Capítulo 2. El maíz y otras historias.




 





 

Capítulo 2

 

El maíz y otras historias.

 

 

"El hambre es el primero de los conocimientos:

tener hambre es la cosa primera que se aprende.

Y la ferocidad de nuestros sentimientos,

allá donde el estómago se origina, se enciende.

Tened presente el hambre: recordad su pasado..."

                                                                             Miguel Hernández.

 

 

                                                                             El maíz.

 

 

         Basilio “el Tercero”: “ el maíz y la boroña quitó mucha fame”.

 

           

Ningún sociólogo, ni historiador en sus sesudos estudios podría resumir de manera mas atinada  y con tan pocas palabras lo que representó el maíz en nuestra sociedad en épocas pasadas, donde los escasos recursos limitaban cruelmente la existencia de nuestros antepasados, con una elevada mortalidad infantil y mínimas esperanzas de vida.

            

Nos vais a permitir hacer una breve introducción de los orígenes de este cereal en nuestras tierras, y esa se remonta hacía 1519, cuando Hernán Cortés descubre que en el actual México los nativos  aztecas cultivan el maíz. En 1531 con la conquista de Perú por Pizarro (el maíz es una palabra de origen haitiano y aparece por primera vez en los "Diarios " de Cristóbal Colón) descubre para su asombro y acompañantes que los indígenas incas, cultivaban y se alimentan con un producto desconocido, el maíz.

            

Tendrá que pasar cerca de un siglo, para que Méndez Cancio traiga desde América en  dos arcas (uno de castaño y otro de cedro) aquellos preciados granos  hacia Asturias. Todo parece indicar que fue aproximadamente hacia 1605, cuando en el occidente asturiano, en la finca Riobarba (Tineo) se siembra con éxito aquellas semillas, aleccionados por su mentor, el ex-gobernador de La Florida, Cancio. Rápidamente y por fortuna se extenderá su cultivo por Asturias, cambiando costumbres, usos alimenticios y proporcionando unas expectativas existenciales hasta entonces desconocidas, dada la frugalidad y escasez en la recogida de productos derivados del cultivo de la tierra en aquellos momentos.

            

Sin ánimo de polemizar, reseñar la fecha proporcionada por el historiador y cronista de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo de 1520 como la de la introducción de este cereal en España, pero  tan solo como planta de ornato y adorno en los jardines de las clases pudientes. Así testimonia que en ese año observó en Ávila, plantas cumpliendo ese objetivo.

         

La importancia que tuvo el maíz, para la alimentación del grueso de la población, queda constatada en las Ordenanzas de los Santos de San Pedro aprobadas por la Junta General del Principado de Asturias en al año 1659, por la que se prohibía expresamente la exportación del grano de maíz, por ser “maíz, haba y panizo, mantenimiento de la gente pobre”. Y fue tal su trascendencia social, generalización de cultivo y consumo, que a finales del siglo XVII en el pórtico de la Catedral de Oviedo, se hace una talla de una planta de maíz honrando a ese vegetal .

             

Por si hubiera duda alguna del manifiesto éxito del cultivo de este cereal, poco más de veinte años de su introducción en nuestras tierras queda expuesto a través del avilesino Luis de Valdés, en sus "Memorias de Asturias" de 1622 , quien declara : " Tienen estos valles mijo y panizo, que se usa cada vez menos, por el mucho maíz, que llaman trigo de la Indias, que se coge en gran cantidad." 

               

Como excepción a la cronificación  histórica de estrecheces, en los años 1626 y 1627 fue tanta la cantidad de maíz cosechada que la Junta General del Principado permitió la venta y exportación de escanda ( que no maíz). Y en contraposición reseñamos el triste episodio acontecido el 27 de mayo de 1847, en plena hambruna, en la ría de Avilés que recuperamos del periódico "El Popular":  "....habiendo los sacos de maíz en el muelle listos para su embarque, se presentaron varios grupos de hombres, mujeres y niños con la intención de oponerse a tal embarco...la tropa que lo custodiaba (que había sido reforzada el día anterior con más de doscientos hombres), hizo fuego conta la muchedumbre resultando 6 muertos e infinidad de heridos." 

            

Para corroborar el éxito y aceptación entre los campesinos, recurrimos a la excelsa obra "Crónica del Principado den Asturias." de Evaristo Escalera (1869):" ... destinándose a maíz  muchos terrenos que son propios para pastos y arboleda, porque como los pequeños propietarios y colonos necesitan satisfacer las necesidades del momento, no pueden esperar a que se desarrollen otras plantas que exigen más espera."

               

Recordar que no todo fueron parabienes en el cultivo de este cereal. Como cualquier otro tipo de producción agrícola sufrió plagas de pulgones, gusanos,  ratas....pero por la curiosidad y el desenlace nos detendremos en una especial , el exceso de gorriones. Transcribimos las declaraciones de Lucía Fandos: "Curiosamente una de las plagas que afectaron a la producción agrícola de los años treinta del siglo XIX era la causada por los gorriones". Para atajar la misma, las autoridades buscan la colaboración necesaria de los vecinos, tal y como lo describe Lucía: "...siendo el concejo de Gozón el primero de los concejos asturianos en imponer a sus vecinos la obligación de presentar anualmente como justificante de su lucha contra esta plaga , la cabeza de cuatro gorriones...". Objetivamente, desconocemos los resultados de tal medida.  

           

En Antromero, como en otros tantos lugares, la dieta era muy carencial, escasa, irregular, provocando enfermedades varias. Por lo que el cultivo del maíz vino a paliar en algún modo esos defectos enumerados. No solo cambió hábitos y consumo, sino también la fisionomía del pueblo a partir de la Edad Media. Las construcciones iban orientadas al almacenamiento del grano. Empiezan aparecer los primeros hórreos y las casas con corredor o balconada, algo impensable hasta entonces.



                            Hórreo del molín del Pielgo en los años 60 del siglo pasado cargado de riestres de maíz.





                                             Jesús Posada en la década de los 70 delante de la panera de Casa Posada.


            

Llegados al siglo pasado la economía de nuestro pueblo,  seguía manteniendo ese rasgo común al resto de Asturias, sobre todo en el ámbito rural, y era su carácter estrictamente autárquico, esto es, de autoabastecimiento,  con la única meta de cubrir las necesidades primarias, alimentar a los miembros de la familia. Objetivo este que se mantendría hasta bien entrada la década de los 60. Rescatamos un fragmento de la excelsa obra "Las Tierras Altas del Cantábrico" de M.Ross y H. Stonehewer-Cooper de 1885, para ilustrar la situación que observaron en nuestro entorno : " ...el cultivo de la tierra se hace como se venía haciendo desde hace siglos...remueven la tierra con un arado de madera con punta de hierro (llabiego)... no se aprovecha el estiércol para abonar... los carros son similares a los que usaron los romanos hace veinte siglos." Pese a esta imagen desoladora , se sorprenden positivamente por el uso de la andecha,: " un vecino ayuda al otro ...cuando nacen los primeros brotes, todos los hombres y mujeres disponibles de la zona echan una mano en quitar las malas hierbas y, en el caso del maíz, en echar tierra alrededor del tallo... cuando madura el maíz se quitan las mazorcas, cortan los tallos que se guardan en pilas para el invierno...las mazorcas las llevan a sus casas , hacen trenzas y las cuelgan por fuera, debajo de los aleros hasta que les haga falta." La descripción del proceso productivo manufacturero se mantiene intacto con el paso del tiempo.

            

En los años 20, se sustituye el arcaico llabiego, por un arado de doble vertedera, con ruedas, proporcionando unos surcos más profundos para la siembra y revolucionando los hasta entonces escasos niveles de rendimiento y producción agrícola.

            

Se inicia una sociedad muy provechosa entre el humilde maíz y la faba, ambas plantas se sembrarán a la par, en un cultivo que aliviará trabajo al campesino y proporcionará interesantes beneficios, sin agotar el rendimiento del suelo. Hasta bien entrado los 70, era muy común observar esta simbiosis en prácticamente todos los terrenos de sembrado de Antromero. Hoy los objetivos ganaderos se han impuesto a los intereses agrícolas y toda la producción de maíz, con escasas excepciones, va orientada al forraje animal, aprovechándose en ello toda la planta, sin distinción.  Pero, como bien sabéis, esto no siempre fue así, en el maíz se sacaba rendimiento a todo: el grano para la transformación en fariña y alimentación del ganado, las barbas como diurético tomadas en infusión, los tarucos para alimentar el fuego y para jugar los chiquillos, las hojas como relleno de los colchones y el narvaso como cierres de terrenos o para suplementar la comida  del ganado.

            

Todo ello se conjugó a lo largo de los años y siglos para ir  arrinconando progresivamente a otros cultivos tradicionales como la escanda, el mijo, el panizo... por su mejor y mayor rendimiento.

            

El maíz redimió la extrema pobreza y cambió para siempre el paisaje de Antromero.

 

  

La esfoyada.

   

            

Una vez que se cortaba el maíz, se iniciaba la separación de  la panoya de la planta, dando comienzo a una de los acontecimientos sociales que más placer y satisfacción garantizaba , la esfoyada. En una sociedad tan encorsetada en sus costumbres y reglas morales como la de entonces, la esfoyada se convirtió en la gran fiesta del otoño, dada su singularidad. Y donde la participación de los más jóvenes de ambos sexos proporcionaba uno de los rituales más interesantes y atractivos, ofreciendo  la posibilidad de romper puntualmente las estrictas normas sociales imperantes. Si a eso se añadía que se desarrollaba bajo techo y sobre todo de noche, cumplía fielmente  con todas las expectativas maliciosas que de ella se esperaba.

            

La esfoyada nace como respuesta a las relaciones de buena vecindad rural, en los que se mantiene la máxima de ayudarse unos a otros.

            

En ocasiones es el inicio de amoríos o bien comportamientos donde los jóvenes  transmiten mensajes subliminales y picarones, tal y como se refleja en estos versos en los que una muchacha lanza a un joven una panoya:

  

A comenzar la esfoyada

no me tires panoyaes,

toy faciendo les riestres,

y tengo les manes ocupaes.

  

            

Así la tradición asturiana oral, recoge  cientos de ejemplos de los avatares amorosos e inicios de noviazgo que se dan en estas ocasiones y que no siempre acababan en éxito:

  

-Una panoya tirete

y nun me ficiste casu,

ya veras como te quedes

por siempre pa vestir santos.

 

-La panoya que m'umbiaste

nun la quise recibir,

porque la mio ma non quier

que cortexe a un  mozo ruin.

           

             

También era el momento de jugar sin distinción de sexos, rompiéndose las costumbres seculares por un día. Se jugaba a la chinela o suela, a las prendas, todo bajo la atenta vigilancia de alguno de los adultos, para frustrar cualquier incidente pecaminoso.

            

Pero no todo era fiesta, el objetivo era enrriestrar les panoyes para después  colgarlas del hórreo, panera o corredor. Nos recuerdan Josefa Muñiz y Antonio Guardado  que “se enrriestraben y regalaben tres panoyes a les mozes que arrimasen el maíz al enrriestrador”.


Fuente: Sheila. Antonio Guardado y Josefa Muñiz.

            

Una vez acabado el trabajo, se ponía de forma metafórica el ramu, que era un día especial, tal y como nos manifestaba Lucía les Moranes:”El día del ramu de la esfoyada, siempre daben algo distinto para comer, sobre todo para los más jóvenes, algo dulce, galletas o algo parecido...” Amparo Julián añadía :  en La Piedra una vez que se apartaben les riestres iba Marcelino la Salada a tocar el acordeón y hacíen un baile” pero también nos puntualizaba que años antes, en su juventud “mi padre no nos dejaba ir a la esfoyada porque teníamos que estar a las ocho en casa”, tal y como era costumbre por entonces, para mayor frustración de la declarante.

            

Reseñaremos que el control familiar era ampliamente superado por los dictados y disposiciones de las autoridades para controlar este y cualquier tipo de evento social. Así en las Ordenanzas del Principado del año 1782,  Título V, 14 :" se prohíbe que se salga por la noche a filandones y esfoyazas", castigándose este incumplimiento "la primera vez con cuatro días de trabajo en obras públicas o ayuda de los pobres... y a los padres de los jóvenes que incumplan tal prohibición se sancionarán con la multa de cuatro reales". Por si no fuera bastante el ínclito obispo González Pisador en las constituciones sinodales de 1789, exponía: "...y porque en algunas partes de nuestro obispado hay mala costumbre de juntarse por las noches en casas particulares y molinos mozas y mozos...de que se siguen muchos perjuicios y pecados, hemos de procurar con nuestros edictos y provisiones dadas al efecto...por tanto prohibimos dichas reuniones y mandaremos a nuestros curas que no las permitan en nuestras parroquias."


          

 Aclara respecto a esfoyades, Manolo Llaranes detalla: “una de las más importantes  se daba en La Piedra, donde había entre  cincuenta o sesenta personas. Pero también eran muy buenas las de Casa Posada, el Molín, casa Artime, casa Norte, Catalán...”. Estas declaraciones nos dan idea de la importancia que tenía alguna de estas, capaces de reunir  un cuarenta por ciento de la población de  Antromero. Resulta cuando menos curioso que se relacione siempre a la casería de La Piedra a nuestro pueblo, aunque  se ubique en el vecino concejo de Carreño, demostrándose que el cariño y afinidad no entiende de fronteras políticas ni geográficas.

            

La esfoyada fue un acontecimiento social, que con independencia del trabajo desarrollado, rompió la rutina de aquellos años grises, proporcionando alegría e ilusiones a unas vidas tan monótonas y timoratas como las de entonces.

 

                                            Enrriestrando panoyes.

 


Fuente: Mercedines Menéndez. Fausto , su mujer Mercedes
y nietas en el horreo, con les riestres de maíz, colgadas en
el corredor.




Fuente: María González. Esfoyada en Casa Les Moranes. Al fondo, el patriarca
Joaquín. "No había quien le metiera mano faciendo riestres de maíz, toda una 
garantía".


Fuente: María González. Tito Les Moranes, colgando les riestres de maíz, 
en el corredor del hórreo. Una imagen para el recuerdo.

 

            La molienda / El molín.

  

            

El molín fue uno de los pilares básicos para la subsistencia de los pueblos,  y aun más con la aparición del maíz. Además de representar un importante eslabón en el desarrollo de la cadena alimenticia de la población, fue un centro de reunión social, que dada su situación geográfica, condicionado por el cauce del río (casi siempre alejado del núcleo urbano de los pueblos)  era objeto de maliciosas historias, algunas como bien sabéis de índole sexual.

            

Desde tiempos remotos en los que nuestros antepasados machacaban con piedras granos y otros productos para su consumo, y basándose en los conocimientos heredados del periodo de la romanización de nuestras tierras, surge la figura del molín, tal y como lo habéis conocido, y hoy casi completamente desaparecido.  Vamos a refrescar con unos elementales apuntes el funcionamiento físico de estos artefactos.

            

Partiendo de la base que los molinos de nuestro entorno geográfico, eran todos del tipo vertical, estos tenían varias partes a distinguir: canal, cubo, sala del molín e infierno o parte inferior, donde se liberaba el agua. Los molinos estaban separados  del río para evitar inundaciones por las crecidas. El agua era recogida en el mismo cauce, desviándola hacía el molín a través de una presa o canal, con  una ligera inclinación que se aprovechaba para enviarla hasta el cubo. Este  tiene una caída de 2 o 3 metros y así a través del salibu, sale con la suficiente fuerza para golpear y mover el rodezno, que a su vez empuja el eje que gira la muela superior o volandera, rozando sobre la inferior o frayón, que no se movía.

            

Una vez expuestos estos elementales conocimientos del rudimento del molín, reseñar que el molinero/a descargaba los sacos del maíz en la tolva o manxeca, con capacidad para almacenar hasta 200 kg. de grano y regulando con la tarabica la caída del grano a las muelas. Aquí entra en juego los conocimientos y maestría del molinero, para conciliar el paso del agua, la cantidad a moler y la velocidad de giro de la muela. De su pericia depende el resultado de la calidad de la fariña que es recogida en una bandeja llamada banzal. Una mala operativa podría representar un pequeño desastre con la quema o una excesiva gordura de la fariña, y el penoso resultado de derivar este producto al consumo de los animales.  Sí es para facer boroña, y el molinero se esmera, molerá despacio y con poca agua, para que el resultado sea una fariña fina, sin duda la más apreciada.




            

De la importancia que tuvo esta actividad en el siglo pasado nos la da la idea que en la parroquia de Bocines, según registro de la contribución industrial del año 1886 había quince molinos, once de los mismos en la cuenca del arroyo de la Gallega.


                                                Molín del  Pielgo, años cincuenta del siglo pasado.



            

Pese a que antes los ríos tenían más agua que ahora, la molienda siempre estuvo condicionada por el cauce de los ríos, y así nos lo detalla Manolo Llaranes:” A veces los molinos no podían trabajar por culpa de la seca..., y el canal no podía mover las muelas”. Obviamente, en  la actualidad mal futuro tendría este tipo de explotación.

            

En Antromero, los molinos de influencia eran sobre todo cuatro, a saber: el molín del Pielgo, el del Sevillano, Aramar y el de Maruja Biroña.  Dado que los molinos eran de un solo propietario o arrendatario, se empleaba el cobro de maquila, esto es, en especie. Así nos lo reseña Bernardina Mori:”un galipu, por cada saco” o  la precisión de cantidades más pequeñas, Josefa Muñiz: “Por un galipu, una maquila”. Las medidas de cobro normalizadas entonces eran: un galipu,4 kg. aproximadamente; un copín, 2 galipos; un zalemín, 4 galipos; una nega, 16 galipos.

 

medidas para el maíz.


            

Uno de los temas más controvertidos a la hora de hablar de la molienda, estaba en la honradez de sus propietarios, aunque es verdad que no parece el caso de este pueblo. Nos recuerda Basilio el Tercero: “En casa del Sevillano había un paisano muy bueno y cristiano..., también en el molín (del Pielgo) era muy buena gente.” No obstante, las maleficencias salían a relucir,  siempre por la cuestiones del reparto o la sisa del maíz, por parte del molinero, tal y como se recoge en esta copla:

 

"La molinera trae corales

y el molinero corbatín

¿de donde tienen tanto lujo

si no sale del molín?"

  

           

O estos lapidarios refranes: “quien te maquila, te esquila”, “Cambiaras de molín, pero de ladrón non”.

           

Llevar el maíz al molín en carros, burros o cualquier otro medio era casi siempre una labor de muyeres o en su defecto de guajes. Días antes se iniciaba la labor de desfacer les panoyes, trabajo en el que participaban todos los miembros de la familia, y que normalmente se desarrollaba por la noche, una vez acabadas las labores diarias, a la luz del llar.  Para facilitar la labor de soltar el grano, un taruco con el que presionar los granos de la panoya. Revisar previamente el estado y la cura de las panoyas, era encomendado también a las mujeres, y en caso de duda, se curaban encima de la chapa de la cocina. Una mala decisión podría representar una situación caótica en el ámbito económico familiar, como también un episodio desagradable en el molín, ya que el maíz húmedo provocaría el embozo o atasco de las muelas, con el perjuicio que representaba su limpieza. 

            

Adjuntamos el impagable testimonio de Raúl Sirgo, quien refleja de modo envidiable el llevar el maíz al molín y la satisfacción del disfrute de la molienda:  "Tendría ocho o diez años cuando iba con la molienda al molín del Pielgo. Delfa, la mujer más enigmática que vivía allí, atendía con gracia y premura mis peticiones. Cada semana, en una saca blanca, ocho o diez kg. de maíz blanco y gordo, eran molidos al son recurrente de la piedra y el agua. La molienda se convertía en sabrosas bollas y tortos, unas veces rellenas de sardinas salonas y otras con tocín frebudo y chorizo. A mi güelu gustaba-y comer papes con leche y yo disfrutaba con el crujir de la corteza de la bolla encima de la chapa de la cocina...". Esta evocadora y magnífica descripción nos lleva inevitablemente a viejos sabores , olores que abren de par en par el almacén de recuerdos.

           

En épocas de mucha demanda, el molín funcionaba las 24 horas del día. Manolo Robes, nos relata como se trabajaba por la noche: “El molinero, calculaba por el giro de las muelas , la producción, así que echaba el suficiente maíz  para dormir toda la noche..., y en caso que se acabase antes, seria el ruido del roce de las muelas quien lo despertaría”.

            

Una vez acabada la labor, es el propio molinero quien da aviso de pasar a recoger la molienda. Iniciándose  el trabajo de piñerar, de separar la fariña del salvao y meter en sacas y poner a buen recaudo uno de los principales soportes de la alimentación.

            

Al  margen del trabajo que representó estas actividades vinculadas al molín , lo que más llamaba la atención al entrar a uno de estos ingenios,  era el descubrir ese perfume de las cosas antiguas, el agradable calor en la sala de la molienda, propiciado por el rozamiento de las muelas, aquella atmósfera envuelta en el polvillo de la fariña del maíz,  el ruido sordo y monótono de triturar los granos y sobre todo el recuerdo de las telarañas todas teñidas de blanco, necesarias para evitar la presencia de la polilla del maíz, que atacaba sin compasión a los contenidos de los sacos en espera.

        

También debemos de reseñar al molín como centro de reunión social, donde se discute, expone, critica todos los acontecimientos reseñables del pueblo y alrededores, en definitiva el mentidero de los dimes y diretes,  (ejercicio este propio de nuestra cultura), pero también como lugar de ocio y recreo en las horas perdidas por espera de la molienda. Basilio el Tercero lo precisa más: “...después de cenar, la gente iba al molín a hablar y jugar la partida”.


Basilio el Tercero.

No obstante debemos valorar que para algún sector moralizante de la época supuso un verdadero rompedero de cabeza todas estas actividades desarrolladas ajenas al oficio del molinero propiamente dichas, tal y como quedó reflejado en algunas ocasiones desde los púlpitos y altares de las iglesias asturianas. Así, nos queda constancia en la zona del Caudal, allá por el año 1712, el clérigo Fray Toribio de Pumarada y Toyos, amenazaba e increpaba a sus sufridos feligreses con perlas como esta : "Dormir al molino es como ir  a casa del diablo" 

          

La última constancia de uso o alta industrial en nuestro pueblo de esta actividad se fecha en 1979 y en cuya ficha de contribución industrial figura el molino de tipo vertical de cereal a nombre de Víctor Artime  , esto es, se trata del molín del Pielgo.

                                                     Víctor Artime, el último molinero de Antromero.

        


En definitiva, podemos asegurar, sin posibilidad alguna de equivocarnos  que este ingenio fue un instrumento productivo de primer orden, que ofrecía a la sociedad unos grandes beneficios, a un bajo coste, sobre todo desde el punto de vista energético.

                                                                                        

 

La boroña.

 

         

Si hubo un producto derivado del maíz que mejor se adaptó a las necesidades de la población, este fue sin duda la boroña, el pan de maíz, que ya consumían desde tiempos inmemoriales los incas en Sudamérica. Su característica más notable era que hacía una digestión más lenta y pesada y que mantenía en los estómagos una sensación de llenura o hartazgo durante más tiempo, aliviando la fame y sus estragos.

             

En la obra "Memorias de Asturias" (1622) de Luis de Valdes, razona y expone el éxito de este producto, "...haciéndose un pan blando y sabroso dos días, que se come bien ayudado de las viandas de leche, queso ,manteca de vaca...."

            

En el poema de Bruno Fernández Cepeda “Riqueza Asturiana”, nos cita allá por el siglo XVIII en boca de una aldeana,  las glorias de esta tierra y entre ellas figura el maíz y sus derivados:

 

 

...con él se facian boroñes

que crien la xente tan guapa.

...Del maíz salen también

les papes, cosa guapa.

No hay comida más sabrosa

en una mañana xelada,

si con lleche se acompaña

y están blandes como nata.

...si non ye con el maíz

¿de que hay tanta abundancia?

 

 

                        

Su elaboración se basaba en una masa de maíz y agua con sal (que se iba a buscar a la ribera), si bien es cierto que en las casas de posibles, se añadía un puñado de harina de trigo para suavizar esa receta.

            

Antiguamente, una vez preparada la masa, se envolvía en una hoja de berza y cubierta en una ligera capa de ceniza, se cocía en el rescoldo del  llar.

                                                     Boroña con hoja de berza en su base.

            

El día anterior se hacía el fermientu, que consistía en mezclar el agua caliente salada, la fariña y el niciu (la pasta que se había dejado para ello de la hornada anterior). Esta labor era exclusivamente de mujeres y de sus manos dependía la base de la alimentación de toda la familia durante varios días. También es cierto, que en esta elaboración se mezclaban tradiciones y costumbres enraizadas en la religión judeo-cristiana, la mujer debía de estar “limpia”, pues la sangre de la menstruación era sinónimo de impureza y muerte, y por el contrario, la fermentación representaba el inicio de una nueva vida. Considerando que el posible contacto de la mujer menstruante con la masa, frustraría el desarrollo de la misma, perdiéndose toda la hornada.

             

Se echaba la fariña en una meseta, haciéndose un agujero en ella por donde se vertía  el agua caliente y el fermientu deshecho, iniciándose el amasamiento sin tregua, hasta que la masa no se pegase a ningún sitio, era la señal correcta. Se dejaba fermentar. Después le tocaba el turno al forno, que previamente ya había sido arroxiado.


Laudina Artime, arroxiando el forno. De los últimos aun operativos del pueblo.

           

Pero no siempre fue así en todos los lugares, ya que toda esta parafernalia de la elaboración de la boroña, se saltaba, bien por la ausencia de forno en casa o por la premura de matar la fame, con otras técnicas no por menos ortodoxas más eficaces, detalla Benigna Anxelín: “ Se solía echar la masa directamente a la plancha de la cocina, vuelta y vuelta, haciéndose unos tortos de maíz, y así se arreglaba la comida mas rápido”. Podemos observar en esta declaración el origen de uno de los platos más aplaudidos de estos consagrados apóstoles de la nueva cocina española.

           

El consumo excesivo de este producto en épocas pasadas, resulto  nocivo y fatal para la salud de sus consumidores, con la aparición de una enfermedad, mal de la rosa o pelagra, . Será un doctor afincado en Oviedo, D. Gaspar Casal, quien en 1735 se alertó por la aparición entre los campesinos de graves lesiones en la piel, causada por el déficit de vitamina B·3. La ausencia casi total en el maíz  de esta vitamina y un consumo excesivo fueron los verdaderos detonantes para la aparición de esta enfermedad que provocó muertes y graves secuelas entre este sector de la población. Todo parece indicar que fue mas letal en el interior que en la  rasa costera, ya que la presencia en la dieta de  productos derivados del mar, palió ese déficit.

             

El triunfo entre la población de la boroña, estuvo vinculado sin duda a la abundancia del maíz y sobre todo a su bajo coste. No obraríamos con justicia si no citáramos también a les papes, que ayudaron sobre todo al desarrollo de los más pequeños y a sobrellevar mejor la vejez a los mayores.

        

La combinación de la boroña con leche, era el  objeto de deseo en aquellos años  de estrecheces y de fame, muncha fame. Tal y como nos lo recuerda esta satírica copla, que nos subraya las durezas pasadas:

                                                                                           

Si la mar fuera de llechi

y les peñes de boroña,

quien viera a les candasines

fartucar la barrigona.

 

 

            

Durante la posguerra fue tanto y tan insistente el consumo de este producto, por razones obvias, que acompañaba a cualquier alimento, y también exagerando a la misma boroña, “boroña, boroña con ello y boroña pa comelo”. Pero pobre de quien no la tuviera, “la casa que non tien boroña, ye too roña”. También referente de abundancia,  "boroña en la mesa y riestres en la pegoyera, ye de casa tenedera" y la garantía de ir a la cama sin sentir el apremio de la fame, "lleche y boroña pa cenar ye bona".

            


No hay nada mejor que el paso del tiempo y la distancia para valorar en su justa medida a las cosas. Preguntad a cualquier emigrante asturiano que se haya marchado hace tiempo a otro país, de que es lo que echa de menos, y  contestará tres cosas: la familia, la aldea y la boroña.

            

Nos vais a permitir que recordemos les boroñes que hacía Marina El Tuerto en la década de los 80, para las espichas que se organizaban en ayuda de la entonces comisión de festejos, y que eran el mayor reclamo de las mismas. Gente de distinta procedencia acudían a la compra de la misma, abducidos por su inigualable textura y sabor.

            

También es cierto que a grandones no nos gana nadie, y hay algunos que piensan que Adán y Eva fueron expulsados del paraíso por comer ¿sabéis que?...boroña.

            

Y con los años fue argumento utilizado por los mayores para recordar lo mal que lo pasaron y los excesos de la actualidad, “tais refalfiaos, teníais que comer boroña con pelo, pa saber lo que ye bueno”. Confiemos que por el bien de todos , que la fame al menos no vuelva.

            

Finalizaremos este capítulo, tal cual lo empezamos, con una sentencia única e incontestable,

 

 Basilio El Tercero: “ el maíz y la boroña quitó mucha fame”.

           

 

                       

 

           







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