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Al fondo, La Isla de Antromero.
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Capítulo 54.
La riqueza natural de Antromero
y otras curiosidades.
La Mina y La Isla.
Quinta parte (V).
La Mina. (1)
"(Sobre la mina han caído
mil siglos de suelos nuevos)
no recuerdo...
(El mundo se acabará.
No volverá mi secreto)"
Juan Ramón Jiménez.
Dejamos atrás La Fuentina para afrontar un tramo rocoso que va parejo a misterios toponímicos, leyendas y belleza singular. Si nos desplazamos por el camino que bordea el acantilado, se puede observar como la naturaleza ha tomado fuerza, imponiendo su vegetación por encima de los intereses humanos y sus veredas. Aquella senda usada desde una lejana eternidad por los vecinos, para cumplimentar una obligación endogámica de "dar una vuelta a les riberes", ha sido tomada en propiedad por la madre naturaleza, quien durante algún tiempo cedió los beneficios de su uso a los mortales. Así lo resume nuestro amigo Paulino García, en una frase que no deja lugar a dudas: "...los crecientes y colonizadores bardiales".
En cualquier caso y tomemos la alternativa de desplazarnos por el mismo acantilado o por el sendero nos tropezaremos de bruces con La Mina. Pequeño y exigente pedreo, donde la mar es la que gestiona tiempos y situaciones.
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Fuente: Paulino García. La Mina. |
La delata la caótica disposición de enormes rocas, que sin orden ni concierto dominan este regato acantilado. La anarquía pétrea prevalece, antes de volver a una superficie más lisa y compacta que nos va indicando la próxima presencia de La Piscina. Tal parece que un ser superior nos quisiera recordar nuestra insignificancia.
La Mina, pese a sus pequeñas dimensiones no pasa desapercibida para el visitante. Una entrada de mar sujeta a los condicionantes impuestas por las rocas, junto con las cavidades abiertas por la insistencia marina, hace sentir en el cantil las vibraciones de la fuerza del oleaje en aquellos días en los que el Cantábrico exhibe su poderío. En estos casos solo los más osados son capaces de permanecer en su atalaya, a la espera de la poderosa sacudida de las olas, quienes van a garantizar el temblor terrenal y una densa lluvia pulverizada de agua salina. Tal lo testimonia un vecino, ya setentón, quien prefiere guardar el anonimato, para no publicitar su temeridad pueril: "Mete miedo cuando les foles entren por La Mina pa dentro, parez que va arrancar con todo. De guajes alguna vez lo fice el esperar a que llegase la fola y me pusiera pingando después de chocar en tierra, pero ahora la verdad no apetez mucho. Éramos unos imprudentes, pues se iba en grupo con todes les consecuencies. Diez o doce rapacinos. Antromero de aquella no quedó sin xente menuda de puro milagro".
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La Mina, a media marea.
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Su topónimo " La Mina", está sujeta al misterio inevitable que marca el paso del tiempo. La definición de la Real Academia de la Lengua Española no deja lugar a dudas en las dos acepciones que pudiéramos vincular a este lugar: " Criadero de minerales de útil exposición" , o también : " Excavación que se hace para extraer un mineral" . No aclara en ningún caso nuestras dudas e incertidumbres.
El doctor en filología hispana, Cristian Longo, en su libro "Diccionario Etimológico marinero de los concejos de Carreño y Gozón, puntualiza: "...esta acepción (La Mina) es moderna, ya que para explotaciones que se remontan a una época lejana se utiliza el término venero (o vena): terrenos en los que se observan las vetas de minerales".
Tras esta explicación y habiendo recabado información entre nuestros vecinos, no hay constancia de extracción alguna que pudiera ajustarse a actividad minera. Aunque en cualquier caso, deberíamos remitirnos a los estudios y exposiciones del ilustre Guillermo Shultz, quien en su magnífica obra " Atlas geológico y topográfico de la Provincia de Oviedo ", editado en el año 1858 cita la presencia de azabache (2) en los acantilados de este pueblo: " ... hay ramas de azabache en la costa de Antromero". También incide en ello, casi ciento treinta años después el Boletín del Museo Arqueológico Nacional, en su Tomo IV N.2 de 1986: ..."también existe azabache en la costa de Antromero...". Por si quedara alguna duda al respecto, el prestigioso Boletín de la Comisión del Mapa Geológico de España núm. 7, editado en el año 1880 y en su página 147, puntualiza : " Don Guillermo Shultz ha encontrado azabache en la costa de Antromero".
No podemos caer en el error de pensar en extracciones importantes, pero si en cambio de notables afloramientos en varios de los cantiles del pueblo, que se manifiestan con nuevos argayos o desprendimientos.
Sin abandonar esta línea expositiva, podríamos pensar que pudiera denominarse La Mina, por la presencia de este tipo de carbón, dado su valor comercial (desde hace años) y la búsqueda del mismo que existió entre foráneos por nuestros acantilados.
Otra hipótesis que explique este topónimo podría estar en el aspecto del mismo pedreo, con una entrada que se asemeja a la de una bocamina. Una obra geológica interrumpida, que queda en simple amago, con el que la naturaleza manifiesta la intención de crear una cueva profunda, limitándose a un proyecto no materializado.
Cristian Longo, expone una reflexión final al respecto de este nombre: " En el caso de La Mina, en Antromero, sería una aplicación metafórica de sus habitantes a una serie de cuevas de los que se obtenían grandes cantidades de ocle, utilizado como fertilizante". Discrepamos en cualquier caso con esta última exposición por dos razones: la primera es que el autor de esta disquisición cae en el error de ubicar La Mina, en los Fornones de Gargantera y la segunda es que aquel que conoce este cantil, en ningún caso lo escogería como lugar preferente para pañar ocle. Así lo estima Maruja Anxelín, muyer experta en estos avatares de trabayar en les riberes: " Sacar ocle de La Mina facía fumo. Aparte del trabayo, teníes que tar pendiente de la mar, de les foles y siempre con ella pa baxo. Después había que subilo p'al prao". Concluyendo en sentencia demoledora: " Sacar ocle en La Mina, p'al que lo quiera".
Las creencias populares, vinculadas a la transmisión oral, aportan también su granito de arena en este maremágnum en el que voluntariamente hemos decido adentrarnos, tal lo recuerda Paulino, con una versión de tintes belicistas: " La Mina tiene un nombre enigmático, se habló de una mina de guerra allí ubicada en una oquedad subterránea...".
Finalmente y en cualquier caso, no debemos de dejar al lado viejas historias de infancia, de riquezas ocultas pendientes de excavar, tesoros aun inexpugnables y minerales preciosos, con los que siempre nos ha invitado a soñar este mágico topónimo de La Mina. Producto de la imaginación desbordante, acompañado de sueños acorazados, esos que nos hicieron mirar con inocencia infantil la dureza de su perfil rocoso.
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Fuente: JrCdronreportajes. En primer término el caos de La Mina. Y la antigua vereda, la de "dar una vuelta a les riberes", cerrada por la maleza. La naturaleza toma como suyo, lo que durante un tiempo fue prestado. |
(1). Para conocer en más detalle este pedreo, aconsejamos la lectura del capítulo 20, donde se pormenoriza y expone con detalle alguna de las hipótesis aquí manifestadas.
(2). Este mineraloide de color negro brillante, es una variedad del carbón húmico y dada su escasez se usa en orfebrería y joyería como piedra semipreciosa. Fue durante la época victoriana (especialmente la segunda mitad del siglo XIX) su tenencia un sinónimo de buena posición social. Denominada en ese periodo como "la piedra de las viudas", pues fue usada como "piedra de luto", por la reina Victoria, tras la muerte de su marido Alberto. Dada su demanda y ante la imposibilidad de abastecer los mercados ingleses a través de su producción interna, como la afamada mina de Whitby, se recurrió a la compra del azabache asturiano, centrado en la Marina de Villaviciosa. Esto provocó una sobreexplotación y agotamiento del azabache.
El Carreru / La Piscina.
"Caminante no hay camino
sino estelas en la mar".
Antonio Machado.
A pocos metros de La Mina observamos el canal de separación entre La Isla y la tierra. Paso estrecho para embarcaciones de poco calado, que se vuelve angosto en los ciclos de bajamar. Su nombre deriva de "carrera", denominación que se daba en tiempos pasados a los pasos y caminos, normalmente estrechos, de carros y carretas. La vinculación tierra-mar se manifiesta una vez más con la reinterpretación de este topónimo.
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El espacio entre La Isla y tierra, es El Carreru. |
Es este el espacio de mar que impide que nuestra Isla, sea realmente nuestra, que evita esa unión y siga observándonos con lejanía controlada. Atajo para los botes y motoras en su tránsito marítimo, evitando el rodeo al peñón rocoso. Delimitado por la propia Isla y unos petones petreos, que a la baxamar, forman un espacio idílico para nadar, La Piscina. Lugar escogido por los lugareños y algún que otro visitante cuando las condiciones de las mareas impedían el baño en otros lugares.
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Fuente: Loli García. En La Piscina. En primer término, Ricardo y Loli. Al fondo, una mezcla de naturales del pueblo y oriundos, tal lo detalla Loli: " Éramos unos cuantos los que íbamos todos los días a La Piscina: María Rodríguez La Lechuga, Joaquina La Viesca, Malá, Belén....".
Fuente: Loli García. Loli y Ricardo en La Piscina, finales años 60. |
Sitio este que ha sido referente durante los últimos años para los más jóvenes, pues su formación rocosa genera una zona aislada de cualquier alteración marina. Además de disponer de una plataforma de piedra fija para los más avezados en tirarse de cabeza en altura a la mar, denominada Caballo, por tener cierta similitud con la cabeza de este équido. Aunque la imprudencia se manifestaba en algún que otro desperfecto físico, al no calcular el ejecutante el efecto de su caída libre respecto al volumen de agua existente: " Algunos no nos matamos de milagro".
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Fuente: Loli García. Saltando desde El Caballo. En primer plano José Manuel, El Lechugo, en el Caballo dispuesto a saltar Ricardo, y en el agua Loli. |
Por si hubiera duda al respecto, estamos en condiciones de asegurar que este hidrónimo (nombre vinculado al agua) es de nueva factura, impuesto por los "modernos" tiempos de ocio. Manolo Robés, recuerda que en su infancia y juventud este lugar no tenía nombre específico: " Toda esa zona se llamaba El Carreru de La Isla. Iba desde la misma Isla hasta donde la rexa, hasta donde acababa el agua. Y el Carreru era más grande a marees vives y más pequeño a la bajamar". Preguntado a nuestro declarante si recuerda haber llamado alguna vez este sitio por el nombre La Piscina, así da cuenta de nuestra inquietud: " Ye verdad que cuando son marees baxes delante de La Isla, queda una balsa de agua protegida por piedres. Agua muy tranquila, pero en aquellos tiempos, ¿Quién sabía de piscines, de d'ir a bañase a los pedreos y la playa?. Eso ye cosa de muy poco tiempo atrás, antes la xente diba a la mar, a trabayar. Lo de echar hores tomando el sol y rascando la barriga en la playa y en los pedreos ye de los tiempos modernos".
Lo cierto es que esta última declaración es determinante y despeja cualquier atisbo de duda respecto a este nombre de La Piscina. Todos los indicios apuntan a una denominación que se pudiera encajar en la segunda mitad del pasado siglo. Cuando nuevos hábitos que pudieran cubrir el ocio se fueron instalando paulatinamente en las vidas de nuestros vecinos, tal fue el baño marino.
Hasta no hace tantos años la palabra "agua" estaba ineludiblemente pareada al trabayo, al sacrificio diario. Ir a la fuente a buscarla, al río a lavar, llevar los animales a beber,...etc. En cambio hoy el concepto ha cambiado para siempre, preguntad a cualquier joven por esa misma palabra y os hablará de playas, de agua embotellada, parques acuáticos y de piscinas. El contraste lo evidencia la experiencia de la propia vida y así manifestada por Manolo Robes: " Cuando yo era guaje, ¿Quién sabía lo que era una piscina?.
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Fuente: Paulino García. La Piscina. El espacio marino que queda en bajamar guarecido por las rocas, forma una piscina natural envidiable.
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La cueva del Carreru.
"Un aroma a arcilla
y juegos de la infancia
invaden la profunda
cavidad de mi pecho".
Desiderio C. Morga.
En la bajada a esta zona por el sendero acantilado, y a su izquierda podemos observar en uno de aquellos regatos la entrada de una cueva. Horadada sobre el cantil de forma natural, llama la atención su pretenciosa entrada, que se ve interrumpida a los pocos metros por un desprendimiento que impide cualquier intento en seguir ruta por la misma.
Fue durante los duros años de guerra y postguerra, refugio y escondrijo pasajero para aquellos pobres infelices perseguidos por las nuevas autoridades, en unos duros tiempos de miedo y plomo. Forma parte de las leyendas de Antromero. Siendo una de las grutas naturales que los antepasados vinculaban a su conexión con La Flor, donde supuestamente los días de fuerte marejada se podía llegar a sentir el flujo y fuerza marina, a través de aquel supuesto hueco kilométrico.
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Fuente: PorceDrone. En primer plano y a la derecha, lugar donde se encuentra La Cueva. |
La observación y características de la misma, nos hace caer en la tentación de emitir una hipótesis que entendemos pueda estar más que justificada. En sus paredes interiores se podía observar un desgaste provocado por un agente natural, como es el agua subterránea. Este líquido y su inherente fuerza que con el paso de los miles y miles de años consiguió hacer aquella gruta, aprovechando la parte blanda (compuesta de roca sedimentaria), dentro del conjunto calizo existente en la zona. Antes del derrumbe que se aprecia a los pocos metros de su boca de entrada, hay indicios de varios niveles de paso de agua, con un registro muy visible en sus paredes. La gran actividad de aguas freáticas y sus acuíferos en este entorno geográfico se manifiesta a través de los innumerables manantiales y simas que pululan sin orden ni concierto por toda esta península.
La Isla de Antromero.
"La isla y yo éramos
hojas también
y nunca los supimos".
José Emilio Pacheco.
" La Isla, la preciosa La Isla de Antromero, separada de la costa por el Carreru, a la altura de La Piscina...un entorno guapísimo...". Así de preciso nos lo relataba Paulino con ese sentimiento a flor de piel y evocando nuestra isla, La Isla de Antromero. Reconocida y reconocible en cualquier lugar del mundo.
Su inequívoco aspecto se presenta en un gran bloque de roca divido en tres partes, siendo la central la más vistosa y visible, con dos menores a ambos lados. El conjunto rocoso supera los trescientos metros de longitud y en la parte más ancha tiene unos setenta metros que depende del flujo de las mareas y marejadas.
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Vista aérea de La Isla, frente a ella se observa el espacio denominado La Piscina. |
Es sin lugar a dudas una de las imágenes e iconos más representativos del pueblo. Forma parte de la protección natural de nuestras costas, un escudo de aquellos empinados acantilados que invitan a subir hasta los praos las temidas olas, durante el enfado habitual cantábrico.
Su aspecto visual la hace complementarse perfectamente como prolongación de la península de La Eria. Mimetizando su inclinado perfil y demostrando con su característica forma que hace algunos millones de años era parte de esta tierra firme. Separada para siempre por quien sabe dios fuerzas tectónicas, permanece en la distancia, observante, vigilante y protectora de Antromero.
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Imagen tomada desde el espacio. Se observa con total nitidez la división manifiesta de nuestra isla, en tres partes bien diferenciadas. Remarcadas con trazo blanco. Frente a ella La Piscina, a la izquierda de la misma El Castillo o Punta del Sombrao y de verde la tierra firme, pequeña porción de la Península de La Ería.
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Tal y como se expuso, está constituida por tres grandes peñascos en el que sobresale el central, quien se mantiene firme y visible siempre que puede y se lo permite el tamaño de les foles. Llama la atención en determinados y concretos espacios temporales la presencia de vida vegetal, de una flora específica. Desde la distancia que obliga su condición isleña, se aprecian algunos tonos verdes entre los uniformes colores grisáceos de las rocas, que corresponden a una planta resistente ante el acoso salino, el cenoyo de mar (crithmum maritimun) (3). Vegetal que tiene una gran facilidad para reproducirse en zonas rocosas, dada la capacidad con las que sus raíces penetran esos duros suelos y que adaptándose a las vicisitudes, no pierden la oportunidad de mostrar su vida cuando se exteriorizan los parámetros favorables para ello. Despreciado y sin valor estimativo en estos lares, es comestible en muchas zonas del levante español. En cambio, aquí solo es el elemento que genera color a nuestro rincón preservado.
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Detalle del cenoyo de mar en La Isla de Antromero.
Fuente: PorceDrone. El cenoyo de mar, pese a el sometimiento de nuestra isla, por parte de los grandes temporales del Cantábrico, surge entre las grietas de las rocas. Un ejemplo de superación y tenacidad que nos brinda la madre naturaleza. |
La Isla, ha sido un referente durante muchísimos años para nuestra pesca menor desde las pequeñas embarcaciones que ha tenido el pueblo. Se ha postulado desde siempre como referente visual de botes y motoras, y así lo manifiesta el sempiterno Manolo Robés: " Salir a la mar, unes milles p'fuera y tener a la vista La Isla, daba una tranquilidad muy grande. Porque quieras o no, era una forma de tar en casa y saber el trayecto más corto pa volver pa tierra". También para marcar y señalar puestas de pesca : " Por dentro de La Isla...por detrás de La Isla, frente La Isla...".
Lugar recurrido para conseguir cebo excelso para la pesca de pexes de roca, tal lo recuerda Luis Servando: " En La Isla de Antromero, se cogían unes xorres tremendes, duras y grandes de los xorreros que allí había". También sitio elegido para pescar con algunas "puestas" específicas , condicionada esta actividad a la tenencia de embarcación o similar, por lo que nunca estuvo demasiado concurrida. Aunque en esa exigencia había excepciones, como lo detalla Mino El Civil: " Falín el de los Pulpos, echaba a nado los palangres y pasaba también a nado a pescar a La Isla".
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Fuente: Mariluz Serrano. Mino El Civil, en la mili. Su vinculación con la mar le hizo prestar este servicio obligatorio en la marina. |
A pesar de su perfil suave, levemente inclinado y amable no deja de ser un promontorio rocoso en las aguas interiores de Antromero, que exige cuidados y precauciones mínimas en su aproximación. Las características de sus rocas calizas invitan a ello. Erosionadas, afiladas y cortantes son aquellas que sufren a diario el contacto con la mar, representando el mayor obstáculo para visitantes.
Testigo impenitente de las cuitas cotidianas de los habitantes de Antromero, espectador de primera línea de vicisitudes marítimas en forma de hundimientos y naufragios en su entorno. Así podríamos destacar el más llamativo, pero no el único, acontecido el 5 de junio de 1925. En aquel día había una niebla densa que llevó al capitán del vapor Unión Hullera a un error fatal en el cálculo de su ruta habitual Bilbao-Barcelona. Recordado aquel acontecimiento por la inquebrantable memoria infantil de Pepe Capacha: " Era un guaje, tenía ocho años y detrás de La Isla, embarrancó un vapor. Estuvieron los buzos trabayando muches semanes pa desarmar y aprovechar les coses del barco. Decíen que era de la Duro-Felguera ". Todo aquel esfuerzo posterior al naufragio no dieron los resultados apetecidos, quedando gran parte de las piezas del pecio, sumergidas para siempre. Aunque siempre la habilidad, experiencia y manejo de tiempo/espacio, pueden llegar a dar frutos: "En algunas casas de Antromero estuvieron coses de aquello, como algún ancla y bolles de fierro". Amparo Julián (1916) detalla su recuerdo de aquel accidente: "Tendría yo unos ocho años y por el verano hundió un barco grande detrás de La Isla. Vinieron muchos días buzos de fuera, pa sacar pieces de él".
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Unión Hullera. Vapor de unas 500 Tn. Construido en los astilleros escoceses de Murdoch&Murray en 1878, con el nombre de Victory. Posteriormente, el empresario gijonés Luis Adaro lo compra en el año 1889, para transportar carbón para la empresa Unión Hullera, siendo rebautizado ese mismo año con este nombre. En el año 1906, pasa a manos de la empresa Duro Felguera, hasta el día de su hundimiento.
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En aquel fatídico viaje el Unión Hullera transportaba mineral de hierro, que hizo más fácil su hundimiento. Tan solo bastaron unos pocos minutos. La presencia en las proximidades de pesqueros, como el "María Luisa" de Candás, facilitó el rescate de toda la tripulación, sin lamentar muerte alguna. Nuestro vecino Pepe, precisa aun más aquella intervención: "Pasó a primera hora de la mañana y salieron de la Playa de San Pedro algunos botes pa echar una manos a aquella probe xente".
El suceso fue recogido con todo lujo de detalles por la prensa regional y nacional, tal fue el caso del diario madrileño ABC.
Si retrocedemos al siglo XIX, la prensa regional da cuenta de otro naufragio en la mañana del 8 de Agosto de 1885. El diario "El Carbayón " así lo detalla: " Ayer a las cinco de la tarde se fue a pique una lancha en el punto llamado Isla de Antromero. La lancha iba tripulada por el cabo de mar de Luanco, un niño de 9 años y un vecino de aquella villa". El desenlace del mismo es descrito por el plumilla del periódico con una descripción digna del mejor Pérez Galdós: " Por fortuna el carabinero Benito López, que estaba de servicio en Piñeres, vio a lo lejos zozobrar la lancha, que a toda vela intentaba tomar puerto (sic). Entonces sin reparar en el peligro a que se exponía se arrojó en su auxilio, consiguiéndolo por completo. Grande ha sido la lucha que todos tuvieron que sostener con las olas, más al fin, y gracias al oportuno auxilio del carabinero, pudieron verse a salvo todos".
Ese tesón y lucha de la que hacen gala los hombres vinculados a la mar, está grabada en sus genes. Vivir y trabajar en un medio hostil y ajeno los hace especiales. Hombres y mujeres dignos de admiración. Para dar fe de ello, nada mejor que reflejar un episodio más que ejemplifica estos postulados expuestos, recurriendo a la memoria de Benigna Anxelín: "Fue en el año 1921. Mi güelo, mi padre y un hermano de mi padre, Antón, salieron a pescar en un bote, por fuera de La Isla. De los tres , el único que no sabía nadar era mi pa, José El Salao, aunque era también el único que iba a la mar a la costera del bonito". La mar caprichosa e impredecible, les va a dar un terrible susto que jamás olvidarán: " Cuando estaben por fuera de La Isla, llevaron un golpe de mar que los echó a pique. Se cogieron a alguna de les tables que flotaben y alguien que vió lo que pasó fue quien avisó para que saliera una lancha desde la playa a rescatalos". La temperatura del agua y el tiempo para orquestar el rescate disparaba la desesperación: " Mi ma, Josefa Anxelín, lloraba con les dos fíes pequeñes que entonces tenía en brazos, frente La Isla". Mientras tanto las fuerzas de los tres hombres flaquean y José demuestra un empeño y fortaleza envidiable en una situación límite: " Cuando mi güelo y mi tio se soltaben de les maderes, era mi pa quien con un brazo los sujetaba pa que no se hundieran, mientras con el otro se aguantaba él. Una vez que los rescataron a mi pa lo tuvieron que subir a bordo con la tabla en la que estaba sujeto, porque fue imposible soltársela de la mano". Concluyendo en una reflexión indiscutible: ¡Cuanta angustia pasaron y solo la suerte de que los vieron y la fuerza de mi pa, los hizo sobrevivir".
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Fuente: Paulino García. La Isla, a baxamar. Bella y pletórica, a sus espaldas la inmensidad de la mar. |
La Isla y su entorno ha sido lugar de pesca, de marisqueo y de trabayo. Durante años emplazamiento habitual para arrancar ocle en temporada estival, especialmente elegido para el uso del garabato (4). Útil desarrollado con envidiable ingenio para arrancar esta alga desde la lancha sin necesidad de bucear. De aquella experiencia pueden dar cuenta numerosos vecinos, jóvenes de la década de los años 50 y 60, fecha de mayor eclosión de esta práctica. Así recurrimos al testimonio de Ramón Ignacio Artime Piqueras: " Fui nueve años al ocle y ya lo deje en el año 1969. Empecé a ir con 15 años y al principio iba en bote, con garabato. En el bote de Pepe Capacha y el de Ángel El Choli". La exigencia física de aquel procedimiento de arranque con el peine de fierro del garabato, lo expone Ramón sin atisbo de duda alguna: " El ir al ocle en cualquier modalidad es muy duro. Y con el garabato más".
La utilización de este instrumental está terminantemente prohibido desde hace bastantes años. La aplicación de aquel primitivo y a la par eficaz sistema de arranque, provocaba unos importantes daños en la flora subacuática y por defecto a la fauna. Hoy el arranque de ocle solo está autorizado a profesionales, quienes están sujetos a unas determinadas exigencias, tales son las denominadas cuotas y la poda de la planta, evitando su arranque.
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Profesionales arrancando ocle, detrás de La Isla. |
El Pozo La Isla.
"La mar tiene olor a muerte.
Oscuridades amenazantes
desempolvan antiguos
miedos infundados".
Luis L. Acosta.
Hay pocos lugares de nuestra costa que no estén en algún modo impregnados de leyendas y mitos. Sitios donde la imaginación se desborda y alimentado por el efecto dominó que ha representado durante cientos de años la transmisión oral. Esa riqueza inmaterial forma parte de nuestra cultura, esa con la que nos sentimos en deuda permanente. La Isla es una pieza más de ese maravilloso puzle popular, de ese rompecabezas que nos enriquece.
Entre la roca principal y la orientada hacia el lado Este, hay un lugar enigmático que aúna temores y el halo misterioso que representa la incertidumbre y desconocimiento. Se trata del Pozo de La Isla.
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Pozo de La Isla. Lugar enigmático. |
El relato histórico transmitido inter-generacionalmente nos habla de profundidades abisales, de un pozo sin fin , que bien pudiera ser un prototipo costero del insondable Cañón de Avilés, aquel que se encuentra a pocas millas de aquí. Lugar donde habitan leviatanes y monstruos marinos, dispuestos a salir a la superficie en el caso de que alguien rompa su tranquilidad. Respecto a esta curiosidad, se explicita Manolo Robés: "Siempre se habló del Pozo de la Isla de ser un lugar muy profundo. Yo la verdad nunca perdí el tiempo ni tuve curiosidad por investigar. Pero algunos dicen que hay un sitio en ese pozo que lances una potada (piedra atada) y que se te acaba la cuerda antes de que toque el fondo".
Sin aclarar nuestras dudas, lo cierto es que ha sido este sitio usado por los aventureros y amantes de deportes extremos en búsqueda de emociones fuertes para lanzarse de cabeza desde La Isla. Aprovechando el aval que representa la profundidad de sus aguas.
Uno de aquellos avezados deportistas era Fausto, quién ante la justificada preocupación de su hija de que pudiera golpearse contra alguna de aquellas amenazantes peñas, respondía: "Hay perros de tierra y de agua, yo soy perro de agua". Certificando con sus palabras la plena confianza en sus aptitudes de saltador, sin trampolín.
Próximo a este lugar, había un lugar de captura de las deliciosas percebes, no exento de peligrosidad, como lo recuerda Luis Servando: " En la zona Este de La Isla hay una cueva en la se cogen unes percebes cojonudos". Detallando la condición inexcusable para su recolección: "Solo se puede acceder a ellas con mareas muy grandes, muy vivas y sobre todo con muchísima calma".
Respecto al Pozo de Isla, podemos garantizar que ha sido uno de los lugares marítimos que más temores infantiles y juveniles ha despertado. Reflejo de un miedo irracional a los misterios ocultos que puedan deparar sus profundas aguas marinas.
(3) El cenoyo de mar (crithmum maritimum), históricamente formó parte de la alimentación de los antiguos griegos y romanos: En algunos pueblos de Asturias y hasta no hace muchos años, se la daba de comer a las vacas , mezclada con sal, para evitar males de ojo. También formo parte de la cultura de los marinos al ser consumida por estos y mezclada con vinagre para eludir algunas enfermedades como el escorbuto, por su amplio contenido en vitamina C. En las Baleares es una planta protegida, donde está prohibida su recolección. En cambio aquí nos crece hasta en lugares inverosímiles y supuestamente estériles como La Isla, donde su flor tiene una manifiesta similitud con la del hinojo o anisinos. En asturiano esta palabra, cenoyo o cenoyu, puede ser usada de forma ofensiva, pues se vincula a los humanos como persona tonta, sucia o desaseada.
(4). El garabato era un peine de hierro, sujeto a una vara larga de eucalipto y que dependiendo a la profundidad a la que se trabaje, se podía añadir un complemento. Su uso era para "peinar" llastres con ocle, para así arrancarlo y poder subirlo a la embarcación. Su manejo exigía destreza y fuerza, tal y como lo detalla nuestro vecino Perfecto Muñiz: "Trabayar con el garabato, facía fumu".
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