Capítulo 10. La mar. El pedreo (I). Primera parte.








Fuente: Álvaro Artime López. La "Jaimar", varada en la ensenada de S. Pedro.



 



                                                          Capítulo 10.




                                                     La mar . Primera parte.


                                                                    El pedreo (I).

 

 

 

...la mar el mar entierra su salada noticia

la mar devora sordo la solar quemadura

el mar alza su rostro su cicatriz al cielo

la mar recae roto al cuido del abismo..."

                                                                                                                                              Roque Dalton.

 

 


Antromero limita al norte con Irlanda y con Gran Bretaña”. En algunas ocasiones, en las que las circunstancias de la vida y el alcohol (tan ligado a nuestra historia) nos hace convertirnos en grandones; en las que ensalzamos palabras y sus significados y tal parece que en ese preciso momento somos mas que nadie y que nada, hemos escuchado esta máxima, desafiando los  limites académicos: "... al norte con el mar Cantábrico”. Algunos avezados van más allá en sus pretensiones y con el humor  agridulce que acompaña a los hombres bañados en salitre, recuerdan que desde el Alto el Monte, en los días de niebla se puede distinguir en el imaginario horizonte las siluetas acantiladas de aquellos países.


La mar es el principio y fin de todas las cosas que nos rodean. La mar  forma parte de nuestro territorio, de nuestro ser. No podríamos entender nuestra existencia sin la poderosa imagen azul,  sin la presencia que todo contagia, que nos inunda.... Antromero sin la mar, no sería Antromero.


No queremos pecar de pretenciosos al tratar este tema tan extenso como la misma mar, en un puñado de párrafos mal dispuestos. Ni tan siquiera va a ser nuestra  intención el hacer un  exhaustivo trabajo en unas líneas mal esbozadas, acompañadas en cualquier caso de las mejores intenciones. Siempre lastradas por el desconocimiento supino y la rémora que representa la ignorancia.


Esta no es una labor que se premiará por la investigación. Tan solo queremos dejar constancia de  los ecos desdibujados que reflejan nuestra maltrecha memoria colectiva. Un recorrido sentimental, obligados por los nuestros. Aquellos que alguna vez vivieron y sufrieron lo que es la mar y que ahora ya no están. Por el respeto que acompañará siempre a aquella vieja raza de héroes que fueron nuestros antepasados. Por la lección de coraje y sacrificio  insuflado en el orgullo de su trabajo, amparados por las viejas deidades.


La fragua del tiempo conforma y define nuestra historia, nuestro presente y futuro.  Todo ello alimentado por la fuerza y bravura de aquellos pioneros, quienes supieron interpretar las líneas del destino. Impulsados en ese espíritu de superación tan característico de nuestras gentes. Esta es la base, el inicio de todo lo que hoy somos y seguramente seremos.


La imagen de la mar,  garantiza nuestra identidad, nos recuerda el carácter labrado por miles de años de vientos asalitrados, tempestades, galernas y naufragios que han forjado y forjan  nuestra seña de identidad tan común y diferente al resto de los pueblos vecinos. La asociación de imágenes, olores, colores, nos distinguen desde nuestra más tierna infancia. Estamos estigmatizados por nuestro querido, amado y odiado Cantábrico.


El espíritu de nuestra idiosincrasia, ánimo tan cosmopolita y acogedor, está condicionado por la proximidad del inmenso espacio salino. Tal y como lo recordaba  el escritor inglés V.S.Prithett, quien refiriéndose a vascos y asturianos “viven en una de las regiones mas satisfactorias de España,..de gente más acogedora,... aquellas provincias costeras de clima  templado marcan el  temperamento de sus habitantes.. “. De ello pueden dar fe multitud de visitantes que a lo largo de la historia han recalado en nuestras costas y que han sido incapaces de marcharse. Integrándose de por vida en nosotros, enriqueciendo nuestra existencia y por supuesto como no podría ser de otra manera la suya.


Es nuestro objetivo que a lo largo del presente capítulo no nos embarguen las emociones, que no nos superen los sentimientos. Y el esfuerzo por vuestra parte (como lectores) y el nuestro se vea de algún modo recompensado en estas limitadas líneas que no tienen mas intención que  recuperar rastros. Aproximarnos a las vivencias de los antepasados, aquellos que nos precedieron en esta tierra que hoy pisamos, Antromero.

 

 

La mar o el mar.


 "Viento del recuerdo...

huellas marcadas en el alma."

Agustín Alonso.




Relataba hace años José Adela con su vozarrón tan grave y solemne, que parecía intimidar al silencio y con su lenguaje tan claro, sin adornos léxicos ni adjetivos altisonantes, que él distinguía a la legua a la gente de tierra adentro de la xente de la mar. Solo tenía que fijarse en la forma  en que se dirigían a la misma. La gente que no tiene vinculación alguna con el salitre, se dirige siempre en masculino, como el mar. Nosotros nos remitimos a ella en femenino, como la mar. Y en esto, como en tantas otras  cosas, tenia razón el bueno de José, porque Antromero  ye fiu de la mar.


Esto implica, necesariamente miles de historias y complicidades, alegrías y frustraciones, respeto, recelo. Sentimientos encontrados y únicos, como el primer amor adolescente perpetuo de nuestra memoria. Esta es la mar, nuestra mar....


Pero para aquellos arrogantes incapaces de distinguir y asumir sus decisiones equivocadas los enjuicia severamente. Así se convierte en asesina de ilusiones, de sueños y proyectos .


En las tragedias, tantas palabras  escondidas. Historias ahogadas entre las olas que jamás escucharemos. Gritos de desesperación, sollozos y oraciones. Letanías para implorar el milagro de la vida. Aferrarse, resistir para  no entregar los últimos estertores de la existencia.


La mar, bendita mar, que da y que quita, que regala y  roba, que recuerda y no perdona. Es  el origen, pasado, presente y futuro de Antromero.  Todos sus habitantes que han sido y son están marcados por ella  en cuerpo y alma. 


Arrugas tatuadas, surcos eternos en caras y brazos. Aquellas  manos grandes, duras, curtidas,  agrietadas y  encallecidas  testimonian nuestro ayer. Lutos inmortales que esconden millones de lágrimas. Y siempre la perenne brisa marina que no se puede esquivar en un pueblo tan bizarro como el nuestro. Los nortes y nordestes machacadores que nos recuerdan de tanto en cuanto quienes somos y quien es la que domina .


La mar, nuestra mar ha sido y es seguramente el elemento que más ha condicionado el modus vivendi de Antromero. Continua fuente de recursos imprescindibles, de actividades complementarias que han representado en numerosas ocasiones el milagro de la supervivencia. También el refugio de  historias únicas, imperecederas. Leyendas alimentadas por  hombres y mujeres de manos desgastadas en la tarea interminable y  cotidiana .


La mar no garantiza planes, ni proyectos. No quiere dudas, ni héroes repletos de vacuas epopeyas. En este vasto mundo puede ocurrir todo lo posible y seguramente lo imposible también. La mar es la que propone, la que firma el armisticio de todas las guerras ya perdidas. Al resto, a los que tienen que lidiar todos los días con ese destino, les queda solo recordar, rezar y luchar. 


En nuestro pueblo la tierra rinde tributo a la mar. Convirtiéndose inevitablemente en parte de la misma, mientras los habitantes son conscientes de su trascendental importancia como reserva económica y despensa alimenticia. Esta es nuestra mar, pura, libre, sin ataduras. Es la mar de Antromero .  

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              El pedreo.                                                              


 El paso del tiempo es una gota de silencio

que rueda por todos los mares y caminos”.

Gustavo Ibarra Merlano



Los pedreos, son la parte de la costa formada por peñes, llastres, piedres y regodones que quedan al descubierto total o parcialmente  dependiendo del estado de la marea. 


Pedreo del Bigaral, a la bajamar.



Aunque, para entender en toda su extensión el concepto de este espacio marino, recurrimos a la explicita y rotunda exposición de José Adela, "¿Quien va tener miedo a la fame, teniendo un pedreo al lao de casa?.




 

Antecedentes históricos. 



"De cuando en las arenas del pedreo

escuche el susurro de las palabras

que en el horizonte dicen los muertos".

Antón García.

     


En aquellos tiempos antiguos en los que la tierra era de todos, en muchos yacimientos prehistóricos hay evidente constancia de la vinculación de sus moradores con el pedreo.


Hace más de 10.000 años que nuestros antepasados comían los productos arrancados a las mareas, para complementar su carencial dieta. Ya sabían entonces de las enriquecedoras posibilidades de nuestros pedreos.  Así  lo demuestra el descubrimiento de restos de diferentes tipos de moluscos (ostras, llámpares, bígaros, mejillones...), propiciados por un evidente consumo, en los concheros de asentamientos de los antiguos pobladores de estas tierras, los Asturienses. Estos son los primeros indicios de una actividad que llega hasta nuestros días. Apremiados entonces por una obvia necesidad de subsistencia, de saciar la fame que se arrastró durante tantos siglos. Esta histórica labor fue constatable en la proximidad de viviendas hasta no hace muchos años. No había quintana, casa  o casería que en sus proximidades no tuviese tapado algún bache o furaco de la caleya con les cascares de llámpares o bígaros. Fruto de esa alimentación vinculada a la mar y sus peñes.


Seguramente, que este continuado consumo se podría datar con anterioridad a la fecha reseñada. En el camino que desciende a la playa de San Pedro se descubrieron en espacio disperso varios utensilios líticos, tallados todos ellos en cuarcita: un bifaz de piedra, una  punta Levallois, una lasca Debris y un núcleo. Antiguos útiles prehistóricos que eran utilizados para cazar, rascar o en su defecto golpear. Pertenecientes a la industria Achelense Final o Musteriense de tradición Achelense ( hace unos 100.000 años) y que se encuentran catalogados por el Principado de Asturias en su Carta Arqueológica.  Presumiblemente la finalidad de los mismos, era su uso  en las labores propias del  pedreo, para desprender y abrir moluscos o la intencionada posibilidad de pesca en las proximidades de la orilla.


Estos útiles eran hechos de una piedra de cuarcita en forma de pico. Se hacían golpeándolas con otra piedra de mayor dureza. Seguramente el primer ingenio que usaron los primigenios pesquines de pedreo.


Punta Levallois, similar a la encontrada en la Playa de San Pedro.


Estos restos paleolíticos son la clara muestra  del origen de una cultura vinculada a la mar, al marisqueo y al pedreo, con el beneficio y consumo de crustáceos, oricios, llámpares (lapas), bígaros, ostras, que ha llegado hasta nuestros días.


Todo apunta que el mayor núcleo o concentración  de estos hombres de la edad de piedra, estaba en la playa del Aramar, ya que se han encontrado más de 30 picos asturienses pertenecientes a esta época. Por lo que presumiblemente los restos localizados en la playa de San Pedro, bien pudieran ser fruto de olvidos u abandonos en las avanzadillas y expediciones en búsqueda de alimentos.


Bifaz de piedra.


Reseñar que en algunos castros costeros de nuestra comunidad, se han encontrado anzuelos de bronce y restos de lo que pudieron ser livianas embarcaciones. Estrabón,(aquel griego de hace más de dos mil años que nunca visitó la península ibérica), se sorprende en su excelsa obra "Geografía", de la fragilidad le las embarcaciones de los astures. Barcas hechas de una quilla de madera, esqueleto de ramas y cobertura de piel engrasada.


En cuanto el hombre primitivo se convierte en sedentario, hace de la pesca el complemento necesario de la caza, para su básica y precaria alimentación. Y encuentra en el pedreo un importante recurso para reforzar esa simbiosis de supervivencia.


Esta ha sido una práctica habitual hasta nuestros días, con escasas variaciones y progreso en técnicas para la consecución de los objetivos perseguidos. Podemos  decir atendiendo a esta última aseveración  que el pescador de pedreo es lo más parecido al hombre primitivo, en ese contacto con la naturaleza con unos útiles tan arcaicos como efectivos.


José el Salao y Tino. Con las varas para faenar en el pedreo. (1972)





La abaxamar.


"Fue entonces

cuando me sentí

con fuerza 

para ponerme a recordar de nuevo."

Nené Losada.




Las bajamares son el milagro de la vida. La aparición diaria de un "nuevo pedreo". El prodigio  de la naturaleza oferta un inédito suelo virgen a la espera del ser humano para su eventual y breve colonización.


En las últimas décadas del siglo pasado la aparición de gente no vinculada a la mar hizo estragos en el débil equilibrio biológico de nuestra costa. La pesca indiscriminada, acompañada de un desconocimiento supino de las normas no escritas que durante decenios se enseñaron y respetaron en  clara implicación con el medio que proporcionaba alimento, cuajó prácticamente la desaparición de especies comunes en el pedreo como costaraños, burones, santiaguinos, esguiles,...etc. En este sentido, Menéndez el Roxín nos alertaba del paulatino incumplimiento de  una de las normas  básicas de este ambiente. Estas que forman parte de la cultura de la pesca: “cuando ibas al pedreo a levantar piedras para coger lo que había debajo, tenias que volver a dejarla en la misma posición que tenia..., era la forma de que no muriesen las crías y animales que allí se guardaban..., y siguiesen criando.”. Cuyo objetivo, como bien nos apuntaba, no era otro que el respetar las secuencias biológicas de cría y desarrollo que se albergaban guarecidas al amparo de las piedras. En el supuesto caso que no se respetase esa consigna, se podía llevar algún disgusto el autor del mismo. Tal y como nos lo reseña nuevamente Menéndez el Roxín : “si alguien te veía levantando piedres sin ponerla otra vez en el sitio que tenia, caíente unos golpes, que quedabes nuevo”.


Menéndez El Roxín .



Con respecto a estas valiosas declaraciones hace un añadido  nuestro vecino Luis Servando Peláez, reconocido capitán de la marina y sobresaliente persona, "Si la piedra no se dejaba en su posición inicial, te daban un aviso o una charla". Sospechamos que en el mejor de los casos. Ofertando la siguiente explicación, "el ocle y mofo que está encima de la piedra, al darle la vuelta, quedaba debajo. Entonces se inicia un proceso de descomposición del mismo. Durante ese tiempo, ningún cangrejo, andarica, barbada o escamarón se metía debajo.". Coincidiendo nuestro dicente con  Menéndez el Roxín, "este razonamiento cuando era chaval me lo recitaron muchas veces".


Luis Servando Peláez.



Todo ello se basaba en el conocimiento consuetudinario, vinculado a siglos de experiencia. Quedando ello reflejado en el  amplio refranero que acompaña a la mar y marinero: “Per Santa Olaya, bigaros na playa” o “Fueyes na figar, los sarrianos ( pez de roca) en la mar”. La sapiencia unida a las inclemencias metereológicas y la posibilidad de minimizarlas: “si vas con sur a la mar, ropes de agua ties que llevar” o “sursueste n'altura, galerna segura”.


La veteranía, el saber donde poner los pies. Como y donde pisar, el esquivar el mofu. Aquellas algas verdes que brotaban por doquier en la bajamar, era fundamental. No había mejor lección práctica que enfocicar la primera vez, para no volver a pisarlo nuevamente. Ya sabéis, “mofu pisar, ostiazu pegar”.


También vital la distinción entre el tipo de mareas. Dependiendo del tamaño (coeficiente) de las mismas, se podía ir  a faenar o no. Las llamadas vivas, son las más atractivas para el desarrollo de esta actividad. Son las que dejan mayor longitud al descubierto en la bajamar. En cambio, las mareas muertas, son de poco o nulo interés para nuestros pesquines.


Todos los pescadores de pedreo, dependen del uso de las denominadas "Tablas de mareas". Son aquellas en las que se recogen los datos de las horas de pleamar y bajamar, la altura de estas, la amplitud de las mareas y los ciclos lunares. Estas informaciones actualmente son dispensadas por el Instituto Hidrográfico de la Marina de Cádiz.


Antes de que se pudiera tener la comodidad de la consulta de estas tablas, nuestros antepasados debían de recurrir a conocimientos atávicos, heredados. Todas las mareas vivas responden a los ciclos lunares. Las grandes pleamares y bajamares acontecen con lo que se denomina sizigia, esto es, cuando la Tierra, el Sol y la Luna están alineados.


También se debe de considerar  una referencia para estas apreciadas mareas: los equinoccios de otoño y primavera. Es cuando el día y la noche prácticamente se reparten las veinticuatro horas en partes iguales. Debemos de precisar que hay mareas vivas todos los meses del año, desarrollándose en las fases de luna nueva o llena.


En cualquier sector laboral o social, los profanos siempre quedan en evidencia. El estigma del desconocimiento lo evidencian con sus comportamientos. Manolo Robés lo atestigua, "Alguna vez aparecíen por los pedreos gente con aparatos compraos: ganchos, vares, terrafines, trueles... y sin mirar como taba la mar, p'dentro. Debíen pensar que aquello ye una pescadería, que les coses cógense en un mostrador."


             

 Tabla de mareas.



En la época (no hace tantos años) en que no era necesario permisos, ni licencias, ni  había sobrepesca y donde la contaminación de nuestras aguas litorales era una anécdota, la gente pescaba en los pedreos ayudados de ganchos, barbaderas, trueles, vares de cañavera con cales, garrampínes,..etc


Por encima de todo acompañados de  cestes en las que recoger la más que segura pesca .Unas cestas hechas de blima o mimbre, y que en nuestro pueblo eran  suministradas casi en su totalidad por José el Salao y Tamón. Para su confección la necesidad de la  corta del vegetal en la época propicia, esto es, en menguante, que proporcionaría una mayor resistencia a humedades y al inexorable paso del tiempo. A la hora de elaborarlas, el artesano tenía que  llevarlas a remojar al río en el caso de un almacenamiento prolongado de les blimas. Así lo recuerda Benigna Anxelín : “para que se pudiera trabajar mejor... , y así domarlas y que no rompieran en los pliegues que hay que hacer para la paxa.”Años más tarde con la aparición del plástico, fueron  los socorridos calderos quienes sustituyeron  de manera abrupta a este elemento imprescindible que durante décadas acompañó al pesquín de pedreo.


Cesta de mimbre o blima. Este formato (redondo)
era casi siempre usado por las féminas.


Otro modelo de cesta, más común entre nuestros pesquines varones.


Del orgullo de la riqueza de nuestras costas y los productos derivados de ellas nos da fe en el siglo XVIII, el escritor y sacerdote naveto Bruno Fernández Cepeda, en  su obra poética “Riqueza de Asturias”, de la que extraemos los siguientes fragmentos:

 

"¿y el pescau? Como estara

aquí a la llengua del agua,

lu tenemos a porrillo,

frescu como el sol del alba,

qu'esto ye comer pescau,

lo demas ye patarata... 

...Hay pescau como borra.. 

...ora tras cualquier llastra

berberechos y percebes,

en cualquier pedreu o playa,

de bigaros muncha castra,

llampares, ostres y almexes,

y para pescar con caña,

con ñasa, refuelle o rede,

con traína o con tarrafa."



Pero esta claro que para poder ejercitar esta actividad, era imprescindible tener los suficientes conocimientos e instinto natural, algo que nuestros vecinos poseían con creces. El interpretar las señales, los rastros entre las piedras y el agua. Este conjunto era el sancta sanctorum del buen pesquín, junto la  aplicación de  la inteligencia, técnicas y tácticas heredadas  de generación en generación  para  cumplimentar  el éxito en el pedreo.


Otra de las actividades nunca recogidas en libros y manuales de pesca y en virtud del refrán tan playu de “a bajamar too aparez”, es el ir con la marea baja a tratar de recuperar los roncheles (pérdida por enganche de los aparejos) propios o ajenos. Ya sabéis, “quien pierde una vaca y encuentra un cuerno, no lo pierde todo”.



"Marisqueando". Óleo de Álvarez Sala (1912).



El cebo.


"A la lombriz de tierra

de verdad le aterra

que se moje el suelo,

por que irá de señuelo

en barcas pesqueras."

Poema infantil.



Otra actividad  habitual y rutinaria estaba en  la búsqueda del cebo para la pesca en costa, sobre les peñes  o los pozos en bajamar. El buscar la xorra con palote o fesoria, (en la playa de San Pedro y sobre todo en el Aramar). También cangrejos negros o sapes (pachygrapsus marmoratus)para encarnar los anzuelos era practica común y actividad cotidiana en les riberes o pedreos. En esta dirección nos aporta una simpática anécdota Manolo Robes: “...en la madurez de mi padre, Robes, fue a buscar cangrejos a la playa y debido a su rapidez (de los cangrejos) y la perdida de agilidad de mi padre, dijo que aquellos cangrejos eren eléctricos.”


Palote. Útil para sacar del suelo la xorra o cebo.




Xorra o arenícola. Cebo habitual para la pesca en pedreo.


Dependiendo de las circunstancias o estrategias del pesquín , se podía recurrir a les socorrides llampares (lapas) o en tierra la búsqueda de mirucos (lombrices de tierra). También fue habitual el uso de caracoles blancos como carnada para los anzuelos , pues su carne es mas dura que el resto de los de su especie.

La evidencia no ofrece dudas, cualquier proteína sirve de cebo o carnada. José Adela así lo explicita, "los pexes son como los paisanos, cuando hay fame comen de todo." Aunque detalla que hay alguna especie de aquellos que tienen cierta predilección por algún señuelo, "les chopes ( pez de roca), vuélvense loques por les pulgues." 


La pulga de playa (Talitrus saltador), a la que se refiere nuestro dicente es un pequeño crustáceo, de hábitos nocturnos y que buscan su alimento entre las algas varadas. Su nombre "saltador" se debe a cuando se cree en peligro o se le molesta, inicia unos vertiginosos e inconfundibles saltos. El pescador, para su captura debía de armarse de una pala para revolver su hábitat y una criba. Posteriormente tener la precaución de conservarla en lugar seco y oscuro. 


Pulga de playa (Talitrus saltador).



En un  mundo tan estructurado como el marino, en ocasiones el factor de la improvisación se fortalecía por encima de cálculos y previos  planteamientos. Resolviendo las incidencias con el ingenio y sobre la marcha. Recurrimos a las palabras y exposición de Raúl Sirgo, quien con su manifiesta frescura nos traslada a aquella "Arcadia"  de no hace tantos años: "Recuerdo ir al Picudel, cuando bajaba la marea y la mar estaba buena, en verano. Pedíamos a mi tíu Alfonso una cañavera con plomada y dos anzuelos, uno más grande y otro más pequeño. Sacábamos la xorra de los xorreros y ¡a pescar!. Si había suerte y picaban los pexes: xulies, cabres, fañeques, sarrianos...Metíamos todo en una cesta de blimes y antes de marchar pa casa, nos pegábamos un baño. Cuando más prestaba era cuando iba con mi hermano."


Este es  sin albergar duda alguna el perfecto epílogo para este apartado.




Útiles y aparejos.



" La confianza no es algo que surja de la nada.
Es el resultado de años, de una vida de 
práctica, trabajo constante, esfuerzo 
y determinación".

A. P. Ray.



La pesca junto con la caza son las primeras actividades humanas desarrolladas para garantizar la supervivencia de la especie. La evolución de sus técnicas ha sido progresiva a lo largo de los siglos. Algunos de los útiles de uso actual, son prácticamente similares a los que había hace cientos o miles de años. Tan solo cambian los materiales de los mismos.


Tal y como se expuso con anterioridad, las primigenias herramientas usadas en los pedreos fueron las piedras labradas de cuarcita (bifaz). Aquellos seres primitivos las moldeaban para que su uso fuera lo más eficaz, dentro de sus limitaciones. Actualmente hay constancia que hace más de 9000 años se utilizaron los primeros arpones, elaborados con huesos humanos y de animales. Es el comienzo de una evolución que llega hasta nuestros días.


 Sin mas demora, iniciamos un breve repaso de los utensilios usados en nuestras riberas.



El truel , esguilero o salabardo.


            

Estamos ante uno de los instrumentos más reconocido en el ámbito marinero. Su uso trasciende a las aguas saladas.  Es tan sencillo como eficaz.  Se trata de un pequeño artilugio usado a mano que consta de una red cónica cosida a un aro rígido, este a su vez fijado a un mango. Tanto la longitud como la capacidad de la red se elabora a gusto del usuario.


Complemento imprescindible para la captura de las quisquillas o esguiles, nécoras o andariques, barbadas y otras pequeñas especies intermareales. Muy útil en aguas poco profundas como pozas o regatos. No necesita necesariamente cebo, pues está casi siempre orientado al arrastre



Truel. Útil imprescindible del pesquín de pedreo.



Les terrafes, terrafines o reteles.




Dispositivo de mayor capacidad que el truel, accionado por cuerdas, evitando el mango del anterior. Se trata de una bolsa de malla, cosida a un aro o boca rígida. En una línea de cuerda radial se coloca el cebo, casi siempre chicharro o sardina. Hace años se aprovechaba las vísceras de los peces, con especial predilección por las cabezas de bonito, dada la proximidad de las fabricas de conservas de pescado.


Son de uso individual.  Jamás se pueden usar en tanda, como es el caso de las nasas. Se debe de seleccionar el fondo marino donde tirarlo. Este debe de ser para su plena eficacia poco profundo y plano. 


Dependiendo del tamaño tenia otras acepciones. El límite lo marcaba la dimensión del diámetro. En el caso que este superara los 80 cm. se llamaba terrafón, por debajo de esta medida, terrafín.


El cebo o carnada se sujeta con cuerda a un  tirante diametral. Algunos usuarios envolvían aquel con un trozo de red de malla fina, generando mayor consistencia ante el voraz apetito de las presas.


Se deben de levantar cada quince minutos y con cierto brío, para evitar que se escapen las presas. Además de conjugar con la técnica  la sapiencia de la interpretación de las señales, para una mayor eficiencia del esfuerzo desarrollado. 



Tarrafa de arrastre.




Se trata de una bolsa  cónica de red de dimensiones considerables, cosida a una estructura rígida rectangular. Se acciona con unos tirantes y para su pleno rendimiento debe de usarse en suelos lisos, arenosos y escasas rocas. No necesita cebo alguno, pues se basa en la técnica de arrastre. Normalmente se complementa su uso desde una embarcación pequeña manejada a remos, aunque algunos la arrastran sujeta  al llombo (hombro), sin necesidad de aquella. Muy eficaz para la captura de esguiles de arena.


Su diseño es el prototipo de las tarrafas de arrastre de ocle (algas). Sustituyendo la red  por otra más resistente y los tiros de cuerda, por unos brazos rígidos.



Distintos modelos de tarrafas.




Les nases.




Este artefacto en la actualidad está  limitado su uso a pescadores profesionales. Su resumen más correcto y acertado sería la de trampa. Es una jaula de fácil acceso y difícil salida. Hecha en la mayoría de los casos por los propios pescadores y con algún detalle personalizado, para poder identificarlas sin albergar dudas.
            

Hay varios modelos. Así sus formas y construcción  dependen  de la captura a la que va destinada. Se pueden diferenciar: de langosta, fañeca, andarica, pulpo, centollo, quisquilla... etc.

           Vamos a distinguir las partes de este ingenio:

              Armazón. Es la estructura que da forma a la nasa. En primera instancia hecha con maderas de nuestros bosques autóctonos. Hoy, salvando alguna excepción, prácticamente todas son hechas de hierro.

           Vestido. Es el  revestimiento que cubre el armazón. Normalmente de red y dependiendo a su destino, se puede colocar un tipo u otra. Las de langosta aún mantienen el vestido de madera.

           Boca. Agujero diseñado para el acceso al ingenio de la presa. En algunas de ellas se usa un caldero de plástico sin culo.

           Encarnaderos. Cuerdas o ganchos donde se fija el cebo o carnada. Siempre existe la predilección por el uso de pescados "duros". Es el caso del chicharro o la sardina.

            Lastre. Es el peso que se añade para generar estabilidad y una sumersión rápida. Son hechos de  cemento o hierro.


Esquema de una nasa.



Fuente: Álvaro Artime López. Nasa con llocántaro (bugre).





Si bien es cierto que esta trampa mantiene su estructura desde prácticamente sus orígenes, ha sufrido la normal evolución que acompaña a los nuevos tiempos. Rescatamos una reseña de documento datado en el año 1791: " Las nasas se construyen de materiales diferentes: unas con varas delgadas de mimbres; otras se forman con sacos de red, ahuecados o sostenidos en figura piramidal por círculos formados de vara de árbol flexible y otras finalmente se hacen de junco, que son las más comunes". Aunque se hace esta salvedad: " ...es cierto que las del Cantábrico y Galicia se hacen casi siempre de otras varas delgaditas, porque en aquellas regiones apenas se conoce el junco."


Hay evoluciones obligadas, casi impuestas. En la última década del siglo XIX, atraídos por los mariscos de las aguas atlánticas y cantábricas, aparecieron pescadores franceses con sus aparejos y lanchas. Las nasas gabachas, aunque de un tamaño menor , pescaban mucho más que las autóctonas. A nuestros antepasados les faltó tiempo para robar una de aquellas y copiarla. Es una evidencia que a la fuerza, ahorcan.


Respecto a la forma de emplearlas , depende de como estén aparejadas. Las individuales, son aquellas usadas normalmente desde tierra firme. Apropiadas para el pedreo. En cambio las que están asociadas están diseñadas para la lancha.
        

La unión de varias nasas por una cuerda o un cabo , se llama tanda. Esta línea de sujeción en nuestra zona de influencia,  recibe el nombre de tirante o madre. La distancia de separación entre las nasas es de unas 10 brazas marinas (1) aproximadamente y cada una está sujeta al tirante por una cuerda de 3 o 4 brazas. Respecto a esta unión hay una singularidad pues esta hecha con un cordel más fino denominado calín. El objetivo del mismo es que en el caso que una de las trampas quedará enrochada (atascada), rompa su sujeción  con mayor facilidad, evitando la pérdida de toda la tanda.


Tanda de nasas en tierra. Se aprecia el tirante y el calín.



Dependiendo de los intereses del pescador se podían echar al atardecer para levantarlas con el alba. Otros en cambio, eligen la opción de dejarlas todo el día. Estas últimas son las denominadas dormionas. En cualquier caso, el denominador común de cualquier tanda de nasas es la identificación con bollas del inicio y final de la misma. 



Esquema de una tanda de nasas.



La metodología para aplicar esta técnica, como cualquier otra vinculada a la mar, estaba basada en conocimiento y experiencia. Acompañada de dotes de previsión e inteligencia táctica. Nada quedaba a libre albur . Así lo recuerda Avelino el Civil, "aunque no faené mucho con estos aparejos,  p'echar nases teníes que conocer la zona, saber donde y como largales. Los disgustos pasaben cuando perdíes una nasa o toda la tanda. O cuando se levantaba un temporal y desgraciábateles todes."


Avelino el Civil.




Álvaro Artime largando una tanda de nasas frente a el Picudel.



            
                Se trata de una pesca temporal, que depende de vedas y ordenanzas administrativas.
              


(1). La braza marina está basada en la antigua vara castellana. Equivale a 1,67 metros.




El espejo.




Útil muy apreciado para visionar los fondos marinos. Para su efectivo uso se requiere unas determinadas condiciones: el máximo de profundidad aconsejable son unos 15 metros; el agua debe de tener unos parámetros de diafanidad o transparencia óptimas y siempre emplear en bajamar.


Se trata de un ingenio elaborado en una urna o cajón y en cuyo culo se coloca un cristal. Para su funcionalidad se debe trabajar en equipo.  En una chalana o bote movidos por tracción animal, esto es, a remos, se coloca en la popa o lateral de aquella y desde esa posición se visiona el hábitat de las piezas a cobrar.

                
Pescando con espejo.



Los objetivos prácticamente se reducían a dos : los centollos y les xibies (sepias). Los accesorios necesarios para su captura eran el garabato (centollo) y la fisga (xibia):

                - El garabato. Es un instrumento de uso agrícola que en este caso se deriva a la mar. Es una horca o pala de dientes de hierro doblada en un ángulo de 90 grados en su mitad. Se acciona con un brazo largo, generalmente una vara de eucalipto o cañavera de bambú. Una vez que se visiona el centollo a través del espejo se mete el garabato por la parte trasera del animal. Este cuando siente el contacto, instintivamente se hace una bola, abrazando a aquel artefacto. Lo que sigue es subir sin pausa la preciada pieza hasta la embarcación.


Estos crustáceos son de movimientos lentos y torpes que compensan con su gran capacidad para el camuflaje. Escogen para su hábitat zonas rocosas con abundancia de laminarias y gelidium (ocle). Respecto a ello nos recuerda Cesar Artime esta anécdota: "Estábamos José Manuel y yo al espejo en el Carrero de la Isla, taba el agua tremenda, pero ya llevábamos tiempo y nada. Cuando íbamos a recoger vi algo entre el ocle que me pareció un centollo. Era tan grande que pensé ye un cacho piedra con ocle pegao. Y algo me alumbró porque metí el garabato  y saqué un centollo cojonudo."


Garabato. Igual sirve para el campo que para la mar.


                    - La fisga. Útil para pinchar  ( en este caso) las xibias. Tridente de brazo largo con puntas de arpón. Una vez localizado este molusco, desde la embarcación se clava este instrumento sobre  su concha interna que facilita la imposibilidad de escapar. Esta coraza de la sepia se llama jibión y es lo que facilita la flotabilidad de este animal.


Fisga, Tan sencilla como eficaz.





Antes de finalizar este apartado sobre los instrumentos para el pesquín de pedreo, no queremos olvidar aquellos tan básicos y funcionales como varas, ganchos, anzuelos o cuchillos. Todos ellos absolutamente necesarios y vinculados a la riqueza que siempre generó nuestra costa.


Coraza de xibia o jibión varado en la arena.







        
                    

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