Capítulo 51.
La riqueza natural de Antromero
y otras curiosidades .
Del Aramar a Gargantera.
Segunda parte (II).
"Cuántes más pieces
falten na mio vida,
-paixase, nomes, lluz-
presiento
que me faigo más entero".
Aurelio García Ovies.
Tras el impagable recorrido con su prosa atrayente en el anterior capítulo de Paulino García por nuestros pedreos, cantiles, lleno de recuerdos insobornables, nos adentraremos en algunos detalles más precisos del entorno acantilado de Antromero.
Sugerentes historias que sobreviven al paso del tiempo, leyendas aderezadas de enriquecedoras divisas que resaltan nuestro pasado y salpicadas por vivencias de nuestros vecinos. Este será el equipaje con el que afrontaremos este recorrido y con la única ambición de reencontrarnos con esa memoria que empieza a mostrarse esquiva.
Recorreremos pedreo por pedreo, desde El Carmen hasta La Playa de San Pedro. Será probablemente un viaje en el que trataremos de alcanzar el rastro que se empieza a perder por la distancia, arrinconando en aquella lejanía sentimientos adormecidos. Tiempos que nunca jamás podremos controlar, ni ya serán nuestros.
Son los juegos de la vida los que nos llevan a rendirnos a demonios recurrentes, los que impiden el volver sobre los pasos que conducen a los sueños y oportunidades incumplidas.
Aparquemos los miedos a la soledad de nuestros pensamientos e iniciemos esta aventura con la ilusión del recuerdo. Aplicando la mejor medicina para la recámara de la memoria que conocemos: la evocación de tiempos pasados y no por ello mejores.
El Aramar y la Isla del Carmen.
"Quizás porque los recuerdos necesitan las palabras
para serlo y, al revés, porque las palabras, sin nada
que nombren, se borran".
Julio Llamazares.
Nuestro vecino Marcelo Lluisa recordaba, tal nos lo apunta su nieto Arturo, que Bocines limitaba con Carreño por el río Pielgo hasta su desembocadura en la Playa de San Pedro. En cambio con Luanco hacía frontera en el río del Clarín, hasta su desembocadura en los astilleros del Dique. Según esta descripción las zonas de Cañeo, Valparaíso y la finca de Los Laureles, a la que el bueno de Marcelo llamaba El Pericacho, pertenecieron en su día a la parroquia de Bocines o al menos así se le transmitió en su momento.
Lo cierto es que los diccionarios geográficos consultados a finales del siglo XIX, tal fue la obra elaborada por José González Aguirre, el "Diccionario geográfico y estadístico de Asturias (1897),coinciden en la misma descripción :" BOCINES (San Martín de ): parroquia del concejo de Gozón, partido judicial de Avilés, a 5 leguas de Oviedo y 2 de Avilés, sita a la orilla del mar, con un clima templado y sano. Comprende los lugares de Antromero de Abajo, Antromero de Arriba, Cabornio, Coudres, Cuijoo, Fumayor, Gallega, Monteriundo, Parrilles, Salinas y la Uz. Fue aneja de la de Pie de Oro. Confina con Cardo, Luanco, Nembro y Pie de Oro". En este texto no figura en cualquier caso aquellas zonas enumeradas por Marcelo.
Durante al menos el siglo XVIII fue Bocines hijuela de la parroquia de Piedeloro (tal recuerda el Catastro del Marques de la Ensenada), esto es, pertenecía a la jurisdicción de esta. Pudiera ser que durante este periodo fueran segregadas y anexionadas aquellas áreas a la parroquia luanquina, dada su proximidad.
Las segregaciones pacíficas e incruentas de territorios y posterior incorporación a otras distribuciones geográficas se han realizado a lo largo de la historia por diferentes métodos. Algunos tan rocambolescos como modificar artificialmente el cauce de un río, para cambiar fronteras. También mediante petición popular, sufragio e incluso sisa por la parte interesada.
Sin adentrarnos en polémica alguna, ni abanderar reivindicación que pudiera enaltecer sombríos quereres y considerando los límites de nuestro pueblo en su acepción etimológica más admitida, Inter=entre y merus = arroyo o río, esta que nos recuerda la delimitación territorial de Antromero por los arroyos de La Granda (Pielgo) y La Gallega, iniciaremos este recorrido en la playa del Aramar, hacia el Este, y así llegar hasta el punto final, la Playa de San Pedro.
La Isla del Carmen y El Aramar, en nuestro pueblo van de la mano. Connotaciones sentimentales grabadas en la piel y el fruncido de los años lo hacen posible. Las relevantes anotaciones históricas al respecto ya han sido expuestas en anteriores capítulos, aunque nos sentimos obligados a hacer un pequeño recordatorio, sin más ambición que aliviar el desasosiego de evocar andanzas que escapan entre los desvencijados resortes de recuerdos aparcados.
En esta zona se han documentado diferentes asentamientos humanos y otros indicios históricos, correspondientes a distintas épocas. Tal y como se expuso en el anterior capítulo en la playa del Aramar y alrededores se localizaron más de cien útiles, procedentes de nuestros antepasados de de la época Asturiense.
El Aramar, compuesto de piedras y arena forma una especie de concha que se funde con la Isla del Carmen. La historia marinera de este islote, de nombre Peña Cercada, se verá reforzada a finales del siglo XVII, por la peripecia vivida por el patrón de la pinaza de vela y remo, Agustín Álvarez. Su embarcación " Nuestra Señora del Carmen", sufriría el acoso de un barco de corsarios ingleses. Buscando refugio en el entorno de la Isla del Carmen, pudo eludir a aquellos piratas.
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Fuente: Alberto F. Ibaseta. Espectacular imagen aérea de la Isla del Carmen (Peña Cercada). En ella se aprecia la ubicación de la ermita. |
Aquel hombre, mostrando su agradecimiento por la protección y ayuda recibida del mundo espiritual, en el año 1701 inicia la construcción de una ermita en honor de la Virgen del Carmen (como el nombre de su barco), en aquella Peña Cercada. Desde entonces forma parte de la devoción marinera del lugar y punto de encuentro festivo en el día de su celebración, por parte de nuestros vecinos.
Para dotar de mayor credibilidad esta veneración religiosa, que se transforma en muchas ocasiones en el pacto de la tranquilidad a través de promesas y oraciones con los entes superiores, recurrimos a las reveladoras declaraciones de la gente. Así María del Rosario Muñiz Menéndez, recuerda : " A principios de los años 60, estábamos celebrando la fiesta del Carmen ( en la romería, frente a la isla), se levantó una gran galerna de la nada. Mi madre y yo volvimos a casa fruto de la desesperación de no saber nada de mi padre que estaba al bonito". El regreso, estamos seguros, estuvo lleno de peticiones y plegarias a la Virgen, para preservar de cualquier mal al bueno de Menéndez y a sus compañeros.
La veneración y promesas religiosas forma parte de la idiosincrasia de los pueblos marineros. En el Cantábrico la presencia de pequeñas ermitas y santuarios en el entorno de sus costas así lo evidencia. La lealtad al santo o santa de estos hombres azotados en su piel por la salitre y la mar es incuestionable. Pocos rezaran y rogaran con mayor fervor, sin mayor conocimiento de oficio religioso que ellos. Plegarias para que la buena mar y mejores vientos acompañen a sus trajines, a sus costeras.
La declarante Benigna Anxelín, dota de otra perspectiva la celebración de la fiesta del Carmen: " Mi madre, Josefa, no era de fiestes, pero la del Carmen era sagrada. Iba mucha gente y de todos los lados". Haciendo una precisión: " Aparte de llevar comida lo importante era pasar para la Isla, para rezar y pedir. Si la marea era viva, se aprovechaba la bajamar para cruzar entre les piedres. Pero otres veces se pasaba en lancha". Añadiendo un detalle del que teníamos fundadas sospechas: " Entre los chavales, siempre los había que aunque hubiera lancha para cruzar, lo cruzaban a nado. Sobre todo habiendo rapacines pa presumir". El espíritu y naturaleza humana es más fácil exhibir que aplacar, especialmente en determinadas edades.
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Fuente: Laudina Artime. De izquierda a derecha: Benigna Anxelín, Donata Julián, Josefa Anxelín, Paulina Anxelín. De pie, Laudina. Disfrutando de un día del Carmen, ya en la isla. (1948).
Fuente: Ángeles Vega. La fiesta del Carmen fue siempre una fecha marcada en el calendario de todo el pueblo de Antromero.
Fuente: Mercedes Menéndez. La fiesta no hace distinción de géneros. Nunca lo hizo, pese al interés demostrado por ciertos sectores de la sociedad.
Fuente: Benigna Anxelín. Adolescentes disfrutando del Carmen (1953).
Fuente: Loli García. En la romería del Carmen. Al fondo, Pesquerías. Monste la de Casa Norte, Naci El Molín, Ricardo, Víctor El Molín...
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Aquel día señalado formaba parte de la larga tradición del pueblo. Donde la visita a la ermita y sus alrededores era una obligación que se emplazaba a cada año, siguiendo aquellas costumbres de respeto y casi ritual de paso, derivadas de la actividad marinera vinculada a Antromero.
El vecino Alfonso Pinón, no deja lugar a dudas en su sentencia, respecto al éxito de participación: " Venía una cantidad de xente tremenda". Emilia Posada escenifica más aun aquel panorama: " La gente venía de todos los lados: Antromero, Luanco, Candás, Perlora... Familias enteras, con bolsas de comida. Miraras pa donde miraras solo se veía gente por todos los sitios". Matizando en acertada reflexión uno de aquellos motivos: " Era a mitad de julio, en pleno verano y el buen tiempo estaba garantizado casi siempre". A la vez esgrimiendo una sentencia que bien pudiera dar motivo para un largo estudio sociológico: " Antes para llenar los praos y la Isla del Carmen, no hacía falta traer buenes orquestes y músicos, como ahora. La gente movíase por la fe y la devoción a la Virgen. Y pa la fiesta bastaba con una gaita y un tambor. Ahora la gente no se conforma con nada, tienen de todo y quieren más todavía. No son felices con nada".
Las creencias populares se van aderezando con nuevas historias, según transcurre el cadencioso paso del tiempo. En el exterior de la ermita y a unos metros existe una construcción cónica, en la que hay un convencimiento aceptado socialmente de ser el lugar de enterramiento de un eremita que vivió sus últimos años en aquella isla.
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Fuente: Alberto F. Ibaseta. Vista parcial de la Isla del Carmen. A la izquierda, el indicador del supuesto enterramiento del eremita. |
Etimológicamente, el nombre de Aramar, parece proceder de la expresión latina " Ara maris", esto es, altar del mar. Con este argumento algunos defienden y esgrimen como posible la existencia de un templo romano (de la presencia de aquel imperio, hace 2000 años), debajo de la actual capilla.
También parece ser que en esta zona se desarrollaba la desecación de agua salina, para la elaboración del estimado y fundamental sal, durante la Edad Media. Sin olvidar en nuestra parroquia al topónimo Salinas (officinae salinarum), esto es, lugar de producción de sal. Documentalmente en el año 1060, Adosinda Roderiquiz, viuda de Garsea Ouequiz, dona al monasterio de San Salvador de Oviedo, la villa de Condres "iusta ripa maris" (solo la orilla del mar). En este documento no se cita expresamente que se trate de una fábrica de sal, pero todo apunta que fuera así. Aquella actividad marinera que se desarrollaba en nuestras costas, exigía la presencia de este mineral sedimentario para la conservación de las capturas de pexes.
En cualquier caso, debemos de reseñar que la vinculación de alguno de nuestros vecinos superaba esta relación religioso-festivo con la isla. Nuestra vecina Conchita Los Páxaros, fue durante mucho tiempo guardesa de la ermita que engalana ese peñón rocoso.
El Pico Los Moros.
"Meyor deíxalo asina,
sin abrir,
ayalga bruta, tesouru fiel".
Vanessa Gutiérrez.
Frente a la Isla del Carmen, nos topamos con una singular península, la llamada Tierra de los Moros o el Pico de los Moros. Se trata de un pico que en elevación amenaza con invadir aquella ínsula, un pequeño cabo costero entre la playa de Rebolleres y la del Aramar.
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Fuente: Google Earth. Vista aérea de la Tierra o Pico de los Moros, señalada con una flecha.
Fuente: Google Earth. Vista desde la carretera de esa misma área. A su derecha, la capilla del Carmen.
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Antes de adentrarnos es más detalles respecto a esta zona, vamos a hacer una breve reflexión respecto a este topónimo "Moro". Se trata en cualquier caso un nombre muy utilizado en prácticamente toda Asturias, aunque con connotaciones bien diferentes según la zona geográfica.
Lo que resulta indiscutible es tratar de encajar en un espacio y tiempo histórico ese término, resulta una labor altamente atractiva y de resultados infructuosos. Lo primero que se nos puede venir a la cabeza al pensar en "Moro", es la referencia de la invasión de la Península Ibérica por parte de los musulmanes , en los inicios del siglo VIII. Nuestra leyenda más conocida, la del "Tesoro", invita a ello.
Pero lo realmente verosímil es que citar "tiempos de moros", "Tierra de Moros" o en su defecto "Torre de Moros", nos traslada a tiempos pasados, lejanos e imposibles de precisar en que espacio concreto de nuestra historia pudieron haber ocurrido. Ya han cruzado el umbral que separa el mundo real del mágico y de sus creencias populares y con ello la indefinición del momento.
De esas últimas presunciones, sin apoyo documental alguno, derivan creencias que han llegado hasta nuestros días. Durante siglos se les han vinculado todo tipo de construcciones, fortalezas, fosos defensivos, túneles y sobre todo tesoros. Poco ha importado la antigüedad de estas y la imposibilidad de su ejecución por parte de los "moros". La vinculación popular les ha asignado infinidad de restos y ruinas, desde construcciones megalíticas hasta otras medievales. Así una de estas transmisiones orales ha llegado hasta nuestros días, tal lo recuerda Aurelio Fernández Sirgo: " Lo de los moros, siempre escuché que se debía a que había una pequeña cueva donde se guarecían y dormían".
Respecto a nuestro "Pico de Moros", está catalogado e identificado por el arqueólogo Bernardino Díaz Nosty, en la Carta Arqueológica de Gozón (1992), elaborada por el mismo. Posteriormente, en el año 2010, será incluido en el catálogo de fortificaciones medievales del Proyecto Castella, coordinado por Avelino Gutiérrez González.
Recurrimos a las declaraciones del arqueólogo Eduardo Pérez, quien así describe estos restos: " El yacimiento es definido como torre medieval, tanto por sus características topográficas como el topónimo "Tierra de Moros". En la parte más alta del cabo, a la derecha de un mojón de hormigón , se reconoció una estrecha zanja de 0,60 metros de ancha aparentemente labrada en la roca y rellena de piedra caliza suelta, que fue interpretada como parte de la cimentación de algún tipo de edificio (1992)". El mojón de hormigón, tal y como se puede sospechar, se trata de una alteración reciente para algún tipo de contrapeso o construcción moderna y nada que ver con la posible edificación original.
Casi veinte años después de esta descripción, esto es en 2010, se vuelve a reconocer este paraje y ya no se pudieron identificar estos restos descritos con anterioridad y si la posibilidad de existencia de un posible foso, relleno en sus extremos y en la mitad de esa península.
Pero, ¿Cuál pudo haber sido el motivo para su edificación?. Aprovechamos las deducciones de Ignacio Pando, para corroborar nuestras sospechas de construcción defensiva: " ... y cuando en el año 844 los temidos normandos llegan a las costas del centro de Asturias, ese hipotético peligro se hace real, iniciándose la construcción de numerosos puntos de vigilancia que tendrían como centro el Castillo de Gauzón....por la que se instala uno de esos puntos de vigilancia sobre un promontorio cercano a este territorio, conocido como la "Casa de los Moros", dominando una amplia franja del litoral, que se mantendrá como tal puesto de vigía durante muchos años pues la presencia de piratas corsarios y flotas enemigas son constantes en la historia del concejo hasta el siglo XVIII".
Todo apunta que las hipótesis de una construcción de carácter defensivo toma visos de realidad. Demostrando con ello la importancia que tuvo este lugar para todo tipo de actividades, que durante miles de años desarrollaron en este paraje.
El Truán (1).
"El acantilado irregular
tiene mil caras
en mil horas".
Ralph Waldo Emerson.
Decía el ilustre Ortega y Gasset, quien tenía uno de sus abuelos con la divisa del apellido Artime, que el asturiano no sabe dar rodeos, va derecho a por las cosas que le interesan. En esta tierra se nace con el innato conocimiento de la racionalidad, de la subsistencia. Esa misma que trata de evitar el huir del terruño que se ama, recurriendo a la conciencia de la autarquía, ganando batallas en el día a día y retando en un pulso desigual a la naturaleza. Los pedreos que nos rodean son testigos del esfuerzo, de la cabezonería que hacen gala nuestros vecinos. En la mayor de las ocasiones solidarios, apacibles y rudos, pero sobre todo trabajadores y socarrones. Si, es cierto que entregamos a manos llenas, pero también pedimos a esa mar que nos rodea, que nos inunda.
Nos adentramos en los acantilados más abruptos, accidentados y arriscados de nuestro pueblo. Tónica que se mantendrá hasta el pedreo de El Bigaral. Abandonamos el Pico los Moros y nos encontramos con una cala en forma de concha, con unes grandes llastres (2) que insolentemente se adentran en la mar. Envuelto todo ello en unos acantilados elevados, amenazantes, que guardan y cobijan celosamente un territorio desconocido para la gran mayoría.
La dificultad en el acceso es el perfecto test para hacer una selección natural a sus visitantes. Se trata de una cala, como casi todas, rica en mariscos y todo tipo de crustáceos. La comercialización del ocle a mitad del siglo pasado, supuso un añadido más al valor intrínseco y crematístico del lugar. Para evitar el desgaste físico y sobreesfuerzo que representaba el subir aquel preciado tesoro marino por su ruta acantilada, se idearon los güinches, cabestrantes para transportar en altura materiales.
El pionero, tal y como lo recordó Aurelio Fernández Sirgo, en el capítulo dedicado al ocle (n. 15), fue Manolo Capacho quien aplicó con eficacia su imaginación para aminorar y rentabilizar esfuerzos: " En la bajada del camino que va al Aramar, construyó un tiralínea de tracción manual, para subir el ocle desde el pedreo del Truán. La estructura era básica, pues la polea era la rueda de una bicicleta y Manolo con una cuerda tiraba desde arriba". El sacrificio era importante y provocaba abrasión en las manos, que ante la ausencia de guantes minimizaba recurriendo a la inventiva: "Manolo pegaba a las manos trozos de goma de las cámaras de las ruedas de bicicletas, evitando el quemarse con el rozamiento a la hora de tirar".
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Fuente: Paulino García. El Truhan y al fondo la Punta La Riba, o Punta La Arena. |
El ocle varao, ese que arribaba a tierra tras las grandes marejadas fue inicialmente menospreciado por los profesionales de la mar. Pescadores y mariscadores son reacios a su recolección, considerando esta una actividad propia de los advenedizos, de aquellos que solo miran a la mar en estas puntuales ocasiones. El paso del tiempo y los réditos económicos encauzaran actitudes y en el escenario de los pedreos coincidirán los intereses de ambos.
Tras el Truán, nos tropezamos con un saliente llamativo, una península que sobresale por el tono amarillento que contrasta con el grisáceo predominante. Estamos ante la Punta La Riba o Punta La Arena.
(1). El Truán, así sin hache intercalada, tal y como lo exige las normas ortográficas. Esta transcripción popular así ha llegado hasta nuestros días y así mantenemos el vulgarismo.
(2). Les Llastres, son unas largas peñas, alargadas y tendidas sin gran inclinación. La más popular en Antromero, es la Peña Larga, lugar que en las bajamares es aprovechado para tomar baños de sol. En los años 70, los jóvenes de entonces aprovecharon el éxito de una canción, modificando su letra, alabando la belleza femenina y el uso de esta roca.
Punta La Riba o Punta La Arena.
"Si recuerdo quien fui, otro me veo,
en el pasado, presente del recuerdo".
Fernando Pessoa.
La Punta de la Arena es una pincelada de color cálido entre la uniformidad de tonos grisáceos del Truán. Al viajero novel le llama poderosamente la atención la osadía y reto de este peñón que irrumpe con fuerza en la mar, con cada vez menos argumentos físicos para quedar sujeta al acantilado. Es una península con sueños de independencia, con ínfulas de ser isla. Así lo recuerda Aurelio Fernández Sirgo: "Hasta no hace muchos años se podía pasar con comodidad, pero la mar lo ha ido comiendo todo, y el paso tiene mucha dificultad".
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Fuente: Paulino García. La Punta de la Arena: "...y el paso tiene mucha dificultad".
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Nuestros cantiles son objeto de la atracción de los visitantes. El conjunto de su belleza no pasa desapercibida y es un reclamo turístico y cultural más en el conjunto de la parroquia. La mar no deja en ningún caso indiferente a nadie, se odia o se ama, no hay medias tintas. Exige, reclama y concede bajo el manto de su autoridad absoluta, su dictadura no tiene parangón. Roba y destruye en unos lados para regalar dadivosa en otros, con un comportamiento caprichoso e inexplicable.
Para los humanos detrás de la exigencia de vivir está la trastienda del esfuerzo, del trabayo perenne y eterno que exige la invitación de puertas abiertas que ofrecen los pedreos en la brega del día a día. Las posibilidades de rentar en estos avatares contemplaban un amplio abanico y ninguna era menospreciada. La visita a la mar fue siempre con intención productiva, los momentos de ocio eran escasos y no pasaban por el disfrute de los baños de sol y agua marina, como ahora acontece.
Los menguados recursos eran compensados con la imaginación. No había nada que pudiera igualarse como la arena, para lustrar las chapas de las cocinas de carbón y leña, junto con los vetustos suelos de madera. Vecinos iban y venían en dirección a la Punta de la Arena para cubrir aquella intendencia de limpieza doméstica.
La suerte esquiva y desventurada esta siempre al acecho y deja su sello en forma de fatalidad. Tal lo detalla Benigna Anxelín: " Mi güela estaba recogiendo arena pa fregar y le cayó una pequeña piedra sobre las piernas. Era del tamaño de un vaso de sidra. No podía moverse y la tuvieron que traer pa casa en una silla". Confirmando en sus palabras aquel infortunio: " Nunca más se pudo mover por si sola. Toda una vida en la cama, hasta que murió". Los peajes de la vida son en ocasiones demasiado crueles.
De aquella actividad desarrollada a los pies de esa Punta, puede dar fe desde su infancia Carmina Sirgo: " Cuantas veces nos metíamos a sacar la arena en una cueva que allí había. Y cantando a todo meter Ramón de Carretilla y yo, sin miedo a nada". Subrayando lo deducible: " Menuda inconsciencia se tiene cuando eres joven". Aunque en su descargo recordamos que el miedo nunca es inocente.
Todo servía para ayudar a los recursos familiares y la venta de este árido era una oportunidad para ello, como lo detalla Aurelio Fernández Sirgo: "Íbamos con el caballo y las alforjas a buscar la arena. Después hacíamos bolsas pequeñas y se llevaba a la plaza de Candás a vender".
Será en este punto estratégico donde se van a instalar los primeros güinches motorizados en Antromero, para subir el preciado ocle desde el pedreo. Evitando con ello el costoso esfuerzo físico que requería subir al llombo por el trazado que señalaba la riba. Siendo pionero en colocar este ingenio Enrique Fernández, al que se sumaran tiempo después Miguel y Tivo.
La Fedionda y Gargantera (4).
" Mi padre escuchaba el mar, el sonido de las olas
romperse contra el acantilado. Jamás escuchó a las personas.
Se pasaba horas mirando ese acantilado deseando
comprender qué le quería comunicar ese sonido".
Albert Espinosa.
Dejando a nuestras espaldas la Punta La Arena, se cae directamente a La Fedionda, pedreo que busca la protección de aquel saliente, con un brazo rocoso visible a la bajamar, de todas las amenazas que traen los temporales del norte. Su dificultad de acceso la hace ser la gran desconocida para el viajero de nuestras costas, no así para los vecinos quienes han sabido rentar la riqueza que guarece entre sus piedras y aguas.
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Fuente: Google Earth. La Fedionda, en la imagen se aprecia la protección que hace la prolongación de la Peña La Arena de este pedreo.
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Como el resto de las calas circundantes entre sus rocas existe gran variedad de moluscos y crustáceos, actualmente regulada su captura por severas normas administrativas. Ribera de tradición oclera, hoy venida a menos.
Ante los ojos del visitante, llama poderosamente la atención el contraste cromático de sus piedras. Al oeste, la zona amarillenta derivada de las arenas del cabo que da nombre a las mismas resalta sobre los tonos rojizos del resto de la playa. Estas últimas tonalidades son debidas al óxido de hierro de las rocas del Periodo Devónico (3), que se encuentran en gran parte de su acantilado.
Abandonando La Fedionda, nos encontramos con una de las riberas más espectaculares y misteriosas: la bella y agreste Gargantera. Playa de canto rodado y con algún contado parche de arena. Encajada entre el monte de El Tesoro y El Bigaral, reta para su disfrute a los más atrevidos y osados, dada su dificultad de acceso. No apta para espíritus cansados y de costumbres clásicas, declina de su goce a los usuarios de sombrilla, nevera, sillas y demás instrumentación de los tradicionales eventos estivales playeros.
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Fuente: Despercu Des. Bajada a la playa de Gargantera, por el acantilado y la cuenca del río La Viesca. La imagen vale más que mil palabras. |
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Gargantera, Vista desde la carretera del Bigaral. Al fondo y a la derecha la Punta de la Arena. En el último término una aberración urbanística, fruto del intento de las últimas décadas de "mediterraneizar" esta costa. |
Presidiendo aquel imponente acantilado nos encontramos con el monte del Tesoro, encima de la riba de Gargantera. Antaño frondoso bosque de pinos y hoy vencido en su pretensión vegetal por el nematodo (5). Un querer y no poder, que en ningún caso minimiza su pasado impregnado de leyenda.
Estamos en la zona cero de nuestros mitos y fábulas, que encabeza el enterramiento de una ayalga, de un tesoro. Con esta leyenda formamos parte del entramado popular de estas historias que dominan pueblos y aldeas de Asturias, de riquezas ocultas y maldiciones que las acompañan.
Cuenta la historia popular que se remite a los tiempos de la Reconquista, que los moros en su precipitada huida agruparon todas sus riquezas y la enterraron en ese monte. Otros informantes van más allá en sus añadiduras, detallando como ante la imposibilidad de huir decidieron suicidarse, lanzándose por el acantilado de Gargantera. Este sacrificio lleva impregnado el pacto con el averno, con los infiernos y así abocar a la maldición a la persona que encuentre esa fortuna.
Nos consta que pese a ese maleficio hubo gente que rondó e imitó en sus actuaciones a los topos, horadando el suelo, para disgusto de la propiedad del pinar. Si hubiera que corroborar la existencia de ese tesoro, nada mejor que el apoyo de las declaraciones de nuestros antepasados, tal fue el caso de Rosario La Salada, quien se encargaba de detallar con todo lujo de detalles la prueba irrefutable : “Cuando iben a llindar (cuidar) les vaques al Tesoro, del lao del que se echaba la vaca se veía marques de monedes y algunes vaques aparecíen con pintes por ese lao”.
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Fuente: Jessica Pizarro. Rosario La Salada. |
Siguiendo con las leyendas, en la base del monte y a nivel de marea, nos encontramos unos agujeros horadados sobre la roca viva, rojiza emparentada con la del pedreo de La Fedionda. Son los Fornones, vinculados a temores infantiles y las leyendas de riquezas esquivas. Así lo recordaba Josefa Llantada: ”Cuando les muyeres diben al pedreu a buscar agua pal fermientu, munches de elles veien una pita con pitinos como si fuesen de oro. Diben a cogelos y nunca podíen dar con ellos porque se metíen entre les peñes o escondíense en los fornones”.
Todas esta historias no van a pasar desapercibidas y será el insigne etnógrafo Aurelio de Llano Roza de Ampudia, quien en su obra editada en el año 1922, " Del Folklore asturiano: mitos, supersticiones y leyendas", nos deleita con esta cita: “...y en Antromero, concejo de Gozón, las xanas tienden la colada al resplandor de la luna” para añadir más adelante:”...y estando en el pedreu, a la orilla del mar, oyen piar en las cuevas del cantil los pitinos de las xanas que viven allí". Todo ello muy vinculado a las declaraciones de nuestra anterior declarante.
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Detalle del libro (primera edición) de Aurelio de Llano Roza de Ampudia, " Del Folklore asturiano. mitos, supersticiones y leyendas", en la que se recoge una de las referencias de Antromero, con error tipográfico incluido. |
No podría ser de otro modo y así lo confirma nuevamente esta actividad desarrollada en Gargantera nuevamente Josefa: "Desde la riba se veíen pañales y ropa tendida por encima de les peñes. Pero cuando la gente se arrimaba, aparecía una muyer vieya que lo metía todo pa los Fornones". Desde afuera de los Fornones se oía la música de la gaita y del tambor.
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Fuente: Paulino García. Foto que ilustra la zona mágica de Gargantera. El monte del Tesoro y debajo los furacos llenos de misterio, los Fornones. |
Podemos observar que la vida de les xanes se desarrolla con la normalidad de cualquier otra mujer (lavan y tienden la ropa, cantan y bailan, cuidan de sus pitinos ) pero todo ello pasado por el tamiz de la magia y el mundo maravilloso de los tesoros.
También nos recuerda Luis Servando un uso más mundano e insospechado de Los Fornones: " Falín el rey de los pulpos usaba Los Fornones como residencia. Allí tenía sartén, preparaba comida y luego a dormir". El personaje al que se remite Luis era un popular pesquín de los pedreos, que pululó por estos lares durante la primera mitad del pasado siglo. Envidiado por sus artes y capacidad de pescar y marisquear.
La fascinación de los lugares mágicos de este cantil no se acaban aquí. Será nuestro vecino Raúl Sirgo quien precisa otro lugar lleno de encanto y fantasía: "Según la tradición de Antromero, los guajes iban a jugar al Peñón de Gargantera, cantando lo que sigue:
"Sal xana, sal.
Sí sal el gigante
que no se espante,
sí sal la xanina
la mi amiguina".
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Fuente: Google Maps. Vista aérea de la zona de Gargantera, donde se señalan los tres puntos vinculados a las leyendas de Antromero. 1. Monte El Tesoro; 2. Los Fornones; 3. El Peñón.
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El Peñón es una gran piedra producto de un argayo y que la fuerza de la mar ha ido desplazando hacía su dominio, dejándola en una inclinación de 45 grados. Debido a su posición suele ser utilizada como tostadero, para dotar a la piel de un moreno envidiable. También en las pleamares se convierte en habitual puesta de pesca para intentar capturar las especies habituales de esta zona.
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El Peñón de Gargantera. Leyenda y pragmatismo aúna su figura rocosa. |
Aunque no lo pudiera parecer este pedreo también era trabayo. Labores impensables hoy en día como fue la recogida de piedra, a través del güinche del Tesoro. A principios de los años 50 del pasado siglo, Jesús El Cuadrero, conseguirá de la administración pública una concesión para extraer piedra de las riberas de La Fedionda y de Gragantera. La necesidad de materia prima para todo tipo de obras en un país hundido económicamente tras una dura guerra, va a facilitar aquel permiso.
La logística se reduce a un cabestrante con una línea para cada lado del monte y un motor de tiro. Para precisar con más detalle esta operativa, recurrimos al conocimiento de Aurelio Fernández Sirgo: "Jesús el Cuadrero, junto a su mujer Justa y el mudo de Barrera van hacer un equipo para sacar piedra de la Fedionda y Gargantera. El trabajo se distribuye con Jesús al mando de la maquina y su mujer y el mudo, cargando el caldero del guinche en los pedreos. Aquel trabajo era más propio de animales de carga que de personas". Para mantener la infraestructura e instalación, el trabajo se hacía más duro si cabe: "Para evitar el descubrir el poste de la sujeción de los tirantes, usaban una carretilla. El trabajo era doble, pues se cargaba dos veces (carretilla y el caldero)". Debido a las condiciones del cable de sujeción, había preferencia : "Trabajaban más en la parte de la Fedionda porque el recorrido del cable era más corto y en Gargantera alguna vez tenían problemas con el paso del caldero".
Toda la grava que se recepcionaba en el Tesoro, se sacaba con los camiones. El punto y final a este negocio fue a principios de la década de los años setenta.
Y por supuesto el ocle, siendo Gargantera una de las grandes beneficiarias de aquel arribazón invernal. Formando bancadas que bien pudieran alcanzar la altura de varias viviendas. Así lo recuerda Félix Hevia: " En Gargantera siempre varó mucho ocle. El problema era como sacarlo, porque por el camín metía fumo y en lancha tenía que estar la mar bella. Nosotros montamos un güinche en la bajada del camín del Bigaral, que antes había colocado Juan El Salamanquín". Precisando en cualquier caso aquel volumen de algas: " Yo nunca ví tanto ocle en ningún lao como después del ciclón de la Hortensia (6). El primer bancao tenía más de diez metros de altura y después otro y otro ...". Ya lo decía José Adela: " La mar y los pedreos siempre dan trabayo".
Esta zona recorrida desde Gargantera hasta la Isla del Carmen fue durante muchos años un vivero de moluscos, crustáceos y pexes de todo tipo y pese a la abundancia de capturas, había gente que hizo de estes peñes y llastres su dominio. Sin ánimo de desmerecer a nadie, recordaremos las figuras de Falín de los Pulpos, Antón La Salada y su cuñada Carmen, Venancio Artime (hijo de Antón), los hermanos Ángel, Félix y Pepe Hevia y actualmente Rafael Gutiérrez, heredero de los conocimientos de Venancio y sus primos ( Hevia).
(3). Estos sedimentos de color rojizo fueron generados cuando la Tierra estaba en un proceso de grandes cambios y América del Norte colisiona con Europa. Estas rocas tan características y vistosas van a dar nombre al periodo geológico del Devónico (416 millones de años), ya que se estudiaron por primera vez durante el siglo XIX, en la cuidad de Devon (Inglaterra).
(4). El Diccionario Histórico Español en una de sus acepciones, define a "gargantera" como una afección de garganta, que bien pudiera ser anginas. Otra de sus definiciones deriva al mundo rural: " Una de las correas que sujetan la cabezada del animal. En cambio, en asturiano puede ser: "Insaciable. Glotón. Persona o animal que come lo de los demás". El razonamiento de denominar así nuestro pedreo, se nos escapa de nuestras posibilidades de raciocinio.
(5). El nematodo de los pinos (Bursaphelenchus xylophilus), es un organismo vivo que provoca graves daños en numerosas coníferas, especialmente los pinos. Causándoles un marchitamiento que les lleva a su secado total y por supuesto, su muerte.
(6). El ciclón Hortensia visitó nuestra región el 4 de octubre de 1984. Causó innumerables destrozos y dos victimas mortales en Asturias.
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