras, las tareas domésticas debían de esperar.
Así la malicia popular salía a relucir y se aplicaban canciones que tan solo con cambiar el nombre del pueblo, servían cualquier otro lugar:
Al entrar en Antromero
lo primero que se ve,
les muyeres col calderu
y les cames sin facer.
Dentro de la casa, el agua de beber y cocinar tenia que estar alta para que no le cayera porquería y para que no metiera en ella algún animal el focicu. Para tantas cosas el agua, menos para el retrete, porque retrete no había (menos mal). Ni para lavar, porque se iba al río o al lavadero. Ni para fregar el suelo, porque casi siempre era de tierra.
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Letrina en el exterior de la vivienda. |
çA la hora de ir a buscar el líquido elemento empezó a aplicarse ese refrán tan asturiano, "el más ruin a la fuente y al molín". En cada casa casi siempre había una encargada, mujer, de ir a buscar el agua a la fuente. Sí no querías demorarte mucho, ir pronto a buscarla cuando no hubiera tanta cola. Así lo transmite Concha Menéndez, "Mi madre siempre madrugaba mucho pa ir a buscar el agua a la fuente". Además si hubiera mucha gente en casa los viajes había que repetirlos varias veces al cabo del día.
No siempre era mal asunto las colas de espera en las fuentes. Fue la manera perfecta de despistar otros trabajos con la demora, a la vez que dar a la parpayuela. Seguramente ganándose más de un disgusto a la vuelta a casa por todo ello.
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Fuente de la Flor. Inaugurada en 1964. Su agua era de la red municipal . Desde hace algunos años está fuera de servicio. |
Un caldero en la cabeza y otro en la
mano. Siempre la otra libre para acompasar el movimiento y no derramar el preciado líquido. Aun así había algunas más avezadas que llevaban uno en cada
mano, y corriendo como Rosario Rosa. Tener la precaución de poner un trapos enrollados en
la cabeza, la rodilla, para que asentara bien el culo del caldero, y
rezar para no resbalar con el barro. Porque esa era otra, lloviera o no, el jodio
barro estaba en todos los lados.
Transcribimos la declaración de Lucía les Moranes, quien aclara aquella dinámica: "Díbamos a buscar el agua la fuente Carín. Cuando se necesitaba más a Talusia o la Mata. Con un caldero en la cabeza con rodillo, pa que no resbalase . En cada mano una lata y procurando que no cayese ni una gota". Reseñando el esfuerzo: "Porque costaba mucho trabayo d'ir buscalo". Amparo Julián refuerza en su exposición las palabras de la anterior dicente :"Díbamos siempre a buscar el agua a Carín, Talusia y la Mata. Dos o tres calderos y uno siempre en la cabeza, con el rodillo pa que no cayera. El agua del mejor caldero era pa beber en casa, que lo sacabes con un canxilón."
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Mujer llevando caldero de cinc en la cabeza. Foto de Kruger. Tineo (1924). |
A la maestría de llevar el caldero, la acompañaba la picardía de echar dentro una rama de laurel, helecho o un palo para que no te bailara el agua en la cabeza y así evitar llegar pingando a casa, por el bazcuyón. También tener la previsión de colocar las latas debajo de los canalones y tejados para recoger todo lo que llovía, que toda agua era poca.
çDe esta exposición son testigos mudos las piedras de Carín, Aramar, Talusia, Fontán, la Mata...y de tantos manantiales a los que se recurrieron durante años, demasiados años.
Benditas mujeres que con sus esfuerzos durante tantos siglos, calmaron la sed del pueblo de Antromero.
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Maruja Anxelín con el caldero en la cabeza camín de la fuente Carín. 1948 |
Breve introducción.
...todos los díes iguales,
a repasar la ropa, escuchar el parte,
sacar les pites, poner la pota a cocer,
lavar, tender.
Aurelio González Ovies.
Desde que el hombre inició el largo camino que separó irremediablemente su destino y el de sus antepasados, los monos, bajó de los arboles, empezó a perder el pelo que cubría su cuerpo y con el paso de miles de años consiguió caminar erguido, diferenciándose de sus ancestros. Tras esto, seguramente una de sus mayores preocupaciones fue cubrir su desnudez, aquella que le diferenciaba aun más del resto de los animales.
Al principio fue un trabajo de los varones, ya
que estaba aparejado a la caza, a las piezas capturadas y sus pieles.
Con el inexorable paso del tiempo será labor
propia de las mujeres, tanto su confección, conservación y mantenimiento.
Estrabón, en el siglo I, hacía mención
en sus escritos del conocimiento de las hechuras de tejido que nuestras gentes,
las del norte tenían.
Desde siempre, desde los orígenes de la
humanidad, la mujer, les muyeres han estado detrás de todas aquellas
actividades que han sido ninguneadas y despreciadas sistemáticamente por el
sexo dominante, por los varones y la sociedad. Con su sacrificio, con su
trabajo inacabable han desarrollado gran parte de las penosas tareas que han garantizado el
mantenimiento de la familia, de la unidad familiar. El facer la comida,
el cuidado de los niños y ancianos; llevar a vender o mercadear los
excedentes productivos del ganao y la tierra; la limpieza de la casa y de sus miembros
forman parte de ese abnegado trabayo que sin ningún reconocimiento han
desarrollado a lo largo de toda la historia.
Ese suma y sigue, en esa llabor, infatigable y poco reconocida que las féminas de todas las épocas han protagonizado, para mayor gloria de las sociedades y culturas encabezadas por los hombres.
Los orígenes de jabones y similares.
Lavaba la ropa fría
y cuanto más la
lavaba
más negra se le ponía.
Popular.
Es
innecesario recordar que el verdadero problema en el facer esta tarea
estaba, como ocurría en casi todos los casos en la escasez de medios e
infraestructura para ejecutarla. Si la ropa era escasa en casi todas las casas,
era aun más pronunciado ese déficit en los jabones y similares para poder
hacerla.
Abusando
una vez más de vuestra paciencia. Vamos a iniciar un breve recorrido por la
historia de todos estos productos que han facilitado el trabayo a les
muyeres, en perjuicio del hoy maltrecho medioambiente.
Realmente
nadie sabe quien o cuando se hizo el primer jabón. Hay una leyenda romana que
dice que fue por casualidad: el agua de la lluvia arrastró de las laderas del
sagrado monte Sapo las grasas de los numerosos sacrificios y ofrendas de
animales que se hacían en honor de los dioses. Al mezclarse con las cenizas
procedentes de las piras de los fuegos del ceremonial, se convirtió en una masa
grasienta que los esclavos usaban para su aseo personal, descubriendo su gran
poder de limpieza.
Nada sorprendente si atendemos a las declaraciones de Manolo Llaranes, quien precisa los componentes para la elaboración de aquel producto limpiador: "Para hacer el jabón se cogía grasa y sebo de animales con serrín de pino con algo de resina". El poder exfoliante, al menos estaba garantizado.
Lo
cierto es que si atendemos a diferentes historiadores podemos añadir que el
origen de los jabones se remonta hace más de 2600 años con los fenicios,
auténticos maestros del comercio. Usaban grasa de origen animal (la de cabra
era la predilecta) mezclándola con ceniza de aspecto blanquecino.
Siempre existieron leyendas y mitos en nuestro entorno vinculado directamente a las grasas animales. Es el caso del home del untu, personaje que secuestraba a los guajes, para sacarles las grasas con fines poco edificantes. En esta dirección vamos recurrir a la anécdota que nos presta Raúl Sirgo, en una envidiable descripción, "Creo que fue el difunto Antonón el que tenía un gran perro mastín, yo me acuerdo, neblinoso, de su figura en la carretera con madreñas acompasadas al sonido de los clavos y un perro grande al lado. En cierta ocasión el perro desapareció y siempre se dijo que "alguien" lo había matado para hacer jabón".
En
la Venecia del siglo XI, esta actividad y el posterior comercio de los
productos fruto de la misma generó un gran prestigio social y a la par unos
importantes réditos económicos. Las autoridades, como siempre atentas, no
dejaron pasar la oportunidad de aplicar importantes impuestos a las personas
vinculadas a la ocupación del jabón. Para evitar esta nueva situación
administrativa, gran parte de los fabricantes
recurrieron a la clandestinidad.
La
imposición de tasas y tributos no solo por la fabricación, sino también por su
consumo ha sido un modus operandi de las distintas administraciones a lo largo de la historia. Así lo recuerda
Marino Busto en su excelsa obra “Historia del Concejo de Carreño en la general
de Asturias” (1984): “El Estado impone un impuesto especial de tres maravedís
por libra de jabón. Los vecinos de Carreño se niegan a pagar ese arbitrio y el
entonces Juez, Alcalde don Manuel González Reguera envía un informe al Jefe de
Rentas Provincial (acta de 24-11-1834) en el que le comunica:” Que en este
concejo ni en su capital, no hacen consumo alguno de jabón y que solo se vale
del arbitrio antiquísimo de refrescar las ropas interiores y más usuales de
hacer coladas con ceniza y que no usan lujo alguno como se verifica en los
distintos pueblos”. Tal y como cabe suponer pese a la arriesgada y
estudiada estrategia de la máxima autoridad local, el impuesto siguió adelante.
Es
en 1774 cuando un químico que atendía al nombre de Claude-Louis Berthollet
descubre para su asombro que el cloro disuelto en agua, se convierte en un
poderoso agente blanqueador. Así se explica el nacimiento de la actual lejía,
tal y como la conocemos hoy. Años más tarde mejorará el producto final, con una
mezcla de cal viva y potasa.
En
los albores del siglo XIX (1801) el inglés Tennant, transformará el anterior
invento en polvos. Es la lejía en este formato (de bolas ) que se han
comercializado hasta no hace tantos años y que se añadían sobre todo a la
colada. Este producto repercutirá de manera muy positiva en otros sectores no
vinculados a la higiene y limpieza. Así el papel de escribir que
originariamente siempre tuvo un color pardo amarillento, hasta que la
aplicación de aquel hipoclorito de Tennant (lejía) lo transformó en el color
blanco puro que hoy tiene.
Ya
a finales del siglo XIX, en 1890 un químico alemán, A. Krafft va a descubrir casi por casualidad y de modo accidental el primer detergente del
mundo. En aquellos momentos su invento no va a interesar a nadie, quedando
relegado al ostracismo hasta bien entrado el siglo XX. Será reclamado con el inicio de la Primera Guerra Mundial,
coincidiendo con la escasez en Alemania de grasas animales, que va impedir la
fabricación de jabones que atienda la
demanda existente en el país. Este será el punto de inflexión que va a marcar
el consumo de detergente en detrimento de los hasta entonces populares jabones.
Lavar, llavar.
lavando,
restregando
la ropa,
trabajando
en el frío,
en la dureza,
lavando en el silencio nocturno del invierno,
lava y lava,
la pobre lavandera.
Pablo Neruda “Oda a la lavandera
nocturna”
Vamos
a iniciar este recorrido de la dura tarea femenina a partir del siglo XX. Aunque se hagan referencias históricas anteriores a la fecha señalada,
estimamos innecesario, (dadas las puntuales características sociales y
geográficas de nuestro pueblo)
adentrarnos más en las oscuridades del pasado.
Es evidente que las estrecheces y la escasez abundó por más tiempo
de lo deseado nuestros hogares en tiempos pasados y hasta no hace mucho fueron
compañeros inseparables del peaje que manda el destino.
La
falta de la logística necesaria en las casas, esto es, la ausencia de agua
potable , obligó a les muyeres a acarrear, transportar la colada hasta
el río, lavadero o fontán, durante siglos. Solo algunas afortunadas que
disponían de pozo propio y un pequeño aljibe que hacia las labores de lavadero,
evitaron en puntuales ocasiones el dir camín del río. Siempre con la ropa encima
de la cabeza o el barreñón apoyau en la cadera, como lo recuerda Jovita
Gonzalez, “se llevaba la ropa en un barcal en la cabeza, o con calderos,...
el caso era poder llevar lo más posible para no tener que dar más de un viaje”.
Teniendo en cuenta que lo peor quedaba pendiente,
pues después de llavar durante horas y sin descanso, había que volver
con la misma carga y mojada subiendo “ les jodies cuestes del Molín, del Aramar o de
la Viesca”.
Así, podemos citar algunas casas que disfrutaron del no va a más de entonces, de un pozo de agua y el verdadero lujo de disponer (gracias al primero) de un pequeño lavadero. Evitando dentro de lo posible el visitar a menudo el río: Teresa la Mata, Ramona Llaranes, María la Granda, Medero, María el Tercero, casa Artime, casa Norte, casa Posada, casa Miterio, casa Sardín, la Granda, casa Marcelino "la Salada"...
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Bomba del pozo de casa Marcelino la Salada. |
Pero pese a disponer de ese lujo al lao de casa, en determinadas ocasiones había que ir inexcusablemente al río. Como el río pa lavar no lo había, sobre todo cuando lo que tocaba eran prendas grandes, tal lo recuerda Jovita González, “íbamos a lavar la ropa de Teresa “la Mata” al Molín (Pielgo) y tenía unes colches de punto muy grandes que teníamos que meternos en medio del río para poder lavarles”.
No sin olvidar que hasta no hace demasiado tiempo, había que respetar el descanso dominical y no se podía trabayar los domingos, porque era punible. Así lo recuerda Amparo Julián, “los domingos no se podía trabayar en nada, porque estaba prohibido. Si te veía el cura denunciabate y jodiate porque teníes que pagar una multa.” Con Franco, los domingos eran una fiesta de guardar y de trabayar na de na, porque ya “ taben los curines pendientes de ello pa ponete un recibu de 20 pesetes".
El río.
"….en torno a ti, la vida va tejiendo
una red invisible de recuerdos,
un ovillo que enreda la nostalgia."
Antón García.
Los
ríos han sido fuente de riqueza, de inspiraciones poéticas, motivos de guerras
entre pueblos, naciones.... y en este caso de trabajo, de duro trabajo, de
sabañones, de dolores de manos, piernas y espalda. Sacrificio interminable de
muchas horas, días, semanas, meses y años, de vidas desgastadas de trabayar
como burrines.
En nuestro pueblo los ríos, arroyos o regatos que les muyeres frecuentaban para cumplimentar la limpieza de la ropa fueron principalmente tres: el Aramar, el Pielgo, la Viesca, además de la fuente de Carín. Aunque debemos de recordar que en puntuales ocasiones y dependiendo de factores varios (principalmente meteorológicos ) se podía acudir a otros lugares como el Fontán o detrás de casa Sardín, en Les Moranes. Lugares donde afloraban aguas subterráneas, “que valíen, ¡¡¡Vaya si valíen!!! pa salir del pasu”.
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Manantial del Fontán. |
El
auténtico enemigo que había que lidiar al lavar en estos parajes era sin lugar
a dudas el agua turbia. Este se ocasionaba principalmente por dos
circunstancias: los excesos de lluvia
que provocaban un aumento de caudal del río, generando mayor fuerza en
el mismo y como consecuencia la aparición de lodos a lo largo
de su cauce. El segundo factor, menos previsible que el anterior: les
vaques, aquellas que se llevaban a saciar su sed en les pozes, ensuciando el liquido elemento y con ello el disgusto y mal humor de las que estaban faenando con el
jabón algunos metros mas abajo.
Algunos
años después el objeto de la ira de aquelles sufrides muyeres serían los
tractores, quienes quebraban la tranquilidad de las aguas con su tránsito
mecanizado.
Entonces
se recurría a la estrategia de usar más de un punto para lavar. Así lo
recuerda Marina el Tuertu, “en el Pielgo se lavaba en el Molín (en el
entorno había varios sitios posibles), en el puente de La
Frontera...., también en La Mata”. En el caso del río de La Viesca
refresca nuestra memoria Amapola Sirgo, “se podía lavar en La Viesca, en el
Puentín y en el Puentón” . Todo ello entre el Alixo y el puente que
da nombre al río.
Un problema añadido se sumó en el Aramar, para
aquellas personas que lavaban en los últimos tramos del río, tras la
construcción del matadero. Pues en los días de matanza las aguas anunciaban con
su color rojizo los restos de los sacrificios de los animales.
Lo
cierto en épocas de muncha seca, de pertinaz sequía, se recurría casi
siempre a los sitios del Aramar y de la Mata, donde había suficiente cauce para
garantizar el lavado de las prendas.
Era habitual para acondicionar el lugar seleccionado
era el trabajo colectivo, en sextaferia. Paisanos y muyeres, armados de los instrumentos
necesarios, tales como pales y fesories, hacen una balsa de agua,
estabilizada en un previsto nivel a través de un pequeño aliviadero. El resto
está en buscar unes piedres lises, unes llastres. Ubicándolas a los
bordes para poder frotar las prendas sobre ellas, haciendo las labores de la
tabla de lavar. En el Pielgo, se usaba “una de las muelas del molín
desgastada,...era tan grande que en caso de apuro la podían usar dos personas”,
como lo refrenda Benigna Anxelín. Estas piedras eran usadas
indistintamente por cualquiera en ausencia de la propietaria.
El resto ya sabéis, mojar, enjabonar refregando con el jabón y contra la piedra. Siempre contra la piedra, el clareo y el escurrirla retorciendo la pieza. Las manos hinchadas y brazos arrangaos después de tanto esfuerzo.
El
frío, el terrible frío que entumecía, que dejaba sin sentío les manes y
que aliviaba en el Molín el agua caliente que daba gentilmente Delfa.
Ese padecimiento real, lo pueden testimoniar las desgastadas y pulidas piedras
sobre las que se desarrollaba aquel penoso trabayo.
Así sin descanso durante horas, aprovechando
siempre el horario matinal para sacar más y mejor rendimiento a la faena.
Porque después había que tenderla en bardiales, praos (al verde para
blanquearla más) o en tendales.
También era aconsejable el hacerse con un cajón, hecho de madera para aislar las rodillas de las humedades y del barro del entorno de aquellos primarios lavaderos, ya que era la postura que exigía aquella labor. Se trataba de dos tablas unidas formando un ángulo recto y que en su interior se echaba un brazao de yerba seca para acolchar las articulaciones. Posteriormente las más afortunadas la sustituyeron por esponjas o similares.
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Fuente: Emilio el Lechugo (1968) Lavando en el río La Viesca. En primer plano Covadonga , al fondo Benigna Anxelín. Se aprecia la mejora del cajón para apoyo de las rodillas. |
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Tabla de lavar. Elemento básico para enjabonar y frotar la ropa. |
Tal y como expusimos con anterioridad, el mantenimiento y limpieza de aquellas elementales instalaciones seguía el guion
de la sextaferia. Un uso social arraigado en el que los miembros de una
comunidad participan con su esfuerzo en un bien social. Tal y como lo recuerda
Marina el Tuertu, “ cuando se limpiaba el canal del molín y el río se facía
todos juntos.., iba mucha gente, muchos paisanos, Alfonso y Avelino el Civil,
Fausto, los de la Piedra, los del Molín, Paulo,...”y se poníen de acuerdo una
vez al año, porque sino lo tomaba todo la vegetación”. Recuperando en su
memoria la rapidez del procedimiento y
la “recompensa” posterior, “ se limpiaba desde el puente hasta el molín...,
y en una mañana, después se comíen les
anguiles que cogíen, que les preparaba Pacita,...facíen un festejo tremendo.” No
sin puntualizar que “a media mañana se les daba un pincho, pa coger
fuerzes..., y eso si que el vino no faltase”. Podemos dar fe que en este
pueblo se trabaya como en ningún otro, pero que cuando se festeja no nos
quedamos atrás.
Son
estas costumbres las que forman parte del paisaje, memoria vital e historias de
los pueblos y de sus habitantes.
El único lavadero.
Así en el año 1958, el Ayuntamiento de Gozón va construir en el Molín del Pielgo, un lavadero, hoy en estado de total abandono. Esta obra va a representar una importante mejora cualitativa. El lavar de píe, ¡¡con techo y todo!!, pudiendo ir a lavar incluso cuando llovía.
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El lavadero del Molín del Pielgo, otrora objeto deseado por les muyeres del pueblo, hoy abandonado. |
Los jabones, lejías, blanqueadores y detergentes
habituales.
Aun teniendo en cuenta que jabones como Lagarto o Chimbo (Asturias era uno de los tres lugares del país en donde se fabricaba), que los nuevos etiquetadores de usos y costumbres llaman jabón de marsella o marsellés ya se comercializaban hace más de 150 años, no debemos olvidar en ningún caso el esfuerzo que representaba la compra de los mismos. Un pequeño tesoro y riqueza para su poseedora, ya que como bien sabéis la disposición económica de entonces no era la más propicia para adquirirlo.
Su publicidad, en el año 1908, no dejaba lugar a dudas: " El mejor, más higiénico y más económico para el lavado de toda clase de ropa. Se vende exclusivamente en trozos de medio Kilo. Antigua Jabonera Tapia y Sobrino- Bilbao".
Años más tarde
llegaría la extensa colonización comercial
americana iniciada con el Omo (“lava blanco, blanquísimo”).
Y con ello ya aparecieron en la década de los 70 las primeras lavadoras con turbina y los detergentes como Ese
o Elena (que ya estaban en el mercado años atrás en formato de lavar
a mano). Persán, los
del jabón Saquito, trató de
contrarrestar sacando a la venta Flota, pero sin el gran éxito de su
antecesor.
Lo que nunca faltaba era la lejía, casi siempre en polvo o en su defecto en formato de bolas. Muy necesaria para la ropa con grasa. En determinadas ocasiones se ampliaba su uso higiénico en el lavado de cabelleras y cueros cabelludos, provocando una desinfección sin par en aquellos pelos con visitantes no deseados, entiéndase piojos y liendres.
A principios del
siglo XX se introdujo el azulete, pigmento de polvo de añil, con
su característica coloración, que se utilizaba para blanquear la ropa.
Inicialmente se comercializó en formato de pastillas redondas o en polvo, para
años más tarde presentarse en liquido.
Y ya más
recientemente, lo que todo el mundo recuerda, la presencia de lavadoras, secadoras y un universo de
productos y marcas que se escapan a cualquier control mental. Una
verdadera locura, similar al ritmo de
vida que exige esta acelerada sociedad.
Para no añadir
mas vana letra a esta exposición, aprovechamos la sabia reflexión de Emilia Posada,
quien pone los puntos sobre las íes: “ Ahora se gasta más jabón, lejía y
detergente en dos semanas en una casa de Antromero, que antiguamente en el pueblo en todo el año”. Estimamos que
dada la indefinición de la fecha en esta apreciación, se ajustará a los años de
juventud de la declarante.
Si atendemos a la
conclusión de un aristócrata alemán que vivió en el siglo XIX, el barón Justos
Von Liebig, quien estimaba “el desarrollo y la cultura de un país y de los
pueblos se mide por la cantidad de jabón que consume”, y consideramos las
anteriores declaraciones de Emilia, podríamos asegurar que Antromero en
relativamente poco tiempo ha pasado de un estadio de poco a otro de gran
desarrollo. Por supuesto, no debemos de cometer este error ya que hoy no se
pueden tomar estas referencias como el parámetro para medir ningún tipo de crecimiento, pues este consumo (tanto de agua como jabones y sus
derivados) no favorece para nada la evolución humana.
Facer la colada
“Colada y casamientu, quieren escalientu”
Popular
La Real Academia de
la Lengua Española, hace en una de sus acepciones la siguiente definición del
término colar, “blanquear la ropa después de lavarla, metiéndola en lejía
caliente”. Es nuestra humilde intención intentar en las siguientes líneas
el ampliar y puntualizar la anterior interpretación, siguiendo las líneas
marcadas por las manifestaciones de nuestros vecinos.
Tratar de situar en
los recovecos de la historia esta variedad de lavar la ropa es harto difícil,
por no decir imposible. Como ocurre en estos casos en los que las angostas
esquinas del tiempo y de la
imprecisión se mezclan con leyendas resulta un esfuerzo inútil, a la par que
agotador.
Si atendemos las conclusiones a las que han
llegado algunos estudiosos e historiadores de la materia. Exponen que allá
por el siglo XVI, se inició en España una forma curiosa de blanquear la colada,
que era con la mezcla de agua y ceniza.
Aunque hay otras voces que ya la sitúan
hace más de 2000 años en la colonización que hizo por estas tierras el antiguo
imperio romano. En cambio, otros se remiten
al antiguo Egipto, hace más de 5000 años. Cuando aquellos sumergían sus
prendas de lino en lejías muy alcalinas para conseguir una gran blancura, a
pesar que en muchas ocasiones lo único que conseguían era una descomposición de
los tejidos sometidos a ese duro proceso.
El procedimiento
tiene alguna que otra variedad, sometido al ámbito geográfico en el que se
desarrolla, pues los utensilios usados son variados y dependiendo de las dificultades para conseguirlos son
empleados unos u otros, tal y como veremos a continuación.
El objetivo que
perseguía el facer la colada, no era otro que el buscar una mayor
limpieza y desinfección de determinadas piezas u prendas que por sus
características no podían lavarse a menudo, tal fue la lencería de cama.
Es necesario precisar que los hábitos de higiene de cualquier periodo pasado son muy diferentes a los actuales. Tomad como ejemplo, el puntual caso de los esplendores y oropeles de los épocas palaciegas. Tal ocurría en el Palacio de Versalles francés, declarado Patrimonio de la Humanidad, donde los reyes y aristócratas que entonces pululaban por los aposentos hacían sus aguas menores y mayores en cualquier sala, esquina del mismo sin ningún tipo de pudor. ¿Qué no ocurriría entonces en las modestas moradas de los más humildes?.
Si nos remitimos a la Edad Media, la iglesia prohibió algunos usos higiénicos . Fue el caso de las abluciones diarias, argumentando para ello que el contacto del agua sobre la piel provocaba enfermedades. Así la reina Isabel de Castilla presumía de no haberse lavado más de dos veces en su vida. Una de ellas, el día previo a su boda.
Era tal la falta de higiene personal y de la ropa, que había una verdadera plaga de piojos y pulgas. Cuando los aristócratas y gentes pudientes compraban una de sus llamativas pelucas , debían de seguir el consejo facilitado por el vendedor de colocar pequeños trozos de tocino en ella para que aquellos parásitos quedaran pegados a su grasa. Aliviando así aquella peste de origen animal.
En algunas tascas y posadas de la época estaba terminantemente prohibido el descubrir la cabeza . El quitar el sombrero o gorro suponía la expulsión inmediata de aquellos locales. La razón era el evitar que aquellos insectos fueran de mesa en mesa y de plato en plato.
A partir del siglo XIX, los usos higiénicos se reconducen de forma lenta y pausada hasta nuestros días.
Retomando el mundo textil recordamos que hasta la década del los 50 y 60 del siglo XX, no aparecieron las prendas las fibras sintéticas. Hasta entonces todo estaba elaborado con tejidos naturales (algodón , lino,...) que el paso del tiempo y por supuesto su uso,
se traducía en un continuo amarillear y pésima vejez de estos.
Por todo lo
expuesto, se hacía necesario cada cierto tiempo una limpieza en profundidad de
estas prendas que oficialmente eran blancas, pero que en ocasiones lucían un
color indefinido. Así faciendo la colada, se procedía a la eliminación
de todos los parásitos, piojos, liendres y pulgas , a la vez que
se pretendía la búsqueda del color
blanco perdido.
¿Como se facía la colada?.
En algunas zonas,
era costumbre hacer la primera colada en las proximidades de la festividad de
San Juan, vinculada esa decisión a la celebración del solsticio de verano y en
ello influidos por ritos pre-cristianos, ligados a los poderosos ciclos de la
naturaleza. Son esas extrañas conexiones de las que pasado tanto tiempo,
estamos un poco ajenos.
Tal y como se dijo con anterioridad, la colada mantenía su denominador común en todos los lugares donde se elaboraba. Había matices a considerar, tales como los utensilios usados para ello, que podían ser de lo más variopinto: una tina, el tronco hueco de un árbol, bidones, toneles,.. Deberían estar lo suficientemente levantados del suelo, bien con unas pequeñas patas o soportes y con un agujero que va hacer la función de aliviadero. Siempre regulado con una espita de madera forrada en trapo.
Detalla y precisa esta observación, Benigna Anxelín “en casa teníamos un tonelín de madera con pates, donde se hacia la colada de la ropa blanca”.
Y el segundo
elemento más importante, eran las cenizas. Las más apreciadas eran las de tonos
blancos, que dejaban menos rastros.
Pa facela,
se colocaba la ropa a colar en el interior del barril, bien doblada, mojada
y enjabonada, llenando su contenido. A continuación se remataba con un trozo de
tela tosca y lo suficiente tupida, que se llamaba cenicero o cenizeiro, donde
se echaban las cenizas previamente seleccionadas. Estas se buscaban y recogían
para cuando fuese menester usarlas, tal lo recuerda Benigna Anxelín:” La
ceniza que se metía en el trapo era blanca, siempre se buscaba las blancas, ya
que no podían dejar marcas y manchas en la ropa”. Señalando algunos de los
sitios donde se podían recoger aquellas pavesas: “...por los fornos, en los
llares,...y aunque no se fuese a colar
se guardaban igual”. Así de la importancia que se daba a este primordial elemento, lo recuerda el popular dicho: “La
bona ceniza fai colada y non la moza arremangada”.
Respecto a la
posición del cenicero, en algunas ocasiones se situaba en la parte
inferior en vez de la parte de arriba.
La explicación a esta variación estará suponemos en la suciedad de las prendas a colar.
Comprobando que no
está abierta la salida de agua, se empieza a echar la misma cada vez más
caliente por la boca del recipiente, sobre la bolsa de ceniza (cenicero) que está en la parte superior. Recordamos un dicho que
explica este procedimiento, el número de jarras o calderos, como y de que
manera hay que aplicarlos y cuyo origen
sitúan por estas tierras gozoniegas:
Tres calentinos,
tres calentando,
tres espumientos,
tres trebolgando.
No es necesario
recordar que se trataba de un trabayo colectivo y femenino. Teniendo en cuenta la
peligrosidad de vaciar el agua cada vez más burbujeante , siempre era necesario
la presencia de mujer adulta en todo aquel proceso, para evitar dentro de lo
posible los riesgos previsibles.
En algunos sitios se añadían cascaras de huevo, porque se creía en el poder suavizante de los mismos y así atemperar aquellos toscos lienzos que hacían las labores de ropa de cama, que raspaba y resquemaba las partes más delicadas del cuerpo.
La colada duraba
varias horas y si normalmente se hacía al caer el día, se dejaba la ropa
durante toda la noche. El final de la colada lo marcaba el vaciado del
recipiente, al que se la había aflojado horas antes la espita de madera que
hacía de tapón, para que saliese aquella solución lechosa.
-El agua que
salía, se volvía a recoger dado su poder de limpieza, aprovechándose para
fregar los suelos, cacharros,...Así lo recuerda nuevamente Benigna:“ Aquel
agua se volvía a recoger para fregar y lo llamábamos lexiga”. Por afinidad,
al menos lingüística, recordaremos que los antiguos romanos llamaban al agua
colada de cenizas, lixiva o lixivia.
La explicación
técnica de este proceso se basaba en la
mezcla de agua con cenizas y donde el
agua caliente disuelve los carbonatos de sodio y potasio de aquellas, generando
un liquido con un alto poder
desinfectante y de limpieza. Y que se reforzaba más el mismo, con el añadido
que se hacía en la colada de la lejía en bolas, dotando de mayor eficacia
aquellos usos.
Se sacaban las prendas del receptáculo y a
bajarlas al río, siempre al río, para iniciar el aclarado definitivo previo a
su secado.
En cambio, si se
quería ampliar o recuperar más la
blancura, se tendía al verde, se volvía a enjabonar. Para posteriormente extender las
piezas sobre los praos (casi siempre próximos al río), para de
vez en cuando chiscala con agua y por último volver a aclararla y
secarla. Allí se pasaban horas y horas pendiente de la ropa y de sus resultados.
Finalmente, una
vez secado el fruto de todo aquella interminable labor y en el caso de que no
se usasen inmediatamente, se solían recoger en un armario o arcón . Introduciendo unas manzanas se complementaría el trabajo final para proporcionar un olor que para si quisieran los
actuales y refinados suavizantes.
Tender o secar la ropa.
“En semana de Ramos, llavarás los tos paños,
que en semana de Pasión, secarán o non.”
Popular.
Una vez lavados
los trapos, había que secarlos a la mayor brevedad posible, por una evidente
falta de provisión. En los duros años de pre y post-guerra, se tendía sobre
todo en los bardiales (matorrales). Con las piezas grandes, dadas
sus dimensiones se añadía más dificultad a
la hora de recogerla de los mismos, tal lo recuerda Amapola Sirgo: “En más
de una ocasión cuando se iba a recoger
la ropa, alguna prenda se quedaba enganchada entre las espinas de los
bardiales, haciendo una rotura...”. Las consecuencias previsibles: “Después
bronca en casa”.
Entonces, la
logística se reducía a todos los setos, matorrales y superficies vegetales con
unas garantías mínimas para poder ser usados como tendales. Así lo
confiesa Lucía Les Moranes: “ Todos los bardiales que había alrededor de les
cases estaben llenos de ropa tendida, no había otro sitio”. Aunque más
explícita y con tono de humor negro, resulta la apreciación de Benigna
(recordamos que eran diez personas en casa), “cada vez que tendíamos la ropa
en casa, Manolo el Civil siempre decía lo mismo, ¡coño, ya llegaron los
hospicianos!,..”. Aclarándonos para dar mayor sentido aquellas palabras “porque
llenábamos los bardiales de debajo de casa hasta el prao de María Artime de
ropa”.
Hay una historia que
relata que hace un buen puñado de años, uno de aquellos mendigos que pululaban
sin orden ni concierto por los caminos y caleyes del mundo, hizo una
parada, que podríamos denominar técnica, en el río de la Viesca. Así repuso
fuerzas e inició un lavado de su raquítico y ralo equipaje. Colgó sus harapos
por los matojos y matorrales de alrededor, siguiendo las pautas de entonces y
cuando se secaron, dispuso su marcha. Tiempo después, el grupo de muyeres
que diben p'al río, tuvieron que marchar asediadas por las innumerables
pulgas que aquel probe dejó allí olvidadas.
Con el paso de los años se mejora y no hay casa que no disponga a su alrededor o en fachadas de los socorridos tendales, en una evolución natural y muy agradecida por les sufrides muyeres.
La ropa.
“El tejido en sí es un símbolo de civilización.
Una de las diferencias más evidentes entre los
seres humanos y los animales....”
Dolores Mirón.
Los ropajes, la
ropa siempre han tenido una finalidad que es la de proteger y abrigar a sus
usuarios. Aunque no debemos
olvidar que con el paso del tiempo, se ha convertido en un elemento cultural
que representa unos roles bien definidos como estatus, poder, jerarquía,
edad,...Actualmente significa una triste máxima, “tanto tienes, tanto
vales.”
Es nuestro objetivo el recoger en estos próximos párrafos unas breves referencias del ropaje de nuestros antepasados en el siglo pasado, de sus escasas y casi siempre míseras propiedades textiles.
La materia prima
más usada en la confección de los ajuares era la de lana y el lino, si bien es
cierto que en excepcionales ocasiones y
según fueron pasando los años se uso el algodón.
Aunque no debiera
de sorprendernos, las autoridades, entiéndase la Junta General del
Principado de Asturias en 1782, va a regular por ley que tipo de telas se
debían de usar en función del estatus social. Así estaba sancionado con
importantes multas “a aquellos que no son nobles el gastar telas de oro o
plata; a los artesanos, oficiales y llabradores el uso de la seda,...a los
llabradores sin hacienda propia el gasto de paños meyores que la estemeña o
Herrera....”. Este duro control político-administrativo
era un sinsentido y estaba en la mayor parte de los casos fuera de
lugar.
La vestimenta en
nuestro pueblo, como en tantos otros, estuvo siempre condicionada por una serie
de factores socio-económicos tales como
la moralidad, la economía, el rol social y sobre todo por el factor
climatológico. La falta de perres, la moralina de pre-guerra
civil, la férrea moralidad franquista y los duros y húmedos inviernos, hicieron
una singular configuración estética.
En el caso de les
muyeres vamos a distinguir tres piezas fundamentales en su forma de vestir,
que pudiéramos sumar muchas más atendiendo a la indumentaria arrastrada en el
paso del tiempo: la saya y el refaxu, esta combinación representa la
pieza principal de la indumentaria femenina . Siendo la primera una falda con
vuelo y que como no podía ser de otro modo, larga hasta los tobillos. Debajo
estaba el citado refaxu, para dar mayor seguridad y confianza a su
usuaria a la vez que generar más vuelo
al conjunto de las dos piezas. Y la pañoleta, aquel pañuelo que cubría
la cabeza de las féminas de mayor edad y cuyo objetivo era el tapar el pelo. Su verdadero trasfondo estaba en el rol social , que no era otro que
la respetabilidad que representaba su uso.
En los paisanos la cosa se reduce elementalmente a calzón o pantalón ,camisa y en el mejor de los casos chaleco. Pero sobre todo resaltar una pieza necesaria y fundamental en el mundo rural y muy vinculada al trabajo como fue la faja, la faxa. Aquella que tras varias vueltas alrededor de la cintura protegía a los riñones de los habituales esfuerzos físicos.
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Josefa el Monte, Emilia Posada y Manolo Llaviana , representan la vestimenta de no hace tantos años. |
En las ropas se
aprovechaba todo lo aprovechable, pa facer remiendos, cosiendo y
repasando roteros sobre roteros . Y en algún sitio a buen resguardo
una ropa curiosa que se usaba para días señalados en el calendario o
eventualidades (fiestas, bodas, cabos d'añu, entierros...), y que en
algunas ocasiones, siguiendo ancestrales costumbres acompañaba a la última
morada a su propietario.
Pero si había una
prenda que jamás aparecía en las coladas,
que era la destinada a la limpieza de aquello que se expone en el siguiente acertijo:
"¿Que cosa cosadiella
ye
una cosa
que los ricos recogen
y que los probes
tiren?".
La solución al enigma, tal y como ya habréis
adivinado, son los mocos. Y por supuesto que era absolutamente prescindible el
uso del pañuelo o moquero. Solo aquellas familias más pudientes se dejaban
arrastrar por su frívolo empleo. Porque los probes, que era
prácticamente todo el mundo ya se hacían cargo de aquelles veles, con la
inestimable ayuda de las mangas. Que una vez tiesas de tanto uso, no hacían
otra cosa que repartir las perennes secreciones a lo largo y ancho de toda la
cara.
El teñir la ropa.
Esta actividad,
la de teñir la ropa es una de las máximas expresiones de austeridad y
aprovechamiento de los escasos recursos textiles de la población. En
determinadas ocasiones, se trataba de un gesto de coquetería, pues cuando se es
joven se marcaba como objetivo el vestir (dentro de los límites que imponen la
escasez de medios) colores vivos y alegres. Será el inevitable paso del tiempo y
los papeles a cumplimentar socialmente se encargarán de corregir.
Así una vez se
cumplía con el sacramento del matrimonio, los ropajes tienden a perder aquellos
luminosas coloraciones, oscureciéndose como sinónimo de seriedad. Esas
obligaciones pasaban por teñir de negro
las vestimentas cuando los roles sociales así lo exigían. Así era el caso de
las muertes de familiares directos, que enlutaban de por vida hasta los más
jóvenes.
Fruto de esta
tesitura se refleja en una característica expresión que en más de una vez
hemos escuchado, refiriéndose a alguno de sus ascendientes, como padres, madres
o abuelos/as, “nunca la conocimos joven, siempre vestida de negro o
enlutada”.
Antiguamente se teñía
en la primavera, aprovechando los ciclos naturales para la recolección de
aquellas especies vegetales usadas para tal menester. En este listado figuran la cáscara de la
cebolla, moras, nueces, les barbes del maizu, la cola de caballo, etc. Estos tintes naturales daban unos tonos oscuros, muy apreciados entonces.
Dependiendo de la intensidad que se quería dar al tinte, la prenda se metía en cocción con alguno de las variedades anteriormente expuestas. Si se apostaba por un resultado con mayor intensidad, se dejaba a remojo y macerando durante días en el liquido que tintaba. También se recurría para que resaltasen y fijasen los colores a un preparado con orines de guaje o bien una mezcla de sal y vinagre.
Será a partir de 1922, cuando el empresario Antonio Marca empieza a comercializar un producto que va a revolucionar el reducido mundo de los tintes textiles para uso doméstico, simplificando procedimiento y generando una mayor eficiencia, con Tintes Iberia.
No siempre los resultados eran óptimos, tal y como se recogen en los siguientes testimonios: Benigna Anxelín confiesa “una vez fuimos de excursión en los años 40 con la fabrica de Ojeda de Candás”,tal y como era costumbre “íbamos en un camión descubierto, y a la vuelta empezó a llover a cántaros". Después lo previsible “la ropa comenzó a desteñir y acabamos como un cristo”. Ángeles Vega nos describe una anécdota de su marido Evaristo, “acababa de teñir un jersey y fue con él en moto a Gijón, cuando venía para casa empezó a llover y tiñó toda la camisa”. Lucía les Moranes, nos lo expone, “teñimos les zapatilles pa ir p'al Cristo de Candás y llovía si dios traía agua, cuando nos dimos cuenta taben les medies teñides por encima de los tobillos”.
La imaginación y el ingenio siempre suplieron las carencias. Amparo Julián describe con una gracia innata la siguiente anécdota: " Ibamos al baile a Candás con madreñes (zuecos) de clavos que facíen un ruido que metíen miedo. En el baile dejábamosles debajo de un banco y como les zapatilles siempre estaben rozades por les madreñes, con el cisgo (ceniza) de la cocina de carbón teñíamosles." Aclarando el resultado final de aquella solución casera, "siempre se abrasaben les medies y si llovía quedaben casi pa tirar."
Es evidente la
incompatibilidad manifiesta entre las prendas teñidas y el líquido elemento.
El arreglo de la
ropa.
….en torno a ti, la vida va tejiendo
una red invisible de recuerdos,
un ovillo que enreda la nostalgia.
Antón García.
Hoy las modas imponen
unas estéticas amorales, dadas las estrecheces , carencias, miserias y
ausencias que no haca tanto tiempo se sufrieron por tantos lugares. No nos deja
de sorprender, que en la actualidad se compren prendas carísimas rotas y
desgastadas que harían revolver en sus cenizas a nuestros antepasados. ¿Nos
estaremos volviendo locos?.
Obligada la muyer por las miserias, se convirtieron en modistas, zurcidoras. Daban vuelta a los trajes , teñían y hacían todo lo posible para esquivar los golpes de la necesidad.
Ante la falta de
medios y como no, de perres, se recurre a los talleres de confección
(muy apreciados por la sección femenina del franquismo) y a aquelles curioses que manejaban
como nadie las tijeras, las agujas y el hilo.
En Antromero, podemos distinguir sobre todo a dos, Oliva de María Ángela y Segundina, quienes aprendieron a manejarse entre retales, patrones, tizas,... a un importante número de féminas de nuestro pueblo.
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Asistentas al Curso de corte y confección subvencionada por la Cámara Agraria en 1968 en el taller de Segundina. |
Oliva inicia esta
actividad en los años 50, y ante la imposibilidad de copiar modelos y modelitos
por evidente falta de recursos técnicos, seguía una eficaz estrategia, tal lo
expone Amapola Sirgo, “siempre nos decía vais tú y Carmen María a Gijón y
sentaros en el muro,... miráis a la gente que pasa y fijaros en la ropa que os
gusta”. Puntualizando lo que ya sospechamos “después ella nos ayudaba
para hacer el modelo”. Nos añade a la anterior
información, "que sobre el año 1957 coincidiendo con la llegada del tergal, vimos en Gijón unos
trajes que nos gustaron, y los hicimos en colores verde y rosa salmón”. Todo
ello guiado por el buen hacer y sentido de la proporción de la que han hecho
gala los artistas a lo largo de la historia.
Los paños, ropas, botones y labores de mercería se compraban en Candás, Luanco o en el histórico comercio gijonés de “El Jazmín" . Abierto hace más de 70 años por el capital ganado en Cuba por el emprendedor Ceferino Alvárez.
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Fachada del histórico comercio "El Jazmín" de Gijón. |
Algunas décadas
atrás, dentro del escaso comercio ambulante existente, dada la manifiesta
debilidad del sistema comercial , aparecen
unos personajes con unos burros y albardas, los lenceros. Sobre aquellos
animales y cubiertos de lonetas viajaban los paños y telas objeto de sus
ventas. Y junto a la figura humana, la sempiterna vara de medir. Producto del
paso de los años y la tecnología que la acompaña, sustituyeron la tracción
animal por la mecánica, con la aparición de las desvencijadas furgonetas. Su presencia acompañó a nuestro paisaje hasta los años 70 del pasado siglo.
El río junta, el río
separa.
“lo visible está
sembrado de pliegues,
donde se esconde lo que no tiene nombre”
Eva Lootz.
El trabajo
vinculado al río, tal y como expusimos anteriormente, era reconocible como un
modelo típicamente femenino, pieza clave para el desarrollo de una sociedad
matriarcal, como fue la rural, la nuestra.
En las largas
horas de faena en torno a los lavaderos
se aprovechaba para en muchas ocasiones reforzar unos vínculos sociales y de
amistad. Aunque en otras extremó enemistades de por vida.
Era muy habitual
el escuchar canciones, voces, barullo y discusiones de todo tipo, por triviales
que fuesen. El río fue un elemento socializador de primer orden, donde se ventilaban
los chismorreos, confidencias, criticas de unas y otras.
Se obviaban en
todo ello temas tabús, especialmente de carácter sexual y llegado el
caso siempre se referenciaba con eufemismos, evitando cualquier palabra
explícita al respecto.
Por fin, el agua en casa.
“ A veces, la vida te hace caso comportándose
de manera extraña, atendiendo a tus expectativas
y proyectos...”
El milagro del agua en les cases y con ello el gran invento que algunas mujeres consideraron como la mejor innovación hecha en el pueblo en el siglo pasado, comienza a forjarse entre los años 1964 y 1966.
Así queda confirmado en el Boletín Oficial de la Provincia n.51 de 3/3/66 donde se aprueba el proyecto y presupuesto de las obras de abastecimiento de agua a Antromero por 100.670,68 pesetas. Los pliegos de condiciones se publican en el Boletín n.93 con fecha de 23/4/66 . Siendo la subasta pública de contratación de 11/mayo/1966.
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Fuente: Mariluz Serrano. Los tubos destinados a la traída de agua eran muy apropiados para los juegos. Chiquillería apostada en ellos. La Flor. Año 1967. |
Esta instalación
será compleja, dadas las características orográficas de Antromero. Se toma la
decisión de planificarlo en varias fases, en función de la disposición de los
barrios. Aprovechando para ello el trazado de la primitiva carretera.
El punto y final del proyecto y con él un sueño hecho realidad se da en 1969, siendo Alcalde de Gozón ( uno de los hombres que más empeño puso en ello), D. Salvador Mori.
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Fuente: María José Menéndez. Aurelio y su hermana Argenta, con las obras de conexión de agua de la general a la casa de la última (1969). |
En un barrio próximo al pueblo, las dificultades se multiplicaron en la ejecución de la acometida de agua, tal lo recuerda Carmen Poquito: " En Casa Poquito no hubo agua hasta 1970, pues no permitían cruzar la carretera, ya que la tubería pasaba por la acera de enfrente". Será una casualidad próxima, la que acelerará aquel proceso, hasta entonces insalvable: " Cuando empezaron a edificar la urbanización de Los Laureles, cruzaron la tubería del agua a la altura de Casa Amable. Entonces, ya nos la subieron y pudimos conectar el agua en casa",
El agua va a ser el punto
de inflexión que va a cambiar afortunadamente usos y costumbres a nuestres
sufrides muyeres.
La valiosa
información referente a estas líneas la aporta Manuel Hevia, en una manifiesta
evidencia de su prodigiosa memoria.
Conclusiones.
En este capítulo,
hemos tratado de refrescar unos tiempos distintos, hundiéndonos en una
nostalgia plagada de trabajo, de esfuerzo, de dolor de manos hinchadas y el
cuerpo arriñonao.
Y de aquel viejo
paisaje fluvial, de mujeres acarretando en la cabeza o apoyado en sus caderas
todo el fruto de su trabajo.
Actualmente, la
tecnología ha liberado a nuestras féminas de aquellas infernales faenas, a
cambio del inevitable pago que
representa la esclavitud de sus maquinas.
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