Capítulo 71. Llabores doméstiques ya olvidades. Otros ritos y consideraciones. Parte V y última.




Fuente: Betsabet García. "Siempre con nosotros".




Capítulo 71.

Llabores doméstiques ya olvidades. 

Otros ritos y consideraciones. 

Parte V y última.




La muerte.


"La muerte es algo que no debemos temer porque,

mientras somos, la muerte no es,

y cuando la muerte es, nosotros no somos".

Antonio Machado.



Hace años, uno de aquellos sufridos  maestros de escuela que desarrolló su oficio en el pueblo, exponía con cierta desgana ante un variopinto auditorio en el chigre, dominado por botellas de media de vino y un ambiente cargado de un denso humo, provocado por la combustión de tabaco de picadura, sus teorías respecto a la muerte. A la mayoría de los tertulianos todo aquello les significaba un lenguaje ininteligible, manteniendo a duras penas su compostura con un respeto impuesto por la presencia de la autoridad educativa. Heliodoro "El Maestro Viejo", repetía una y otra vez, con un cigarrillo liado entre sus labios con la pavesa apagada y mientras colocaba las fichas del dominó,  que la muerte vive de la vida, que si no viviéramos no habría muerte. Siendo ese el motivo por la que la mayoría de la gente, no quería morir.


Sus palabras, pese al poco éxito receptivo entre sus oyentes, no han caído en saco roto. Las palabras que nunca son oídas se convierten en la nada del olvido. Por eso hoy las recuperamos, para que no vaguen por los caminos de las olvidanzas.


La vida va, viene, nos tiene deparadas sorpresas de todo tipo, pero siempre será ese temor a la muerte lo que nos distingue definitivamente de los animales que nos rodean. Esta diferencia  manifiesta y compleja,  se evidencia a través de las etapas de este último rito de paso: premonición, muerte, ritos funerarios y el mundo espiritual (ánimas).


No todas las vidas son iguales, ni tan siquiera las muertes. Aunque este viaje final al que estamos todos abocados, nos iguala: ricos, pobres, poderosos, pusilánimes, tontos e inteligentes,  reyes y vasallos..., pero siempre con matices y diferencias.


En estas tierras norteñas azotadas por la mar, el espectro de los óbitos se amplía, haciendo aun más duras las ausencias. Los naufragios y desapariciones de marineros, son costra amarga  de las cicatrices de estos pueblos y de sus gentes. No hay nada más triste en el imaginario local que no poder dar sepultura a un muerto: la muerte en la mar o en tierra lejana y extraña, multiplica exponencialmente el dolor. La tierra de uno mismo, esa que nos vio nacer, es con plena seguridad, en la que quisiéramos recibir nuestro último adiós, fundidos para siempre en un abrazo eterno. 


Emigrantes que en su día marcharon en busca de una mejor suerte que estos parajes no les ofertó, han soñado con un regreso al terruño que marcó sus primeros años de  vida. No hay exiliado, voluntario o no, que no haya añorado  en cada día de su existencia un regreso, una visita por breve que sea. La trinidad del asturiano ausente y viviendo en otras fronteras, no deja lugar a dudas: la familia, la boroña y la tierra. Esa tierra, para lo bueno y para lo malo, esa misma que los desheredó enviándoles a otros parajes hostiles, extraños y que pese a todo sueñan en que se convierta en su última morada.


La historia de la humanidad es tan compleja y extraña como amplia. Hemos pasado en nuestros orígenes  de huir de la muerte, tal lo refleja el prócer alemán Wilhelm M. Wundt (1832-1920) en su magnífica obra " Elementos de psicología de los pueblos": " El hombre primitivo huye ante el cadáver, por un miedo innato a la muerte", a un estadio de cultura del enterramiento, siempre dependiendo de la religión y lugar geográfico. 


En Asturias, tal y cómo ocurre en Antromero, la muerte y su complejidad se ha convertido en algo público, en un acontecimiento de participación colectiva del pueblo, en la que se admite con resignación el fin de la vida. 


No debemos olvidar que ante la desgracia, con la pérdida de un miembro de la unidad familiar y sobremanera cuando esta corresponde a las cabezas familiares, se despliega la ayuda vecinal. Una colaboración organizada, hasta una "normalización" y adecuación a la nueva situación: " Cuando murió mi pa, éramos unos guajinos y durante unes cuantes semanes vinieron vecinos y familia a echar una mano. Aquello duró hasta que mi ma se fizo a la idea y nos organizó".


También es de justicia recordar que hubo una creencia arraigada en este pueblo, en la que se creía a pies juntillas que un fallecido en estas tierras, siempre iba en compañía, nunca sólo: " En Antromero un muerto siempre lleva a otro". Los números en cambio, deslegitiman esta consideración popular.


Es el momento de iniciar, siempre con el debido respeto y consideración, un recorrido por este último rito de paso. Para ello, haremos las paradas pertinentes, siguiendo las indicaciones que nos han transmitido nuestros informantes, quienes han manejado con envidiable acierto la brújula de todos los capítulos. Nada mejor que recordar las palabras de aquel sufrido maestro rural para concienciarnos, una vez más, de nuestro destino: "La muerte vive de la vida".




    El anuncio.



"La historia nunca dice adiós.

Lo que dice siempre es un hasta luego".

Eduardo Galeano.



Una vez que se produce el óbito, la muerte, se inicia el periodo para difundir esta. Los métodos no han variado en su modus operandi en exceso en los últimos años. Tan sólo han ido adaptándose a las nuevas tecnologías,  que marca la evolución de la sociedad.


Las campanas de la iglesia y su cadente tañido era el medio eficaz e histórico de transmisión de la triste nueva. Los sacerdotes, si llegara el caso y coincidiera, durante los servicios religiosos informaban de la muerte de su feligrés. Aunque, será siempre la familia la más interesada, organizando con los medios disponibles y a la mayor brevedad la operativa para difundir  al vecindario y amigos el óbito.


A partir del siglo XIX, se empiezan a popularizar unas octavillas impresas que van a facilitar en grado sumo el conocimiento de cualquier fallecimiento. Son las denominadas esquelas, cuyo mayor inconveniente pasaba por el alto grado de analfabetismo de la población, incapaces de interpretar el contenido de las mismas. Aunque por el reclamo de su llamativo diseño, hoja blanca rodeada de un borde negro o lila y una cruz en su parte superior, todos eran conscientes del mensaje: la muerte ya había satisfecho su hambre. Entonces, tan sólo quedaba buscar un letrado que descifrara aquella jerigonza en forma de amontonamiento de letras y, así descubrir quien era el muerto. 


Las esquelas siguen siendo un eficaz medio de comunicación, facilitada aun más por su publicación en la prensa o la locución de las mismas en la radio. A medida que la sociedad evoluciona, estas formas primitivas  se resisten a desaparecer en el ámbito rural. Las esquelas siguen ofertando una función esencial para dar a conocer luctuosas nuevas, manteniendo su presencia en lugares estratégicos para su mayor difusión. Entradas de bares, tiendas o paradas de autobús han sido y siguen siendo emplazamientos preferentes para colocar estos avisos mortuorios.


El temor a la muerte de los antepasados es el mismo que el nuestro, en eso no hemos cambiado nada, forma parte de la naturaleza humana. Los presagios, indicadores y señales eran una porción de la cotidianidad y se buscaban e interpretaban en el ámbito doméstico. La rotura de un cristal o por defecto un espejo se convertía en una adversidad  y una práctica traducción que algo grave iba a pasar, tal lo recuerda Amparo Julián: " Cuando rompía un espejo, ye que algo malo venía en camín. Si en la casa taba alguien jodío, mal asunto pa él".

  

Los animales y sus comportamientos también se incluían en una lista casi interminable, de creencias enraizadas en la sociedad rural sobre los anuncios de muerte. Lechuzas, curuxas, perros (aullidos lastimeros) o cuervos son algunos de ellos, siempre mal acogidos en aquellas casas con personas enfermas con cierta gravedad.


Uno de los más llamativos por la expresividad de su inconfundible canto, es el cuquiello, el cuco, quien era interrogado para que sentenciara una consulta vital:


"Cuquiello, cuquiello,

¿Cuántos años hay

d'aqui al mio entierru?".


Dependiendo  de las veces que diga "cu" (cu-cu-cu...), tantos años serían los que faltan para el fatal desenlace. 


Fuente: Internet. El cucu, cuco, cuquiello (Cuculus canorus), 
alimentando a su cría. Algo inusual, pues suele parasitar 
y añadir sus huevos en otros nidos ajenos.


Respecto a otros pájaros, también había creencias sobre los ruidos emitidos por determinadas aves nocturnas. Estos son similares a los de la garganta humana e interpretados cómo  sinónimo de muerte. Vinculadas estas creencias a culturas antiguas, se han ido transmitiendo con el paso de los siglos sin que se desvincule aquel temido presagio. Les curuxes (lechuzas) e incluso los búhos encabezan este listado funesto, cuando afinan sus gargantas en el rededor de la vivienda de un enfermo . Las declaraciones de Amparo Julían, no dejan lugar a la duda: " Les curuxes cuando canten al lao de una casa, en la que este alguien jodido, mala señal".


Nuestro vecino Manolo Robés, aporta una información de conocimiento del comportamiento animal: " La curuxa va al olor del aceite quemado de los candiles, les llama mucho la atención. Por eso ye muy raro que en les iglesies no falte una curuxa". La aclaración de Manolo ya la habían confirmado los antiguos romanos, hace más de dos mil años, y por lo que observamos ha transcendido hasta nuestros días. Es un animal muy odiado en el mundo rural y diana de todo tipo de lanzamientos de objetos contundentes para ser espantada.


Fuente: Internet. Curuxa común (Tyto alba).


Probablemente otra de las aves   más señaladas y tenidas en cuenta en estos avatares, sea el cuervo. Páxaro de mal agüero antes y en la actualidad, siempre que se alineaban tres juntos. Era muy típica antaño en nuestra parroquia, la siguiente expresión ante una imagen del trio córvido, cómo lo recuerda Alfonso Pinón:  "Ahí van la Cruz y los ciriales". Su presencia tan sólo significaba muerte en el imaginario popular. Esta representación de la alineación de las aves solemnemente negras era el sufrimiento de Jesús en la Cruz, acompañado de los dos ladrones.



Fuente: Internet. Tres cuervos agrupados era una imagen que sólo
podía traer desgracias: " Ahí van la Cruz y los ciriales".


Había otros animales de pluma y domésticos que estaban en el punto de mira de aquellos quienes interpretaban cómo nadie los supuestos indicativos de muerte. Nuevamente, Alfonso detalla el comportamiento de uno de ellos, vinculado a vestigios de muerte: "Antes la gente creía que si un gallo cantaba cuando no tocaba y sin sentido, era que alguien de cerca iba a morir. Podía ser cualquiera que escuchare cómo cantaba el gallo, cualquier vecín que viviera cerca". Añadiendo un detalle propio de la travesura infantil: " En casa teníamos un gallo muy malo, pero aquel cantaba cuando tocaba, por el día taba más pendiente de nosotros que de cantar. Abrasábamoslo a pedrades...por les picadures que nos daba". Esta información proporcionada por el convecino es corroborada por el propio etnógrafo Elviro Martínez, quien confirma esa misma : " Cuando el gallo canta a deshora, es señal de muerte en muchas zonas de Asturias".


El aullido lastimero de un perro, sin un sentido aparente, encendía los ánimos vecinales y en esta dirección se manifiesta Benigna Anxelín: " Cuando vivíamos en La Flor, apareció un perro, de aquellos que había sin amo, y empezó a aullar como un lobo. Venía al anochecer y estuvo así varios días por la quintana. Mi ma y les persones mayores decíen entre dientes que venía a buscar a alguien, que era pa morir alguna persona. Pero al final marchó como vino y sin llevar a nadie". 



Fuente: Internet. Perro aullando. Anuncio de muerte. 


En cambio, otras personas, como el celebre Robés buscaban una explicación más práctica a aquel sonido perruno. En su vejez, iba uno de sus vecinos a a afeitarle cada cierto tiempo. La escasa práctica del voluntarioso amigo y el estado de la navaja convertía aquella operativa en una aventura combinada de cortes y sangre, que el bueno de Robés soportaba estoicamente. Una vez finalizado el rasurado, ambos salían a  la terraza , y en uno de aquellos momentos de compadreo un perro empezó a aullar lastimeramente. El vecino interpeló: "¿No escuches eso?, ¿Qué pasara-i a ese perro?". Robes, sin inmutarse, contestó con aquella sorna que lo caracterizaba:  "¡ Na...eso ye que seguramente lo tarán afeitando !".


Los anuncios, también eran protagonizados por los propios enfermos. Hay una creencia grabada en la memoria popular, incluso en la actualidad, que cuando un enfermo postrado en la cama gravemente, tiene una mejoría notable en su salud e intenta incorporarse y levantarse del lecho es la inequívoca evidencia de la proximidad de su muerte: " Mi ma la probe, taba muy fastidiada. Llevaba meses sin movese de la cama, comiendo poco y mal. Un día sentí ruidos en su habitación y allí taba buscando ropa pa vestise. Esa misma noche murió". 

 

Cierto o no, este tipo de creencias en los que la muerte da avisos de su próxima llegada ha estado y aun está socialmente instaurado. La transmisión oral ha sido determinante para que hayan llegado hasta nuestros días, junto con la perdida irreparable de otros anuncios. Preguntados nuestros habituales declarantes por ellos han sido incapaces de detallar, mostrando muchas dudas al respecto, por lo que no se incluyen en este apartado.





Videntes, visiones y vedorios.



"Si un día quies marchar

dexa polo menos

una seña de ti

nel sitiu de partida"

Pablo Antón Marín Estrada.



Las apariciones fueron otra parte a tener en cuenta en esta relación de anuncios de muerte. La presencia de una persona, enferma o no, en un lugar en el que físicamente no podía estar, es el perfecto indicio que indica una separación del espíritu/alma y el cuerpo. La significación a tal fenómeno está basada en  sentencia que no deja lugar a dudas: la persona vista en estas circunstancias está muerta o su final es próximo.


Visionarios y videntes son tan antiguos como la propia humanidad y en este pueblo, cómo en tantos otros, siempre hubo. Nuestros antepasados veían los entierros antes de que estos ocurrieran con el paso de la güestia (1) por el monte El Rellario, camín del cementerio de Bocines. Así lo recordaba Jovita González, quién remataba su apreciación con un incuestionable: " Eran cosas de antiguos".



Fuente: Google Maps. " nuestros vecinos veían los entierros antes de que 
estos ocurrieran con el paso de la güestia..."


En Antromero, hay una ampliación de la leyenda de la güestia, la denominada "caldereta". Y se trata de la capacidad que algunas personas tenían para ver la procesión de ánimas entregando una vela y cuando esta pasaba a mano humana, se transformaba en un hueso con una llama en su extremo. Algunos vecinos, tal era el caso de Álvaro El Civil, no dejaba pasar la oportunidad de preguntar en velatorios y entierros si habían visto pasar la "caldereta", alterando el ánimo de los presentes.


Fuente: Mary Artime. Álvaro y Ramona.


Siguiendo la ruta de convicciones afectas a la xente, había una extendida creencia que aquellas personas que habían sido bautizadas en Jueves Santo, o bien habiéndolo sido con los óleos de ungir a los muertos, eran las únicas capaces de ver procesiones de ánimas, eso si, sin riesgo alguno. Otro de sus poderes era el de presagiar muertes antes de que sucedieran. El nombre que los distinguía del resto de los mortales era el de vedorio. Benigna Anxelín, reseña al último que hubo reconocido en nuestro pueblo: " El último vedorio fue Falina Muñoz.  Más de una vez dio el nombre de una persona que iba a morir a los pocos días y así fue. También decían que veía a la güestia y que no le pasaba nada. A mi personalmente no me gustaba cruzar con ella por el camín, me daba un poco de respeto y si la veía venir de frente, yo daba la vuelta por lo que pudiera pasar".


Dentro de la amplia variedad de visiones que ya forman parte de la cultura funeraria de pueblos, hay alguna más llamativas que otras. Relatos contemplados desde la perspectiva que nos da el transcurso de los años y que no por ello dejan de sorprendernos. Recogemos uno de estos en el testimonio de Arturo Artime: " Tengo escuchado a los viejos del lugar (Condres) de alguien que fuera a cortejar a una casa en invierno y de noche. Aquel hombre sintió el ruido de un entierro venir por la caleya, pero no vio a nadie pasar. Pocos días después murió la madre de la moza que cortejaba".


Lo de las visiones de la procesión de almas era una cuestión habitual en tertulias comunales, que la llegada de la televisión, las linternas y luz eléctrica fue apagando poco a poco y sustituyéndose por otros miedos y mitos impuestos por las nuevas tecnologías y tradiciones foráneas.


Otra variable que nos sentimos obligados a recoger es la figura del "guerco". Este mito, no es otra cosa que un aviso de muerte  y su representación es la aparición de una persona a otra, poco antes de morir. Este tipo de presencias tenían todas un denominador común: nunca hablaban, ni tan siquiera hacían gesto alguno y nunca o muy pocas veces hacían aparición ante más de un individuo. Cuando  llega a casa el visionario le comunican la muerte del aparecido y en un  lugar muy alejado a donde lo vio. Nuestro informante, Alfonso Pinón, refresca uno de aquellos episodios : "Cuando era guaje, siempre oí a mi padre, que a mi güelo se le apareció un conocido de Candás por la caleya que ni lo saludó, de la que venía de trabayar. Pero le dijeron que era imposible que aquel paisano taba muerto, que morriera por la mañana, antes de que él lo viera".


Alguna que otra vez todo se reducía a un fallido "guerco". En esta ocasión, viajaremos hasta el siglo XIX   de la mano de Concha de Casa Miguel: " José Miguel, era mi padre. Era muy fuerte y muy alto. y en los tiempos de los que hablo era el encargado en Condres de ir a buscar les cajes de los muertos a Luanco". En los años a los que se refiere la declarante la infraestructura vial, entiéndase carreteras y caleyes, se reducían a la mínima expresión, llenas de barro, baches y transito exigente para cualquier vehículo. Nuestra vecina Concha, sigue detallando los pormenores de tan jugosa anécdota: " Las llevaba al hombro (los ataúdes) y una vez le tocó buscar una en un día de invierno. De vuelta, empezó a granizar y subiendo por la Caleyona (empinada cuesta que une Bocines con la altitud de Condres) se metió dentro de la caja para no mojarse. Cuando los vecinos de Bocines iban al velatorio, mi padre sintió las voces y salió de la caja. Al verlo, salieron corriendo, llegando a la casa del difunto diciendo que José Miguel iba a morir porque les salió de una caja de un muerto". Imaginamos los momentos de tensión vividos por aquella visión y los posteriores ante la llegada del "muerto", completamente vivo.



Foto familiar. José Miguel y familia.


En las inauguraciones de viviendas era condición ineludible su bendición. Entre los objetivos de la misma, estaba el evitar la presencia del "guerco": " La casa fecha y la caja del muerto a la puerta". Nadie osaba a obviar esta obligación no escrita y así eludir posible males mayores.


En definitiva, la figura del "guerco", no es otra cosa que la aparición de una persona sentenciada a muerte. El humor popular, desdramatiza en ocasiones esta figura, restando cierta  importancia a este fenómeno:


"Mal trabayo fizo el guerco,

llevándose a mi padre

y dexando aquí a mi suegro".


   



(1). Para más información en torno a la güestia, aconsejamos la lectura del capítulo 8: "Mitos, leyendas y supersticiones".





Separación del alma y del cuerpo.



"De tanto ser 

sólo tengo alma.

Quien tiene alma 

no tiene calma".

Fernando Pessoa.



En las áreas de influencia de cultura cristiana, la creencia de que el alma se separa del cuerpo se halla ampliamente extendida y normalizada. Otra de las elucubraciones al respecto del ánima está en saber cual es su destino, una vez que abandona el cadáver.


Al respecto, abundan  una gran variedad de teorías: almas que se metían en los cuerpos de animales o se ocultaban entre piedras (metempsicosis), a la espera del destino final. Hay vecinos que han vivido en primera persona este tipo de creencias: " Cuando murió el tío soltero que vivía con nosotros, apareció un perro pulgoso por casa. Enseguida mi ma dijo que en aquel perro taba el alma del tío. Así que había que darle de comer todos los días y metíamoslo por la noche a dormir en la cuadra. Pero el cabrón no quería tar amarrao, por lo que decía mi ma, que era igual que el tío, que era él. El caso ye que cuando se puso fino y engordó marchó de casa sin mirar p'atras. Por lo que dijo mi ma: "¿Veis como era él?, tan despegao cómo paisano, que como perro".


Respecto a la fórmula de cómo abandonaba el alma el cuerpo, había varias creencias: en forma de luces tenues, como una especie de paloma, humo blanco...Y para facilitar su escape, se solía levantar una teya del teyao (entonces a teyavana), en el caso de que en la habitación del finado no hubiera ventana. El inescrutable paso del tiempo hizo corregir comportamientos y aquel rito de abrir el ventanal perdió su significado original, limitándose su uso a motivos meramente higiénicos.



Fuente: Internet. Ilustración de la salida del alma del cuerpo.


En  esta elevación de las ánimas relata Benigna Anxelín, que estando en un domicilio del barrio de La Flor, cuando murió la enferma, una de las vecinas allí presentes se abalanzó sobre la ventana, que no debía de estar en buenas condiciones: " Tan rápido la quiso abrir  que reventó todos los cristales, cortándose toda. Quedamos todos asustaos y ella no decía otra cosa que si había salido el alma, que ella no la vio".


Durante mucho tiempo y abandonada recientemente hubo una costumbre de cerrar todas las ventanas, huecos y puertas de la vivienda del muerto, una vez que la comitiva fúnebre salía en dirección al cementerio. La explicación a tal comportamiento estaba justificada en la creencia de que el alma pudiera regresar a casa.


Lo cierto es que la inmortalidad del alma es contemplada en todas o casi todas las culturas. Así Julio Cesar, en su mastodóntica obra, "Comentarios sobre la guerra civil" ( Commentarii de bello civili), editada hace más de dos mil años, en su Libro VI, Capítulo XIV, ya refleja la misma: " Las almas, pasan de unos a otros, jamás mueren". Esa filosofía expuesta  entonces, se mantiene, aunque con ciertos matices.

   



Amortajar al muerto.




"¿Qué se hace con la ropa de los muertos?

¿Se rasga para no recordar la corpulencia

que animaba sus tonos?

¿Se usa para borrar los ojos

que se desprecian en la aurora?.

Francisco Hernández.


Cuando hablamos de amortajar, amortaxar a un muerto es el resultado de revestir o tapar el cadáver con una mortaja (vestidura, normalmente una sábana). Es una práctica que fue muy común en antiguas civilizaciones y que ha llegado hasta nuestros días, con detalles desarrollados por el paso del tiempo y determinadas modas.


Su objetivo era más práctico y estético que simbólico. Se envolvía el cuerpo en tela para evitar unas visibles transformaciones, antes de su entierro. Una vez declarado oficialmente la muerte, se iniciaba este protocolo, evitando con esa premura la salida de gases y líquidos: " A veces había que tapar los agujeros de la nariz, oídos y la boca con gasa o cachos de trapos".


Esta desagradable y necesaria labor recaía en manos femeninas, y trabajo en equipo: "Pa movelo mejor dos o tres persones" . Respecto al protocolo, cedemos los detalles a una experta en tales menesteres, cómo lo fue  Benigna Anxelín: "Me tocó  preparar muertos en muchas casas. No había que dejar que enfriara y, sobre todo, procurar cerrarles los ojos y la boca lo más rápido posible. Pa lo de la boca se solía amarrar un trapo alrededor de la cabeza, aguantando la mandíbula y una vez que enfriara el cuerpo ya no había problema". Respecto a esta práctica, la de cerrar los ojos y con independencia de razones estéticas, estaba vincula a una antigua creencia: " Hay que cerra-i los ojos pa que no llame a otros".


Cuando aun se mantiene el calor corporal es el momento para vestir al difunto: "Se vestía con una buena ropa,  casi siempre la mejor que tenía" (2). Otra de las exigencias de estas personas voluntarias que amortajaban y normalmente vinculadas a la familia, era conseguir  la postura final del cadáver "oficializada": " Se tenía que juntar los pies y las manos enlazadas en el pecho y siempre cuando estaba el cuerpo caliente, Si estaba frio, ya tenías que atarlo".



Fuente: Internet. Muerto amortajado. Años 40.


No todo el mundo servía para este tipo de labores desagradables, pero necesarias: " No valía cualquiera y casi siempre éramos muyeres. Había que valer y tener valor". Aclarando un detalle que compara épocas, cada vez más distantes: "Antes la xente no tenía problemas pa estes coses. No ye cómo ahora que son muy remilgaos. Si ya lo decía el refrán: " el que repara en pelos, non come gocho". 


Por si hubiera que corroborar estas palabras, recurrimos a las declaraciones de María del Rosario Muñiz, quien testimonia en primera persona su experiencia: " Referente a vestir al fallecido, siempre era una mujer de casa con ayuda de alguna vecina. Uno cree que no sirve para muchas cosas y la adversidad hace que seas capaz de hacer de todo. Después de días y noches en vela, cuidando de la persona enferma, una vez llegado el óbito aun no se podía descansar, pues con un cuerpo presente en casa tenías que hacer comidas para familiares que llegaban y que velaban ese cuerpo". Las situaciones límites hacen sacar de uno, una fuerza que jamás sospechó que tenía.


Tras aquel protocolo, quedaba introducir el difunto en el ataúd. Aunque nos sentimos obligados a aclarar que esto de la "caja" es una innovación reciente para todo tipo de gente y condición. Inaccesible durante siglos el ataúd para prácticamente el grueso de la población, sólo las clases más pudientes podían acceder al mismo. 


Una practica ciertamente normal hasta bien entrado el siglo XX, era el traslado del difunto dentro de  un saco, sobre unas angarillas o una escalera de mano en posición horizontal. Había iglesias que ya tenían preparado este tipo de útiles de transporte, recogidos y guardados en su interior para la ocasión. La ausencia de vías y transporte para llegar al cementerio hacía a los vecinos recurrir a estos procedimientos. Al dolor familiar de la pérdida de un ser querido, se le sumaba el inconveniente del traslado entre praos y caleyes, camino del monte Rellario, hasta llegar a Bocines.





(2).  En algunos pueblos de la periferia hay costumbres ancestrales que se mantienen en la actualidad , de vestir al difunto con sus ropas habituales y repartir entre los vecinos más necesitados sus mejores galas.





Les esqueles.




"La vida de los muertos existe

en el corazón de los vivos".

Cicerón.



A lo largo del pasado siglo,  para anunciar un fallecimiento, se solía usar tres procedimientos : las consabidas esquelas, anuncios en prensa y también en la radio. La fijación de les esqueles pasaba por lugares concurridos y próximos a la casa del fallecido. Postes de luz, paradas de autobuses, paredes de tiendas y bares, formaban parte de la capacidad anunciadora. Sitios estratégicos que varían en función de localidades, pero ya todos estudiados por anteriores usuarios y que delatan los restos del papel de pegar usado. 



Fuente: Google Maps. La Flor. Uno de los lugares preferentes para 
pegar esquelas. La actividad comercial del estanco/tienda/bar que
se desarrolló durante decenas de años así invitaba. Las paredes, tal 
y cómo señalan las flechas de la derecha (entrada y antiguo escaparate),
eran los sitios preferidos. La flecha de la izquierda, indica el emplazamiento
del tablón de anuncios municipal, donde actualmente se fijan estos anuncios.


Probablemente la gente vincule las esquelas y su distribución a los lugares y zonas rurales y, nada más lejos de la realidad. Villas de nuestro entorno, con una población de varios miles de habitantes, tal es el caso de Avilés,  se pueden ver todos los días estos anuncios en lugares  de paso de viandantes. Lo que evidencia que las nuevas tecnologías aun no han vencido a este uso centenario.



Esquela bajo los soportales del Centro Comercial de El Atrio,
en Avilés. Esquina habitual para el pegado de este tipo de anuncios.


Las esquelas tienen un formato muy característico que las hacen inconfundibles en la distancia, respecto a cualquier otro papel. Su orla negra, el nombre del difunto y bajo él su apodo o mote popular para facilitar la identificación.  También acompaña la información de sus familiares más próximos, casa mortuoria (actualmente más en uso el tanatorio), la iglesia y hora en la que se va a a celebrar el entierro. En algunas esquelas aun se puede observar el añadido de una fotografía de tamaño de carnet, costumbre antaño habitual y muy agradecida a la hora de identificar a finado.



Fuente: Arturo Artime. Esquela de Fructuoso Lluisa (1948).


Fuente: Internet. Esquela con foto (pixelada).

Cuando se anuncia el fallecimiento de una persona , a través de la radio, es lo que los más puristas definen cómo "notas necrológicas". Tratándose de un comunicado en el que se lee el contenido de una esquela, normalmente extraída de la prensa diaria.


Pese a no ser un anuncio propiamente dicho, haremos una breve parada en los llamados "Recordatorios". Tal y cómo su nombre indica, se trata básicamente para que los familiares y amigos recuerden al muerto y recen por él, siguiendo el guion marcado en su interior. Amparo Julían, analiza con precisión quirúrgica la evolución de los tiempos: " Antes casi todo el mundo facía los recordatorios de los muertos, taba de moda. Pero eso ya pasó a a la historia . Si ahora nadie fai mises por los muertos, ¿Cómo se van facer recordatorios?. ¡¿Pa que?!".



Fuente: Internet. Recordatorio de allende los mares.



Este formato, ya en desuso, y con toda seguridad más desconocido entre los lectores más jóvenes, fue muy popular hasta la mitad del pasado siglo XX. Su elaboración estaba sujeta a una pequeña hoja o dos (díptico), presentando imágenes religiosas en su portada y en el reverso, concentrando el texto en las dos páginas centrales. En la primera solía figurar una foto del rostro del difunto, junto sus datos y la fecha de la defunción. También se podía añadir, siguiendo las mismas pautas de la esquela, los nombres y el parentesco de los familiares y una súplica para que se rece por su alma. En la segunda página se imprime el texto de las oraciones que se deben de repetir para su salvación eterna.




El ataúd.



"El día que murió mi abuelo soñó que estaba

a la sombra de un cerezo cerca del río, durmiendo...

Y cuando despertó un niño salió de él

en dirección al río, corriendo". 

Xuan Bello.



Desde nuestra tierna infancia se nos inculca un miedo reverencial a la muerte. Su presencia invisible está, desde siempre, muy asumida: todos nacemos para morir. Este transito, grabado en la piel, ha condicionado comportamientos y economías domésticas, pues en todas las casas, por pobres y miserables que fueran siempre se guardaba dinero para un funeral decente: " En casa siempre hubo unes pesetes apartades pa los ostiazos que te da la vida". En el caso de que no hubiera fondos para cubrir tal intendencia, se recurría a la buena voluntad de vecinos y amigos o incluso a algún prestamista que vivía en la parroquia.



Recibo de pago por parte de Basilio Gutiérrez, El Tercero, de un ataúd
para una vecina del pueblo, adelantando el importe de las 500 pesetas, 
ante la imposibilidad de la familia de abonar dicha cantidad.



Les cajes de los muertos, son y han sido una referencia para la distinción económica  del difunto. En las funerarias hay notables diferencias de calidad y estética en los ataúdes. Aunque probablemente la más visual sea la de los féretros blancos de los niños. Recogemos los recuerdos derivados de uno de aquellos muebles funerarios destinados a los menores, en palabras de María del Rosario Muñiz: "Recuerdo a finales de la década de los cincuenta del siglo pasado , el entierro de una niña de corta edad, que iba, creo en una caja blanca . Fue llevada a hombros desde Antromero a Bocines y niñas de unos ocho años de edad íbamos cogiendo con la mano unas cintas de adorno que colgaban de los laterales del ataúd". Aquel acompañamiento, formaba parte de esa cultura funeraria, tal lo expone nuestra anterior declarante: " Es que desde que nacíamos se nos familiarizaba con la muerte". Lo que resulta inapelable, pese a quien pese es que ante la muerte se mantienen las diferencias económicas y sociales: " Ni la muerte nos fai iguales".




La fotografía.



"¿La palabra muerte?. Me sugiere...

una gran esperanza".

Jorge Luis Borges.



Durante las primeras décadas de la pasada centuria, que bien se pudiera prolongar hasta bien entrado los años 50, hubo una costumbre arraigada de fotografiar los a muertos (disponemos de varias imágenes al respecto, que evitamos editar), con el objetivo de disponer de un recuerdo "para siempre" de la persona querida. Hubo también mayor predisposición para inmortalizar a los menores de edad fallecidos, quienes se convirtieron en victimas propiciatorias de algunas de las epidemias que asolaron estas tierras. Así ocurrió con la propagación del tifus de 1911, la mal llamada gripe española de 1918 o las posteriores epidemias de la tisis o tuberculosis. 



Fuente: Internet. Familia posando con sus pequeños muertos, ya 
en sus ataúdes blancos.


Las fotos eran hechas por encargo, siendo las mismas familias las encargadas de llamar al fotógrafo. Estas imágenes post-mortem tenían el cometido de plasmar una puesta de escena única, donde prevalece amor, cariño. El objetivo,  tan sencillo y complejo de recordar al difunto, pese al dramatismo del momento. 


Una primera visión de este tipo de daguerrotipos puede dar lugar a una falsa interpretación, presuntamente alimentada por el morbo de ver una persona muerta, aunque nada más lejos de la realidad. Aquella necesidad de plasmar un último recuerdo llegará a todas las clases sociales, desde la humilde familia obrera hasta la propia realeza.


Y por supuesto, el poder económico, marcará una vez más las diferencias entre los estilos y complejidad de aquellos retratos, que recuerdan otras épocas no tan lejanas.




El velatorio.



"Al muerto no se le deja jamás solo".

Popular. 


Una vez amortajado y preparado el cadáver, se da paso al velatorio. El tiempo de duración del mismo es variable, dependiendo de varios factores: tipo de muerte o intención de la familia. Normalmente el tiempo estimado duraba entre uno o tres días, en este último caso sólo de modo excepcional.


La casa, el punto de reunión, será donde se juntan amigos, familiares y vecinos, abandonando en muchos casos y aunque sea por unas horas viejas rencillas y enemistades, tan abundantes en el mundo rural.


La casa es un punto de unión entre la vida y la muerte. Punto de reunión y convocatoria de gente cuando se nace, con presentes, regalos al recién nacido y también cuando se muere. La única diferencia entre estos dos estadios del ser humano es está en la cadencia de la gente. En el primer caso, el nacimiento, las visitas se pueden prorrogar durante las primeras semanas del neonato y por evidentes razones, en la segunda opción la visita se concentra en pocas horas, traducidas a lo sumo en dos días.  Normalmente, y salvo excepciones, cuarenta y ocho horas pasando amigos, vecinos y conocidos por el domicilio del fallecido.


Es el momento de solidaridad, de acompañar a la familia por la pérdida. Hay fórmulas lo y expresiones usadas de forma ritual y protocolaria: " Te acompaño en el sentimiento", " non somos nada" o una ya caída en desuso, en franco retroceso:  "Qu'en gloria tea". Contaba un vecino y habitual colaborador que había ido a Candás a dar una condolencia a la familia de un amigo fallecido. Al llegar al domicilio, guardó la debida cola y se dirigió a uno de sus hijos, quién encabezaba el pésame. Siguiendo el procedimiento al uso, le dio la mano con la fuerza adecuada y utilizó una de aquel proceder rutinario:   " No somos nada". Prácticamente sin pausa, el primogénito replicó: " No lo serás tú, yo ya soy ingeniero". El recuerdo y transmisión de aquella vivencia aun hace aflorar el bochorno y malestar: " Aquel molondrón, tanto tenía de grande cómo de bobo".


La máxima popular," al muerto no se deja jamás sólo",  era  el espíritu de estos velatorios. Los turnos de los vecinos se organizaban desde el momento en el que el cadáver está amortajado.


En los protocolos familiares y hasta prácticamente la aparición de los tanatorios, se ha mantenido el velorio. Ritual sin parangón en toda Asturias, si bien es cierto que en las últimas década ha perdido fuerza y capacidad de convocatoria. Nuestros vecinos aún recuerdan costumbres totalmente abandonadas, así lo detalla Alfonso Pinón: " Mi padre nos decía que se iba a les cases a dar el pésame y en algunes daben hasta de comer". Esta cuando menos sorprendente declaración se ha mantenido con mayor fuerza en el suroccidente regional: " Cuando morría una persona , en les cases se masaba más pan y se repartía entre les persones que veníen al entierro (Joseph Fernández, 1960)". En el concejo de Tineo, hasta hace  un siglo y según manifestaciones del investigador Aurelio del Llano Roza y Ampudia, se entregaba un trozo de pan, vino y espinazo de cerdo. Esta entrega de alimentos formó parte del ritual funerario y pese a tener detractores dentro de la propia iglesia, se mantuvo hasta la segunda mitad del siglo pasado, al menos en Antromero.


El motivo de este banquete, sustituido progresivamente por bebida, está sujeto a costumbres cuyos orígenes son imposibles de descifrar. Así, algunos ilustres investigadores cómo Jovellanos lo atribuyen a una forma de enmascaramiento del dolor producido por la muerte de un ser querido, otros como Acevedo, prefieren apostar por ser una especie de etiqueta social como agradecimiento por el apoyo recibido. Sea como fuere, este tipo de actuación estuvo justificada y se mantuvo, tal y como expusimos, hasta fechas recientes. Lucía Les Moranes lo confirma: "En los velatorios lo que no podía faltar era el café negro, coñá y anís". 


Estas bebidas espirituosas y su consumo a lo largo de la noche, rompía normas sociales y los encorsetamientos  morales que exigía el momento. Lo que se podría traducir a un lenguaje más coloquial: "Algunos asistentes se venían arriba". Para ilustrar uno de estos momentos, recurrimos  a la memoria de Benigna Anxelín: "Cuando murió José El Salao, mi padre, se hizo en casa el velatorio y los paisanos entraban pál  comedor. Allí durante los dos días no faltó coñá, anís y cafe negro. La última noche, uno de aquellos vecinos tomó tanto de todo, que empezó a cantar y lo que al principio fue de risa, después no hubo manera de hacerlo callar. Así que entre varios de los que estaben allí, lo llevaron pa su casa". 


En esta  concentración de varones solía haber muchas anécdotas y más si entre ellos había alguno de los vecinos, ya expertos en estas lides. Probablemente durante muchos años encabezó este honor, Robés. Hombre de reconocido humor, socarrón e inteligente, tal lo recuerda su hijo: "Era la atracción por donde pasaba por las cosas que contaba y la forma de facelo". En los velatorios sus ocurrencias acababan en risas y las historias tenebrosas relatadas de forma pausada y con todo lujo de detalles impedía, en muchas ocasiones, marchar a los presentes a sus domicilios presos del miedo despertado en aquellas narraciones. Los velatorios, en Antromero, no eran lo mismo sin la figura de Robés.


Otra de las fases fijas marcadas en el velatorio, estaba en el rezo del rosario al anochecer. Se trataba de un acto religioso semi-familiar. Durante el mismo, familiares del difunto, vecinos y las personas allegadas se repartían a lo largo y ancho de las estancias del domicilio funerario para participar de las oraciones. La dirección en esta vigilia dominada por las plegarias, quedaba en manos de una persona que se distinguía por su soltura y memoria en interpretar el rosario y sus misterios. En este pueblo, cómo seguramente en tantos otros, en ausencia del cura (o incluso en presencia de este), eran las mujeres quienes llevaban el ritmo de estas oraciones. Podríamos destacar a varias, pero recordemos entre otras, a Lucía Les Moranes y más recientemente a Ángeles García.


Esta última información, es apostillada por María del Rosario Muñiz, quien detalla la bonhomía de aquellas colaboradoras: "Siempre he conocido a Ángeles García (Tata) rezando el rosario. Era voluntariosa, tenía buena memoria y una rapidez increíble. Además de un espíritu solidario, pues no hacía falta pedírselo, ella misma se brindaba".


El humor socarrón, sin pliegues de los moradores de esta tierra, también de hacía notar en la solemnidad exigida en estos momentos. Manolo Robés, tras la larga exposición de Vírgenes que exigía el Rosario, no dudaba en advertir, que él no había escuchado la mención correspondiente a la Virgen de la Bayuerga (3).


Fuente: Benigna Anxelín. Ángeles García, en el centro.



Fuente: Internet. Para rezar el rosario es necesario la tenencia, al menos
la persona que lleva la dirección de la plegaria de un rosario físico, para 
poder guiarse a través de sus cuentas.






(3). La Bayuerga, es un valle fértil, situado entre Condres y Antromero. Etimológicamente todo apunta a una derivación  del término asturiano "bayura", esto es, abundancia. Abundancia de "erga", o de escanda.




El entierro.




"Es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella,

que soportar el pensamiento de la muerte".

Blaise Pascal.



Con respecto a este proceso de dar sepultura al muerto, hay varias tendencias. La primera es la de hacerlo a las 24 horas del fallecimiento y otra también es la de las 48 horas como tiempo límite. Es en este periodo de tiempo cuando en la casa mortuoria hay más afluencia de gente. Personas que en las horas previas no pudieron acudir por motivos varios, aprovecha este momento para hacer "un completo", esto es, dar el pésame y acudir al rito religioso de dar cristiana sepultura al fallecido.


Los hombres de la casa, con sus mejores galas, forman en el exterior para recibir los últimos duelos, siempre con una corbata negra y/o brazalete de ese mismo color. Mientras las mujeres están en el interior recibiendo a los visitantes y detallando, llegado el caso, las últimos momentos vividos por el finado. Junto a la entrada del domicilio está desplegado una pequeña mesa donde se recogen las firmas de los visitantes y una  urna para depositar las tarjetas de visita. Algunas de estas últimas especialmente diseñadas para estos casos, con los bordes marcados de riguroso negro, son les llamades tarjetes de pésame o condolencia.


El tema de estas tarjetas, no es baladí. En muchas casas rurales asturianas fueron probablemente el único papel impreso que existía en su interior, debidamente protegidas y guardadas. Usadas casi en exclusividad para esos acontecimientos, pues era la garantía de la presencia en el mismo. La declarante habitual Benigna Anxelín así lo testimonia: " En casa siempre hubo tarjetes de visita. Lo normal era llevales pa los entierros. Eso y firmar el libro de pésame. Yo no me acuerdo de usales pa nada más".



Fuente: Internet. Tarjetas de pésame, con el borde
negro. Antaño muy usadas y hoy en franco retroceso.



Posteriormente, se celebra en la iglesia el funeral y finalizado este, se acerca al cementerio al muerto. Es aquí donde se dará el último adiós de familia y amigos entre gestos de dolor y tristeza. Normalmente alguno de los presentes aprovecha el momento para visitar las tumbas de algunos de sus familiares allí inhumados. 


A los entierros por esta zona solían ser muy concurridos, personas allegadas de una u otra manera hacen presencia en el camposanto, en un acto que Eduardo González-Quevedo no duda en calificar como " la lógica de la reciprocidad compensada", esto es, lo de "hoy por ti, mañana por mi".


Desde hace ya un buen puñado de años, vivimos en permanentes cambios sociales. Estos han modificado antiguos usos y costumbres, para desesperación de las personas mayores de la familia, que se resisten a perder el sentido de todo aquel ritual funerario: "Ahora la xente sólo se preocupa de los vivos, pa ellos el muerto p'al hoyo. No tienen chapeta, ni respeto".


Aunque  no debemos olvidar que uno de los miedos más recurrentes, que aun preocupan en la actualidad, es el enterramiento de una persona viva. Hasta no hace mucho tiempo, especialmente en pueblos y lugares, no había médico que certificara la muerte y se recurría a prácticas domésticas y muy efectivas: el acercar una vela encendida o un espejo a las vías respiratorias del muerto.

    
Por ese temor a un enterramiento en vida, uno de nuestros vecinos más populares en el pasado siglo, Antón d'Xabel, dejó una exigencia explicita que había que cumplir a su muerte: la colocación de una luz dentro de su ataúd. El ingenio se desarrolló con los componentes de una linterna de petaca al uso. Así se cumplió el deseo del ya entonces finado.


En Gijón, a finales del siglo XIX y coincidiendo con la inauguración del cementerio de Ceares, a los muertos que presentaban "dudas" se les aplicaba un protocolo antes del enterramiento definitivo. Se les colocaba encima de la llamada "piedrona" (característico del grandonismo gijonés), lugar este ubicado dentro de la capilla de aquel camposanto al menos durante 24 horas. Transcurrido este espacio de tiempo y sin observar en el finado algún tipo de extraña manifestación, se procedía a su definitiva inhumación.







El cementerio.




"El ser humano lleva enterrando a sus muertos

desde aproximadamente 100.000 años".

Mar Rubio.





Aunque nos suene extraño e inverosímil, en algunos lugares y en tiempos específicos se sancionó la ausencia en los entierros, Roberto J. López en su obra "Comportamientos religiosos en Asturias durante el Antiguo Régimen" (1989),  hace mención de aquellas multas, detallando este tipo de sanción tras  una visita episcopal realizada el año 1656 a las parroquias de Fano y Baldornón (Gijón) : "Cuando acaeciese la muerte de un vecino, para asistir a su entierro desde su casa a la iglesia, pena de dos reales por cada uno que faltare...y con el apercibimiento de que si fuera contumaz, repitiendo ausencia, fuera declarado enemigo de la fe que profesamos". Así era de importante para un sector de la iglesia la asistencia a los entierros.

    
En este ámbito hay un sinfín de curiosidades históricas que nos hace reflexionar respecto a la ausencia de un cementerio en Antromero. Hagamos pues, una breve revisión de registros y datos históricos proporcionados por documentos, para elaborar una hipótesis. 


En los tiempos actuales, el cadáver se mete en la iglesia para el rito funerario religioso, y hasta entrado el siglo XX era costumbre, aunque no obligación, dejar aquel en el exterior del templo. En cambio, desde el siglo XIII era práctica enterrar dentro de la propia iglesia al muerto, quien dependiendo de su categoría social y capacidad económica se inhumaba en mayor o menor cercanía al altar. En cambio, si el fallecido era un pequeño sin bautizar, se enterraba debajo de los aleros del edificio religioso, pues no era "digno" de ser sepultado en su interior. El objetivo de esta práctica era obtener los beneficios de estar al lado de santos y mártires y conseguir una entrada más fácil en el cielo. Nuevamente, el ilustre Jovellanos expone respecto a esta forma de enterramiento: " Era tal la ciega confianza de algunos, que creían librarse de las penas del infierno o purgatorio con sólo tener la sepultura inmediata a la de los mártires". Esta práctica fue prohibida en el siglo XVIII, entre otras razones por motivos higiénicos, pues muchas iglesias "fedían", dada la acumulación de restos humanos en el suelo.


Los pobres de solemnidad, aquellos que no podían costear los derechos de inhumación en el interior de la iglesia, eran enterrados en el cementerio y, llegado el caso, formar parte de los cuerpos de la fosa común.

    
Otro sector de los muertos que estaban discriminados históricamente por la iglesia, a la hora de formalizar si inhumación en los intramuros del cementerio, eran aquellas personas que habían tomado la decisión de quitarse la vida (suicidas) y los que no habían recibido el sacramento del bautismo. Sus restos tenían que descansar en lugares expresamente indicados por las autoridades religiosas.  Nuestro habitual informante Arturo Artime, detalla una curiosa información vinculada indirectamente a esta exposición: " Recuerdo que mi güela, en la cabecera de la cama tenía un crucifijo y decía que era de la caja de un hermano de mi güelo, que se había suicidado en la Playa de San Pedro, y que lo habían quitado del ataúd al enterrarlo. No se su finalidad o sólo por decoración". La sospecha sobrevuela esta información y es más que probable que el cura oficiante del entierro, obligara a desprender de la caja del muerto, el símbolo religioso de la cruz, al estimar que no pudiera llevarlo un suicida.


Será con el Edicto de Milán, del año 313 d. C. cuando se ponga punto y final a unas prácticas de enterramiento en catatumbas romanas y se autorice  la construcción de cementerios en el entorno de las iglesias.  La proximidad del templo y el camposanto estaban justificados, según antiguas creencias en la necesidad de esta cercanía para facilitar el camino al cielo de las almas.


Si tenemos en cuenta que la primera referencia documental de nuestro pueblo es del año 905, con el testamento del rey Fruela, quién hace donación a la Iglesia de Oviedo, de varias propiedades suyas, entre la que figura in Intromerio ecclesian Sancta María (Iglesia de Santa María de Antromero). La presencia de una iglesia en Antromero, a principios del siglo X, nos ofrece un dato de la existencia de una, seguramente, pequeña población. La vida y la muerte van de la mano y la evidencia es manifiesta: había que enterrar a los muertos. 


Con toda probabilidad y siguiendo prácticas cristianas, estas inhumaciones se harían o en el interior de la iglesia, o por el contrario en la zona anexa a la misma. Hoy, no existe cementerio, pero estamos convencidos, por las trazas que marca la propia historia y por las costumbres religiosas arraigadas que lo hubo, aunque carecemos de información para precisar hasta que fecha existió. Una excavación entre la fachada norte de la actual iglesia y el acantilado, aun pudiera despejarnos muchas dudas y con casi toda seguridad, corroborar nuestras conjeturas.



Fuente: Avistu. En la imagen se aprecia la cara norte de la actual
iglesia respecto al acantilado. Fuente de información e investigación,
hoy por hoy, silenciada.



Es más que probable que estuviera, tanto el antiguo edificio religioso altomedieval y el propio cementerio, en un lugar más próximo al acantilado respecto a la actual ubicación de la iglesia. De hecho hubo un pequeño retranqueo de esta edificación, respecto a la antigua capilla, derribada en el año 1969. Los motivos, el temor a la inestabilidad del terreno, que pudieran provocar  argayos del cantil y daños irreparables en la nueva edificación.


Desde hace mucho tiempo, probablemente varios siglos, los muertos se entierran en el cementerio parroquial de Bocines, anexo a la misma iglesia. 



Iglesia de Bocines, junto a su cementerio.



El cementerio, escenario del ritual de la muerte, se convierte en una nueva exhibición  de diferencias sociales. Los probes de solemnidad se enterraron donde podían, en el frío suelo, en fosas comunes, preparado todo ello para quien no podía pagar algo mejor. En cambio, las clases pudientes y adineradas, dejaban evidencias de su estatus con la construcción en aquel suelo sagrado de mausoleos y panteones para mejor honrar a sus antepasados e ilustres apellidos, cuales grandes emperadores egipcios.


El testimonio de María del Rosario Muñiz, nos expone una evolución vinculada al transcurso del tiempo del camposanto parroquial: " Respecto a los enterramientos en Bocines hubo pocos panteones. Casi todos iban a sepulturas bajo tierra, pero  los años sesenta del pasado siglo trajeron la construcción de nichos, mucho más práctico para su incineración".






    El luto.




"Tal vez debiera ser más generoso

con el ritual de la pena,

dedicar cada año un día de agosto a visitarte.

Donde quiera que te encuentres.

Porque no me fue dado siquiera velarte".

Xandru Fernández.




La familia del fallecido, especialmente los ascendientes y descendientes, llevará luto durante un tiempo indefinido. En muchas ocasiones estos atuendos les acompañaran hasta la muerte, dada la encadenación de óbitos dentro del ámbito familiar. No es extraño el escuchar al referirse a algunos de los antepasados la expresión, especialmente muyeres: " Siempre la conocí vieya, siempre vestida de luto". Aquel luto eterno ejemplificaba la imprecisión de la edad, de las vestimentas que condicionaban vidas y estados vitales.



Fuente: Emilio Rodríguez, El Lechugo. Josefa Anxelín,
"Siempre la conocí vieya, siempre vestida de luto".



Fuente: Mercedes Menéndez. Faustina Muñiz. Siempre
había que llevar luto por alguien.



La intensidad, dependía de su grado de parentesco con el muerto. Esta manifestación física y visible del dolor tenía sus fases temporales: inicialmente un negro total en las vestimentas, que se irán rotando con el paso del tiempo y los meses por ropas de tonos grises y lilas, las llamadas "de alivio".



Fuente: Laudina Artime. De izquierda a derecha: Amparo
Julián y Lucía Les Moranes. "... ropas de tonos grises
y lilas, las llamadas de alivio".




Fuente: Mar Martino. Pacita El Tuertu, en primer plano
y Delfa, de luto.



Los lutos rigurosos solían durar entre uno dos años (dependiendo de la decisión familiar), siempre y cuando no hubiera otro fallecido en ese tiempo, con lo que se añadía tiempo al tiempo. Era una época que aunque los jóvenes no lucieran estos ropajes tan visibles, el luto se manifestaba en sus actitudes, tal lo recuerda Lucía Les Moranes: "Antes si guardabes el luto y se iba a una romería no se bailaba". Las críticas sociales estaban pendientes de ese tipo de detalles.

    
Uno de los rasgos comunes que caracterizan a los domicilios con luto, es el silencio. Sus moradores evitan las voces, gritar, cantar, silbar, escuchar música o llevar cualquier actividad ruidosa, ajena al sistema productivo. Con la llegada de la radio y posteriormente la televisión serán también censurados y no sólo en los días posteriores al óbito, sino que se podían prolongar durante un lapso de tiempo mucho más amplio. Aunque siempre hay excepciones, tal lo recuerda Benigna Anxelín: " Cuando murió mi pa, en el año 1975, la tele tardó en encendese otra vez. Seis años más tarde murió mi ma y fui yo quien al día siguiente del entierro la encendí. Menuda bobada, cómo si por eso no íbamos querer menos a la gente que faltaba".


Para cumplimentar este tipo de exigencia no escrita, había que teñir la ropa. Si el futuro fallecido estaba gravemente enfermo o mostraba síntomas de que su final no se haría esperar, la familia previsora, iba haciendo acopio de las prendas necesarias para cubrir este ritual. El proceso de teñir la ropa formaba parte de la previsión y provisión que exigía el momento (4).







(4). Respecto a este protocolo social de teñir la ropa , aconsejamos la lectura del capítulo 5: " El agua. Llavar, facer la colada y algo más".







La misa.



"Sé que estás en un lugar mejor,

lleno de paz y de amor,

sin envidias, ni egoísmos.

Sé que nuestros caminos

se encontrarán de nuevo..."



Rezar por los difuntos forma parte de la dinámica de la Iglesia. Las oraciones desplegadas por los fallecidos están orientadas a facilitar su entrada en el cielo. El Día de los Difuntos, el dos de noviembre, es el culmen para los creyentes de todas las iglesias católicas del mundo. Plegarias, rezos para familiares y amigos ausentes, es la tónica habitual, junto con la visita a cementerios plagados de todo tipo de flores. Es el último esfuerzo de los vivos para ayudar a los muertos, con sus preces y oraciones.


Hay una anécdota ambientada en la segunda década del pasado siglo en nuestro pueblo,  que denota esta creencia entre los creyentes. Nos cuenta una informante, a la que guardaremos su anonimato por petición expresa, que cuando murió su padre, no muy vinculado a prácticas religiosas, el cura hizo un funeral apresurado y casi de "mala gana": " A los pocos díes de enterralo, empezamos a escuchar por la noche ruidos en la cuadra que no eren de animales y en el desván  cómo si arrastrasen coses. Así que fue mi ma, la que dijo que había que dar seis mises por el alma de mi pa. Puedes creelo o no, pero después de dales, no hubo más ruidos en aquella casa". Las misas había que abonarlas, siendo estas uno de las más importantes inyecciones económicas de la Iglesia.


Con el paso del tiempo se van abandonando tradiciones eternas, algunas de ellas vinculadas al mundo espiritual y religioso: " Cuando murió el mi home, yo me encargué de les mises y el cabodaño. Cuando yo muera, nadie va facelo, porque los mis fios tan en otros cantares".




El cabodaño.



"El olvido huele a aburrimiento y a soledad".

J.M.G.A.



Es cuando se cumple el aniversario de un fallecido. Se convirtió en un acto religioso, que algunos grupos como los vaqueiros hacían una gran fiesta con comida bebida y baile. Forma parte de las tradiciones y costumbres asturianas el asistir a la celebración religiosa, dispuesta para este aniversario. 

 

Los primeros cabodaños estaban sujetos a determinadas normas: su anuncio iba parejo a las esquelas, que se desplegaban en sitios muy puntuales, para informar y avisar a vecinos y amigos, tal y como se había hecho en el anuncio de la muerte. Para la gente esta ceremonia tenía un especial valor, tal lo señala Benigna Anxelín: "El cabodaño, era casi tan importante cómo el entierro. Allí ya iba la gente que de verdad apreciaba al muerto".



Fuente: Diario ABC. Esquela de cabodaño.






Antromero, la felicidad y un madrileño.





"Nunca pensé que en la felicidad

hubiera  tanta tristeza".

Mario Benedetti.





En Antromero, cómo en tantos lugares  ya muy pocas cosas envejecen a ritmo campesino, con esa pausa y serenidad necesarias para vivir y disfrutar de lo que nos rodea, sin más objetivo que existir. Pero la pérdida de esa condición histórica que acompañó a nuestros antepasados, aun se compensa con un paisaje marino incomparable.


Dicen los grandes expertos en el equilibrio mental humano, que una de las grandes sensaciones que más estimula al cerebro es la mar. Nuestro "Mare Tenebrosum", el plus ultra de la antigüedad, el fin del mundo es el que nos rodea, amenaza y nos coacciona con su infinita presencia.


Esta impresión afecta a los visitantes, pero a los que han nacido a sus pies la rutina diaria, el complementar actividades en función de su ritmo se ha convertido en algo cotidiano.


Hace algunos lustros un castizo madrileño visitó este pueblo y al segundo día de su estancia se desató una de las habituales galernas, plena de vientos del norte y fuerte marejada. Después de horas y observar atónito como la mar intimidaba nuestra costa, se sorprendía de la tranquilidad y pausa de los nativos, de la serenidad  que acompañaba el "tempo" de las actividades cotidianas, que se reducían a la mínima expresión.


Acabado el temporal y mientras devoraba el desayuno, preguntó donde estaba el cementerio del pueblo y sorprendido por la respuesta, preguntó si había entonces enterrador. Se recostó en la silla, apuró el cigarrillo y, con una media sonrisa que delataba la solución a un enigma que le había mortificado durante los días anteriores, elevó la voz y con una seguridad pasmosa expuso: " Un pueblo que no tiene ni cementerio, ni tampoco enterrador, es un pueblo feliz".


Tal vez aquella reflexión emitida por aquel castellano, contenga  parte de la idiosincrasia de un pueblo condicionado, pero en el fondo, feliz.


    




Conclusiones.


La vida es compleja, nadie lo duda. La vida  es un tránsito de  entrada al mundo y la muerte quien marca su salida. La paradoja de nuestros paisanos y muyeres, es que acompañan como  padrinos a sus ahijados por primera vez a la iglesia (bautizo) y es el ahijado quién llevará a su padrino/madrina al cementerio. 


Son, estos ritos de paso por los que hemos recorrido pasajes de los mismos, con la inestimable ayuda de vecinos, amigos y sus declaraciones, los que nos indican una forma de entender una sociedad ya acabada, de comprender la vida distinta de nuestros antepasados. Sus creencias y costumbres enraizadas desde el nacimiento han condicionado la vida y la muerte durante siglos.


El objetivo del ser humano estaba de antemano planificado, no por la convicción en algunos casos, si en cambio, por imposición social. Nacer, crecer, casarse y procrear a ser posible al menos un varón, que diera continuidad a la estirpe y así evitar la división de la casería. Y a la hora de morir, rezar para que  este último rito de paso no tuviera una  penosa agonía.


La muerte forma parte de la vida y, el desarrollo vital del ser humano va acompañado de una cultura funeraria familiarizada y cercana. Los miedos y temores ante el abismo de lo desconocido nos hacen refugiarnos en creencias, en esperanzas. Todos sentimos el vértigo de la ausencia de la certeza, eso forma parte de nuestra naturaleza humana.




2 comentarios:

  1. Muy buenos artículos, que gran orgullo ver nuestro pueblo reflejado en la historia inquebrantable de nuestros paisanos y paisanas del pasado.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Carlos, nos llena de satisfacción el que estos textos calen entre los lectores y despierten sensibilidades, Gracias

    ResponderEliminar

los comentarios son libres y todos serán públicos

Capítulo 85. Coses y casos de cases. Casa Norte. Parte III.

Casa Norte, actualmente.  Capítulo 85. Coses y casos  de cases. Parte III. Casa Norte.