Capítulo 23. El milagro de la tierra. Primera parte. La casería (I).

 


Panera del Molín del Pielgo. Años 60.



Capítulo 23.



El milagro de la tierra.  Primera parte.




La casería. (I)

  



Breve introducción.   



Ganarás el pan con el sudor de tu frente...”

Génesis, 17.



         En estos venideros capítulos vamos a tratar de recordar  pequeñas historias y episodios de la vinculación de nuestros vecinos, con el trabayo de la tierra .

            Tal y como viene ocurriendo desde el inicio, no se persiguen con ello grandes  pretensiones. Tan solo trataremos de refrescar una parte de aquella vida forjada con sudor, esfuerzo y manos encallecidas de  los antepasados. Aquellos  que estuvieron  acuciados por el objetivo de atender las más elementales necesidades  de sus familias . Escogiendo la opción que la tierra les brindaba.

            Una existencia dura, llena de penalidades y miseria. La esclavitud de la tierra ofrece escasas satisfacciones. Así lo expone  Fray Benito Jerónimo Feijoo (1674-1764), quien describe aquella existencia durante el siglo XVIII: "Pero hay hoy gente más infeliz que los pobres labradores?. De las inclemencias del Cielo, sólo toca a los demás hombres una pequeña parte; pues exceptuando a los labradores, todos, por míseros que sean, se defienden ellos con humilde techo; o si algunos sufren a Cielo descubierto, no es por mucho tiempo. Más los labradores todo el año, y toda la vida están al ímpetu de los vientos, al golpe de las aguas, a la molestia de los calores y el rigor de los hielos". Detallando en sus escritos su miserable alimentación y vestimenta: "En estas tierras no hay gente más hambrienta, ni más desabrigada que los labradores. Cuatro trapos cubren sus carnes, o mejor diré que por las muchas roturas que tienen, las descubren. Siendo su alimento un poco de pan negro, acompañado de algún lacticíneo o alguna legumbre vil, pero todo en tan escasa cantidad que hay quien apenas una vez en la vida se levantan saciados de la mesa". Denunciando el sistema opresor de la propiedad y el duro trabajo cotidiano: "Agregado a estas miserias un continuo trabajo corporal rudísimo, desde que raya el alba hasta que viene la noche. Ellos siembran, aran, trillan, siegan y después de hechas todas estas labores les viene otra fatiga nueva, y la más sensible de todas, que es conducir los frutos, o el valor de ellos, a las casas de los poderosos, dejando en las propias a la consorte y los hijos llenos de tristeza y bañados en lágrimas".

            El benedictino Feijoo, recoge con precisión quirúrgica el estado de aquel gremio en aquellos tiempos. En cualquier caso, se repetirá en forma similar, sin grandes cambios, durante todo el siglo XIX. Este tendrá un inicio demoledor, con la Guerra de la Independencia contra el invasor francés. Sumándose a aquel poco prometedor preludio, unas condiciones climatológicas adversas que acompañaron a las anti-diluvianas prácticas agrícolas existentes. A este compendio se sumarán las onerosas rentas por el uso de una tierra que no era propia. Representando todo ello un punto y final a cualquier atisbo de mejoría posible.  Podría resumirse en pocas palabras, que no ofrecen duda: "Trabayo duro, rendimiento escaso y la tierra del amo".

              Para manifestar aquel estado de necesidad recogemos el testimonio del Gaspar Casal, quien en su magna obra "Historia natural y médica de el Principado de Asturias", publicada en 1762, expone: "Pocos labradores sufren de la gota o de la piedra en esta provincia, en contraste con muchos ricos y ociosas. Los labradores viven sin carne ni pescado, hasta sin pan de trigo y ni una gota de vino". La evidencia del desequilibrio social se manifiesta una vez más. En esta ocasión, expuesta en la alimentación de unos y otros.

         Para testimoniar estas exposiciones, caleyaremos por la alcordanza. Rememorando  aquelles llabores interminables que acompañaron los quehaceres diarios de los nuestros. Recordando, y si fuera posible, entreteniendo con este puñado de líneas siempre guiadas por la sapiencia y declaraciones de nuestros vecinos.

          Ojalá se cumplan estos deseos con los que arrancamos este capítulo. Apesadumbrados por la dimensión de aquellos trabajos pa matar la fame e inmersos en unos tiempos diferentes y hoy casi desaparecidos.




Casualidades de la vida.

 

 

“La desesperación del ser humano

está en el olvido, en la desaparición de

sus recuerdos...”

 Manuel García.


 

          Debemos de tener en cuenta  al hacer un breve recorrido histórico del desarrollo de la agricultura  por parte del  humano de una elemental premisa: la diferencia entre el ser sedentario y el nómada- recolector. ¿Cuándo se dividen estos dos estadios?.

           Durante más de 2,5 millones de años, los seres humanos basaron su subsistencia en la recolección de plantas y cazando a aquellos animales salvajes que vivían en su entorno.  La aparición del homo sapiens va a transformar aquellas prácticas. Esta transición va a representar el paso de aquella recaudación de frutos y bayas silvestres a el proceso de cultivo y producción de los alimentos. Con ello, aparece un nuevo régimen económico y  la conversión del humano en ser sedentario.

          La génesis, el nacimiento de este nuevo estadio que va condicionar el desarrollo de la humanidad, se concreta en el momento en que aquellas primitivas tribus, toman la decisión de dejar de ser trashumantes. Instalándose en valles y vegas fértiles propicios para sus nuevos fines.

            Así se puede considerar que las primeras sociedades con unos evidentes intereses de estabilidad, esto es, con apego a la tierra que pisaban y sus consecuencias, se ubicarán en el sudeste de Turquía, entre los años 11.000 y 7.000 a. C. Será  durante esta época cuando se inicie  el cultivo continuado de ciertas especies vegetales, tales como la cebada, el trigo y la escanda. Los sapiens comienzan  a dedicar su tiempo  a manipular unas pocas categorías de  plantas. Estos son en definitiva, los orígenes de la agricultura, tal y como hoy la podemos entender.


Mapa donde se recogen las revoluciones agrícolas confirmadas
y las posibles.

        Con el paso de los años, estos conocimientos se irán transmitiendo al resto de Europa.  Recogemos el testimonio del historiador Carson A. Ritchie, quien tomando como base de su argumentación el trigo silvestre, llega a la conclusión de que para solventar los inconvenientes propios de su recogida, nuestros antepasados (hace 11.000 años) van a fijar definitivamente  las raíces de lo que hoy somos: “Los alimentos silvestres tienen sus inconvenientes. Como fue el caso del trigo silvestre que cuando maduraba, las espigas explotaban y dispersaban sus granos, haciendo imposible su recolección. Era evidente que esta circunstancia solo se podía solventar segando las espigas antes de su maduración. Todo el mundo, incluido mujeres y niños ayudan en su recolección”. Y es aquí cuando el insigne investigador pone el punto de inflexión: “ Debido al escaso tiempo que disponían para hacer ese trabajo, era necesario estar próximos a los campos de trigo. Así en lugar de llevar una vida nómada, los campesinos neolíticos  empiezan a formar campamentos y residencias próximos a los campos de trigo".


Primitivos recolectores de frutos silvestres.


            En cualquier caso y pese a todo lo expuesto, nos remitimos al etnólogo Julio Caro Baroja, quien resalta el factor suerte durante el Neolítico, como origen y éxito del desarrollo de la agricultura:"...algún individuo de las familias que, durante años y años arrojaban los restos de las comidas diarias a un sitio especial, pudo darse cuenta de que allí, donde había echado multitud de veces las pepitas, las partes duras de un fruto de cierta planta conocida por él, crecía al cabo de un tiempo planta semejante”. Añadiendo una certera posibilidad: “Es probable que este descubrimiento lo hiciera alguna mujer, ya que las mujeres eran las encargadas de recoger los vegetales pequeños”. Esto es, les muyeres, son el origen de la agricultura.

           Para certificar la tesis expuesta con anterioridad,  del factor fortuna en determinados lances de la evolución humana , rescataremos una anécdota de tintes escatológicos. Hubo un  manifiesto repunte  en la comarca de Avilés durante las décadas de los 50 y 60 del pasado siglo,  en  la producción de tomates y pimientos (propios de las huertas del sur de España) y coincidiendo con la creación de la Fabricona, de ENSIDESA. Aquellas plantas y sus frutos  pululaban por doquier en los exteriores de talleres  e instalaciones  de aquella empresa. El motivo de su inusitada proliferación se debía en que algunos operarios provenientes de la zona austral peninsular (entiéndase Andalucía y Extremadura), evacuaban sus vientres en los citados lugares.  Con ello expulsaban las semillas provenientes de su alimentación , que la sabia naturaleza se encargaba de dar vida en inmejorables condiciones físico-ambientales. Así el milagro de la naturaleza  se traducía en  vistosas tomateras y vegetales varios,  entre montones de escombros y restos industriales.


Fuente: LNE. Obras de construcción del muelle de ENSIDESA en Avilés.


           La naturaleza se alía en muchas más ocasiones de las que creemos con determinados factores para obrar la grandeza de la vida. Ajeno todo ello a cualquier control humano, aunque nos creamos dueños y señores de la tierra que pisamos.

            Respecto a aquella revolución iniciada, la agrícola, casi todos los expertos afirman que esta fue un gran salto adelante de la humanidad. Otros, en cambio, estiman que fue un salto al vacío. Consideran que el agricultor trabajaba mucho más que el cazador-recolector (previo a este nuevo estadio). Empeorando su dieta , al perder la amplia variedad de productos alimenticios que cobraban a los árboles y arbustos silvestres. Sostienen que fueron determinadas especies vegetales , como el trigo, el arroz o las patatas, quienes domesticaron al hombre y no al revés.


        Recogemos el testimonio y exposición de uno de estos críticos, discrepante de la versiones oficiales respecto a la evolución humana, el filósofo- investigador israelí,  Yuval Noah Harari: "El cuerpo del Homo sapiens estaba adaptado a trepar a los manzanos y a correr tras las gacela, no a despejar los campos de rocas ni acarrear barreños de agua. La columna vertebral, las rodillas, el cuello y el arco de los pies pagaron el precio...todo ello implicó una serie de dolencias  como discos intervertebrales luxados, artritis y hernias". 

            Según este autor, la revolución agrícola fue el mayor fraude de la humanidad. Pues considera que todas las ventajas son superadas con creces por los inconvenientes. Los monocultivos, condiciones meteorológicas, plagas diversas supusieron la muerte y miseria de millones de campesinos a lo largo de la historia. Y algunas muy recientes, tal fue el caso de la hambruna provocada en 1845 por la crisis de la patata en Irlanda. El mildiu de la patata destruyó la totalidad de la producción de aquel monocultivo en ese país. Las consecuencia fue la muerte de 1.000.000 de irlandeses y de otro millón que optaron por la emigración.


Patata afectada por el mildiu.

            Retomando el anterior hilo narrativo y antes de la llegada de aquella innovación transformadora de usos y costumbres, en nuestra área de influencia, todo se reduce a  la recolección de frutos autóctonos.  Tal fue el caso de nueces, avellanas y bellotas que se podían almacenar con unas mínimas garantías, para soportar los duros y escasos  meses invernales.

            Aquellas sociedades pre-agrícolas se distinguían por estar constituidas por pequeños grupos. Su condición de nómadas era una de sus características más llamativas, pues solo permanecía en determinados lugares mientras hubiera recursos alimenticios. Aquella dinámica vital les otorgaba una rica dieta (vegetales, frutos silvestres, pescado y carne). 

         En el Neolítico será cuando el campesino de recolección silvestre toma la iniciativa  de convertirse  en ganadero. Sometiendo a sus intereses pequeños animales, que pudieran en algún modo satisfacer las necesidades primarias de abastecimiento. Tal fue la conversión del lobo en perro, los uros en bueyes o los casos de las cabras, ovejas, cerdos y vacas que fueron los primeros animales domesticados, hace de ello más de 10.000 años.

            No debemos olvidar jamás en lo que respecta en esta y posteriores exposiciones que Asturias ha sido desde siempre un país acuciado por la fame. Una región de emigración, marcada por un insalvable aislamiento geográfico y lastrado por una menguada producción interna.

               Será el propio Jovellanos quien alerta en su "Cartas a Ponz", de aquella manifiesta situación de desamparo y éxodo: "Situada Asturias en el extremo septentrional del reino, y confinada entre la más brava y menos frecuentada de sus costas y una cordillera de montañas inaccesibles, sabe usted que los españoles nacidos en la otra banda, tienen de ella más o menos la misma idea que de Laponia o la Siberia, y que juzgándola por los miserables que la abandonan, y que  de ordinario no son otra cosa que la redundancia de la población, la tienen por una nación miserable y estéril o por una cruel madrastra, que no pudiendo alimentar a sus hijos, los emancipa y echa de si para que vayan a servir en los más ruines ministerios a los venturosos moradores de otras provincias".

            Para corroborar la anterior exposición de insuficiencia, recordad que el propio Estrabón en sus crónicas del periodo de romanización de estas tierras (hace mas de 2000 años), exponía que los antiguos pobladores astures solo plantaban plantas que se cultivan en países pobres y montañosos. Por lo que inevitablemente el ejercito romano tenía que traer desde Aquitania el trigo necesario para su manutención. Dada la ausencia del mismo por la escasa producción agrícola asturiana.

            Pero fruto del aprendizaje (impuesto casi siempre a la fuerza por parte de los invasores), el historiador Dión Casio (año 24 a. de C.) informa que cuando el todopoderoso Augusto abandona Hispania (España) va a recibir como regalo de “agradecimiento” de los astures una importante cantidad de trigo . Ya sabéis, a la fuerza ahorcan.

            Por si quedara duda alguna, recogemos el testimonio del ilustre Jovellanos: “Los romanos no sólo dominaron en Asturias y no sólo introdujeron allí su lengua, sino que de ellos aprendió aquel pueblo la agricultura y las artes domésticas.”

            Así, en el siglo XI, en Asturias la sociedad era eminentemente rural, agrupándose en tres clases sociales: los oratores, aquellos que dedican su vida a la “productiva” actividad de rezar; los bellatores u hombres de guerra (soldados y guerreros de todo tipo de pelaje) y los que tienen que alimentar al resto de improductivos, los laboratores, los que trabajan. Podéis observar lo poco que en el fondo ha cambiado la vida, transcurrido desde entonces ya más de 1000 años.

             En el año 1594, el entonces obispo de Oviedo, Diego Aponte de Quiñones denuncia:" La mayor parte de la gente no recoge suficiente grano para el consumo de todo el año, y así viven seis meses o mas  a base de castañas, nueces, verduras y cosas por el estilo". Estas declaraciones emitidas por la máxima autoridad eclesiástica del momento en Asturias, no hace otra cosa que dar fuerza a los argumentos de aquellos críticos con la "revolución  agrícola". Acusando al régimen de pagos y diezmos impuestos entonces: "Se acostumbra a la vejación de los humildes trabajadores por parte de los poderosas, exigiéndoles dádivas y servicios gratis". Casualidades de la vida o no, el obispo Diego, tras aquella publicación fue desplazado a tierras malacitanas, por sus superiores eclesiásticos.

            En la Antigüedad, los cultivos propios por estos pagos van a ser de mijo, escanda, fabes y arbeyos. Tal lo expone el ilustre Lomas Salmonte: “El mijo, junto con la escanda, ha sido el cereal por excelencia de la Antigüedad, además de prolongar su cultivo hasta la Edad Media y menguando su producción en el primer tercio del siglo XVI, por la presencia en estas tierras del maíz traído de las Américas”.


Fuente: Pepe el de Alvaré. Recogiendo escanda con mesories.
Este cereal, fue vital y de gran desarrollo en épocas pasadas en 
nuestro pueblo. Denominado el trigo de los pobres.


            Ya en la Edad Media, no constatamos una gran diferencia respecto a otras épocas pasadas.  La dieta se sigue basando en los productos derivados de la tierra, pero con el positivo matiz de aplicar en su cultivo  los conocimientos impuestos por la colonización romana. 

            El 5 de enero de 1595, la Junta General del Principado dicta ordenanza para ayudar a los pobres de solemnidad, con cesiones de terrenos de pasto para su cultivo por tiempo definido. Teniendo que devolver las mismas, finalizando aquel estado excepcional.

            La llegada del maíz , procedente de tierras americanas en 1605 y la rápida extensión y éxito parejo  de su cultivo , da un respiro a los menguados recursos campesinos (ver capítulo 2).

            En lo que respecta a Antromero, se despeja al menos una duda, convirtiéndose  en certeza. Y no es otra que los sufridos habitantes que a lo largo de los siglos habitaron esa tierra, tuvieron la fortuna de poder complementar los menguados frutos provenientes del cultivo de la tierra y de la ganadería, con los productos que el generoso Cantábrico les ofrecía.

        También se tiene constancia documental que en el siglo XIV, provocada por un terrible endurecimiento de las condiciones climatológicas, de una gran hambruna fruto de la rala recolección en las cosechas. Consecuencia del terrible frío que asoló durante décadas a todo el continente europeo. Apareciendo con ello el fantasma de la fame,  y las terribles pandemias que la acompañaron.

        Teniendo en cuenta tal y como dice el dicho popular que las desgracias nunca vienen solas, añadiremos al desastre colectivo,  el que a finales del siglo XVI, se conoció la mayor hambruna del Principado de Asturias ( años 1573-1576). Llevando al fallecimiento de los dos tercios de la población, según informe de la Junta General. Una auténtica catástrofe, provocada nuevamente por la escasa producción agrícola, condicionada por los extremos climáticos.

            Para dimensionar y tener un juicio de valor apropiado, pensad que más del 80% de la población asturiana en este periodo histórico vivía en la zona rural. Su economía dependía del campo que trabajaba. La fragilidad del sistema productivo hacía mella, tal lo expone Jovellanos: "Cualquier contratiempo, cualquier atraso conduce a los explotadores de la casería a la miseria y a la ruina".

           Sin querer aburrir en exceso y no deambular en estos derroteros,  señalaremos genéricamente que en los siglos posteriores y hasta prácticamente el pasado, hubo una crisis agraria en el mundo rural. Ello derivo en problemas de alimentación , falta de semillas y precios elevados. Los campesinos penalizaron con un notable empobrecimiento, incapaces muchos de ellos en pagar las rentas, acabando endeudados y perdiendo sus tierras.


           Este contexto de miseria hace que tenga que intervenir la Junta del Principado con ayudas, que como casi siempre ocurre no llegaron a los más desfavorecidos. Los factores de aquella amenaza de la fame, se podían resumir en una serie de concretas causas:  Los abusivos sistemas de propiedad, herramientas muy primitivas, condiciones climatológicas muy adversas y desamparo de las instituciones oficiales.

       Aquella pobreza tan acentuada no fue en ningún caso por que la tierra fuera estéril, poco productiva, sino por la tiranía a la que estaban sometidos nuestros antepasados, los agricultores.

            No debiéramos olvidar de cuando éramos pobres, pobres de verdad. Aquella pobreza cruel que se veía y olía, que hemos tratado de reflejar. La miseria  sufrida  en escasa comida y rala vestimenta. Inconscientemente tratamos de escurrir en esfuerzo baldío, aquellos días antiguos, con un presente que huye de las miserias y ruinas que llevamos en la sangre. 




La casería.



"Quise volver a mi casa,

todo estaba destruido,

ruinas, silencio, olvido.

La memoria siempre abrasa".

J.M.G.


                La casería es sin lugar a dudas el alfa y el omega del mundo rural. El principio y fin de aquella economía. Físicamente es la suma de la casa, todas sus dependencias, las tierras, montes y el usufructo de las tierras comunales a las que pudiera explotar.

                El jurista Ramón Prieto Bances (1889-1972), define a la casería en Asturias del modo que sigue: "Es un complejo formado por una casa, un hórreo o panera, uno o dos huertos, tierras de labor, praderías, un pedazo de monte..."

                La Compilación de Derecho Consuetudinario Asturiano,  así la describe: " Se trata de una unidad económica y de explotación familiar formada por elementos disociados, tanto en lo que respecta a su naturaleza (casa, antoxana, edificios anexos y construcciones complementarias, hórreos o paneras, huertos, tierras, prados montes, árboles, animales, maquinaria y aperos de labranza, y derechos de explotación en los bienes comunales) como a su sistema de propiedad ( privada, en arriendo o aparecería), a su localización dispersa y a su destino o aprovechamiento (cultivo, recolección, pastizal), que forman un conjunto agropecuario capaz de dar sustento a una familia campesina, sin perjuicio de que ésta pueda tener otra fuentes complementarias de ingresos". 

                Respecto a esta unidad de explotación de la actividad agraria, se tiene constancia como tal expresión en documento de donación de 1141: "Ipsas heredidates populatas cun caseriis". Posteriormente ya en año 1188, se precisa que una propiedad a muerte de su dueño, pase al Monasterio de San Vicente de Oviedo: "Quomodo stetit populata in caseriis". 



Imagen actual de lo que fue la casería de José de Antón de Menéndez.
Históricamente una de las de referencia de Antromero.


               Por lo tanto y a falta de otros registros, se puede confirmar  el origen de la misma en la Edad Media. Entonces la propiedad de la tierra estaba en manos de la nobleza y de los grandes monasterios. Antromero era un claro ejemplo de esta situación. Tal se refleja en documento perteneciente a la colección diplomática del monasterio de San Vicente de Oviedo. En el se especifica la compensación o pagos que debía de recibir el abad del citado centro religioso, por el arrendamiento de sus posesiones en Antromero.

          Siglos después esta disposición persiste. Así y con carácter más genérico será reflejada por Jovellanos en su "Sexta Carta a Ponz", publicada en 1848: "Los monasterios e iglesias son casi los únicos propietarios de las cosas valiosas de Asturias".

            La evidencia es demoledora, las poderosas clases nobles y el clero son los grandes propietarios de la tierra. Y esta era entregada a familias de campesinos, quienes atenderán a una contraprestación pactada para su explotación. Obteniendo los sufridos trabajadores de la tierra, tras duros quehaceres , lo justo para su subsistencia, en el mejor de los casos.

        Así cuando no se podían hacer frente a los pagos de los caseros se recurría a otras compensaciones. Tales podían ser carros de leña, de narvaso (planta de maíz) o días de jornal ( pago de los vecinos de Muros del Nalón , datado en 1631). Los colonos vivían en inquietud permanente, especialmente a la hora de negociar y reajustar las rentas anuales. Siendo una costumbre el que estos llevaran el día de año nuevo a la casa de los "amos-propietarios", un regalo en forma de gallinas, huevos o frutas. Todo ello como gratitud por la "protección dispensada". 

            En el siglo XVIII, la gran parte de las tierras de cultivo de las caserías, estaban orientadas a los cereales. Con esta actividad se trataba de pagar las rentas y asegurar su dieta alimenticia. Siendo el abono usado para lograr mayor efectividad en la producción agrícola  el cucho (abono animal). En este pueblo, tal y como se expuso, ante la carencia del mismo se recurría a la mar y sus sargazos.

               La medida de superficie usada para cerciorar el suelo, estaba ajena al sistema métrico decimal (establecido en 1801 como medida universal). Y era el denominado día de gües (día de buey), siendo teóricamente la superficie que araría una pareja de bueyes en una jornada de trabajo. Normalizándose la misma en 1258 metros cuadrados.

            Con independencia de cualquier otra meta, el objetivo perseguido era el mantener a la casería como explotación indivisible. Así se mantenía el sistema de heredero único. Recurrimos a la exposición del historiador Jesús García Fernández: "Mediante este sistema de un heredero único la unidad de explotación no se fragmentaba y las caserías se mantenían con unos límites precisos. Al resto de los hijos no se les dejaba abandonados. Llegado el momento que quisieran independizarse se contribuía con una cantidad en metálico, si la hubiera. Las mujeres eran compensadas con una dote a la hora de su matrimonio". Se trataba de no dividir la casería bajo ningún concepto.


          Añadiendo el inconveniente de que la superficie de terreno de aquellas era normalmente pequeño. Lo reducido del espacio obliga a intervenir a la Junta General del Principado a prohibir la partición, a través de unas Ordenanzas publicadas en 1781. Así se trataba de evitar la atomización de aquella unidad productiva.

            




Capital humano de la casería.

 

 

“La casería es una unidad orgánica

de explotación agropecuaria, capaz de

sostener a una familia campesina...”

Jovellanos.

 

  

            Podemos confirmar sin el temor de equivocarnos que la figura de la casería en nuestro entorno es la unidad básica de producción que gira en torno a la familia. Mantiene como primordial objetivo el cubrir y atender las necesidades de la misma y de los animales domésticos, pieza clave de la misma.

            Será hasta bien entrado el siglo XX la actividad más importante y de referencia en nuestro concejo y colindante. Aquella que se derivaba de la tierra, de su producción.

            Si en el caso de los trabajos en la mar se exponía la jerarquización de los mismos, en este  nada se deja a libre albedrío. Todas las llabores se organizan en función de dos condicionantes elementales, la edad y el sexo. Cada persona por insignificante que pueda llegar a parecer en el sistema productivo, tienen su relevancia, incluido los guajes. Y esos roles se manifiestan  en el posicionamiento diario que tendrá lugar en la mesa de la cocina o en el llar, donde a las personas mas preponderantes (casi siempre varones) se les debe respetar su sitio.

            Así y como perenne  norma se considera en decisiones de suma importancia para la casería la figura de la muyer, pero siempre la de mayor edad, la matriarca. Esta tendrá la responsabilidad de tomar determinadas decisiones, como la siembra, la organización interna, la distribución de las labores domésticas, amén del fundamental proceso de los alimentos.

            No es menos cierto que hay un punto de inflexión que va a marcar definitivamente la diferencia entre las antiguas y modernas caserías. Este no es otro que el provocado por la mecanización en el sistema productivo que van a ir sustituyendo progresivamente los tradicionales aperos y las manos que los sustentaban. Y si tuviéramos que poner inevitablemente fecha a ello nos podríamos decantar por la década de los 70 del siglo pasado con la aparición de los primeros tractores y sus accesorios.

            Pero vamos a recoger el testimonio del ingeniero agrónomo Gabino Figar (Bidea, 1960),   quien va a describir con  precisión quirúrgica como se desarrollaban las caserías asturianas hasta esa fecha: “Eran de fuerte consumo y ciclo cerrado, en las que los alimentos, semillas y estiércoles para la fertilización de las tierras, se producían dentro de las propias explotaciones en las que también se consumían, con arreglo a unas normas inalterables no faltas de racionalidad que se habían ido transmitiendo de generación en generación.”

            Por si hubiera alguna duda al respecto, ya  aclara Pepe Capacha el modelo de aprendizaje heredado de modo oral por nuestros antepasados: “El trabayar en la tierra y la gente que tenía ganao, aprendíase de la gente mayor, de los padres, ellos decíen como había que facelo". 

            La anterior declaración no sorprende en absoluto. Siendo  el modus operandi instaurado durante siglos en el conocimiento y su aplicación a las duras faenas. Contamos con la manifestación de nuestro vecino,  Alfonso Carma : "En casa tabes viendo trabayar desde pequeño. En la tierra, con les vaques. Ya crecíes aprendido". Precisando: "Si había que facer alguna cosa nueva era la gente mayor, quien la facía o mandaba facer". Matizando con cierta sorna aquella instrucción: "Pa trabayar en les caseríes, no habia que d'ir a ninguna escuela. Solo había que tener ganes. Esos trabayos aprendíense viendo facelos".


Fuente: Mari Fina García. Alfonso Carma y Josefina de Antón de Menéndez.

  

            Pero si en algo hay coincidencia entre nuestros vecinos y dicentes es en el duro esfuerzo que representó en tiempos pasados el trabajo de la casería. Tal lo expone Antonio Guardado: “El trabajo era muy duro, porque siempre había que hacer cosas, desde que amanecía hasta el oscurecer”. Añadiendo asus declaraciones lo previsible: “Semabamos (sembrábamos) de todo, casi siempre pa casa, patates, maíz, fabes, arbeyos, y también p'al ganao alcacer.” Tal lo recuerda el bueno de Alfonso Carma: "Pa saber lo duro que antes era el trabayo había que pasar por ello. Siempre había que facer coses, siempre". Finalizando con una sentencia, compartida hasta la última palabra por nuestros mayores: "Y protesten ahora del trabayo, como se nota que no vivieron lo que me tocó a mi".


Fuente: Conchita Guardado. 
Antonio y Josefa Salero.

       

          Las tareas agrícolas están y estuvieron influenciados por las condiciones climatológicas. Siendo  el astro de referencia, el sol, quien marque el ritmo en el trabayo del mundo rural.  Las horas solares, marcarán el ritmo de las tareas diarias, de aquellas muyeres, paisanos y guajes quienes iban a semar, sallar, llindar les vaques y tanta actividad que se sumo a las vidas de nuestros antepasados.

            Refrendando esta exposición Bernarda Mori, con su certera sentencia: “Siempre había que facer, desde que amanecía hasta el oscurecer. Cuando no era una cosa, era la otra. Si teníes un poco de tierra había que atendela. Y en casi todes les cases había algo de ganado. Y por poco que fuera daba mucha guerra”. Es una evidencia que  con independencia del condicionante climatológico, siempre había tarea ajena a  las lluvias, granizos o calores insufribles.



Fuente: Mariluz Serrano. Bernarda Mori, 
Mino el Civil y Curro. Acompañados
del sempiterno cuadrúpedo que alivió
durante décadas la dura faena de los nuestros.

            Esta fue la tónica habitual de nuestras casas y caserías, manteniéndose hasta la irrupción de la industria que se asentó en el perímetro de nuestro pueblo, en la década de los 50. Representando su presencia un cambio radical en usos  y trabajos que hasta la fecha se desarrollaron en estas unidades de producción familiar. Con ello la liberación de la esclavitud de la tierra. Así lo transmite nuestro vecino Avelino el Civil: "La llegada de ENSIDESA y UNINSA fue una ayuda tremenda. Aunque al principio los sueldos no eren grandes, aquello de cobrar todos los meses fue bárbaro". Matizando en su declaración una sentencia ya reflejada con anterioridad: "Aunque la gente de Antromero siempre fue muy trabayadora. Nunca se aparcó del todo la fesoria (azada)".

            Lo cierto es que para el buen funcionamiento y dinámica de esta unidad de producción que fue la casería, era imprescindible el concurso de personas, para el desarrollo de todas las labores propias.




Los criaos.


 

“Se puede vivir con los demás,

 pero se sobrevive sólo con uno mismo”.

Roberto Gervaso.

 

 

            Pese a que históricamente les caseríes nunca se contrataba gente, esto es asalariados, surge la figura del criado o criao. Para ubicar en el tiempo a sus ancestros y origen de estos, tenemos que dirigirnos a los antiguos monasterios medievales y a las familias de criación. Esto es, son aquellos miembros de un mismo núcleo familiar que cubrían determinadas labores, dentro de estos recintos religiosos.

            Se trataba de gente que eran considerados casi como miembros de la misma prole, pues comían del mismo puchero y dormían bajo el mismo techo. Llegando en multitud de ocasiones a envejecer y acabar sus días allí también. Su trabajo se ceñía al sinfín de actividades agro-ganaderas de la casería.

            Dentro de los testimonios, destacamos por  evidentes razones, el expuesto por Basilio el Tercero: “ Yo nací en Vioño, y mi padre marchó pa México, entonces yo vine de criao pa Casa Norte . Allí estuve hasta que marche p'al ejercito pa Marruecos. Estuve de maravilla porque aunque se trabayaba muncho, era muy buena gente.” Amparo Julián, especifica las caserías que tenían este servicio:  “ Les caseríes de Norte, el Chato, Posada, Artime, Casa Miterio, La Granda, José Antón de Menéndez teníen criaos. Algunos los tuvieron solo hasta antes de la guerra.”  Lucía añade una precisión, “En la de Norte, teníen una habitación pa los que trabayaben allí, con cuatro cames”. También resalta esta declarante que en esa casería había servicio doméstico. Algo por estos lares inaudito inaudito: "En casa Norte, que eren los más ricos del pueblo teníen dos muyeres que limpiaben la casa. Una de elles era Telvina".

            



Fuente: Google. Casería Casa Norte. Una de las referencias 
de la producción agrícola de Antromero. Octubre 2008.

            Con respecto a la remuneración es Emilio Posada quien aclara la evolución y cambios que lleva parejo el transcurso de los años: “Cuando era rapacín trabajaban por comida, techo y poco mas. Pero con el paso del tiempo ya tuvieron un sueldo”.

               Históricamente la figura del sirviente o criao asturiano, siempre estuvo muy reconocida en la Corte madrileña y sociedad nacional. El periodista y bibliotecario perpetuo de Madrid, Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882), escribe sobre la presencia de un criado asturiano en la Corte de Isabel II: "Tiene para los mandados extramuros un asturiano fiel e inconfundible, que va, que viene, que mira y que no ve, que escucha y que no oye, que sisa, come, calla y no replica. Ocupando la antesala de palacio". Tal y como se aprecia, alaba las bondades de servicio de nuestro paisano, entre los oropeles palaciegos.

                Este mismo escritor describe las condiciones y dependiendo de las mismas su funcionalidad en la alta clase madrileña: "Los asturianos, en general abastecen a Madrid de criados de servicio; los más finos y aseados sirven de lacayos; otros más toscos hacen de compradores y mozos de servicio". Reconociendo el motivo de aquellas contrataciones: "Y todos por lo regular no desmienten la antigua y conocida honradez de su provincia. Son trabajadores, sufridos, y solo torpes en los principios de su llegada a Madrid". Detallando sueldos por aquellas tareas: "Sus salarios varían según convenio. Pero puede fijarse por término medio el de dos reales diarios y la comida". 


            Lo cierto es que para cubrir los puestos de ciertos servicios en la capital, se exigía ser asturiano o en su defecto gallego. Así los aguadores, que también eran casi siempre mozos de compra, cobraban en aquel tiempo unos veinte reales al mes. Suministrando de aquel preciado y básico elemento a las casas, a través de los caños de las fuentes públicas".



Fuente: Biblioteca Nacional de España.
Portada del Reglamento de los Aguadores
de Madrid (1874). En él se detallan todas las condiciones
de contratación y tarifas.



            La figura del criau en la casería está llena de claroscuros . Al respecto de ello, en la sabiduría popular se transmite a través de refranes las inseguridades e inestabilidad de aquel trabayo: "Criáu nuevo, pan y güevo", todos los comienzos son buenos, pero no tienen porque ser duraderos. "El criáu fai les sopes y no les come", la incertidumbre de trabajar en casa ajena.

             En cualquier caso, fue en algunos casos  un eslabón de la cadena  productiva de primer orden, que en muchos casos se integró como uno más de la unidad familiar. Tal lo recuerda Basilio el Tercero: " En Casa Norte, queríenme casi como un fio".

 

 

La propiedad.

 

 

 

"Recuérdale a la vida

que hemos querido tanto aquellas cosas

y lo dejamos todo".

Aurelio González Ovies.

           

 

 

            También recordar un condicionante que representó en muchas ocasiones una rémora para los intereses de la propia casería y no fue otra que el campesino gestor de aquellas explotaciones, era un colono que estaba obligado a pagar las pertinentes rentas a su propietario.

            Así si atendemos a Lucía Fandós y su obra de referencia “Historia de Gozón”, expone que:“...en 1845,...tan sólo llegan a 47 el número de labradores propietarios frente a 1.111 familias de colonos (sólo un 4% de las familias tenían su casería en propiedad)”. Los datos son esclarecedores de la realidad socio-laboral rural de entonces. Una vez más, se manifiesta la desigualdad social que ha perseguido al ser humano desde prácticamente sus orígenes. Obligando a todos los miembros de la casería destinar parte del fruto de su trabajo a el pago del arriendo de la misma. Además de los correspondientes diezmos e impuestos varios. Aquellos  que afogaben definitivamente al campesino.

            Siguiendo el guion marcado en su espectacular libro, Lucía explicita mas esta situación: “La mayor parte de las tierras de Gozón pertenecían entonces (siglo XVIII)  a tres principales propietarios: el Colegio de San Vicente de Oviedo, la familia Menéndez de la Pola y la del conde de Peñalva, quienes explotaban sus tierras de forma indirecta arrendándolas a colonos, familias campesinas que a cambio pagaban unas rentas anuales, habitualmente en forma de especie, con parte de las cosechas obtenidas, principalmente trigo.”

            Esta disposición se mantuvo con la misma dinámica hasta las desamortizaciones del siglo XIX. Y que en la mayor parte de los casos lo único que sirvió fue para cambiar de propietarios las tierras. Cayendo estas en manos de nuevos ricos y especuladores, quienes endurecieron aun más si cabe las ya de por si duras condiciones de vida de los campesinos. Exigiéndoles mayores rentas, a cambio de nada.

          No obstante,  debemos de remontarnos al siglo XII, para datar el origen de este tipo de relaciones y obligaciones contractuales. Es en aquellos momentos, cuando los grandes señoríos eclesiásticos adquieren (bien por donaciones o compraventas) importantes propiedades de terreno. Siendo incapaces de gestionarlas por sus propios medios.

         Para ello, ceden a las familias la explotación de sus propiedades a cambio de una contra-prestación de carácter económico. Durante siglos tuvieron varias denominaciones, tales como hereditates, controcios, iugaries o caseríes.

         Durante el siglo XX y con gran esfuerzo económico, alguna de aquellos dominios serán adquiridos por sus colonos. Con ello se transmite la titularidad y la ambición de crecimiento, anteriormente lastrado por los designios del "amo". Alfonso Pinón, significa aquella aspiración: "En casa trabayabamos terreno propio y llevábamos otros a renta. Fuimos comprando poco a poco hasta tenelo todo casi en propiedad".

            Recordamos que será en las primeras décadas del siglo pasado cuando en Antromero se inicia el proceso de compra de pequeños bienes inmuebles, en manos de las grandes fortunas locales y comarcales. Así nos lo recuerda con profuso detalle María del Rosario Muñiz: "En torno de los años 30, nuestros antepasados adquieren  pequeñas propiedades, que compran con gran esfuerzo a sus propietarios. Así por ejemplo, la Ería de Antromero era en su gran parte propiedad de Fermín García Argüelles. Otros terrenos eran de las Movillas, de los Menéndez-Pola, Busquets, Álvaro Prendes, Gordillo, Mori, Victoria Granda...". El objetivo de aquel tipo de adquisiciones, no era otro que el sentirse, después de tantas vidas sujetas a una tierra que no era propia, dueño del suelo que trabajabas. Nuestra declarante, así lo subraya: "Algunos habitantes de este pueblo trabajaron en caserías o como arrendadores. Cuando pudieron juntar o pedir prestado unos reales, compraron aquellos terrenos que en algún modo les garantizaba el alimento de la familia. Tiempo después, lo trabajarían las mujeres, mientras los varones trataban de conseguir un jornal como asalariados".

            En ejercicio memorístico impagable, María del Rosario, detalla alguna de aquellas compraventa de la época: "Había visto escrituras de los años 30, donde mis bisabuelos, los de casa el Tercero, habían comprado al susodicho Fermín toda la zona del Bardascal (en la Ería). Mi abuelo ese mismo día  compró la finca la Ñañada. Fructuoso y María otros dos terrenos en la misma Ería que luego pasarían a Ramonina, la tía de José el Salao. Esta mujer al ser soltera transmitiría la propiedad a Rosario la Salada y el nombre de uno de aquellos terrenos era Bigaral o Vigueral, apareciendo escrito en el documento,  de ambas maneras". Añadiendo alguna persona más a aquella fiebre compradora: "Las de casa Arenes compraron también la tierra de Morán llamada Llañadas, figurando la misma documentálmente con varios nombres". Concluyendo de modo inapelable: "Así se fue vendiendo y comprando la totalidad de la Ería en aquellos años 30".

        Con este tipo de operaciones inmobiliarias, aparece la figura del prestamista. Para que estos financiaran aquellas actuaciones y a falta de aval, deberían concurrir unos mínimos parámetros de garantía financiera. Así lo reseña nuestra declarante: "Aquellos prestamistas dejaban el dinero dependiendo de la honradez del jornalero peticionario. Sin olvidar que se concedía a cambio de lucrativos intereses. Además de recordarte que era un favor que debían de pagar también con mano de obra gratuita para casi toda la vida".

        En la relación de aquellos prestamistas distinguiremos por proximidad a José Manuel de Condres. María del Rosario destaca su rancio abolengo: "La procedencia familiar de José Manuel era de la casa de los Moré. Gente muy rica y entonces dueños de la Martona de Candás. Su padre y también su esposa , Generosa  de Tamón, eran prestamistas". Refrendando lo expuesto, recurrimos a la declaración de Benigna Anxelín: "Cuando mi padre, José el Salao, quiso comprar una finca en el Picudel a Fermín García, pidió prestado el dinero, que eran 5000 pesetas a José Manuel de Condres. No le puso mayores problemas. Me acuerdo que tendría yo menos de diez años (Benigna nació en 1929), cuando fui con mi padre a devolverle lo prestado junto con una saca de fabes, en agradecimiento". Reseñando lo planteado con anterioridad: "Alguna vez iba a echarles una mano, por supuesto sin cobrar nada" .



Fuente: Benigna Anxelín. Recibo del pago de préstamo de José 
González Arenes, con fecha de 2 de marzo de 1911. La cantidad de
mil quinientos reales a su prestamista, Juan Antonio Piqueiras.

                Estas familias rentistas abundaban y en más ocasiones de las deseadas aplicaban la  usura y humillación a los rentados. María del Rosario detalla aquellas situaciones en las figuras familiares: "Muchas casas de Antromero tenían a sus hijos en casa de los prestamistas como criados, a cambio de comida y alojamiento. Mi abuelo, tuvo la suerte de tener un buen trabajo en aquella época de los años 20. Tanto él como mi abuela tenían el afán de ahorrar dinero para comprar algún pequeño terreno. Argumentando mi abuela, que así sus hijos no pasarían hambre, ni servirían a amo alguno". Con la llegada de la guerra civil y posguerra ratificaría su propuesta: "Con aquellos duros años mi abuela decía que quien tenía tierra, tenía comida. Las zonas de las Erías y las Himeras, eran muy buenas tierras, fructíferas que garantizaban cosechas . Alimento para las personas y forraje para los animales".

                Con el magnifico desarrollo y exposición de nuestra vecina, queda más que justificado las razones que llevaron a nuestros antepasados a ser dueños de la tierra que laboraban. Pane lucrando (para ganarse la vida).


       

 

Transmisión de la casería.

 



“La familia es como una enfermedad,

 no se puede elegir,

 tan solo soportar.”

Alfonso López Alfonso.

   

 

            A la muerte de los patriarcas,  estos tipos de unidades de producción familiar, se transmitían  por herencia. Dependiendo de las determinadas áreas de influencia geográfica se imponían una serie de condicionantes.

             Así en el centro y occidente asturiano la totalidad de la casería pasaba únicamente a uno de sus hijos ( siempre varones). Esto es, imperaba el sistema hereditario del mayorazgo. En cambio, en el resto  de nuestra comunidad se solía usar como norma no escrita la partición entre la totalidad de los hijos de la unidad familiar.

            El padre aun en vida, o por el contrario el hijo que  se casaba pa casa, tenía una obligación moral contraída con el resto de los miembros que formaban la unidad familiar, y no era otra que el mantenerlos, siempre que trabayasen pa la casería. Por eso no era nada extraño el ver tíos, tías y hermanos solteros en cualquiera de estas unidades de explotación, constituyendo un grupo de cierta complejidad.

            En el supuesto caso de independizarse alguno de los herederos, había que contribuir con una cantidad de dinero y si fuese una mujer normalmente se le proporcionaba una dote, ya que su independencia iba pareja a la celebración de matrimonio. El objetivo final era, tal y como se expuso, el no dividir la casería.

            La situación tradicional durante los siglos XVI-XIX, de la mujer rural asturiana queda relegada en el sistema de heredero único de las pequeñas caserías (siempre varón) y en menores compensaciones para el resto de los hijos. Donde evidentemente se sitúa la fémina: "Las mujeres eran compensadas con la dote en las capitulaciones matrimoniales; los hombres a veces con los gastos de viaje en el caso de que emigrasen, con la entrega de algún bien mueble de cierto valor o incluso, en tiempos más cercanos a los nuestros, con la redención del servicio militar" . (García Fernández, 1976).

            En determinadas ocasiones, muy poco frecuentes, se puede dar el caso que ninguno de los herederos  quiere ser propietario. En este caso la solución es obvia,  las tierras se venden, y se reparte el usufructo derivado de su venta.

            Lo aconsejable, dada la reducida dimensión de las caserías asturianas, es que esta  debe mantenerse indivisa, esto es, para garantizar su futuro y desarrollo es absolutamente necesario su integridad patrimonial. Algo que todas las partes   tienen  claro, al ser inculcado desde la niñez.

            La selección del heredero, de aquel que debe llevar con pulso firme los intereses de este tipo de unión, depende de varios factores, correspondiendo al padre tomar la decisión final.

            No se sigue para ello un guion fijo, sino por el contrario, serán las puntuales circunstancias las que van alterar la decisión final. Atendiendo a la exposición de Jesús García Fernández en su obra “Sociedad y organización tradicional del espacio en Asturias”, remarca en ese sentido: “Los derechos de la casería , quedaban en una sola mano: la del hijo elegido por el padre, que no era necesariamente el mayor, sino el que aquel consideraba como el más capacitado para regirla.”. Dejando bien claro una norma que debía de respetarse: “Sin embargo, y por lo menos en los casos en que el padre no hubiese tomado expresamente esta decisión, el primer de los hijos será al que se le reconocen todos los derechos a ser el nuevo jefe de familia.”

            En cambio, nos remitimos  a las valiosas declaraciones de nuestro vecino Emilio Posada, quien especifica aun más este detalle de la transmisión de los poderes en la casería: “Lo de casase pa casa en las caserías era lo típico, siendo el varón el elegido. En muchos casos se escogía a el último o al que menor arranque tenía". Esta decisión se corresponde al espíritu proteccionista de la propia unidad familiar y con ello se pretende garantizar el futuro del fio , más débil.

           

Familia Posada. De izquierda a derecha. Arriba: Raimunda, Pepe, Generosa, Emilia.
Abajo: Pepina y Emilio, nuestro declarante.

         

                En aquellas caserías que no son de la propiedad de la familia que la explota, hay una característica común en su transmisión, a la hora del fallecimiento del patriarca. Recurrimos a las manifestaciones de Jovellanos que ilustran con perfección la misma: "Los arrendamientos son indefinidos y en cierto modo perpetuos. Una casería pasa de generación a generación por los individuos de una misma familia. El colono se cree casi parte de la propiedad y de aquí también es que no le duela hacer por su parte algunas mejoras en los predios en que cree vinculada la subsistencia de su posteridad".



La andecha. ¡¡Viva la xente!!

 

 

"Da lo mesmo. Podremos

llaborar nesta andecha

esgranado los ecos

del pasaú que me ronde na cabeza,

y si nun soí muí fiel

al echa la mía cuenta,

poco te va importar,

¿Qué hestoria ye la hestoria verdadera?".

 

Miguel Allende.

 

 



                  La andecha, se fundamenta en la expresión latina "do ut des", esto es, doy para que des.  Es la ayuda que se prestan unos vecinos a otros para llevar a cabo una faena agrícola. Se trata de un trabajo en común, donde aparte de la mano de obra, concurrían útiles y maquinarias, para facilitar la tarea. A la finalización se solía hacer una comida como agradecimiento por aquella colaboración desinteresada.

            Aunque como norma general, debemos de tener en cuenta que pese a buscar el ser autosuficiente, es importante la relación de simbiosis con otras caserías. Así lo testimonia  Moncho la Piedra: “Aquí en la llosa de casa, juntábense hasta seis araos, con la pareja de vaques pa entra la tierra”.


Fuente: Google (2012). Vista aérea de la casería 
de la Piedra y su llosa.

            Aparece la figura de la “andecha”, aquella colaboración vecinal que se desarrollaba para determinadas tareas agrícolas, que se prestaba sin ninguna contra-prestación económica y que sin la mecanización actual era fundamental para atender las exigencias de la producción en tiempo y forma. Tal lo recuerda Benigna Anxelín: “No había andeches por la zona más grandes  que les que se hacían en la casería de la Piedra. Había más gente que en algunes romeríes”. Aclarando que al final del trabayo fecho, se daba cuenta de la justa recompensa: “Siempre se daba algo pa merendar y al final también,... sardines, tortilla, lo que hubiere”.


Andecha en el Molín del Pielgo, años 70 del pasado siglo.

            Emilio Posada, nos ofrece una singular interpretación de este tipo de colaboración vecinal: “Mi padre juntábase mucho con Alfonso de Sampedrín, y así se ayudaban las dos caserías para aliviar los trabajos de sallar, la yerba, recoger las cosechas”. Apostillando una curiosidad ocurrida en tiempos muy duros: “Aunque yo no lo conocí, había gente que iba por las caserías en épocas de mucha tarea, ofreciéndose a trabajar a cambio de la comida.”

            Lucía les Moranes, se explicita del modo que sigue: “ Había andeches de hasta 50 persones y les más grandes eren les de la Piedra y les del Molín (Pielgo). La comida que daben era sobre todo sardines y tortilla, pa beber agua y en alguna vez también vino”. Recordando que pese a todo, no todo era trabayar:“Después de la andecha, la gente cantaba, bailaba y sin haber música...”. Descubriéndonos un enigma sociológico de primer orden: “Porque antes la gente sin tener nada era mas feliz y no como ahora que tienen de todo y no se aguanten ellos mismos”.


Fuente: Laudina Artime. De izquierda a derecha, Víctor
el Molín, Luz, Lucía les Moranes. Abajo :Josefa el Tuerto.
 

            Recordar, que había andechas de otro tipo, no orientadas a estos menesteres agrícolas, como fueron la construcción de edificios o transportar materiales. Jovita González, reseña: “Cuando se hizo nuestra casa de la Flor, fue con andecha. Vino un montón de gente para ayudar. Trajeron herramienta y sobre todo ganes de trabayar. Cosa que se agradeció mucho".

           Tal y como se expuso estas ayudas eran voluntarias. Aunque se podían considerar una obligación social. Escapar de aquel sistema de reciprocidad significaba una auto-marginación peligrosa con evidentes riesgos económicos.

            En algunas áreas rurales asturianas se anunciaban desde los púlpitos en las iglesias, tras los oficios religiosos. El cura era el encargado de dar el aviso de la casería y la fecha. Nadie podía aducir desconocimiento, la transmisión oral eficaz.

            Nuestra vecina Maruja Anxelín, con su característico desparpajo advierte: "La xente solo ye mala tenela al lao, si ye pa dayos de comer". Aclarando posteriormente: "Aunque si vienen pa trabayar, tampoco hay problema".

            Con todo ello, se confirma el origen etimológico latino de andecha, que no es otro que el de llamada y ayuda.



 


 

 

 

3 comentarios:

  1. Luis Ignacio García13 de julio de 2023, 8:33

    Interesante, como siempre, y con aportaciones que no deberían perderse (como las transcripciones orales). Plantearos publicarlo para que quede constancia.

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    1. Gracias Luis Ignacio. Este blog nació para publicitar la memoria colectiva del pueblo, a través de las declaraciones de sus mayores. Tus palabras de apoyo nos llenan de satisfacción, teniendo en cuenta tú reconocida sapiencia. Gracias.

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Capítulo 85. Coses y casos de cases. Casa Norte. Parte III.

Casa Norte, actualmente.  Capítulo 85. Coses y casos  de cases. Parte III. Casa Norte.