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Fuente: Álvaro Artime López. La "Jaimar", varada en la ensenada de S. Pedro. |
Capítulo 10.
La mar . Primera parte.
El pedreo (I).
" ...la mar el mar
entierra su salada noticia
la mar devora sordo la solar quemadura
el mar alza su rostro su cicatriz al cielo
la mar recae roto al cuido del abismo..."
Roque
Dalton.
“Antromero limita al norte con Irlanda y con Gran Bretaña”. En algunas ocasiones, en las que las circunstancias de la vida y el alcohol (tan ligado a nuestra historia) nos hace convertirnos en grandones; en las que ensalzamos palabras y sus significados y tal parece que en ese preciso momento somos mas que nadie y que nada, hemos escuchado esta máxima, desafiando los limites académicos: "... al norte con el mar Cantábrico”. Algunos avezados van más allá en sus pretensiones y con el humor agridulce que acompaña a los hombres bañados en salitre, recuerdan que desde el Alto el Monte, en los días de niebla se puede distinguir en el imaginario horizonte las siluetas acantiladas de aquellos países.
La mar es el principio y
fin de todas las cosas que nos rodean. La mar
forma parte de nuestro territorio, de nuestro ser. No podríamos entender nuestra existencia sin la poderosa imagen azul, sin la presencia que todo contagia, que nos
inunda.... Antromero sin la mar, no sería Antromero.
No
queremos pecar de pretenciosos al tratar este tema tan extenso como la misma
mar, en un puñado de párrafos mal dispuestos. Ni tan siquiera va a ser nuestra
intención el hacer un exhaustivo
trabajo en unas líneas mal esbozadas, acompañadas en cualquier caso de las
mejores intenciones. Siempre lastradas por el desconocimiento supino y la rémora
que representa la ignorancia.
Esta no es una labor que se premiará por la investigación. Tan solo queremos
dejar constancia de los ecos
desdibujados que reflejan nuestra maltrecha memoria colectiva. Un recorrido sentimental, obligados por
los nuestros. Aquellos que alguna vez vivieron y sufrieron lo que es la mar
y que ahora ya no están. Por el respeto que acompañará siempre a aquella vieja
raza de héroes que fueron nuestros antepasados. Por la lección de coraje y
sacrificio insuflado en el orgullo de su
trabajo, amparados por las viejas deidades.
La
fragua del tiempo conforma y define nuestra historia, nuestro presente y
futuro. Todo ello alimentado por la
fuerza y bravura de aquellos pioneros, quienes supieron interpretar las líneas
del destino. Impulsados en ese espíritu de superación tan característico de
nuestras gentes. Esta es la base, el inicio de todo lo que hoy somos y
seguramente seremos.
La
imagen de la mar, garantiza nuestra identidad, nos recuerda el carácter
labrado por miles de años de vientos asalitrados, tempestades, galernas
y naufragios que han forjado y forjan
nuestra seña de identidad tan común y diferente al resto de los pueblos vecinos. La asociación de imágenes, olores, colores, nos
distinguen desde nuestra más tierna infancia. Estamos estigmatizados por
nuestro querido, amado y odiado Cantábrico.
El espíritu de nuestra idiosincrasia, ánimo tan cosmopolita y acogedor, está condicionado por la proximidad del inmenso espacio salino. Tal y como lo recordaba el escritor inglés V.S.Prithett, quien refiriéndose a vascos y asturianos “viven en una de las regiones mas satisfactorias de España,..de gente más acogedora,... aquellas provincias costeras de clima templado marcan el temperamento de sus habitantes.. “. De ello pueden dar fe multitud de visitantes que a lo largo de la historia han recalado en nuestras costas y que han sido incapaces de marcharse. Integrándose de por vida en nosotros, enriqueciendo nuestra existencia y por supuesto como no podría ser de otra manera la suya.
Es nuestro objetivo que a lo largo del presente capítulo no nos embarguen las emociones, que no nos superen los sentimientos. Y el esfuerzo por vuestra parte (como lectores) y el nuestro se vea de algún modo recompensado en estas limitadas líneas que no tienen mas intención que recuperar rastros. Aproximarnos a las vivencias de los antepasados, aquellos que nos precedieron en esta tierra que hoy pisamos, Antromero.
La mar o el mar.
Relataba
hace años José Adela con su vozarrón tan grave y solemne, que parecía
intimidar al silencio y con su lenguaje tan claro, sin adornos léxicos
ni adjetivos altisonantes, que él distinguía a la legua a la gente de tierra
adentro de la xente de la mar. Solo tenía que fijarse en la forma en que se dirigían a la misma. La gente que
no tiene vinculación alguna con el salitre, se dirige siempre en masculino,
como el mar. Nosotros nos remitimos a ella en femenino, como la
mar. Y en esto, como en tantas otras cosas, tenia razón
el bueno de José, porque Antromero ye fiu de la mar.
Esto implica, necesariamente miles de
historias y complicidades, alegrías y frustraciones, respeto, recelo. Sentimientos encontrados y únicos, como el primer amor adolescente perpetuo de
nuestra memoria. Esta es la mar, nuestra mar....
Pero para aquellos arrogantes incapaces de distinguir y asumir sus decisiones equivocadas los enjuicia severamente. Así se convierte en asesina de ilusiones, de sueños y proyectos .
En las tragedias, tantas palabras
escondidas. Historias ahogadas entre las olas que jamás escucharemos. Gritos de desesperación, sollozos y oraciones. Letanías para implorar el milagro de la vida. Aferrarse, resistir para no entregar los últimos estertores de la existencia.
La mar, bendita mar, que da y que quita, que regala y roba, que recuerda y no perdona. Es el origen, pasado, presente y futuro de Antromero. Todos sus habitantes que han sido y son están marcados por ella en cuerpo y alma.
Arrugas tatuadas, surcos eternos en caras y brazos. Aquellas manos grandes, duras, curtidas, agrietadas y encallecidas testimonian nuestro ayer. Lutos inmortales que esconden millones de lágrimas. Y siempre la perenne brisa marina que no se puede esquivar en un pueblo tan bizarro como el nuestro. Los nortes y nordestes machacadores que nos recuerdan de tanto en cuanto quienes somos y quien es la que domina .
La mar, nuestra mar ha sido y es seguramente el elemento que más ha condicionado el modus vivendi de Antromero. Continua fuente de recursos imprescindibles, de actividades complementarias que han representado en numerosas ocasiones el milagro de la supervivencia. También el refugio de historias únicas, imperecederas. Leyendas alimentadas por hombres y mujeres de manos desgastadas en la tarea interminable y cotidiana .
La mar no garantiza planes, ni proyectos. No quiere dudas, ni héroes repletos de vacuas epopeyas. En este vasto mundo puede ocurrir todo lo posible y seguramente lo imposible también. La mar es la que propone, la que firma el armisticio de todas las guerras ya perdidas. Al resto, a los que tienen que lidiar todos los días con ese destino, les queda solo recordar, rezar y luchar.
En nuestro pueblo la tierra rinde tributo a la mar. Convirtiéndose inevitablemente en parte de la misma, mientras los habitantes son conscientes de su trascendental importancia como reserva económica y despensa alimenticia. Esta es nuestra mar, pura, libre, sin ataduras. Es la mar de Antromero .
El pedreo.
“El paso del tiempo es una gota de silencio
que rueda por todos los mares y caminos”.
Gustavo Ibarra Merlano
Los pedreos, son la parte de la costa formada por peñes, llastres, piedres y regodones que quedan al descubierto total o parcialmente dependiendo del estado de la marea.
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Pedreo del Bigaral, a la bajamar. |
"De cuando en las arenas del pedreo
escuche el susurro de las palabras
que en el horizonte dicen los muertos".
Antón García.
En aquellos tiempos antiguos en los que la tierra era de todos, en muchos yacimientos prehistóricos hay evidente constancia de la vinculación de sus moradores con el pedreo.
Hace
más de 10.000 años que nuestros antepasados comían los productos arrancados a las
mareas, para complementar su carencial dieta. Ya sabían entonces de las
enriquecedoras posibilidades de nuestros pedreos. Así lo
demuestra el descubrimiento de restos de diferentes tipos de moluscos (ostras, llámpares,
bígaros, mejillones...), propiciados por un evidente consumo, en los
concheros de asentamientos de los antiguos pobladores de estas tierras, los
Asturienses. Estos son los primeros indicios de una actividad que llega hasta
nuestros días. Apremiados entonces por una obvia necesidad de subsistencia, de
saciar la fame que se arrastró durante tantos siglos. Esta histórica labor
fue constatable en la proximidad de viviendas hasta no hace muchos años. No había quintana, casa o casería que en
sus proximidades no tuviese tapado algún bache o furaco de la caleya con les cascares de
llámpares o bígaros. Fruto de esa alimentación vinculada a la mar y sus peñes.
Seguramente, que este continuado consumo se podría datar con anterioridad a la fecha reseñada. En el camino que desciende a la playa de San Pedro se descubrieron en espacio disperso varios utensilios líticos, tallados todos ellos en cuarcita: un bifaz de piedra, una punta Levallois, una lasca Debris y un núcleo. Antiguos útiles prehistóricos que eran utilizados para cazar, rascar o en su defecto golpear. Pertenecientes a la industria Achelense Final o Musteriense de tradición Achelense ( hace unos 100.000 años) y que se encuentran catalogados por el Principado de Asturias en su Carta Arqueológica. Presumiblemente la finalidad de los mismos, era su uso en las labores propias del pedreo, para desprender y abrir moluscos o la intencionada posibilidad de pesca en las proximidades de la orilla.
Estos útiles eran hechos de una piedra de cuarcita en forma de pico. Se hacían golpeándolas con otra piedra de mayor dureza. Seguramente el primer ingenio que usaron los primigenios pesquines de pedreo.
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Punta Levallois, similar a la encontrada en la Playa de San Pedro. |
Estos
restos paleolíticos son la clara muestra
del origen de una cultura vinculada a la mar, al marisqueo y al pedreo,
con el beneficio y consumo de crustáceos, oricios, llámpares (lapas),
bígaros, ostras, que ha llegado hasta nuestros días.
Todo apunta que el mayor núcleo o concentración de estos hombres de la edad de piedra, estaba en la playa del Aramar, ya que se han encontrado más de 30 picos asturienses pertenecientes a esta época. Por lo que presumiblemente los restos localizados en la playa de San Pedro, bien pudieran ser fruto de olvidos u abandonos en las avanzadillas y expediciones en búsqueda de alimentos.
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Bifaz de piedra. |
En
cuanto el hombre primitivo se convierte en sedentario, hace de la pesca el
complemento necesario de la caza, para su básica y precaria alimentación. Y
encuentra en el pedreo un importante recurso para reforzar esa simbiosis
de supervivencia.
Esta ha sido una práctica habitual hasta nuestros días, con escasas variaciones y progreso en técnicas para la consecución de los objetivos perseguidos. Podemos decir atendiendo a esta última aseveración que el pescador de pedreo es lo más parecido al hombre primitivo, en ese contacto con la naturaleza con unos útiles tan arcaicos como efectivos.
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José el Salao y Tino. Con las varas para faenar en el pedreo. (1972) |
La abaxamar.
"Fue entonces
cuando me sentí
con fuerza
para ponerme a recordar de nuevo."
Nené Losada.
Las bajamares son el milagro de la vida. La aparición diaria de un "nuevo pedreo". El prodigio de la naturaleza oferta un inédito suelo virgen a la espera del ser humano para su eventual y breve colonización.
En las últimas décadas del siglo pasado la aparición de gente no vinculada a la mar hizo estragos en el débil equilibrio biológico de nuestra costa. La pesca indiscriminada, acompañada de un desconocimiento supino de las normas no escritas que durante decenios se enseñaron y respetaron en clara implicación con el medio que proporcionaba alimento, cuajó prácticamente la desaparición de especies comunes en el pedreo como costaraños, burones, santiaguinos, esguiles,...etc. En este sentido, Menéndez el Roxín nos alertaba del paulatino incumplimiento de una de las normas básicas de este ambiente. Estas que forman parte de la cultura de la pesca: “cuando ibas al pedreo a levantar piedras para coger lo que había debajo, tenias que volver a dejarla en la misma posición que tenia..., era la forma de que no muriesen las crías y animales que allí se guardaban..., y siguiesen criando.”. Cuyo objetivo, como bien nos apuntaba, no era otro que el respetar las secuencias biológicas de cría y desarrollo que se albergaban guarecidas al amparo de las piedras. En el supuesto caso que no se respetase esa consigna, se podía llevar algún disgusto el autor del mismo. Tal y como nos lo reseña nuevamente Menéndez el Roxín : “si alguien te veía levantando piedres sin ponerla otra vez en el sitio que tenia, caíente unos golpes, que quedabes nuevo”.
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Menéndez El Roxín . |
Todo ello se basaba en el conocimiento consuetudinario, vinculado a siglos de experiencia. Quedando ello reflejado en el amplio
refranero que acompaña a la mar y marinero: “Per Santa Olaya, bigaros na
playa” o “Fueyes na figar, los sarrianos ( pez de roca) en la mar”. La sapiencia unida a las inclemencias metereológicas y la posibilidad de minimizarlas: “si
vas con sur a la mar, ropes de agua ties que llevar” o “sursueste
n'altura, galerna segura”.
La veteranía, el saber
donde poner los pies. Como y donde pisar, el esquivar el mofu. Aquellas
algas verdes que brotaban por doquier en la bajamar, era fundamental. No había
mejor lección práctica que enfocicar la primera vez, para no volver a
pisarlo nuevamente. Ya sabéis, “mofu pisar, ostiazu pegar”.
También vital la distinción entre el tipo de mareas. Dependiendo del tamaño (coeficiente) de las mismas, se podía ir a faenar o no. Las llamadas vivas, son las más atractivas para el desarrollo de esta actividad. Son las que dejan mayor longitud al descubierto en la bajamar. En cambio, las mareas muertas, son de poco o nulo interés para nuestros pesquines.
Todos los pescadores de pedreo, dependen del uso de las denominadas "Tablas de mareas". Son aquellas en las que se recogen los datos de las horas de pleamar y bajamar, la altura de estas, la amplitud de las mareas y los ciclos lunares. Estas informaciones actualmente son dispensadas por el Instituto Hidrográfico de la Marina de Cádiz.
Antes de que se pudiera tener la comodidad de la consulta de estas tablas, nuestros antepasados debían de recurrir a conocimientos atávicos, heredados. Todas las mareas vivas responden a los ciclos lunares. Las grandes pleamares y bajamares acontecen con lo que se denomina sizigia, esto es, cuando la Tierra, el Sol y la Luna están alineados.
También se debe de considerar una referencia para estas apreciadas mareas: los equinoccios de otoño y primavera. Es cuando el día y la noche prácticamente se reparten las veinticuatro horas en partes iguales. Debemos de precisar que hay mareas vivas todos los meses del año, desarrollándose en las fases de luna nueva o llena.
En cualquier sector laboral o social, los profanos siempre quedan en evidencia. El estigma del desconocimiento lo evidencian con sus comportamientos. Manolo Robés lo atestigua, "Alguna vez aparecíen por los pedreos gente con aparatos compraos: ganchos, vares, terrafines, trueles... y sin mirar como taba la mar, p'dentro. Debíen pensar que aquello ye una pescadería, que les coses cógense en un mostrador."
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Tabla de mareas. |
En la época (no hace tantos años) en que no era necesario permisos, ni licencias, ni había sobrepesca y donde la contaminación de nuestras aguas litorales era una anécdota, la gente pescaba en los pedreos ayudados de ganchos, barbaderas, trueles, vares de cañavera con cales, garrampínes,..etc.
Por encima de todo acompañados de cestes en las que recoger la más que segura pesca .Unas cestas hechas de blima o mimbre, y que en nuestro pueblo eran suministradas casi en su totalidad por José el Salao y Tamón. Para su confección la necesidad de la corta del vegetal en la época propicia, esto es, en menguante, que proporcionaría una mayor resistencia a humedades y al inexorable paso del tiempo. A la hora de elaborarlas, el artesano tenía que llevarlas a remojar al río en el caso de un almacenamiento prolongado de les blimas. Así lo recuerda Benigna Anxelín : “para que se pudiera trabajar mejor... , y así domarlas y que no rompieran en los pliegues que hay que hacer para la paxa.”Años más tarde con la aparición del plástico, fueron los socorridos calderos quienes sustituyeron de manera abrupta a este elemento imprescindible que durante décadas acompañó al pesquín de pedreo.
Cesta de mimbre o blima. Este formato (redondo) era casi siempre usado por las féminas. |
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Otro modelo de cesta, más común entre nuestros pesquines varones. |
Del orgullo de la riqueza de nuestras costas y los productos derivados de ellas nos da fe en el siglo XVIII, el escritor y sacerdote naveto Bruno Fernández Cepeda, en su obra poética “Riqueza de Asturias”, de la que extraemos los siguientes fragmentos:
"¿y el pescau?
Como estara
aquí a la
llengua del agua,
lu tenemos a
porrillo,
frescu como el
sol del alba,
qu'esto ye
comer pescau,
lo demas ye
patarata...
...Hay pescau
como borra..
...ora tras
cualquier llastra
berberechos y
percebes,
en cualquier
pedreu o playa,
de bigaros
muncha castra,
llampares,
ostres y almexes,
y para pescar
con caña,
con ñasa,
refuelle o rede,
con traína o con tarrafa."
Pero esta claro que para poder ejercitar esta actividad, era imprescindible tener los suficientes conocimientos e instinto natural, algo que nuestros vecinos poseían con creces. El interpretar las señales, los rastros entre las piedras y el agua. Este conjunto era el sancta sanctorum del buen pesquín, junto la aplicación de la inteligencia, técnicas y tácticas heredadas de generación en generación para cumplimentar el éxito en el pedreo.
Otra de las actividades nunca recogidas en libros y manuales de pesca y en virtud del refrán tan playu de “a bajamar too aparez”, es el ir con la marea baja a tratar de recuperar los roncheles (pérdida por enganche de los aparejos) propios o ajenos. Ya sabéis, “quien pierde una vaca y encuentra un cuerno, no lo pierde todo”.
"Marisqueando". Óleo de Álvarez Sala (1912). |
El cebo.
"A la lombriz de tierra
de verdad le aterra
que se moje el suelo,
por que irá de señuelo
en barcas pesqueras."
Poema infantil.
Otra actividad habitual y rutinaria estaba en la búsqueda del cebo para la pesca en costa, sobre les peñes o los pozos en bajamar. El buscar la xorra con palote o fesoria, (en la playa de San Pedro y sobre todo en el Aramar). También cangrejos negros o sapes (pachygrapsus marmoratus), para encarnar los anzuelos era practica común y actividad cotidiana en les riberes o pedreos. En esta dirección nos aporta una simpática anécdota Manolo Robes: “...en la madurez de mi padre, Robes, fue a buscar cangrejos a la playa y debido a su rapidez (de los cangrejos) y la perdida de agilidad de mi padre, dijo que aquellos cangrejos eren eléctricos.”
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Palote. Útil para sacar del suelo la xorra o cebo. |
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Xorra o arenícola. Cebo habitual para la pesca en pedreo. |
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Tanda de nasas en tierra. Se aprecia el tirante y el calín. |
Dependiendo de los intereses del pescador se podían echar al atardecer para levantarlas con el alba. Otros en cambio, eligen la opción de dejarlas todo el día. Estas últimas son las denominadas dormionas. En cualquier caso, el denominador común de cualquier tanda de nasas es la identificación con bollas del inicio y final de la misma.
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Álvaro Artime largando una tanda de nasas frente a el Picudel. |
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Garabato. Igual sirve para el campo que para la mar. |
- La fisga. Útil para pinchar ( en este caso) las xibias. Tridente de brazo largo con puntas de arpón. Una vez localizado este molusco, desde la embarcación se clava este instrumento sobre su concha interna que facilita la imposibilidad de escapar. Esta coraza de la sepia se llama jibión y es lo que facilita la flotabilidad de este animal.
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